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DE LA REVOLUCIÓN MEXICANA
Javier de Navascués
Universidad de Navarra
RESUMEN
Se analizan las relaciones entre imágenes oficiales y los discursos literarios en la década del
treinta en México. Por entonces, las interpretaciones sobre la Revolución estaban fuerte-
mente influidas por la idea de que la colectividad era responsable y consciente de su propio
destino político. En esta línea analizamos las novelas de dos autores de la época, Gregorio
López y Fuentes y Rafael F. Muñoz.
PALABRAS CLAVE: Revolución mexicana, novela histórica, literatura y política, Gregorio Ló-
pez y Fuentes, Rafael Felipe Muñoz.
ABSTRACT
«Masses and «caudillos» in the novel of the Mexican Revolution». This paper deals with the
relationships between official images and literary discourses during 30’s in Mexico. Inter-
pretations of Mexican Revolution were influenced by the idea of human masses concerned
with their own political destiny. According to this point of view, we analyze novels by two
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Es significativo lo que comenta Krauze sobre los intelectuales (incluidos militares ilustra-
dos como Felipe Ángeles) en torno a Pancho Villa: «Se acercan a Villa con la misma actitud de aquel
médico ilustrado frente al enfant sauvage: para enseñarle lo que desde el principio de los tiempos
debe y no debe hacerse» (Krauze, 1997: 162). Esta función rectora del letrado ya fue señalada para la
literatura por Ángel Rama en La ciudad letrada.
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Lo cuenta Edith Negrín (1999: 180-181).
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Se trata de una novela indigenista que solo tiene como telón de fondo al período
postrevolucionario en la tercera parte del libro. Antonio Magaña (1974) se pregunta por qué razón
Castro Leal no la incluyó entre las novelas de la Revolución, pero las razones que aduce son mera-
mente artísticas y no atañen estrictamente al tema.
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Según Clark d’Lugo, «Gregorio López y Fuentes adapts into narrative the 1920s policy of
dissemination of mythologies of the nation via muralism» (1997: 51).
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Otras obras suyas son Arrieros (1937), Acomodaticio (1943), Los peregrinos inmóviles (1944),
Entresuelo (1948) y Milpa, potrero y monte (1951). López y Fuentes murió en Ciudad de México en
1966.
CAMPAMENTO (1931)
Quizá lo más destacable sea el carácter anónimo de los personajes que com-
ponen la novela. Ninguno aparece mencionado con su nombre propio, recurso que
el autor repite en obras sucesivas7. Las figuras de la trama son tan solo el médico, el
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Así habla Zapata cuando llegan a sus oídos ciertas calumnias sobre él: «No es verdad; y si
lo hubiera sido, no tendría para qué negarlo. Si lo dicen es para pintarme como un ingrato» (Varios
1960: 240). Parece un registro poco verosímil para el líder revolucionario del sur.
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Procedimiento que, por su repetición mecánica, no ha dejado de tener sus críticas. Res-
pecto de otra novela suya, Los peregrinos inmóviles, comenta Bigas Torres: «Su falla, creemos, es el
aspecto técnico: no consiguió darle verdadera vida a los personajes, especialmente a los que transitan
por el mundo del pueblo de la meseta» (Sylvia Bigas Torres 1990: 92).
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María del Mar Paúl Arranz observa que «aquí el tiempo asumirá un valor funcional claro,
y López y Fuentes lo manipulará de acuerdo con los intereses de la trama, imponiendo a ésta un
ritmo fluctuante» (Paúl Arranz 1999: 64).
La peonada camina por la estrecha vereda. Son unos cien hombres. Todos llevan
sus machetes, esos largos machetes que lo mismo sirven para cortar un arbusto que
para derribar una cabeza. (Gregorio López y Fuentes, en Varios 1960: 215).
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Cuando es necesario evacuar la ciudad, desfilan al son de su tambor. Van tan indi-
ferentes como a la entrada. Saben que no huyen, sino que salen para regresar no
saben cuándo. Si no regresan, saben que algún día deben encontrarse todos en el
sitio designado por sus religiones a los que mueren en la guerra (Gregorio López y
Fuentes, en Varios 1960: 248).
De las serranías del Ajusco bajan los zapatistas. Otros han llegado por las calzadas
que proceden de los pueblos indígenas. Cordones interminables que predominan
los enormes sombreros chilapeños, la blusa y los anchos calzones. Cargan con una
fama de horror.
Por el lado opuesto de la División del Norte, una muestra de lo que es el villismo.
Las dos marejadas se juntan, se mezclan. Son las dos fuerzas aliadas. La provincia
se ha concentrado en la ciudad y ésta, tímida, se entrega hecha un cuartel (Grego-
rio López y Fuentes, en Varios 1960: 248).
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Es notable, sin embargo, que algunas versiones hagiográficas de Zapata nieguen todo
desorden (Lola Elizabeth Boyd: Emiliano Zapata en las letras y el folklore mexicano, Madrid, Porrúa
Turanzas, 1979, pp. 69-71).
México10. Algo menor es el refrendo literario. Entre otras piezas, deben destacarse el
drama Emiliano Zapata de Mauricio Magdaleno o la novela de López y Fuentes,
aparte de referencias en otros autores como Martín L. Guzmán, Mariano Azuela,
Vasconcelos, Rojas González, etc. En su novela, López y Fuentes da relieve a la
figura del caudillo, lo que ha servido a la crítica para apuntalar a Tierra como la
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excepción al colectivismo estético del autor. Sin embargo, la aparición del caudillo
con su nombre y apellidos no significaría una abolición del sentido colectivista y
esencialmente anónimo de la Revolución. Más bien, al contrario, no es sino una
manifestación retórica del profundo antiindividualismo que la sostiene, ya que el
héroe, en el discurso de López y Fuentes, pero también en cualquier otro discurso
revolucionario, encarna valores sublimados de la comunidad en combate. Al elevar
a Zapata a la categoría de hombre mítico e inmortal, se subraya de nuevo el carácter
abstracto y utópico de una Revolución superviviente por encima de quienes la
abanderaron físicamente. Zapata se erige, pues, en un icono de la imaginación co-
lectiva. La propaganda revolucionaria explotó su imagen mucho más que la de
otros caudillos, en buena parte porque encarnaba la figura de un perfecto campesi-
no en armas del sur del país. No es casual, quizá, que la disposición de algunos
carteles presente al héroe enfrente de la masa revolucionaria, en términos de igual-
dad con ella (fig. 2). Así pues, consciente de la transformación del individuo con-
creto, de su «resurrección» por obra y gracia de un mito aprovechable para su dis-
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Véanse los corridos recogidos en el libro citado de Lola E. Boyd.
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Y se vuelve aquí a mostrar la complicidad ideológica del autor con el tiempo político que
le toca vivir. La presidencia de Cárdenas refrenda el final de los antiguos caudillos revolucionarios
que ceden paso al aparato burocrático del nuevo estado. Significativamente, el último de los grandes
generales y caciques, Saturnino Cedillo, murió asesinado durante el cardenismo.
Por entonces me preocupó mucho el anonimismo. Había soñado con que mis
hechos de armas fueran conocidos y ni una sola vez las gentes dijeron al verme:
– Ahí va el general... (Gregorio López y Fuentes, en Varios 1960: 286).
No estamos peleando por venganza. La Revolución es algo más, que nos exhibe a
los hombres en toda nuestra insignificancia: es la inconformidad del pueblo con su
miseria [...] Eso es la Revolución. Madero, Orozco. Nombres nada más. Nosotros
no debemos personificar las ideas, porque el pueblo se aleja más fácilmente de los
hombres que de las tendencias. No es preciso que sea Orozco el que triunfe sobre
Madero, ni Madero el que se imponga sobre Orozco; es preciso que sea el pueblo
el que triunfe, a pesar de los errores, de las pasiones, de las locuras, de los odios... y
a pesar de los hombres (Rafael F. Muñoz, en Varios 1960: 825).
Hasta aquí todo encaja en los parámetros que hemos revisado en López y
Fuentes. Sin embargo, no deja de resultar levemente paradójico que el autor de
estas líneas escribiera una biografía de Santa Anna (al que consideraba uno de sus
mejores personajes literarios), que terminara unas Memorias de Villa y que, sobre
todo, dedicara al caudillo del norte, una de sus más celebradas novelas, ¡Vámonos
con Pancho Villa! (1931). Muñoz no se aparta de esa fascinación por Villa, compar-
tida por tantos intelectuales y escritores de la Revolución desde Martín L. Guzmán
a Nellie Campobello. «Una especie de Huitzlipochtli: espantoso pero enorme», dice
nuestro autor del revolucionario norteño en una entrevista con Emmanuel Carballo
(1965: 273). En el fondo, Muñoz desnuda ciertas contradicciones en medio de ese
discurso colectivista que López y Fuentes había adoptado con férrea coherencia.
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Actualmente, el subcomandante Marcos se tapa el rostro con un pasamontañas para dar
una impresión de anonimia. Pero, al mismo tiempo, la intención anómica se deconstruye cuando el
pasamontañas de Marcos se convierte en un signo de identidad individual inequívoco y se acompaña,
además, de una pipa que le arroga simbólicamente un estatuto distinto de los indígenas. En el fondo,
es la necesidad de dar nombre y apellidos a un levantamiento, por mucho que se insista en que no hay
líderes y que la misma colectividad es la protagonista única. Desde este ángulo, la imagen del
subcomandante no estaría tan lejos de la retórica intelectual como la de Muñoz o López y Fuentes.
BIBLIOGRAFÍA
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