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Señores, fíjense bien, si los empleados en Suiza viven mucho mejor que aquí,
pues imagínense cómo viven sus jefes, o los consejeros delegados, o los
presidentes de las compañías. Si no me creen, dense una vuelta por allí y
abandonen la racanería de una vez.
Un Gobierno sin Ciencia
NATALIA PÉREZ HERNÁNDEZ - Sevilla - 26/12/2011
Trabajo como investigadora en un instituto del CSIC. Escribo estas líneas sin
saber todavía a quién dirigirlas, y "en caliente", tras comprobar con desazón que
en el nuevo equipo de Gobierno no hay un departamento (visible) dedicado a la
ciencia. No es ya que no haya un ministerio propio, es que la palabra "ciencia"
no aparece en el nombre de ninguno de los ministerios.
Soy consciente de que a menudo, los nombres son meras etiquetas, y que lo
importante son los contenidos, el peso real que se dé a una determinada área.
Sin embargo, creo también que en política forma y fondo suelen ir unidos, y
temo que además de perder visibilidad en las carteras de los futuros ministros,
la palabra Ciencia, con todo su contenido, pierda también visibilidad en la
sociedad.
Luis de Guindos, que hace mucho menos tiempo dirigió Lehman Brothers en
España y Portugal, ha declarado que recuperaremos el nivel de bienestar que
nunca deberíamos haber perdido. Comprendo que en su toma de posesión como
ministro de Economía no habría sido indicado añadir "por culpa de la crisis
financiera desencadenada por la quiebra de la compañía de inversiones para la
que trabajaba yo mismo", pero podría haberse ahorrado la frasecita. Si no lo ha
hecho, es porque se lo puede permitir. Por eso, al escucharle, volví a pensar en
la pobreza.
Si, como parece, estamos condenados a ser otra vez pobres, nos conviene
recuperar la estampa de las mujeres y los hombres sin abrigo que cruzaron el
frío de nuestra infancia. No para asumir que tendremos que volver a vivir como
ellos, sino para aprender las lecciones que podamos extraer de su experiencia.
En el umbral del pavoroso abismo que se lo traga todo, las fotografías antiguas
se tiñen de una pequeña y profunda ternura. A los españoles no se nos ha dado
bien ser ricos, pero hemos sabido ser pobres con dignidad durante muchos
siglos, y aquí seguimos estando. No pretendo amargarles la Navidad, al
contrario. Si rebuscan entre las imágenes de su infancia, tal vez estén de
acuerdo conmigo en que no podemos dejar una herencia mejor a nuestros hijos
que la memoria de una pobreza con dignidad.
Tragando sapos en la cincuentena
JESÚS ARRIBAS. AVILÉS, - Asturias - 20/12/2011
Quienes nacimos algo antes de 1960 estamos ahora en esa edad donde las cosas
parecen pesar un poco más. No solamente los esfuerzos físicos son más
trabajosos, también cuesta más entender, memorizar, asimilar y sobre todo
tragar. Tragar es lo que más cuesta.
Hace unos meses se nos indicó que, por exigencias del guion, era necesario
retrasar la edad de jubilación y aumentar el tiempo de cotización exigido para
tener derecho a una pensión. Precisamente a nosotros.
A nosotros tenía que tocarnos tragar el sapo de ver cómo, solo hace unos pocos
años, muchos se prejubilaban con la misma edad que tenemos nosotros ahora.
Su único mérito: haber nacido unos años antes.
Ahora tocan más sacrificios y seguramente las cosas se nos pondrán todavía
peor.
Y yo no paro de preguntarme por qué. ¿Por qué se ha hecho tan mal? ¿Por qué
esta tremenda injusticia? ¿Por qué nosotros nos jubilaremos, con suerte, a los
65? ¿Qué hará quien pierda el trabajo? ¿Por qué no se tuvo más cuidado?
Convencidos de que todo gira a nuestro alrededor, nos inventamos dioses que nos tutelan
los miedos
Soy una ávida lectora de las noticias sobre el cosmos, cuya inmensidad me maravilla a pesar
del agujero negro de mi ignorancia. No hay mejor antídoto contra la prepotencia humana que
saber los millones de años de una estrella o los trillones que tardaríamos en llegar a los
confines conocidos. En la magnífica entrevista que hace unos días le hizo Josep Fita a la
astrofísica Pilar Ruiz-Lapuente, miembro del equipo que ha ganado el Nobel de Física por el
descubrimiento de la aceleración en la expansión del universo, decía: "Nunca podremos llegar
a ver la totalidad del universo. Existe un horizonte de sucesos. El límite son 13.700 millones de
años multiplicado por la velocidad de la luz", y añadía que cuanto más lejos miramos, más
antiguo miramos, porque las emisiones de una galaxia tardan miles de millones de años en
llegar a nuestro planeta. Millones de años, trillones de estrellas, confines infinitos, las incógnitas
del principio del universo y los interrogantes del futuro, todo a unas dimensiones que el cerebro
de los terrenales nunca podría alcanzar, a excepción de esas mentes privilegiadas como las de
Pilar Ruiz-Lapuente, que están fuera de la dimensión humana. Más que superdotados son
cerebros en estado puro.