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Gilbert M. Joseph y Daniel Nugent (compiladores) Aspectos cotidianos de la formacién del estado HEGEMONIA Y LENGUAJE CONTENCIOSO + William Roseberry Al solicitar los ensayos esctitos para este volumten, los compiladares sefialaron dos obras paradigmiticas que deberfan iluminar nuestra idea de las “formas cotidianas de la formacién del estado”: él trabae jo de Jaines Scott sobre la amplia variedad de formas, acios y “artes” de resistencia popular ante los drclenes dominantes (véanse especial- mente 1976; 1985; 1990), y el estudio ce Philip Corrigan y Derek Sayer (1985) sobre un orden cominante especifica -la formacién Gel estado inglés, visto como un proceso mtiltisecular de transfor. macién econémica, extensidn y construccién politicas, y revolucién cultural, que conformaron tanto el “estado” como los tipos especi os de sujetos sociales y politicos. La tarea de los autores era consi Gerar la relevancia de estos proyectos, desarrollados y aplicados 2 otras areas del mundo (el sudeste ce Asia e Inglaterra), para com prender Ia formacién del estado y la cultura popular de México, Aunque es elaro que los compilaiures de este volumen querian ‘que considerdsemos los trabajos de Scow y de Corrigan y Sayer desde la perspectiva de la relacién que guardlan el uno con el otto, Y que pensdramos cémo podrfamos examinar de manera simulté nea la formacién de érdenes de dominacién y de formas de resis- tencia, también es evidente que muchos de los colaboradores lyan seguido la pauta de Alan Knight al colocar esos trabajos y esas pers: pectivas en oposicién parcial uno con owe -la “economia moral” del campesinado y otros grupos subordinados en oposicién al “gran arco” del estado triunfal Si bien podria ser itl examinar las diversas maneras en que cada uno de los dos trabajos alude al atro, yo sélo quiero sefialar gue sus metaforas fundacionates provienen de la obra de E. P. Thompson, Scott toms las referencias de Thompson a la “econo. mia moral” de los pobres en la Inglaterra de los siglos xvitt y xix (1963; 1971) como imagen central y punto de partida de su propio moclelo teérico de la conciencia campesina ante la expansién capi talista y la formacién de los estados coloniales (Scott 1976). Co- rrigan y Sayer, por su parte, tomaron la critica de Thompson a las, interpretaciones marxistas ortodoxas de “la revolucidn burguesa” 213 como un reto para su estudio de la formacién del estado inglés (Thompson [1965] 1978). En ver de situar “la” revolucidn en una rebelién especifiea a mediados del siglo xvi, Thompson escribié sobre una larga y detallada historia de construccién del estado y transformacién capitalista, y desafié a los marxistas a abandonar es- {quemas hist6ricos y politicos prefubricados y explorar la formacién hist6rica de las distintas civilizaciones capitalistas. Para Thompson, fa imagen de un “gran arco” es tanto arquitectOnica (una alta y sé- lida estructura de ladrillos) como temporal (un arco de tiempo du rante el cual se construye la estructura ya lo largo del cual toma su forma y dimensiones). Ambos sentidos importan para Corrigan y Sayer: para escribir la historia de la revolucién burguesa en In- glaterra es necesario ocnparse de un gran arco que abarca nueve siglo. ‘Prosiguiendo con el intento de relacionar las obras de Scott y de Corrigan y Sayer en nuestra interpretacién de la formacién del es- tado yla cultura popular de México, consideremos una tercera me- téfora thompsoniana: el “campo de fuerza". Thompson propone esta imagen en el ensayo “La sociedad inglesa del siglo xvi: lucha de clases sin clases?” (1978b), en el que aborda especificamente el problema de la cultura popular dentro de relaciones de domina- i6n, y afirma: “Lo que debe preocuparnos es la polarizacién de intereses antagénicos y In correspondiente dialéctica de culuura” (ibid.:150). Al describir un campo de fuerza, ofrece una imagen su- gerente, cen la que una corriente eléctrica magnetizaba un plato cubierto con finnaduras de hierro. Las imaduras, que estaban distibuidas de manera uniforme, se jantaban en un polo o en el otto, mien tras que, entre ambos, aquellas limaduras que se quedaban en su sitio se alineaban aproximadamente como dirigids hacia polos dd atraccién opuestos. Esto se parece a Ia idea que me hago de Ta sociedad del siglo xvi con la multitud, por muchas razones, en un polo, ta aristocracia y Ia alta burguesia en el otro y, hasia finales del siglo, los grupos de profesionales y comerciantes orientados por Ifneas de dependencia magnética hacia los go- bernantes, 0 a veces ocultando el rostro en acciones conjuntas de la multitud Gibid.:151). Cuando enfoca su visi6n de ese campo hacia el andlisis de 1a cul- za tura popular o plebeya, Thompson sugiere que su "coherencia se debe menos a una estructura cognitiva inherente que al peculiar campo de Fuerza y las oposiciones sociolégicas propias cle la socie- tad det sigho xvn para ser contundente, los discretos y fragmenta dos elementos de antiguos modelos de pensamiento pasan a inte- grarse por clase” (ibid.156).. Esta metéfora conileva algunos problemas obvios pero importan+ tes, Primero, el campo magnético es bipolar, y la mayoria de las si tuaciones sociales con las que estamos familiatizados son infinita- mente més complejas, con mildiples instancias de dominacién © miiliples formas y elementos de la experiencia popular. Debido a que el campo es bipolar, los disefios que trazan las limadiuras de hierro son siméuicos, de una manera ~otra ver en que “lo demic ante’ y“lo pop” nunca pueden seo, Finalmente, la imagen # estitica, pues las nuevas Timaduras se acomodan répida y Ficil- mente dno den eet yum eampo de nena prenene i alterar necesariamente el diseiio y sin ningiin efecto sobre cl eam- Po mismo. Cada uno de estos problemas esti relacionado con una u otra de las potencias de la metéfora: la imagen lama nuestra atencién hacia un campo de tensi6n y fuerza mis vasto, hacia lai portancia de rolocar elementoz de “lo dominante” u “ly popstlit” dentro de ese campo, pero su claridad misma se convierte en un problema cuando pasamos de un modelo bidimensional al mu ‘multidimensional de fo social, fo politico y lo cultural Pasemos, entonces, a exe mundo multidimensional, e intente- ‘mos comprender los campos de fuerza sociales en términos mas complejos y procestales. gExisten conceptos adicionales o relacion nados que puedan servit como guias sugerentes? Un concepto que aparece en muchos ensayos de este voluimen es la idea gramseiana Ge hegemania, Es interesante que, dado el intento de los compilado- tes de confrontar las obtas de Scott y de Corrigan y Sayer, ninguno dle esos autores sea especialmente favorable hhacia ese concepto, Scott, en particular, ha enunciado las eriticas mas vigorosas, espe sialmente en Weapons ofthe Weak (1985) y Los dainados ye arte de a rsitena (2000). Desafiando a aquellos tedricos que entienden la legemonfa como "consenso ideoldgico”, Scott subraya ta falta consenso en sitaciones sociale de dominacién. Lat dominates saben que son dominados, saben cémo y por quiénes; lejos de con- sentir esa dominacidn, dan inicio a todo ipo de sutiles modos de ‘oportarla, hablar de elfa,resistir, sxcavar y confrontar los mundos do desiguales y cargados de poder en que viven. Corrigan y Sayer tam- poco aceptan la nocién de “consenso ideoldgico”, pero enfocan su critica desde el otro polo del campo de fuerza. Desde su punto de vista, el poder del estado descansa no tanto en el consenso de sus dominados, sino en las formas y érganos normatives y coercitivos del estado, que definen y crean ciertos tipos de sujetos ¢ identida- des mientras niegan y excluyen otros. Ademés, el estado lo logra no s6lo 2 través de su policta y sus ejércitos, sino a través de sus funcio- narios y sus rutinas, sus procedimientos y formularios de impucstos, licencias y registros. Tstas son dos criticas muy fuertes, de las que la idea de “consenso ideoligico’ no se puede recuperar ficilmente, Sin embargo, Gram- sci y su uso de la idea de hegemonia no se agotan con el concepto de consenso que se han apropiado algunos poitélogos y que es cri- ticado (vigorosa y correctamente) por Scott, Corrigan y Sayer. En primer lugar, Gramsci comprendi y subray6, de manera més clara que sus intérpretes, la compleja unidad entre coercién y consenso en situaciones de dominacién. Gramsci empleaba e! de hegemonia como un concepto més material politico que sus acepciones actu les, En segundo lugar, Gramsci comprendia bien la fragilidad de la hegemonta. De hecho, una de las seeciones més interesantes de Se Incions fiom the Prison Notebooks ([1929-35] 1971)* es Ta de sus "Notas sobre historia italiana”, un andlisis e interpretacién del fracaso de Ia burguesia piamontesa para formar una naciGn-estado, su fracaso para formar in bloque que puciera gobernar mediante la fuerza y el consenso. Volvamos al campo de fuerza ¢ indaguemos si un concepto de hegemonfa mas material, politico y problemético nos ayuda a com- prender las complejas y dinamicas relaciones entre lo dominante y Jo populaz,o entre la formaciGn del estado y las formas cotidianas de accién. Exploremos la hegemonia no como uma formacién ideo I6gica acabada y monolftica, sino como un proceso politico de do- minacién y lucha problemético y debatido, Gramsci comienza sus notas sobre la historia italiana con algu- nas observaciones concernientes a la historia (y al estudio de la his- toria) de lis clases “dirigentes” y “subalternas". “La unidad histéric: de las clases dirigentes", escribe, * Véase Antonio Gramsci, Cues ls a tome 6 Bra, México, 2001, pp- 180s (E) 216 ocurre en el Estado, y la historia de aquéllas es esencialmente la historia de los Estados y de los grupos de Estados, Pero no hay que creer que tal unidad sea puramente juridica y politica, si bien también esta forma de unidad dene su importancia y n0 so- Tamente formal: la unidad hist6rica fundamental, por su conere- cién, es el resultado de las relaciones orgénicas entre Estado 0 socieclad politica y "sociedad civil" * Por otro lado, las clases subalternas por definicidn, no estin unificadas y no pueden unificarse mien tras no puedan convertirse en "Estadlo”: su historia, por lo nto, est entrelazada con Ia de la sociedad civil, es una funcién “dis gregada” y discontinua de la historia de Ia sociedad civil y, por este medio, de la historia de los Estados o grupos de Estados. Por lo tanto, es preciso estudiar: 1) la formacién objetiva de los grupos sociales subalternos a través de] desarrollo y las transfor- maciones que tienen lugar en el mundo de la produecién eco- nOmica, su difusi6n cuantitativa y su origen en grupos sociales preexistentes, de los que conservan durante cierto tiempo la mentalidad, [a ideologia y los fines; 2] su adhesién activa 0 pasi- vaa las formaciones politicas dominantes, los intentos de influir cen los programas de estas formaciones para imponer reivindica- ciones propias y las consecuencias que tales intentos tienen en a determinacién de procesos de descomposicién y de renovacién ‘de neoformacién; $] el nacimiento de partidos nuevos de los grupos dominantes para mantener el consenso y el control de Jos grupos subalternos; 4] las formaciones propia de los grupos subalternos para reivindicaciones de cardcter restringido y par- cial; 5) las ntevas formaciones que afirman la autonomia de los, grupos subalternos pero en los viejos cuaclros; 6] las formaciones que afirman Ia autonomfa integral, eteétera.** Veamos algunos rasgos de los comentarios inoductorios de Gramsci que se cargan de signifieacién cuando consideramos los procesos hegeménicos. Primero, Gramsci denota pluralidad o diversiead tanto para kas clases dirigentes como para las subalternas; para ellas la unidad es ‘bid, p. 182 16. ** Loc ct (ES) un problema politico y cultural, A lo largo de sus andlisis, Gramsci hace hineapié en lo plural, en clasesy grupos. Segundo, aunque el pasaje parece implicar que la unidad de las clases dirigentes no es problemitica gracias a su control del estado, después Gramsci procede en sus “Notas” a examinar el fracaso de la burguesia piamontesa para unirse con otros grtupos dominantes con base regional o para forjar un bloque gobernante unificado ‘que pudiera controlar (crear) un estado. Esta sefialando, entonces, una relacién problemética, La unidad requiereel control del estado (“por definicién’, las clases subalternas no estan unificacias porque no son el estado), pero el control del estado por las clases gober- nantes no se presuipone. Ese control es al mismo tiempo juridico y politico (como entenderiamos ordinariamente “Ia historia de los Estados y de los grupos de Estados"), y moral y cultural (cuando consideramos las complejas tensiones entre grupos dirigentes y en- tre grupos dirigentes y grupos subalternos en las relaciones entre estado y sociedad civil). Todo estudio de la formacién del estado deberia, segtin esta formulacién, ser también un estudio de la revo- Iucién culuiral (véase Corrigan y Sayer 1985). ‘Tercero, si presentamos la historia de los grupos dirigentes y de los estadias y los grupos de estados como una historia problematica, ser necesario considerar una serie de preguntas como las plantea- das por Gramsci acerca de las clases subalternas. Es decir, necesita- remos considerar su formacisn “objetiva” en la esfera econdmica los movimientos, cambios y transformaciones en la produccién y la distribucién, y su distribucién social y demogréfica en el espacio yeel tiempo, Necesitamos estudiar también (no enfonce) sus relacio- nes sociales y culturales con otros grupos ~otros grupos “dirigentes” dentro y mas alld de la regién o esfera de influencia; grupos suba- ternos dentro y mas alld de su regién, ¢Qué asociaciones u orga nizaciones de parentesco, etnicidad, religién, regin 0 nacién los tunen o los dividen? Necesitamos investigar también (no entonces) sus asociaciones y organizaciones politicas y las instituciones, leyes, rrutinas y reglas politicas que enfrentan, crean ¢ intentan controlar Cuando consideramos esas cuestiones, la complejidad del campo de fuerza se aclara, Ademds de la diferenciacién sectoral entre las distintas fracciones de clase, basadas en papeles y posiciones dife- rentes dentro de los procesos ce acumulacién, Gramsci Hama nues- tra atencién sobre la diferenciacién espacial, el disparejo y desigual desarrollo de poderes sociales en espacios regionates, Su examen 218 de la fallida formacién del estado y la fallida hegemonia en la pe- insula italiana comienza con las dificultades impuestas por los campos de fuerza regionalmente distintos, Cuarto, necesitamos plantearnos las mismas preguntas acerca cle has clases subalternas, en sus relaciones con los grupos e institucio- res politicas dominantes Quinto, es importante seftalar que Gramsci no supone que los grupos subalternos estin capturados o inmovilizados por una espe- Ge de consenso ideolégico, En un momento dacio plantea fa cues- Gn de sus origenes "en grupos sociales preexistentes, de os que conservan durante cierto tiempo la mentalidad, Ia ideologia y los fines", y también considera Ia posibilidad de “su adhesién activa o pasiva a las formaciones politicas dominantes"; pero la observaci6n de Gramsci no es en ningtin caso estitica o definitiva, Mis bien, esa adhesin activa o pasiva y la conservacién ele mentalidades se sitian denuo de una gama dindmica de acciones, posiciones y posibilida- des, que incluye la formacién de nuevas organizaciones ¢ institucio- 1e3, el planteamiento de exigencias, a afirmacién de la autonomia, Esa gama es comprensible solamente en términos de 1) wn campo de fuerza que vincula a dirigentes y subatternos en “las relaciones rgiinicas entre Feta o sociedad politica y ‘sociedad civil™, y 2) tun proceso hegeménico (véanse Mallon, en este volumen, y Rose- berry y O'Brien 1991), Los criterios y las preguntas de Gramsci im- plican claramente una dimensi6n temporal sin conducir necesariae mente a una teleologia. Sexto, las relaciones entre los grupos gobernantes y los subalter nos se caracterizan por la disputa, la lucha y la discusién. Lejos de dar por sentado que el grupo subalterno acepta pasivamente st destino, Gramsci prevé con claridad una poblacién subalterna mu- ccho mis activa y capaz de enfrentamiento que la que muchos de los térpretes de Gramsci han supuesto. No obstante, siita la acci6n y la confrontacién dentro de las formaciones, instituciones y organi zaciones del estado y ce Ia sociedad civil en las que viven las pobla ones subordinadas. Los grupos y clases subaltemmos llevan consigo “In mentalidad, la idcologia y los fines” de grupos sociales preexis- tentes; en sus demandas se “afilian” a organizaciones politicas pree- xibtentes; ctean ntlevas organizaciones dentro de un *marco” social y politico preexistente, etcétera, Asi, aunque Gramsci no considera a los subalternos como engafiados y pasivos cautivos del estado, tampoco considera sus actividacles y organizaciones como expresio. 219 nies aut6nomas de la cultura y la politica subalternas. Al igual que la cultura plebeya de la Inglaterra del siglo xvi, esos grupos subaleer- nos existen dentro del campo de fuerza y son moldeados por éste. sa es la manera en que opera la hegemonia, Propongo que uti- licemos ese concepto no para entender el consenso sino para en- tender la lucha; las maneras en que el propio proceso de domina- cidn moldea las palabras, las imagenes, los simbolos, las formas, las organizaciones, las instituciones y los movimientos utlizados por Jas poblaciones subalternas para hablar de la dominacién, confron- tarla, entenderla, acomodarse o resisir a ella. Lo que la hegemonia construye no es, entonces, una ideologla compartida, sino wa mar- co comtin material y significativo para vivir a través de los érdenes sociales caractetizados por la dominacién, hablar de ellos y actuar sobre ellos. Ese marco comtin material ysignificativ es, en part, discursiv: tun Ienguaje comin o manera de hablar sobre las relaciones socia- les que establece los términos centrales en tomo de los cuales (y en Jos cuales) pueden tener lugar la coniroversia y la lucha, Conside- remos, por ejemplo, el examen que hacen Daniel Nugent y Ana ‘Alonso en su capitulo en este volumen de la negativa de los nauni- quipefins a que se les dorara un ejido porque la institucién del jido implieaba cierto conjunto de relaciones subordinadas con el estado central, y negaba un conjunto anterior de relaciones entre ellos y el estado central y enire ellos y la tierra, Consicleremos asi- mismo el conflicto que Terri Koreck analiza en un ensayo reciente acerca de los nombres de la comunidael donde realizé su trabajo (1991). Cada nombre ~Cuchillo Parado, Veinticinca de Marzo y Nuestra Sefiora de las Begonias- expresa diferentes intereses ¢ his tori, diferentes visiones de la comunidad y de la nacién, El estado se arroga el poder de dar nombre, de crear ¢ imprimir mapas con rmarbetes sancionados por el estado. Los residentes de la comuni- ‘dad pueden reconocer ese derecho pero rechazar ese nombre entie tiles. En ambos casos, los pobladores resisten ante palabras; pero las palabras sefialan y expresan relaciones y poderes materiales socis- Jes, econémicos y politicos. La lucha y a resistencia estan relacionz- das con esos poderes (los namiquipeiios rechazan un cierto tipo de relacién con el estado en lo que toca a su acceso a la tierra). El estx do puede imponer ciertas palabras para afirmar* para nombras, + Sue (3, 220 para etiquetar. El estado no puede (necesariamente) obligar a los pobladores a aceptar o utilizar es0s nombres. Los namiquiipeiios re- Chazan el marbete gjidey con ello invocan una historia anterior de orgullosa autonomia, Los poblacores de los que habla Koreck sic guen tefiriéndose a Cuchillo Parado y con ello tratan de rechazar ierto tipo de relacién con el estado. Desde el punto de vista dle James Scott, ambos emplean un “discurso aculto” con el cual ha- blan acerca de su dominacién, Pero los discursos pulblicos y ocultos estin fntimamente entrelazados. Existen dentro de un marco dise cursive comtin que le da sentida tanto a Cuchillo Parado como a Veinticince de Marzo, Es claro que algunas palabras e instituciones impuestas conile- van més poder, y una disputa sobre ellas amenaza mas significativa mente que otras al orden dominante. Podemos suponer, por ejem- plo, que el rechazo de una comunidad a la institucién central del nuevo orden agrario estatal es un desafio mayor que seguir usanclo el nombre de Cuchillo Parado. Podemos imaginar que ni el estado central ni el estado local tendrin mayor raz6n para preocuparse por la manera en que los pobladores cecician llamarse, mientras, “"Veinticinco de Marzo” sea el nombre asentado de manera unifor me en Ins registrns y relaciones eetatales, y mientras los mapas ubix quen con “exactitud” el pueblo en relacién can atros en un espacio configurado de manera homogénea. No obstante, en la medida en que los diferentes nombres evocan diferentes historias (como ocu- te en este caso), pueden surgir puntos de conflicts e impug- nacién, Sin embargo, ni los pobladores ce Namiquipa ni los de Cuchillo Paraco han elegido de manera auténoma la cuestién particular por Ja cual habran de iuchar; tanto ésta como el debate sobre los nom- bres y las formas institucionales fueron resultado de los proyectos del estado homogeneizante, Y para el caso, “el estado” tampoco eli- 16 ese terreno particular de disputa, Nugent y Alonso captan con precisién la sorpresa de los representantes de la Comisién Nacional Agraria ante Ia negativa de los narniquipeiios al generoso ofreci- miento del estalo de dotarlos de tierra y proteccién. Los puntos en disputa, las “palabras” ~y toda la historia material de poderes, fuer- zas y contradicciones que las palabras expresan de manera insu- ficiente~ por las que un estado centralizador y un poblado local pueden pelear estén determinadas por el proceso hegeménico mismo, Una vez que surgen, independientemente de la intencién 221

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