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No pretendo definir tu belleza en unas cuantas palabras, aun cuando una sola imagen delinea la

delicadez de tu rostro, traza la curva perfecta que es tu sonrisa y el contexto sombrea aquello
que no es iluminado por tu sonrisa, que adems aclara el horizonte. Tu mirada, como el roco,
escarcha la aurora, cautiva el alba y detiene el liberal ocaso; y como no, si en tus ojos se
componen todos los colores, nadan los mares, se maquillan las flores. Tu parpadeo precisa el
ritmo de las olas, el trino de las aves, el espontaneo balance de la flora. Tus mejillas sonrojan el
claro del cielo, sonrojan incluso lo oscuro del firmamento, por ellas, dejan de ser necesarias la
luna y las estrellas. Tu cabello, negro vivaz, condiciona el bro y el sentido del predominante
viento, suspira para tu elegancia, disminuye su abatimiento. Y en tu nombre, la injustificable
magia encuentra su verdad admisible, conquistas hasta el absurdo imposible.

En ti, el infinito se limita, aunque aparenta inalcanzable; el universo se reduce, con l, el tiempo
y el espacio; la complejidad entiende lo reductible y lo reductible se vuelve formidable. Y t
formidable esencia, observable por los astros celestes, los rejuvenece; reavivas el paisaje ms
obsoleto, lo coloreas; reverdeces los jardines secos, brotan sus flores. Un instante de tu
presencia, emerge el oasis del ms rido desierto, las sequas se recuperan con el biombo de tus
nubes y las nubes descubren el cielo, para que tu sombra adorne la tierra. La tierra se sostiene
en ti, y en ti la naturaleza inspira las estaciones. Las estaciones, una tras otra, intentan replicar
tu belleza y tu irrepetible belleza alegra la vida; la vida, en ti, encuentra su sentido.

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