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2015

Instituto Bíblico
Presbítero
Eusebio Herrera

Gramática
REPORTE DEL LIBRO: “EL MÁRTIR DE LAS CATACUMBAS”
ISAAC CECILIO CARREÓN ZAVALA

Maestra: Mirna Guadalupe Pulido Elenes


Sucedió un día común, 2 amigos visitaban el Coliseo Romano como
comúnmente solían hacerlo cuando tenían el día libre y había una celebración
en la Ciudad, fue un común día, pero pasó algo que hizo que uno de esos 2
hombres tuviera un ardiente deseo de conocer la Verdad, pues ese hombre
supo desde que un grupo de jovencitas bellas e inocentes pasaran al centro de
ese enorme Coliseo y enfrentaran al terror de los terrores con aquella valentía
y dulzura, cantando un hermoso canto que decía: “Al que nos amó, y nos lavó
de nuestros pecados con Su sangre…” que tenía que conocer al Dios de los
cristianos, él supo que ni la más alta filosofía que había estudiado toda su vida,
o la más alta preparación en el ejército le podía dar aquella valentía, pero sobre
todo aquella alegría con la que esos tipos llamados cristianos enfrentaban la
muerte, él quería conocer el secreto de los cristianos. Y así comienza la historia
de este emocionante libro llamado “El mártir de las catacumbas”. Nos
remontamos a Roma, en la época de los primeros 300 años de la Iglesia
Cristiana, periodos de intensa pero necesaria persecución, muy tristes, pero
los labios de quienes debían pronunciar lamentos brotaban voces de
alabanza pues el Dios de toda Gracia traía sobre Su pueblo, como también hoy
en día, consuelo y paz, esa paz que sobrepasa todo entendimiento. El libro
trata de un soldado, alguien con un cargo que le había tomado muchos años
ganar, su trabajo era su vida y lo hacía con gusto, sin embargo tenía un vacío
en su corazón, no estaba satisfecho a pesar de tanto sacrificio, los placeres
temporales de esta vida no lo satisfacían, hacía falta algo en su vida, y su
conciencia empezó a moverlo a la incertidumbre desde aquel día que visitó el
Coliseo, al ver a esas jovencitas enfrentar la muerte sin temor alguno, él estaba
demasiado preparado y como un buen soldado podía enfrentar la muerte si
ésta llegaba, pero al parecer estas jóvenes disfrutaban de su martirio, era
como si estuvieran esperando ese momento desde hacía un tiempo, y
cantando ese peculiar canto que resonaba en su corazón: “Al que nos amó, y
nos lavó de nuestros pecados con Su sangre…” producía en él un efecto tan
profundo que lo llevó a platicar con su mejor amigo, que había estado
acompañándolo desde hacía varios años, incluyendo las visitas al Coliseo
romano, le planteó a su amigo el deseo de su corazón de conocer a esos
cristianos, saber dónde podía encontrarlos y que era exactamente lo que ellos
hacían, su amigo trató de persuadirlo que todos los males que había en la
ciudad eran atribuidos a ellos, los cristianos eran culpables de todo según su
amigo, pero Marcelo no estaba convencido de ello, apenas y llegaba a ver
alguno por la calle y era pronto capturado y sentenciado a muerte sin motivo
alguno, sólo por hablar de lo que ellos creían, pues ellos eran sin defecto
alguno, la realidad es que no había razón para decapitarlos como si fueran
unos viles delincuentes, Lúculo le dijo a Marcelo que ellos no se inclinaban ante
el rey ni seguían la religión del Estado, que seguían a otro Rey, un tal judío
llamado Jesús que murió en una cruz pero que ellos insistían estaba vivo, no
pudo persuadir a Marcelo, estaba terco con la idea de buscar a los cristianos,
así que Lúculo le dio buenas noticias, justamente acababa de ver al emperador
y le había dado órdenes con respecto a Marcelo, el sería el encargado de
buscar nuevas formas de encontrar y apresar a los cristianos así que le entregó
el pergamino con la orden del rey, y así se retiró mientras Marcelo pensaba
cada vez más en ese canto que aquellas doncellas entonaron en el Coliseo
mientras miraban al cielo mirando algo que nadie más miraba.
Marcelo empezó su trabajo al día siguiente a primera hora, lo que no sabía era
por dónde empezar pues los cristianos no podían siquiera vivir con la luz del
día, ellos moraban en las Catacumbas eran excavaciones subterráneas por
toda la ciudad que estaban ahí hace cientos de años y que servían de refugio
para ellos, el problema era que casi nadie en la ciudad tenía acceso por que no
se conocían las entradas, sólo unos pocos habían entrado, pero una vez
adentro el problema era saber qué hacer, era un lugar tan extenso y con
muchos pasillos que era imposible estar ahí dentro sin un guía, los únicos que
conocían el lugar eran los que vivían ahí, los cristianos. Aun así Marcelo no se
dio por vencido y comenzó su expedición desde las afueras de la ciudad, al no
conseguir nada regresa y observa la multitud, miraba la expresión de cada
persona y notó algo peculiar, un niño acompañado de un señor mayor muy
empolvado y fue tras ellos, supo que eran cristianos pues eso no era nada
común verlo en la ciudad, el tipo convenció al niño que lo llevara adentro,
después de mucho insistir lo logró y el niño lo adentró en las catacumbas, al
principio lo aceptaron pero al explicarles el quien era y que hacía ahí llenó a
todos de temor e incertidumbre, pero él les dijo que no les haría daño, sino
que venía buscando el secreto de los cristianos y entonces el pueblo comenzó
a alabar a Dios, era un motivo de gozo, ese día Marcelo invocó el Nombre del
Señor y el Espíritu Santo vino a su corazón, ellos le mostraron todas las
catacumbas y las tumbas de los mártires que habían sufrido la muerte por
causa del Evangelio, eran muchas, le enseñaron aquellas historias y le
enseñaron verdades básicas del cristianismo durante pocos días que estuvo
ahí. Llegó el tiempo de salir de ahí, en aquellos lugares tan oscuros pero llenos
de luz había entrado un hombre vacío buscando la Verdad y salió un hombre
lleno que había encontrado lo que buscaba. Al llegar a su oficina le contó a su
amigo la decisión que había tomado, todo con detalle, y aunque era su mejor
amigo temía que fuera con el emperador y éste le quitara su puesto, aquello
por lo que tanto había luchado, y así lo hizo Marcelo, no pudo resistir llevar la
nueva a sus superiores y éstos estallaron en ira, le quitaron su puesto y lo
pusieron a correr la misma suerte que cualquiera que profesaba ser cristiano
en esos tiempos, él aceptó su castigo con gusto y lo único que hizo fue
despedirse de su amigo no sin antes expresarle su profundo deseo de querer
que él también se convirtiera al Señor, su amigo negó pero confesó que su
amistad siempre estaría ahí y lo dejó escapar, su vida corría peligro pues él lo
había dicho con sus labios: “Soy cristiano” y retornó a las catacumbas gozoso,
y pronto contagió de ese mismo gozo a sus hermanos cuanto les contó lo que
había pasado y juntos alabaron a Dios, porque Marcelo había sido hallado
digno de sufrir por causa de Cristo, y eso traería recompensas en la
Resurrección.
La vida en las catacumbas era toda una aventura, había tanto que hacer en esa
oscuridad, tanto que descubrir, tanto que disfrutar, Marcelo aprendió mucho
rápidamente, su corazón era el de un niño que anhelaba conocer muchas
cosas, cada día se llenaba de nuevos conocimientos y deseaba aún más, las
personas se maravillaban y daban gloria a Dios ya que un general romano
había sido convertido al cristianismo y esto era motivo de gran alegría aún en
los cielos, aunque él no sabía que arriba estaban ofreciendo un precio por su
cabeza, o al menos por información acerca de él y que su mejor amigo Lúculo
estaba a cargo de esta encomienda.
Un día el pequeño niño que había adentrado a Marcelo a la vida en las
catacumbas, quien aunque pequeño también era un gran militante de esta fe
salió por provisiones y no se supo de el en unos días, normalmente volvía antes
del anochecer, cuando de pronto un día llega un mensajero muy agitado, tenía
noticias del exterior, el niño había sido atrapado y ofrecían un alto precio por
la cabeza de Marcelo, la persecución había aumentado desde que Marcelo
había contado de su conversión a sus superiores, el emperador había
enfurecido y por consecuencia habían aumentado la cacería contra los
cristianos, al saber esto Marcelo fue a escondidas con su amigo, explicando la
situación del niño y ofreciendo algo que solamente quien ama de verdad
podría hacer: Ofrecer su vida en vez de la del niño, a lo que si amigo no aceptó,
ya que si lo hacía el emperador mataría a los dos, el niño murió por causa de
las fieras y ese día Marcelo proclamó que eso no debía ser así, entonces su
captura fue inminente ya que fue en el Coliseo y las autoridades actuaban sin
piedad, su vida estaba condenada, ni su propio amigo pudo salvarlo del
martirio que traía consigo la vida de cristiano, se le dio oportunidad, como al
niño, de negar su fe y le devolverían todo lo que antes tenía sin reproche, el
Estado le perdonaría, pero Marcelo tenía algo que ellos no, algo que él sabía
le iba sostener aún si tenía que sufrir la muerte, no lo negó pues sabía que
sería difícil pero podía afrontarlo, Dios le daría la fuerza suficiente.
El día del sacrificio llegó, nunca se había visto a un hombre desear tanto la hora
de su partida, se miraba decidido, todo temor había huido, sabía
perfectamente en Quién había creído y que lo que le esperaba era mejor que
todo lo que había vivido, el público gritaba como si su vida dependiera de ello,
tenían hambre de sangre, sangre humana, sangre inocente, sangre como la
que un día fue derramada en una cruz, sangre preciosa, pura, sin mancha
alguna, perfecta, como la de un Cordero Blanco sacrificado sólo para dar vida
a quien lo mirara. El fuego fue encendido, la multitud gritaba loca de emoción,
el verdugo se acercaba y alguien quien amaba solamente observaba, era como
si le hubieran atado los pies y manos y no pudiera hacer nada, el fuego subía y
ángeles veían, un anciano de lejos, escondido, observaba, “agradable es al
Señor la muerte de Sus santos…” pensaba, el fuego subía y la piel consumía, “A
Ti encomiendo mi espíritu…” exclamó Marcelo, su grito se escuchó en todo el
Coliseo y el cielo se abrió, sólo él lo notó, pudo contemplar a su Señor, Aquel
en quien había creído no lo había dejado solo ni un momento y el día esperado
del encuentro con su Salvador había llegado, la vida en la tierra había
terminado, y lo que comenzó con aquel peculiar canto que entonaron aquellas
doncellas y había inflamado tanto su corazón había cumplido su propósito: “Al
que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre…”
Era increíble el silencio en el cual el anfiteatro se sumergía, que pareciera que
nadie nunca hubiera estado ahí, Lúculo fue por las cenizas de su amigo, al
menos lo que quedaba de ellas cuando vio a un anciano de días acercándose a
él, al llegar pidió por favor las cenizas de aquel que había sido consumido ese
día, Lúculo negó explicando que él era su mejor amigo, que le daría sepultura
decente, el anciano Honorio entendió que él era el famoso amigo del que
Marcelo tanto hablaba, conversaron y al fin aceptó darle las cenizas de su
amigo, no sin antes dejarle bien claro que podía contar con él para cualquier
cosa, que trataría a los cristianos como a su mejor amigo, Honorio agradeció
la propuesta, se retiró.
En las catacumbas se lloró la partida de Marcelo, había tristeza pero también
devoción y alegría pues sabían que su partida no era en vano, un alma que con
todo corazón sirvió al Señor aun teniendo poco tiempo conociéndole, fue un
gran ejemplo para todos.
En el Imperio empezó a haber otros intereses, el emperador falleció y la
persecución disminuyó a tal grado que los creyentes podían ver de nuevo la
luz del día, construyeron templos y vivían entre el pueblo, sin pertenecer a él,
Lúculo ofreció su casa y hospedó a muchos ahí, simpatizaba con ellos pero no
quería seguir las pisadas de su amigo, no lo veía necesario, el anciano Honorio
vivía con él, no desaprovechó el tiempo y le enseñó lo que ellos creían, Lúculo
aceptaba todo, pero no se convertía, ya de viejo, cuando no disfrutaba los
placeres, cuando no podía trabajar como antes recapacitó e hizo lo que su
amigo Marcelo había hecho, invocó el Nombre del Señor y fue salvo desde
aquella hora, tal vez su conversión no tuvo tanto impacto como lo fue en la
vida de Marcelo, pero con ello había logrado una fiesta en los cielos y una
sonrisa en el Rostro del Salvador.

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