Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Gran Cifra de París
La Gran Cifra de París
de Julio Albi
Me topé con el librito hace unos días cuando transitaba por un supermercado con la poco literaria
intención de comprar algo de fruta... Parece, como dice Ruiz Zafón, que uno no elige los libros que
ha de leer, sino que estos buscan y eligen al sujeto lector y le atrapan allí donde lo encuentran...
Pero más allá de la trama argumental, cuyos detalles y final no voy a revelar para no estropear la
lectura a los interesados, me centraré en los dos aspectos que más me han cautivado del libro.
Comprender, un poco “a vista de pájaro”, el panorama de la España de aquella época, un país con
tres reyes... Muchos reyes para una nación empobrecida e invadida por un ejército extranjero: El
viejo Carlos IV, tachado de inútil y cornudo (este país nuestro es terrible con los sambenitos. Sean
fundados o no, cuando se cuelga una etiqueta a un personaje, ya no se librará de ella ni después de
muerto), que, a pesar de ello, ostentaba la legitimidad de la dinastía; su hijo Fernando, el
“Deseado”, por quien tantos “vivas” tan ingenuamente se dieron por quienes no le conocían...
Tendrían que pasar algunos años para que se cayera en la cuenta de que más que deseado era un
indeseable... Y, finalmente, posiblemente el más inteligente y a la vez buena persona, José
Bonaparte, pero era un extranjero, hermano y vasallo de su... hermanito, que tampoco se libró de su
sambenito de borracho. Nada mejor para introducirnos en los ambientes del pasado, para los que
somos legos en historiografía, que una buena novela histórica... El nuestro ha sido siempre un país
complicado, y en aquella época pugnaban dos tendencias, la nostálgica del pasado y la que
pretendía, vacilantemente y por diversos caminos, a veces contradictorios, abrir el país a la
modernidad... Ambas tendencias parecían fallar, ninguna encontraba su lugar ni sus senderos... O
sea, más o menos como hoy. “Nada hay nuevo bajo el sol”.
El relato, sobre todo en su primera parte, está trufado de inteligentes reflexiones filosóficas,
acompañadas de cierto humor socarrón, entre las que caben destacar las de un párroco de pueblo,
patriota y liberal, extraña combinación que a veces se ha dado por estos pagos. Como muestra este
botón: “Dudar es de sabios. - Alzó el índice, doctoral-. Cada uno tiene que encontrar por sí mismo
las respuestas. Las del prójimo no valen nada. Es parte del aciago destino del ser humano, buscar a
tientas respuestas para las preguntas que se hace sin cesar. Labor, por otro lado, condenada al
fracaso de antemano, porque las importantes no tienen solución en este mundo... Éste, amigo mío,
es el reino de los ciegos. Los privilegiados no pasan de tuertos. Con los ojos sólo ve Uno. El resto
vamos dando trompicones, como podemos. Añadiré, si le sirve de consuelo, que los más cuerdos
son los que más vacilan. Desengáñese, la certeza es el limbo donde viven los tontos. Usted, me
temo, es de los escogidos, a quienes está reservado el tormento de la duda permanente”.
En resumen, una novela que entretiene, instruye y estimula el pensamiento. Lectura recomendada
para este verano, mejor que los códigos secretos, criptas vaticanas y frailes asesinos de Dan Brown,
que han invadido e infestan nuestras librerías.