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Tal como surge del análisis anterior, existen numerosas clases de tomadores de
decisiones en la agricultura de los países en desarrollo. Además de las familias rurales
como unidad básica de decisión, los tomadores de decisiones incluyen a muchos tipos
de asociaciones de pueblos y productores (a menudo referidas como "capital social"),
empresas locales y extranjeras, ONG, gobiernos locales y provinciales, organismos
descentralizados, gobiernos centrales, y organizaciones internacionales de desarrollo.
Se acepta cada vez más que las decisiones deben ser devueltas al ámbito más bajo
posible de la jerarquía, esto es, al más cercano a aquellos que son afectados por la
decisión. Esto tiende a asegurar una mejor rendición de cuentas (accountability) en la
toma de decisiones. Sin embargo, puede haber excepciones cuando el mayor peso y la
probable neutralidad del gobierno central sean necesarios para evitar las presiones de las
elites locales sobre los gobiernos y otras organizaciones locales. En estos casos, lo
mismo que en la recaudación de impuestos locales, el gobierno central puede colaborar
con las instituciones de los gobiernos locales.
Nueva legislación.
Decisiones y decretos administrativos del Poder Ejecutivo, que modifican las reglas
que gobiernan el marco económico de la agricultura y cambian las estructuras
institucionales.
Asignaciones de inversión pública (fondos de la cuenta de capital), algunos de los
cuales pueden provenir de colaboradores externos al desarrollo.
Asignaciones del presupuesto de cuenta corriente del gobierno.
Participación voluntaria en la implementación, por parte del sector privado y la
sociedad civil.
requiere consenso entre los organismos de gobierno y, sobre todo, con el sector privado,
ya que sin su apoyo activo es difícil llevar a cabo plenamente las reformas de las
políticas. También deben ser coordinadas con las instituciones internacionales que
apoyan el esfuerzo de desarrollo. Además, se requiere coordinación entre las propias
reformas y tareas de implementación, para asegurar la coherencia durante todo el
proceso y mantener el ritmo de las reformas según la agenda programada.
Roger Douglas, Ministro de Finanzas de Nueva Zelandia desde 1984 a 1988, cuando ese país
llevó a cabo lo que fue comúnmente aclamado como un muy exitoso programa de reforma
estructural, hizo los siguiente comentarios sobre la necesidad de actuar rápidamente en un
programa de reformas: “La rapidez es esencial. Es imposible moverse demasiado rápido.
Implementar todo el programa llevará varios años, aún a velocidad máxima. ... Si actúas
demasiado despacio, el consenso en favor de la reforma puede agotarse antes de que los
resultados sean evidentes. ... Es la incertidumbre, no la velocidad, lo que pone en peligro los
programas de reforma estructural” (The Wall Street Journal, 17 de enero de 1990).
Aún las reformas más sencillas requieren diez o más pasos importantes (a veces
hasta treinta); de modo que los planes operativos deben asignar responsabilidades y
fijar fechas meta, y organizar un seguimiento muy estricto de los avances logrados. La
complejidad del proceso de implementación es una de las razones por las cuales es
importante impulsar el proceso lo más rápidamente posible, manteniendo al mismo
tiempo la coordinación entre todas las partes interesadas.
En cualquiera de las cinco primeras etapas, el diseño de las políticas está sujeto a
modificación, a medida que la propuesta incorpora nuevos elementos de la realidad.
La implementación de las políticas es una tarea exigente y por tal razón merece
cuidadosa atención y enfoques sistemáticos. La capacidad de implementación es
frecuentemente un recurso escaso en el sector público. Sin una implementación
adecuada, aún las políticas mejor diseñadas carecen de valor.