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(-) La Ciencia para No Cientificos - Jacquard RESLAC PDF
(-) La Ciencia para No Cientificos - Jacquard RESLAC PDF
y
técnica
traduccción de
CLARA GIMÉNEZ
LA CIENCIA
PARA NO CIENTÍFICOS
por
ALBERT JACQUARD
siglo
veintiuno
editores
siglo xxi editores, s.a. de c.v.
CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D.F.
Entremos en la ciencia
LA CIENCIA CANTANDO
DE LA OBSERVACIÓN A LA COMPRENSIÓN
CIENCIA Y DEMOCRACIA
Esta frase a lo Raymond Devos podría ser repetida como una can-
tilena en la escuela por los profesores de ciencias, en la introducción
de todos sus cursos.
ALGUNOS CONCEPTOS
Nuestros ojos saben percibir los fotones enviados por el Sol. Pero só-
lo nuestro cerebro es capaz de interpretar las informaciones que nos
traen e imaginar el objeto que los ha emitido. Lo que sabemos del
universo que nos rodea nos ha sido proporcionado por nuestros sen-
tidos, pero esos datos no constituyen más que un magma informe de
sensaciones incoherentes. Nuestro organismo constata que esto es
rojo, que eso es frío, que esto es duro, que eso es ácido… Esta ava-
lancha de informaciones adquiere sentido sólo al precio de un ejer-
cicio intelectual que remplaza esos datos inmediatos por construc-
ciones teóricas, por “modelos” fruto de nuestra imaginación.
Para el filósofo adepto al solipsismo, la única realidad de existen-
cia cierta es el sujeto pensante mismo, incluidas las sensaciones ex-
perimentadas por él. Al mirar en tal dirección, recibo luz y calor;
esas sensaciones son una comprobación. Pero declarar que esa luz
y ese calor vienen de un objeto lejano designado con la palabra
“sol”, ya es un ejercicio mental. A medida que esas informaciones
llegan a mí concerniendo a ese objeto imaginado, puedo afinar mi
descripción y construir el equivalente de una maqueta, de un “mo-
delo reducido”, como dicen los aeromodelistas. Los elementos de
esa construcción son conceptos precisados poco a poco que permi-
ten definir medidas. Este ejercicio prosigue sin fin al añadir nuevas
características a veces medidas con métodos extrañamente compli-
cados.
La regla del juego de la ciencia consiste en confrontar constante-
mente las conclusiones que se pueden sacar de ese modelo y las in-
formaciones que podemos obtener a propósito del objeto de que se
trata. Cuando esta confrontación no descubre ninguna incoheren-
cia, es razonable admitir que ese objeto es bien real y que el mode-
lo construido para representarlo da de él una imagen, ciertamente
imperfecta pero plausible.
Finalmente, tener una actitud científica es remplazar sensaciones
por conceptos, y expresar esos conceptos con palabras.
[21]
22 ALBERT JACQUARD
dras caen todas a la misma velocidad (la leyenda cuenta que dio la
prueba lanzando piedras desde lo alto de la torre inclinada de Pisa).
Esta revolución conceptual era necesaria para abrir el camino a New-
ton y a la comprensión de la gravedad universal; y esta revolución no
podía resultar más que del rigor introducido en las premisas de la di-
námica.
Sin embargo, si el punto de vista voluntariamente limitado de ca-
da disciplina permite progresar con lucidez en el terreno así defini-
do, no responde a la necesidad de un conocimiento global extendido
a la totalidad del mundo en el que evolucionamos. Desde la infancia
estamos en poder de interrogaciones renovadas sin cesar; sentimos
que las respuestas condicionan nuestro destino; avanzar siguiendo el
terreno marcado de una ciencia bien definida proporciona ciertas sa-
tisfacciones pues, poco a poco, nuevos aspectos de la realidad son por
fin descubiertos; pero esos pasos, a pesar de su sucesión, se muestran
pronto como insuficientes o como insignificantes. Conocer casi todo
en un terreno exiguo le parece muy vano a quien está sediento de la
comprensión del Todo del que forma parte. Comprender un poco es
“mejor que nada”, pero contentarse con ese “mejor que nada” es sig-
no de una renuncia ante nuestra hambre canina de saber. Basta con
contemplar algunos instantes las estrellas para sentirlo; las preguntas
que brotan entonces en nosotros no son de tal naturaleza que las
ecuaciones de la dinámica puedan proporcionar respuestas satisfacto-
rias. Poco importa el movimiento de los planetas, de las estrellas o de
las galaxias; estamos fascinados por el Universo.
…EN EL UNIVERSO
Los límites del espacio, así como los del tiempo, acaban de ser tras-
ladados a lo lejos. La Tierra era considerada desde siempre como el
soporte de la bóveda celeste; ésta era una semiesfera de cristal sobre
la cual estaban colocadas las estrellas. El dominio de los hombres te-
nía la dimensión del cosmos.
Hoy este dominio no es más que un planeta banal que gravita
alrededor de una estrella banal, situada en los confines de una ga-
laxia banal, miembro de un cúmulo de galaxias, que también…
¿Dónde se detiene esta enumeración, parecida a la de los conjun-
tos encajados como muñecas rusas en conjuntos cada vez más
grandes? Tal vez no tenga fin; ya no habría “supercúmulos de to-
dos los cúmulos” como no hay “conjunto de todos los conjuntos”.
En todo caso, nuestro espíritu es incapaz de imaginar la conclu-
sión; tendría que conseguir describir la majestuosa muñeca termi-
nal que contuviera todas las otras. Como todo objeto, esta última
muñeca estaría rodeada de lo que no es ella, o, por definición, to-
do estaría en ella.
El vértigo ante esos infinitos que atemorizaban a Pascal se ha du-
plicado con un vértigo igualmente perturbador ante infinitos más
misteriosos aún: los infinitamente pequeños. Los átomos eran deno-
minados así porque se los suponía indivisibles; no lo son en absolu-
to y han podido ser analizados en núcleos y electrones; luego los nú-
cleos en protones y neutrones; esos protones y neutrones en quarks
u y en quarks d. Al comienzo de los años ochenta, la investigación de
los constituyentes elementales de la materia se detenía en este nivel;
pero una teoría nueva, la de las supercuerdas, propone explicar las
propiedades de todas las partículas observadas por las múltiples mo-
dalidades de vibración de un elemento único con la forma de una
cinta pequeña. ¿Ése el el final del análisis? Sin duda no, pues algu-
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 29
4 Gaston Bachelard, La formación del espíritu científico, México, Siglo XXI, 1972.
[31]
32 ALBERT JACQUARD
bieran sido otras. Pues, al parecer, son arbitrarias; ¿por qué no tie-
nen otro valor? Ante esta pregunta podemos entretenernos con el
Juego del creador, imaginando un mundo donde todas las interaccio-
nes fueran expresadas por fórmulas idénticas a las que poco a poco
hemos puesto a punto en función de nuestras observaciones (don-
de, en consecuencia, las “leyes” serían las mismas), pero donde sus
intensidades expresadas por constantes tales como G, c o h fueran di-
ferentes.
Los lectores interesados en este juego tendrán gran placer en leer
M. Tomkins,5 libro del físico George Gamow, uno de los autores de la
teoría del big bang. Se divierte describiendo los contratiempos de su
héroe en una ciudad donde la velocidad de la luz es de sólo 100 km/h,
o sea diez millones de veces menor que c. Allí, los efectos previstos
por la relatividad son tan considerables que la bicicleta de un ciclis-
ta y el ciclista mismo retroceden desde los primeros pedaleos, y el
abuelo de una anciana puede ser más joven que ella: basta con que
ella haya permanecido en la ciudad desde su infancia y que él haya
viajado durante toda su vida.
Igualmente sorprendentes son las consecuencias de un aumento
de la constante h. El “efecto túnel”, que a veces permite a una partí-
cula atravesar una barrera de potencial teóricamente infranqueable,
se vuelve banal en un mundo en el que h es millardos de millardos
de veces superior a lo que es “entre nosotros”; Gamow imagina un
universo tal que un automóvil puede salir de su garaje atravesando
las paredes.
Estas especulaciones no son más que un ejercicio pintoresco a
propósito de los cosmos posibles, pero desembocan en reflexiones
concernientes a nuestra propia suerte. Si las constantes hubieran te-
nido otro valor, ¿la especie humana habría podido ser producida
por el desarrollo de los procesos naturales? La respuesta parece ser
negativa ya que esas constantes se apartan significativamente de los
valores elegidos por la naturaleza.
Sí, por ejemplo, la intensidad de la gravedad que hace atraerse los
objetos dotados de masa hubiera sido más débil, la formación de las
estrellas y de las galaxias habría sido más lenta, o incluso imposible;
si hubiera sido más fuerte, esas estrellas y esas galaxias se habrían
reunido todas y tal vez habrían terminado por formar un agujero ne-
gro que tragara a todos los objetos. En uno u otro caso, no estaría-
mos allí para interrogarnos a ese respecto.
¡Por lo tanto todo ha ocurrido como si el Universo hubiera sido
dispuesto para hacernos aparecer! Esta constatación es presentada a
veces bajo la designación de “principio antrópico”. Sin embargo, si
queremos respetar la regla del juego científico consistente en no ex-
plicar un acontecimiento presente recurriendo a un acontecimiento
por venir, es decir si rechazamos toda explicación finalista, nos con-
tentamos con constatar que el Universo ha podido producirnos pues-
to que aquí estamos. El señor Perogrullo habría dicho lo mismo.
A menudo se exhiben cálculos que muestran que la probabilidad
de que el desarrollo de los procesos naturales desembocara en la
aparición de nuestra especie era sumamente débil; algunos ven en
ello la prueba de que una voluntad exterior ha intervenido. Pero es-
te razonamiento no tiene sentido, pues todo acontecimiento tiene
una probabilidad por pequeña que sea; basta con describirlo con
gran precisión (véase el recuadro en la p. siguiente). El aconteci-
miento “aparición de la humanidad” se ha realizado en nuestro pla-
neta, no es un milagro, es un hecho. Por lo tanto nada impide pen-
sar que ha podido tener lugar en otra parte. Aun admitiendo que ha
sido necesario un gran número de coincidencias, una multitud de
bifurcaciones favorables para que este resultado fuera alcanzado,
nuestra existencia prueba que la probabilidad de nuestro surgimien-
to, aun si era débil, no era nula. Como ese encaminarse aleatorio ha
sido repetido numerosas veces, no sería sorprendente que hubiera
hecho salir en otra parte el número ganador y realizado más de una
vez seres tan dotados como nosotros (o más) de inteligencia y de
conciencia.
Teniendo en cuenta la duración de la transmisión de las informa-
ciones con las otras galaxias (para la más cercana, la galaxia de An-
drómeda, esta duración es de dos millones de años, y ningún progre-
so técnico puede esperar reducirla), la pregunta acerca de la
presencia en otra parte de un eventual interlocutor no puede tener
respuesta. Por el contrario, puede ser formulada razonablemente
para nuestra galaxia, la Vía Láctea. Comprende alrededor de cien
millardos (1011) de estrellas. Por lo tanto es sensato buscar signos
que manifiesten la presencia en otra estrella de seres sin duda muy
36 ALBERT JACQUARD
PROBABILIDAD
Y BÚSQUEDA DE LAS CAUSAS
7 Richard Feynman, Vous voulez rire, monsieur Feynman, París, Intéréditions, 1985.
40 ALBERT JACQUARD
EL TIEMPO GRANULAR
Por grandes que sean nuestros esfuerzos, nos es imposible dar a un ob-
jeto una velocidad superior a c. Cuanto más grande es la velocidad ya
adquirida, es más difícil aumentarla. La relación muestra que, al au-
mentar el numerador, aumentamos también el denominador; cuando
nos acercamos a c, los esfuerzos tendientes a aumentar la velocidad tro-
piezan con obstáculos cada vez más insuperables. Ahora bien, lo que se
opone a la puesta en movimiento de un objeto es su masa; todo ocurre
como si esta masa se agrandara con la velocidad. De este modo somos
llevados a remplazar la masa clásicamente considerada por una masa
variable en función de su velocidad que está definida por la fórmula
M = m0 (1 – v2 / c2)–1/2 [2]
donde m0 es la masa en reposo.
Cuando v se acerca a c, el paréntesis tiende hacia cero y m aumen-
ta indefinidamente; sólo los objetos cuya masa en reposo es nula
pueden por lo tanto alcanzar la velocidad de la luz; esta cualidad es
la de los granos de luz que son los fotones.
La relación [2] puede escribirse con una buena aproximación si
v es menor que c:
m = m0 (1 + 1 / 2v2 / c2)
de donde
mc2 = m0c2 + 1 / 2m0v2
En esta ecuación, el segundo término de la derecha nos trae un
recuerdo: corresponde a la energía cinética de un objeto de masa m
lanzado a la velocidad v. Por lo tanto, también el primer término de
la derecha representa una energía: la contenida en un objeto de ma-
sa m0 en reposo.
Llegamos así a la única fórmula de física que haya destronado en
el espíritu de los estudiantes el estribillo propuesto por los historia-
dores “Marignan 1515”; el estribillo de los científicos es: “E = mc2”.
Pero hoy sabemos que esta fórmula ha tenido más consecuencias
para la humanidad que la batalla de Marignan.
Finalmente, el concepto importante no es el del tiempo mensura-
ble, representado por la letra t en las ecuaciones, sino la velocidad.
50 ALBERT JACQUARD
EL TIEMPO PERCIBIDO
Las manzanas caen de los manzanos; la Tierra gira alrededor del Sol.
Newton necesitó una buena dosis de ingenio para osar afirmar que
esos dos fenómenos se deben a la misma causa: la atracción gravita-
cional entre los objetos dotados de una masa.
Sus reflexiones se habían hecho posibles gracias a los trabajos de
Galileo sobre la caída de los cuerpos y los de Kepler, en la misma
época, sobre el movimiento de los planetas. Había comprobado que
éstos, cualesquiera que sean su masa y su distancia del Sol, se mue-
ven sobre sus órbitas respetando escrupulosamente ciertas regulari-
dades (de este modo, la relación del cubo de su distancia del Sol al
cuadrado de la distancia de su revolución es el mismo para todos).
Reuniendo el conjunto de estas observaciones, Newton muestra que
todas las constantes puestas así en evidencia son el reflejo de una rea-
lidad única, la atracción recíproca de los objetos dotados de una ma-
sa. Todas las comprobaciones, ya sean concernientes a los planetas,
las manzanas o las piedras, son compatibles con la hipótesis de que
la atracción gravitacional genera una fuerza que se puede calcular,
como hemos visto, gracias a la relación “F = G mm’ / d2”, donde m y
m’ son las masas de los dos objetos, d su distancia y G un coeficiente
de proporcionalidad, la “constante de la gravedad”.
Al contrario de tantas otras utilizadas por los físicos, esta fórmula
no es el resultado de un experimento. En efecto, el coeficiente G es
tan pequeño que la fuerza F no es mensurable directamente sino en
el caso de que al menos una de las masas m y m’ sea considerable; es
lo que se produce por la interacción entre el Sol y la Tierra o entre
la Tierra y una manzana, pero no en el caso de dos manzanas. Es ver-
dad que éstas se atraen, pero esta atracción es tan débil comparada
con la ejercida sobre ellas por la Tierra que hace falta un instrumen-
tal muy sensible y preciso para comprobar su acción. Esta fórmula
resulta de una hipótesis convalidada por las consecuencias que pue-
den deducirse y ser confrontadas en la observación.
Pero, el mismo Newton lo advertía, esta atracción permanece
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LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 53
LA VIDA RECONSIDERADA
Aquí se trata de una pregunta que había quedado hasta entonces sin
respuesta por no haber sido formulada correctamente: ¿de dónde
proviene la capacidad manifestada por ciertos objetos de resistir a la
usura del tiempo reaccionando a las agresiones, de transformarse
manteniendo lo esencial de su estructura, y sobre todo de producir
seres semejantes a ellos? Maravilladas por esos poderes, incapaces de
descubrir la causa, todas las culturas hasta ahora se han contentado
con clasificar esos objetos en una categoría especial, la de los seres
vivientes. Sus sorprendentes capacidades eran explicadas por la pre-
sencia en ellos de un principio indefinible: la vida. Pero ¿en qué con-
sistía? ¿Cómo, dónde, cuándo había aparecido ese principio? Otras
tantas preguntas quedaban abiertas.
Otro contratiempo de la misma naturaleza tuvieron los científicos
del siglo XVIII cuando quisieron dar un explicación al hecho de que
ciertos cuerpos, como la madera y el carbón, tienen la propiedad de
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60 ALBERT JACQUARD
arder dando una llama, luz, calor. ¿De dónde les viene ese poder? A
falta de una hipótesis mejor, sugirieron que esos cuerpos encierran un
principio, el flogisto, que se manifiesta en la combustión. La diferen-
cia de peso entre una brasa y las cenizas que quedan después de la
combustión corresponde a la destrucción de ese flogisto que es la ver-
dadera materia del fuego. Esta explicación debió ser abandonada por
completo cuando Lavoisier mostró que la combustión hace actuar no
sólo al objeto que arde sino también al aire que lo rodea y que resul-
ta de una reacción entre el carbono presente en el objeto y el oxíge-
no presente en el aire. En consecuencia, el concepto de flogisto per-
dió toda pertinencia y hasta la palabra desapareció. Los estudiantes de
la actualidad no la han oído jamás. La combustión ya no es un miste-
rio que necesita la intervención de un agente indefinible, no es más
que una de las manifestaciones de los procesos químicos más banales.
Un destino similar está sin duda reservado a la palabra vida. Ésta
también corresponde a una clasificación de los elementos del mun-
do real en dos categorías. En el siglo XVIII la combustión permitía
distinguir por una parte los objetos capaces de arder, por otra los
que no lo son; los primeros incluían el flogisto; los otros, no. Igual-
mente, a partir de la mirada que dirijamos sobre lo que nos rodea,
creemos poder definir dos dominios muy diferentes: el de los obje-
tos inanimados, el de los seres vivientes; los segundos fueron dota-
dos de la vista, los primeros no la han recibido.
También los mitos han contribuido a esta dicotomía, como el mi-
to de Pigmalión. Este escultor da forma a una estatua tan hermosa
que cae locamente enamorado de ella. Pero no es más que una pie-
dra, un objeto; le falta lo esencial: la vida. Está desesperado porque
ningún entusiasmo recíproco puede responder al suyo. Conmovida
por la intensidad de esa desesperación, Afrodita transforma la esta-
tua en mujer viviente; Pigmalión puede casarse con Galatea. Lo que
no era más que la imagen de una mujer se ha convertido en mujer.
Pero ha sido necesaria la intervención de una diosa para que esta
trasmutación haya tenido lugar. No se podría explicar mejor cuán in-
franqueable parecía la frontera entre inanimado y viviente.
El empleo del imperfecto en esta última frase puede provocar
sorpresa pues, en el entendimiento de muchos, esta frontera toda-
vía hoy parece muy real. Sin embargo, ha sido borrada hace alrede-
dor de medio siglo. La reaparición de ideas antiguas que habríamos
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 61
EL ADN
LA REPRODUCCIÓN
Esta hazaña ha sido posible por el hecho de que el lazo que hemos
asimilado a un tercer brazo es menos sólido que el que resulta de los
dos primeros brazos, que unen las estructuras sucesivas de un mismo
ramal. La unión entre el A situado sobre un ramal y el T situado so-
bre el otro, o entre un C y un G, puede romperse, debilitando la unión
vecina; progresivamente, los dos ramales se separan de la manera en
que se abre un cierre. Se alejan, pero los “terceros” brazos permane-
cen tendidos, listos para una base A en una nueva asociación con una
base T, para una G con una C. Esta atracción permite a cada uno de
los ramales separados reconstituir el ramal complementario. Al doble
ramal inicial le suceden dos dobles ramales idénticos; ese proceso
ocasiona una autorreproducción.
El resultado de la operación puede parecer fabuloso, sin embar-
go, este acontecimiento no esconde ningún secreto; no más, en to-
do caso, que la reacción de una molécula de ácido sulfúrico puesta
en presencia de una molécula de sosa. En el nivel elemental, cada
átomo se comporta como en todas las circunstancias, atrayendo o re-
chazando tal otro átomo en función de sus características. Pero el
entrecruzamiento de esas interacciones individuales conduce a un
comportamiento global de consecuencias considerables.
Esto no es más que un caso particular, a decir verdad espectacu-
lar, de un fenómeno banal: las propiedades de un conjunto comple-
jo no tienen medida común con las propiedades de los diversos ele-
mentos que lo constituyen. Poner en interacción es hacer posible la
aparición de poderes esencialmente nuevos. El ejemplo bien cono-
cido es el acontecimiento que se produce a cada momento en las es-
trellas. Tres núcleos de helio, compuesto cada uno de dos protones
y dos neutrones, se reúnen y fusionan, lo que produce un conjunto
64 ALBERT JACQUARD
DE LA COMPRENSIÓN A LA ACCIÓN
se esfuerzan por leer ese libro de recetas, por “descifrar” ese geno-
ma. A pesar de la importancia de la tarea (más de tres millardos de
letras en el libro de recetas de cada humano), esta investigación es-
tá cercana al final para numerosas especies. ¿Qué hacer con ese co-
nocimiento?
Toda nueva comprensión está cargada de posibilidades de acción
inéditas. En cuanto conocemos el desarrollo de una cadena causal
dispuesta por la naturaleza, somos capaces de intervenir en ciertas
etapas y de orientar la sucesión de los acontecimientos hacia el re-
sultado que deseamos.
En todos los terrenos, ya sea la mecánica, la termodinámica o el
electromagnetismo, la fecundación de la técnica por la ciencia ha si-
do espectacular, sobre todo en el siglo XIX. El desarrollo de la indus-
tria, el mejoramiento de la vida cotidiana fueron favorecidos enton-
ces por los descubrimientos teóricos de los “sabios”. Aun cuando
esos descubrimientos eran presentados en formas tan alejadas del
lenguaje común como las ecuaciones de Lagrange o de Maxwell o
como los teoremas de Carnot o de Boltzmann, eran percibidos co-
mo preparando un mundo mejor; nadie ponía en duda la equivalen-
cia entre avances científicos y progreso humano. Julio Verne podía
entusiasmar a sus lectores extrapolando el camino ya recorrido ha-
cia la dominación de la naturaleza por el Hombre.
Remplazar el misterio de la vida por el funcionamiento banal de
una molécula tiene consecuencias aun mucho más inquietantes que
los descubrimientos de los físicos o de los naturalistas de antaño.
Los seres llamados vivientes son de ahora en adelante un blanco po-
sible para nuestros proyectos. Admitir que la vida es un misterio im-
plicaba confesarse impotente ante ella; disipar ese misterio es apro-
piarse de todo lo que vive y someterlo. Ya nada escapa a nuestra
intervención.
Ha bastado menos de medio siglo para pasar del entusiasmo pro-
vocado por el descubrimiento de los mecanismos vitales que hasta
entonces permanecían secretos a la puesta a punto de técnicas que
permiten dominarlos, luego a la voluntad de utilizarlos para alcan-
zar nuestros fines. Los poderes que nos hemos conferido así son
más ricos de esperanzas y más cargados de amenazas que todos
aquellos adquiridos anteriormente: de ahora en adelante podemos
transformar los seres en su misma naturaleza, crear especies que la
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 67
RAZAS Y GENÉTICA
una imposibilidad para nuestra especie, pues los desvíos entre indi-
viduos son tales que vuelven no significativos los desvíos entre las po-
blaciones.
Los modelos teóricos desarrollados por la genética de las pobla-
ciones permiten explicar esta comprobación. Un grupo no puede
diferenciarse de los otros al punto de poder ser considerado como
una “raza” distinta si no permanece perfectamente aislado durante
un período suficientemente largo (equivalente a un número de ge-
neraciones muy superior a su efectivo). Ocurre que, en nuestra es-
pecie, no se ha producido tal aislamiento durable.
EL HECHO DE LA EVOLUCIÓN
UN MUNDO DESENCANTADO
dea; nuestra especie tenía la edad del cosmos. Según la ciencia ac-
tual, no somos más que un episodio insignificante insertado en la
historia de un Universo que prescindió muy bien de nosotros por
largo tiempo: unos cuantos millones de años transcurridos desde
nuestra separación de los otros primates no representan más que la
tres milésima parte de la duración transcurrida desde el big bang.
Comenzada con la del cosmos, nuestra historia debía prolongar-
se tanto como la suya. En la tradición bíblica, “Fin del mundo” y “Jui-
cio final” eran dos acontecimientos que debían producirse simultá-
neamente. Cuando la ciencia trata de precisar la evolución futura,
nos muestra por el contrario que el final del hombre no tiene nin-
guna razón para estar ligado a un acontecimiento cósmico. En algu-
nas decenas o centenares de millones de años (admitiendo que no
provoquemos nosotros mismos nuestra desaparición), nuestra espe-
cie conocerá la suerte de todas las que nos han precedido. Así como
los pequeños mamíferos del cretáceo aprovecharon, hace sesenta y
cinco millones de años, la desaparición brutal de los dinosaurios pa-
ra expandirse en el planeta, otras especies tomarán nuestra suce-
sión. La Tierra nos olvidará rápidamente.
Es normal que cambios de perspectiva tan radicales no puedan
ser aceptados por nuestras culturas de otro modo que lentamente.
Ellos transforman por completo la mirada que dirigimos sobre noso-
tros mismos. No nos incitan a plantear la pregunta clásica “¿Y Dios
en todo esto?”, sino más egoístamente “¿Y yo, en todo esto?”
Está claro que la ciencia no puede dar más que respuestas parciales
a semejante pregunta. En el mejor de los casos puede aportar un es-
clarecimiento sobre los mecanismos que han conducido al estado de
cosas actual. Puesto que, una vez admitido el hecho de la evolución,
falta precisar los procesos que la han provocado. Es forzoso reconocer
cierta impotencia: las teorías a este respecto debieron ser profunda-
mente modificadas a medida que progresaban los conocimientos.
EL MOTOR DE LA EVOLUCIÓN
CARNEROS
[90]
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 91
li lr
T = —— + ——
ci cr
l l
T = ——— + ———
ci cosi cr cosr
sen i sen r
∆T = ——— ∆i + ——— ∆r
cicos2i cr cos2r
D (— ∆i ∆r
∆ (ab) = ——— + ——— = 0
cos2i cos2r
DE DEMÓCRITO A LAPLACE
DE LAPLACE A POINCARÉ
DE POINCARÉ A PLANCK
DE LA EXCITACIÓN A LA SENSACIÓN
ce”, Revue canadienne de psychoéducation, vol 12, núm. 1, 1983, pp. 3-17.
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 115
y
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 117
COEFICIENTE DE CORRELACIÓN
CORRELACIÓN Y CAUSALIDAD
EL ESPACIO “REAL”
las armas, con gran sorpresa del viajero que pasaba por ese campo
aparentemente otra vez apacible pero donde se oía la batahola de
la batalla.
Por supuesto, esta historia de la transferencia del ruido a través
del tiempo por medio de la congelación del aire nos parece absur-
da, y Rabelais ha debido de divertirse bastante cuando la escribió;
pero si alguien le hubiera anunciado que el ruido sería un día tras-
mitido casi instantáneamente a través del espacio hasta las comarcas
más lejanas, habría encontrado esta predicción más absurda aún. Y
este absurdo se convertiría para él en pura locura si le hubieran ex-
plicado que esa trasmisión no utilizaría de ninguna manera el aire,
objeto bien concreto del que se puede imaginar que el frío puede
congelarlo, sino ondas propagándose en el espacio, sin que ese espa-
cio esté ocupado por otra cosa que el vacío. Congelar el aire y los so-
nidos que éste transporta era finalmente una idea aparentemente
más razonable que confiar esos sonidos a ondas hertzianas que no
tienen necesidad de nada para propagarse. Sin embargo, esta segun-
da idea es la que se revela realista, al precio de un cuestionamiento
profundo de nuestra concepción del espacio.
Convengamos en que el espacio real, ése en el que nos movemos,
en el que se producen los acontecimientos que presenciamos, esca-
pa a nuestra comprensión; además, las diversas disciplinas científicas
no hablan más a menudo acerca de otra cosa que no sea él.
F = Gmm’/d2
Para que los dos términos de esta ecuación tengan la misma di-
mensión, es necesario que
G = FL2/m2 = L3m–1T–2
Todos los conceptos o parámetros que acabamos de citar pueden
por lo tanto ser expresados en función de los tres términos L, m y T.
Recíprocamente, estos términos pueden ser expresados en función
de tres de esos parámetros elegidos arbitrariamente. Tomemos por
ejemplo tres de las ecuaciones escritas arriba, las que expresan la di-
mensión de V, de A y de G. Un simple cálculo nos permite compro-
bar que GAV–5 = T2; dicho de otro modo, el tiempo tiene una dimen-
sión dada por
T = (GAV–5)1/2
Este jueguito puede parecer vano. En realidad, esta última ecuación
pone en evidencia una propiedad inesperada de nuestro Universo.
En efecto, la física de las partículas está fundada sobre la comproba-
ción de que una acción A no puede ser inferior a un umbral medido
por la “constante de Planck” h; por otra parte, sabemos desde Eins-
tein que ninguna velocidad V puede ser superior a la velocidad de la
luz c. Si remplazamos en esta ecuación los símbolos G, h y c por sus
valores, que ahora son conocidos con una gran precisión, nuestra úl-
tima “ecuación de las dimensiones” nos muestra, como lo hemos ya
citado, que T no puede ser inferior a 5.4 X 10–44 segundos.
Medidas y razonamientos sobre realidades tales como la intensi-
dad de la atracción gravitacional, aparentemente bien alejados del
concepto de duración, desembocan así sobre la comprobación de
que ningún acontecimiento puede tener una duración inferior a cier-
to umbral; el tiempo es granular.
Lo mismo que el tiempo, la longitud y la masa pueden ser expre-
sadas a partir de las “dimensiones” G, A y V. Por lo tanto es posible
presentar la dinámica introduciendo nada más que esas dimensio-
nes. El ejercicio puede parecer inútil; tiene el mérito de mostrarnos
cómo la elección habitual de L, m y T ha sido arbitrario.
La existencia de una velocidad absoluta de la luz, por ejemplo, es
el signo de una mala elección inicial de las dimensiones tomadas
128 ALBERT JACQUARD
Los profesores de matemáticas que lean este capítulo pensarán sin du-
da que asumo el papel de Don Quijote atacando ilusorios molinos de
viento. ¿Cómo podrían sus alumnos caer víctimas de las trampas que
denuncio y acerca de las cuales ellos los han prevenido? Sin embargo,
la experiencia prueba que numerosos jóvenes han sido apartados por
un sistema educativo que utiliza, lamentablemente, las matemáticas
como herramienta de selección. Es verdad que éstas dan la ilusión,
más que ninguna otra disciplina, de permitir separar con objetividad
el buen grano de los que comprenden y saben separar la verdad del
error de los que no comprenden. Pero ése es un uso perverso de su ri-
gor. Un fracaso en matemáticas no prueba de ninguna manera que el
alumno “no está capacitado”; prueba que le han enseñado mal.
Se trata en efecto del ejercicio de base del mecanismo intelectual.
Antes de correr, saltar, andar en bicicleta, un niño aprende a cami-
nar; del mismo modo, antes de expresar o discutir ideas, hay que en-
señarle el juego del razonamiento. Este juego debe serle presentado
de modo que le aporte satisfacción, placer y hasta, a veces, una sen-
sación de triunfo, el triunfo obtenido sobre la dificultad de com-
prender, una victoria sobre sí mismo, no sobre los demás. Pues, en
matemáticas, la etapa de la no-comprensión forma parte del camino
normal, se trata de una situación provisoria de la que es fácil salir a
condición de definir con precisión las palabras empleadas.
Por desgracia, la enseñanza, tal como es impuesta por las directi-
vas oficiales, parece sentir un maligno placer en ocultar con formula-
ciones incomprensibles los caminos sin embargo claros del razona-
miento; como si sólo algunas mentes superiores fueran capaces de
seguirlos. Un ejemplo pintoresco lo da una “profe” de matemáticas12
a propósito de la composición y de la inversión de las funciones…
Clásicamente se asienta fog la composición de la función f y de la fun-
ción g, es decir, la operación consistente en operar la transformación
[131]
132 ALBERT JACQUARD
Admitimos ante todo que esos pares pueden ser multiplicados por un
número empleando la regla simple: multiplicar un par por el número
k, es multiplicar cada uno de los miembros del par por ese número
k (a, b) = (ka, kb)
Luego imaginamos combinar esos pares dos a dos, es decir defi-
nir un par a partir de otros dos, por medio de dos operaciones:
—Una, a la que se llama “suma” abusivamente pero que en reali-
dad es un conjunto de dos sumas. Para diferenciarla de la suma or-
dinaria a partir de ahora la escribiremos en negrita: suma; está re-
presentada por el signo +, también en negrita, con la regla:
(a, b) + (c, d) = (a + c, b + d) [1]
[por ejemplo (7,4) + (3,5) = (10,9)]
Señalemos que, en el término de la derecha de esta igualdad, el
signo + está escrito en caracteres ordinarios, pues representa la vieja
suma habitual.
—Una segunda, designada más abusivamente aún por el término
“multiplicación”, que es en realidad un conjunto de varias operacio-
nes. Para distinguirla de la multiplicación ordinaria, la escribiremos
en negrita y representaremos esta multiplicación por el signo X, tam-
bién escrito en negrita, con la regla:
(a, b) X (c, d) = (ac–bd, ad + bc) [2]
[por ejemplo (7,4) X (3,5) = (1,47)]
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 135
puesto que cada mano podría ser ganada tanto por A como por B.
Se comprueba que diez desarrollos de longitudes desiguales son en-
carables teniendo en cuenta la regla convenida. Al final de cada uno
de estos trayectos está indicado lo que recibiría A: 64 pistolas o 0, se-
gún haya ganado o no tres manos.
En cada bifurcación es posible calcular el valor de la ganancia
que A tiene derecho a esperar: en el punto marcado Y, sabe que re-
cibirá, después de la jugada a efectuarse, ya sea 64 ya sea 0, y cada
uno de estos casos es equiprobable; por lo tanto puede estimar que
esta posición “vale” 32 pistolas. Igualmente, en Z esta esperanza va-
le 48, pues con una posibilidad sobre dos recibirá 64 y con una so-
bre dos se encontrará de nuevo en Y, que vale 32. Prosiguiendo ese
retroceso hacia el acontecimiento real que es la primera mano ga-
nada por A, se comprueba que finalmente, en X, esta esperanza va-
le 44 pistolas. Por lo tanto es lógico repartir la apuesta dando 44 pis-
tolas a A y 20 a B. El hecho de haber ganado la primera mano está
largamente a favor de A; más sin duda de lo que indica la intuición,
pero el razonamiento cumplido es bastante riguroso como para que
los dos jugadores se muestren de acuerdo sin discutirla con esta
conclusión.
140 ALBERT JACQUARD
ALGUNAS DEFINICIONES
F M Total
En estos dibujos, cada punto representa una etapa, cada trazo una
información suplementaria. Así, el punto a representa la designación
de un individuo; el trazo a-b la información “es de sexo masculino”,
el trazo b-d “es de izquierda”. El punto d representa entonces la com-
probación “el individuo designado es un hombre de izquierda”. Lo
mismo en el segundo dibujo, el trazo a-h representa la información
“es de izquierda”, el trazo h-j “es de sexo masculino”, el punto j tie-
ne por lo tanto la misma significación que el punto d.
Según nuestro cuadro de efectivos, el punto a correspondiente al
suceso “es un miembro de la población” tiene la probabilidad 1; el
punto b “es de sexo masculino”, la probabilidad 0.8; el punto d “es
un hombre de izquierda”, la probabilidad 0.6. El camino a-b ha mul-
tiplicado la probabilidad por 0,8; el camino b-d la ha multiplicado
por 0.75. ¿Qué representa este último número? Éste también es una
probabilidad, la probabilidad de que el individuo sea de izquierda
sabiendo que es de sexo masculino. Lo mismo el camino c-f , que ha-
ce pasar de la probabilidad 0.2 “una mujer” a la probabilidad 0.05
“una mujer de izquierda”, multiplica la probabilidad por 0.25; este
número es la probabilidad de “ser de izquierda sabiendo que se es
una mujer”. Estas probabilidades que introducen el término “sabien-
do que…” son definidas como “probabilidades condicionales”. Pre-
cisemos este término de manera más formal.
Sean E1 y E2 dos sucesos definidos sobre una misma prueba; ano-
tamos (E1 ∩ E2) su “intersección”, es decir el conjunto de los resul-
tados traen aparejados a uno y otro; la probabilidad condicional de
E1 sabiendo que E2 se ha producido, que anotamos P (E1 | E2) es
definida por
P (E1 | E2) = P (E1 ∩ E2)/P (E2)
lo que puede escribirse
P (E1 ∩ E2) = P (E2) P (E1 | E2) [3]
y, por simetría
P (E1 ∩ E2) = P (E1) P (E2 | E1) [4]
Cuando los dos sucesos son independientes, es decir cuando el
conocimiento de la aparición de uno no modifica la probabilidad
del otro, las ecuaciones [3] y [4] se escriben
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 145
UN EJEMPLO MÉDICO
entre ellos difícilmente pueda ser descrita con palabras: las madres
de sus padres eran hermanas, sus padres eran medios hermanos,
dos de sus bisabuelos eran hermano y hermana, primos de un terce-
ro, tíos de un cuarto… Tomar en cuenta de todos los recorridos de
los genes que implicaban identidad desembocó en un coeficiente
de parentesco de 0.37 más de la mitad que para hermanos o herma-
nas “ordinarios”.
152 ALBERT JACQUARD
ENCONTRARSE O JUZGAR
Por una aberración cuya rareza ya no nos resulta evidente, tanto for-
ma parte de nuestra vida diaria, los actores del sistema educativo es-
tán encargados de ejercer dos funciones: por una parte ayudar a los
alumnos, a lo largo de su escolaridad, a construir su inteligencia; por
otra parte a juzgar, al fin de curso, el resultado de sus esfuerzos, y dis-
tribuir recompensas y reprobaciones.
Es verdad que estas dos funciones, en ciertas circunstancias, pue-
den reforzarse mutuamente, pero más a menudo son antinómicas, a
veces incompatibles. Es necesario elegir su terreno. Estar en el terre-
no del alumno consiste en no buscar, en toda ocasión, más que el
progreso de su comprensión, la puesta en orden de una mirada a la
vez autónoma y lúcida sobre el mundo. No se trata de ser laxista, de
aceptar los errores sin reaccionar, sino de utilizar esos errores para
progresar.
Al contrario, estar en el terreno opuesto es corregir un examen
con el único objetivo de expresaar un juicio, ya sea en una forma
abrupta : “aprobado” o “aplazado” o, lo que es peor, en la forma más
dosificada de una nota en cifras, encerrando al candidato en el uni-
verso unidimensional de una jerarquía.
Es posible que esta segunda función sea necesaria para que la so-
ciedad pueda funcionar respetando las reglas admitidas en común.
156 ALBERT JACQUARD
Para la mayoría de las culturas, las reglas de la vida en común son vis-
tas como el reflejo de un contrato entre el Hombre y Dios, lo que re-
sume Ivan Karamazov al exclamar: “Si Dios no existe, todo está per-
mitido.” Entonces, los razonamientos o los hechos aportados por la
ciencia no tienen ningún papel que desempeñar en la búsqueda de
comportamientos que permitan vivir en conjunto.
El contrato presentado por las religiones resulta a menudo de
una revelación en el curso de la cual Dios se ha expresado. Hace al-
gunos milenios, Moisés subió al Sinaí; allá oyó la palabra de Dios y
bajó con las Tablas de la Ley que prescribían sus mandamientos al
pueblo judío. Hace catorce siglos, Mahoma oyó la palabra de Alá y
la retrasmitió a los que lo rodeaban, fijando así las reglas de vida del
mundo musulmán. La Biblia, el Corán, otros textos considerados co-
mo sagrados, precisan, en nombre de Dios, cómo deben comportar-
se los hombres unos con otros; constituyen los fundamentos de la
moral.
Mientras esas revelaciones no son objeto de duda, las únicas difi-
cultades resultan de cambios en las condiciones de la vida en co-
mún, en especial de los nuevos poderes proporcionados por los ade-
lantos técnicos. Esas innovaciones pueden causar una incoherencia
entre los ritos y los medios de actuar. De modo que hay que modifi-
car la interpretación de la palabra divina adoptada hasta entonces y
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 163
adoptar nuevas reglas de vida. Las asambleas de los sabios están en-
cargadas de esas puestas al día.
La actitud de la Iglesia de Roma dio un ejemplo cuando, en el si-
glo XI, se enfocó un nuevo medio para hacer la guerra: la ballesta.
Esta arma es tan eficaz que trastorna el equilibrio de las batallas y
acrecienta dramáticamente el número de víctimas (el rey de Inglate-
rra, Ricardo Corazón de León, a pesar de su coraza fue matado por
un tiro de ballesta). Entonces la cuestión fue planteada a las autori-
dades de la cristiandad: ¿el uso de esta arma es moralmente acepta-
ble? Un concilio reunido en Letrán en 1139 estimó posible respon-
der interpretando las Sagradas Escrituras. Aun si la respuesta hoy
nos parece pintoresca (uso prohibido en las batallas entre cristianos,
permitido en combates contra no cristianos), las reglas de la moral
habían sido estiradas hacia problemas nuevos sin que las bases de esa
moral hubieran sido quebrantadas.
Ése ya no es el caso cuando algunos expresan una duda acerca de
la realidad de la palabra revelada. Por definición, esta revelación es-
capa al dominio de lo probable, que es el de la ciencia. Ningún ar-
gumento científico puede demostrar que Moisés ha oído verdadera-
mente la palabra de Dios ni demostrar lo contrario. Creer pertenece
al dominio de la fe, no al de la razón razonante.
Aun si esta realidad es admitida y la sinceridad del que ha recibi-
do la revelación no está cuestionada, la inevitable interpretación del
mensaje despoja a éste de su carácter absoluto. Ha sido, necesaria-
mente, traducido a un lenguaje humano, el de un país, de una épo-
ca; ha sido comprendido en cierto contexto histórico en función de
una cultura trasportadora de valores específicos; puede ser com-
prendido de forma muy diferente en otro contexto.
Los fundamentos de la moral sexual propuestos por la religión
cristiana en la Primera Epístola a los Corintios dan de ello un ejem-
plo caricaturesco. San Pablo describe allí las relaciones entre hom-
bres y mujeres tal como eran deseados, según él, por Dios. Funda su
razonamiento en el hecho, relatado en el Génesis, de que la mujer
ha sido “sacada del hombre”; de lo cual concluye que le debe ser so-
metida. La historia pintoresca de la costilla de Adán que sirve para
modelar a Eva hoy ya no puede ser mirada de otro modo que como
una leyenda; tomarla como punto de partida de una moral corre el
gran riesgo de poner en evidencia su carácter arbitrario, de justificar
164 ALBERT JACQUARD
LA GUERRA NUCLEAR
llegando del Este, otros del Oeste, confrontó las conclusiones a las
que llegaban sus simulacros de un conflicto poniendo en acción las
armas nucleares A y H. De ese modo apareció el concepto de “invier-
no nuclear”; los cambios de clima provocados por la explosión aun
débil del stock de bombas disponible pondrían en peligro la super-
vivencia de la humanidad. El equilibrio del terror que se mantenía
fuera como fuere desembocaba en una cuestión propiamente “mo-
ral”: ¿qué objetivo humano merece que, para defenderlo, se encause
la existencia de la humanidad?
También las autoridades religiosas han reaccionado con lentitud
a este cambio radical de naturaleza de las herramientas empleadas
para hacer la guerra. En Francia no fue hasta 1983 que la asamblea
de los obispos se planteó la cuestión de la legitimidad de la posesión,
del uso eventual o de la amenaza de empleo del arma nuclear: sólo
dos prelados sobre cien expresaron reservas.
De hecho, los primeros en atreverse a reflexionar sobre las conse-
cuencias de lo que habían desencadenado fueron los teóricos de la
física, pero no supieron provocar una toma de conciencia colectiva.
Einstein, Oppenheimer, han sido de aquellos cuyos descubrimientos
han hecho posible la realización de la “bomba”; comprobando las
catástrofes humanas en preparación, consagraron, individualmente,
el fin de su vida a luchar contra su empleo, sin éxito pero conservan-
do la esperanza de que su mensaje sería oído algún día.
Esta lucha es difícil, pues se trata de oponerse a ideas en otra época
razonables y que se han vuelto locas. Era cierto, pero ya no lo es, que
para vencer en un conflicto es necesario ser el más fuerte. (“Vence-
remos porque somos los más fuertes”, decían los afiches fijados en
París en abril de 1940). Hoy, vencer no tiene objeto si el vencedor es
atrapado en el invierno nuclear provocado por su propia victoria. El
arma nuclear pone en cuestión hasta las definiciones del Bien y del
Mal. La renovación conceptual necesaria puede ser obtenida más fá-
cilmente dirigiéndose a los científicos habituados a los cambios de
paradigmas que a los especialistas de la moral cargados de viejas cer-
tezas.
LA CIENCIA PARA NO CIENTÍFICOS 167
EL GENIO GENÉTICO
La ciencia cantando 9
ALGUNOS CONCEPTOS 19
El Universo 23
Las constantes universales 31
El tiempo 38
Gravitación y curvatura del espacio 52
La vida, el flogisto y el ADN 59
Gametos y procreación 68
La evolución 77
Finalidad, determinismo, azar 90