Está en la página 1de 8

“Los Miserables”

Integrantes:

*Ortiz Heredia Cielo

*López Jurado Vanesa

*López Rojas Angie

Grado y Sección: 3 “B”

Profesora: Raquel Palomino Robles

Curso: Comunicación

Año:

2017
Biografía:
Nació el 26 de febrero de 1802 en Besançon.

Hijo del general Joseph Léopold Sigisbert Hugo y de Sophie


Trébuchet, de origen bretón. Fue el menor de tres hermanos.
Pasó su infancia en París y después tuvo frecuentes estancias en
Nápoles y España a causa de los destinos de su progenitor.

Se educó con tutores particulares y en escuelas privadas de


París. En el año 1817 la Academia Francesa le premió un
poema, cinco años después publicó su primer volumen: Odas y
poesías diversas.

Máximo exponente del Romanticismo francés y maestro del


movimiento en el mundo. Escribe 'Islande (1823) y Bug-Jargal
(1824), y los poemas de Odas y baladas (1826). En su drama
histórico Cromwell (1827), plantea la liberación de las
restricciones que imponía el clasicismo que se convertiría en el
manifiesto del romanticismo.

Su segunda obra teatral, Marion de Lorme (1829), fue censurada por considerarla demasiado liberal.
El 25 de febrero de 1830 su obra teatral en verso, Hernani, tuvo un tumultuoso estreno que aseguró el
éxito del romanticismo. Entre los años 1829-1843 escribió obras de gran éxito. De este periodo es la
novela histórica Nuestra Señora de París (1831), Claude Gueux (1834), donde condenaba los sistemas
penal y social de la Francia de su tiempo. Además escribió volúmenes de poesía lírica entre los que
destacan Cuentan Orientales (1829), Hojas de otoño (1831), Los cantos del crepúsculo (1835) y Voces
interiores (1837). Como obras teatrales son de destacar: El rey se divierte (1832), el drama en prosa
Lucrecia Borgia (1833) y el melodrama Ruy Blas (1838). Su obra Les Burgraves (1843) fue un
fracaso. Abandonó en cierto modo la poesía dedicándose plenamente a la política.

A la caída del Segundo Imperio en 1870, regresó a Francia y lo eligieron primero para la Asamblea
Nacional y algún tiempo después para el Senado.

Sus opiniones político-morales le convirtieron en un héroe para la Tercera República. Fue contrario a
la pena de muerte; estuvo a favor de los derechos humanos, contra cualquier religión, en favor del
laicismo (aunque creía en un Ser Supremo), luchó por los derechos de los niños y de las mujeres, de la
enseñanza pública, laica y gratuita para todos, de la libertad de expresión, de la democracia total y por
los Estados unidos de Europa. Contrajo matrimonio con Adèle Foucher en 1822. Su primer hijo
Leopoldo, nació en julio de 1823 y morirá poco tiempo después. Su hija, Leopoldine, nació en agosto de
1824, y en noviembre de 1826, Charles Hugo. En 1830, nace su segunda hija, Adèle.

Victor Hugo falleció el 22 de mayo de 1885, enParís. Su cuerpo permaneció expuesto bajo el Arco del
Triunfo y fue trasladado, según su deseo, hasta el Panthéon, donde fue enterrado.
Personajes:
Jean Valjean antiguo forzado, comprado al Diablo por un obispo honrado al
que roba y le acaba perdonando. No sólo el autor nos presenta al personaje, sino
que además muestra un camino a seguir. Al igual que Jean Valjean, el
venerable obispo llega a ser un ideal de hombre de la Iglesia. Deja muy pronto de
ocupar el primer plano, aunque cierto es que él es la columna vertebral del relato,
pero es sólo un miserable, el holo conductor que da sentido al destino de los otros
y permite novelar.Es posible que el personaje proceda de un caso real. En
cualquier caso Claude Gueux relata una historia similar.

Fantina es más que la prostituta mísera, es el amor de madre, y es el error de la


sociedad. En realidad, es más bien un personaje funcional; sirve para que el autor
explore en conciencia los bajos fondos, la prostitución barata y la bohemia
estudiantil.

Cosette es la hija de Fontine, una niña que no ha vivido. No ha conocido más que
el miedo, la opresión, la violencia, el hambre, el trabajo, la
discriminación, la miseria. A diferencia de su madre, no ha
perdido nada, porque nada ha tenido jamás; ni un juguete, ni
una muñeca. Vive en el silencio, porque el silencio es el
único resguardo que tiene de la violencia de que ha sido víctima, y más aun en las
garras de los Thenardier, un singular matrimonio. Se puede identificar con ese
ángel romántico eterno, herencia de toda la tradición clásica medieval. Es una niña
con poca personalidad, obediente, dulce pero generalmente insulsa.

Javert implacable y frío, y de ahí proviene su maldad.


Es el inquebrantable jefe de la policía, que representa a la maldad de la ley. No
la maldad corrupta o vil, sino la maldad que se encuentra en la letra de la ley, y
que no distingue más allá de las normas y las ordenanzas.No distingue al
asesino del ladrón de pan, todos son criminales que deben ser entregados a la
justicia. Quizás precisamente por ello Javert sea, hacia el final de la novela,
una vez enfrentado a sus cuitas, el personaje más trágico de la novela. Por otro
lago tenemos el personaje integrador y que hace que la trama fluya. Fue muy
bien rebido por la crítica, pues se trata de un hombre que siempre tiene razón,
que siempre triunfa, siempre es el más fuerte. Sobre todo es un símbolo que
encarna el orden social.

Los Thénardier, son la familia que más que cuidar de Cosette se aprovecha de ella. El patriarca es el
villano, un ser sin escrúpulo alguno, el hombre que bien se podría representar con grandes ojeras, bigotes
y vestiría de negro.Él es el mal. Como tal no tiene sitio en el mundo del progreso. Codicioso, falto de
inteligencia, de sensibilidad, engendra el mal en su propia familia. La falta de solidaridad le excluye del
grupo de los que pueden redimirse.
Inicio:
En 1815, era obispo de D. el ilustrísimo Carlos Francisco Bienvenido Myriel, un anciano de unos
setenta y cinco años, que ocupaba esa sede desde 1806. Quizás no será inútil indicar aquí los rumores y
las habladurías que habían circulado acerca de su persona cuando llegó por primera vez a su diócesis.

Lo que de los hombres se dice, verdadero o falso, ocupa tanto lugar en su destino, y sobre todo en su
vida, como lo que hacen. El señor Myriel era hijo de un consejero del Parlamento de Aix, nobleza de
toga. Se decía que su padre, pensando que heredara su puesto, lo había casado muy joven. Se decía que
Carlos Myriel, no obstante este matrimonio, había dado mucho que hablar. Era de buena presencia,
aunque de estatura pequeña, elegante, inteligente; y se decía que toda la primera parte de su vida la habían
ocupado el mundo y la galantería. Sobrevino la Revolución; se precipitaron los sucesos; las familias
ligadas al antiguo régimen, perseguidas, acosadas, se dispersaron, y Carlos Myriel emigró a Italia.
Su mujer murió allí de tisis. No habían tenido hijos. ¿Qué pasó después en los destinos del señor
Myriel?

El hundimiento de la antigua sociedad francesa, la caída de su propia familia, los trágicos espectáculos
del 93, ¿hicieron germinar tal vez en su alma ideas de retiro y de soledad? Nadie hubiera podido decirlo;
sólo se sabía que a su vuelta de Italia era sacerdote.

En 1804 el señor Myriel se desempeñaba como cura de Brignolles. Era ya anciano y vivía en un
profundo retiro.

Hacia la época de la coronación de Napoleón, un asunto de su parroquia lo llevó a París; y entre otras
personas poderosas cuyo amparo fue a solicitar en favor de sus feligreses, visitó al cardenal Fesch.
Un día en que el Emperador fue también a visitarlo, el digno cura que esperaba en la antesala se halló al
paso de Su Majestad Imperial. Napoleón, notando la curiosidad con que aquel anciano lo miraba, se
volvió, y dijo bruscamente: - ¿Quién es ese buen hombre que me mira?

- Majestad -dijo el señor Myriel-, vos miráis a un buen hombre y yo miro a un gran hombre. Cada uno
de nosotros puede beneficiarse de lo que mira.

Esa misma noche el Emperador pidió al cardenal el nombre de aquel cura y algún tiempo después el señor
Myriel quedó sorprendido al saber que había sido nombrado obispo de D.

Llegó a D. acompañado de su hermana, la señorita Baptistina, diez años menor que él. Por toda
servidumbre tenían a la señora Maglóire, una criada de la misma edad de la hermana del obispo. La
señorita Baptistina era alta, pálida, delgada, de modales muy suaves. Nunca había sido bonita, pero al
envejecer adquirió lo que se podría llamar la belleza de la bondad. Irradiaba una transparencia a través
de la cual se veía, no a la mujer, sino al ángel.

A su llegada instalaron al señor Myriel en su palacio episcopal, con todos los honores dispuestos por
los decretos imperiales, que clasificaban al obispo inmediatamente después del mariscal de campo.
Terminada la instalación, la población aguardó a ver cómo se conducía su obispo.
Nudo:
Si no hubiera llovido esa noche del 17 al 18 de junio de 1815, el porvenir de Europa hubiera cambiado.
Algunas gotas de agua, una nube que atravesó el cielo fuera de temporada, doblegaron a Napoleón.

La batalla de Waterloo estaba planeada, genialmente, para las 6 de la mañana; con la tierra seca la
artillería podía desplazarse rápidamente y se habría ganado la contienda en dos o tres horas. Pero llovió
toda la noche; la tierra estaba empantanada. El ataque empezó tarde, a las once, cinco horas después de lo
previsto. Esto dio tiempo para la llegada de todas las tropas enemigas.

¿Era posible que Napoleón ganara esta batalla? No. ¿A causa de Wellington? No, a causa de
Dios.

No entraba en la ley del siglo XIX un Napoleón vencedor de Wellington.

Se preparaba una serie de acontecimientos en los que Napoleón no tenía lugar.

Ya era tiempo que cayera aquel hombre. Su excesivo peso en el destino humano turbaba el equilibrio.
Toda la vitalidad concentrada en una sola persona, el mundo pendiente del cerebro de un solo ser, habría
sido mortal para la civilización.

La caída de Napoleón estaba decidida. Napoleón incomodaba a Dios.

Al final, Waterloo no es una batalla; es el cambio de frente del Universo.

Pero para disgusto de los vencedores, el triunfo final es de la revolución: Bonaparte antes de Waterloo
ponía a un cochero en el trono de Nápoles y a un sargento en el de Suecia; Luis XVIII, después
de Waterloo, firmaba la declaración de los derechos humanos.

Había luna llena aquel 18 de junio de 1815. La noche se complace algunas veces en ser testigo de
horribles catástrofes, como la batalla de Waterloo.

Después de disparado el último cañonazo, la llanura quedó desierta.

Mientras Napoleón regresaba vencido a París, setenta mil hombres se desangraban poco a poco y algo
de su paz se esparcía por el mundo.

El Congreso de Viena firmó los tratados de 1815 y Europa llamó a aquello "la Restauración". Eso fue
Waterloo.

La guerra puede tener bellezas tremendas, pero tiene también cosas muy feas. Una de las más
sorprendentes es el rápido despojo de los muertos. El alba que sigue a una batalla amanece siempre para
alumbrar cadáveres desnudos.

Todo ejército tiene sus seguidores: seres murciélagos que engendra esa oscuridad que se llama guerra.
Especie de bandidos o mercenarios que van de uniforme, pero no combaten; falsos enfermos,
contrabandistas, mendigos, granujas, traidores.
Desenlace:
Cosette continuó guardando silencio en el convento. Se creía hija de Jean Valjean; y como por otra
parte nada sabía, nada podía contar. Se acostumbró muy pronto al colegio; al entrar de educanda, tuvo
que ponerse el traje de las colegialas de la casa. Jean Valjean consiguió que le devolvieran los
vestidos que usaba, es decir, el mismo traje de luto con que la vistió cuando la sacó de las garras de los
Thenardier. El traje no estaba aún muy usado; Jean Valjean lo guardó en una maletita con mucho
alcanfor y otros aromas que abundaban en los claustros.

El convento era para Jean Valjean como una isla rodeada de abismos; aquellos cuatro muros eran el
mundo para él. Tenía bastante cielo para estar tranquilo, y tenía a Cosette para ser feliz. Empezó, pues,
para él una vida muy grata.

Trabajaba todos los días en el jardín, y era muy útil. Había sido en su juventud podador, y sabía mucho
de jardinería. Las religiosas lo llamaban el otro Fauvent. En las horas de recreo, miraba desde lejos
cómo jugaba y reía Cosette, y distinguía su risa de las de las demás. Porque ahora Cosette reía.

Dios tiene sus caminos: el convento contribuía, como Cosette, a mantener y completar en Jean
Valjean la obra del obispo. Mientras no se había comparado más que con el obispo, se había creído
indigno, y había sido humilde; pero desde que, hacía algún tiempo, se comparaba con los hombres, había
principiado a nacer en él el orgullo. ¿Quién sabe si tal vez, y poco a poco, habría concluido por volver al
odio? El convento lo detuvo en esta pendiente.

Estos seres vivían también con los cabellos cortados, los ojos bajos, la voz queda, no en la vergüenza,
pero sí en medio de la burla del mundo. Los otros eran hombres; éstos eran mujeres. ¿Y qué habían
hecho aquellos hombres? Habían robado, violado, saqueado, asesinado. Eran bandidos, falsarios,
envenenadores, incendiarios, asesinos, parricidas. ¿Y qué habían hecho estas mujeres? Nada.

Cuando pensaba en estas cosas se abismaba su espíritu en el misterio de la sublimidad. En estas


meditaciones desaparecía el orgullo. Dio toda clase de vueltas sobre sí mismo y reconoció que era malo
y lloró muchas veces. Todo lo que había sentido su alma en seis meses lo llevaba de nuevo a las santas
máximas del obispo, Cosette por el amor, el convento por la humildad.

Algunas veces a la caída de la tarde, en el crepúsculo, a la hora en que el jardín estaba desierto, se le
veía de rodillas en medio del paseo que costeaba la capilla, delante de la ventana por donde había mirado
la primera noche, vuelto hacia el sitio en que sabía que la hermana que hacía el desagravio estaba
prosternada en oración. Rezaba arrodillado ante esa monja. Parecía que no se atrevía a arrodillarse
directamente delante de Dios. Todo lo que lo rodeaba, aquel jardín pacífico, aquellas flores
embalsamadas, aquellas niñas dando gritos de alegría, aquellas mujeres graves y sencillas, aquel
claustro silencioso, lo penetraban lentamente, y poco a poco su alma iba adquiriendo el silencio del
claustro, el perfume de las flores, la paz del jardín, la ingenuidad de las monjas y la alegría de las niñas.
Escena:

También podría gustarte