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La Esfera Pública Ya No Es Lo Que Era
La Esfera Pública Ya No Es Lo Que Era
red privatizada y diseñada para beneficiar a un puñado de grandes tecnológicas. El resultado es que ahora la
información se halla más centralizada que nunca
Estamos, por tanto, ante una grave erosión no solo de la legitimidad y el ordenamiento
informativo que han aportado a la discusión pública los medios de comunicación, sino
también ante un problema epistemológico de primer orden. La famosa sentencia de
Friedrich Nietzsche “no hay hechos, solo interpretaciones”, cobra nuevos significados. De
la subjetividad filosófica de la interpretación individual a la que se refería el filósofo damos
paso a nuevas formas de subjetivación colectiva que difuminan y empobrecen los espacios
de discusión y entendimiento públicos. Se achican esos espacios y se vuelven diques
ideológicos gobernados por los resortes emocionales de las interpretaciones y la
claustrofobia de las “cámaras de eco”.
Tres procesos políticos recientes no se podrían entender sin analizar el papel de estas
nuevas dinámicas en la esfera pública: el Brexit, la elección de Donald Trump y el procés
en Cataluña. Tres procesos de naturaleza política muy distinta que comparten el
desfondamiento de la esfera pública como espacio de discusión racional y entendimiento
colectivo. O, como lo resumió atinadamente Máriam Martínez-Bascuñán en estas páginas:
“Lo que se ha roto es la conversación pública…, los bandos en liza habitan en realidades
paralelas… encerrados en una verdad tiránica”.
Aunque las cifras del Reuters Institute se centran en Reino Unido, grosso modo, se
pueden extrapolar a buena parte de las democracias occidentales que habían conseguido
establecer opiniones públicas vigorosas e informadas en el modelo Habermasiano
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(comunidad de “personas privadas reunidas como un público que articula las necesidades
sociales con el Estado”).
Las fuentes pierden relevancia y autoridad al tiempo que se aplanan las jerarquías
Para constatarlo solo hace falta analizar el testimonio que ofrecieron en noviembre pasado
tres grandes tecnológicas —Twitter, Facebook y Google— al comité de inteligencia del
Congreso estadounidense. Facebook reconoció por primera vez que a lo largo de la
elección presidencial de 2016, 126 millones de personas (más de un tercio de la población
estadounidense) estuvieron expuestas a las fake news diseminadas mayoritariamente por
intereses rusos. La compañía dio a conocer también por vez primera los contenidos de
algunos de los miles de anuncios electorales producidos por la agencia paraestatal de
propaganda rusa Internet Research Agency. Un nuevo tipo de publicidad electoral solo
accesible por emisor y receptor que elude todas las regulaciones, estándares de
transparencia y mecanismos de rendición de cuentas electorales. Publicidades diseñadas
para manipular segmentos clave de la opinión pública y taladrar mensajes tipo los 350
millones de libras semanales que supuestamente se ahorraría Reino Unido si ganaba la
campaña del Leave en el referéndum o el “no saldremos de la Unión Europea” de los
independentistas catalanes.
Lo que nos lleva a un aspecto fundamental del cambio de modelo de esfera pública: la
privatización —y comercialización— de la conversación. En menos de 25 años hemos
pasado de la utopía del Internet libertario de los años noventa y la primera década del
nuevo siglo a una red privatizada y diseñada como escaparate comercial para beneficiar
los intereses de un puñado de grandes tecnológicas. Sistemas expresamente diseñados
para lucrar con la llamada “economía de la atención” a través de una selección sesgada
que intencionalmente apela a los extremos del discurso político. Una conversación
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“pública” irónicamente mantenida dentro y reglada por plataformas tecnológicas privadas
(uwalled gardens se les llama en el mundo del software). El famoso “el medio es el
mensaje” (1964), de McLuhan, llevado a su apoteosis.
Diego Beas es analista político. Es autor del libro La reinvención de la política (Península).
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