Gramática REPORTE DEL LIBRO: “EL MÁRTIR DE LAS CATACUMBAS” ISAAC CECILIO CARREÓN ZAVALA
Maestra: Mirna Guadalupe Pulido Elenes
Sucedió un día común, 2 amigos visitaban el Coliseo Romano como comúnmente solían hacerlo cuando tenían el día libre y había una celebración en la Ciudad, fue un común día, pero pasó algo que hizo que uno de esos 2 hombres tuviera un ardiente deseo de conocer la Verdad, pues ese hombre supo desde que un grupo de jovencitas bellas e inocentes pasaran al centro de ese enorme Coliseo y enfrentaran al terror de los terrores con aquella valentía y dulzura, cantando un hermoso canto que decía: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre…” que tenía que conocer al Dios de los cristianos, él supo que ni la más alta filosofía que había estudiado toda su vida, o la más alta preparación en el ejército le podía dar aquella valentía, pero sobre todo aquella alegría con la que esos tipos llamados cristianos enfrentaban la muerte, él quería conocer el secreto de los cristianos. Y así comienza la historia de este emocionante libro llamado “El mártir de las catacumbas”. Nos remontamos a Roma, en la época de los primeros 300 años de la Iglesia Cristiana, periodos de intensa pero necesaria persecución, muy tristes, pero los labios de quienes debían pronunciar lamentos brotaban voces de alabanza pues el Dios de toda Gracia traía sobre Su pueblo, como también hoy en día, consuelo y paz, esa paz que sobrepasa todo entendimiento. El libro trata de un soldado, alguien con un cargo que le había tomado muchos años ganar, su trabajo era su vida y lo hacía con gusto, sin embargo tenía un vacío en su corazón, no estaba satisfecho a pesar de tanto sacrificio, los placeres temporales de esta vida no lo satisfacían, hacía falta algo en su vida, y su conciencia empezó a moverlo a la incertidumbre desde aquel día que visitó el Coliseo, al ver a esas jovencitas enfrentar la muerte sin temor alguno, él estaba demasiado preparado y como un buen soldado podía enfrentar la muerte si ésta llegaba, pero al parecer estas jóvenes disfrutaban de su martirio, era como si estuvieran esperando ese momento desde hacía un tiempo, y cantando ese peculiar canto que resonaba en su corazón: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre…” producía en él un efecto tan profundo que lo llevó a platicar con su mejor amigo, que había estado acompañándolo desde hacía varios años, incluyendo las visitas al Coliseo romano, le planteó a su amigo el deseo de su corazón de conocer a esos cristianos, saber dónde podía encontrarlos y que era exactamente lo que ellos hacían, su amigo trató de persuadirlo que todos los males que había en la ciudad eran atribuidos a ellos, los cristianos eran culpables de todo según su amigo, pero Marcelo no estaba convencido de ello, apenas y llegaba a ver alguno por la calle y era pronto capturado y sentenciado a muerte sin motivo alguno, sólo por hablar de lo que ellos creían, pues ellos eran sin defecto alguno, la realidad es que no había razón para decapitarlos como si fueran unos viles delincuentes, Lúculo le dijo a Marcelo que ellos no se inclinaban ante el rey ni seguían la religión del Estado, que seguían a otro Rey, un tal judío llamado Jesús que murió en una cruz pero que ellos insistían estaba vivo, no pudo persuadir a Marcelo, estaba terco con la idea de buscar a los cristianos, así que Lúculo le dio buenas noticias, justamente acababa de ver al emperador y le había dado órdenes con respecto a Marcelo, el sería el encargado de buscar nuevas formas de encontrar y apresar a los cristianos así que le entregó el pergamino con la orden del rey, y así se retiró mientras Marcelo pensaba cada vez más en ese canto que aquellas doncellas entonaron en el Coliseo mientras miraban al cielo mirando algo que nadie más miraba. Marcelo empezó su trabajo al día siguiente a primera hora, lo que no sabía era por dónde empezar pues los cristianos no podían siquiera vivir con la luz del día, ellos moraban en las Catacumbas eran excavaciones subterráneas por toda la ciudad que estaban ahí hace cientos de años y que servían de refugio para ellos, el problema era que casi nadie en la ciudad tenía acceso por que no se conocían las entradas, sólo unos pocos habían entrado, pero una vez adentro el problema era saber qué hacer, era un lugar tan extenso y con muchos pasillos que era imposible estar ahí dentro sin un guía, los únicos que conocían el lugar eran los que vivían ahí, los cristianos. Aun así Marcelo no se dio por vencido y comenzó su expedición desde las afueras de la ciudad, al no conseguir nada regresa y observa la multitud, miraba la expresión de cada persona y notó algo peculiar, un niño acompañado de un señor mayor muy empolvado y fue tras ellos, supo que eran cristianos pues eso no era nada común verlo en la ciudad, el tipo convenció al niño que lo llevara adentro, después de mucho insistir lo logró y el niño lo adentró en las catacumbas, al principio lo aceptaron pero al explicarles el quien era y que hacía ahí llenó a todos de temor e incertidumbre, pero él les dijo que no les haría daño, sino que venía buscando el secreto de los cristianos y entonces el pueblo comenzó a alabar a Dios, era un motivo de gozo, ese día Marcelo invocó el Nombre del Señor y el Espíritu Santo vino a su corazón, ellos le mostraron todas las catacumbas y las tumbas de los mártires que habían sufrido la muerte por causa del Evangelio, eran muchas, le enseñaron aquellas historias y le enseñaron verdades básicas del cristianismo durante pocos días que estuvo ahí. Llegó el tiempo de salir de ahí, en aquellos lugares tan oscuros pero llenos de luz había entrado un hombre vacío buscando la Verdad y salió un hombre lleno que había encontrado lo que buscaba. Al llegar a su oficina le contó a su amigo la decisión que había tomado, todo con detalle, y aunque era su mejor amigo temía que fuera con el emperador y éste le quitara su puesto, aquello por lo que tanto había luchado, y así lo hizo Marcelo, no pudo resistir llevar la nueva a sus superiores y éstos estallaron en ira, le quitaron su puesto y lo pusieron a correr la misma suerte que cualquiera que profesaba ser cristiano en esos tiempos, él aceptó su castigo con gusto y lo único que hizo fue despedirse de su amigo no sin antes expresarle su profundo deseo de querer que él también se convirtiera al Señor, su amigo negó pero confesó que su amistad siempre estaría ahí y lo dejó escapar, su vida corría peligro pues él lo había dicho con sus labios: “Soy cristiano” y retornó a las catacumbas gozoso, y pronto contagió de ese mismo gozo a sus hermanos cuanto les contó lo que había pasado y juntos alabaron a Dios, porque Marcelo había sido hallado digno de sufrir por causa de Cristo, y eso traería recompensas en la Resurrección. La vida en las catacumbas era toda una aventura, había tanto que hacer en esa oscuridad, tanto que descubrir, tanto que disfrutar, Marcelo aprendió mucho rápidamente, su corazón era el de un niño que anhelaba conocer muchas cosas, cada día se llenaba de nuevos conocimientos y deseaba aún más, las personas se maravillaban y daban gloria a Dios ya que un general romano había sido convertido al cristianismo y esto era motivo de gran alegría aún en los cielos, aunque él no sabía que arriba estaban ofreciendo un precio por su cabeza, o al menos por información acerca de él y que su mejor amigo Lúculo estaba a cargo de esta encomienda. Un día el pequeño niño que había adentrado a Marcelo a la vida en las catacumbas, quien aunque pequeño también era un gran militante de esta fe salió por provisiones y no se supo de el en unos días, normalmente volvía antes del anochecer, cuando de pronto un día llega un mensajero muy agitado, tenía noticias del exterior, el niño había sido atrapado y ofrecían un alto precio por la cabeza de Marcelo, la persecución había aumentado desde que Marcelo había contado de su conversión a sus superiores, el emperador había enfurecido y por consecuencia habían aumentado la cacería contra los cristianos, al saber esto Marcelo fue a escondidas con su amigo, explicando la situación del niño y ofreciendo algo que solamente quien ama de verdad podría hacer: Ofrecer su vida en vez de la del niño, a lo que si amigo no aceptó, ya que si lo hacía el emperador mataría a los dos, el niño murió por causa de las fieras y ese día Marcelo proclamó que eso no debía ser así, entonces su captura fue inminente ya que fue en el Coliseo y las autoridades actuaban sin piedad, su vida estaba condenada, ni su propio amigo pudo salvarlo del martirio que traía consigo la vida de cristiano, se le dio oportunidad, como al niño, de negar su fe y le devolverían todo lo que antes tenía sin reproche, el Estado le perdonaría, pero Marcelo tenía algo que ellos no, algo que él sabía le iba sostener aún si tenía que sufrir la muerte, no lo negó pues sabía que sería difícil pero podía afrontarlo, Dios le daría la fuerza suficiente. El día del sacrificio llegó, nunca se había visto a un hombre desear tanto la hora de su partida, se miraba decidido, todo temor había huido, sabía perfectamente en Quién había creído y que lo que le esperaba era mejor que todo lo que había vivido, el público gritaba como si su vida dependiera de ello, tenían hambre de sangre, sangre humana, sangre inocente, sangre como la que un día fue derramada en una cruz, sangre preciosa, pura, sin mancha alguna, perfecta, como la de un Cordero Blanco sacrificado sólo para dar vida a quien lo mirara. El fuego fue encendido, la multitud gritaba loca de emoción, el verdugo se acercaba y alguien quien amaba solamente observaba, era como si le hubieran atado los pies y manos y no pudiera hacer nada, el fuego subía y ángeles veían, un anciano de lejos, escondido, observaba, “agradable es al Señor la muerte de Sus santos…” pensaba, el fuego subía y la piel consumía, “A Ti encomiendo mi espíritu…” exclamó Marcelo, su grito se escuchó en todo el Coliseo y el cielo se abrió, sólo él lo notó, pudo contemplar a su Señor, Aquel en quien había creído no lo había dejado solo ni un momento y el día esperado del encuentro con su Salvador había llegado, la vida en la tierra había terminado, y lo que comenzó con aquel peculiar canto que entonaron aquellas doncellas y había inflamado tanto su corazón había cumplido su propósito: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con Su sangre…” Era increíble el silencio en el cual el anfiteatro se sumergía, que pareciera que nadie nunca hubiera estado ahí, Lúculo fue por las cenizas de su amigo, al menos lo que quedaba de ellas cuando vio a un anciano de días acercándose a él, al llegar pidió por favor las cenizas de aquel que había sido consumido ese día, Lúculo negó explicando que él era su mejor amigo, que le daría sepultura decente, el anciano Honorio entendió que él era el famoso amigo del que Marcelo tanto hablaba, conversaron y al fin aceptó darle las cenizas de su amigo, no sin antes dejarle bien claro que podía contar con él para cualquier cosa, que trataría a los cristianos como a su mejor amigo, Honorio agradeció la propuesta, se retiró. En las catacumbas se lloró la partida de Marcelo, había tristeza pero también devoción y alegría pues sabían que su partida no era en vano, un alma que con todo corazón sirvió al Señor aun teniendo poco tiempo conociéndole, fue un gran ejemplo para todos. En el Imperio empezó a haber otros intereses, el emperador falleció y la persecución disminuyó a tal grado que los creyentes podían ver de nuevo la luz del día, construyeron templos y vivían entre el pueblo, sin pertenecer a él, Lúculo ofreció su casa y hospedó a muchos ahí, simpatizaba con ellos pero no quería seguir las pisadas de su amigo, no lo veía necesario, el anciano Honorio vivía con él, no desaprovechó el tiempo y le enseñó lo que ellos creían, Lúculo aceptaba todo, pero no se convertía, ya de viejo, cuando no disfrutaba los placeres, cuando no podía trabajar como antes recapacitó e hizo lo que su amigo Marcelo había hecho, invocó el Nombre del Señor y fue salvo desde aquella hora, tal vez su conversión no tuvo tanto impacto como lo fue en la vida de Marcelo, pero con ello había logrado una fiesta en los cielos y una sonrisa en el Rostro del Salvador.