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MUERTOS INCOMODOS
(falta lo que falta)
NOVELA A CUATRO MANOS
por
SUBCOMANDANTE MARCOS Y PACO IGNACIO TAIBO II

CAPÍTULO XII
“Y VIVO EN EL PASADO”

H abía amanecido rarísimo. Héctor


siguió el proceso con precisión, casi
con delicadeza matemática. Primero
la presencia invisible del sol en un
cambio de la forma de la oscuridad,
luego unas rayas grises en el hori-
zonte y al fin el descubrimiento de
unas nubes extrañamente moradas;
luego, la luz estaba allí. “El esmog
hace cosas maravillosas”, se dijo el
detective. Y bajó a tratar de desper-
tar a los de la lonchería que solían
un cigarrillo. –Jesús María Alvarado
tenía un hijo, Angel Alvarado Alva-
rado, y me dicen que trabaja doblan-
do caricaturas en la tele, a los Pica-
piedra, a un dinosaurio morado…
–Los Picapiedra ya no pasan en
la tele.
–Bueno, pues cosas así... ¿Lo co-
noce?
–No.
–Me lo sospechaba.
amarilla del directorio telefónico,
antes de tratar de cruzar los apelli-
dos con los de una mueblería, usó la
lógica más simple: no eran Ruiz,
Ramírez o Guzmán, apellidos muy
comunes. Nadie diría, tienes apelli-
do de ministro de Juárez frente a
esos apelativos, dirían tú y otros 10
mil güeyes en la guía telefónica se
llaman así. Tenía que ser uno de los
ministros muy conocidos, no cual-
quier ministro apache, y con un
poner las mesas del desayuno abso- Al llegar a la oficina descubrió nombre que más o menos sonara a
lutamente dormidos, para que le que sus compañeros de día habían calle o a estatua en el Paseo de la
dieran un jugo de naranja fresco, salido en comisiones de servicio. Reforma. No era Melchor Ocampo,
recién sacado del refrigerador y Dos respectivas notas lo atestigua- demasiado conocido, con una calle
exprimido hacía un mes y medio en ban: “Fui arreglarle plomería a una muy grande con su nombre; él sólo
una empresa de concentrados de ñora. Gilberto” y “Toy en la Merced era una referencia, no lo mencionarían
Miami. comprando telas, de Java y de Juir. como “ministro de Juárez”. ¿Prieto?
Cuando Monteverde salía por la Carlos”. Eso significaba que debería ¿Zarco? ¿Santos Degollado? ¿Lerdo
puerta de su casa, Héctor lo estaba sumar a sus tareas de detective las de Tejada? No era González Ortega,
esperando. de contestador de teléfono y toma- a no ser que usara el apellido com-
–¿Y el perro? dor de recados. puesto.
–No, cómo lo voy a llevar a la ofi- Marcó por enésima vez el teléfo- La guía telefónica es como la
cina. Se queda en casa. no que le habían dejado de Angel Biblia para los fundamentalistas de
–¿Usted conoce a Barnie? Barnie, Alvarado y escuchó los intermina- Kansas o el Tarot para los vividores
el dinosaurio morado. bles timbrazos. Nadie en casa. ¿Exis- del cuento. Si sabes las preguntas,
–¿Perdón? tía Alvarado? ahí están, en ese enorme volumen de
–Creo que sé quién nos ha estado Tomó sus notas sobre los minis- hojas amarillas, todas las respuestas:
llamando –dijo Héctor encendiendo tros de Juárez, y usando la sección tres mueblerías Prieto, un vendedor
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de muebles usados Lerdo, una tienda de electro- chingando, mano, por qué no llamas a un detec- –Pues una vez me la contaron.
domésticos Zarco, un “depósito mueblero” tive que se llama Belascoarán, a ese me lo encon- –¿Y toda su teoría de que hay una amnistía
Degollado. Seis para empezar. Anotó direcciones, tré en el Archivo General de la Nación buscando bajo cuerda en este país y que Morales se benefi-
y celebró la investigación bebiéndose un refresco. fotos tuyas”. ció de ella.
–¿Y? –¿A poco no es verdad? ¿A poco no es la más
Héctor marcó de nuevo el teléfono de su “gar- –Y órale. pura y repinche verdad? ¿A poco los asesinos no
ganta profunda” y finalmente una voz dio seña- –¿Y Morales? andan sueltos, bien contentos?
les de vida al otro lado de la línea. –¿Qué pedo? Héctor asintió.
–¿El señor Alvarado? –Eso. –¿Y lo del tiro en la nuca?
–No ha llegado, pero estará aquí como a las –Hace una semana voy caminando por el Eje –Yo tenía siete años y mi padre acababa de
12, tiene un doblaje. Central Lázaro Cárdenas, por esa calle que se lla- salir de la cárcel. Y estaba acostado en la cama
–Perdone, ¿dónde es aquí? maba San Juan de Letrán, para comprar videos leyendo el Diario del Che en Bolivia. Nunca se me
–Está llamando a los estudios, los estudios piratas, de esos de 15 pesos que salen buenísimos va a olvidar, y yo guardo el libro, la edición esa de
Gama; estamos en la colonia Roma, en la calle y a tomar un chocolate con donas y, de repente, Siglo XXI, todo deshojado, pero lo guardo. Y lo
Puebla 108, muy cerquita del Metro Insurgentes. llamaron por teléfono, se puso los zapatos y salió
de la casa. Mi abuela siempre dijo que era Mo-
El dinosaurio Barnie más bien parecía un rales el que lo había llamado... Y ya no volvió. Lo
mexicano de pelo en pecho que no se afeitaba y encontraron en el jardín del Tlatelolco, sentado
con casi 40 panzones años. Cuando terminó de en una banquita, con un tiro en la nuca.
doblar, poniéndole una voz muy coqueta a uno
de los tres cochinitos, le pasaron la nota de Alvarado-Barnie se había despedido con un:
Héctor que lo contemplaba del otro lado del cris- “¿Lo puedo seguir llamando?”
tal de la cabina. La tarjetita decía: “Jesús María Héctor estuvo a punto de contestar con un
Alvarado quiere hablar contigo”. rotundo no. Pero viéndole la mirada tristona,
–Buenas –dijo poco después, algo tímido, ten- accedió con la cabeza. Se quedó un rato en el
diendo la mano muy ceremonioso. Una mano parque uniendo los cabos sueltos. Ninguna de
peluda y acogedora. La voz resultaba incon- las mueblerías de su lista tenía su oficina en
fundible. Se habían sentado en un parque- la Torre Latinoamericana. Bueno, pero en
cito afuera de los estudios y Alvarado- la Latino podía estar por accidente. Al
Barnie sacó un paquete de pan duro acabarse el último cigarrillo del
para darle de comer a las palo- paquete se dio cuenta de que no
mas. Héctor sacó a su vez su le había preguntado a Barnie
paquete de delicados con fil- por Bin Laden.
tro y se dedicó a echarle humo Fue a buscar el taxi del
a los animales que se acercaban asaltante, casi seguro de que
por el pan. alguien lo había encontrado y se lo
–Usted ha de ser de los que recibían había robado, pero no, ahí estaba
las llamadas. herrumbroso y potente.
Héctor asintió volviendo a la cara de Alec Manejando en un tráfico que se volvía
Guinness. Lo iba a dejar contar tranquilamente denso conforme acababa la mañana, fue reco-
su historia. rriendo las direcciones de la lista. Las mueblerías
–Fue una idea que se me ocurrió. Prieto eran propiedad de tres hermanos muy
Héctor le sonrió. Angel Alvarado le caía bien. jóvenes que las habían heredado de su padre
–No era una mala idea –dijo. hacía dos años. El vendedor de muebles usados
–¿Verdad? Es que eso es lo que yo sé. Hablar Lerdo, en la colonia Doctores, era un libanés que
por un micrófono. ¿Qué iba a hacer, ¿pegarle un había comprado la tienda al Lerdo original en la
tiro a ese güey? No, ¿verdad? ¿Ir a la policía? Ni década de los cincuenta. En uno de los viajes, le
madre. ¿Qué les digo? Vean, me encontré en la hicieron la parada y dio servicio a una pareja de
calle a un cabrón que creo que mató a mi padre recién casados que iban a la terminal de Toluca.
hace 30 años, un tal Morales que no se llama Cuando se negó a cobrarles, lo atribuyeron al
Morales. Por cierto, él también es policía, como en la madre, lo veo. Veo a un cuate y me da un amor y a la suerte, y Héctor no quiso desengañar-
ustedes, o era, o ustedes eran de los de él, o no mal aire, me da como un escalofrío. ¿Usted cree los explicando que era un taxi pirata robado a un
eran. No, ¿verdad? en los fantasmas? asaltante y que él no era profesional del volante.
–¿Y por qué llamaba a Monteverde? –En unos sí y en otros no –dijo Belascoarán, Se acercaba la hora de comer. Lo sabía porque
–¿Quién es Monteverde? que no es que quisiera parecer enigmático, sino se le agudizaba el olfato. Desde que se había que-
–El que era amigo de su padre en el 68, el que establecer la diferencia entre Hollywood y el dado tuerto olía mejor y a más distancia. Dejó
tiene un perro que se llama Tobías, el que me Holocausto. que el olfato lo guiara y fue a dar a una taquería

2 metió en esto.
–Ah, pues era uno más de los que llamaba.
Encontré una libreta de direcciones de mi padre y
–De repente, lo miré bien. Era él, era el
Morales que yo había visto en Lecumberri. Que
una vez me regaló su colección de yoyos, todo
michoacana de carnitas en la colonia Escandón,
cerca de donde más tarde buscaría el depósito
Degollado.
me puse a llamarlos a todos. La mayoría de sus zalamero el hijo de la chingada. El que mató a mi Una hora y 13 tacos campechanos más tarde,
amigos de los años sesenta ya no respondían en papá. Y me puse a temblar bien pinche. Pero me Héctor Belascoarán se detuvo en la calle Pros-
esos teléfonos, unos se habían muerto, otros esta- repuse y lo vi entrar en la Latinoamericana y peridad, de sorprendente nombre para una colo-
ban fuera de la ciudad de México. A muchos les tomar los elevadores. Ahí ya me culeé, pero el nia que había vivido en la decadencia después de
dejé recado, los recados en las contestadoras. elevador paró en los pisos 7, 17 y 41. que la Revolución le quitó su hacienda al señor
–¿Y a mí? ¿Por qué me llamaba a mí? –¿Y entonces? Escandón.
–¿Usted quién es? –Pues me fui a mi casa y no le dije nada a mi El ingreso al depósito era un portón metálico
–Héctor Belascoarán. hija. Y me pasé la noche despierto, sudando frío. cerrado por fuera con un candado. Aún así gol-
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–El detective. Y en la mañana tomé la libreta de mi papá y me peó tres veces sin esperar respuesta.
–A veces. puse a hacer llamadas. –A veces el señor no oye, está medio sordo el
–No, pues eso fue bien chistoso. Estaba lla- –¿Y esa historia que cuenta de Morales, de güey, entre por atrás –le dijo un niño que estaba
mando a uno y dejando el recado en la contesta- cuando puso una pluma metálica en un camino jugando futbol, señalando el callejón de una
dora. Y levantó el teléfono y me dijo: “Ya no estés vecinal para robarles el café a los campesinos? vecindad.
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Dándole vueltas fue a dar a un patio lleno de centro, no tenía centro, se había vuelto una serie al desvencijado Iem Westingouse de un metro
cascajo y a un segundo portón que ni llegaba a de barrios cuyos habitantes no conocían a los de setenta. Héctor lo abrió. Estaba casi vacío, una
candado, tan sólo dos alambres entrelazados. enfrente, cuyos chilangos habitantes no salían a cocacola y media docena de cervezas Sol.
Volvió a tocar, y siguiendo la máxima sabia de contemplar el esplendor peligroso del mundo –Nunca me fui. Aquí me quedé en esta ciudad
que no conocía a ningún gato al que la curiosidad urbano. pendeja. Y de vez en cuando como que me veía
hubiera matado, desenlazó los alambres y entró. La oficina tenía un pequeño letrero a un lado alguien fijo y como que me reconocía, pero no.
Cuando cerró tras de sí el portón se dio cuen- de la entrada: Muebles Degollado. La puerta no Nomás sus puros pinches miedos, y se daban la
ta que había ingresado en la oscuridad absoluta. tenía seguro y se limitó a darle vuelta al picapor- vuelta y se iban para otro lado. Y a veces era yo
La ausencia de ventanas y tragaluces no le per- te. Un solo cuarto, con un escritorio al fondo, bajo el que se culeaba y se metía en el Metro y me
mitía siquiera darse una idea de la dimensión del una alfombra verde sucio, donde Morales, senta- pasaba con el culo sudado viéndole atrás de mi
lugar. Obviamente no traía una linterna, y con un do en un sillón giratorio de respaldo muy alto y espalda.
encendedor minúsculo bic, como proletaria con las manos sobre la cubierta extrañamente Morales traía un traje azul deslavado y una
Estatua de la Libertad, Héctor Belascoarán trató vacía, lo miraba. corbata roja sobre camisa azul pálido. No tenía a
de abrir un camino de luz en las tinieblas. –Usted es el que me anda siguiendo. Lo sabía. nadie que le planchara la ropa y él no había
Tropezó con algo que medio adivinó como unos aprendido a planchársela. Héctor abrió el refres-
huacales y trató de buscar una pared, y al lograr- co con la base de una engrapadora que encontró
lo volvió a donde pensaba estaba la puerta tra- sobre el refri y le dio un largo trago. Sabía a
tando de localizar un apagador. Lo encontró casi rayos. ¿Morales lo quería envenenar? Escupió el
por casualidad, mucho más abajo de donde lo buche sobre la mesa. Morales espantado saltó
estaba buscando. Las luces, unas cuantas barras hacia atrás y abrió un cajón del que estaba sacan-
de mercurio, iluminaron un fantasmagórico do una pistola cuando Belascoarán se lo cerró
cementerio de muebles. Apilados por géneros, en con todo y mano adentro de una patada. Mien-
zonas: aquí las mesas de cocina, de patas metáli- tras Morales gritaba cosas ininteligibles, el detec-
cas; allá los viejos tocadiscos de mueble, arcaicos; tive se sintió muy orgulloso del paso de ballet
por allá medio centenar de refrigeradores que que había dado para darle la vuelta al escritorio
habían tenido su estreno hacía 30 años, y sillas de y patear el cajón con la pierna mala; ahora sí se
mesa, de jardín, taburetes y una docena de iba a pasar toda la noche con dolor de espal-
barras de bar. En una esquina de la bodega, da. Sacó su pistola y se la mostró al
unos 50 metros de largo por otro tanto personaje que trataba simultáneamente
de ancho, cajas abiertas con juguetes. de secarse la camisa empapada de
Alguna vez, en plan filosófico, cocacola rancia y sobarse la
un amigo suyo historiador le mano magullada.
había dicho que había que –¿Qué le puso a la coca-
saber distinguir lo antiguo de cola? –Héctor pensó que le
lo viejo. A Héctor le parecía una había puesto una docena de
tontería, pero aquí había algo dife- valiums. Morales no le latía para
rente, no sólo eran cosas viejas, era un arsénico. Chance 100 gramos de polvo
cementerio de la clase media que se había para matar ratas. ¿Todavía vendían eso?
quedado a mitad del camino, la gloriosa clase –¿Qué chingaos, ay, ay, le voy a poner?
media de los años sesenta, asfixiada en los –Sabía a mierda –dijo Héctor como discul-
ochenta, difunta en el fin de siglo. ¿Era eso? pándose por el lío que había armado.
En una esquina del galerón, un escritorio ais- –Estaría vieja.
lado parecía dar razón de lo que sería una ofici- Héctor le señaló con el cañón de la pistola la
na. Buscó un hierro viejo para forzar el cajón, esquina del cuarto que daba a la ventana. Una
pero no hacía falta, estaba abierto. Abierto y buena ventana, cuarenta pisos abajo debería
vacío. Ni listas, ni registros, ni siquiera un mu- estar la ciudad. Morales se levantó de la silla y
groso inventario. Tan sólo una caja de tarjetas de Belascoarán ocupó su lugar. No estaba mal el
visita que ofrecía dos teléfonos y dos direcciones, sillón.
la de la colonia Escandón donde estaba, y una –Usted es Morales –dijo Héctor a la nada, sin
oficina, en el piso 41 de la Torre Latinoamericana, mirar de frente al tipo que sostenía la mano que
encabezadas por el nombre Juvencio Degollado, se le iba poniendo morada en la muñeca. Tomó la
gerente. –No, yo soy un amigo del que lo anda pistola de Morales del cajón y se la metió en el
siguiendo. bolsillo de la chamarra.
La Torre Latinoamericana fue durante mu- Héctor buscó una segunda silla donde sentar- –Usted mató a Jesús María Alvarado.
chos años el centro de la ciudad de México. El se, pero no había nada. Un refrigerador, un obso- –Para nada. Yo nomás lo estaba espiando. Se
Zócalo era el centro ceremonial, el centro simbó- leto paragüero, dos malas reproducciones de lo juro por la Virgen de Guadalupe. Yo nomás lo
lico. Pero el lugar para hacer una cita de amor Velasco y su valle de México y sus paisajes porfi- espiaba. Lo mató Ramírez.
memorable, era al pie de la Latinoamericana, en
la esquina de Madero y San Juan de Letrán. Allí,
a la sombra del edificio más grande de México, se
rianos enmarcadas en la pared.
Morales usaba lentes muy gruesos y su mira-
da miope iba siguiendo la mirada de Belascoarán
–No, usted estaba allí y lo mató.
–Me cae que no. Yo se lo señalé a Ramírez,
pero ese día ni arma traía. Le dije, mira, ese es
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reunían los futuros suicidas, hasta que el mirador escrutando el cuarto. Alvarado, pero nada más. Yo lo apunté con el
de la torre fue rodeado por una malla metálica, y –Una mierda de oficina, ¿verdad? dedo, pero con el dedo no se mata. Ni sabía qué
se encontraban también las futuras parejas, para Héctor asintió de nuevo quería hacerle
subir hasta un bar en las alturas desde el que –Hace años era elegante tener oficina en la –Usted fue torturador en los años setenta.
podía verse casi el fin del mundo conocido. Torre Latinoamericana. Era como de licenciados –¿Eso le dijeron? ¿Esos cabrones le dijeron
Ahora la torre no era la más alta de la ciudad más chingones, de usureros, de dentistas que ponían eso?
grande del mundo, y hasta andaban diciendo amalgamas de oro, de representantes de maqui- –Usted denunció a su mujer y por su culpa
casi la matan.
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que la ciudad de México no era la más grande del naria alemana.


mundo, que era mayor Tokio o Buenos Aires. Y –Hace muchos años –dijo Héctor reposando –Ya nos habíamos separado. Ya no estábamos
de cualquier manera, con la contaminación había sobre el pie bueno. Podía caminar muchas horas, juntos, y me había puesto una demanda dizque
días en que poco se podía ver desde las alturas. Y pero no soportaba estar parado, dentro de un porque le había robado unos cuadros y unas
de cualquier peor y pinche manera, para acabar- rato le dolería la espalda. joyas de su abuela.
la de joder, la ciudad de México había perdido el –¿Quiere un refresco? –dijo Morales y señaló –Usted estuvo en la Brigada Blanca.
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–Yo andaba por ahí, pero no mandaba. mente sus automóviles y sonaban bocinas. ¿Qué
Mandaba una pura chingada. Si cuando se ponía estaría haciendo Elías Contreras en estos momen-
bueno un operativo me enviaban a comprar refres- tos en Chiapas? Allá todo debería ser más claro,
cos. más transparente el aire, más nítidos los enemi-
Morales comenzó a sollozar. Se quitó los len- gos, más simples las cosas, más claras las tram-
tes y los tiró al suelo. Luego se le salieron unos pas, los hoyos en la vereda. Se asomó a la venta-
enormes lagrimones. na y miró por encima de la calle, a muchas más
–Yo soy un pobre culero. No soy caca grande. calles de distancia, hacia el invisible Ajusco, hacia
¿Sabe cómo me hice de algo de lana? De la las pálidas luces del Castillo de Chapultepec,
manera más pinche, robando refrigeradores por encima de la selva de antenas de televi-
y estufas en las casas de los que secuestrá- sión.
bamos y luego los desaparecían. Se me Pensó en mandarle un telegrama a
hizo fácil. Total, los íbamos a matar. Elías Contreras, pero seguro que si
¿Para qué chingaos querías una escribía algo como “Mi Morales
estufa si te iban a torturar tres chingó a su madre”, se lo
meses y si de churro no te iban a censurar.
mataban, pues te ibas a pasar El timbre del teléfono
años en el bote? ¿Qué?, ¿se las sonó repentinamente. Héctor
íbamos a dejar a los caseros, a los miró con desconfianza el aparato
dueños de los departamentos? Porque negro y viejo, de orejitas, como de los
nadie de ellos se atrevía a regresar, a años sesenta, que le había heredado un
entrar a una casa que habíamos tomado. Olía inquilino al que se lo había heredado otro
a muerto, estaba quemada. Y ahí me tiene ven- viejo casero, y dejó que sonara otro par de
diendo estufas y mesas pinches de comedor de veces. Luego saltó la contestadora.
formica, y sillones que tenían un hoyo de una –Belascoarán, habla Jesús María Alvarado.
quemadura de cigarro. Con eso hice una lana, no ¿Qué crees? Que si querías pescar a Morales y
mucha. quitarle al Juancho, ya te la pelaste. Se los vendió
Era un pobre miserable, un canalla menor. Y a los gringos, que se lo llevaron de nuevo a
Héctor Belascoarán no dudada que en las sesiones Burbank. Hubiera estado a toda madre que se
de tortura hubiera actuado de suplente, y que se quedara en México, Juancho podía seguir en la
robara archivos, y que de vez en cuando le diera al tele haciendo anuncios de Gansitos Marinela en
gatillo, o al puñal, o a la botella de Tehuacán para el canal 2. “Osama Bin Laden dice que el mejor
asfixiar al detenido, o que pateara a alguien desnu- pastelito cubierto de chocolate...” Nomás te lo
do y sangrante que estaba en el suelo. digo para que cuando veas otro comunicado de
¿Y ahora qué hacía con él? ¿A quién lo denun- ese güey en CNN te fijes bien en la marca que
ciaba? ¿En México? trae arriba del ojo derecho, la pequeña cicatriz;
–Vamos a la calle –dijo Héctor de repente. porque resulta que...
El pasillo estaba vacío. Héctor señaló las esca- La ciudad tenía hoy un tono apacible, pero Héctor dejó que la grabadora cortara al aca-
leras; 41 pisos a pie, no estaba mal como castigo. Héctor no podía sintonizar con ella. Los Morales barse su minuto y medio. Luego se acercó al telé-
Como castigo para su pierna mala. seguían apareciéndose de vez en cuando: a mitad fono, lo levantó y marcó un número al azar.
–¿Y a dónde me lleva? –preguntó Morales con del beso furtivo de unos adolescentes que se des- Contestó una voz pregrabada de una sucursal de
media sonrisa –¿A dónde vamos? pedían al pie de un trolebús, en la puerta de una Inversora Financiera Internacional:
–Usted, a chingar a su madre –dijo Belas- joyería que estaba cerrando las cortinas... –Nuestras líneas se encuentran temporalmen-
coarán repentinamente, con toda la rabia que le ¿Se estaba volviendo loco? ¿Era más lúcido y te ocupadas. Si desea dejar un mensaje marque
daba acordarse de un Jesús María Alvarado al más sabio que nunca? ¿Estaba más solo que perro uno, si desea atención personalizada, marque
que nunca había conocido y cuyo fantasma le y por eso vivía con fantasmas que salían del dos, si desea entrar en nuestro menú principal,
hablaba por teléfono, metiéndole la zancadilla y pasado? marque tres...
luego dándole un empujón con el hombro y vien- La idea del perro le recordó que tendría que lla- Marcó el uno.
do como el hombre rodaba por las escaleras infi- mar a Monteverde para reportarle el final de la –Oiga, les habla Jesús María Alvarado para
nitas, interminablemente, probablemente todos historia. Tenía también que llevarle un regalo al decirles que si forma parte de su directorio un tal
los 41 pisos de la Torre Latinoamericana, hasta la perro. Le había gustado el chorizo. ¿Medio kilo de Morales, se anden con mucho cuidado, porque es
avenida San Juan de Letrán, también llamada longaniza de Toluca? Se iba a morir el pobre Tobías, un tipo muy nefasto, experto en fraudes financie-
Lázaro Cárdenas, conocida por algunos como Eje pero de felicidad; decidió que el perro bien podía ros a la nación en los que trata de chingarse a la
Central. Hasta el fin. Hasta el infierno. librarla con un cuarto de kilo y el otro cuarto de inmensa mayoría del personal para beneficio de
kilo se lo podía comer él con huevos revueltos. los menos. Más o menos lo que ustedes hacen,
FIN pero en delictivo. O sea que es muy mal rollo el
Se quitó los zapatos y los fue empujando a tal Morales...

4 Epílogo
Camino a su casa, Héctor Belascoarán vislumbró
a dos o tres posibles Morales. Uno de ellos des-
punta de calcetín hasta el centro del cuarto. La
habitación estaba vacía. Nunca había podido, ni
Colgó sintiéndose enormemente satisfecho,
como niño estrenando pelota. Como adolescente
que ha descubierto la suscripción clandestina de
querido, ni pensado en comprar muebles. Tan
cendiendo de un coche ante un hotel de la aveni- sólo la alfombra y, en una esquina del cuarto, una su papá a Playboy. Levantó nuevamente el teléfo-
da Reforma. Trató de sacarse la paranoica sensa- lámpara de pie, el sillón de sentarse a pensar y el no y marcó de nuevo al azar.
ción de encima, de sacudírsela como quien se teléfono a su lado, vacilando sobre la pila de los –Este es contestador de Susana Quirós –dijo
quita un mal pensamiento que viene acompaña- directorios telefónicos de la ciudad de México, una voz juvenil –si desea mandar un fax hágalo
do de un escalofrío, pero sólo logró acrecentarla. los viejos y los nuevos. ahora, si quiere dejar un recado espere al bip...
Se cruzó con una mujer que lloraba, silencio- Buscó un refresco en el refrigerador y encon- –Le habla Jesús María Alvarado, para infor-
sa, sin aspavientos, tratando de cubrirse con un tró una enorme Lulú de grosella de tres litros sin marle que... –comenzó a decir Héctor Belas-
klínex azuloso. coarán Shayne, detective independiente.
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estrenar. Se sintió feliz. ¿A qué hora se la había


Habló de futbol con un vendedor de lotería. comprado? ¿Cuándo había pensado en tener una
Vio a un par de campesinos perdidos y los fiesta de refresco de grosella, tabaco y Mahler? En (segundo) FIN
guió hasta el paradero de camiones del Metro la calle los adolescentes yuppies que habían inva-
Chapultepec. El traía en la mano un saxofón, ella dido el barrio para cenar de restaurante, hacían Ciudad de México,
un saco de pan duro. ruidos, ruiditos, carcajadas; frenaban ruidosa- fin del invierno de 2005

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