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Fiesta del Bautismo de Jesús

7 enero 2018

Evangelio de Marcos 1, 6b-11

En aquel tiempo, proclamaba Juan:


 Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni
agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él
os bautizará con Espíritu Santo.
Por entonces, llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo
bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él
como una paloma. Se oyó una voz del cielo:
 Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.

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ANHELO Y PLENITUD

Las primeras comunidades quieren marcar las diferencias entre Juan y


Jesús. Por ese motivo, ponen en boca del Bautista el contraste entre el
“bautismo con agua” y el “bautismo con Espíritu Santo”.
El primero haría referencia a un rito simbólico, en el que se expresaría la
voluntad de la persona –sumergida y emergida del agua- de “nacer de nuevo”,
limpia y renovada. El segundo tiene un color de gratuidad y expresa la
comunicación de la misma vida divina por parte del Espíritu. Aquel simbolizaría
el anhelo de la persona y su afán de renovación; este otorgaría la Vida en
plenitud.
Más allá de los contrastes que la mente establece, sobre todo en
ambientes de polémica donde se ponen en cuestión los intereses del ego, la
realidad es que todos somos, a la vez, anhelo y plenitud. O mejor, somos
plenitud que percibimos como anhelo.
El anhelo no es un mero deseo. Se trata del dinamismo profundo que,
reconocido o no, nos sostiene en todo momento y nos impulsa hacia adelante:
es el dinamismo de la Vida que, en último término, constituye nuestra
identidad. Al percibirlo y secundarlo, nos situamos ya en la dirección adecuada.
Pero la trampa consistiría en reducirnos a él y proyectar, en un futuro
imaginado, la plenitud que constituye su objeto.
La verdad es que somos ya plenitud, que se expresa en una forma
concreta. Al acallar la mente y poner atención, experimentamos que somos
Vida, sin comienzo ni final, habitada de un dinamismo no diferente de ella
misma, por el se despliega en infinidad de formas.
La actitud sabia consiste, por tanto, en percibir el anhelo –aunque
incluso en un primer momento aparezca superficialmente bajo forma de

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ansiedad- como llamada a nuestra fuente, invitación a “volver a casa”,
reconocernos como Vida en plenitud.
Juan Carlos Savater lo expresa con estas palabras: “ Anterior a la idea de
ser tal o cual persona, anterior a cualquier tipo de razonamiento o
pensamiento, hay una innata «certeza de ser». Una desnuda o pura
consciencia que es y sabe que es. Esta es siempre, no la mayor, sino
verdaderamente nuestra única e incuestionable certeza ”.

Empezaba hablando de diferencias y contrastes. También eso tiene su


lugar en el mundo de lo relativo (el mundo de las formas). Sin embargo, en el
plano profundo, el cielo siempre ha estado “rasgado”, la “paloma” creadora
siempre ha estado aleteando y en lo profundo de nuestro corazón siempre ha
habido una voz que nos recordaba: “Tú eres mi hijo/a amado/a”.

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