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Introducción
Cuando Adán y Eva pecaron perdieron la capacidad de dominar sus emociones,
deseos e impulsos, el pecado se apoderó de ellos y dominó sus acciones, condenaron a sus
descendientes (la raza humana entera) a vivir una lucha espiritual interna, y entre más
avanzamos en la historia humana menos control poseemos de nosotros mismos, el mismo
apóstol Pablo experimentó esta terrible realidad cuando escribió:
Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo
que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si
lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien
hace aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no
mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien
que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo,
sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal
está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley
en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del
pecado que está en mis miembros. !!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de
muerte? (7:14-24)
¿Cómo podemos asegurar el éxito en esta lucha interna contra nuestras inclinaciones
naturales? ¿Encontró Pablo solución a su propia lucha?
Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de
la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí,
para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la
ley. Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia,
lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las
cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no
heredarán el reino de Dios.
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. Pero los que son de Cristo han
crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también
por el Espíritu. (Gálatas 5:16-25)
Conclusión
El apóstol Pablo descubrió en su propia vida que, desde que Adán y Eva pecaron, todos los
seres humanos somo seres imperfectos vendidos al pecado, que no tenemos la capacidad
absoluta de controlar nuestras acciones y deseos sino que nos gobierna una naturaleza de
pecado, el le llama la naturaleza carnal ¿Cómo vencerla entonces? ¿Cómo podemos ser libres
de ella? En su carta a los Gálatas él nos enseña:
1. Reconocer que todos enfrentamos este conflicto.
2. Alimenta los deseos del Espíritu y no los de la carne.
3. Una persona que está en rebelión contra DIos indudablemente estará gobernada por su
naturaleza carnal. Y eso se reflejará en sus acciones. La consecuencia final será la
muerte eterna.
4. Si permitimos que el Espíritu Santo gobierne nuestra vida y sometemos nuestra
voluntad y deseos a él, se producirá en nuestro interior su fruto que es un carácter
como el de Cristo, una vida santificada.