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Historia de América III

Trabajo Practico del 18/08/15

Alumno: Gabriel Jansen

Profesor: Lic. Gustavo Parron

Teniendo en cuenta la lectura del texto del autor Melgar Bao, sobre la conformación de
la economía latinoamericana y las variables en la conformación de los movimientos
obreros, se responderá a la guía de trabajo propuesta por la Cátedra teniendo en
cuenta la relación entre cada uno de los ítems sugeridos.

La inserción en el mercado mundial tendió a acentuar los contrastes que género el


desarrollo dependiente de las economías latinoamericanas. La especialización
productiva había llevado a diferenciar tres áreas geo-económica: las regiones
exportadoras de productos agrícolas de clima templado (trigo, maíz, lana, carne ovina
y bovina), que correspondía con los territorios de Argentina, Uruguay el sur de Brasil;
las regiones de clima tropical exportadores de Cacao y azúcar y que nos remitan a los
territorios de Panamá, Venezuela y países de América Central, así como al Caribe;
finalmente, las regiones mineras exportadoras de plata, cobre, nitrato, estaño que
involucran los territorios de México, Chile, Bolivia y Perú.

La modernidad del sector agrario fue relativa. El incremento constante de


exportaciones mercantiles e inversiones de capitales foráneos, el dominio del comercio
exterior y del círculo de circulación mercantil por los intereses británicos, así como la
ampliación y subordinación de la producción bajo dominio oligárquico al principal eje
metropolitano, signaron los tres rasgos distintivos de la economía latinoamericana de
fines del siglo XIX.

Las estructuras políticas que acompañaron a este proceso se apoyaron en intrincados


sistemas de coerción y clientelaje político internacional. No obstante, éstos fueron
incapaces de frenar la emergencia y engrosamiento de las capas medias urbanas y de
novísimos, pero cada vez más combativos, núcleos proletarios. Esta recomposición
popular en su conjunto al presionar sobre las viejas estructuras políticas hizo emerger
como contradicción principal el dilema de clases y nación. Desde entonces el proceso
a la oligarquía comenzó a desarrollarse en los diferentes ámbitos de la vida social.

La expansión de las fronteras agrícolas a favor de la agricultura de exportación fue


acompañada de violentas campañas etnocidas y genocidas. Las poblaciones étnicas
resistieron la mayoría de las veces a través del radicalismo milenarista o el desarrollo
de formas distintas de guerras y movilizaciones campesinas.

En América Latina, el embate contra las fuerzas civilizadoras fue en cierto sentido una
defensa de las estructuras comunales agrarias frente al desarrollo del camino
latifundista e imperialista. La ofensiva oligárquica favoreció la convergencia y relativo
ensamblamiento de las ideologías ácratas y socialistas urbanas con la resistencia
campesina e indígena.

Las banderas a favor de la reacumulación de las tierras, le confirieron raíces propias a


estas tradicionales ideológicas obreristas, sin hacerlas perder su identidad doctrinaria.
Estas variantes comunal-indígenas de las corrientes anarcosindicalistas señalaron uno
de los rasgos de internalización y asimilación por la mentalidad de las vanguardias
obreras en las regiones andina y mesoamericana. En esta dirección, el anarquismo y
el socialismo devinieron en proyectos ideológicos de cohesión popular-nacional. En los
casos de Brasil y el Caribe, el énfasis puesto por estas corrientes en la igualdad de la
raza humana, donde la tradición esclavista pervivía en la forma de racismo y
discriminación, les tocó cumplir igualmente un rol cohesionador súper-clasista,
popular.

En todas estas experiencias hubo participación proletaria minoritaria, pero no por ello
menos significativa. Además, en todos estos casos ha sido documentada la influencia
anarcosindicalista. Las presencias de estas corrientes bajo las formas atípicas que
suscitaron su traducción ideo-política por las distintas cosmovisiones étnicas, no
hicieron más que expresar el cambio general en la mentalidad de las diversas capas
sociales y fracciones de clase de estas sociedades en transición a la modernidad.

El ideario de esos intelectuales ácratas se vio reforzado al «encontrar» en los ayllus


andinos y los callpullis aztecas las pruebas irremisibles de que la acracia, la sociedad
comunista, tenía raíces históricas y vitales en suelo latinoamericano. Por ello, la clase
obrera, los trabajadores del campo y de la ciudad deberían sentir confianza sobre el
destino histórico de sus respectivos países y aun del continente. Pronto, socialistas,
anarquistas y sindicalistas vieron como una mediación necesaria y terrena de sus
abstractas consideraciones sobre el internacionalismo proletario, la unidad de América
Latina. Pero esta valoración tuvo como elemento polar dos aspectos más visibles del
desarrollo del fenómeno imperialista y el gradual relevo de Inglaterra por los Estados
Unidos en el dominio neo-colonial del continente.
Hubo sin embargo, algunas posiciones, ideológicas en el seno de las vanguardias
obreras de América Latina, que a pesar de que en lo general se declararon en contra
del capital y de sus formas de opresión, al definirse a favor de la salda librecambista
para sus países de origen terminando por conciliar con el orden neoliberal que
apuntalaba el pacto neo-colonial. Antinomias como ésta pusieron en evidencia la
dificultas de esta clase subalterna para afirmarse como clase nacional.

La región de América central y del Caribe fue muy sensible a la intervención


norteamericana. En los casos de cuba y Puerto Rico, en curso de la guerra Hispano-
Norteamericana (1898), el movimiento obrero asumió como propio, aunque de manera
divergente, el dilema de clase nación. En el caso cubano, quedan claros los elementos
convergentes de las reivindicaciones obreras en el interior del movimiento de
liberación nacional, primero contra la dominación hispana y luego contra la ocupación
norteamericana.

Los capitales británicos en América Latina pasaron de 246.6 millones de libras


esterlinas en 1885 a 552.5 millones de 1895, es decir, que en una década, las
inversiones británicas doblaron sus montos. De ellas, los ferrocarriles representaron el
36,2 por 100 del total correspondientes al año de 1895, mientras que las de carácter
financiero tan sólo alcanzaron el 7,1 por 100. El desarrollo económico dependiente se
vio ampliamente estimulado por la convergencia de intereses de las oligarquías criollas
y los grandes inversionistas británicos.

No obstante la férrea defensa de sus fueros económicos, los capitales británicos


comenzaron a perder terreno frente a la creciente expansión del capital de los
intereses monopólicos estadounidenses. Hacia 1913, las inversiones inglesas
ascendieron en el continente a 5.000 millones, mientras que los norteamericanos, un
año más tarde , sólo sobrepasaron 1.6000 millones de dólares, pero en perspectivas
duplicaron su capacidad de invención en los quince años siguientes en vísperas del
derrumbe de la bolsa de valores de Nueva York.

En su conjunto, las inversiones británicas y norteamericanas se habían repartido el


control de las arterias básicas de la economía latinoamericana. Las primeras
monopolizaciones el por 100 de las empresas ferroviarias y el grueso del capital
especulativo en las actividades comerciales, bancarias y crediticias, dejándole un
espacio marginal a las inversiones en actividades directamente productivas. Por su
lado, las inversiones norteamericanas prefirieron orientarse hacia los sectores de
minería, metalúrgica y petróleo, así como en ciertos renglones de la agricultura
comercial.
Al mismo tiempo, las unidades productivas modernas y tradicionales presentaron a
pesar de sus diferencias un rasgo común: el de producir a muy bajo costo gracias a la
existencia de mano de obra barata y abundante. En general, sobre esta base de
sobreexplotación de la fuerza de trabajo, las mercancías latinoamericanas fueron
competitivas en el mercado internacional. Se podría añadir otra semejanza entre el
sector moderno y tradicional de la economía latinoamericana, nos referimos a que se
basaron en un solo producto, lo que las hizo más vulnerables a las oscilaciones de la
demanda internacional.

La industria latinoamericana de bienes de consumo logró desarrollar a contracorriente


del modelo oligárquico de crecimiento económico casado en la exportación. Tres
factores coadyuvaron a favor de la industria naciente de esta continente: el progresivo
deterioro de la balanza de pago, que generó la necesidad de sustituir aquellos
productos de importación vinculados al consumo popular urbano y cuyos
requerimientos técnicos de calificación laboral y de insumo no fueran muy costosos ni
muy difícil de conseguir. El segundo fue el deterioro creciente del presupuesto estatal
que llevó a los gobiernos a fijar e incrementar los aranceles aduaneros, con la
siguiente repercusión en el precio de los artículos de importación y que quedaran ya
fuera del alcance de las capas medias y populares. Finalmente se produjo una gradual
depreciación de las monedas de los países latinoamericanos con respecto a la libra
esterlina, proceso que determinó un encarecimiento suplementario de los productos de
importación que reforzaron a su vez el ya estrecho círculo de la demanda y del
consumo.

A lo anterior se aunó en algunos países la conflictividad urbano-industrial generada por


la afluencia de mano de obra extranjera, que coincidió en al tiempo con una fuerte
presión demográfica en el continente europeo, particularmente en las regiones menos
industrializadas del mediterráneo y del Oriente. La contracción de los índices de
mortalidad en circunstancias en que se mantuvieron positivas y estables en las tasa de
natalidad generó un ajuste demográfico, incapaz de ser resuelto en materia de empleo
y política social por estas sociedades en transición a la modernidad capitalista. El
desembalse demográfico, en lugar de traducirse en fractura de la estructura social se
orientó allende las fronteras. Así, un flujo importante de inmigrantes cruzó el atlántico
con destino de las Américas. No obstante, los países del Nuevo Mundo carecían de
homogéneas aptitudes y alicientes para recibir a las oleadas de anónimos pioneros
que afluyeron durante medio siglo.
La urbanización en América Latina alcanzó su primer clímax en este periodo cuando
ya algunas de sus ciudades y países precozmente acusaban los primero síntomas de
macrocefalia y «sobre-urbanización». La Argentina en 1914 invierte el patrón de
asentamiento continental al registrar el 58 por 100 de población urbana frente al 42 por
100 de rural.

El crecimiento y la diversificación de las capas medias y del proletariado urbano en


estas ciudades, en acelerado proceso de modernización, consolidaron los roles de
fuerzas perturbadoras e impugnadoras de estos sujetos sociales en los planos de la
economía, la política y la cultura de sus respectivos países. No tardo el movimiento
obrero y popular en hacer eclosionar las viejas estructuras políticas e ideológicas de
las sociedades oligárquicas. Las presiones, demandas y expectativas de estos actores
sociales urbanos habían conmocionado los diversos ámbitos de la vida citadina.

Esta fase de transición a la modernidad capitalista afectó las propias estructuras


estatales y políticas de la sociedad latinoamericana. Tres elementos renovadores que
dan cuenta de la significación de este proceso, aluden necesariamente a la clase
obrera como nuevo sujeto histórico. Nos referimos a la aparición de las primeras bases
jurídicas de la legislación social y laboral; a la relativa permisividad política para la
participación de los representantes socialistas y gremiales en el parlamento y en los
municipios; finalmente, a la puesta en práctica de la novísima doctrina social de la
iglesia que consideraba como una de sus opciones legítimas del catolicismo obrero.

Los primeros atisbos de legislación social y laboral en América Latina, fueron logrados
a contracorriente de ala hegemonía de la oligarquía. Sus primeros tópicos fueron: la
reglamentación de la jornada laboral para mujeres y niños, el descanso dominical, la
cuestión de la vivienda obrera, la jubilación y los riesgos y accidentes de trabajo.

Las corrientes libertarias fueron perdiendo terreno al escapar la conflictividad laboral


de los marcos de la espontaneidad y de la disposición y confrontación de fuerzas. En
este contexto que se dibuja como tal a fines de este período, las contradicciones en el
frente laboral si bien no pudieron resolverse en términos legales sí tendieron a ser
atenuadas y encauzadas, favoreciendo indirectamente el desarrollo de las variantes
legales o semi-legales del sindicalismo obrero y de las acciones de los partidos
obreristas o proletarios.
Clase Obrera y Lucha Anticolonial en Cuba

Durante los años de 1880 a 1895, con la sola excepción del incidente armado de 1885,
no hubo en la isla de Cuba ningún conflicto bélico de carácter independista o
revolucionario. Sin embargo, estos años de paz interna no fueron acompañados de las
necesarias reformas sociales y políticas que el pueblo cubano ansiaba.

La reforma política protagonizada por la metrópoli española en 1878 postulaba


formalmente el reconocimiento del derecho del pueblo de Cuba a elegir representantes
ente las cortes de España, así como a la instauración de un sistema de gobierno
provisional y municipal. Estas medidas, lejos de paliar las expectativas políticas de los
cubanos, las acrecentó y polarizó.

La reforma electoral española de 1892 no hizo más que reforzar el régimen de


opresión política en la isla, apoyándose en un típico argumento racista. Esta ley
electoral marginó a Cuba, debido «exclusivamente a la gran dificultas existente allí
donde la raza negra se halla en mayoría y puede ejercer una influencia decisiva en las
elecciones» La política en Cuba quedaba así escindida en términos etnoclasistas,
invitando a las clases subalternas a expresar sus intereses políticos por otros medios o
adscribirse a los proyectos de orientación anticolonial.

En materia social, la cuestión de la esclavitud había agregado su cuota de malestar


político. El 5 de noviembre de 1879, el gobierno español de Martínez Campos
presentó a las cortes un proyecto de abolición de la esclavitud en Cuba, por el cual
200.00 esclavos negros de la isla lograrían su libertad luego de ocho años de ejercicio
de labores y servicios en beneficio de sus amos. Esta especie de «patronato»
temporal fue una medida compensatoria a favor de los esclavistas, ya que quedaba
excluida la indemnización gubernamental; Pero la liquidación de la esclavitud no
sepultó la tradición ideológica del racismo; éste siguió pautando las relaciones sociales
y los conflictos que de ella emanaron.

La economía Cubana, eminentemente azucarera, sufrió por esos años una conmoción
sin precedentes. Perdido el mercado europeo por el auge del azúcar de remolacha, la
producción de azúcar de caña acentuó su dependencia económica con el respecto al
mercado y capital norteamericano. Los precios mantuvieron una declinación constante.
En Nueva York, el precio del azúcar crudo cotizado a 10 centavos de dólar la libra en
1870, se deslizo a 8.6 centavos en 1882 y para el año de 1884 cayó estrepitosamente
a 3.2 centavos.
Los nexos de la industria azucarera cubana con la economía norteamericana se
iniciaron a mediados del siglo XIX, a partir del tráfico ilegal de esclavos negros
controlado por cuatro empresas neoyorquinas.

De 1837 a 1873, la economía azucarera cubana vivió su fase de mayor expansión y


bonaza. La construcción de vías férreas permitió la ampliación de la frontera azucarera
al asimilar las tierras vírgenes del interior de la isla. Las restricciones al tráfico de
esclavos forzaron a la sacarocracia cubana a buscar, con el apoyo español, formas
complementarias de captación de fuerzas de trabajo.

En las últimas décadas del siglo XIX, el movimiento obrero y artesanal comenzó a dar
un viraje en sus posiciones gremiales y políticas. La cruzada reformista de Saturnino
Martínez de trocar la política de huelgas por la de la formación de cooperativas de
producción y consumo, sólo logró mantener su hegemonía hasta mediados de la
década de los ochenta. El fracaso de los experimentos cooperativos se hizo frecuente,
siendo capitalizado por el surgimiento de una corriente anarcosindicalista que tuvo
como vocero el diario El productor, dirigido por Enrique Roig Martín, más tarde
considerado el principal exponente del anarquismo cubano.

La prédica corrosiva y anti-reformista de este grupo anarquista cosechó su mayor éxito


en el movimiento obrero con motivo de la realización del I congreso obrero nacional en
la Habana durante el mes de enero de 1892 y que había sido convocado el 1 de mayo
del año anterior.

El desarrollo del congreso se trató de la necesidad de la lucha por la jornada de las


ocho horas, de la organización de la federación regional Cubana, de la igualad de
trabajadores blancos y negros, de la necesidad de la acción política y del apoyo de la
independencia de Cuba, se reivindicó al socialismo revolucionario como guía de la
emancipación de la clase obrera cubana y complemento de la emancipación popular.
Sin embargo también los obreros de nacionalidad española difícilmente podían
acogerse a un planteamiento nacional que cuestionaba a su país de origen. En este
sentido, la moción y acuerdo del congreso a favor de la independencia de Cuba
escindió étnicamente al movimiento obrero. Finalmente, los intereses más generales
del movimiento obrero prevalecieron sobre los fraccionalismos doctrinarios,
aprobándose la huelga general como táctica para conseguir la jornada de las ocho
horas, mientras que la revolución social fue reivindicativa simbólicamente como una
meta o ideal. En lo que respecta a la organización obrera, prevalecieron los puntos de
vista de la corriente organizadora de los anarquistas sobre la corriente espontaneísta.
La vanguardia anarquista, principalmente el círculo de los trabajadores, se abocó a la
preparación y realización de la defensa de agitación tuvo éxito, las autoridades se
vieron forzadas a decretar la libertad de los congresistas presos. Esta acción represiva
preludió las acciones anti-obreras de los años venideros.

El clima ideológico-político de convergencia de los intereses de la clase obrera y la


nación no se limitó únicamente al congreso obrero de la Habana. Las influencias
ideológicas en el seno de la clase obrera cubana variaron de los inmigrantes
residentes en los Estado Unidos a los que radicaban y trabajaban en la Isla.

En el transcurso del año de 1893 se sucedieron dos acontecimientos que mermaron


coyunturalmente al entusiasmo inicial con que los obreros inmigrantes recibieron la
fundación del partido revolucionario de Cuba. El primero fue el fracaso de la rebelión
de los hermanos Sartorius en la localidad de Holguín, en territorio cubano. El segundo,
la recesión de la industria tabacalera sureña que condujo al cierre de numerosas
empresas industriales en el marco en un gran crisis económica que afecto a los
Estados Unidos.

La insurrección anticolonial, que se inicio el 24 de febrero de 1895, pronto devino en


heroica y cruenta guerra nacional-revolucionaria, que duró hasta entrado el año de
1898, con motivo de la salida de la isla de las autoridades españolas y el ingreso de
las tropas norteamericanas. Durante las primeras acciones armadas del partido
revolucionario cubano, se produjo un hecho luctuoso sensible; José Martí fue abatido
en una emboscada el 19 de mayo de 1895. A pesar de ello, el mando y orientación del
movimiento independista no decayó.

En septiembre de 1895, en una zona liberada del interior de la isla, los patriotas
convocaron a una asamblea constituyente y aprobaron una Constitución provisional,
en la que se hacía constar la independencia como acto legitimo de la soberanía del
pueblo cubano y a la república como la forma política que debería regir sus destinos.

La guerra independista pronto repercutió en las tabaquerías cubanas gracias a que en


los propios talleres y durante la jornada de trabajo se siguió practicando el régimen de
lecturas de libros y periódicos. Esta práctica se había iniciado con fines educativos a
mediados del siglo XIX, en la galeras de los presos que oficiaban de cigarreros en al
Arsenal de la Habana.

De allí se propagó a las tabacaleras de la misma ciudad. El año de 1865 el periódico


obrero La Aurora promovió una orientación ideológica clasista para la selección del
material de lectura. A pesar de las restricciones patronales y gubernamentales, las
mesas de lectura continuaron funcionando. José Martí caracterizó certeramente esta
práctica cultural de los tabacaleros al designar como «tribuna avanzada de la libertad»
Pero este medio de agitación ilustrada no tardo en ser nuevamente reprimido; el 8 de
junio de 1896 se expidió un bando gubernamental prohibiendo terminantemente toda
práctica de lectura.

Hacia 1898, la guerra anticolonial había cobrado más de veinte mil vidas humanas.
Las bajas españolas también fueron considerables. La intervención norteamericana
parecía inevitable. Los conflictos bélicos entre Estado Unidos y España habían
estallado. El 1 de mayo de 1898 la flota norteamericana ocupó filipinas luego de hundir
a su símil española. Una semana antes, el consejo de gobierno de las fuerzas
patriotas cubanas habían reconocido a los Estado Unidos como su virtual aliado. A
mediados de año, las tropas estadounidenses invadían Cuba. A fines de año el ejército
colonial hispano, acosado entre dos fuegos, obligó a las autoridades españolas a
preparar retiro y la firma de un tratado de paz con los Estados Unidos.

La culminación de la guerra contra la administración colonial española permitió


reorientar el desarrollo del movimiento obrero en función de sus reivindicaciones de
clase y reconstituir sus órganos de resistencia. Las vanguardias obreras se sentían
desilusionadas por la actitud claudicante de un sector importante de la burguesía
criolla que hegemonizó el mando de las fuerzas independistas. Este sector, más
preocupado por el orden social que por la soberanía nacional, opto por hacerse
cómplice del desarme del pueblo.

Las fuerzas de ocupación norteamericanas venían ofreciendo una suma de dinero a


quienes individual o voluntariamente entregasen las armas de fuego. Es cierto, sin
embargo, que muchos combatientes del pueblo cubano, perdida coyunturalmente la
dirección revolucionaria del movimiento independistas y acosados por el desempleo y
el hambre, se vieron forzados a vender sus armas.

El movimiento obrero asumió la iniciativa de la lucha social y nacional, en el nuevo


contexto de dominación neo-colonial que impusieron las autoridades y capitales
estadounidenses. A los problemas sociales legados por la guerra, se sumaron otros
que tenían más que ver con la nueva administración neo-colonial. Nuevamente la
cuestión clase obrera y nación en los marcos de una situación neo-colonial aparecían
en el centro de las grandes definiciones del movimiento obrero cubano.

Exculpada a quienes abandonando sus posturas patrióticas frente a la administración


colonial hispana, se hincaban ante las fuerzas de ocupación norteamericanas
reconociéndolas como aliadas e incluso con atributos tutelares supuestamente a favor
de la independencia de Cuba. Los autores del libelo olvidaban a quienes colaboraron
con las fuerzas interventoras norteamericanas en el desarme del pueblo, la
desnacionalización de la economía y la abdicación de la soberanía nacional. Fue
mucho más correcto y certero desde el ángulo de la clase obrera cubana el tenor del
manifiesto anarcosindicalista, al cuestionar la nueva situación neo-colonial y la
opresión que en ella seguían padeciendo los obreros cubanos y españoles, así como
reivindicar para su clase y mediante la lucha un lugar en la formación de la república
de Cuba.

Tras una huelga general reprimida, fueron liberados los huelguistas detenidos. Los
esfuerzos aislados de los estibadores y albañiles por mantener el paro de labores
fueron infructuosos y terminaron en aislamiento y en el fracaso. Las autoridades
norteamericanas remitieron por su parte una circular al sector empresarial,
demandándoles en razón de las protestas obreras que considerasen la posible
reducción de la jornada del trabajo.

La vanguardia obrera quedó decantada en el propio curso de su primera huelga ínter


gremial. Particularmente fue afectada la liga general de trabajadores, que redujo su
membresía de diez mil miembros a trescientos adherentes y su dirigente Enrique
Messonier quedó lapidado domo traidor a la clase obrera. Más adelante, al movimiento
obrero cubano le tocaría librar todavía otras batallas más en la defensa de sus
intereses de clase-nación. Con la huelga de septiembre de 1899 se cerró un capítulo
del proceso constitutivo de la clase obrera, cuyas raíces se hundían en el congreso
obrero de 1892.

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