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Frans de Waal METAEMAS EL BONOBO Libros para pensar la ciencia Y LOS DIEZ MANDAMIENTOS Coleccién dirigida por Jorge Wagensberg En busca de la ética entre los primates ‘Traduccién de Ambrosio Garcfa Leal Con dibujos det autor * Alef, simbolo de los nmeros transfinitos de Cantor tusQuets (©2013, Fans de Waal ©2014, Ambrosio Gari Lea, de trade Disco de Ia cece lus Cott y arin Ubada Die dele eben Eto Ub Reservdos todo los derechos de en edi pur 1 2016, Tusquers Editors México, SA. de CV. ‘Avenida Pretdene Matai aim 111, 2080 Colonia Chapultepec Mores CB 1157, México, DE srrerraguesditorescom 1s iin en Tusgues Eres Espa enero de 2014 IspNco7e 84385-8044 | ci en Tusquets does México enero de 2014 ISBN: 978.607-421-527-4 ‘Nose pete a epost 9 pial eet io nis ncrporcn Siena nome su tans Gn alg foe opr ele ln, ‘ss lclen mein, or atopic wets odo sn perso frovoy por snr delor ler copyright Ti nfacion edrehos mncondor puede ser const dito cots a propia intl! (rs 229 ysis Lay Feel de Derechos de Alor y ‘Rie snes dl Citgo Pe Impress de Linge Ingramex, S.A. de CV. Cente in 1621, colonia Granja Esmeralda, México, DF Ingen en México Printed un Meico indice 13 35 65 93 129 163 201 233, 253 263 27 281 Agradecimientos Delicias terrenales La bondad explicada Los tonobos en nuestro érbol genealégico {Dios ha muerto, 0 slo esté en coma? La parabola del buen simio Diez mandamientos son demasiados El vacio divino Moralidad ascendente Apéndices. Notas Bibliografia ‘Indice onoméstico Créditos de las imagenes [121-128] Fotograjtas Se |AGRADBCIMIENTOS: Puede parecer que pasar del comportamiento primate a la religién y al humanismo es ir demasiado lejos, pero hay una I6gica en ello, Mi interés en estas cuestiones parti de mis estudios sobre Ia coope- racién y la resoluc.6n de conflictos en los primates, lo que me Hlev6 a reflexionar sobre la evolucién de la empatfa y, en ttima instancia, la ‘moralidad humana, Mi primer libro sobre el tema, Bien natural (1996), apenas mencionaba la religiGn, pero hay mucha gente para la que ‘moralidad y religién son inseparables, mientras que otros cuestionan esta conexién. Me parecié que era el momento de alladir las perspec- tivas religiosa y no religiosa de la vida a la mezcla, las cuales son esenciales para responder a Ia pregunta de por qué nuestra especie es tan proclive a dividir el comportamiento en bueno y malo, La inclusién de Hieronymus Bosch, el Bosco, se debe a que es tuna figura que siempre he tenido presente. A uno de los chimpan- és de Amhem le puse el nombre de Yeroen por el Bosco (cuyo nombre de pila en holandés es Jeroen). Después de leer mi tesis doc- toral, los estudiantes que trabajaban conmigo por entonces, en los affos setenta, conociendo mi devocién por el pintor, me sorprendieron regaléndome un libro sobre el Bosco profusamente ilustrado, Ma- rianne Oertl, petiodista y pintora alemana, acrecent6 mi interés por el personaje al iluminar 1a conexién entre el Bosco y mi visin de la naturaleza humana, Ella lo veia como un humanista adelantado a su tiempo, que es como yo lo he retratado aut. En 2009, la anirop6loga estadounidense Sarah Hay y yo recibi- ‘mos sendos doctorados honoris causa por la Universidad de Utrecht, Jo que estimulé atin mas mi exploracién del dngulo humanista en las discusiones con el fil6sofo Harry Kunneman y otros. Pero, por su- puesto, la principal fuente de mi aproximacién a la moralidad siem- u pre ha sido mi trabajo cientifico sobre el aspecto prosocial del com- portamiento animal. Durante las décadas de investigacién que han , lo que me parecié tan confuso que decidf evitar toda alusi6n a su persona, Uno de los hombres més ad- ‘mirados del planeta se desprendi6 de sus zapatos y plegé sus piernas cen su silla, ataviado con una enorme gorra de béisbol a juego con el color naranja de su toga, mientras una audiencia de mas de tres mil personas escuchaba atentamente cada una de sus palabras. Antes de imi presentaci6n, los organizadores se encargaron de bajarme los hu- mos recordéndome que nadie habia venido a ofme hablar a ms, y que toda aquella gente estaba all s6lo para oft las perlas de sabidurfa del Dali Lama, En mi exposicién, revisé las tiltimas evidencias de altruismo ani- imal, Por ejemplo, los antropoides abrirdn voluntariamente una puerta para permitir el acceso de un compafiero a la comida, aunque pier- dan una parte en el proceso. Y los monos capuchinos estén dispues- tos a obtener recompensas para otros, como veios cuando los colo~ ‘camos uno al lado de otro e intercambiamos fichas de colores con tuno de ellos. Tina ficha premia s6lo a su poseedor, mientras que la otra premia a ambos. Pues bien, en tal caso los monos pronto se de- cantan por la ficha «prosocial». Y no lo hacen por miedo, porque los monos mas dominantes (que tienen menos que temer) también son los mas generosos. Las buenas acciones también se dan espontineamente. Una vieja hembra, Peony, pasa sus dias al aire libre con otros chimpancés en la estacién de campo del Yerkes Primate Center. En los dias malos, cuando su artritis se exacerba, tiene problemas para caminar y trepar, pero las otras hembras la ayudan, Peony puede tenet muchas dificulta- es para subir al entramado donde varios chimpancés se han congre- ¢gado para una sesién de acicalamiento, pero una hembra mas joven, sin ser pariente suya, se pondrii debajo de ella para empujarla con ambas ‘manos hasta que Peony se haya unido al resto del grupo. ‘También hemos visto a Peony levantarse y dirigirse lentamente hacia la espita de agua, que esté a cierta distancia. A veces otras hem- bbras més j6venes se adelantan a ella, toman agua y vuelven atrés para dérsela. Al principio no tenfamos idea de lo que pasaba, ya que todo 16 Jo que vefamos ere una hembra que acercaba su boca a la de Peony, pero luego todo se aclaré cuando vimos cémo Peony abria la boca de par en par y la hersbra mas joven vertia un chorro de agua dentro. Estas observaciones se enmarcan en el campo emergente de la cempatfa animal, que no s6lo estudia primates, sino cénidos, elefantes y hasta roedores. Un ejemplo tipico es la manera en que los chimpan- és consuelan a compafetos afligidos, abrazéindolos y besindolos, tuna conducta tan predecible que hemos documentado miles de casos, literalmente. Los ramiferos son sensibles a las emociones ajenas y reaccionan ante les necesitados. La raz6n principal por la que la gente lena sus casas de carnivoros peludos en vez de, por ejemplo, iguanas o tortugas es que los mamiferos ofrecen algo que los reptiles hhunca podrin offecer: afecto. Los mamiferos demandan afecto, y res- onden a nuestras emociones como nosotros a las suyas. Hasta aqui el Dali Lama habia estado escuchando atentamente, pero entonces levant6 su gorra para interrumpirme. Querfa saber més de las tortugas, un animal favorito de los budistas, porque, en su mi- tologia, el mundo se sustenta sobre el dorso de una tortuga. Bl lider budista se preguntcba si las tortugas también sentfan empatia, y des- cribié cémo la tortuga marina hembra se arrastra por la playa bus- cando el mejor sitio para poner sus huevos, demostrando preocupa- ccién por sus futuros vastagos. {Cémo se comportaria la madre si alguna vez se encontrara con sus hijos?, se preguntaba el Dali Lama. Para mi, el proceso sugiere que las tortugas estin programadas para buscar el mejor entorno de incubacién. La tortuga excava un agujero cn la arena por encima del limite de la marea, deposita sus huevos y los entierra, y luego se va. Las crias eclosionan unos meses mis tarde para correr hacia el océano bajo Ia luz de la luna, Nunca conocerén a su madre. La empatia requiere conciencia del otro y sensibilidad a las necesi- dades ajenas, Probeblemente comenz6 con el cuidado parental, como el que encontramos en los mamiferos, pero también hay evidencias de ‘empatfa en aves. Una vez visité el Centro de Investigacién Konrad Lo- renz, en Griinau, Atstria, donde se mantienen cuervos en grandes avia- ros. Son aves impresionantes, especialmente cuando se posan en el hhombro de uno con st poderoso pico negro al lado de la cara. Me traje- ron a la memoria las grajillas amaestradas (aves de Ia misma familia, 7 Or los eérvidos, pero mucho més pequefias) que tuve cuando era estu- diante. En GrUnau, los cienificos observan las rfias espontineas entre los cuervos, y han documentado respuestas a la congoja ajena. Los perdedores pueden contar con un acicalamiento confortador 0 un fro- tamiento de picos con un compaiiero. En la misma estacin, descen- dientes de la bandada de gansos de Lorenz han sido equipados con transmisores para medir su ritmo cardiaco. Puesto que cada ganso adulto tiene una pareja fja, esto abre una ventana a la empatia. Si un ave se enfrenta a otra en una pelea, el corazén de su pareja comienza a acelerarse. Aunque ésta no intervenga, su corazén delata su preocupa- cién por la situaci6n. Las aves también sienten el dolor ajeno. ‘Si aves y mamiferos manifiestan cierto grado de empatfa, esa capa- cidad probablemente se remonta a sus ancestros reptilianos. Pero no ‘cualquier reptl, porque la mayorfa no exhibe ningtin cuidado parental Uno de los signos més seguros de Ia existencia de cuidado paren- tal, segtin Paul MacLean, el neurélogo norteamericano que identifies el sistema limbico como la sede de las emociones, es la «llamada de cextravfom de las crias de muchas especies. Los monos juveniles las emi- ten continuamente: si su madre los deja atrs, gritan hasta que vuelve. Se sientan solos en una rama y. con un mohin de tristeza, emiten una larga serie de quejumbrosas llamadas que no van dirigidas a nadie en concreto. MacLean lamé la atencién sobre la ausencia de esta clase de llamadas en la mayoria de los reptiles (como serpientes, la- gartos y tortugas) No obstante, las erias de unos pocos reptiles sf emiten Tlamadas, cuando se las molesta o se sienten amenazadas, para que su madre acuda a socorrerlas. Si alguna vez el lector o lectora se topa con una ria de caiman, aparte de tener cuidado con sus dientes, también debe prestar atencién a sus chillidos guturales, que pueden hacer que la madre salte fuera del agua para atacarnos. (Como para dudar de los sentimientos reptilianos! Le mencioné este caso al Dali Lama, y le dije que sélo espera- ‘mos empatia en animales que establecen vinculos, cosa de la que po- cos reptiles son capaces. No estoy seguro de que esta respuesta le sa- tisficiera, porque lo que él querfa es que le hablara de las tortugas, {que parecen mucho més adorubles que esos feroces monstruos de la familia cocodriliana, con sus temibles dientes, Pero las apariencias 18 engafian, Algunos miembros de esta familia transportan a sus erfas dentro de sus mandibulas o sobre su dorso, y las defienden de cual- ‘uier peligro. A veces incluso les dejan arrebatar pedazos de carne de su boca. Los dinosaurios también cuidaban de sus erfas, y se sospe- cha que los plesiosaurios —reptiles marinos gigantes— eran vivipa- 10s y daban a luz una sola cria en el agua, tal como hacen las actuales ballenas. Por lo que sabemos, cuantos menos descendientes produce un animal, més cuidados les dedica, y por esto se piensa que los ple- siosaurios eran padres solicitos. Lo mismo ocurre con las aves, a las ‘que, dicho sea de paso, la ciencia contempla como dinosaurios em- plumados. Presiondndome un poco més, el Dalai Lama pas6 a las mariposas '¥ me pregunt6 sobre su empatia, ante lo cual no pude resistirme a bro- ‘mear: «No tienen tiempo, porque s6lo viven un dia». En realidad, la cortedad de la vidade las mariposas es un mito, pero, sea lo que sea lo ue sientan estos -nsectos hacia sus semejantes, dudo de que tenga ‘mucho que ver con la empatia. Con esto no pretendo minimizar la cuestién de fondo, que era que todos los animales hacen lo que mas les conviene a ellos y sus descendientes. En este sentido, toda forma de vida es cuidadora, aunque no necesariamente de manera consciente Lo que el Dalai Lama queria significar es que la compasicn est en la raiz del sentido de la vid. Reencuentro con Mama Después de m: intervencién, el foro pas6 a tratar otros temas, como la medida de la compasién en los cerebros de monjes budistas que se han pasado la vida meditando sobre el asunto. Richard David- son, de la Universidad de Wisconsin, cont6 que unos monjes del TI- bet rechazaron su invitaciGn a participar en un estudio neurolégico porque era obvio que la compasidn no reside en el cerebro, sino en el corazén. A todo el mundo le hizo gracia la anécdota, y hasta los mon- Jes presentes se rieron con ganas, pero los lamas tibetanos no iban tan desencaminados. Davidson descubrié més tarde la conexién entre mente y corazén: la meditacién compasiva hace que el corazén se acelere més cuando el sujeto oye sonidos de afliccién humana. 19 ——————————————— OC Yo tenfa que pensar en los gansos. Pero también estaba allf sen- tado, maravillindome ante aquella reunién de mentes tan propicia En 2008, el propio Daléi Lama habia hablado ante miles de cientfi- cos, en la reunién anual de Ia Sociedad para la Neurociencia en ‘Washington, de la necesidad de integrar ciencia y religiGn, y de los problemas de Ia sociedad para seguir los avances de la investigacién: Es més que evidente que nuestro pensamiento moral simplemente no ha sido capaz, de mantener el paso de un progreso tan répido en nuestra adquisicién de conocimiento y poder».” ;Qué refrescante ale- jamiento de los intentos de insertar una cua entre rligién y ciencia! ‘Atin pensaba en esto mientras me preparaba para ir a Europa. Apenas acababa de recibir una bendicién y envolverme el cuello en un ‘khata (una larga bufanda de seda blanca), y ver partir al Daldi Lama ‘en su limusina con un séquito de guardias armados hasta los dientes, y ya estaba camino de Gante, una antigua y bonita ciudad en la parte flamenca de Bélgica. Esta regiGn esté culturalmente mas cerca del sur de los Palses Bajos, de donde soy yo, que de la parte norte, lo que lla~ ‘mamos Holanda. Todos hablamos la misma lengua, pero Holanda es calvinista, mientras que las provincias del sur se mantuvieron cat6li- cas en el siglo xvt por el dominio espaol. que nos trajo el duque de Alba y la Inquisicién. No la rid(cula caricatura de Monty Python, sino tuna Inquisicién que le aplastaba los pulgares a cualquiera que dudara de la Virginidad de Maria. Como no se les permitfa derramar sangre, a Jos inquisidores les encantaba el strappado, 0 colgadura inversa, en lt {que la victima colgaba de las mufiecas atadas a la espalda con un peso en los tobillos. Este tratamiento era lo bastante debilitante para que uuno pronto abandonara cualquier idea preconcebida acerca de la co- nexién entre sexo y concepcién. Utimamente el Vaticano ha empren- dido una campaiia para ablandar la imagen de la Inquisicién: no ma- taba a todos los herejes, sino que segufa un procedimiento operativo esténdar (aunque los jesuitas encargados seguramente podrfan haber cempleado algtin adiestramiento compasivo). Dicho sea de paso, esta vieja historia también explica por qué no cencontraremos pinturas del Bosco en los Paises Bajos. La mayorfa estin en el Museo del Prado de Madrid. Se piensa que el duque de hhierro se hizo con El jardin de las delicias en 1568, cuando declar6 proscrito al principe de Orange y confiscé todas sus propiedades. 20 ocos eps exhib alii cidado pret. Una excepcn esa familia de os cocodlos. Una hembra de carn ttspoia un de us ras en log Luego el duque leg6 la obra maestra a su hijo, que la llev6 consigo a Espafia. Los espafioles veneran al pintor que llaman el Bosco, cuya maginerfa inspir6 « Joan Mir6 y Salvador Dali. En mi primera visita al Museo del Prado no pude disfrutar de ta obra del Bosco, porque mi tinico pensamiento al contemplarla era «jexpolio colonial!». En des- ccargo del museo, hay que decir que el famoso cuadro ha sido digitali zado con una resclucién increible y ahora cualquiera puede hacerlo , sin saber que en realidad estaba tratando con uno de los primeros bonobos vivos que llegaron a Occidente. La diferencia entre la colonia de Planckendael y los chimpancés salta a la vista enseguida, porque esté liderada por una hembra, El bidlogo Jeroen Stevens me dijo que la atmésfera en el grupo se habia relajado desde el traslado a otro 200 de la que durante mucho tiempo fuera su hembra alfa, una auténtica dama de hierro que habia aterrori- zado a la mayoria de los otros bonobos, en particular a los machos. ‘La nueva hembra alfa tiene un cardcter més dulce. Bl intercambio de hembras entre zoolégicos es una tendencia nueva y recomendable que se ajusta a la vida social natural del bonobo. En la selva, os hijos 2 RARE Ardipihecus Enc curso dea evn mar, bipedalisno dean xo demand pers fs a ns. De tas los anopodes, a rarénbrapnpirn de os Bonobo sa due ms Se acerca tne nostro anceato Aniptheces os ton moet a sna tcc los mance demos son mee los quel st) se quedan junto a sus madres, mientras que las hijas se trasladan a cttos grupos. Durante afios los zool6gicos estuvieron intercambiando ‘machos, causando desastre tras desastre, porque los bonobos machos son hostigados en ausencia de sus madres. Aquellos pobres machos a ‘menudo acababar aislados en un drea escondida para proteger su vida. Mantener a los machos con sus madres, respetando el vinculo matemofilial, ha evitado muchos problemas. Esto es una muestra de que los bonobos no son dngeles de la paz. Pero también indica hasta qué punto los machos son chijos de mam», algo que no todo el mundo aprueba. Algunos hombres encuentran insultante esta sumisién masculina a un régimen matriarcal. Tras una ccharla en Alemania, un veterano y famoso profesor que estaba entre la audiencia vocifer6: «j{Qué anda mal con esos machos?!». Los bo- nobos han tenido la mala suerte de irrumpir en Ia escena cientifica en tun momento en e! que antropélogos y bidlogos se interesaban mu- ccho més por la violencia y la guerra que por la convivencia pacifica primate. Como nadie sabia qué hacer con ellos, los bonobos se con- Virtieron en las ovejas negras de la literatura sobre 1a evolucion hu- mana. Un antropétogo estadounidense leg6 a recomendar que sim- plemente los ignordsemos, dado que, de todas maneras, ya estaban proximos @ la extincién.® 23 Esgrimir la inminente desaparicién de una especie como argu- ‘mento para ignorarla es algo inusitado. ;,Acaso los bonobos son una forma aberrante 0 mal adaptada? Pero la extincidn de una especie no nos dice nada de su adaptacién inicial. Al dodo le iba bien hasta que los primeros marinos europeos atracaron en isla Mauricio y encontra- ron en estas aves no voladoras un suministro de carne facil (si bien un tanto repugnante). Similarmente, todos nuestros ancestros deben ha beer estado bien adaptados en algiin momento, aunque ninguno de ellos ha sobrevivido. ;Deberiamos dejar de prestarles atencién? Bien al contrario, nunca han dejado de interesarnos. Los medios de comu- niicacién se vuelven locos cada vez que se descubre un mimisculo vestigio de nuestro pasado, una reaccién fomentada por la personali- zacién de los fésiles mediante nombres como Lucy 0 Ard Aprecio a los bonobos precisamente porque su contraste con los chimpancés enriquece nuestra visién de la evolucién humana, Nos :muestran que nuestro linaje no viene marcado s6lo por la dominancia masculina y la xenofobia, sino también por el anhelo de armonfa y la sensibilidad hacia los otros. Puesto que la evolucién procede a través de los linajes masculino y femenino, no hay razén para medir el pro- reso humano sélo por el nimero de batallas ganadas por nuestros ‘varones contra otros homininos.” La atencién al lado femenino de la historia no harfa ningtin mal, como tampoco Ia atencidn al sexo. Por lo que sabemos, no conquistamos a otros grupos, sino que los hicimos desaparecer haciendo el amor mas que la guerra. La humanidad moderna porta genes neandertales, y no me sorprenderia que fuésemos portadores de genes de otros homininos. Desde esta perspectiva, el comportamiento del bonobo no parece tan extrafio. Después de dejar a aquellos amables antropoides pasé por el 200 de Amhem, en los Paises Bajos, donde comencé mi carrera con la otra ‘especie del género Pan. Al profesor alemén de antes seguramente le cencantaban los chimpancés, ya que los machos ejercen el poder su- premo y estén constantemente pugnando por el rango. Tanto es ast que escribi un libro entero, La politica de los chimpancés, sobre sus intigas y maquinaciones. Siendo estudiante, empecé a leer a Nicolés Maquiavelo para obtener intuiciones que los textos de biologfa no podian proporcionarme. Uno de los personajes masculinos centrales de aquel turbulento periodo, hace ahora cuatro décadas, fue muetto 4 ‘mientras yo atin estaba all, un suceso cuyo recuerdo atin me persi- gue, en parte por la horripilante emasculacién que sufrié a manos de los atacantes. Los otros protagonistas masculinos han muerto de viejos, pero en la colonia arin estén sus hijos, que guardan un desconcertante parecido con sus padres, incluso cuando ululan o gritan, Los chimpan- cs tienen voces dstintivas: yo era capaz.de distinguir a los veinticinco miembros de la colonia por sus vocalizaciones. Me siento muy @ gusto con estos primates y los encuentro fascinantes, pero nunca me hago ilusiones acerca de lo «simpiticos» que son, aunque asi Ios vea la mayoria de la gente. Se toman sus juegos de poder muy en serio y estén dispuestos a matar a sus rivales. Que a veces maten a personas, ‘se lleven sus caras de un mordisco, como ha ocurrido con chimpan- ccés mantenidos como mascotas en Estados Unidos, es lo que uno puede esperar de un animal salvaje en una situacién donde existe el riesgo de que la endeble especie humana despierte sus celos sexuales ¥ su instinto de dominancia. Un solo chimpancé macho adulto tiene tanta fuerza muscular (por no mencionar sus caninos como dagas y sus cuatro «manos») que ni siquiera un equipo de cinco hombres for- nidos serfa capaz de doblegarlo. Los chimpancés criados entre perso- nas lo saben muy bien. Las hembras que conocf en Amhem, sin embargo, ain siguen all, en particular la impresionante matriarca de la colonia, lamada Mama, Nunca fue como una matriarca bonobo, que es Ia mandamés del ‘grupo, pero, haste donde recuerdo, siempre ha sido la hembra alfa, En sus mejores afos, Mama era una participante activa en las luchas de poder masculinas. Movilizaba el respaldo femenino para uno u ‘tro macho, que estaria en deuda con ella si conseguia acceder a lo mis alto. Este macho harfa bien en cultivar su buena relacién con ‘Mama, porque si ésta se volvfa en su contra, podria dar al traste con su carrera, Mama llegaba a castigar a las hembras que se atrevian a tomar partido por machos que ella no aprobaba, actuando como una fuerza politica. Los chimpancés machos dominan fisicamente a las hhembras, pero elle no significa que las hembras se mantengan al mar- ‘gen de la politica grupal. Esto puede ocurrir a menudo en las comuni- dades salvajes, pero en la isla de Amhem ésta no es una opei6n. El resultado es una reducida desigualdad de poder entre los sexos. Puesto que todas las hembras estin presentes todo el tiempo, apoyan- 25 ————— O———————— ee dose activamente unas a otras, ningtin macho puede sustraerse al po- der del bloque femenino, ‘Siempre he tenido una relacién cercana con Mama, que me saluda ccon una mezcla de respeto y afecto cada vez que me ve. Ya lo hacfa alos atrs, y sigue haciéndolo cada vez que detecta mi cara entre un ‘grupo de visitantes. Visito el 200 de Arnhem cada dos afios, y a veces centablo una breve sesién de acicalamiento amigable con ella, pero esta vez traje conmigo a casi un centenar de personas, asistentes a un simposio en el centro de convenciones del 200. En cuanto llegamos a la isla de los chimpancés, Mama y otra hembra vieja, Jimmy, acudie- ron corriendo a saludarme con una serie de gruftidos graves, y Mama ime tendié la mano desde cierta distancia. Las hembras suelen emplear este gesto de «ven aqui» cuando quieren que su cria se suba a su es- palda para emprender la marcha. Le devolvi el gesto y luego ayudé al cuidador a lanzar fruta por encima del foso de agua, asegurindome de que Mama, que camina despacio y no es tan habil como los otros atra- pando naranjas al yuelo, obtuviera su racién. Los celos estaban presentes entonces y ahora, porque Moniek, la hija adulta de Mama, nos lanz6 furtivamente una pesada piedra desde unos doce metros de distancia. El tiro parabélico de Moniek me ha- ‘ria dado en la cabeza si no hubiera estado pendiente de ella, lo que me permitié atrapar la piedra al vuelo. Moniek nacié cuando yo atin trabajaba en el z00, y he comprobado a menudo fo mucho que detesta la atencién que me dedica su madre. Probablemente no me recuerda, asf que no entiende por qué su madre saluda a un extrafio como si fuera un viejo amigo. {Mejor arrojarle algo! Puesto que algunos estu- diosos contemplan el lanzamiento de proyectiles como una especiali- zacién humana relacionada con la evolucién del lenguaje, he invitado alos proponentes de esta teoria a ver con sus propios ojos de lo que son capaces los chimpaneés, pero nunca se ha presentado ningiin vo- luntario. Quiza cuenten con que, ademas de piedras, también pueden lanzar productos corporales malolientes. Impresionados por mi reencuentro con Mama, los participantes en el simposio se preguntaron en qué medida nos reconocen los chim- pancés y en qué medida los reconocemos. Para mi, las caras de los antropoides son tan distintivas como las earas humanas, aunque am- bas especies reconocen mejor a sus congéneres. Este Se5g0 no Se tuvo 26 en cuenta cuando se concluy6 que las personas eran muy superiores a los chimpaneés ¢ la hora de reconocer rostros. Los antropoides ha- bfan sacado notas bajas en las mismas pruebas aplicadas a personas, con los mismos estimulos, 1o que implicaba que los chimpancés tenian que reconocer caras humanas, Bste «sesgo antropocéntricon, como yo lo llamo, en la investigacién primatol6gica ha sido responsable de muchos malenterdidos. Cuando Lisa Part, una de mis colaboradoras en Atlanta, emple6 los cientos de fotografias que tomé en Armhem para poner a prueba a los chimpancés con retratos de individuos de su propia especie, lo hicieron més que bien. Mirando las caras en una pantalla de ordenador, fueron capaces incluso de decir qué juveniles eran hijos de qué hembras, sin conocer personalmente a los chimpan- cés retratados, igual que nosotros somos capaces de reconocer paren- tescos hojeando tn élbum de fotos. Estamos asistiendo a una aceptacién creciente de nuestra afinidad ‘con los chimpaneés. Es cierto que la humanidad nunca deja de encon- tar justificaciones para considerarse un caso aparte, pero es rara la que aguanta mas de una década. Si contemplamos nuestra especie sin dejar= ‘n9s cegar por los avances técnicos de los dltimos milenios, vemos una criatura de came y hueso con un cerebro que. aunque es el triple de grande que el de un chimpaneé, no contiene ninguna parte nueva. In- Cluso nuestro cacereado edrtex frontal resulta tener un tamafio bastante tipico en comparacién con otros primates. Nadie duda de la superiori- dad de nuestro intelecto, pero no tenemos apetencias o necesidades bé- sicas que no estén también presentes en nuestros parientes cercanos. Como nosotros, las monos luchan por el poder, disfrutan del sexo, quie- ren seguridad y afecto, matan por el terrtorio y valoran la confianza y la cooperacién. Es verdad que tenemos ordenadores y aviones, pero nues- tro bagaje psicoldgico sigue siendo el de un primate social. Por eso celebramos un simposio en el 200 de Amhem sobre lo «que la primatologfa podria aportar a los profesionales de la sanidad y los cientificos sociales. Yo era el primat6logo, por supuesto, pero la discusién también me enseiié algo. Estabamos hablando de la justifi- ccacién de la moralidad. Si el peso de las normas morales no viene de arriba, ¢de quién 0 de qué procede? Un colega seflalé que, junto al laicismo creciente de los holandeses en las ttimas décadas, existe un problema creciente con la autoridad moral. Ya nadie corrige ptiblica- 27 ee mente a nadie, y el resultado es que la gente se ha vuelto menos civi- lizada. Vi caberas asintiendo en la mesa. ;Se trataba de un exabrupto de frustracién de la vieja generacién, siempre proclive a quejarse de Jos jvenes, o habfa una pauta real? El laicismo es omnipresente en Europa, pero sus implicaciones morales apenas se entienden. Incluso cl filésofo de la politica alemén Jiirgen Habermas —marxista ateo donde los haya—ha venido a considerar que la pérdida de la religion quizé no sea del todo beneficiosa: «Algo se perdié cuando el pecado se convirtié en culpa».* El dilema del ateo or mi parte, no estoy seguro de que la moralidad tenga que venir impuesta desde arriba. ;Por qué no puede venir de dentro? Esto cier- tamente valdrfa para la compasi6n, y quizé también para nuestro sen- tido de la justicia. Hace unos afios demostramos que los primates eje- cutan de buena gana una tarea para obtener rodajas de pepino hasta que ven que otros obtienen uvas, mucho més dulces, como premio. Tos comediores de pepino se ponen nerviosos, tiran al suelo sus ver- duras y se declaran en huelga. Un alimento perfectamente apetecible es rechazado s6lo porque un compaitero obtiene algo mejor. Llama- mos a esto «aversién de desigualdad», un tema que desde entonces se ha investigado en otros animales, como los perros. Un perro no ten- dré inconveniente en efectuar repetidamente una tarea sin premio, pero se negaré tan pronto como vea que otro perro obtiene trozos de salchicha por el mismo trabajo. Estos hallazgos tienen implicaciones para la moralidad humana. Para la mayoria de los fildsofos, las verdades morales son imposiciones razonadas. Aunque no invoquen ninguna divinidad, siguen propo- niendo un proceso descendente en el que formulamos los principios y luego los imponemos a la conducta humana. {Fs cierto que las deli- beraciones morales tienen lugar en un plano tan elevado? ;No necesi- tan afianzarse en quiénes y qué somos? ;Serfa realista, por ejemplo, exhortar a la gente a ser considerada con los demés si no tuvigramos una inelinacién natural a comportamos asf? ;Tendria sentido apelar a la justicia y a la igualdad si su ausencia no suscitara poderosas reac- 28 ciones en nosotros? Imaginémonos la carga cognitiva que supondria tener que contraster cada decisiGn que toméramos con una logica des- cendente, Creo firmemente en la tesis de David Hume de que la ra- z6n es esclava de las pasiones. Partimos de sentimientos e intuiciones morales, y es tamién ahi donde encontramos la mayor continuidad ‘con otros primates. En vez de desarrollar la moralidad partiendo de ‘cero a través de la reflexién racional, recibimos un fuerte empujén de nuestro bagaje como animales sociales. Pero, al mismo tiempo, soy reacio a describir a un chimpancé ‘como un «ser moral». ¥ es que los sentimientos no bastan. Buscamos un sistema Igicamente coherente y debatimos sobre cémo conciliar la pena de muerte con el cardcter sagrado de la vida, o sobre si una orientacién sexual no elegida puede ser moralmente incorrecta. Estos debates son exclusivamente humanos. Hay escasas evidencias de que otros animales juzguen Ia correccién de acciones que no les afectan directamente, El gran antropélogo finlandés Edvard Westermarck, pionero de Ia investigacién de la moralidad, afirmé que las emocio- hes morales estén desconectadas de Ja situacién inmediata de cada cual, y tienen que ver con el bien y el mal a un nivel mas abstracto y desinteresado. Este es el rasgo distintivo de Ia moralidad humana: tuna basqueda de estdndares universales combinada con un sistema elaborado de justificacién, control y castigo. ‘Aguf es donde entra la religidn, Piénsese en el soporte narrativo de la compasién, como la parabola del buen samaritano, o en el desa- ffo a nuestro sentido de la justicia, como en la pardibota de los traba- Jjadores de la via con su famosa conclusién: «Los gltimos seréin los primeros, y los prmeros serdn los tltimos». Siimese a esto una casi skinneriana querencia por el premio y el castigo —desde las virgenes ‘que esperan en el cielo hasta el fuego infernal que espera a los peca- dores— y Ia explotacién de nuestro deseo de ser «dignos de elogion, ‘como lo describié Adam Smith. En efecto, las personas son tan sensi- bles a la opinién ptblica que s6lo tenemos que ver la imagen de dos ojos pegada a la pared para responder con una buena conducta. La religién entendi6 esto hace tiempo, y recurre a la imagen del ojo que todo lo ve para simbolizar un Dios omnisciente. Pero incluso este modesto papel de la religi6n es anatema para al- sgumos. En Jos titimos affos, nos hemos acostumbrado a un atefsmo 29 —_ SSS estridente que cuestiona la grandeza de Dios (Christopher Hitchens) 0 afirma que es un engafio (Richard Dawkins). Los neoateos se hacen amar «brillantes», lo que implica que los ereyentes tienen menos lus- tre, Han invertido la idea de san Pablo de que los no creyentes viven en la oscuridad: son ellos los tinicos que han visto la luz. Promue- ven la confianza en Ia ciencia, y desean afianzar la ética en la vision naturalista del mundo, Comparto su escepticismo hacia las institucio- nes religiosas y sus «primates» (papas, obispos, megapredicadores, ayatolis y rabinos), pero ,qué bien puede derivarse de insultar a los muchos que Ie encuentran un valor ala religién’? Y lo que es més per- tinente, ;qué alternativa ofrece la ciencia? La ciencia no se ocupa de clucidar el sentido de la vida, y menos atin de decirnos cémo tenemos que vivir nuestras vidas. Como dice el fildsofo britinico John Gray, “la cigneia no es hechiceria. El crecimiento del conocimiento am- plia lo que pueden hacer los seres humanos. Pero no puede eximirles de ser lo que son»? Los cientificos nos ocupamos de descubrir por {qué las cosas son como son, 0 eémo funcionan, y desde luego creo que la biologfa nos ayuda a entender por qué la moralidad parece lo que pa- rece. Peto de ahi a ofrecer consejo moral hay un largo trecho. Niel nteo mis acérrimo que se haya criado en la sociedad occiden- tal puede evitar empaparse de los preceptos basicos de la cristiandad. [Los cada vez mis laicos europeos del norte, cuyas culturas conozco de primera mano, se consideran mayormente cristianos en cuanto @ sus actitudes. Todo lo que Ia humanidad ha conseguido —desde la arqui- tectura hasta la mtisica, desde el arte hasta la ciencia— se ha hecho ‘codo con codo con la religién, nunca por separado. Es imposible, por lo tanto, saber cOmo seria una moralidad sin religién, Ello requerirfa tuna visita a una cultura humana que no sea religiosa en absoluto, ni Jo haya sido nunca. Que tales culturas no existan deberfa hacernos reflexionar. EI Bosco se debatis con la misma cuestién (no el atefsmo, que no cera una opcién, sino el lugar de Ia ciencia en la sociedad). Las figuri- Ilas en sus pinturas con chimeneas invertidas en la cabeza, 0 los edifi- ccios de fondo que parecen hornos o torres de destilacién, hacen refe- rencia al utillaje quimico, Sea cual sea nuestra concepcién actual de fa ciencia, es bueno saber que no comenzé como una empresa alta- ‘mente racional. La alquimia estaba asenténdose en tiempos del Bosco, 30 Las pnturas del Bosco contienen mumerosas referencias ala alguimia el proce genéticas para que la selecci6n natural haga presa en ellos. Las tinicas unidades que podrfan valer como ob- jetos de seleccién son las que se basan en genes compartidos, como las familias extendidas. Haldane fue uno de los principales arquitec- tos del «punto de vista genético» de la evolucién, Contemplado desde la perspectiva de los genes, el altruismo adquiere un significado espe- cial, Aunque uno pierda la vida para salvar la de un pariente,aiin po- dr perpetuar los genes propios que comparta con ese pariente. Asi pues, ayudar alos parientes es ayudarse a uno mismo. Se cuenta que Haldane, borracho y encorvado sobre una cerveza, mascull6: «Me ti rarfaa un rfo por dos hermanos y ocho primos», presagiando la teorfa de la seleccién de parentesco propuesta por William Hamilton, uno de los bidlogos més brillantes y bondadosos desde Charles Darwin. Aitado Io de «bondadoso» para enfatizar el contraste entre Ha- milton y el cientifico que de hecho acu Ia expresién «seleccién de grupo», en un articulo que se servia de Ia idea de Hamilton sin citar su autoria, Hablo del mismo Maynard Smith antes mencionado, de quien se cuenta que, cuando supo de la idea de Hamilton, exclamé: «."” ‘Su invencién del término «agnéstico>, en el sentido de no poder asegurar Ia existencia de Dios, contribuy6 a la reputacién de Huxley ‘como verdugo de lareligién. Hay que decir, no obstante, que el aznos- ticismo de Huxley era més un método que un credo, Defendfa que los argumentos cienificos deben basarse puramente en la evidencia y no cn la autoridad, una postura que hoy se conoce como «racionalismo» Hooxley merece admiracién por este gran paso en la direccign correcta, pero la gran ironfa es que sigui siendo profundamente religioso, y esta fe no dej6 de teir su visincientifica. Se describié a sf mismo como un «cientifico calvinista>, y buena parte de su pensamiento seguta los somibrios y aciages preceptos de la doctrina del pecado original. Puesto que es una certeza que hemos venido al mundo a sufrir, decfa Huxley, 45 s6lo podemos esperar resistir el sufrimiento con los dientes apretados (su filosofia de «sonreir y aguantar»)."? La naturaleza carece de la ea- pacidad de producir ningtin bien, o en palabras del propio Huxley: ‘La doctrina de a predestinacién, del pecado original, de la depravacion ‘nnata del hombre y la perdicién de la mayor parte del género humano, de la primacfa de Satin en este mundo, de la vileza esencial de la mate- ria, de un Demiurgo malévolo subordinado a un Todopoderoso benevo- lente, que sélo se ha revelado tardfamente, imperfectos como son, me parece muchfsimo mas cerca de la verdad que las ilusiones . {Que los chimpancés toman comida de las manos de sus amigos? Llame- ‘mos a esto «hurto» 0 «gorroneo>. El tono imperante estaba leno de reticencia hacia la bondad. He aquf una muestra tipica, citada una y otra ver en esta clase de literatura No hay indicio alguno de caridad genuina que mejore nuestra visién de la sociedad, una vez se deja de lado el sentimentalismo, Lo que pasa por cooperacién resulta ser una mezcla de oportunismo y explotacién[...] Dada la oportunidad de actuar en su propio interés, nada aparte de Ia cconveniencia disuadiré [a una persona] de maltratar, mutlar 0 asesinar a su hermano, su pareja, su padre o su hijo. Résquese la espalda de un caltruista» y se verd brotar la sangre de un «hipécrita»."® Los altruistas no son més que hipécritas encubiertos. Es lo que dice Michael Ghiselin, un bi6logo estadounidense conocido por sus Investigaciones de las babosas de mar, tanto que un compuesto qui- ico defensivo de estos animales se denomina ghiselinina en su ho- nor. Pero las palabras anteriores no aluden a las babosas, sino a las 48 personas. Esta cita marcé la pauta de buena parte de lo que si ‘como en esta frase extraida de The Moral Animal, escrito dos déca- ddas més tarde por el periodista cientifico Robert Wright: «... la pre- tensién de desintexés forma parte de la naturaleza humana tanto como su frecuente ausencia»."” ¥ también est George Williams, el biélogo evolutivo estadouridense que adopts la que quiz4 sea la postura més extrema, Dada su sombria evaluacién de la «vileza» de la naturaleza, Williams le paresia que describirla como .* Los escritos de Darwin contradicen flagrantemente la teorfa de la fachada. Por ejemplo, conjeturé que la moralidad procedia directa- mente de los instintos sociales animales, y hasta lleg6 a decir que «seria absurdo hablar de estos instintos como si se hubieran desarro- lado a partir del egofsmo>.” Darwin vefa el potencial para el al- truismo genuino, al menos en el nivel psicol6gico. Como la mayorfa de los bidlogos, trazaba una linea bien marcada entre el proceso de la seleccién natural, que no tiene nada de elevado en si mismo, y sus muchos productos, que abarcan una amplia gama de tendencias. Darwin no crefa que un proceso desagradable tuviera que conducit necesariamente a resultados desagradables. Pensar asi es lo que he llamado «el error de Beethoven», ya que es como juzgar la misica de ‘Ludwig van Beethoven sobre la base de cOmo y cusindo se compuso. El apartamento vienés del maestro era una Jeonera desordenada y ‘apestosa, lena de inmundicias y orinales sin vaciar. Por supuesto, nadie juzga la mésica de Beethoven por esto, Del mismo modo, aun- que Ia evolucién genética avance a caballo de la muerte y Ia destruc- cién, ello no empafa las maravillas que ha producido. 30 Esto parece obvio, pero después de extenderme sobre el tema en mi libro Bien natural (1996), me cansé de batallar contra la teoria de la fachada. Durane tres largas décadas fue saludada con irracional entusiasmo, sin duda por su simplicidad: todo el mundo la entendia, a todo el mundo le encantaba. ;Cémo podfa estar en desacuerdo con algo tan obvio? Pero luego ocurrié algo curioso: la teorfa se volatiliz6. En vez de morir de una fieb-e lenta, suftié un colapso fulminante. No acabo de entender cémo y por qué ocurrié esto. Puede que fuera el efecto 2000, pero con el final del siglo xx se esfum6 la necesidad de comba- tira los «infieles» del darwinismo. Comenzaron a llegar nuevos datos, primero como un goteo, y luego como un flujo continuo. Los datos tienen la maravillosa cualidad de enterrarteorfas. Recuerdo un articulo de 2001 titulado . Piénsese en esto: significa que nuestro primer impulso es confiar y asistir, y que s6lo secundaria- mente sopesamos la opcién de no hacerlo, para lo cual necesitamos alguna raz6n. Esto es todo lo contrario de moverse por incentivos. Slo una categoria de personas carece de este impulso natural, de abi ‘si hahiual hroma de que la teoria de la fachada captura perfectamente la mente psicépata. Rilling también mostr6 que cuando la gente nor- ‘mal ayuda a otros, se activan las éreas cerebrales asociadas a la re- compensa. Hacer el bien le hace sentirse bien a uno. Este efecto de «calor» evoca una conmovedora imagen que he visto incontables veces al trabajar con macacos rhesus. El comporta- miento en cuestin no era exactamente altruista, pero se acercaba mucho a la fuente de la maternalidad mamffera. Cada primavera, las tropas de nuestro 200 producfan decenas de vastagos. Las erfas te- nfan un atractivo magnético para las hembras juveniles, que intenta- ban Hlegar a tocarlas con sus manitas mientras acicalaban paciente- mente a sus madres. Esto podifa levarles mucho tiempo, hasta que conseguian que la madre soltase ala erfa para dejarla dar unos pasos vacilantes hacia la aspirante a nifiera, Esta la levantaba, cargaba con ella, le daba la vuelta para inspeccionar sus genitales, le lamfa la cara, Ja acicalaba por todos lados, hasta que acababa quediindose dor- ‘ida eon la crfafirmemente sujeta en sus brazos. Hacfamos apuestas acerca de cudnto duraria esta situaciOn. {Cinco minutos, diez minu- 58 tos? Vencidas por la somnolencia, las nifieras daban Ia impresién de estar en trance, 0 quizés en éxtasis, después de haber esperado tanto quel afortunado momento. Mientras sujetaban su tesoro, la libera- cin de oxitocina (conocida como la hormona del amor) inundaba su torrente sanguineo y su cerebro, haciendo que les pesaran los pérpa- dos, Pero su suefio nunca duraba mucho, y pronto devolvian la eria a su made El gozo de tener un bebé en brazos prepara a las hembras jévenes para el acto més altruista de todos. Fl cuidado maternal mamifero es la inversién mas costosa y prolongada en otros seres que se conoce cn la naturaleza, que empieza con la nutricién del feto y acaba mu- cchos afios después, O, como dirfa la mayoria de los padres, nunca. Ex- ttafiamente, sin embargo, el cuidado maternal ha estado casi ausente del debate sobre ef altruismo. Algunos cientificos ni siquiera lo con- sideran como tal, ya que no entrafia un auténtico sacrificio. Prefieren hablar de altruismo s6lo cuando la acci6n supone un perjuicio para el actor, al menos a corto plazo. Nadie deberia desear ser altruista, y ‘menos atin encontrar un placer en ello. A esto lo he llamado la , como lo describié el psicoanalista Carl Jung), pero conviene apreciar que entre las figuras atormentadas del panel izquierdo de Et jardin de las delicias no reconocemos a ninguno de los tortolitos del centro. Hay referencias a la Injuria y al sexo, pero la mayor parte de los vicios re- presentados tienen que ver con el juego, la codicia, la maledicencia, la pereza, la gula, la arrogancia, etcétera. Es casi como si el pintor estu- viera diciéndonos que, sf el mundo estélleno de miseria y pecado, y el pecadlo sera castigado, pero no busquemos su fuente en el amor carnal. La hermandad femenina es poderosa Vernon, un bonobo macho del z00 de San Diego, regia un pequetio. ‘grupo que inclufa una hembra, Loretta, que era su pareja y amiga, y tun par de juveniles. Ha sido la tinica vez.que he visto un grupo de bo- rnobos dominado por un macho. Por entonces yo pensaba que ésa era Ja norma: después de todo, la dominancia masculina es tipica de la ‘mayor de los mamiferos, y los bonobos machos son ciertamente ma- ‘yores y més musculosos que las hembras. Pero Loretta era relativa- mente joven, y ademas era la tinica hembra. Tan pronto como se intro- dujo otra hembra en el grupo, el equilibrio de poder cambi6. Lo primero que hicieron Loretta y la recién llegada al encontrarse fue relacionarse sexualmente con sonrisas de oreja a oreja y ruidosos aritos, dejando pocas dudas de que los antropoides conocen el placer sexual. Estos encuentros Iésbicos se hicieron cada vez més frecuen- tes, lo que significé el final del reinado de Vernon, Meses més tarde, la escena habitual a la hora de comer era ambas hembras relacionén- dose sexualmente y compartiendo el alimento, Para conseguir algo de comida, Vernon tenia que pedirla con la mano extendida. ;Qué ccontraste con los grupos de chimpancés, donde cualquier macho sano domina sobre todas las hembras! La dominancia femenina también es la norma entre los bonobos salvajes, como explica Furuichi: 84 El panel central de El ardin de las detciasexhibe figuras desoudas, aves, caballos 1 animales imaginarie. Las frtas son consumidas libremente por la masa. En esta fscena, un jilgvero sostine un racimo de moras para tes figuras que recrean el Viejo juego infantil holandés de «morder el pastel». Otros estén ocupados en escar Cuando las hembras se aproximaban a los machos que estaban co- ‘miendo en una posicién favorita de la zona de alimentacién, éstos les ccedfan su puesto, Ademds. los machos solfan esperar en la periferin de la zona de alimentacién hasta que las hembras acababan de comer. ‘Cuando estallabs un conflict, en ocasiones las hembras se aliaban para perseguir a los machos, mientras que éstos nunca formaban alianzas agresivas contra las hembras. Incluso el macho alfa podta retirase ante la presencia de hembras de rango medio o bajo." Una explicacién de este orden social inusual es que evolucions para salvaguardar a los j6venes. Los chimpancés machos matan oca- sionalmente a juveniles de su propia especie, y los machos humanos no son mucho mejores. El maltrato y la muerte violenta pueden darse cen el démbito familiar, pero también a mayor escala, como cuando el rey Herodes «mand6 matar a todos los nifios que habfa en Belén, y en todas sus fronteras, de dos afios 0 menos» (Mateo 2:16). Entre los ‘bonobos no ocurre nada de esto, ni a pequefia ni a gran escala. La ra- z6n principal es que ser el sexo dominante facilita que las madres defiendan a sus hijos. Ademis, la promiscuidad desenfrenada hace que cualquier macho adulto pueda ser el padre potencial de cualquier 85 ceria, No es que los bonobos machos tengan conciencia de la paterni- dad, pero qué puede ser peor que eliminar la propia progenie? Un comportamiento ast seré penalizado por la selecci6n natural, y por eso la promiscuidad protege a los jévenes. Esto se aprecia en el comporta- riento de las madres primerizas. En vez de mantenerse apartadas de las congregaciones, como ocurre entre los chimpancés, las madres bo- nobo jvenes se resinen con su grupo en cuanto han dado a luz. Estas ‘madres primerizas acttian como si no tuvieran nada que temer. En este contexto, el ‘nico caso documentado de violencia brutal entre bonobos sallvajes adquiere sentido. Hohmann y su esposa, Bar- bara Fruth, fueron testigos de un oscuro incidente en el bosque de Lomako cuyo protagonista fue un macho joven llamado Volker, que tenia la suerte de ser hijo de Kamba, la hembra alfa de la comunidad de Eyengo, donde habia nacido. Los bonobos machos estin pegados a las faldas de sus madres. Tan pronto como Volker se metfa en lfos con ‘otros machos o era perseguido por las hembras, su madre acudia a poner paz. A medida que crecia, Volker ascendia en la jerarquia mas- culina, subiendo por la escalera social con el apoyo materno. Tam- bién entablé una estrecha amistad con una hembra particular amada Amy. Pero poco después de que Amy diera a luz. a su primer hijo, ‘ocurri6 un episodio inesperado, mientras un numeroso grupo de bo- nobos se habfa congregado en las ramas de un mangostén cargado de lustrosos y dulces frutos: Volker salt una rama donde estaban Amy y su erfa. Por un segundo la hembra pareci6 perder el equilibrio, pero luego se agarr6 firmemente y cempujé a Volker fuera de la rama. El macho salt6 al suelo arrastrando cconsigo a Amy. Los gritos de éstainiciaron un tumult, otros machos y hhembras adultos empezaron a saltar del érbol, y en pocos segundos el bosque se convirti6 en un campo de batalla. Los detalles quedaron ocul- tos por la densa vegetacién, pero el sobrecogedor ruido de bonobos gri- tando indicaba que aquello no era un simulacro, sino una pelea brutal.” El ataque coordinado de quince o més individuos estuvo entera- mente dirigido a Volker, que acab siendo arrastrado de un lado a otro. Al final lo encontraron en el suelo agarrado desesperadamente a un érbol con manos y pies, y la cara contraida en una expresién de pé- 86 nico, Todos los bonobos estaban agitados, con el pelo erizado y vo lizando, mientras advertian a los observadores humanos con llama das de alarma, como si no quisieran que se acercaran. Las caras de Jos bonobos mostraban emociones que Hohmann y Fruth no habfan visto nunca, Lo més sorprendente era que Amy, una hembra de rango bastante bajo, pudiera suscitar tal ataque en masa, y que Kamba se ‘mantuviera totalmente al margen. Normalmente Kamba habria sido Ja primera en acudir en defensa de su hijo, pero cuando los investiga- dores la buscaron después del incidente, la encontraron escondida en {0 més alto de las copas de los érboles. Hohmann y Fruth piensan que Volker podria haber amenazado a la erfa de Amy. ,Acaso haba inten- tado arrebatérsela, como hacen a veces los chimpancés? De ser asf, Volker subestims la defensa comunitaria, Por lo visto, un macho que intente poner la mano encima a una cria se hace acreedor al peor de los castigos. El stbito estallido de violencia sugiere un estrato més profundo de la sociedad bonobo, normalmente cubierto por su fachada de Woodstock, algo que se parece a un cédigo moral para defender Jos intereses de los més vulnerables. Si se viola, el cédigo se hace cumplir de manera tan masiva que ni Ios escalones ms altos de Ia sociedad, como la hembra alfa, se atreven a oponer resistencia, a solidaridad bonobo viene posibilitada por un habitat que per ‘mite una cohesi6n social mayor que la de los chimpaneés. En su biis- queda de fuentes de alimento dispersas, los chimpancés tienen que di- vidirse en pequefias partidas o recorrer solos largas distancias. Los bonobos son diferentes. Permanecen juntos, esperan a los rezagados Y unen sus voces en un coro de «llamadas a dormir» para reunir la Comunidad mientras construyen sus nidos nocturnos en lo alto de los Arboles. Esta claro que les encanta la compaiifa. El acceso a enor- ‘mes drboles frutaes, junto con la abundancia de plantas nutritivas en el suelo de la selva, sustentan su sociedad estrechamente vinculada, cuyo niicleo es une ehermandad femenina secundaria». Digo «secun- daria» porque el vinculo femenino no se basa en el parentesco. Al ser el sexo migratoria, las hembras de cualquier comunidad no suelen estar emparentadas. Por supuesto, a fascinacién por las crfas es tfpica de todos los ‘mamiferos. Pero w: Ilamativo encuentro ilustra hasta qué punto llega en los bonobos. Una colaboradora mia, Amy Parish, habia entablado 87 tuna relacién personal con varias hembras de bonobo en un 700. Estas hhembras la ubrazaban como si fuera una de ellas, algo que nunca hi- cieron conmigo, ya que los antropoides distinguen con precisién el sexo de las personas. Loretta podta solicitarme sexualmente desde 1 otro lado del foso (presentindome su hinchazén genital mientras me dirigia una mirada entre sus pietnas), pero al ser un macho yo nunca podria formar parte de la ginecocracia que caracteriza Ia socie- dad bonobo. En cambio, a Amy incluso le lanzaron comida una vez, como si pensaran que debfa tener hambre. Cuando Amy visit6 a sus amigas al cabo de unos afios, quiso ensefiarles a su hijo recién na- cido. Desde detrés del cristal, la hembra més vieja ech6 una breve mirada al beb€ de Amy, y luego se metié corriendo en una estancia adyacente, Enseguida retorné con su propia erfa y la acereé al cristal para que ambas criaturas pudieran mirarse a los ojos. Un cerebro empatico ‘Al comparar la sociedad bonobo con la nuestra, veo demasiadas diferencias para caer en Ia ilusién de pretender imitarlas. No creo que su amor libre sea necesariamente trasladable a nosotros. Para empe- zat, la evoluci6n nos ha dado nuestra propia manera de proteger a los, |j6venes, que es justo la opuesta de Ia solucién bonobo. En vez de di- Iuir la patemidad, nosotros nos enamoramos y a menudo nos com- prometemos con una persona, al menos s6lo una cada vez. A través del matrimonio y la fidelidad reforzada moralmente, muchas socie- dades intentan determinar qué machos son padres de qué hijos. Es un intento altamente imperfecto, con muchos flirteos ¢ incertidumbres, pero que nos ha conducido por una via muy diferente. Universalmente, Jos machos humanos comparten los recursos con madres ¢ hijos y colaboran en la crianza, lo que es virtualmente desconocido en bono- bos y chimpancés. ¥ lo que es mas importante, las parejas masculi- nas ofrecen protecciGn contra otros machos. Al considerar lo que compartimos con nuestros parientes antro- poides, la comparacién con los chimpancés resulta més fécil. Los chim- panoés machos cazan juntos, forman coaliciones contra rivales polit cos, y defienden colectivamente su tertitorio contra vecinos hostiles, 88 pero al mismo tiempo compiten por el rango y por las hembras. Esta tensién entre vinculacién y rivalidad es algo muy familiar para los ‘machos humanos que participan en deportes de equipo y corporacio- nes. Los hombres compiten intensamente entre ellos, y a la vez se dan cuenta de que se necesitan unos a otros para impedir que su equipo sea vencido. En su libro Tii no me entiendes, la lingtista De- borah Tannen explica el uso que hacen los hombres del conflicto para negociar el rango, y c6mo disfrutan de competir amistosamente con los colegas. Cuanco las cosas se calientan, lo arreglan con un chiste 0 una disculpa. Los hombres de negocios, por ejemplo, pueden gritar € intimidar a otros en una reuni6n, para luego bromear y refrse de todo durante una pausa La borrosidad de Ia linea que separa el conflicto de la coopera- cin no siempre es bien entendida por las mujeres (para quienes una ‘amiga y una rival son cosas totalmente distintas), pero éste es un co- ‘nocimiento de seganda mano, ya que erect en una familia de seis her- ‘manos y ninguna hermana, De hecho, mi interés en la reconeiliacién de los chimpancés tras una riffa emanaba parcialmente de mi rechazo a contemplar la agresién como algo inherentemente maligno, que era {a opinién prevaleciente cuando comencé mis estudios. El comporta- ‘micnto agresivo se etiquetaba a menudo como «asociab», cosa que me resultaba dificil de aceptar. Yo ve‘a las riflas y peleas como una ma- nera de negociar las relaciones, que slo seria destructiva si no hubiera inhibiciones 0 nacie intentara una reparacién posterior. Los machos de chimpancé se levan bien la mayor parte del tiempo, y ciertamente son mucho més capaces que las hembras de reducir tensiones me- dante una larga sesién de acicalamiento con su mayor rival. Guardar rencores no es propio de la condicién masculina. PPero tambien veo similitudes con los bonobos, especialmente en lo ue respecta a la empatia y las funciones sociales del sexo. No es que nosotros hagamos uso del sexo de manera tan fécil y publica como los bbonobos, pero en el marco de la familia humana el sexo es un adhesivo social que tiene ura funcién similar a la suavizacién de las relaciones entre 10s bonobos. Considero que los bonobos son altamente empati cos, més que los chimpancés. Tan pronto como un bonobo sufre 1a ‘més minima herida, se vers rodeado de otros que vienen a inspeccio- narlo, lamerlo 0 acicalarlo, En su libro Almost Human, Robert Yerkes 89 describfa cémo su bonobo se preocupaba por un compatiero grave- mente enfermo, explicando que si diera una descripcién completa, probablemente serja acusado de «idealizar a un antropoide>.”? ‘Sélo recientemente hemos aprendido cémo se refleja esta sensibili- ad en el cerebro de los bonobos. La primera pista vino de un tipo es- pecial de neuronas, las llamadas células fusiformes, presuntamente in- volucradas en Ia autoconciencia, Ia empatia, el sentido del humor, el autocontroly otros fuertes humanos. Inicialmente, estas neuronas sélo se conocian en nuestra especie, pero, siguiendo la pauta usual en cien- cia, més tarde se identificaron también en los cerebros de los antropoi- des, bonobos incluidos.* y recientemente se ha hecho un estudio com- parativo de dreas cerebrales espectficas en chimpancés y bonobos. Pues bien, las éreas implicadas en la percepcin del sufrimiento ajeno, como la amigdala y la insula anterior, son mas grandes en el bonobo. Su cere- bro también contiene vias bien desarrolladas para el control de los im- pulsos agresivos. En vista de estas diferencias, James Rilling y colabo- radores concluyeron que los bonobos tienen cerebros empaticos: ‘Sugerimos que este sistema neural no s6lo sustenta una sensibilidad ‘empitica incermentada an lng honabos, sino también comportamientos ‘coma el sexo y el juego, que sirven para disipar la tensi6n, imitando asi el suftimiento y la ansiedad a niveles compatibles con el comporta- ‘miento prosocial:” Nada de esto se sabia cuando me encontré por primera vez con ‘bonobos, pero confirma que no me equivocaba al pensar que eran di- ferentes. Los franceses los llaman «chimpancés de izquierdas», tanto por su estilo de vida alternativo como por el hecho de que viven en la orilla izquierda del rfo Congo (que discurre hacia el oeste). Este im- ponente rfo los separa permanentemente de los chimpancés y gorilas del norte, Comparten un ancestro comiin con cada tno de estos an- tropoides, de los que el compartido con los chimpancés vivi6 hace ‘menos de dos millones de aflos. La pregunta del milln es si este an- cestro se parecfa mas al bonobo o al chimpancé. En otras palabras, ‘cudl de estos dos antropoides se acerca més al tipo ancestral y, por ende, es mas cercano en apariencia y comportamiento al tipo de an- tropoide del que procedemos nosotros. Por el momento, Ia apuesta 90 ‘mis segura es que chimpancés y bonobos estn a la misma distancia de nosotros, ya que se separaron bastante después de que nosotros ‘nos separdramos ¢e su linaje. Una estimacién corriente es que com- partimos el 98,8 por ciento de su ADN con ellos, aunque otros céleu- los reducen esta cifra a «s6lo» un 95 por ciento. La reciente publicacién del genoma del bonobo confirma que compartimos genes con los bonobos que no compartimos con los chimpancés, pero también compartimos genes con los chimpancés que no compartimos con Ios bonobos.** A la espera de comparaci nes genéticas més precisas, esté claro que el argumento de que s6lo los chimpancés cuentan para la historia de la evolucién humana es ahora més resbaladizo, El bonobo es igual de relevante. Nuestra es- pocie comparte un mosaico de caracterfsticas con ambos antropoides, © como he dicho en otras ocasiones, somos «monos bipolares». En nuestros dfas bueros somos tan amables como pueden serlo los bo- nnobos, pero en nuestros dias malos somos tan dominantes y violentos como pueden serlo los chimpancés. Seguimos sin saber cémo se comportaba nuestio ancestro comin, pero los bonobos ofrecen pistas esenciales. Nunca abandonaron la selva htimeda, mientras que los chimpancés se extendieron a bosques mas abiertos. y nuestro linaje abandon6 el bosque del todo. Asf pues, los bonobos quizé sean los que han tenido menos motivos para el cambio evolutivo, y puede que hayan retenido més rasgos originales. El anatomista estadounidense Harold Coolidge sugiri6 lo mismo en 1933 cuando, a partir de sus necropsias, concluy6 que los bonobos tienen un parecido «més estre- cho con el ancestro comin de los chimpancés y el hombre que cual- quier chimpancé vivo>.2* 91 4 {Dios ha muerto, o sélo esté en coma? Es inl intentar razonar con un hombre acerea 4e algo sobre lo que nunca ha rizonado. Jonathan Swift! Una tranquila mafiana de domingo, bajé paseando por el camino ‘que lleva hasta mi casa en Stone Mountain, Georgia, para buscar el periédico, Cuando llegué abajo —vivimos en un monticulo— un Ca- dillac que subfa se detuvo delante de mf. Un hombre grande y trajeado sali6 y me tendi6 la mano. Siguié un firme apretén de manos, durante cl cual Ie of proclamar con una voz estruendosa, casi feliz: «Estoy buscando almas perdidas!». Aparte de, quiz4, demasiado confiado, soy bastante lento de entendederas y no sabia de qué me estaba ha- blando. Miré detrés de mf, pensando que a lo mejor habia perdido a su perro, ¥ luego me corregt y musité algo asf como «no soy muy rel gioso> Esto era mentira, por supuesto, porque no soy religioso en abso- Iuto. El hombre, un pastor, se eché para atrés, probablemente més por mi acento que por mi respuesta, Debié darse cuenta de que con- vertir un europeo a su marca de religién iba a ser todo un desafio, ast que volvi6 a su cozhe, pero no sin antes darme st tarjeta por si acaso cambiaba de opirién. El dfa habfa empezado muy prometedor, y ahora me habfa quedado pensando que irfa derecho al infierno. Me educaron como catslico. No apenas catélico, como mi mujer, Catherine. Cuando ella era nif, muchos catélicos franceses ya ape- nas iban a misa, salvo para los tres grandes hitos de la vida: bautismo, ‘matrimonio y funeral. ¥ s6lo el segundo era por propia eleccién, En cambio, al sur de los Pafses Bajos —Ia regién de «debajo de los 93 1fos»— el catolicismo atin era importante en mi nifez. Nos definta y nos diferenciaba de los protestantes de encima de los rfos. Todas las mafianas de domingo acudiamos a la iglesia vestidos con nuestras mejores galas, lefamos el catecismo en la escuela, cantabamos, rez4- bamos y nos confesdbamos, y en cada celebracién oficial estaba pre- sente un vicario u obispo para rociarnos con agua bendita (y que no- sotros imitabamos divertidos en casa con una escobilla de baiio). Eramos catélicos por los cuatro costados, ero ya no lo soy. En mis interacciones con personas religiosas y no religiosas por igual, ahora trazo una linea divisoria, basada no en sus creencias concretas, sino en su nivel de dogmatismo. Considero que el dogmatismo es una amenaza mucho mayor que la religién per se. Me llama particularmente la atencién la gente que abandona la re~ ligi6n, pero retiene las anteojeras asociadas ella, {Por qué los «eo ateos» de hoy estin tan obsesionados con la no existencia de Dios que hhacen proclamas exaltadas en los medios, llevan camisetas que afir- ‘man su ausencia de fe, o llaman a un atefsmo militante?® ; Qué puede ofrecer el atefsmo por lo que valga la pena lucha? Como dijo un fild- sofo, ser un ateo militante es como «dormir furiosamente».* Perder mi religion De nifio era demasiado inquieto para permanecer sentado entre ‘una masa de gente. Era algo semejante a un adiestramiento de aver- sién, Miraba todo aquello como un especticulo de marionetas con un guidn totalmente predecible. Lo tinico que si me gustaba era la mii- sica. Todavia me encantan las misas, las pasiones, los réquiems y las cantatas, y no acabo de entender por qué Johann Sebastian Bach ‘compuso sus cantatas seculares, tan obviamente inferiores al resto de su obra, Pero aparte de aprender a apreciar la majestuosa miésica sa- cra de Bach, Mozart, Haydn y otros, pot lo cual Ie estaré etemamente agradecido, nunca senti ninguna atraccién por la religiOn, y nunca hablé con Dios ni senti una relaci6n especial. Cuando dejé mi hogar para irme a la universidad, con diecisiete afios, enseguida perdf cual- quier resto de religiosidad que pudiera quedarme. Se acabé la iglesia. ‘Apenas fue una decisién consciente, y desde luego no recuerdo que 94 me causara ninguna angustia, Estaba rodeado de otros ex catélicos, pero raramente hablabamos de temas religiosos, salvo para burlamos de papas, sacerdotes, procesiones y demés. S6lo cuando me trasladé una ciudad del norte reparé en la tortuosa relacién de algunas per- sonas con la religién. Buena parte de la literatura holandesa de posguerra es obra de ex protestantes resentidos con su severa educacidn. «Todo lo que no es preceptivo est prohibido», era la regla de la Reforma, Su insistencia en la frugalidad, en vestir de negro, la lucha continua contra las tenta- ciones de Ia came, Ja frecuente lectura de las escrituras en la mesa familiar y su Dios punitivo contribuyeron sobremanera a la literatura holandesa. He intentado leer esos libros, pero nunca he podido llegar demasiado lejos: demasiado depresivos! La comunidad eclesidstica Vigilaba a todo el mundo y estaba presta a acusar. He ofdo turbadores relatos de bodas donde los novios acababan Horando tras un sermén sobre el castigo que esperaba alos pecadores. Incluso en los funera- les, el fuego y el zzufre podian ir destinados al propio difunto en su tumba, para que su viuda y todos los dems supieran exactamente lo {que le esperaba. Como para levantar el énimo. En contraste, si el cura local visitaba nuestra casa, podia contar con un puro y una copa de jenever (una especie de ginebra): todo el ‘mundo sabia que al clero le gustaba la buena vida. La religién impo- fa sus restricciones, especialmente reproductivas (la anticoncepcién era ilcita), pero se hacia mucha menos mencién del infierno que del Cielo, Los del sur se precian de su visién hedonista de la vida, y afir ‘man que no hay nada malo en disfrutar de vez.en cuando. Desde la perspectiva nortefia, deben de haberos visto como unos inmorales, con nuestra vida d> cerveza, sexo, baile y buena comida. Esto explica tuna historia que escuché una vez. sobre una holandesa calvinista que se cas6 con un hirdii, Aunque los padres de ella no tenfan ni idea de lo que era el hinduismo, se sintieron aliviados de que al menos st nuevo yerno no fuera catélico. Para ellos, la creencia en miltiples deidades era algo ms perdonable que el proceder herético y pecami: noso de la religion de al lado. La actitud del sur es reconocible en las pinturas de Pieter Brue~ ‘ghel* y del Bosco, algunas de las cuales traen a la mente el carnaval, el comienzo de la cuaresma. EI carnaval es una fiesta importante en 95 Den Bosch, cuando la ciudad se conoce como Oeteldonk, y también se celebra en Ia vecina Alemania catdlica, en ciudades como Colonia y Aquisgrin, de donde procedia la familia del Bosco (su apellido pa- temo, «Van Aken», aludia a esta tltima ciudad). El Bosco debi de es- tar versado en la delirante atmésfera caiavalesca, con su suspensién de las distinciones de clase tras una mascara an6nima, Como el Mardi Gras de Nueva Orleans, el carnaval es en el fondo una gran fiesta de inversi6n de roles y liberaci6n social. El jardin de las delicias consi- gue lo mismo al representar a todo el mundo en cueros. Estoy seguro de que el Bosco vefa en ello un signo de libertad, y no de libertinaje, como han querido interpretarlo algunos. Posiblemente, la religion que uno deja atrés tiene que ver con la clase de atefsmo al que uno se suscribe. Si la religién constrifie poco Ja vida de uno, 1a apostasfa no es algo tan trascendente, y tendré po- cos efectos duraderos. De ahf la apatfa general de mi generacién de ex catélicos, que erecié con la critica al Vaticano por la generacién de nuestros padres en una cultura que diluia el dogma religioso con tuna apreciacién de los placeres de la vida. La cultura importa, porque los eatslicos que crecieron en enclaves papistas por encima de los rfos ‘me dicen que su educaci6n fue tan estricta como la de los hogares protestantes en torno suyo. La religién y la cultura interactéan hasta tal punto que un cat6lico francés ciertamente no es lo mismo que un holandés del sur, que tampoco es lo mismo que un catélico mexi- ano. La posibilidad de desollarse las rodillas subiendo las escale- ras de la catedral para pedir perdén a la Virgen de Guadalupe no es algo que ninguno de nosotros tomaria en consideracién, También he ofdo que los catélicos estadounidenses resaltan la culpa de mane- ras que me resultan absolutamente ajenas. Asf pues, hay razones cul- turales y religiosas para que los ex catélicos del sur contemplen con ‘mucho menos resentimiento su trasfondo religioso que los ex protes- tantes del norte Egbert Ribberink y Dick Houtman, dos sociélogos holandeses que se clasifican a s{ mismos como «demasiado ereyente para ser ateo» y «demasiado no creyente para ser ateo», respectivamente, distinguen dos clases de ateos. Los del primer grupo no estin interesados en ex- plorar su perspectiva y menos atin en defenderla. Estos ateos piensan ‘que tanto Ia fe como su carencia son asuntos privados. Respetan la 96 eleccién de cada cual, y no sienten la necesidad de importunar a otros con la suya, Los el segundo grupo se oponen con vehemencia a la religiGn y reniegan de sus privilegios sociales. Estos ateos no piensan ‘que su conviccién deba mantenerse en la intimidad. Hablan de «s del armario», una terminologia que han tomado prestada del movi- rmiento gay, como si su no religiosidad fuera un secreto prohibido que ahora quieren compartir con el mundo. La diferencia entre ambas cla- se de ateos se reduce a la privacidad de su punto de vista. Me gusta este andlisis mas que la aproximaciGn usual a la secula- rizacién, que consiste simplemente en contar el ndimero de creyentes y no creyentes. Alsin dfa puede ayudar a contrastar mi tesis de que el ateismo militante -efleja un trauma, Cuanto més estricto es el tras- fondo religioso, mayor es la necesidad de combatirlo y reemplazar las viejas seguridades por otras nuevas. Dogmatismo seriado La religién pesa como un elefante en Estados Unidos, hasta el punto de que no ser religioso quiz4 sea la mayor desventaja que un politico en busca de despacho puede tener, mayor que ser gay, soltero, casado por tercera vez.0 negro. Esto es lamentable, desde luego, y ex- plica por qué los ateos han alzado tanto la voz en su demanda de un sitio en Ia mesa. Se dedican a dar codazos al elefante con Ia esperanza de que les haga algo de sitio. Pero el elefante también los define a ellos, porque qué sentido tendria el atefsmo en ausencia de religién? Como si ansiara proporcionar un desahogo humoristico de esta desigual batalla, latelevisiGn estadounidense de vez en cuando la sin- tetiza a su modo y manera. El programa The O'Reilly Factor del canal Fox News invit6 a David Silverman, presidente del grupo ateo esta- ‘Todo lo que saco de estos intercambios es la confirmacién de que Jos creyentes dirdn lo que sea para defender su fe y que algunos ateos se han convertido en evangelistas. Nada nuevo en cuanto a los prime- 10s, pero la exaltacién de los ateos militantes sigue sorprendiéndome. {Por qué «dormir furiosamente>, a menos que uno quiera mantener & raya sus propios demonios internos? Asf como hay bomberos que son pirémanos en la sombra, y homsfobos que son homosexuales en se- ‘erelo, {no seré que algunos ateos echan en falta secretamente la certidumbre de la religién? Un ejemplo es el briténico Christopher Hitchens, autor de Dios no es bueno. A Hitchens le indignaba el dog- ratismo de la religién, pero él mismo habia pasado del marxismo (era trotskista) al cristianismo ortodoxo griego y luego al neoconser- ‘vadurismo estadounidense, instaléndose finalmente en una postura cantitefsta» que culpaba a la religién de todos los males del mundo.* [Asi pues, Hitchens pas6 de Ia izquierda a la derecha, de condenar la guerra de Vietnam a aclamar la guerra de Irak, y de religioso a an- tirreligioso. Acabé prefiriendo a Dick Cheney por encima de la Ma- dre Teresa. ‘Alguna gente ansia el dogma, pero tiene problemas para decidir sobre sus contenidos. Se convierten en dogmaticos seriados. Hitchens admitia que «hay dfas en que aioro mis viejas convieciones como si fueran un miembro amputado»,’ dando a entender que habia entrado cen un nuevo estado vital marcado por la duda y lareflexién. Pero mas bien parecfa que no habfa hecho mds que regenerar un nuevo miem- bro dogmatico. Los dogmiticos tienen una ventaja: no se entretienen demasiado cen escuchar. Esto asegura conversaciones deslumbrantes cuando se reinen, igual que los machos de ciertas aves se congregan en un lek para ostentar un espléndido plumaje ante las hembras visitantes. Esto 98 casi le hace a uno sreer en la «teoria argumentativan, segxin la cual el razonamiento hurrano no evolucion6 para buscar la verdad, sino mas bien para brillar en a discusin. Universidades de todo el mundo han organizado debates multitudinarios entre «gigantes» intelectuales re- ligiosos y no religiosos. Uno de ellos tuvo lugar en 2009 en un gran certamen de ciencia en Puebla, México. Yo tenfa que intervenir en otra sesién més cientifica, pero me senté entre los cuatro mil asisten- tes convocados a la guerra definitiva de palabras. Cuando nos pre- guntaron quignes de nosotros crefan en Dios, alrededor del 90 por Ciento del piiblico levant6 a mano. El debate mismo estaba ambien- tado de una manera nada intelectual: el escenario estaba decorado como un ring de boxeo (cuerdas tendidas entre postes, guantes rojos colgados en las esquinas) y los ponentes entraron uno a uno con un fondo de misica militar. Eran los sospechosos habituales: aparte de Hitchens, estaban Dinesh D’Souza, Sam Harris, el filésofo Dan Den- nett y el rabino Shmuley Boteach, Me habria sorprendido que uno solo de los asistentes cambiara de opinién de resultas del debate, ya fuera de creyente a no creyente 0 viceversa. Aprendimos que la religiGn es la fuente de todo mal, y que es inferior a la ciencia como guia para conocer la realidad, pero tam- bign que sin religion no habria moralidad ni esperanza para los que tienen miedo a la muerte. Sin Dios, la reglas morales no son més ‘que «eufemismos del gusto personal», dijo el rabino ondeando las ma- nos por encima de la cabeza como si lanzara al aire una masa de pizza. Otros hablaban en un tono carente de sentido del humor, casi amena- zante, como si, inevitablemente, cualquiera que ignorara su mensaje fuera a tener problemas. El tema de Dios no es para refrse. La atmésfera circense me dej6 con mi pregunta original sobre las motivaciones de los ateos evangelistas. Es fécil ver por qué las religio- nes intentan reclutar creyentes. Son organizaciones grandes con inte- reses monetarios que son tanto mas présperas cuanta més gente se lune a ellas. Frigen catedrales, como la que visité en Puebla, y capillas ‘como la del Rosario, con sus estucados de oro de 23,5 quilates. Nunca he visto un ormamento interior tan deslumbrante, probablemente pa- ‘gado por generaciones de campesinos mexicanos pobres. Peto ;por {qué los ateos deberian adoptar un discurso mesisnico? ;¥ por qué de- berian oponer unas religiones a otras? Harris, por ejemplo, vierte su 99,

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