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LOC Cre ae are del canto y del habla, Walter F. Otto trata historias y Co oben eae oe tein cena eee animales y lugares, de cantos y misicas para ce ence ce enn eo griego, del que Otto fue un prestigioso erudito. El Pret ere ee eT tong, el canto... y que «donde no hay lenguaje no hay Con tae eae Se Te eee ees Certs ete ee ete Se ers ee eer neg Cee Se em ete ea) divino, slo cuando el hombre habla musicalmente o canta hablando, es decir, s6lo cuando canto y palabra Pot te ot Ret eee eee tae ee eee a tenet ac Caco eee eer cee PEC eC te ee ec COO Ree eet Oe ca vite Se ORC onto m ete Sum} comenzé estudiando teologia evangélica, pero terminé Ce Sec ese eee mcr ce Ca ene ee ao RU Cerra eee Sey latina en Frankfurt, donde creé a su alrededor una cere eae ct eee Tee eco a LOTT te Ro coe eS) Sates eo tee ee Walter F. Otto, Siruela ha publicado: Dionise. Mito y RCCL ee ee eee ence Las Musas x p bereate rms bata er) Las Musas y el origen divino del canto y del habla Las Ninfas 1 Las diosas benefactoras, a las que los griegos creian encontrar en la so- edad de bosques y montes, tampoco han perdido para nosotros su ent- > intuici6n de que tales apariciones son posibles. asi ella se manifest griegos, sélo que su sentimiento de la naturale 12 fie mucho més intenso cuando se estaba en condiciones de poblar las mis hermosas comarcas con figuras antropomérficas. Sin embargo, nos engafiamos cuando nos creemos muy cercanos al hombre antiguo. la naturaleza es una mezcla de bienestarfisico, es- y placer estético. Incluso en la mis alta medita- ‘nunca podria llegarse al conocimiento de un en- mente lacénicos que habrian tenido poco sentido para esta belleza de la naturaleza. Eso sin duda seria un error, pero no tan grande como Ia in- ‘gemua seguridad con la que se transmite nuestro sentimiento de la natu- raleza, Su sentimiento de la naturaleza no fue insensible, sino, por el con trario, una evidencia de cémo se ha manifestado més que de cémo se nos ha dado, Era el reflejo de un silencio divino. \creto. EI prudente detenerse delante dé lo desconocido, Io tierno y lo res- petable, que és extraiio para todo indiscreto; el admirarse y el aquietarse a Ni dclante del milagro de la porez, esto esl sagrada quietud en sms dearteiad misma se manifiesta tanto en esa quietad como en la pacifica as del mundo, La diosa Aidés se apodera de los hombres siempre ave encuentran _con cs Fecna se fulide, 821) Pero tambien fuera, en el encanto de la sana spare prtanada por la ano del hombre, experiments la devocion “ss vacomido gobierno All, Hipdlto entega a la joven Artemis ona Germ sere rnzata con flores de una praderainacta ven la cual so PSSST ie 1 apaventar sus rebafios, ni nunca penetré el hierro; ee eal racers eae prado virgen. La diosa del Pudor (Aid6s lo 26 Peg rocio de los oss (Euripides, Hpi, 73 =: v. Hiemo én. Sh donde se dice que las Ninfas vierten esaluferas aguas cn = 7 an do racin de ls frutos). Artemis se Tama asi misma Aidos (9 andyja de Titio, Furtwingler-Reichhold, lamina 1 ie nde monte slitarios, es elesirta més sublime de la quits 1s campos ribet meno el umulto des cza en lox mons ebign en la tormenta y en los extrépitos puede estar presente como ir mis profunda quietud. 4 el prvilegio srjeo de ls mortales que poseo el Pi cons rae ia palabras, oyendo tu vor, aunque no veo tos I Spa ts), También a menudo se peciben as wees dels Nini rr dseo que, despertado por Ios chllidos de las acompafiants de Nernfeaa que jugaban a la pelot, cey6 ofr 2 las Ninfss, «que babian has Natta cumbres dels monmafasy as fuentes de ls os y los Prados rete (Odie, 6, 123). Algnasinscripciones nos bland padows Fertnoves que spor mandator dels Ninfis han decorado ls gras > Facto ge dice que una mujer de In Fécide manifest6 que sabia i sya bs Ninfas y que fue atrpaa por aquélls (Supplementum Fephinm Graco, 3,406). También 3 sabe que eran hermoss, “4 ‘una aparicién lena de nobleza (v. Euripides, de luego no comparables con Artemis, su sefiora, ala que destacaban con el nombre de «la hermosa», ‘a mas hermosa» (KaXf, Kadkiorn). ‘Que a los genios femeninios de la sosegada naturaleza se les haya llama do hermosos ¢s mis que un obvio homenaje. La hermosura pertenece a st ‘esencia porque es un nacimiento del sosiego en su perfeccién. «Quizi pronto madure nuestro arte al sosiego de la belleza», dice Hldeslin al jo fi . Ala mirada pia- xa. También el canto y la dan- za de las Ninfas pertenecen a esta esfera plena de bendiciones. La calma de la naturaleza ya no ¢s un silencio hueco, sino tan sutil como lo es Ia paz de Ih inmovilidad. La quietud tiene su propia voz maravillosa: esto 6s su mé- sica.’ Cuando Pan sopla su flauta, se escucha el silencio primigenio. «Mientras entonaban un hermoso canto», las Ninfas se pasean por el mon- te Ida (Ciprias, 5, 5): su caminar y su danza son miisica, tonos apenas per= cceptibles de sus miembros en movimiento. La danza ha surgido del mismo misterio que [a belleza. Su emoci6n es una quietud completa de los érga~ nos en la unidad de sus movimientos congénitos. Ella descansa en sf mis- ima y ¢s elevada precisamente en la armonfa del ser, de la alegra, y al mis- mo tiempo compafiera de la danza invisible de toda la naturaleza. En la ‘magia de los origenes, las cosas no tienen peso; el cuerpo viviente, libre y liviand- Ast Como eT viento pasa sobre las hierbas y roza las hojas \_boles, asf danzan los seres invisibles y las muchachas griegas los imitan en . en la que, una a otra, con un ademin pst» (b(TTa) y con la in- in del nombre de las Ninfas, se incitan a la celeridad (Pélux, 9, 127). El sentimiento de la proximidad de esta esencia divina ha encontrado |/ su mis hermosa expresi6n en el Fedro de Platén. La conversacién se de- sarrolla en las riberas del arroyo Iliso, bajo un alto plitano, donde mana una fresca fuente y el aire esti impregnado de fragancias y del canto de las cigarras. Se sabe, por un conjunto de estatuillas € imigenes, que es un lugar consagrado a las Ninfas (2308). Su presencia experimenta Sécrates, cen su entusiasmo, quien lo transmite en el transcurso de la conversacién: «Pues en verdad parece divino el lugar, de suerte que, si al avanzar mi dis- curso quedo poscido por las Ninfas, no te extraftese (2384). Y no puede ~ abandonar ese lugar sin orar: «Oh Pan querido, y dems dioses de este I= gar, concededme el ser bello én mi interior (279b). En la sagrada paz de) 1a plegaria pide de los dioses la belleza que le pueden conceder porque / ellos mismos son belleza. 2 juvialese, emaritimas» y ‘Se distinguen Ninfas ecelestes, sterrest |, segiin Mnasimaco de eoceinicas» (v. Evcolios a Apolonio de Rodas, Faselis). Las terrestres eran imaginadas como procedentes de una fuente subterrinea (Katax@6viat en Apolonio de Rodas). Asi, se dice, en el 8 cursos de agua de la tie~ lama también hijas de de la Oceinide ijas de Helios jas del Simunte y del ‘Océano (Apolonio de Rodas, Doris (Simias de Rodas, fr. 1 y de la Oceanide Necra ( Janto (Quinto de Esmi como hij altas cumbres (Iada, 20, 8; ron las grandes Montaiias, s€ dice ‘Teogonta ‘moraban las Ninfas. En el monte Sipilo, fa Mada “de dicen que estin los cubiles de las divinas Ni ‘Aqueloo brotan». De ahi que en Homero, Hi sean lamadas Montaraces (OpeoTtd8€c, “jaralesestin sus viviendas y santuarios donde nes, y peregrinos piadosos que han encontrado a ls diosas y han sido atra~ ppados por ellas dejan a menudo ricas offendas. Un santuario de este tipo se ‘encuentra en el monte ético Himeto junto a Vari. Wilhelm Vischer en Erinnenungen und Eindricken aus Griechenland (2.* ed., 1875, pp. 59s.) las ha descrito grificamente (Ausgrabungsbericht der amerikan. Schule, Am. Journ. “Arch., 7, 1903, pp. 268 ss.; ademés, Wrede, Atta, p. 14). En el rincén oc~ cidental mis profinndo de la gruta mana un fresco manantial y de su techo cuelgan grandes estalactitas. En una de las paredes hay una impresionante imagen arcaica de la sefiora divina esculpida en medio de las hiimedas es- talacttas. Varias inscripciones (IG, 2, 778 ss) nos informan de sus jura- ‘mentos y donaciones. Asi explica un tal Arquedamo de Tera (6. V a. C) ) que, atrapado por las Ninfas y por orden de ellas, ha decorado la gruta, un “jardin y un sitio de danza para las diosas. En la concavidad de una roca de armes hay una gruta de las Ninfas y de Pan en la que se han encontrado innumerables lamparitas offecidas por pastores, sf como muchos de los co nocidos relieves con rondas de Ninfis danzando bajo la direccién de Hermes, ademis de Pan que sopla la fauta (v. Wrede, Aitika, p. 13). 16 las virgeness. En torno a la cueva de Calipso (Odisea, 5, 57 ss.) crece un frondoso bosque en el que anidan aves de todo tipo, se extiende una vi- fia, cuatro fuentes manan en diferentes direcciones y en torno hay flori- follaje y cerca de alli esti la gruta de las Ninfis en la que anida un en- Jjambre de abejas y corre perenne agua. Las abejas recuerdan también a Hipélito cuando habla de la sagrada pradera con flores de Artemis (Euripides, Hipdlito, 75). En una narracién popular se habla de la abeja como mensajera de amor de una Ninfa, a la cual habia de regresar mis tarde. Finalmente recuérdese que el padre de esas Ninfas a las que es en= ‘tegado el hijo de Zeus se llama Meliseo (Apolodoro _ Atboles, prados, grutas, todos ellos sefalan el mil que & al elemento propio de las Ninfas. Donde estin ‘conmocion del corazén y melodia de iben el nombre de Niyades (NatBec, NatdBec), jrables filentes levan el nombre de una Ninfa. Son los es- , presentes en ella. En la lengua itilica su nombre (vpn) llegado a ser directamente indicio de agua. Y sin embargo tienen al mismo tiempo su propia vida libre de movimientos. No tene- mos derecho a preguntarnos cémo esto es posible, En la lengua de los dioses no tes, sino que es nuestro pensamiento objetivo el que los establece, Alli, fuentes y bosquecillos y flores y aromas y rayos solares, to- dos juntos estin entrelazados én un ser inexpresable y en sus luces juega eV espiritu divino, su encanto une en si a todas las cosas. Donde, empero, el agua que brota sirve para uso humano, se disfruta con respeto al conocerse la sacralidad de su origen. Junto 2 una fuente, en la cercania de la ciudad de ftaca, se elevaba un altar donde los cami- nantes que alli se refrescaban hacian sacrificios (Oalsea, 17, 205 ss.). Todas las fuerzas benditas del agua que surgia de lo profundo de la tierra se a bufan a la esencia divina, cercana, purificante, fecundante de las Ninf El baiio de bodas recogido de un manantial vincula a la novia (véyér con diosas del mismo nombre, a las que se offecen sacrificios por el na / ” cimiento feliz y el crecimiento de los nifios (comparese, por ejemplo, Euripides, Electra, 626). Junto a la fuente Cisusa, cerca de Haliarto, en las nodrizas de Dioniso, es deci nacido (Plutarco, Lisandro, 28), la novia offecié antes de su boda el sacrificio preliminar (Plutarco, Narraciones de ‘amor, 1). Se decia de las Ninfis educan (koup(Covat) al nifio para que sea hombre «con la ayuda de Apolo y de los Rios» (Hes ‘Teogonia, 347). También dioses y héroes han sido educados por ellas; incluso se nombra ‘a muchos héroes como hijos suyos. En especial, las miltples fuerzas divinas de las aguas ls recuerdan, de modo” que veces sé las denomina (Hesiquio) «médica Proxima a la desembocadura del Anigro, [ponzoiioso] gruta de Ninfas «Anigridas» (‘Avcypidbec, "Avvypibe: liberaba de las erupciones y de toda clase de impurezas, y al bafiarse en sus rios se recobraba la salud (Estrabén, 8, 346; Pausanias, 5, 5, 11). Cerca de Olimpia habia un santuario de Ninfas Jonides (‘lovdSec), junto a ks cuales se busc6 un lugar de curaciones por medio del agua curativa. Sobre Jos nombres personales de estas Ninfas y del poder sagrado de sus fuen- tes nos informa Pausanias (6, 2, 7) 3 Estas j6venes divinas no son las finicas habitantes de las soledades del campo. También alli se manifiesta el espfritu con salvaje y exuberante masculinidad, ante cuyo apres infas escapan, aungue a veces se sucstran amables o son vencidas por una fuerza superior. Alli est la es- ecie dels sitiros imitiles, incapaces de trabajar, que segiin’ Hlesiodo (f., son parientes cercanos de las Ninfas, diosas de los montes. Alli estin ilemos, de Tos qué el Himnio homérico a Affodita (262) dice que se unen ‘en amor a las Ninfas een lo profundo de encantadoras grutas». Alli esti, ydo, Hermes, su jefe de danzas y amante. El 0a imno homérico a Pan ‘explica que Hermes se enamoré de unia ninfa, la més hermosa de las hijas de Driope, mientras apacentaba un rebafio junto a su padre, y de ‘sa unin nacié un alegre nifio, Pan. Este Pan es de entre todas las for- mas antropomérficas la mis poderosa aparicién de la libre naturaleza Cuando se manifiesta en Hermes su espiritual secreto, en los semianima- lescos sitiros y silenos muestra de nuevo su salvajismo y su desnuder Ile- nos de hujuria; asi ensefia a través del divino Pan, en el que lo animales- co es sobrehumano, su rostro tan espantoso como algo que produce un miedo semejante al de la muerte, El es el polo opuesto masculino de las. .amorosss formas divinas de las Ninfas, que le temen cuando las desea, pe- “zo no podriat tar sin su danza etérea y sin su miisica maravillosa. «Va y ‘viene por las arboradas praderas junto con las Ninfas, habituadas a las danzas. Caminan ellas por las cumbres de la roca, camino de cabras, in- vocando a Pan, el dios pastoral de espléndida cabelleray, se dice en el Himno homérice. Y al atardecer, entonces, «acompaiiindolo las montara-\. ces Ninfas de limpido canto, moviendo igilmente sus pies sobre el vene- ro de oscuras aguas, cantan. Y gime el eco en torno a la cima del mon~_ te. El dios, de una parte a otra de Jos dispone, moviendo agilmente los pies». Se le ama, pues, eel mis per- // _fecto bailariny de los dioses (Pindaro, Partenia, 99, 1). En el monte Menalio, en Arcadia, especialmente consagrado a Pan, en la mas remota antigiiedad los aldeanos creyeron oir su siringa (Pausanias, 8, 36, 8). Un hermoso epigrama, que se atribuye a Platén (Antologia Palatina, 9, 823), dice: «Callen los profundos bosques de Driadas'y las fuentes que se des- lizan a través de las rocas, y el confuso balar de las ovejas, porque el mis- ‘mo Pan toca su melodica siringa mientras en torno a él, con ligeros pies, las Ninfas Hidriadas [de las aguas] y Hamadriadas [de los bosques] forman tun coro». Pero ellas huyen espantadas delante de sx impetuoso amor. En 1h Elena de Euripides (179 ss.) el coro escucha el lamento de la desdicha- da mujer y canta «semejante a una Ninfa 0 a una Nayade que, mientras huye por los montes, deja oir tristes melodias, y, junto a las grutas de pie~ dra, denuncia con sus gritos los amores de Pan». 4 Aunque las Ninfas suelen aparecer invisibles incluso para los ojos de los hombres, aun asi, no st puede partir de la leyenda popular, especial- ‘mente de tipo agrario, para hablar de escogidos a los que se encuentra ca- 80 a caso y que han sido honrados con su amor (sapareciendo y desapa- reciendo dice de ellas el Himno érfco, 51, 7). Con frecuencia se canta'al hermoso pastor Dafnis uniéndose en amor \ coros, a veces deslizindose al centro, / con una Ninfa (Nomia, la Pastora), pero como una dinica vez le fe in- fiel, no sélo perdié su amor, sino que incluso debié pagar con su vida, Cerambo [0 Terambo}, segiin explica Nicandro (en Antonino Liberal, 1ofesis, 2), era un pastor que por medio del canto, la flauta y la mi ‘Ninfas de los montes hasta tal punto que se dejaron ver . Pero una vez, cuando us6 palabras indecoro- sas, sintid su venganza. A través de Driope, hija de Drfope, que apacen- taba los rebatios de su padre en el monte Eta, refiere el mismo Nicandro (en Antonino Liberal, Metemorfosis, 32) que las Ninfas, que la amaban, la hicieron su compaficra de juegos y le ensefiaron los himnos a los dioses y a danza. Mis tarde, como habia dado un hijo a Apolo y éste, cuando crecié, habia erigido un santuario a su padre divino, las Ninf, Ienas de amor la sacaron de alli la escondieron en un bosque ¢ hicieron crecer un lamo negro junto al que broté una fuente; las Ninfas hicieron a Driope inmortal. “También, como agradecimiento, las Ninfas han offecido sus favores a algin mortal. Carén de Limpsaco (Esvolios a Apolonio de Rodas, 2, 47) cuenta que Reco apuntalé una vieja encina para que no se cayera, por lo {que las Ninfas del arbol le permitieron que les pidiera un deseo. Les pi- i6 su amor y lo complacieron con la condicién de que evitara toda re- lacién con mujeres. Una abeja servia entre ellos como mensajera de amor. Un dia, la abeja lo encontré jugando a los dados y él la apart6 im- paciente, por lo que las Ninfas se irritaron y la abeja le picd en los ojos y lo dejé ciego. ‘Alguna leyenda de amor de las Ninfas es ampliamente conocida a tra vvés de la Odisea. Atrapado Odiseo en la isla de Calipso conocié el amor de éta, que quiso convertirlo en su cémyuge y hacerlo inmortal; pero el muy experimentado, aun en brazos de la hermosa diosa, afioraba su tie~ rra natal y a su esposa; siempre habria permanecido alli si los dioses no hubieran intervenido y no le hubieran ordenado a Calipso que To dejara marcha. Mis conmovedoras y misteriosas son las historias del amor mortal de las Ninfis hacia hermosos nifios, que, a causa de este amor, fiteron arre~ batados de su comunidad espiritual. En inscripciones funerarias, leemos con frecuencia el lamento de los padres por ese arrebato. El rey de los el- fos de Goethe nos deja percibir una vez mas un escalofiio sobre lo fan- tasmal de este amor espiritual. Los poemas sobre el hermoso joven Hilas nos conducen a un bosque durante una noche de luna lena, con el maravilloso brillar de un ma- nantial y con seductoras voces que parecen llamarnos y que resuenan an- te una oscura ladera. El joven se acerca a la fuente para coger agua justa- mente cuando las Ninfas danzan en coro y cantan para honrar a Artemis cuyo rostro lunar brilla desde el cielo. Entonces, la Ninfa de la fuente emerge de las aguas, se enamora del joven cuya belleza se acrecienta to- davia mis con el brillo de la huna y cuando él se inclina con su céntaro, ella enlaza su brazo izquierdo alrededor de su cuello para besar su boca y con el derecho tira de él hacia abajo en un remolino donde se va aho- gando su grito de socorto (Apolonio de Roodas, 1, 1207 ss). Otra versién habla de tres Ninfas que en el agua danzan en coro y atraen hacia las aguas burbujeantes al joven que recoge agua y las ha encantado. Conducen al fondo al joven que Hlora y tras sentarlo en su regazo, tratan de consolar- lo, mientras é inétilmente pues el agua ahoga su voz, responde a la la- mada de Heracles que lo busca (TeScrito, 13). En otro pasaje (Nicandro en Antonino Liberal, Metamorfosis, 26) se dice que por temor a Heracles transformaron en eco la voz del joven que repetia su nombre a Heracles ‘cuando éte lo Ilamaba, Lo mismo se cuenta también de otros hermosos jvenes (v. Ateneo, 14, 619). La bisqueda y el llamar al joven desapareci- do permanecen en el culto hasta mucho tiempo después (v. Estrabén, 13, 564 y en otros pasajes) y se usan tradicionalmente en funerales; de ese modo, conducido por is Ninfas, de una manera divina se convierte en un ser sagrado para el reino de los morales (v. también Calimaco, Epigrama, 22) También otro tipo de enloquecimiento como consecuencia del con- tacto con las Ninfas muestra lo peligroso que es para los hombres encon- trarse de repente con las fuerzas de la naturaleza. El aliento de las Ninfis produce un sacudimiento espiritual que puede levar a la demencia. “Atrapado por las Ninfase (vu 6hntT0<, lymphatus) se dice de un espe- cial tipo de enajenacién que se utilizari especialmente para los que estin fuera de si. Algunos testimonios de inscripciones de esta conmocién ya se han-mencionado anteriormente. Se cuenta también que una persona a la que las Ninfas se le aparecieron en una fuente lleg6 a enloguecer (Paulo en Festo, p. 120). Sin embargo, la proximidad de las Ninfas puede también producir un centusiismo poético en el alma, tal como hemos visto a propésito de a4 Sécrates en el Fedro de Platén. Se puede poner de manifiesto el mis ele- vado conocimiento en la conmocién provocada por las Ninfas. En la an- tigtiedad, la humanidad atribufa al agua el espfritu de la verdad y el po- viejo del mar, se le llama «infalibler (nnepTic, Hesiodo, Tengonia, 235), y Nemertes es precisamente el n bre de una de las Neteidas, la mis prOxima a su padre (Hesiodo, Te 262) mientras que otras, por sus voces claras y hermosas, se Leigora y Evigora. Ademis, los videntes (Hesiquio) son «atrapados por 6 ‘Al profeta Bacis las Ninfas le re- caTdoxeTo< €x Nuyav). En general, una fuente pertenece a los oriculos de la ciudad a causa de la presencia de las Ninfas. Bajo las ruinas de Hisias, en Beocia, Pausanias (9, 2, 1) vio un antiguo € inconcluso templo dedicado a Apolo y un manantial del que se decia en la antigiedad que se bebia para obtener oriculos. Mis tarde, en Delfos, del agua sagrada saldrin profecias. En tiempos remotos, Gea, colocé Ninfa de los montes llamada Dafnis como profetisa, y oy6 el ordcul fico (Pausanias, 10, 5, 5). En la gruta de las Ninfas Esfragitias en lo mis alto del Citerén habia antiguamente un oriculo en el cual muchos de sus habitantes fueron «atrapados» por las Ninfas (Plutarco, Aristides, 11). De un santuario areadio dedicado a Pan se dice también que antiguamente el dios profetizaba y que su profetisa era la ninfa Erato, de la que enton- ces se conocian profecias (Pausanias, 8, 37, 11) 5 Las Ninfas son diosas y como tales fueron consideradas desde siempre. Por mandato de Zeus, Temis convoca una reunién general de dioses y no falt6 eninguna de las Ninfas, que moran las hermosas foresta nantiales de los rios y los herbosos pradose aque les fueron offecidos, regal coraciones dirigidas a las mismas (v. Odi 240 ss; Esquilo, Euménides, 22; Sofocles, Tiaquinias, 215; "Avacoat {Deidades} son llamadas en la ple- garia de Orfeo segiin Apolonio de Rodas, 4, 1411). Mis tarde, de acuer- do con la ensefianza de la mortalidad por parte de los edemonios» , du- rante mucho tiempo se les confirié una vida muy larga pero limitada (w. Pausanias, 10, 31, 10), por lo cual en unos versos de los que se valid Hesfodo, se pone de manifiesto, como él mismo sefiala, que las Ninfas vi- vven diez veces mis que el longevo fénix (Hesiodo, fi., 304; sobre esto, Plutarco, La desaparicién de los o 234). De un modo primitivo y natu ccuya vida fue pensada inseparable con unién de un Arbol. Se las tardiamente Hamadriadas y es caracteristico que Ausonio en su recrea- torno al sepulero de Alemeén en Ps6fide se elevaban altisimos cipreses, a los que los del lugar lamaban « / (uovaunt) fie considerado como un don de una deidad, incluso como su / propia voz sagrada 1 Las Musas estin emparentadas con las Ninfis, de muevo como formas divinas que sdlo a la luz del espiritu griego podrian brillar; podrian estar cemparentadas con espiritus muy antiguos de la naturaleza en el origen de las primitivas creencias populares griegas. Hay Ninfas en todas partes, se has llame «mujeres» o «muchachas» del campo, aun cuando en ninguna otra parte existen formas tan Ilenas de maravilla como en Grecia. Musas \ hay solo bajo el cielo griego en el que estin afectadas por el espiritu ariego. Para los poetas y pensadores griegos las Musas eran diosas dignas de adoracién, desde Homero hasta tiempos tardfos. Las bellas artes las han presentado antes los ojos con una importancia extraordinaria, El ejemplo iis ilustrativo del que debemos hablar es un relieve helenistico, que aqui discutimos inicialmente no por su valor artistico y sin consideraci6n a te~ ‘mas de historia del arte, sino tinicamente por la prodigiosidad y la verdad de su idea que aqui esté en la base de su esbozo. Es el Iamado «Apoteosis de Homero», donado por un poeta descon agradecimiento por su victoria en una comy tio de Apolo y de las Musas. Arquelao de nombraa si mismo como autor. (En vez de seguir hablando de esto, bastard con hacer referencia a K. Schefold, Reiratos de antiguos poctas, ora- dores y pensadores,p. 148.) El relieve esti dividido en 3 0 4 partes. En la de abajo, cipal lo ocupa Homero, parecido a Zeus; detris de él tiempo ilimitado y las diosas del concilio que lo coronan; delante de ellos, Mito ¢ Historia se offecen en sacrificio junto a un altar circular y los ge- nios del arte poético se aproximan con gestos de homenaje. Sobre ese ‘grupo, empero, en la segunda y tercera secciones, se eleva el monte de las ‘Musas; junto a su pie, la gruta sagrada en la que se encuentra Apolo con su citara, una Musa le entrega un rollo de escritos del poeta, cuya escul- tura puede verse al lado de la gruta con el tripode que ha recibido como ttofeo. En el descenso del monte, varias Musas se dividen en distintas po- siciones y ocupaciones; pero en el ascenso ocurre un cambio. En total tranquilidad se encuentran las Musas en los montes inferiores. Cuanto ido en el siglo a. C. en mis se asciende, mis inquietas se encuentran las diosas, hasta que la éilti- a de as mismas, debajo de la cima, irrumpe en movinmientos de danza porque arriba descansa el padre de los dioses: su cabeza majestuosa incli- nada hacia atris, hacia la madre de las Musas, Mnemésine, que esti un poco mis abajo, la cual, en su posici6n de reina, susurra con él escultura muestra de modo impresionante cémo el ¢ yen eee TMs fas que Hama sus hijas. Del las hijas de Zeus se las Nama Ninfas, empero, esta or supremo tiene un significado especial para las Musas. No solamente tie= nen un padre-en-comiin con las Ninfis, sino también la misma madre, Mnemésine, con la que Zeus se unié (Hesiodo, Teogonia, 915). Cerca de Ja més alta cumbre del nevado Olimpor dio a luz a nueve nifas, después que cl prudente Zeus se uniera a ella durante nueve noches esubiendo a su Jecho sagrado, lejos de los Inmortales» (Hesiodo, Teogonta, 56 ss). Asi forman una unidad cerrada muy diferente de las Ninfas. A pesar de su niimero, siempre se es consciente de que en esencia sélo hay una Musa: El proemio homérico comienza con la invocacién a la Musa, y también posteriormente, no obstante la pluralidad, la Musa siempre seri nombra= _da en singular, lo que es inimaginable respecto de las Ninfas, a las que se 6 ama «mujeres», en tanto que «Musa» es un nombre propio muy preciso. tanto las Musas como las Ninfas tengan nombres concretos no ‘modifica en nada esta distincién. Su unidad, pues, staré corroborada s6~ Jo através desu pri idad. Porque no Ey ‘un niimero indeterminado dé 39), antiguamente las tes Musas sagradas estuvieron en cl.» mn, asi como tres eran las adoradas en Sicién (Plutarco, Charlas de - 9, 14, 7) y también en Delfos (Plutarco, Charlas de sobremesa, 9, > es que deben haber tenido se indican claramente por ‘cuerdas de los instrumentos musicales. El niimero nue- vve, que encontramos por primera vez en la Odlsea, en ti verso discuti- < do por los aiitigiios gramiticos (24, 60), y después, con los nu non bres propios con los que llegaron a ser conocidas en Hesiodo (Teogonia,_ 7), ha conseguido, como todos sabemos, la victoria. De este modo, un ~epigrama de Platén (16) pudo tributar honores a_Safo_como para nom- brarla la décima Musa ‘De qué modo estin estrechamente unidas a Zeus y al Olimpo se evi- dencia con claridad en los mis antiguos testimonios. Segtin Homero, no tienen solamente su morada en el Olimpo (Okuma Bduat” Exousat, “Tliada, 2, 484; 14, 508; 16, 112); igualmente opina Safo (ff, 37, 3) saje olimpico de Pieria (donde nacieron segiin Hesiodo, Teogonia, 53) es designado como su hogar, y ella son las micas entre todos los dioses que son llamadas «Olimpicas» “como Zeus (Iiada, 2, 491 ‘Ohupmidbec Motoat; de igual modo Hexiodo, Teagonia, 25, 52, 966, 1022); en cam- bio, los grandes dioses, desde Homero, son llamados «olimpicos», pero / rninguno llega a ser distinguido con este sobrenombre (v. Wilamowitz, Glaube der Hellenen, 1, 250 ss.) Las Musas, en contraposicién a muchas grandes deidades cuyos nom- bres y origen remiten a la cultura pregriega, son auténticas parientes de la misma raza del reino de Zeus olimpico. Y esto nombre que es auténticamente griego, como el de su madre Mnemésine. Esta, en efecto, es una de las Titinides, segiin Hesiodo (Téagonta, 135). Su nombre, sin embargo, hace referencia a la generacin mis joven de dio- ses, También él puede usarse sélo para las Musas (Pindaro, Nemeas, 7, 15) ¥ aparece en vasos aticos como el de la tinica musa. Bi la sefiala como di sa de la memoria. También se cree conocer «Musas mas antiguas» segin “ben descender de los mismos padres, los testimonios de Alemin y de Mi ‘Phadaro, Nemeas, 3, 16; Diodoro de que las Musas mis antiguas fireron jrano), que igualmente de préximas de Urano y de Gea. Museo establecié este otro género de Musas bajo Cronos (sin que la ga-, ~ rantia de nuestra autoridad traicione algo de sus padres, Exlios a Apolonio\ 7 \ fin 23) tradujo el griego Motoa con Moneta [Morta], un nombre de ,, haber significado scons de Rodas, 3, 1). Completamente singular es la opinién del coro en la ‘Medea de Euripides (834), que dice que a la rubia Armonfa (hija igual- mente de Affodita) dieron a luz en Atenas las nueve Musas Piérides. Pero todo esto no cambia en nada que las Musas que conocemos han nacido del poderoso Zeus olimpico. De ahi que también su nombre sea griego, como el de su. madre que se denomina Mvtiun en un epigrama (Didgenes (como también Pausanias 9, 29, 2 ha la wee absolutamente con Wilamowitz (Glaube der Hellenen, 1, 250 ss.), como se puede comprobar también gramaticalmente. El romano Livio Andrénico diosa tomado del latin moneo, que también en su forma tiene la misma zaiz. Con lo cual todo lector romano debié pensar en Juno Moneta que fue venerada en el ans [la Ciudadela de la cima nordeste del Capitolio] y Juno. Moneta Regina y era tambi 47). Tal como Wissowa (Rel rectamente, el nombre puede . sacreedora». La palabra monstrum deriva igualmente de monco, y sale de monstrare, por es0 se necesitari de una se- “Tal sobrenatural. Esto sucede especialmente para el nombre de las Musas como «pensamientos, «recuerdos», cuando también estos pensamientos y jerados junto a las diosas griegas en un sentido propio. Por consiguiente, otras divinidades del Olimpo con sus nombres y csencia remiten a la cultura mediterrinea prehelénica de la que los grie- ¢g0s las han tomado para asi honrarlas, tiene uno la tentacién de conside- rar la forma de la Musa lo mismo que la de Zeus como una herencia in- docuropea. Y tenemos derecho, por cierto, a estas creencias segiin las cuales una conformacion sical setiz un arte divino ejercitado “por dioses airibuible a los pr To lama el poeta en el Rig Veda (véase cl revelador ensayo sobre el brah- “ellos: no es sélo un arte divino obsequiado por los dioses alos hombres, “Gio qué perience al orden eterno del ser del mando que slo muestra perfécta esta esencia en él. De ahi'se deduce el alto rango : “gard fein de Toi dioses. Las Musas no son s6lo Rijas de Zeus, como lo >/ Son otras grandes divinidades, sino que son ademiés partcipes en su obra / de creacion. ‘Se puede decir que las Musas son el alma del reino olimpico. Esto z\ 1d expreado al comienzo dé la Pita 1 de Pindaro de unia manera mara- villosa cuando, a través de elevadas palabras sobre el poder migico del ‘canto de las Musas en el Olimpo que apacigua y transforma los epi ‘iis belicosos, recuerda a Jos rivales de Zeus: «Todos ‘que no ama Zeus, se aterran cuando la voz oyer Son también las representantes divinas del cacién. ‘griego y BE oa wo- 7. 2 Es muy conocido ef mito segin el cual correspondia a las Musas un papel en el gobierno del mundo de Zeus que no tenia ningiin equiva- lente entre otros dioses. De alli se deduce no sélo su sobrenombre de ) eso desde los tiempos mis remotos, son lamadas «Olimpicas» y nos lo relata Hesiodo en el comienzo de su Teogonia, para realizar sus dan- zas en forma de coro, y se dirigen luego al Olimpo durante la noche pa ra alegrar alli al padre de los dioses con su canto y descender luego. ‘También otros sitios han sido indicados como cumbres de veneracién. muy antigua de las que las Musas han recibido conocidos sobrenombres. Que ellas, al igual que las Ninfis, son de una naturaleza divina ajena los hombres, lo testimonia Plutarco de modo rotundo cuando sefiala que los santuarios de las Musas (Mouse? a) estin situados lo mis lejos po sible de las ciudades. ‘Al monte pertenece la fuente, y asi vemos a las Musas, exactamente, como a las Ninfas, unidas al elemento puro del agua. Con esto se rela~ ciona por cierto que en Atenas les eran ofrecidas (Polemén, en Escolios a / Séfoles, Edipo en Colona, 100) libaciones sin vino (nbd / En el Helicén burbujea la fuente conocida por la saga como / Hipocrene 0 Fuente del Caballo (Timo xprivn), que broté cuando Pegaso golped el monte que se habia hinchado tanto de placer en un concurso entre las Musas y ls hijas de Pfero que amenazaba al cielo, En tiempos antiguos el poeta obtenia el entusiasmo por medio de un trago de agua de la fuente de las Musas. En el valle de las Musas, junto al Helicén, uye la fuente Aganipe. La Pirene de la acrépolis de Corinto fixe considerada por los romanos como una fuente de las Musas en la que los poetas abrevaban su encanto. En el Olimpo, en el conocido paisaje ierio de las Musas, una fuente, un monte y una ciudad se lamaron Pimplea, por lo que los romanos lamaban a las Musas «Pimpleas». La fuente Casotis, en Delfos, en la parte norte del templo de Apolo, ha si ) mn do vinculada a un altar de las Musas que se encontraba en ese lugar don- de afloraba el agua. Aqui se veneraba, como dice Siménides (f., 45), a las ‘Musas edonde se saca de lo hondo para el lavatorio de manos el agua pu- ra de las Musas de bella cabellera» (por lo que el fr, 25 [Dichl, 72 Page] ciones guardianay). ¥ Plutarco, lama a las Musas «asociadas y guardianas del arte os de la Pitia, 17), pues el oriculo se expresaba en. forma poética en verso y ritmo, En Atenas, junto al rio Tliso, se elevaba tm altar de las Musas Hisfadas. Cerca del liso se desarrolla el dilogo en tre Socrates y Fedro, al final del cual (Platén, Fedro, 278) Sécrates re cuerda las maravillosas apariciones que ambos habjan recibido ¢junto al arroyo de las Ninfas y al santuario de las Musas, Sobre el agua sagrada de 1h fuente hogareiia con la que un vencedor quiso convidar a sus invita- dos, Pindaro dice, de la Astmica 6, que las hijas de Mnemésine hi- wwoca a las Musas: «O quae fontibus , que en las fuentes de agua pura sol, trenza una corona a mi querido Lamias, ce Pimpleide!}. En otra ocasién nombra a las Musas con el nombre ro- mano Camenae, asimismo amigas de fuentes y coros (mis antiguamente Casmenae) son antiguas divini cstin al mismo nivel que las Musas ~tal como se crey6 al principio segiin la traduccion de la Odisea de Livio Andrénico (ft, 1)-, sino que desde el principio han sido consideradas diosas griegas bajo nombres romanos. En la floresta de la puerta Capena fluia una conocida fuente sacra de la que las vestales recogian agua. La saga romana nos ilustra en su saber mis pro- fundo: son las que con Egeri Dionisio de Halicarn: Gin de sus leyes (Livi ‘Numa, 8, 13; Polieno, 8, 4). Ovidio, Metamorfess, 15, 482; Plutarco, 4 LZ. Se dice, tanto de las Ninfas como de las Musas, que atrapan a los hom- bres. Pero cuando son atrapados por las Ninfas (vuudodnmTot) se en- 2 \ ‘cuentran en peligro hasta perder el sentido, tal es el enajenamiento que 5 {1 procede de las Musas (7 MovoGy kaToKwxi Te Kal pavia) (Platén, vA Fedio, 245a), elevacin y alumbramiento del espit le el milagro del canto y del habla. El inspirado y (uovadinr0c) es el poeta genuind, que vue en el que seri po- » por las Musas. ‘al artista ea) \ ‘Los cantoresy poets dependen totalmente de la di aqui de nuevo, Musas, tras dejar la dorada 49). Sin su ayuda, el poeta no transmite. Si dice Platén (dn, 534b)~ puede ser creador ha impulsado a producir de una manera adecuada. De este modo se lifica al poeta y se llama a si mismo criado (npdrodoc), «80, alo gue la Musa lo intimidad de las relaciones se expresa de la forma mis indo Pindaro (Nemeas, 3) comienza: «Oh divina Musa, mi | madres (5 rér1a Motoa, pétnp dyerépa). Ella es la que enscita. Ha aleccionado a Demédoco (@6iSakev, Odisea 8, 488). A tores cre- tenses la divina Musa les einfundié en sus pechos el dulcisono cantor (Himno homérico a Apolo, 518). «Porque ciegas estin las almas de los hom- bres, (sil) de todo aquel que, sin ls Virgenes del Helicén, con sabiduria de mortales explora la senda profunda del arte», se Jee en Pindaro (Peén, 7b, 13's) También poseemos la declaracion a del llamamiento de las Musas, uno de manifestacién divina. Al comienzo de stu Téogonia, donde no desea ocu- parse de cosas pequetias, para evocar cémo nacié el mundo y cémo bri- Ilaron los dioses, explica Hesiodo el momento mis elevado de su vida, precisamente cuando las Musas en persona se dirigieron a él. Sélo la ce- fuera de un prejuicio quisquilloso puede ver en este conmovido relato ‘una forma poética introductoria como mis tardiamente seri empleada a menudo. Cada palabra explica la experiencia viviente de las diosas a cu- {yo elogio esti dedicada la mayor parte del extenso proemio de la Teogonta enters. Hesiod, asi nos lo dice, apientaba el rebaito al pie del edivino éntica de un gran poeta acerca | magnificos testimonios de su 3 Helicén» en cuya alta cima las Musas danzaban en corro. Desde alli des- cienden ellas anzando al viento su maravillosa voz» para alabanza de Zeus, de Hera y de todos los otros dioses. «Ellas precisamente ensefaron una vez a Hesiodo un bello canto» mientras él apacentaba el rebafio. El no las vio, pero escuché sus voces cuando le hablaron «as Musas ‘Olimpicas, hijas de Zeus portador de la égida». Se acercaron con un dis- curso de censura como el que, de otro modo, la divinidad deja percibir ante el despertar de su profeta: «;Pastores del campo, triste oprobio, vien- Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando quere wax’ éyxea, yaorépe dido, como si estuviera, como cualquier otro, en el embobamiento y la tosca Iujuria, y lo llamaron: despierta, despierta ante ella pues nuestra bo- ca divina desea manifestirsete. De modo parecido comienza también la poesfa oracular del cretense Epiménides, a quien de igual modo encon- traron los dioses. El apéstol Pablo cita en su carta a Tito, el conocido ver- so: «Cretenses siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosox. Kpfites dei Yevorat, xaxd Onpia, yaotépec dpyai, Diels-Kranz, Vorsokratiker, 1, p. 32). «Asi dijeron ~continiia Hesiodo— las hijas bienha- bladas del poderoso Zeus.» Y entonces sucedi6 el milagro que lo hizo cantar: ¢Y me dieron un cetro después de cortar una admirable rama de florido laurel. Infundiéronme vor divina para celebrar el futuro y el pa- sado y me encargaron de alabar con himnos la estirpe de los felices Sempiternos y cantarles siempre a ellas mismas al principio y al final» Aqui el narrador se interrumpe con un giro abrupto, como si hubiera ha- blado demasiado de si mismo, para hablar ahora en el extenso proemio sélo de las Musas, para clogiarlas y para llevar consigo, finalmente, el Gl- timo adiés con el ruego de que lo obsequien con su sagradable canto», Un relieve de un vaso del siglo V a. C. presenta con toda verosimili- tud este encuentro de Hesiodo con las Musas (v. Schefold, Retratos de an- tiguos potas, oradores y pensadores, p. 57). / Las Musas han inspirado la vor de Hesiodo y, a decir verdad, es una /, vor divina (aiSiv 8am. Asi, fe, 310 8€omov avBrjevTa) con la cual él {podria expresar el futuro y el pasado. Su oda también es la que anima al cantor por lo que el cantor és considerado divino (@cioc), y también su Fy canto (ome dot6r). «Pues entre todos los hombres de la tierra ~dice la \ Odisea, 8, 479 ss.— los aedos son merecedores de honra y respeto, porque ) cen verdad a ellos sus cantos les ensefia la Musa y con amor trata ala raza de los aedos.» De eso, por cierto, y con esta ensefianza a través de las Musas y de su don del canto, ya nos habla el inolvidable comienzo de la Iiada: La célera canta, ob diosa, del Pelida Aquiles. En un significativo pasaje de la narracién ama: 2, 484), el poeta ex- Decidme ahora, Musas, dueftas de olimpicas moradss. Al final de su proemio dirigido a las Musas (Teogonia 105 ss.) Hesiodo ruega a las diosas: (Celebrad la estirpe sagrada de los sempiternos Inmortales, y con ello recopila el tema completo de su Tengonia para cerrarlo: Inspiradme esto, Musas que desde un principio habitdis las mansiones olimpicas. Jo deja percibir la» a: «Musa, ea, De modo no tan comprensible, pero mas explici lirica, Un coro de doncellas de Aleman (fr, 8) Musa de voz aguda, de muchas melodias, siempre cantora, inicia un nue vo canto para que lo canten las doncellas». Una conocida cancién de Estesicoro (fe, 63) comenzaba con las palabras: «Ea, Musa melodiosa, co- ‘mienza el canto... sobre'los jévenes de Samos, mientras tocas tu amada li- ) ras, Aun cuando tales invocaciones mis tarde llegaron a ser convenciona- Ies, no podriamos desconocer su significado original. Estas eran dichas completamente en serio. Cada vez que se cante 0 se hable, la que habla cs en verdad la Musa misma. Esto lega a expresarse con cautivadora vi- \ vacidad cuando Alemin como corifeo comienza con la invocacién ala} ‘Musa, ya que ella puede conceder el poder del canto, y de pronto cree / percibir en una especie de éxtasis la voz de la misma Musa en el canto de su coro: «ja Musa resuena, la clara vor de la Sirenal» (v. Afistides, 35 Discurso, 8, 51). Asi también se entiende que la Musa misma pueda con- vocar el canto como en la Odisea (24, 60 ss.). Otros testimonios en imno homérico a Hermes, 450; Baquilides, Epigram El poeta es oyente y por esta raz6n es el primer orador. Su relacién con lo divino, que lo inspira, es precisa; lo expresa también la imagen cristiana de los profetas que escuchan o la de los evangelistas. Y de exe modo comprendemos claramente lo que significa eso de que el canto sea considerado edivino» y a él, como a todo lo divino, le toca en suerte la inmortalidad, y no a él solo, sino también al mismo poeta y a quien él ha alabado. Con el orgullo de su conciencia de inmortalidad, la poetisa Safo se cenffenta a una mujer arrogante que se jacta de su fortuna (fc, 37): ‘Muerta yaceris y ya nunca memoria de ti quedard cen el mafiana, pues no participas de las rosas de Pieria. Anénima también en las moradas de Hades cerraris espantada entre borrosos espiritus. Del mismo modo la muerta dirige también un ruego a su poeta en la Eufrésine de Goethe: {No dejes me eclipse en las sombras sin gloria! iQue solo algo de vida la Musa da a los muertos! Pues informes, en masa, de Perséfone el reino, ‘como sombras an6nimas, vagabundos recorren, jPero cuando el poeta los celebra, muy luego al coro de los héroes se incorporan cual héroes! Desde siempre los ilustrados se han considerado superiores cuando se muestran en contra de la transitoriedad de la fama. Empero, la palabra puede perdurar mucho en el tiempo. Fl verdadero sentido y el funda- mento de las creencias eternas yacen en el conocimiento de que la pals- bra del pocta, proferida por la Musa, es una palabra divina, No porque se ‘mantenga después de formulada, sino que, como ¢s divina, no puede ser ‘tra cosa que eterna (eterno se llama a lo eximido del decurso temporal, de Io limitado por la duracién del tiempo) 36 5 ‘Como genuinas divinidades, la Musas lenan la totalidad del ser de su clegido, alumbrindolo con la claridad de su espiritu y dotindolo con to- das las excelencias que necesita. Asi Solén puede suplicar, en su conocida elegia 1 «A ls Musas»: «Musas de Pieria, escuchad mi plegaria. Con- cededme felicidad de parte de los dioses venturosos y buena fama siem- pre de parte de los hombres todos». Entonces a ellas,spues sabéis todo» (Iliada, 2, 485; Pindaro, Pein, 6, 54 ss), no slo puede escucharlas el poeta, sino también el héroe y confiarse a su guia. Ast se mantiene Caliope, como dice Hesiodo (TKogonta, 80 ss.) «Esta es la mis importante de todas, pues ella asiste a los venerables reyes, ‘Al que honran las hijas del poderoso Zeus y advierten que desciende de lo reyes vistagos de Zeus, a éste le derraman sobre su lengua una dulce gota de miel y de su boca fluyen melifluas palabras. Todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y.... como un dios le propician con dulce respeto y él brilla en medio del vulgor. En la época de Augusto el espiritu volvié a elevarse a la altura de la i poesia y el pensamiento griegos antiguos, y el poeta pudo tomar para si | como reivindicacién el venerable nombre de profeta; entonces, Horacio, \ jen la mis hermosa de sus odas romanas (Odes, 3,4), lam ala Musa des- proximidad embriagadora, se acordé de cémo las Musas ya le habian pro- |, tegido cuando era nifio y mis tarde lo salvaron en el peligroso camino de 1a vida y se sinti6 dispuesto a enfrentar alegremente toda tempestad y to- \ da molesta sélo cuando ellas estaban a su lado. También sabe (3, 4 s.) que las Musas esolazany al excelso César, que pretende terminar los afios de guerra; entonces lo refrescan en la «gruta del monte Pierio». El arte del hombre soberano es también so, que él es amigo de la Musa y escucha su significativa y apremiante mtisica. Asi, ya en la primitiva época roma- na, el rey Numa recibié consejos de la ninfa Egeria y de las Camenss. ‘Como el canto brota del reino de Apolo y de las Musas no con abun- dante sentimiento, sino que es escogido mensajero de la deidad, de ese \ de el cielo para que cantara algo apropiado en la medida en que sentia su al Platén, Fedén, 61a weyioTn poucu). Empédocles comienza su poe- 37 / 7 sma Ace de la naturaeza con un rucgo a las Musas en el que, bajo so- : €Y a ti virgen de la memoria fértil, Musa de o que es licito que oigan los seres de un dia, en- precisamente tal como menciona Pindaro en su: (Of es yo un estab” capes de sranar elea- 10 de las Musas!» (Olimpicas, 9, 80; Piticas, 10, 65; Istmicas, 8, 68). De igual modo, Empédocles (fi, 3) invoca a la musa Caliope, de la que Hesiodo importante de todas las Musas y que esti al lado de los nico (Fedro, 259d) esté al mismo nivel que Urania en cuanto a poder como protectora de los que viven Ia filosofia y cultivan la emisicay (yovouxy)) que ellas presiden. Pitigoras, «retofio de las Musas Heliconiadase (Antologia Palatina, 14, 1), a los ciudadanos de (Crotona ‘aconsej6, en primer lugar, que fundaran un santuario en honor de las Musas, para conservar la concordia existente» (Jimblico, Vida de Pitdgoras, 43). E1 mismo se encuentra, segiin Dicearco (Didgenes Laercio, 8, 1, 21), durante la persecuci6n que sufieron los pitagéricos, en el san- tuario de las Musas de Metaponto, adonde se retiré a morir. En la Academia fundada por Platén, los discfpulos del filésofo estaban reunidos en tomo a un santuario de las Musas (Mousefov) que el mismo Platén habia estblecido. Para los griegos no habfa de ningiin modo otro tipo de hhermandad como na fuera a través del culto. En ese santuario, Espeusipo, sobrino y sucesor de Platén, bendijo las imagenes de las Cirites lates lo adorné con la estatua de ygenes Laercio, 3, 25). Las comidas en comunidad de los académicos tenfan caricter cultual. Ellas debieron con- tribuir a a honra de los dioses y a la conversacién «musicale entre los par- 0, 12, 5482). a filosofia tiene la licencia de apoyarse en la ayuda de las ‘Musas. Todo conocimiento genuino y todo obrar pleno de significado mismo guerrero les agradece su cla- tiene en aquéllas su origen divino, ridad y singularidad es de la fra, 10) de que los espartanos antes dé en honor de las Musas, con lo cual no s6l |, sino que el «entendimiento» (A6y0°) permanécfa claro. ~ Finalmente a la gama completa de ocupaciones que mis tarde los ro- 38 ‘manos consideraron humanas y que consideraron como adecuadas para la \ Roranidad Ie aman sesicae [ral] de oripn y do divinos. rico Arquitas subordinaron la «gramitica arte de leer y escribir y del conocimiento de la literatura) a la emiisica> y que antiguamente habian bas clases. El nos remite a Cicerén (Tisculanas, 1, 2, 4), quien nos narra que Temistocles como en un simposio rechaz6 la lira, fie considerado un incukto; hay incluso un refrin griego que sefialaba que los incultos esta bam lejos de las Musas y de las Gracias (indoctos a Musis et Gratis abesse) El primero de los Tolomeos, el fundador de la conocida biblioteca ale- Jjandrina, instituyé asimismo juegos festivos para la Musas y Apolo en los que competian poetas y se coronaba al ganador (Vitruvio, 7, Introducién). Los fildlogos, cuyo trabajo consistia en a 1a biblioteca, construyeron, al igual que istrar y cuidar los tesoros de filésofos de Atenas, una aso- / ciacién de Musas en la que habfa asimismo un santuario (Movaetov) con- sagrado a las Musas y fandado por los Tolomeos, que presidia un sacerdo- te (Esrabén, 12, 793) ‘También en las escuelas para nifios habia un lugar para la veneracién de las Musas (Movoetov) con imigenes de éstas, de Hermes y de Heracles. (Hablarenios mis Sobre esto en el capitulo siguiente). En gene- ral, segiin Arriano (Cinegética, 35), se dice que todos aquellos cuya profe- sién es la educacién y la formacion ofrecen sacrificios a las Musas, a Apolo Museo, a Mnemésine y a Hermes. ues, en la Medea de Euripides (1081s) el coro de muchachas, cuando se permite un juicio sobre la vida hombres, dice que ésta no se puede impedir al género femenino, «y ¢s que nosotras también po- seemos una Musa que nos acompaiia en busca de la sabiduria, pero no a todas, pues en el linaje de las mujeres, entre muchas quizis hallarias sl tuna pequefia parte que no sea ajena al don de las Musas» (46 povdov) Tgualmente Lisistrata en la obra del mismo titulo de Aristofines dice en / mujer, pero hay ra~ igencia y ademas he ido hablar muchas veces a mi pa personas de edad asi que mi \ instruccién es buena (je poboopc 24). Se sabe que desde el helenismo (continuando hasta hoy) se ha tratado de que los diferentes géneros de poesia y mtisica se distribuyeran a cada tuna de las Musas sin que haya habido completa uniformidad. También la ‘obra en prosa se acepté dividida en varias partes. Se c incluso la his- «@ Apolonio de ce estas divi- no obstante, Luciano (Climo debe escibirse la hist absurdo que un historiador al comienzo de su obra invoque a ls Musas. Asi, pues, todas estas distribuciones del conocimiento han legado aqui sobre todas las cosas desde el recto conocimiento y desde la rectitud del discurso relativo a lo esencial (f To8 MSyou mpi TO Kbptow Sp86T™NS, Plutarco, Charlas de sobremesa, 9, 14, 3). También la ciencia de la agricul- tua y el cuidado en el crecimiento de las plantas se vinculan a las Musas (Escolios a Apolonio de Rodas, 3, 1). Segin Apolonio de Rodas (2, 512), las ‘Musas ensefiaron a Aristeo el arte de la adivinacién Que el espiritu divino de las Musas acta también en el arte de la construccién ya se ha expresado relativamente pronto. De ese modo, en el Dédalo de Séfocles (ff, 162) se habla de la Musa como arquitecta (Fexrévapyoc Modoa). Un epigrama de Dagameto en la tumba de Praxiteles (Antologia Palatina, 7, 355) califica al gran escultor como una \, ayuda adecuada de las Musas (Movoa ixavi} epic). \\ Pero volvamos atris. No puede discutirse que en tiempos antiguos los “cantores y poetas debieron ser los primeros en tener derecho a acceder a las diosas. Finalmente lo musical podrfa resplandecer en muchos de sus mis tardios elogios tan disimulado como una débil luz de brillo inusual que una vez llegé a los griegos; brillo de un conocimiento que es al mismo tiem- po fuerza creadora de una miisica y de una lengua en ls que el ser de to- dda cosa tesuena y habla. De abi la sublime alegria con la que los més ele- vados espiritus recuerdan a la Musa. El iltimo de los grandes trigicos, en el umbral de su vejez, deja que su coro cante (Euripides, Hels, 673 5) No dejaré de ayuntar las Gracias con las Musas “hermosa conjuncién!-, {No viva yo sin armonia, ‘mi vida siempre entre coronas! ‘Aungue viejo, el poeta canta a Mnemésine (Mvapootvay), if p WAG! CH 2. Los hijos de las Musas Las Muses, como la Ninfas, se aman doncellas y eso, por cierto, co- rresponde a sti esencia, Pero se sabe que sus hijos, no obstante haber e-- tado dotados de dones maravillosos, siempre han tenido un destino tri ~ gico. Esto vale en efecto para la totalidad de los hombres divinos. Sin embargo, To teigico tiene un significado especial. Toda miisica humana, GGncluso la mis amoros, esti tomada a través de tonos de un conoci- ‘miento doloroso. En el hechizante trino de los pijaros, en el canto del “ruisefior, se escucha una queja inconsolable y como un eterno suspiro en “al gorjeo de una golondrina. Las misma Musas cuando se dejan oir en el. ‘Olimpo, cantan, tal como se dice en el Himno homérico a Apolo (v. 1 - de los dioses los dones inmortales ey de los hombres los suftimientos, cuantos sobrellevan por causa de los diosés iniiortales, y cmo pasan la vida inconscientes y sin recursos y no pueden hallar ni remedio de la muerte ni proteccién de la vejez -Empero, los hijos de los dioses, cuya cancién expresa el saber, son de is corta duracién, como dice Halderlin en el Empédocles (3, 154): A través del que el espiitu habla tiene que estar lejos del tiempo necesatia- > Lino [Asi se dice que Lino fue el primero en recibir toda clase de dones en el arte del canto y que leg6 también a ser maestro en este arte (Alcidamante, Odiseo, 25). Se dice también que fue maestro de Orfeo (€ incluso se le consideraba su hermano, en ¢l caso de que fuera su padre Eagro el que lo engendré, Apolodoro, 1, 3, ). Su madre ~segiin Hesiodo (fi, 305) era la musa Urania: ¢Y Urania entonces dio a luz a Lino, hijo muy amado, al que en verdad todos los aedos y citaristas mortales que existen celebran con trenos en los banquetes y cores; y a Lino invocan al comensar y al terminare. Como padre de Lino se consideré también en el Helicén (Pausanizs, 9, 29, 6) a Anfimaro, hijo de Posidén; aunque en alguna ocasién se consider que era Hermes, el inventor de la lira (Didgenes Laercio, Proemio, 4). Sin embargo siempre se tiene a Apolo co- “1 ‘mo su progenitor; evidentemente, podemos considerar que Apolo rena- / ce nuevamente en este ser humano del mismo modo que se considera frecuentemente a las divinidades griegas como dobles 0 como encarna- (sae humanas que sufren un destino tragic. De su sobresaliente im- portancia nos ilustra una narracién (Pausanias, 9, 29, 6) segdin la cual se le offecfan anualmente en el Helicén sacrificios y se los offectan incluso an- tes del sacrficio a las Musas Muchos lugares muy antiguos de cultura musical pretendian que era de alli y consideraban que posefan su tumba. Su fin se explica de dife- rentes maneras, pero siempre es una muerte violenta la que lo arrebata en Jo mejor de sus afios y es cantada por las Musas tristemente. En Tebas, , donde fie enterrado, se decia que habja enseiiado al salvaje joven Heracles y que fire muerto a por éste enfadado (Pausanias, 9, 29, 9). En Eubea se decia que alli el mismo Apolo debfa haberle dado muer- te (Didgenes Laercio, Proemio, 4; Plutarco, Sobre misca, 3). En el Helicon vio Pausanias (9, 29, 5) junto al camino hacia el bosquecillo de las Musas tuna imagen en piedra de Eufeme que era considerada nodriza de las ‘Musas, y a continuacién una imagen de Lino en una roca pequefia tra- bajada a modo de cueva donde le eran ofrecidas las ahora llamadas ofren- as de muertos. ¥ aqui escuchamos que Lino, cuya gloria en el arte de lis Musas habia superado a todos los cantores, fue muerto por Apolo por- ‘que en su arrogancia se habia-comparado con el dios. Los lamentos por su muerte s€ extienden fuera de los limites de Grecia, € ieluso ya Homero conocfa una cancién griega sobre los suftimientos de Lino. De modo curioso, pero sin énibargo muy significativo, era explicado de Lino. (Los testimonios fueron reunidos por Nilsson, 437; ademas, Wilamowitz, Berliner Sitzungsberichte, 19 cruel destino trigico encontré a Lino, ya en su mis tierna edad, delmismo modo que la desgracia con la que el dios venga la muer- te de su hijo alcanza igualm refiere a Lino no puede pertenecer al arte del canto, puesto que él es el hijo de Apolo. Aunque aqui su madre no es la Musa Urania, si Psimate, hija del rey Crotopo, a la que conocemos, no como hija del sa- ‘bio Nereo y en consecuencia como Ninfa de los mares, pues el nombre de su padre, Crotopo, recuerda a Croto, hijo de la Musa de nombre Eufeme. También aqui nos encontramos en el Ambito de Apolo y de las ‘Musas. En efecto, en primer lugar es evidente que Lino es un pequefio ‘Apolo, un fiel retrato infantil del dios de los pastores que tafiendo més ‘ca apacienta los rebafios de Admeto y que fie honrado como Kapvetoc (Képv0<), como Dios Camnero. De ese modo, Lino se crié entre rebaios, de corderos y los dias a él consagrados se llaman «dias del carnero». Sobre esto los versos de Calimaco (Aitia, 27) dicen: Los corderos, doncel amado, los compafieros de tu edad, tus camaradas los cor eros fueron; apriscos y pastzales tus estancias. Calimaco ha explicado la saga argiva en el primer libro de sus Aitia(v. Peiffer, p. 35 ss.) y de su descripcién dependen la mayoria de las veces las descripciones que le suceden. Hi hija del rey argivo Crotopo, llegé a set madre de un nifi- to de Apolo y lo confié a unos pastores por miedo a su padre terreno. El nifio erecié entre rebaiios de corderos y un dia fue destrozado por los pe- rr0s de los pastores. El lamento de su madre la traiciona ante el padre que la mata enfurecido. Por eso el irritado dios envia a un monstruo, Poine, que arrebata a las madres los nifios recién nacidos. Dejamos aparte las res- tantes derivaciones de las historia. Es de gran importancia que este mito haya ericontrado su expresién en reiteradas acciones cultuales. Se cono- ieron las tumbas de la madre y del hijo en cuya proximidad se elevaba tuna columna pétrea a Apolo Agieo {de las calles} y un altar al Zeus que ‘otorga las luvias ('Tér10c). Mujeres y muchachos anualmente celebraban la memoria de ambos con cantos lastimeros. Los dias de ese lamento se denominan «dias de los corderos» (fyiépat "ApvetBec) y del shomicidio [de los perros» (KuvodévTic), porque era costumbre durante estas fiestas de dolor matar a todo perro que se encontrara en las calles. También el mes en el que cafa esta fiesta tenia el nombre de «mes de los corderos» muy claramente y desde hace tiempo que el mito esti co- nectado con la aparicién de la constelacién del perro, cuya salida trae un nocivo calor solar. Al hijo del dios le son consagrados el cordero celeste, el astro de primavera y el astro rey. El nifio Lino, criado entre rebafios de corderos, debe sucumbir al ardor demoniaco de la constelacién del perro Yy su temprana muerte irrumpe con desgarrados cantos de lamento. Lino es ya en Homero el nombre de la cancién del destierto de los nifios tempranamente arrebatados. Entre las muchas imagenes del escudo “6 > [Se |! a de Aquiles (Iada, 18, 570) hay también una fiesta de vendimia, donde centre racimos, tn joven canta una cancién de cosecha con un conjunto de muchachas y muchachos que marcan el compas y lo acompafian con cantos y gritos. El canta «al hermoso Lino» una conocida cancién popu- lar que todavia se canta durante la vendimia. Ya en la remota antigiiedad (. Aristofanes de Bizancio en Ateneo, 14, 619¢, con referencia al Heracles dde Euripides, 348) s¢ tenia la opinion de que debia haber sido de un to- | no alegre. Sin embargo, el tono melancélico corresponde enteramente al | tipo de canciones populares, incluso en las fiestas, que segiin nuestro sen- timiento debian Imar a un éstado de inimo alegre. El hecho de que la ‘cancién de Lino tenga tn sonido triste, incluso que tuviera un aspecto de esti testinioniado de forma generalizada (asi ya en "Asi nos enteramios de que la cancién de Lino era una / ‘que durante tiempos antiguos habfa sido familiar/ \ no s6lo-a Tos griegos, sino también a muchos otros pucblos mediterr’f \ eos: Heréuloto (2, 79) riombra de entre todos a los de Fenicia, a los de Tn isla de Chipre y especialmente a los egipcios, todos los cuales cantan a Lino aun cuando cada uno de esos pueblos lo hace bajo su propio nom- bre. Los egipcios ~dice~ en general no han tenido ninguna otra cancién, Entre ellos se le lamaba Maneros y éste debe de haber sido el nombre del hijo unigénito prematuramente muerto del primer rey de Egipto cuya muerte fie celebrada con canciones fiinebres. Pero s6lo en Grecia se le hha llamado el lamento de Lino; seria intl buscar en este nombre una eti- ‘mologia semitica tal como se continéa haciendo incluso hoy (Diehl, \ Rhein. Mus., 1940, pp. 89 ss). Sin embargo, de todo esto sabemos que la forma Lino es mas antigua que Ia cultutx griega propiamente dicha y ya en época pregriega ha sido ampliamente celebrado y esta Lino pregriega ayo destino es objeto de una melodia lastimera antiquisima ha sido aco- aida en el mito griego en el circulo de Apolo y de las Musas. Conocemos Ja mis antigua de las canciones de la forma Lino, cuyo nombre con al am jue se encuentra en la forma alAtvov ["desconsoladamente”}, se (ha convertido universalmente en un grito de uso corriente para mostrar Ja excitacién lamentable y que expresa desde la desasosegada preocupa~ i6n. hasta la desgarradora miseria. En los primeros coros del Agamenén / de Esquilo, de terrible presentimiento, aparece (121 ss.) repetido dos ve- / ces en las estrofas el estribillo aiAwov, con el afiadido de que ojala que \\_ venza el bien. En Sofocles (Ayax, 628) se distingue expresamente como | “ ) | ‘una ruptura de la mis violenta queja diferenciada de la suave nostalgia de la cancién del ruisefior. También se emplea en la forma plural athiva (asi imaco, Himno a Apolo, 20; Mosco, 3, 1). También el adjetivo ha sido empleado en el sentido de edoloroso» (Euripides, Helena, / 171, 1164 y en autores posteriores) En Pindaro (ft, 139) se dice que la divina madre en la muerte de su hijo ha cantado a Lino (éxérav A(vov). Por lo tanto vemos que Lino es tanto un nombre de persona como una cancion de Tamento y a Aivov se “aiiadiria aUhivov. Del misiio fiodo que se asocié a Lino como grito de dolor cqa el sonido de dolor al, asi hubo para los que sufrian ya en tiem- _pos primitives, la forma del nombre Etolino, que expresa claramente cl tino de la muerte. Segin Pausanias (9, 29, 8), Panfo, el poeta preho- érico autor de himnos, «cuando cra mis vivo el dolor por Lino, lo lla~ mé Etolino. Safo de Lesbos, que conocié el nombre de Etolino por los versos de Panfo, canté al mismo tiempo a Adonis y a Etolino». ‘Una conocida teoria cientifica lo sostiene para demostrar que la pre- sentacién de una forma divina se ha desarrollado ~como se dice en nu- ‘merosas vertientes, al principio secundarias, a partir de agin grito de ale- gria 0 de dolor en fiestas. Asi debe interpretarse la figura de Lino. Un proceso tal es por si increible y en realidad no esti documentado en nin- guna parte. Por el contrario, es verosimil y ficilmente comprobable que los gritos rituales hayan encerrado el nombre del dios. Lino es, sin nin- ‘guna duda, una genuina figura mitica cuya remota antigiiedad hace mis comprensible que su nombre se haya mostrado en una forma de cancién\_ yy que haya sobrevivido en un lamento doloroso: el cantor apolineo, el hi- jo de la Musa, al que se retrotraia todo arte del canto, y el que sin em- / ‘bargo terminaba tan tristemente como sonaba la cancién que lleva su / nombre. f Orfeo De modo no menos cruel que Lino ha sido arrebatado Orfeo, el-hijo de las Musas, quien se convirtié para siempre en el simbolo de la fuerza del canto. ‘Su hogar es la tierra de las Musas Piéridas en el Olimpo; su madre, Ja ‘musa Caliope, ala que Hesiodo llama la mis excelsa de las Musas. Como 6 ~ / ! padre también se le asigna Apolo, 0, como leemos inicialmente en /Pindaro (f., 139, 9), a Eagro. Asi como Pindaro (Pitas, 1, 10) habla del / divino poder de las apolineas Musas ante el cual incluso el poderoso Ares {| deja caer las armas y se sumerge en un grato reposo, también nos mues- || 12a uno e los mis hermosos vasos del siglo V a. C. (reproducido, por ejemplo, por Schefold, p. 59) a Orfeo cantando y tafiendo su lira, su ca bbeza coronada de laureles elevada a las estrellas y a los hombres en torno a 41 armados, fascinados con su canto, con una sorpresa que rompe toda compostura, mirando hacia é1 o bien con los ojos cerrados sofiando, ab- sortos. Pero no s6lo los hombres, sino también la naturaleza toda escu- chaba, 3sombrada, su melancolia: ls rocas, los rios, los Arboles y ls fieras salvajes, los que pacificos se inclinan a sus pies. EI mismo corazén insen- sible del seior de la muerte se conmueve ante su melancolia. Pero al taumaturgo, del que dice Schiller: Como el dios, porque lo colma de espiritu, él se convierte para sus oyentes en un dichoso y tii puedes ser el bienaventurado, cen vida era perseguido por la desgracia y tuvo un fin espantoso. Su adorada esposa Eurfdice le fue arrebatada por la muerte y su can- to lastimero, al que ni los mismos poderes de la oscuridad pudieron re~ sistir, le permitié que se le mostrara la muerta durante un momento, pe- 10 luego desaparecié répidamente para siempre y volviéb a sumirse en una soledad Ilena de anhelo y nostalgia. Acerca de su fin se dice que habia provocado la indignacién de Dioniso a causa de su apasionada veneracién, 2 Apolo yal Sol. Cada maftana se alzaba el cantor apolineo en lo mis al- to del monte Pangeo al amanecer para saludar tanto a la estrella de la ma- fiana como a Apolo. Por eso un dia lo atacaron las mujeres del séquito de Dioniso enfurecidas y lo despedazaron. Tavo el mismo destino que Penteo, quien habia despreciado a Dioniso, ¢ incluso como el mismo Dioniso quien, segin el mito érfico, habia sido despedazado por los, Titanes. El dios se levanté de nuevo, pero de Orfeo se cuenta que su ca- beza, incluso separada del cuerpo, continuaba cantando, y do como antes, continuaba encantindonos. De ese modo su vo: Ja muerte, no pereci6 completament ico al que, hijo de dioses, se le atribuia un conocimiento mayor de las cosas divinas y humanas que el de cualquier otro cantor, y que fue 46 —~ considerado digno de recibir honras divinas. Incluso Platén aclara que acerca de las cosas que no pueden ser captadas por la razén humana, por ria de los linajes de los dioses, hay que informarse por é1 sobrevivié en una comunidad que lo honré iva, v. Euripides, Hipélio, 953) y salvador y que por él se mismo modo su canto tiene cosas y sobre los pecialmente que h: ros» del resto de la gente, levaban una vida recogida y esperaban ser ele vvados a una existencia semejante a la de los dioses. En cuanto a su imagen de pastor divino, su figura le fue grata al cristianismo primitive. Debe recordarse también aqui a Museo, a quien a menudo se nombra junto a Orfeo y se menciona como su diseipulo. No fue considerado co- ‘mo hijo de una Musa, pero ya st nombre nos permite reconocer en él a tun favorito y admirador de las Musas. En un vaso del siglo v a. C. (v. Schefold, p. 61), lo vemos coronado de laureles, sosteniendo con la ma- / no izquierda la lira y con la derecha el baculo, y escuchando atentamen- te estd ante la musa Terpsicore, cuyos dedos sujetan las cuerdas del arpa ‘mientras ella mira ante sf con su cabeza inclinada y sus grandes ojos. De Museo se dice, contrariamente a su compafiero espiritual, que no sufre. Su madre era Selene, la diosa Luna; su padre, Antife Eumolpo, pertenecia a los héroes sacerdotales de E! recuerdo esti firmemente relacionado con Eleusis y con Atenas. Se dice que él, al igual que Heracles, se habia dejado consagrar y que habia lle- » gado a ser jefe de la congregacién eleusina (Diodoro de Sicilia, 4, 25, 1). En Atenas cant6 sobre la colina que hay junto a la AcrOpolis, que se Ila~ Entre las pinturas de la Acropolis de Atenas, Pausanias (1, 22, 7) vio una imagen suya y dice que ley6 eversos en los que esti escrito que Museo recibié de Béreas el don de volar. Se le atribuyen una teogonia, poesia oracular y otras obras a las que, segiin Pausanias ), no hay que Considerar auténticas, salvo un himno poético a la eleusina Deméter compuesto para el grupo sacerdotal tico de los Licémidas. a Ta Un descendiente de Apolo y amigo de las Musas fixe también Tit a quien ya Homero considers tracio. Su infortunio, empero, fue q se ensoberbecié delante de las Musas, por lo cual perdié la vista y el arte del canto. Su padre era Filamén, hijo de Apolo y de la hermosa Filénide, un co- nocido cantor y tafiedor de lira, famoso entre los mas importantes ven cedores del agon délfico (Pausanias, 10, 7, 2). Alli, en Delfos, formé el primero coros (Plutarco, Sobre milsica, 3). En la argiva Lerna se consider 2, 37, 2. a conocido: Eumolp -0 participé en la expedi _grega: Leyendas heroicas de los g ia belleza y por eso consiguié el amor rgiope, que dio a luz a Témiris, cuya belleza y almente recordados del mismo modo que su arrogan- una amenaza que debia tenerse en cuenta. Una vez s, Reso, 347) se nombra a la Musa Melpémene como su gonautas (v. Ca 416, 6). Fue de ninfa pelopones ‘Acerca de sus desavenencias con las Musas nos habla la Iliada (2, 594) en la peloponesia Dori, que se consideraba bajo la zona de dominio de Néstor, las Musas deben haber privado al tracio Témiris del arte del can- to. Este presumia de que incluso podia vencer a las Musas, que, enton- ces, lo castigaron con la ceguera y lo privaron del canto divino y del ar- te de tafier cuerdas, De ese modo Homero, segiin su explicacién sobre ‘Timiris, narra que fue castigado cruelmente por st arrogancia, hhubiera llegado a tener lugar un enfrentamiento en Musas. A través de algunos testimonios antiguos (Et Plutarco, Sobre misica, 3) se nos dice que él —pues s ber sido difundida— habfa exigido, en caso de obtener la victoria, que ca- se-con él. El rio mesenio Balira (en Dor bre [ba- slanzar, -lira] por la pérdida de su lira (Pausanias, 4, 33, 3). También en el mundo subterrineo, la célera de los dioses persigui6 a Timiris. En la antigua epopeya Miniada se lo nombraba en el Hades en- 6 as, 9, 5, 9) y Polignoto nos lo presenta en st rtineo délfico como a un ciego con su lira rota joven Séfocles, en su tragedia Témiras, levé a la smo represent6 el papel principal yy tocé la lira ees 206, Biografi En imagenes de vasos del siglo V a. C., de las que no puede decirse con seguridad si nos remiten ~y hasta qué punto a la tragedia de S6focles, ve- mos a Témiris sentado, con Iujosa vestimenta tracia, tocando miisica, mientras su madre Argfope, una anciana venerable, lo corona; tras él, de pie, hay dos Musas que, inméviles, escuchan su canto (v. Schefold, p. 58 ss.) La imagen de otro vaso nos proporciona un vivido testimonio del tri- gico desenlace (Journ, Hell, Stud., 25, 1905, cuadro 1): el cantor, ya sin ta, inclina la cabeza y eleva espantado la mano derecha que deja caer la ray delante de él, desesperada, su anciana madre se arranca los cabel mientras en el oto lado una Musa se mantiene en pie, ativa y serens el instrumento de cuerdas en su mano inclinada. Que en algin momento fae amigo de las Musas lo muestra un vaso mis reciente (Rom, Mit 1888, cuadro 9). Aqui Tamiris ejecuta misica en el mbito de las Muss y de Apolo; una de las Musas le entrega un collar de perlas, mientras la pre- sencia de Afrodita y de su corte femenino que juega con Eros recuerda que él habia perseguido, segin la leyenda, el amor de.las Musas. El mito lo ha asociado también con Jacinto, a quien en alguna ocasién . 3) y del que a manos del Ianzar el disco. Ei, para quien se habia determinado un destino tan fue el primero que am6, segiin se dice, a muchachos (Apolodoro, cel mito del mis alla de a Repiblica de Platén (620a), el alma de Timiris elige para su reencarnacién vida de ruisefior. Reso Finalmente, y en relacién con lo anterior, se recuerda que algunos hi- Jjos de las Musas no fueron conocidos por su canto, sino por la aparien- ‘ia del brillo de una historia maravilloso cuyo destino era desaparecer ri ry pidamente tras un corto periodo de brillantez. Este es el trigico destino del rey Reso de quien tenemos noticias por dos obras: el libro décimo de la Mada y la tragedia euripidea del mismo nombre, Se hablaba de él en Troya, donde ~segiin una tradicién uninime- de- be haber encontrado la muerte y un rio levaba su nombre ({fiada, 12, 20; v. Hesiodo, Teogonia, 340), pero también en la cercana Bitinia, proxima a posa Argantone era la Ninfa del mismo nombre que el monte. Sin em- bargo, la miyoria de las veces se tuvieron noticias suyas del lado europeo, en Tracia y en Macedonia, y slo pudo imponerse a través de un prejui- cio moderno, que su mito estuviera tinica y originariamente relacionada con Troya. Siempre se lo nombra como tracio y rey tracio (Iiada, 10, 434 +; Hiponacte, fc, 72). Alli también se conocen los nombres de sus padres. Como padre Suyo se consider6 al dios-rio Estrimén (asi en Pindaro, fi, 277 Bowra, etc), aunque en la Mada (10, 438), por el contrario, se le ila- sma Eyoneo, lo cual no implica una gran diferencia, pues junto a la de~ sembocadura del Estrimén se encuentra la vieja localidad de Eyén. Hiponacte (f:, 72) lo lama «rey de los eyones [eones), también de lina~ je tracio junto al curso del Hebro, en cuya desembocadura se encuentra la ciudad de Eno. También, incluso el dios-tio tracio Hebro es conside~ rado su padre (Servio, Sobre Vigiio, Encida, 1, 469). Su madre, en cam- bio, es siempre una Musa, En la tragedia no se le asigna ningin nombre /especifico; en Pindaro se le lama Euterpe; eh cambio, en el argumento / de la tragedia Reso, que nos transmite Aristéfines de Bizancio, era “Terpsicore; en otros autores, era Caliope 0 Clio (Apolodoro, \\ Esxolios a Euripides, Reso, 346). En el monte tracio Rédope se hablaba de habia hecho incluso muchos siglos mais tarde. Siempre Y asi como se decia de Orfeo que las fieras salvajes se~ ido de su lira, también se ereia que las fieras montaraces de baquico Orfeo, como «un dios venerable para los que saben» (973). Esto se sabe por un antiguo culto a Reso, cuyo conocimiento, como indican las palabras finales, se habia difundido no muy lejos. Por eso puede con- siderarse verosimil la historia de que por mandato del oriculo los ate~ nienses trajeron desde Troya los restos de Reso para la fundacin de Antipolis en el afio 437 y que los sepultaron junto al Estrimén y que él, proxima donde su madre tuvo un templo 10, 6, 53; Escolios a Euripides, Reso, 346). En contra, la opinién de Cicerén (Sobre la naturaleza de los dioses, 3, 43), se~ gtin la cual Orfeo y Reso en ninguna parte fueron objeto de culto, care- ce de cualquier fundamento, Dice la Musa (Reso, 970) que él sobrevivirs en la tierra en cuyas pro- fundidades haya plata (@v dvtpo.c tic imapyipou xBovdc). Estas pa- labras tienen un significado decisivo, Es una tierra dorada y Ja que suefia Reso. Llena de minas de oro, dice Estrabén (3, comarca se encuentra en los alrededores de Filipo, cerca del’ monte Pangeo; ésta es clogiada por sus minas de oro y plata, y donde uno en- cuentra al azar, a ambos lados del Estrimén hasta después de Peonia, tro- 20s de oro entre monticulos de tierra. También son conocidas las exca~ vaciones de oro en los montes de Anfipolis, junto al Estrimén, de las que el historiador Tucidides tenia el derecho de explotaci6n (¥. 4, 105 y las biografias). Segiin Herédoto (6, 47), ya los fenicios habian explotado mi- nas de oro en las inmediaciones de Tasos. Aqui también se habla del ex- traordinario rey Reso, de quien se dice que todas las cosas en torno a él son de oro y plata. Asi se presenta en la descripcién de la Mada (10, 436 ss.), con sus muy hermosos y muy blancos caballos, que resplandecian blancos como la nieve y répidos como el viento; su carruaje, de oro y pla- ta; sus armas, doradas, una maravilla digna de verse, como las que s6lo los inmortales pueden usar. Y por eso el mensajero en la tragedia Reso : a 61 lo he visto como un dios en su carro, de oro eran los arreos so: bre el cuello del animal, que brillaba més blanco que la nieve, y en sus 10 engarzado en el hierro forjado de su escudo; ite una Gorgona de bronce con infinitas, cam- Panillas cuyos tintineos producfan temor. Y siempre que se habla de él en esta tragedia se le Hama «el de la armadura de oro», puesto que lleva un escudo de oro (340, 370, 383). ‘A este tipo de narracién pertenece el amor romintico del que habla el mito popular (Partenio, Sufrimientos de amor, 36). La historia se desa- rrolla en la ciudad de Cio, en los montes Argantonios, donde en otro los caballos tenian en tiempo el’ hermoso Hilas fue arrebatado junto a una fuente por una Ninfa, Alli una timida muchacha de nombre Argantone iba de caza con muchos perros, y como la reputacién de su hermosura habia aleanzado a Reso, éste decidié buscarla y ganar su amor. Reso le dijo que también él codiaba la compafifa de los hombres y que queria cazar a su lado. Ella con- I no se aparté jamis de su lado hasta que ella se enamoré vio- Jentamente y se lo confesé, y de mutuo acuerdo Reso la tomé por espo- sa, Cuando estall6 la guerra de Troya, los troyanos quisieron tenerlo ‘como compafiero en la contienda, pero ella Jo retuvo largo tiempo; ‘mientras ella lo am6, lo alert bien sobre que podia sucederle. Pero Reso, que no soportaba el reblandecimiento que su estancia le provocaba ni los reproches ni la injuria de sus apremiantes compafieros, marché a Troya y cay6 en la lucha a manos de Diomedes junto al rio que de él tomé su nombre. Cuando Argantone lo supo, se dirigié nuevamente al lugar de su primer encuentro amoroso donde, errante siempre, lo llamaba por su nombre hasta que «como no admitia, por el dolor, comida ni bebida al- guna, muri6». Una auténtica novela de amor bajo la que, por cierto, se distingue cla- ramente el mito originario. A él, la mis alta poesia ~como ocurre a me- nudo- lo ha exaltado mis fielmente que la leyenda popular en la que la mis nueva ciencia crey6 encontrar el fiundamento de una significacién iis primitiva, También en la Mada Reso encontré la muerte ante Troya; y en la tragedia que a él se refiere, una mujer que lo ama le previene y se Porque es conocedora de su desgraciado destino su divina madre, la Musa. ¥ él no cayé en com- bate, sino mientras dormfa, pero pudo dar pruebas de su heroismo. Inicialmente, en el dltimo aft de la guerra de Troya, leg con su ejérci- to como aliado para ayudar como milagroso salvador que podia decidir la guerra a favor de los troyanos. Brillé como un dios (Reso, 386), a causa del brillo de sus armas de oro, y ningéin enemigo pudo oponérsele (Reso, 375, 461). Su mirada descubierta debié infundir pavor (Reso, 335). Se va~ nagloriaba de que un solo dia le era suficiente para aniquilar a los grie~ g05 (Reso, 447). ¥ en efecto, esto lo sabe la diosa Atenea (Reso, 600), y con que él se mantenga vivo dinicamente la noche de su legada no habri ningiin Aquiles ni ningiin Ayante que pueda salvar de la ruina al campa- mento griego. Sin embargo, la ciega certeza de la monstruosa victoria se supone que fie su dltimo pensamiento. Entré eri un suefio del que no 52 desperté nunca més. Diomedes, quien con Odiseo fie enviado durante Ia noche de descubierta, atacé por sorpresa su ¢jército desprevenido y maté al rey mientras dormia. El respir6 con dificultad y entonces lo visi- 6 un suefio terrible (Iiada, 10, 469 ss.) En la tragedia escuchamos las quejas de su madre a la que le han ro- bado su amado hijo y al mismo tiempo el anuncio de que él, semejante a un dios, vivid para siempre en el monte Pangeo. Asi se cerr6 el circ lo de su vida. Pues al Pangeo, rico en oro (xpvadpudoc, Reso, 921) conducen su madre ey el rio de hermosos puentes, tu padre Estrimén, {que en otto tiempo penetrara en el seno intacto de la Musa cantora, en gendrando asi tu juventud» (351 ss.). Alli fue criado con amoroso cuida- do por las Ninfas de las fuentes (929); €1 se preocupé entonces por el amor de las divinas mujeres y debi6 verlas desaparecer como la imagen de un suefio. Y, en efecto, su aparicién, su esencia y su destino se parecie- ron completamente a la imagen de un suefio. Otros hijos de las Musas de- bieron cautivar al mundo con su canto, pero podriamos llamar a Reso el sueiio dorado de las Musas. 3. Las Musas con otros dioses Las Musas, hijas del padre del mundo Zeus y manifestantes de su es- piritu, estin también intimamente emparentadas con los grandes hijos de Zeus, con Apolo, Hermes, Dioniso y Heracles. El vinculo con Apolo se evidencia claramente en el conocido sobre- nombre del dios como Musageta 0 «conductor de las Musas» (Movanyérec), que en la literatura esta ya sefialado en Safo (en Himerio, Discurso, 3, 3) y en Pindaro (fe Parth., 94c, 1). Asi, pues, el viejo Eumelo (fr. 17 K) las designé como sus hijas. Se mianifestaron a Apolo ya en la Miada con la misma evidencia, tal como aparece en tiempos posteriores cen ka poesia y en las artes. All final del libro 1 cantan en el banquete de Jos dioses en el Olimpo, y ;0ca la lira [forminge]. Tan pronto co- mo Apolo se presenta en el Olimpo, se dice en el Himno homério a Apolo (189), las Musas comienzan su canto. De ese modo y segiin el poema he- siddico (Escudo, 202) se representa al dios rodeado de Musas. De Apolo y de has descienden los aedos y citaristas, nos dice Hesfodo en la ‘Teogonia (94). En un poema que no se conserva de Siménides —segin 53 Himerio (Discurso, 16, 7)-, se describe cémo las Musas, a las que siempre gusta cantar, tan pronto como vefan a su maestro Ay ygraban desa~ rrollar sus voces con mis armonfa. Sobre esta relacién, podrian mencio- narse otros muchos testimonios. Ya tempranamente las artes plisticas se hhan ocupado de este tema. Asfse ve cantar a las Musas bajo la direcci6n de Apolo en el aca de cedro que ofrecié Cipselo y descrita en un grama: AarotBac obros tax’ diva éxdepyoc 'Ané\Awv, Motoa dud’ abrév, xapierc xopdc, ator katdpyet [Este es el hijo de Leto, el soberano Apolo que alcanza a lo lejos. Las Musas estin a su alrededor, gracioso coro, y al las dirige] (Pausanias, 5, 18,4). Naturalmente, también Hermes, el conductor de las Ninfis y herma- no de Apolo, se encuentra préximo a las Musas. Tal como explica el Hinno homérico a He ‘6 Ia lira y se la regalé a Apolo. De | Hermes también recibié la lira el tebano Anfién con la que atraia a las piedras para construir una muralla (Apolodoro, 3, 5, 5; Pausanias, 9, 5, 8; Horacio, Oias, 3, ‘También se le atribuye la invencin de lasrin- ga (Himno homérico a Hermes, 5 ). E igualmente se dice que el conocido cantor Lino habia sido hijo suyo y de la Musa Urania, De ese modo, encontramos al dios emparentado también con las Musas en el culto. En Megal6polis habia un antiguo altar comiin para Apolo, Hermes y las Musas (Pausanias, 8, 32, 2). De especial significado es que las Musas también aparecen en la 6rbi- ta de Dioniso. Este dios de embriagante miisica pudo ser llamado en mu- chas ocasiones Musageta al igual que Apolo. Las mujeres tafiedoras de flauta de su séquito, en el coro de la Antigona (968) de Séfocles, se lla- man «Musas que aman las flautass. Asi, pues, antes de la invencién de la lira, las Musas primero deben haber tocado Ia flauta (Himno homérico a Hermes, 450); incluso en Trecén habia'un altar dedicado a las Musas Ila- madas Ardslidas, que toman su nombre de Ardalo, el hijo de Hefesto, in- ventor de la flauta (Pausznias, 2, 31, 3). Sin embargo, asi como en tiem- pos antiguos se pens6 que el de las Musas con Dioniso era muy ‘estrecho, el culto nos muestra que estaban muy distantes segtin los esca- 05 testimonios que poseemos. En la ciudad beocia de Queronea donde, ‘en las fiestas Agrionias, el mito del trigico destino del dios se ha escindi- do para manifestarse en una accién cultual, las mujeres buscaban a Dioniso como profugo; después lo dejan y dicen que él se habia refugia- do junto a las Musas y esti escondido entre ellas (Plutarco, Charlas de so- bremesa, 8, prologe). ‘Sin embargo, de todo esto no se deduce que las Musas, como iiltima- ‘mente se ha afirmado, hayan estado en el origen tan proximas a Dioniso como a Apolo. Esto lo contradice ya el nombre de su madre Mnemésine, ue las coloca, como también el suyo propio, junto al dios de la sabidu- ria en tanto que diosas de la sabiduria. Asf, pues, en ambos timpanos del templo délfico a Apolo, por un lado vemos a Apolo con las Musas, y, por 1 oto, a Dioniso con las tiadas, enfrentad: aque la tragedia ha alcanzado el punto mis conexién de Dioniso con las Musas se ha cor soluble. ‘Como genuino hijo de Zeus, también Heracles fe tenido como ami- go de las Musas y no principalmente por esto, sino porque jugaba un pa~ pel destacado en la educacién de los jévenes en las palestras. También lo \contramos en un vaso de figuras negras tocando miisica como Apolo . sobre esto y lo que sigue, Furtwingler en Roschers Lexicon, 1, 2190; Gruppe, en Realencyclopadie, Suppl, 3, 1101). Incluso a veces se le lama Musageta. En la ciudad de Mesene, en el Peloponeso, Pausanias (4, 31, 10) vio en el templo de Hefesto una imagen de Apolo, de las Musas y de Heracles. En Atenas, en la Academia, se elevaban altares a las Musas, a Hermes, a Atenea y a Heracles (Pausanias, 1, 30, 2). En la isla de Teos una ley sobre la educacién musical disponia que de las multas por infraccio~ nes debia repartise la mitad para la ciudad y en concreto para el santua- tio de Hermes, Heracles y las Musas (Dittenberger, SIG, 2, 523, 57). En Quios, una inscripcién indica los nombres de los jévenes que ven- ido en las competiciones musicales y deportivas de sus gimnasios y que habian offecido sus victorias a «las Musas y a Heracles» (Dittenberger, 2, 524, 6). En cuanto a Roma, Plutarco (Cuestiones romanas, 59) habla de un altar comin de Heracles y de las Musas. Una particular expresién ha en- contrado esta alianza en la denominacién de Heracles de las Musas (Hpaxdfis Moved), que esti documentada en testimonios arretinos. La ‘misma lleg6 a ser famosa a través de un templo romano. El educado, cul- to & mismo M. Fulvio Nobilior trajo de su campaiia Erolia, en la que fue acompafiado por el poeta Ennio, las célebres imige- las Musas que cogié tras la rendicién de Ambracia y que colocé en el templo de «Hercules Musarum» erigido por él mismo (Herculis et Musarum, dice Servio, Sobre Virgilio, Eneida, 1, 8). Precisamente alli debe 55 haber un templito en piedra dedicado a las Musas (también a las Camenas), presuntamente traido por Numa, que habia sido alcanzado yr un rayo y que encontré inmediatamente después acomodo en el iplo «Honoris et Virtuti» (Servio, ad loc). Eumenio (Paneg., ed. Bibr., ) sefiala por ello que en Grecia lleg6 a conocerse a Heracles como Musageta y que por esa causa las nueve Musas de Ambracia fueron pues- tas bajo el amparo de «Hercules Musarum». Y de hecho habia también en la misma Roma un culto griego, ‘HpaxAfjc Movoayérns (CIG 5987). De entre las divinidades femeninas, las Cérites (las Gracias latinas] son las que estin mis préximas alas Musas; son diosas de la graciosa benevo- lencia y de la satisfaccién en la naturaleza y en la vida de los hombres. ‘Todo lo que es hermoso, imponente y espiritual ha tomado de ellas su magnificencia (v. Pindaro, Olimpicas, 14, 3ss.). Del mismo modo, el can- to les recuerda su encanto y su grandeza (Pindaro, Nemeas, 10, 1; Pica, 9, 39 y otros). Las Carites representan directamente el papel de las Musas, como en la antigua imagen de Apolo en Delos que sostenfa el arco con tuna de sus manos y con la otra Hevaba a las tres Carites, una de las cua- les sostiene la lira; la segunda, la flauta, y la tercera, a siringa. De ahi que Pindaro relacione adecuadamente sus nombres con los de las Musas (Nemeas, 4, 1; y final de la Nemea 9). Al comienzo del conjunto de ele gias de Teognis, son invocadas, tras Apolo y Artemis, las Musas y las CCarites, que en el antiguo templo de Cadmo ecantaron la hermosa pala- brav: ¢“lo que es hermoso es adorable, 0 bien, lo que no es hermoso, no es adorable”; esta palabra procede de una boca inmortale. O bien, ya en el Himno homérico a Artemis (27, 15) se describia cémo la diosa, después que ella disfruté con la caza, va a Delfos a la morada de su hermano Apolo para dirigir alli al hermoso coro de las Musas y las Cirites. Segin Hesiodo (Teogonta, 64), las Gracias habitan en el Olimpo como vecinas proximas a las Musas. «\Venid ahora, tiernas Cirites y atrayentes Musas!» exclama Safo (fe, 90). También en su vejez Euripides desea, tal como per- mite cantar al coro en el Heracles (673), «no dejaré de ayuntar las Gracias con ks Musa» ‘También cantoras semifantasmales como las Sirenas, que se acercan a la muerte y que la traen, las «que entonan los cantos del Hades» (S6focles, fi 861), estén, emparentadas con las Musas. Tal como cuenta Homero, habitan en el mar y su canto hechiza a los que pasan con tal fuerza que quien no respete los huesos que hay alrededor de ellas pierde'su hogar y 56 su vida, y cae en el destino que estos monstruos le han preparado. Por so, segiin el consejo de Circe, Odiseo debe tapar con cera los ofdos de sus compafieros mientras él, atado al mastl, escucha la maravillosa can- cién y sus apasionados ruegos para que los desate y que sus sordos oidos encuentren felicidad. Tan fuerte es el poder de esa melodia (Odisea, 12, 38 ss. y 158 55). Las voces «melifluas» de las Sirenas expresan también un conocimiento, tal como precisamente dicen las Musas en su alocucién a Hesiodo: «Nosotras sabemos»; y también le dicen las Sirenas a Odiseo: «Pues jamis pas6 de largo por aqui nadie en su negra nave sin escuchar la voz de dulce encanto de nuestras bocas. Sino que ée, deleitindose, na- vega luego mis sabio. Sabemos ciertamente todo cuanto en la amplia ‘Troya penaron argivos y troyanos por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto ocurre en la tierra prolifica ero no siempre las Sirenas parecen tan desgraciadas y peligrosas; mu- chas veces se las coloca junto a las Musas como cantoras y maestras de los poetas. «Ha lanzado su canto la Musa, la Sirena de aguda voz», dice ‘Aleman en una cancién de uno de sus coros (fc, 18). En una de las can- ‘Gone’ de muchachas, él elogia grandemente a la corifea cuando ella tam- bign podria llegar a ser famosa ey ella no es més melodiosa que las Sirenas, pues son diosas» (fr, 1, 97). De ese modo fueron consideradas hijas de una Musa y del dios-tio Aqueloo (Apolodoro, 1, 3, ome, 7, 18; Apolonio de Rodas, 4, 895; Exolis a la Mada, 10, 435). Se cuenta tam- bién de ellas que cantaron con las Musas en una competicién, concreta- mente en la de la beocia Coronea (Pausanias, 9, 34, 3). Alli se elevaba en un santuario de Hera una antigua imagen de la diosa, obra de Pitodoro, que en su mano Hlevaba Sirenas. Hera, asi se dice, habia dispuesto que las Sirenas compitieran con las Musas y que étas, victoriosas, se tejieron co- ronas con las plumas que arrancaron de las alas de las Sirenas. Cuando (Esteban de Bizancio, s. v. “ArrTepa) esta historia fue Hevada a la crética "Aptera que de alli debié tomar su nombre. La leyenda también se pre- senta en algunas representaciones artisticas ya que, como es sabido, las ‘Musas llevan de vez en cuando plumas en la frente. ‘Algo parecido se cuenta también respecto de las Piérides (0 Ematidas), las que se conocen por sus nombres como emparentadas con las Musas. Elks, por su derrota, fueron transformadas en urracas (Nicandro en Antonino Liberal, 9; Ovidio, Metamorfosis, 5, 300 s). De una naturaleza semejante a la de las Sirenas que conducen a la 37 muerte es Ia Esfinge de Tebas cuyo conocido enigma se dice que lo ha- bia recibido de las Musas (Apolodoro, Relacionado con los hechizos de a se encuentra también el suave suefio,el divino Hipno, que transforma todas las intranquilidades y_ Combates en una alegre sonrisa. La maravillosa comienza con una alocucién a la «durea lira, de Ay trenzas violiceas», dice sobre su melodia en el Olimpo que incluso apa- ga el rayo slancero de inextinguible fiuegor, el guila del cetro de Zeus cicrra los ojos y se duerme, y Ares mismo, el poderoso, deja sus mortife- ras armas y se sumerge en dulce suefio. El Himno homérico a Hermes (449) habla del asombro de Apolo ante el instrumento de cuerdas inventado por su hermano Hermes. «Pues francamente —exclama- es posible obte- ner tres cosas ala vez: alegria, amor y dulce suefios. Asi se hicieron offen- das conjuntamente al dios Hipno y a las Musas, tal como Pausanias 3) nos informa a propésito de Trecén, donde préximo al Museo habia un antiguo altar procedente de Ardelaes, del escultor Ardalo perteneciente al dios Hipno y a las Musas, porque se decia que el dios del suefio amaba particularmente a estas diosas. 1 de Pindaro, que y de las Musas de Para concluir con este tipo de relaciones, debemos hablar también de algunos animales privilegiados. El canto de las cigarras para los griegos ha brillado desde siempre co- ‘mo algo marwilloso. Se sabia que s6lo canta el macho (Plinio, Historia na- tural, 2, 92; Eliano, Historia de los animales, , 20, quien sugiere como muy hhermoso que la hembra calla «como una muchacha pudoros). Ya la \ Mada habla de su voz ede lirio» (3, 151). La misma palabra emplea Hesfodo (Tiogonfa, 42) para la vor de las Musas (v. también Hesiodo, Trabajos y dias, 582; Escudo, 395; Safo, fr, 89). También despierta admira- cién su forma de vida. Se alimentaban de gotas de rocio (Hesfodo, fae considerado muy antiguo y relacionado con la tierra, porque los ate- nnienses mis antiguos para indicar que eran autéctonos llevaban un moiio con un pasador de oro en forma de cigarra (Tucidides, 1, 6). El muy an- tiguo Titono era uno de los hombres mas hermosos, a quien su cényt- 38 ge Eos consiguié hacer inmortal; sin embargo, como desgraciadamente no pudo darle la eterna juventud, finalmente fue transformado en ciga- ra, Como cantoras, as cigarras eran las favoritas de las Musas (Leénidas, Antologia Palatina, 6, 120; Posidipo, Antologéa Palatina, 12, 98). «Profetas llama Sécrates, en el Fedro de Platén (262d). que se ha-~ zado por su caracteristico canto que le habia inspirado su inusual oratoria, La conversacién tiene lugar al aire libre, en un cilido mediodia, y Sécrates se encuentra en buen estado de dnimo como para cexplicar al joven Fedro tal historia, Deberiamos avergonzarnos ante las ci- gatras que cantan sobre nuestras cabezas, puesto que nos adormilamos al calor de este mediodia en lugar de continuar nuestra conversacién. «En ‘cambio si nos ven conversar y costearlas, como si fueran las sirenas, in- sensibles a su embrujo, tal vez nos concederian admiradas el don que por privilegio de los dioses pueden otorgar a los hombres» ¥ a la pregunta de Fedro sobre de qué don se trata, explica la maravillosa historia de las ci- garras. Ellas, antafio, eran hombres de los que habia antes del nacimien- to de las Musas y al nacer éstas y aparecer el canto, se encontraron tan transportados de placer ante tanta maravilla que de tanto cantar no pen- > saron mis ni en el alimento ni en la bebida y murieron sin advertirlo. De _/ ellos desciende el género de las cigarras que fue agraciado por las Musas con no tener necesidad de alimento alguno sino que, sin comer ni beber, cantan desde el nacimiento hasta la muerte; y tras su muerte, van hasta las, Musas y les informan sobre quién en la tierra las honra y a cual de ellas. A Terpsicore se ofrecen aquellos que en coros le han rendido homenaje y preferentemente a ella se encomiendan; a Erato, los que la honran en las cuestiones del amor, e igualmente con respecto a las otras, segiin el ti- po de honor de cada una; sin embargo, a Caliope, la mayor en edad, y a ‘Urania, la que viene después de ella, les comunican los que pasan la vida centregados a la filosofia y cultivan el género de miisica que honran estas diosas, quienes, en general, como son las que se ocupan de los discursos ¥ pensamientos divinos, son las que emiten la mis bella vor. Famosa, incluso en tiempos remotos,. es la historia del citarista Eunomo, en Delfos, al que se le habia roto una cuerda de su instrumen- to y una cigarra se puso en el lugar de esa cuerda para ayudarle y repro- ducia su sonido (Estrabén, 6, 260, segiin Timeo; Clemente de Alejandria, Protréptico, 1, 1, 2; Antologia Palatina, 9, 584). ‘Un hermoso epigrama de Meleagro en la Antolegia (7, 195 (787]) se dirige a las parientes langostas (saltamontes] como Musas de los campos, jombra como consoladoras del deseo, acompafiantes del suefio, shu- rival de la lira y le dice nostilgico un aire tafieme, frotando tus eprofetisar (udvT1<, oenla / que cémo ejecutan miisica estas criaturas es / realmente un milagro. Las sltimas investigaciones ensefian que no s6lo / pueden producir sus tonos de una tinica manera que puede ser conside- rada como heredada, sino que si se las toma segtin las posibilidades de vi- vir en todas las mancras pensables del canto, representan por qué han le- gado a brillar en el mundo. las abejas, en las que ~como dice Aristteles (Reproducién de |- habita algo «divino», han sido tenidas como pa~ con raz6n —dice Varrén (De las cosas del campo, 3, 16, 7}-, porque ells, cuando el enjambre se ha desvanecido, con sonido de cimbalos y con estrépito palmoteante se vuelven a reunir (asi también Eliano, Historia de los animales, 5, 12). Segtin Filéstrato (Descrpciones de ‘uadres, 2, 8, 6), en un viaje a Jonia, las Musas dirigieron en forma de abe~ ja ba flota de los atenienses. «Abeja de la Musa» llama el joven a la mu- cchacha de Aristfanes (La asamblea de las mujeres, 973). Es conocida la le~ yenda de que eran poetas aquellos sobre cuyos labios, estando en la cuna, habian volado abejas. ‘También de otros animales, tales como delfines y cisnes (Movoduv Sprr8ec, Calimaco, Himno a Delos, 252), fue elogiada su naturaleza mu- sical, sin que fueran puestos en relacién con las Musas, como los otros ejemplos mencionados. 4. Lugares de culto Cerca del cielo, en altos montes, habitan las Musas, y los dos sitios le- ¢gendarios mis antiguos y conocidos en que han habitado son el Olimpo y el Helicén. Segin la antigua tradicién, los. tracios, que antes que los ‘macedonios vivian en la regién del Olimpo, habian traido el culto de las ‘Musas desde alli hasta el beocio Helicén. Que esto sea cierto escapa a nuestro conocimiento. Pero sin duda deriva de toda una tradicién que, oo como dice Wilamowitz en su estudio sobre las Musas (Glaube der Hellenen, 1, 250 ss.), ya cuando los griegos todavia no habian emigrado de esa comarca nérdica, las Musas habian sido invocadas junto al Olimpo por los cantores. También es significative que las Musas, tal como se su- ‘brayé mis arriba, son las Gnicas de entre todos los dioses ~a excepcién de su padre Zeus~ que en Homero y Hesfodo son llamadas Olimpicas. En el Olimpo, cerca de su mis alta cumbre Ilena de nieve, nacieron las Musas (Hesfodo, Teagonia, 62 ss). Desde el Helicon ~tal como expli- ca en el Proemio de la Téogonia~ van al Olimpo para alegrar a su padre Zeus con su canto. En el olimpico paisaje de Pieria, Orfeo debe haber cantado y encontrado su muerte. Alli, en Dién, el viejo rey macedonio ‘Arquelao instituyé un agén escénico para honrar a Zeus y a las Musas. Alejandro permitié que fuera representado delante de su comitiva cuan- do iba a Asia; necesité hacer un importante sacrificio y extendié la fies- ta lo largo de nueve dias, cada uno de los cuales estuvo consagrado a ‘una Musa (Diodoro, 17,16). Habfa celebrado una fiesta semejante con su padre Filipo por su victoria en Queronea; se dice que offecieron sacrifi- / ios a las Musas en Dién y en Pieria (Dién, Discuss, 2, 2) y organizaron el mis antiguo agén de Olimpia». Picria, Pimpla, Libetro, de donde a menudo las Musas han recibido sus sobrenomibres, también fueron conocidos como lugares de las Musas (Estrabén, 10, 3, 17). Pimpla se llaman un monte, una fuente, y también ‘un lugar en Pieria, proximo a Dién y a Libetro y junto al rio Bafira. Epicarmo (fr, 3) nos habla de una musa Pimplea que en su unién con Picro fire madre de las Musas. En Libetra (o Libetro) —los ge6grafos tam- ign hablan de una fuente con este nombre- se encontraba una antigua imagen de Orfeo hecha de madera de ciprés (Plutarco, Algjandr, 14). Segiin Estrabén (9, 2, 25; 10, 3, 17), el nombre del lugar fue transmitido desde alli hasta el Helicén. Designa como préxima a la heliconia Hipocrene [¢Fuente del caballo: {que los tracios habian consagrado el Olimpo y el Helicén a las Musas. Pausanias (9, 34, 4) conocié cerca de Coronea un monte Libetrio, con imagenes de las Musas y de las Ninfas Libetrias, ademas de una fuente Libetriada, Del Helicén, el muy famoso monte de las Musas desde Hesfodo, que era oriundo de alli, habla Pausanias alabando (9, 28, 1) la tierra mis su- blime, la extraordinaria dulzura de los arbustos en los que pacen rebatios “a de cabras, y el caracter inofensivo de toda hierba y raiz hasta el punto de poder quitar fuerza al veneno de las serpientes. También nos informa (9, 29, 1 ss) de que «los primeros en hacer sacrificios en el Helicén a las ‘Musas y en declarar el monte consagrado a las Musas dicen que fueron Efiates y Oto. También fundaron Ascras, en donde Hesiodo habia vivi- do. Estos son los fimosos hijos peregrinos de Ifimedea y de Aloco o Posidén, de los que se dice (Odisea, 11, 305 38.) que habi hermosos (después de Orién) y mis vigorosos de todos los hijos de la tie rma, pero, sin embargo, de corta vida, muertos por Apolo antes que les creciera la barba, Quisieron Hevar al cielo una guerra tumuleuosa por la superposicin de los montes Olimpo, Osa y Pelién. También aguéllos pretendieron y honraron a Hera y a Artemis (Calimaco, Himno a Artemis, 264; Apolodoro, 1, 7, 4). Se cree que tuvieron su morada en las inmedia- ciones del Olimpo, pero, segtin Pindaro (Pi 30 ocurri6 en la isla de Naxos, donde Artemis los maté, y wabrian vivido segin lutarco (Sobre el destiero, 9). En la beocia Antedén se mostraban las tum- bas de los hijos de Ifimedea (Pausanias, 9, 22, 6). También se creia que la ‘tumba de Oto se encontraba en Creta A los antiguos tiempos de estos héroes remite la cultura de las Musas del Helicén. /,, Cuando se va, dice Pausanias (9, 29,5), en el monte Helicén hacia el ¢ bosquecillo de las Musas (@00¢ TGv Movaiv), al lado izquierdo se en- \, cuentra la fuente Aganipe, y hay un retrato de piedra de Eufeme, la no- driza de ls Musas; luego, edetris, el retrato de ésta y el de Lino estin en tuna roca trabajada a modo de cueva. A este Lino, cada aio antes del sa- crificio a las Musas, offecen sacrificios como a un héroes. Sobre el bos- 4que de las Musas, dice Pausanias mas adelante (9, 31, 3) que sus alrede- dores estarian habitados por hombres y que los tespios celebraban alli las fiestas delas Musas por medio de competiciones (sobre esto se tratari mis adelante); veinte estadios més arriba del bosque de las Musas se lega a la fuente a la que se llama Hipocrene, sitio en el que surgi6 por haber su- puestamente g i el casco del caballo de Belerofonte [Pegaso]. En su descripcién del santuario de las Musas y de Hipocrene, agrega Estrabén (9, 410), en su descripcién del Helicén, la gruta de las Ninfas Libetrias. De lo m: in embargo, nos enteramos a través de un testimonio de primera importancia y sélo el refinado perfeccionismo de los modernos podria atreverse a rechazar este testimonio. Hesiodo co- a mienza el proemio de su Teagonfa con la descripcién de la danza de las Musas en el Helicén; danzan alrededor de una frente de violiceos refle~ jos (sin duda Hipocrene) y del altar del poderoso Zeus. Ese altar debe ha- ber sido erigido en lo mis alto del monte (v. Bélte en la Realencyclopadie, ias, al noroeste, poniendo de relieve el punto mis elevado te. Otras corrientes de agua como Aganipe, Permeso, Olmeo, _— consideradas por Hesiodo como lugares favoritos de las Musas, forman del conocido valle de las Musas, cuya sublime belleza y calma son _/ idables para todo el que las visita. El Permeso desemboca, unido con / ctipcién del valle de las Musas con sus hallazgos, que hay que agradecer a as excavaciones francesas, se encuentra en la Realencyclopadie (31, 821). De Ascra, a los pies del Helicén, la patria de Hesiodo, no ha queda- do nada. Ya pronto fue conquistada por la vecina Tespias; de alli fue tras~ ladado el culto de las Musas. En tiempos de Pausanias, alli s6lo existia una antigua torre que, tal como se presentaba, atin hoy puede verse. La vecina Tespias, hasta la época romana una importante ciudad, en tiempos de Estrabén (9, 2, 5; 9, 2, 25) junto con Tanagra las Gnicas im- portantes de Beocia, era famosa por su antiguo culto a Eros y por sus ¢s-/ tatuas de dioses en mérmol hechas por Praxiteles. No menos imponente cera su culto a las Musas como la ciudad evidencia en su nombre «la que hhabla divinamentes. Los tespios celebraban en el Helicén cada cuatro afios competiciones (rd. Movveta) para honrar a las Musas y a Eros, con tal como sefala Plutareo (Erétco, 1; sobre esto ver y no s6lo musicales, sino también atléticas. Anfién de Tespias, 4 una obra Sobre el Museo del Helicén, in forma de danzas de jévenes y se refiere a un antiguo epigrama en el que sefialaba Baquiades de Sicién que él una vez danz6 junto a las Musas @v 5 enseiié sus danzas (Ateneo, 14, 629a). «Tespias de hermosa ia, hospitalaria, amada de las Musas (wwsogidnTe)», se dice en una cancién de la poetisa Corina (fe, 9), que procede de Tanagra. Se ha encontrado alli una inscripcién interesante (Dittenberger, SIG, 2, 743): slimite de la sagrada regién de la hesiédica alianza cultual de las Musas» (tal como dice la correcta aclaracién de Dittenberger). Pausanias (9, 27, 5) todavia alcanz6 a ver un modesto templo de las Musas préximo al 4go- o ra, con pequefias imigenes de mirmol dentro de él, Las excavaciones permitieron conocer dos templos, uno de Apolo y otro de las Musas. ‘También en Delfos hubo un antiguo culto a las Musas. Segiin Plutarco (Los oréaulos de la Pitia, 9), la primera Sibila Heg6 desde el Heli fue educada por las Musas. El mismo Plutarco (en la misma ol bla de un santuario de las Musas en el lado sur del templo de Ay ximo al lugar donde nace la fuente Casotis y cerca del santu: Se decia que la fuente Casotis corria bajo tierra ex plo y hacia a las mujeres profetisas (Pausanias, 10, 24, 7); de ella se sacaba agua para oftendas sagradas. «E] agua pura de las Musas de bella cabelle- ra», la lamé Siménides (fe, 45), sobre lo cual Plutarco, que toma estas pa- labras, indic6 que las sentencias del oriculo eran cantadas en forma de verso, En una ocasién en que las Musas se dirigian a su santuario délfico, pasaron por la vecina Déulide, y su rey, Pireneo, las retuvo contra su vo- luntad y quiso forzarlas, pero ellas se escaparon. (Ovidio, Metamorfosis, 5, 274 35), De Atenas dice la Musa, en el Reso (941) de Euripides, que ella y sus hermanas tienen precisamente a esta ciudad en la mis alta honra. La co- lina llamada Museo (hoy Filopapo), donde canté Museo y donde fie en- terrado, se encuentra frente a la Acrépolis (Pausanias, 1, 25, 8). Por ese Museo en otro tiempo los atenienses combatieron contra las Amazonas (Plurarco, Teseo, 24). Junto al liso se elevaba un altar de las Musas lisiadas (Pausanias, 1, 19, 5). Adin hoy se sefiala uno de los asientos de mérmol del teatro de Dioniso como un lugar sagrado de los sacerdotes de las Musas. Especialmente memorable para nosotros es el culto a las Musas de la ‘Academia platonica, del que ya se hablé en el primer capftulo. La ima- gen de Plat6n, donada por Mitridates a la Academia, estaba acompafiada de un epigrama cuyo contenido decia que habia honrado a las Musas por medio de esa imagen de Platén (Didgenes Laercio, 3, 25). En la ‘Academia, Pausanias (1, 30, 2) menciona un altar local de las Musas. Que cen Atenas se offecieron a Mnemésine y a las Musas numerosas ofrendas excepto de vino, lo indica un escolio al Edipo en Colono (100) de Séfocles. En Sicién, en la Argélide, se vener6 a tres Musas, de las cuales una se lla- maba Polimatia (Plutarco, Charlas de sobremesa, 9, 14, 7). Un epigrama (Ateneo, 14, 6292) de Baquiades dice:-+Yo soy Baquiades de Sicién y en verdad éste es un bello regalo a las diosas de Siciéne. En Trecén habia un antiguo santuario de las Musas fandado por Ar- o dalo, el hijo de Hefesto que inventé la flauta. Por él las Musas fueron lla- madas «Ardilidas» (‘Ap5aXi8ec, Pausanias, 2, 31, 3). Aqui Piteo debe ha- ber ensefiado el arte de la palabra (Syou TExvmV). Segin Plutarco (Banquete de los siete sabios, 4), hubo alli, en tiempos de Tales, un Ardalo inventor de la flauta que era sacerdote de las Musas Ardilidas, mis joven que el fandador del culto del mismo nombre, sobre ef cual también el mismo Plutarco nos informa en otro sitio (Sobre misica, 5), y del cual Pausanias (ad loc) nos dice que «no lejos del Museo hay un altar antiguo, segiin dicen dedicado por Ardalo. Sobre él hacen sacrificios a las Musas y a Hipno, porque dicen que Hipno es el dios mis querido por las Musass, De Ardalo salié el nombre de estas Muss, segiin Esteban de Bizancio, pero con el aiadido de que habian recibido, segtin otro pare cer, su sobrenombre de otro lugar. En Olimpia habia un santuario comiin a Dioniso y a las Carites, jun- to al cual existfa un altar de las Musas y, luego, de las Ninfas (Pausanias, 5, 14, 10). En Megal6polis, Pausanias (8, 31, 5) vio antiguas imagenes de made- ra de Hera, de Apolo y de las Musas que debjan proceder de Trapizunte hoy, Tiebisonda. También vio, tal como nos informa, un santuario de~ rruido de las Musas, de Apolo y de Hermes (8, 32, 2). . En Esparta, subraya Plutarco en Licuygo (21), que el rey, antes del com- bate, no olvida honrar 2 ls Musas. Fundamenta esto en otros escritos (Antiguas costumbres de los espartanes, 16; Sobre el reffenamiento de Ia ina, 10), donde en lugar de un sentimiento de excitacién tuvo la claridad de con- ciencia de superioridad. Pausanias (3, 17, 5) habla del santuario de las Musas en la ciudad y explica que los lacedemonios no salfan a la batalla allson de las trompetas, sino con miisica de flauta y bajo los acordes de la lira y la cftara. En Esparta, ya en siglos tempranos causaron impresién grandes misicos y poetas: Terpandro, Tales, Alemén, Tirteo. ‘También en las ciudades griegas del sur de Italia conocemos bastante sobre la veneracién de las Musas, especialmente a través de los pitag6ri- cos. En Tarento habia un Museo junto al gora (Polibio, 8, 26 s.). De Meraponto, nos informa Didgenes Laercio (8, 1, 4), segiin Dicearco, de que Pitigoras habia muerto all, en el santuario de las Musas en donde se habia refugiado (v. Porfirio, Vida ptagérica, 57). En Crotona, tal como nos ttansmite Porfirio (Vida Pitagrica, 4, segtin Timeo), la casa de Pitigoras fue convertida en un templo de Deméter y la calle fue llamada Museo 6 [Santuario de las Musas). El templo de las Musas en Crotona debe haber sido erigido por consejo de Pitigoras para conservar la armonia de la ciu- dad (Jimblico, Vida pitagérica, 50, ¢ igualmente en 264, nos informa so- bre ese santuario y del festival de la Musa). En Turios habia un culto muy antiguo a las Musas sobre cuya institucién nos habla un poema pastoril 4@ Te6crto, 7, 78). En la Turios de igual nombre en Beocia, se en- contré un Museo (Plutarco, Sila, 17; también un templo de Apolo Tarios). Del famoso Museo en Alejandria, lugar donde sabios bibliotecarios y filélogos se reunian para comer, ya se ha hablado en el primer capitulo. Acerea del culto de las Musas en Roma nos informa el capitulo sobre los vinculos de las Musas con otros dioses. ‘Sabemos poco acerca del abandono en tiempos cristianos de los tem- plos consagrados a las Musas. Constantino colocé las estatuas de las Musas del Helicén en la sala senatorial de un palacio en Constantinopla, tal co- mo nos informa Eusebio en la biografia de este emperador (3, 54). El no- ‘ble Temisio en sus discursos pronunciados en el Senado poco después del atio 383 nos habla repetidamente de estas diosas. En su discurso Por la hu- ‘manidad del emperador ‘Teodosio dispone solemnemente su lenguaje (19, 228). Enseguida, como prefecto de la ciudad, en su arrogante discurso contra su adversario llama brevemente la atencién (31, 355¢, 1) a los se- nadores de que la sala del consejo procedia de un templo de las Musas, Heliconiadas en el Bouleuterion [sala de asambleas}; las diosas deben re- cordar a los senadores que ellos, a través de respetables consejos, deben distinguirse no por las riquezas y el poder, sino por la gracia de las Musas, (781 Tv Movodw etpeveiq). En este lugar, concluye, corresponde la pre~ sidencia a Calfope y ~sugiriendo al emperador- al hombre «al que hon- ran las hijas del poderoso Zeus», tal como nos dice el conocido verso de la Teogonia de Hesiodo (81) a propésito del noble rey. Contrariamente, tal ‘como nos recuerda una desagradable observacién de Eusebio (ad loc), Constantino habia colocado abiertamente a las Musas Heliconiadas, co- mo a muchas otras imagenes de dioses, como «una manifestacién de ho~ rom para burlarse de las supersticiones paganas. Al contrario pueden leerse con emocién las palabras de Zésimo sobre el resultado de la caida de estas imigenes en el afio 404. Nos informa (5, 24) sobre el pavoroso incendio que produjo la rebelién de Juan Criséstomo, que alcanz6 a las, construcciones del Senado y a las estatuas de las Musas, «parte también. cllas del despojo de templos acaecido en tiempos de Constantino y de- ppositadas en este lugar fueron arrastradas en la destruccién producida por el incendio, cosa que de alguna manera delata meridianamente la falta de trato con las Musas que habia de invadir a todos (dytougta)» El milagro del canto y del habla 1 El mito de la Musa ha pasado de moda entre nosotros; no obstante re- cuperamos su imagen y volvemos 2 tratarlo, No tiene equivalente en ninguna parte del mundo. Pues cuando en cualquier otra parte hay espiritus femeninos que cantan y la creencia de que los dioses cantan y de que el canto de los cantores humanos es un re- galo del cielo, tal como se remonta hasta los viejos tiempos indoeurope- 6s, vemos que la Musa significa infinitamente mucho més. Ella es el cant- to mismo. En todo lugar donde se canta, el cantor humano, antes de _ elevar su voz, es un oyente; incluso es la diosa misma la que canta en su “vor. Y por ese motivo el canto y la palabra tienen un significado como “na la obra de creacién y el mundo no estaria completo. El mito de la Musa posce también un marwvilloso conocimiento de la esetcia del mundo y al mismo tiempo del significado del canto y del ha- bla, por consiguiente, de ese don que eleva a los hombres sobre todos los (ottos Seres Vivos y Io acerca a lo divino: el lenguaje. Se sabe que incluso \ je precede a la palabra del hombre: esto debe ser escuchado y vivic antes de que la boca lo haga perceptible para el ofdo, y se sabe tam ( que esta voz inspirada, lena de secretos, que precede al habla armoniosa de los hombres, pertenece 2 la misma naturaleza de las cosas como una \ manifestacién divina que se revela con su esencia y con su caricter de ex- te un conocimiento en sentido estricto o sélo una hermosa fan- tasia? gAcaso esta cultura griega, a la que nosotros, en términos generales, [ lamamos todavia «musical» [de misica y de las Musas] y que nos ha pre- ‘no podtia informarnos sobre el es- piritu que reina en el mundo de los sonidos y de las armonias y que ha producido nuestra existencia de figuras brillantes de la misica y de la len- gua? 2 2Qué podemos nosotros responder a la pregunta sobre de dénde pro- ceden la miisica y la lengua y qué significan? Por medio del habla, uno se cree capaz de llegar a ser proporcionalmenite armonioso, pues ella vi- bra para satisficer una comprensible necesidad de comunicacién huma- na. Y sin embargo, qué poco inspirada nos parece la lengua, comparin- dola sobre todo con la de los tiempos antiguos, en los que hablar musicalmente era también cantar hablando! jY qué derroche de palabras y de oraciones, de regls artisticas de la sintaxis para expresar y comuni- car algo que era mucho mis sencillo de realizar, y ademés con mis clari- dad, con un simple gesto! En cambio, el caricter original de la lengua co- ‘mo canto hablado nos lleva necesariaimente hacia la misica, por lo que / no debe sostenerse tan confiadamente que la variedad de sus tonos al- cance fines pricticos. Sélo cuando hayamos comprendido la lengua co- mo miisica, podremos aproximarnos a la pregunta acerca de qué ha sig- icado esta clase especial de miisica La misica, como se sabe, ya existié en el mundo de los animales, y no entre los llamados animales superiores, que slo emiten sonidos ruidosos, "Sino entre ciertos insectos que se mueven suavemente y ante todo entre ppijaros que tremolan con sus alas, de los cuales muchas especies nos han hechizado con su canto. Esta misica sin palabras era también especifica del hombre desde los primeros tiempos. Piénsese en las antiquisimas me- lodias de cantos tiroleses y exteriorizaciones bruscas similares al canto, cemparentadas con ellos, que a pesar de ciertos parecidos de la miisica co- mo tal arte, sin embargo, son diferentes de él esencialmente. jNada seria tan erréneo como el estudio de derivar el canto de sonidos afectivos no /- motivades, tal y como los que producen a los seres vivos el dolor o el pla- cer! Entonces, esos gritos, si fueran proferidos por animales o por hom- bres, no serian precisamente de naturaleza musical. También donde siem- pre brillan s6lo las mas sencillas series de tonos musicales esta el espiritu de la vida en un estado completamente diferente, como si fuera un grito directo. A esta concepcién llegamos cuando nos preguntamos por la sig- nificacién de lo protomusical. en el canto de los animales, en muchos casos se sabe que se basta a si mismo, que no desea servir a ninguna finalidad ni producir nin- gin efecto, Tales cantos se han sefialado acertadamente como «autorre~ presentacioness. Brotan de la inherente necesidad del ser de dar expresién a su esencia. Pero la autorrepresentacién exige una presencia para la cual _/ ‘manifiesta, Esta presencia é el ambiente. Ningin ser existe para si so- Io; todos estin en el mundo y asi decimos: cada uno en su mundo. La ccriatura que canta se representa por lo tanto en su mundo y para sf mis-\, mo. Al representarse asi, se da cuenta del mundo y se alegra, lo llama alegremente hace uso del mismo. Asi se eleva la alondra en la columna de aire que ¢s su mundo hasta una altura vertiginosa y canta sin otra fi nalidad que su canto y su mundo. El lenguaje de su propio ser ¢s al ‘mo tiempo el lenguaje de la realidad césmica. En el canto resuena un co- nocimiento vivo. El hombre que practica misica tiene sin duda un mbito mucho mis amplio y mucho mis rico. Sin embargo, el fenémeno es, en esencia, el mismo fenémeno. También él debe expresarse tonalmente, sin finalidad, ya sea 0 no-escuchado por otros. Empero, su autorrepresentacién y ma- nifestacién del mundo son también aqui una y la misma. Al presentarse a si mismo, la realidad del ser abarcante llega a expresarse en sus tonos. Lo que tiene validez en general para la miisica debe tenerlo también para el lenguaje. Puesto que siempre es una especie de miisica, aun cuan- do también, en comparacién con el canto hablado originario, puede lle- gar a ser muy pobre en cuanto a tonalidad. Por lo tanto, preguntamos: qué hay en esa clase especial de miisica? 3 Cuando contemplamos la naturaleza particular de la mésica-hablada} or lo pronto, desde el lado formal, no fluye como la miisica pura, en li- \5 bre juego de armonia, sino que es demorada por una tendencia a lo es- | titico. De la melodia de la oracién resalta la construccién auténoma de n la palabra, de la que W. von Humboldt dice tan bellamente que es sla per- fecta floracién que surge de ella (de la lengua) como un capullo, La pa- labra es un cuerpo sonoro para si mismo sefalado y estructurado a través de sonidos fricativos, las llamadas consonanites. De ahi tiene su origen la ‘miisica-hablada, sin perjuicio de su permanente melodia, ent cierto mo- do siempre de nuevo, bajo él influjo de un elemento de detencién de la forma tonal de la palabra encerrada en si misma. Sin embargo, la palabra como cuerpo sonoro propio, inmévil y en re- 1poso, manifiesta en si al mismo tiempo todo lo objetivo y todo lo con- creto; ésa es la peculiar objetividad o conceptualidad de la lengua que por su contenido la diferencia de la miisica pura. jNo es que la miisica no fue- 1a objetival Lo es en cierto sentido aun més que la lengua, aun cuando a veces prevalezca en ella lo sentimental; el verdadero miisico sabe que sus ‘estructuras tonales significan el ser del mundo, y los grandes maestros, co- mo Beethoven, la han explicado como mis verdadera que todas las ma~ nifestaciones de los pensadores. Empero, la objetividad especifica de la lengua reside en que en ella aparecen las cosas que existen. La cosa es lo ‘que es, lo que existe. El lenguaje no la encuentra, pues, para darle sola- mente una expresién tal como el hombre superficial piensa. Donde no ~ hay Ienguaje, no hay cosas, ni ningan pensar de ellas. Sélo en el lengua- je, en el pensar hablado estin ellas presentes como cosas. Que las cosas, en tanto que tales, nacen en cierto modo en el lengua- | je se conoce también en el modo como ellas aqui aparecen. Ellas ocurren cn la palabra como esencias miticas, y este caracter mitico, la palabra, a ppesar de toda su transformacién a lo abstracto, nunca puede perderlo completamente. Cuando y donde quiera, la lengua no sirve meramente a una finalidad, sino, por asi decirlo, es ella misma por sf misma, tal co- mo en las palabras del poeta figuran las cosas nuevamente en su vitalidad, su personalidad e incluso su id originales. Hasta en etapas tardias de desarrollo o de decadencia, en muchas lenguas ha quedado conserva~ do que las cosas aparecen en la palabra como actuando o sufriendo, que se mueven de modos variados segiin una ley propia y a la medida del am- biente y situacién en los que se encuentran; también ellas, como verda- deros seres, tienen un género, el mismo género que en el verdadero mi- to 0 culto. Asi, como ¢s sabido, en griego los érboles son femeninos, los réos, masculinos, andlogamente a su condicién religiosa como Ninfas y dioses fluviales. Sin embargo, la lengua va aun mis alli que el mito reco- n nocido y ve también las cosas que nosotros tenemos por inanimadas co- ro estructuras vivientes. En eso, sin embargo, corresponde ella exacta- mente al mito genuino, que para ella también las relaciones ante las co- sas, sus calidades, sus composiciones, sus avatares, sus estados, sus diferencias y otras caracteristicas por el estilo valen como esencia perso- ral y hasta divina. Eso lo conocemos precisamente por las lenguas anti- \ guas. Sin embargo, también en lenguas mis modernas, «amor, libertad», | “fidelidads, etc, pueden presentarse en su. momento como estructuras | personales. Para nuestra logica son esos conceptos abstractos los que es- tin personificados en la lengua. AGn nadie ha podido hacer entendible tun hecho tan absurdo como la asi llamada personificacién. Poco mis 0 ‘menos el poeta «personificar cuando dice: Sosegada ascendié la noche al campo, se apoya ensofiadora en la filda de los montes. (Mérike) (Oh ti, espirtu de la reconciliaci6n, a quien nadie crey6, ahora estés aqui, y forma amiga para mi cobras, oh inmortal, pero bien {que te conorco.. ue mis rodills dobla, yy casi como un ciego tengo yo que preguntarte, mensajero celestial, qué es lo que de mi quieres, de dénde vienes ti, jbienaventurada Paz! Esto s6lo bien me lo sé yo: que de mortal nada tienes. (Holdestin) gEs que él epersonifica» las imaginaciones abstractas de la oscuridad 0 de la paz, 0 ve algo originario tal como la humanidad de los primeros ‘tiempos, atin no preocupada por el pensar racional, vio y vivi6? La len- ‘gua nos ensefia que los conceptos abstractos primero eran formas vivien- tes, que es precisamente lo contrario de lo que cominmente se afirma due ha sucedido: ninguna personificacién, sino una despersonificacién desmitificacioa. Eso, en casos importantes, ¢5 comprobable precisamente 2 en el Ambito de la lingiistica, Para presentar tan s6lo un ejemplo: Victoria imero el nombre de una diosa, la evencedora», y s6lo luego es la P. Kretschmer, Glota, 192: través de la cual se con- ‘a, puesta en duda hasta ahora, de su muy antigua venera- ién Dionisio de Halicarnaso, 1, 32, 5). Por lo cual, lo abstracto, en cual- quier momento, puede despertarse de su vaga esencia a una plena vida individual, lo que en griego, tal como sabe todo el conocer, se realiza a menudo en una y en la misma declaracién, El proceso que transforma la lengua (y eso quiere decir el pensar) desde lo perceptible cada vez mis wultineamente hacia lo utilitario tiene evidentemen- imbién la miisica quiere volver a despertar~ se siempre en ella menudo, quiere legar a ser cantable, asi como también inversamente la miisica pura siempre de nuevo aspira a la pala- bra. El primitivo canto hablado muestra su caricter también en un fené- meno lateral que no se debe olvidar al determinar su esencia. : Las musas no sélo cantan y hablan, sino que también danzan. Cantando caminan, tal como narra Hesiodo, después de haber danzado en circulo en la cima del Helicén, desde la cumbre hasta el valle, y de ahi, al monte Olimpo. También en el mundo de los hombres el movimiento ritmico del cuerpo pertenece desde el comienzo al canto hablado. Sin ‘embargo, la lengua es en todo s6lo humana o divina, la danza tiene, al \_ igual que la misica, sus precursores conocidos ya en el mundo de los ani- males. El comportamiento danzante de ciertas especies de animales esti vin- culado en parte con evidentes intenciones de provocar atencién 0 cari fio. Eso mismo es vilido también para ciertas danzas primitivas de los hombres que en parte hoy se practican. Pero con eso no se explican las variadas formas atistcas de tales danzas, y con referencia a efectos migi- cos, s6lo se enmascara el problema de su esencia. Con asombro vemos 4que existen danzas en el reino animal que no tienen nada que ver con fi- nes de tal naturaleza, sino que claramente tienen sentido en si mismas. En ha danza el cuerpo es completamente él mismo, y no se dirige con sus posturas y movimientos a ningiin efecto externo, sino solo a sf mis- mo. El ritmo que lo ha poseido lo desenlaza de las ataduras con las cua les las cosss lo enredan y cargan, lo libera y lo devuelve completamente \ asi mismo. Entonces, todo se vuelve liviano. Los movimientos etéreos “ para lo cual han sido creados~ pueden gozar sin limites de la perfeccién y la belleza. La vida nacida libre resplandece en el brillo de su origen. Asi spuede decirse que lo viviente revela en la danza la forma pura de su ser [Yen ello experimenta la delicia mis gozosa. Pero al ser, el bailarin, tan mismo, sucede el milagro de todo ser auténtico en si mismo: al mismo \& 1p0, ya no es él mismo. Ha sido elevado en un encuentro mis alto con \ el ser de las cosas, que ahora eleva su vor encantadora. La tierra que to- ‘2 st pie ya no es un simple suelo; a través de ella su antiquisima divini- “dad eterna se filtra y Santifica sus pasos. La Cabeza esti suspendida, em- | ~briagada en Ia luz, hacia la cual remolinean los brazos. O bien las manos oman las de los bailarines que lo acompafian para conducir el alegre co- / rro hacia el milagro del mundo. ~~ Eso es la danza en su elevado impulso hasta lo extitico, donde se apa-\ gan ha palabra y con ella el pensamiento objetivo. Aqui, como en la mi- sica pura, se abre el ser del mundo, pero nada que sea contrario. Sin em- bbargo, cuando la danza mis tranquila acompaia al canto hablado originarid eatonces salen a la luz seres y cosas existentes, se iluminan las formas divinas y todo lo real se encuentra en el esplendor del mito. Ese s6lo pueden aparecer y mostrarse. Y surgen con el canto hablado, el cual ha nacido, no de una-voluntad arbitraria, si cin y de la recepcién. Danza y misica, pert 20 a la lengua, permiten conocer dlarament. todo hablar originario. Es la autorrepresent de su mundo y el legar a manifestarse de ese mundo en Uno. a Las teorias del lenguaje que actualmente estin de moda parten de la ‘opinién preconcebida de que su uso social y comercial, su aplicaci6n pa~ 1a tener comunicaciones, para instruir, para ordenar, etc., seria determi- nante para la pregunta sobre su origen y su esencia. Al hecho de que)\, aparte de eso, haya en todos los tiempos otras clases de manifestaciones \\ lingiisticas que no intentan nada semejante y que son precisamente en las gue la lengua prueba su fuerza mis genuiria apenas se le prestaatencién, B \ ‘Tampoco se suele considerar que la lengua se presenta con un derroche admirable de palabras y frases, y que limita su riqueza de formas poco a poco sélo después, mientras que tendriamos que esperar lo contrario, si _ss que de antemano la lengua no estuviera destinada a un uso prictico. _Segiin la famosa obra de Herder (Acerca del origen del lenguaje, 1770) sin mencionar los conceptos de épocas anteriores-, uno se esfuerza por vvincular la aparicién de la lengua con las necesidades y capacidades sim- plisimas de la humanidad mis remota. Se trata de colocarse en la situa- ci6n del hombre, aun antes de que pudiera hablar, y se cree que se pue- de demostrar e6mo esa carencia de lenguaje, debido a ciertas situaciones ¥ acontecimientos, pudo o debié llegar a hablar enteramente en forma hatural. Eso significa Ginicamente que se cree poder demostrar cémo el hombre todavia no pensante llegé a pensar, o, dicho mis claramente, cé- mo el hombre llegé a ser desde una existencia prehumana a la humana. Pues pensar y hablar no pueden separarse uno del oto, sobre lo cual ha- bria que decir todavia algunas cosas, y especialmente con la lengua figu- ra el hombre como hombre en el mundo. @Pero qué clase de necesidades de comunicacién habrin sido, pucs, las {que primero han abierto la boca al hombre primitivo de modo que atti- culara con impetu algo diferente de gritos animales? Las oraciones su- puestamente sencillas, tal como se nos ofrecen como ejemplos para las ar- ticulaciones originarias, tienen un parecido sospechoso con has oraciones modelo de las gramiticas y textos de ensefianza de la lengua, y al some- terlas a un examen detallado no resultan nada sencilla sino que ya pre suponen la Jengua completa, Estin artisticamente formadas de manera tal ‘que parecen no exigir pricticamente nada de intelecto (lo que es un gran error). Sin embargo, para establecer comunicaciones tan primitivas, no hacia falta, pues, ninguna lengua. Para eso, en la vida més sencilla habia amplia y suficientes posibilidades por medio de gestos y exclamaciones, n las fieras se entienden entre si de manera excelente, También hoy vemos a hombres en su trabajo 0 en las necesi- dades de la vida prictica que apenas hacen uso del lenguaje. Esto debe, ‘entonces, evocar la impresién de que la lengua puede haber sido creada, no para el servicio de lo cotidiano, sino que slo después de que ella ha- bia sido perfeccionada en el sentido mis elevado, también pas6 al uso prictico. Asi ha pensado el agudo Hamann en contraposicién a Herder cuando escribié en su Aesthetica in nuce: «La poesia es la lengua materna 16 del género humano; tal como la horticultura es mis antigua que la tierra arada; la pintura, mis antigua que la escritura; el canto, més antiguo que Ja declamacién; las comparaciones, mas antiguas que las conclusiones; el trueque, més antiguo que el comercio...». Y después, al hablar de «nues- tros antepasadoss: esiete dias estaban sentados en el silencio de la contem- placién o del asombro; y abrieron su boca para emitir aforismos alados ‘Cuando las palabras original y esencialmente sirven a la necesidad de comunicarse, habrin de ser, pues, signos para cosas y para opiniones y de- seos que se relacionan con las cosas. Esa también es, en general, la con- viccién de los teéricos del lenguaje hasta el dia de hoy. Ya medio siglo antes de Herder, Swift, en una de ls sitras mas alegres de su Gulliver, ha- ba puesto la ensefianza de la lengua en boca de los profesores de lengua del pueblo de Laputa, quienes recomendaban a la gente, para descansar sus pulmones, que en lugar de hablar siempre llevara consigo todas aque- Ilas cosas de las que querian hablar y que las presentaran exclusivamente para cada caso, «porque las palabras son sélo signos de las cosas». se concepto esti basado en la ingenua creencia de que las cosas exis- tan en si'y que la Jengua no tenga que hacer nada mis que darles nom- bre para que puedan ser retenidas en la memoria y puedan ser comuni- cadas a otros. En realidad, sin embargo, las cosas no existen como tales solamente en el pensar hablado. La lengua no las designa, sino que apa- recen en ella. De abi, como se sabe, el que escucha no percibe en la len- ‘gua ningéin signo que apunte a la cosa, sino las cosas mismas, porque la Tengua es la manera y el modo en que se representa como cosa. Sélo asi se explica el hecho muy citado de que se les podia atribuir a las palabras tuna fuerza magica y, aun inconscientemente, todavia hoy se les atribuye. Para eso no se necesita ninguna ldgica especial, tal como se ha pensado a partir de un extrafio malentendido. Sélo porque la creacién de la palabra misma es una manera de conjurar, en la que lo que existe se revela como tal, en todos los tiempos, el hombre tiene el sentimiento vago de tocar con la palabra la existencia misma, ‘Lo mismo vale naturalmente también para la magia de las imigenes, para cuya comprensién se crey6 que se debia inventar una légica o pre- lgica propia de equiparacién de imagen y objeto. Del mismo modo en que las palabras no son signos para las cosas, tampoco es la imagen una mera sefializacién hacia el llamado objeto o una altamente superflua re- peticién de la misma, \ \ La imagen es una creacién en la cual se manifiesta el ser del objeto, asi que € mismo aparece en forma concreta. El sentimiento especifico, a veces inguietante, que se hace presente en la imagen de la esencia misma se aproxima mis a la verdad que el modo de pensar de los que se rien de és [No se necesita ninguna hipétesis artificial para hacer comprensible la fe en la magia de la imagen, que en verdad no esti atada a ningin tipo de cultura o formacién. La creacién de la imagen es, como tal, ya un mi- Jagro, una especie de encantamiento. Ya que todo el crear pict6rico esti \, acompafado, como también el hablar primitivo, de un sentimiento de ceuforia peculiar. Como el auténtico artista, asi se sienten impulsados los nifios pequefios, al poco tiempo de haber aprendido la lengua, irresisti- lemente a dibujar y pintar, y ese entusiasmo se produce también en ten- tativas mas modestas. El artista, como el nifio, crea sin ningin otro fin aque el de la creacién. Su hacer recrea las cosas en su verdadero sentido. De ahi la alegrfa en la concepcién y en la ejecucién, el placer apasiona~ do del nfo y el entusiasmo del artista, que cuanto més grande sea tanto mis debe confesar que su creacién es, en el fondo, una revelacién. El ar- te pict6rico y la lengua bien entendida se iluminan mutuamepte. Asi co- mo el artista no persigue ningiin fin con su creacién, eso vale también para el poeta, es decir, para el que originariamente habla, que habla por hablar. ‘Ala fiuncién comunicativa de la lengua puede darse tanta importan- cia como se quiera; de significacién mucho mayor debe ser para nosotros, cl que es en ella donde se realiza el proceso del conocimiento, es decir, que las formas del ser legan a estar presentes como tales. Lo que deno- ‘minamos «imagenes» y «pensamiento» eso es precisamente el acontecer de la lengua misma. Eso de reducirla a imagenes y a pensamientos, a los {que supuestamente brinda expresién con el fin de la comunicacién, no quiere decir otra cosa que explicar la lengua desde la lengua misma, a lo ‘cual ciertamente apunta una gran parte de las teoriaslingiisticas. El hom- bre no habla porque piensa, sino que piensa al hablar. Y no se expresa en palabras, sino en la totalidad, ya con forma del ‘enuinciado, que se llama «frases. Era un error fatal de la teoria del lenguaje cde Herder y de sus seguidores partir de palabras, como si ella al principio hnubiera existido sola y luego se hubiera construido la oracién a partir de esta palabra originalmente independiente. Las palabras surgen de la tota- " lidad de la oracién, no la de las palabras, asi como el organismo producto de sus miembros individuales. ‘melédica concreta. Sélo dentro y con ella existen como érganos las for- maciones, las que actian como nombres, como verbos, etcétera. Son 6r- {ganos como los miembros del cuerpo viviente, los que tienen su forma propia, pero lo que son, sélo pueden serlo dentro del todo. Eso no pu de decirse mejor que con las palabras de W. von Humboldt (Sobre la versidad de la estructura del lenquaje y su influencia sobre el desarolo spi de la humanidad, p. 74): Es imposible imaginarse el nacimiento de la lengua como empezando a par- tir de la designacin de los objetos por medio de las palabras y de alli pasando al enlace de las mismas. En realidad, el habla no se compone de las palabras ante- riores a ell, sino que, inversamente, ls palabras proceden de la totaidad del ha- bia. Ellas, sin embargo, ya se perciben sin que haya reflexi6n real, incluso en las, Jenguas mis tosis y deaticuladss, ya que la construccin de palabras es una ne- cesidad esencial del habla. Elalcance de la palabra es el limite hasta donde una lengua es autocreativa. La palabra simple es la perfectafloraci6n que surge de ella (Ge la lengua) como un capo. 5 ‘Con audacia puede sostenerse —tan paradéjico como pueda sonar~ que en todos los tiempos lo menos que se habla sirve -o simplemente puede servi a la comunicacién. La comunicacién en si se limita en ge- neral a desear y a exigir, aalabar y a criticar, es deci, a lo que se siente y alo que se quiere, lo que expresa también el lenguaje por medio de ges- tos y exclamaciones no articuladas y lo que en si ciertamente nunca ha- brfa hecho nacer una lengua en el verdadero sentido. Cuando, al contra- rio, dos o mis personas conversan acerca de cualquier cosa, es ficil observar que el uno se dirige al otro, no tanto para ser entendido y para, de su parte, nuevamente ser instruido, sino para tener oportunidad de ha- blar especificamente ~aunque aqui sea lo mis evidente-, y también para conversaciones més espirituales. Desde el punto de vista de la sociedad, es una falta de educacién y se la critica con razén. Sift embargo, nos se- n fiala una funcién de la lengua que, sin duda, es mis original y esencial que la necesidad comunicativa. Ya en el caso de los nilios observamos lo mismo. Normalmente hablan sin prestarse atencién el uno al otto, sin re- parar en eso de si se les entiende o siquiera si tan sélo se les escucha. Hablan por hablar, por meras ganas de hablar. Hay una magia en el habla como tal. Se quiere hablar porque el ha- blar mismo tiene valor propio. Solamente al hablar las cosas Megan a ser reales y vivas. Y por es0 eleva al que habla, lo libera del conflicto de lo no aclarado y lo hace sentirse bien. De eso los que mis saben son los poe- tas, los que hablan en sentido perfecto. Se conoce el testimonio de Goethe de que al expresarse verbalmente se liberaba de todo aquello que le desazonaba. Lo vivido perdia su intranquilidad, su pesadez abrumado- ra, De cierta manera lleg6 a su fin al llegar a expresarse verbalmente, Sin embargo, también muchas expresiones més modestas que las. del poeta alivian el dnimo y quitan lo que ataca al hombre, su aguijén peligroso, tal como se dice de los espiritus demonfacos que tan pronto como se los puede llamar por su nombre pierden su poder. Y eso es mas que una me- za comparacién, ya que en la lengua las cosas llegan a manifestarse y la in quietud es neutralizada por su presencia como tal. Por cierto, no ha de negarse que también el sentimiento de participa~ cién del oyente, a quien se confia el corazén demasiado pleno, puede producir alivio, Sin embargo el mondlogo, que por otra parte antaiio de- be haber sido mucho mis frecuente, también hoy puede ser observado con bastante asiduidad, y prueba que el expresarse no necesita necesaria- mente la preseiicia de un oyente, sino que se es suficiente a si mismo en ocasiones alegres y trstes. «Yo expresé como por instinto, en alta voz, an- te mi, que la teoria de Newton era falae, narra Goethe en su informe so- ‘bre una observacién éptica decisiva Pero tampoco la conversacién genuina es ninguna comunicacién, tal como se suele pensar, sino una especie de monélogo a dos. La conversa cin genuina es a lo sumo posible entre dos, o cuanto mis tres “como en Ja tragedia griega, pues nunca fue representada con un njimero mayor de tres actores-; entre dos de los que Emerson dice tan bellamente que du- rante su hablar, encima de sus cabezas, un Jipiter aprueba al otro con la cabeza. Aguf el hablante comunica al otto no algo acabado, sino que ha bbla en cierto modo para si, aclarindose a si mismo al hablar y lo que él hha pronunciado de este modo se contintia de igual modo en el monélo- g0 del otro. Sobre tales cosas debiera uno reflexionar en vez de apartarse con unos medios informativos tan pobres como la necesidad de comuni- cacién sobre lo mas profundo. 6 El canto y el habla deben pues tener su raz6n en la necesidad de un centendimiento de indole superior; de un entendimiento no con los se- ‘mejantes, sino con el ser de las cosas mismas, el cual quiere hacerse pa-\/ tente en el canto y en el habla del hombre. Dado que esta manifestacion / se produce en tonos, lo musical tiene que co-pertenecer al ser de las co- sas, una voz sobrenatural perceptible sélo al ofdo interior, que impulsa irresistiblemente al sensible a ella, a oir como canto-hablado, Eso corres- ponde exactamente al mito griego de la Musa y a la relacién del cantor ‘gtiego con su diosa, tal como ha sido expuesto en lo que antecede. ‘Que las secuencias de tonos y armonias musicales son la vor innata de la esencia del mundo lo ha experimentado Goethe y lo ha expresado con palabras inolvidables cuando informé a su amigo Zelter (21 de junio de 1827) al escuchar obras de organo de Bach que Schiitz habia ejecutado en» ‘Berka: «Alli, en un sosiego pleno y sin distraccién exterior me habia na- ido por primera ver una nocién de vuestro gran maestro. Yo me lo ex- presé para mi como si la armonia eterna se entretuviera consigo misma, tal como probablemente pudiera haber acontecido en el seno de Dios an- te a creacién del mundo. De ese modo se movia también mi interior y_/ era para mi como si yo ni poseyese ni necesitase, ya sea ofdos, menos to- / davia vista, ni ningén otro sentido». ‘Al significado de la miisica para todo lo que significa crear, es decir, para el encuentro fecundo con la verdad del ser, también Goethe fue lle vado a través de su propia experiencia artistica. El, nacido para ver, es- cribe una vez a Zelter (6 de septiembre de 1827): «Tengo la intuicion de {que el sentido para la miisica deberia acompafar a todos y a cada uno de los sentidos artisticos; yo quise sostener mi afirmacién a través de la teo- ta y de la prictica», La excelente revelacién en que parecen estar los tonos musicales con lh estructura elemental del mundo tal como ¢s conocido ha sido ex- puesta por Schopenhauer en su obra principal; Richard Wagner ha in- / / at w ¥ + we \ «| _/ doa traspasar ese contacto con la tentado continuar los pensamientos schopenhauerianos en su Homenaje 4 Beethoven (1870) 2No se explicaria precisamente en eso la razén para el hecho de que toda accién significativa en el reino de lo natural desde siempre ha con- vocado necesariamente al canto? Eso podria sefialarse en muchos ejem- plos. En vez de en cualquier otra cosa, piénsese solamente en los cantos ‘que acompafian al trabajo, los que en todos los tiempos han trocado la fa tiga de la ocupacién en un placer, pero que no facron expresamente crea- dos para ese fin, sino que se han presentado por si mismos en contacto con las fuerzas de la naturaleza. Pero, desde que el hombre ha comenza- ralea a las mig a progresivamente en todas las situaciones imaginables— la maquina entre @1y la naturaleza, la miisica est enmudeciendo. Las canciones populares, como hemos dicho, son s6lo un ejemplo pa- ra muchos, En todo lugar donde el hombre sea conmovido con fuerza Jemental por la realidad viviente, surge el canto hablado o la cancién, a ‘menos que no permanezca atrapado en una inquietud inmediata que s6- lo pueda callarse o gritarse, sino que pertenece entre los susceptibles, en tun sentido més elevado, a los cuales el ser de las cosas se hace patente co- ‘mo tal, ya los toque con goce 0 con pena. Eso lo vemos en los poetas y ‘isicos; son para nosotros en general los representantes del lenguaje ori- \ ginal. - 7 Tal como el hombre es clevado mis alli de si mismo por medio de la danza primitiva, y por la mésica pura y la existencia del mundo alrede- dor de él eleva su voz, asi él se halla con el canto hablado en la embele- sadora regién de lo configurado, del mirar y del saber, lo cual ocurre en tonos y es un escuchar. De ese modo nos reencontramos, pues, con la experiencia propia, con el primigenio pensamiento_griego de la Musa, Ia que manifiesta y hace pleno el ser de las cosas en tonos, y del elegido, que es un escuchante del tonar (sonar) divino y tiene que seguirlo en el canto con su voz humana, ‘También nuestros poetas testimonian a menudo expresamente que sus palabras no nacen de ellos mismos; que es como si un ser mas elevado ha- 2 blara a través de ellos o les inspirara las palabras, 0 que un tonar musical los invadiera de una manera inexplicable y los impulsara a la ere postica, pues son oyentes antes de que ellos mismos empiecen a hablar. Cuando Goethe hace que Prometeo diga a Minerva: Y una divinidad hablo cuando yo anhelaba hablar, del mismo modo confiesa Dante sobre sf mismo en el Purgatorio (52): ’ mi son un che quando ‘Amor mi spira, noto, ¢ quel modo Ch’e’ ditta dentro vo significando [Yo soy uno que, cuando Amor me inspira, escribo, y el acento que dicta den- tro voy significando (trad. A. Crespo). La famosa cancién de Dante que comienza con las palabras: ‘Amor che ne la mente mi ragiona [Dios Amor que en la mente me razona], se queja acerca de la imperfeccién de I parlar nostro, che non ha valore Di ritrar eutto cid che dice Amore [y nuestro hablar que poder no tiene para expres todo lo que amor dice} Esto y cosas semejantes podrian explicarse como imagenes poéticas, sin embargo apuntan a un fenémeno primigenio que no podriamos des- conocer. Otras confesiones hablan de inspiraciones musicales como he- chos sobrenaturales. Acerca de la elaboracién previa sobre la estructura de Wallenstein, Schiller escribe a Goethe (18 de marzo de 1796): «Quisiera saber cmo ha procedido usted en tales casos. En mii caso, la sensacién al principio es sin ‘objeto determinado y claro, éte se forma mis adelante. Cierta disposicién animico-musical precede, y a ésta sigue en mi la idea poéticar. De manera ‘completamente semejante a Schiller se ha expresado Paul Valéry acerca de la ereacién de su Cimetire marin. En el Mercure de France (niimero de abril de 1953, p. 591), Austin cita las Entretiens avec P. Valéry» de Lefevre: est né, comme la plupart de mes potmes, de la présence inattendue en mon esprit d'un certain rythme. Je me suis étonné, un matin, de trouver dans \\ ma téte des vers décasylabiques [Como la mayoria de mis poemas, ha nacido de la presencia inesperada de cierto ritmo en mi espiritu. Una maflana, me ha sorprendido encontrar en mi ‘cabeza versos decaslabos}. Y el mismo Valéry dice (Variété, 3, p. 63) que ese poema no habria na- ido de su sintention de dire» fintencién de decir], sino ede faire» (de ha- cer], Quant'au Cimetidre marin, cette intention ne fat @abord qu'une figure ryth- ‘mique vide, ou remplie de syllabes vaines, qui me vint obséder quelque temps [En lo que ataiie al Comenterio marine esta intencién, que me obsesion6 du- rante cierto tiempo, inicialmente no fue mis que una figura ritmica vacia,o le~ nna de silabas vanas}. Que al poeta le «surge una melodia» -como Zelter supo y su amigo Goethe le confirmé— muestra parentesco con el espfritu del canto-habla- do originario. Esta melodia -0 como dice Valery, este ritmo-, sin la cual no habria lengua, es el antiguo tono, el cual -segtin palabras de Valéry— asalta de improviso al poeta y no lo suelta hasta que él no lo ha reducido a palabras conformadas para el ofdo. ¥ lo que asi nace prueba a través de su convincente verdad y de su operante productividad que cada miisica igenia, a la que el ser debe agradecer, ha hablado desde la propia ar- , en uno de sus Himnos, de las manifestaciones de las efuerzas de los diosesw Les pregunta? En la cancién sopla su espiritu, y ha cilia tierra ymentas que van por el aire y otras que, mis preparadas en las honduras del tiempo, yy mis henchidas de numen, y mis significativas para nosotros, rmarchan entre cielo y tierra y por entre los pueblos. canci6n sliberay los elementos de la Naturaleza, no el alma 0 el de los hombres. a menudo larga clarificacién y videncia, que podriamos atribuir to a muchos poetas y especialmente a Hélderlin, se comprende ‘cuando se reconoce al poeta como oyente. Escucha desde un susurro que Siempre lo llama, que él experimenta como si su palabra consonara per- fecta con él. ¥ lo que se ha conformado de ese modo, no es un habla ex- tinguida, sino el sagrado anuncio tonal, a partir del cual creemos percibir inmediata la voz del mundo y de lo divino en la que ella vive. «Ciegas estin las almas de los hombres, dice Pindaro (Peén, 7b, 13 .),\— «cuando exploran el camino del arte con sabidurfa de mortales sin las Musass. Pero si uno, continuando el sentido del poeta griego, se deja conducir por las Musas, es decir, por la voz que sale sonando de la esen- cia misma de las cosas, entonces las palabras son inspiradas no solamente por lo vivido y por lo experimentado, sino lo mismo que lo cantado por la Musa: la manifestacién del mundo y de lo divino. El, como dice Pindaro, ha subido al carro de la Musa y puede Hlamarla su madre, y a si mismo, su compafiero, acélito o profeta. Porque lo que él dice no es una mera tentativa de expresar en palabras algo que lo ha conmovido. Es la llamada espectral desde lo mis profundo del mismo ser: el fenémeno ori- ginario de la estructura tonal de la verdad que en su lengua ha llegado a ser habla perceptible. Lo que en todos los tiempos vale del gran poeta, en quien la lengua nace siempre de nuevo, tiene que valer también respecto del primitivo. ~ canto-hablado. Su significado y ambicién no eran servir a los requeri- ‘mientos cotidianos por medio de comunicaciones stiles. Este usufructo, ry ’ oe ha sobrepasado paulatinamente y ha perdido en ello cada vez mis la mesura del canto. Pero ha entrado en el mundo con la misién de anunciar y alabar el milagro del ser. Y aungue slo hubiera si- do capaz de hacer es0, porque a él la protomelodia de una tal anuncia- \._ cin y elogio la voz de la Musa despertaba y lo lamaba, aun asi tenemos \ la prueba de la verdad del mito griego. Bibliografia espafiola de autores clisicos citados Alemin, v. Lirica griega. Antologia Palatina, 1: Epigramas helenisticos, trad. de M. Ferniindez~ Galiano; I: La guimalda de Filipo, trad. de G. Galin Vioque, Gredos, Madrid 1978-2004. Antonino Liberal, v. Hericlito Apolodoro, Biblioteca, trad. de M. Rodriguez de Sepilveda, Gredos, Madrid 1985. Apolonio de Rodas, Argonduticas, trad. de M. Valverde Sinchez, Gredos, Madrid 1996. Aristides, v. Elio Aristides. 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