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rporn La ideologia del poder y el poder de la ideologia INDICE Introduccién: demarcaciones y desviaciones ... ... ... .. 1 j. IpzoLocfa ¥ PopER PoLfrico . LA FORMACIGN IDEOLOGICA DE LOS SUJETOS HUMANOS ... ... ... 1. La dialéctica general de la ideologfa, 13.—II. Subjetivided y pepe: breve digresiGn sobre le teorfa de Jos papeles, 17.—III. El uni- ‘verso ideolégico: las dimensiones de la subjetividad humana, 19.— IV. Ego-ideologias y alter-ideologias, 24. EL MATERIALISMO HISTORICO DE LAS MEOLOGEAS . L Te EIST de, ot sistemas ideolGgicos, 27,—II. 1. La generacién de las ideologfas y el cambio material, 34. . La CONSTITUCIN IDEOLOGICA DE LAS CLASES .. I. Ego-ideologies de eds, 45.—IL. Alterideologis de ‘lase, 5 50 TIL, Ideologias de clase ¢ ideologias no de clase, 55.—IV. Elabora ciones y permuteciones de Jas idcologfas de clase, 60. EL ORDEN SOCIAL DE LAS IDEOLOGSAS .. I, El proceso social de In ideolog{s, 63—II. “La organizacion socal del discurso ideolégico, 66—III, Aparatos ideolégicos, 69. I. Formas de dominacién ideoldgice, “AI, “Legitimidad, conseaso y conciencia de clase: arcafsmos y problemas de la teorfa polf- tica, 80. CAMBIO SOCIAL ¥ PODER DE LA IDEOLOG{A .. I. Procesos de movilizacién ideolégica, 92.—IT. " sujros poltios y desviacién ideolégica, 99. 13 42 63 4 vit Géran Therborn dadas de forma explicita, y no (como han tendido a Kacer los matxis- tas contempordneos) soslayadas con un silencio vergonzante, o sim- plemente repetidas, interpretadas y reinterpretadas en una serie in- terminable de exégesis marxoldégicas. Lo que aquf se pretende es una nueva formulacién de una teorfa de la determinacién material y de las ideologias de clase. Creo, por tiltimo, que el tratamiento habitual de la ideologia en Ja teorfa y el andlisis politicos es insatisfactorio, Por ello examinaré concepciones tales como la dicotomia fuerza/consentimiento, la legi- timidad, el consenso y la conciencia de clase revolucionaria, en cuan- to condiciones previas y factores esenciales del cambio revolucionario, sometiéndolas a un andlisis critico en el contexto de las principales tesis aqu{ expuestas. Estas preocupaciones criticas, por supuesto, no son exclusivas de este ensayo, que patte de otras contribuciones previas que abrieron nuevos caminos. Espero —ésa es mi intencién— que conecte con las investigaciones, reflexiones y debates actuales, algunos de los cuales son divergentes, otros paralelos, y otros convergentes. Antes de someter el texto al juicio del lector, un autor debe dar las gracias a todos los que le han ayudado, En este caso son muchos y mi deuda de gratitud es muy grande. He sacado un enorme pro- vecho del gran ndmero de criticas detalladas y constructivas realiza- das por Perry Anderson, Francis Mulhern, Gunnar Olofsson y Erik Olin Wright. También he recibido valiosos comentarios de Anthony Barnett, Robin Blackburn y Terry Freiberg, de los miembros de mi seminario sobre ideologfa en la Escuela de Verano de la Universidad de Boston (1978), y de los participantes en el interesantisimo taller sobre «La autoridad en las sociedades industriales», organizado en Bruselas por el European Consortium for Political Research y la Ca- nadian Political Science Association en abril de 1979. Kjel Tornblom me ha prestado una valiosa ayuda bibliogréfica. Patrick Camiller se ha esmerado por hacer mi inglés imprimible. Muchas gracias a todos. GORAN THERBORN Goteburgo, abril de 1980, INTRODUCCION: DEMARCACIONES Y DESVIACIONES La principal preocupacién de este ensayo es la funcién de la ideo- logfa en la organizacién, el mantenimiento y la transformacién del poder en la sociedad. Desde el punto de vista de un andlisis de clase de la dominacién social, esto comprende cuestiones relacionadas con el papel desempefiado por Ia ideologfa en la dominacién y la lucha de clase. Mis objetivos son basicamente de tipo tedrico: desarrollar una serie de conceptos analiticos y de proposiciones explicativas acer- ca de la funcién de la ideologia en las relaciones de poder y el cambio social. De alguna manera, lo que aqu{ se presenta es una conti- nuacién de What does the ruling class do when it rules?', obra que también se ocupaba de la organizacién, la reproduccién y la trans- formacién del poder, pero cuyo centro de atencién era el Estado. Estas preocupaciones ¢ intenciones delimitan por sf mismas en alguna medida mi consideracién del tema casi inagotable de la «ideo- logfa». Mas todavia son muchos los accesos posibles a dicho campo y los recorridos que pueden hacerse a través de él. Con el fin de ofrecer al lector la oportunidad de evaluar el aquf elegido, se preci- san al principio una serie de razonamientos de base. Se necesitan, sobre todo, algunas definiciones rudimentatias pero justificadas de los temas a tratar; ademés, el presente texto deber4 ser situado de forma explicita en la conjuncién entre teorfa e investigacién en relacién con cuyos problemas y cuestiones ha sido escrito. El término «ideologia» seré utilizado en un sentido muy amplio, No supondré de antemano un contenido particular (falsedad, conoci- miento erréneo, cardcter imaginario por contraposicién al real), ni asumiré necesatiamente un grado de elaboracién y coherencia. Més bien, haré referencia a ese aspecto de la condicién humana bajo el 1 What does the ruling class do when it rules?, Londres, 1978 (¢Cémo do- wine la clase dominante?, Madrid, Siglo XXI, 1979]. \ 2 Géran Therborn cual los seres humanos viven sus vidas como actores conscientes en un mundo que cada uno de ellos comprende en diverso grado. La ideologfa es el medio a través del cual operan esta conciencia y esta significatividad. La conciencia de cada nuevo ser humano se forma a través de procesos psicodindmicos en su mayor parte inconscientes, y funciona mediante un orden simbélico de cddigos de lenguaje, La ideologfa, en cambio, no es reducible a una u otra cosa, Ast, la concepcién de ideologia aqui empleada incluye delibera- damente tanto las nociones y la «experiencia» cotidianas como las elaboradas doctrinas intelectuales, tanto la «conciencia» de los actores sociales como los sistemas de pensamiento y los discursos institu- cionalizados de una sociedad dada. Pero estudiar todo esto como ideo- como cuerpos de pensamiento o estructuras de discurso per se, sino como manifestaciones del particular ser-en-el-mundo de unos ac- tores conscientes, de unos sujetos humanos, En otras palabras, con- cebir un texto de unas palabras como ideologia equivale a considerar Ja manera en que interviene en Ja formacién y transformacién de la subjetividad humana. ‘Desde esta perspectiva puede trazarse una distincidn entre ideo- Jogia, por un lado, y ciencia, arte, filosoffa y derecho, por otro. Esta distincién esté relacionada primordialmente con las diferentes dimen- siones del andlisis, y sdlo de forma secundaria con su contenido in- trfnseco. No toda ideologfa es o puede funcionar como ciencia, arte, filosoffa o derecho; pero estos Ultimos surgen de configuraciones ideo- A6eicas af podsian funcionat come ideologies Al igual que el resto de les actividades humanas, las prdcticas cientfficas, estéticas, filosé- ficas y legales estén siempre rodeadas de ideologia; pero su surgi- miento como précticas especificas, institucionalizadas en una divisién histética del trabajo, conlleva también una «ruptura» con las ideolo- En el caso de la ciencia, esta ruptura significé el descubtimiento y la produccién de unos modelos de determinacién y la investigacién sistemética de su funcionamiento”, Sin embargo, el hecho de que la ciencia se constituya como un discurso particular no quiere decir que 2 Véase mi Science, class and society, Londres, 1976, pp. 66 ss. [Ciencia, clase sociedad, Madrid, Siglo XXI, 1980, pp. 62 ss.]. Demarcaciones y desviaciones 3 su préctica permanezca o vaya a permanecer inmune a Ia subjetivi- dad de quienes la practican, ni que sea incapaz de afectar a la sub- jetividad de los miembros de la sociedad, esto es, de funcionar como ideologfa. Las obras de Adam Smith, Marx y Darwin, por ejemplo, son obras cientificas y pueden ser estudiadss, das, atacadas o defendidas en cuanto tales. Pero también han funcio- evaluadas, desarrolladas o criticadas en este sentido, en términos de su difusién, eficacia e implicaciones. Este ensayo no es una tentativa de exdgesis marxolégica, pero, ideologia o de lo ideolégico. Una de ellas es bésicamente la misma que la adoptada aqui. En ella se considera la ideologfa como el medio a través del cual los hombres hacen su historia en cuanto actores conscientes, En este sentido la ideologia se refiere a las «formas en las que los hombres se hacen conscientes de este conflicto [entre las fuerzas y las relaciones de produccién] y luchan por resolverlo». Dentro de esta perspectiva hay dos temas bésicos. Uno se refiere a cémo pueden explicarse determinadas ideologies, y abarca todos los problemas de la determinacién material. El otto tiene que ver con Ja lucha entre les diferentes ideologias de clase y su relacién con las ideologias no de clase. El primero de ellos es tratado por Marx y Engels en breves enunciados teéricos, mientras que el segundo lo es sobre todo en cartas de contenido polftico dirigidas al movimiento obrero*. Esta linea y estos temas han sido los que he seguido en el presente ensayo. Dicha consideracién de la ideologfa, sin embargo, aparece vincu- lada en Ja obra de Marx y Engels a otra que la domina. En este otro 2 Un enunciado seético clave es cl del prefacio de Marx « su Contribucién @ Ia critica de la economia politica; otro es el pasaje de El dieciocho de Bruma- tio citado més adelante (nota 5). De entre las cartas de Marx y Engels que tiembre de 1879, en Marx y phe Selected S nacponiense Meas , 1965, pp. 321-27, especialmente 326-27 [Marx y Engels, Obras escogidas, 2 vols., 1, Madrid, Akal, 1975, pp. 510-17]. 4 Géran Therborn sentido «ideologia» se refiere a un acercamiento y a un conocimiento falsos ¢ idealistas de la conciencia y de Jas motivaciones de Ja accién humana. «La ideologfa es un proceso que se opera por el llamado pensador conscientemente, en efecto, pero con una consciencia falsa. Las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven permanecen igno- radas para él; de otro modo, no serfa tal proceso ideolégico [...] Trabaja exclusivamente con material discursive, que acepta sin mi- rarlo, como creacién del pensamiento, sin someterlo a otro proceso de investigacién, sin buscar otra fuente més alejada e independiente del pensamiento» *. Aqui la oposicién no se establece entre ideologia proletaria e ideolog{a burguesa, sino entre ciencia e ideologfa en cuan- to tales, entre conciencia verdadera y falsa. Esta tiltima concepcién de la ideologfa ha sido la que se ha he- cho dominante en la tradici6n marxista. Todavia resuena en Althus- ser. Me distancio de ella en este ensayo porque ha sido asociada a una interpretacién de Ja motivaci6n humana que considero insoste- nible. Esta interpretaci6n mantenfa unidas las dos concepciones de la ideologfa que aparecen en las obras de Marx y Engels. En Jo funda- mental, tendfan a considerar la «superestructura» de las formas de Ja conciencia como epifenémenos. El comportamiento humano estaba determinado por el «interés», por los intereses de clase. Las for- mas de la conciencia podfan corresponder a dichos «intereses» —con- ciencia «verdadera»—- 0 no, en cuyo caso constitufan ilusiones y, como tales, eran inefectivas (al menos a largo plazo). Un ejemplo de esta alternativa es el tratamiento que hace Marx de las ideologias burguesa® y proletaria; esta ultima como firme creencia en el desarro- Engels a Mehring, 14 de julio de 1893, Selected correspondence, p. 459 {Obra escogidas, 11, pp. 530-31]. 5 Cf. Ia visién de conjunto presentada en Carol Johnson, «The problem of and Marx’s theory of fetishism», New Left Review, 119, enero- sociales de existencia, se levanta toda una sobrestructura de sentimientos, ilu- siones, modos de pensar y concepciones de vida diversas y plasmadas de un modo peculiar. La clase entera las crea y las plasma sobre Ja base de sus con- dinastis, los hechos demostraron més tarde que eran mis bien sus encontrados Demarcaciones y desviaciones 5 llo por parte de la clase obrera de una conciencia verdadera de sus intereses de clase, a pesar de las apariencias distorsionadoras de las telaciones de produccién capitalistas, de la «cosificacién», del «feti- chismo de la mercancia» y de la «forma salario» de la explotacién. Esta nocién de la motivacién por interés supone que las concep- ciones normativas de lo bueno y lo malo, asf como las concepciones de lo posible y lo imposible, estén dadas en la realidad de la exis- tencia y sélo son accesibles mediante el conocimiento verdadero de ésta*, En mi opinién, se trata de suposiciones injustificadas e insos- tenibles. Dentro del marxismo representan un residuo utilitarista que deberfa ser rechazado de forma explicita y definitiva, de una vez por todas. La amplia definicién de ideologfa adoptada en este ensayo se des- via de la marxista tradicional al no estar restringida a formas de ilu- sién o de conocimiento erréneo; y también de la liberal tradicional, la cual no acepto porque pienso que debemos rechazar su supuesto, esto es, que Jas formas de conciencia y de significado que no se es- tablecen en unas doctrinas més o menos coherentes, o bien carecen de importancia para la organizacién y Ia lucha en torno al poder, o bien son evidentes por si mismas, «de sentido comin» ptagmético (como en la célebre tesis del «fin de las ideologias»). intereses lo que impedia que las dinastfas se uniesen. Y asf es como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de s{ mismo y lo que realmente es y hace, en los hechos histéricos hay que distinguir todavia més entre Jas frases y las pretensiones de los partidos y su naturaleza real y sus intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son. Orleanistas y legitimistas se encontraron en Ia reptblica los unos con los otros y oon idénticas pretensiones. Si cada parte querfa imponer frente a la otra la restauracién de su propia dinastia, esto sélo significaba una cosa: que cada uno de los dos grandes intereses en que se divide la burguesta —la propiedad del suelo y el capital— aspiraba a restaurar su propia supremacfa y la subordina- cién del otto» Karl Marx, Surveys from exile, Londres, 1977 [EI dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte, Barcelona, Ariel, 2." ed., 1971, pp. 52-53]. La principal conclusién de Marx, por supuesto, puede mantenerse sin la pro- blemftica epistemolégica de los «intereses» y las «ilusiones», mostrando la vincu- Jaci6n histérica de las dos dinestfas rivales con diferentes fracciones de clase. 6 En el prdlogo de la Contribucién a la critica de la economia politica Marx afirmé que «la humanidad se propone siempre ‘inicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estan objetivon s6lo brotan cuando ya se dan 0, por lo menos, se estén gestando, las condicio- nes materiales para su realizacién» [Marx, Introduccién general ¢ la critica de la economia politica, México, Siglo XXI, Cuadernos de Pasado y Presente, 1, 18. ed., 1985, p. 77]. 6 Géran Therborn Por Ultimo, deberfa tenerse en cuenta que, a pesar de su ampli- tud, esta definicién de ideologia conserva una dimensién analitica espectfica que la distingue de Jas estructuras o procesos politicos, de las relaciones econdémicas o de las fuerzas de produccién. En este sentido, difiere de la amplia nocién de «culturas utilizada en muchos de log escritos ingleses sobre la cultura de clase obrera’, y de la no menos amplia definicién de ideologia elaborada por Francois Cha- telet, que cubre practicamente todo Jo existente entre la «larga dura- ciéne de las estructuras lingiifsticas y la «corta duracién» de los acontecimientos, por ejemplo las «estructuras de parentesco, las téc- nices de supervivencia (y desarrollo)» y «la organizacién del po- der» *, Estas definiciones generales tienden o bien a ocultar el hecho de que lo que se esté utilizando realmente es una definicién mucho més restringida, o bien, en caso de ser tomadas en serio, a mezclar- lo todo. Raymond Williams, cuya gran obra sobre la cultura no puede ser ignorada por ningtin estudioso de la ideologia, ha criticado acerta- damente la idea de que la «base» y la «superestructura» son «enti- dades conctetas separables» ®. Sin embargo, ha insistido menos y de forma no tan clara en el punto igualmente importante de que «pro- cesos verdaderos e indisolubles» pueden tener a la hora de su fun- cionamiento real dimensiones diversas, distinguibles analiticamente, y de que su percepcién correcta puede requerir de hecho estas claras distinciones analiticas. Dejando a un lado el hecho de que Ia «cul- tura» funcione como una importante figura del discurso cuyo estudio es en sf mismo fascinante (como lo es en Culture and society, de Williams), el concepto de cultura puede resultar titi! al lado de una amplia definicién de Ia ideologfa. Puede emplearse, por ejemplo, como abreviatura del conjunto de actividades cotidianas ¢ ideologias de un grupo o clase determinados, 0 como un concepto mds general y am- plio que englobe la ideologfa, la ciencia, el arte y, posiblemente, otras 7 Véase la interesante visién de conjunto ofrecida en J. Clarke, C. Critcher, R. Johnson comps., Working class culture, Londres, 1979. 8 F, Chatelet, comp., Histoire des idéologies, 3 vols., Paris, 1978; vol. 1, pp. 10-11 [Historie de las ideologtas, 3 vols., Madrid, Zero, 1978]. En realidad, esta voluminosa obra ¢s una historia de las ideas bastante tredicional, casi en- ciclopédica. 9 La cita procede de Williams, Marxism and literature, Oxford, 1977, pp. 81- 82 [Marxismo y literatura, Barcelona, Peninsula, 1980, p. 100]. Cj. Anthony Barnett, «Raymond Williams and Marxism: a rejoinder to Terry Eagleton», New Left Review, 99, 1976. Demarcaciones y desviaciones 7 précticas estudiadas desde el punto de vista de su produccién de sig- nificado, No obstante, el concepto de ideologia no depende de un concep- to de cultura, en contra de lo que recientemente ha mantenido Ri- chard Johnson. Este defiende que «las ideologfas nunca se dirigen [“interpelan”] a un sujeto “desnudo”», y que «las ideologfas traba- jan siempre en un terreno: J¢ cultura». La redundancia teérica del concepto se hace evidente al sustituir la frase «las ideologias siempre trabajan sobre un terreno» por una de las dos definiciones de «cul- tura» ofrecidas por Johnson: dicho terreno es «el complejo de ideo- logias realmente adoptado como preferencias morales o principios de vida» ®, Althusser dijo algo parecido hace diez afios: «Los indi- viduos son ya-desde siempre interpelados por la ideologia en cuanto sujetos» 4, Las clases son definidas aqu{ en términos estrictamente econé- micos, haciendo referencia a los «portadores» o «agentes» de determi- nadas relaciones de produccién. Esto es coherente con la tradicién marxista cl4sica pero difiere del uso de Nicos Poulantzas, que in- siste en que las clases deben ser definidas tanto a «nivel» polftico ¢ ideolégico como econdmico. Sin embargo, la definicién de las clases en términos ideoldégicos excluye una de las cuestiones mds problemé- ticas con Jas que debe enfrentarse una teorfa materialista de la ideo- logia: ecémo se relacionan las ideologfas con las clases de los agentes econdémicos? El término «poder» se referiré principalmente en este contexto al poder polftico en su sentido habitual, a la condensacién centrali- zada de relaciones sociales de poder con que se inviste al Estado. Se trata ante todo de una eleccién debida a un simple interés analf- R. Johnson, «Three problematics: elements of a theory of working-class culture», en Working class culture, p. 234 (se omite el subrayado). En una i ite ecuménica, 4L, Althusser, «Ideology and ideological state apparatuses, en Lenin and philosophy, Londres, nuB, 1971, p. 164 [«Aparatos ideolégicos de Estado», en Es- critos, Barcelona, Laia, 3.* ed., 1975, p. 161]. Johnson confunde tal vez la teo- tla althusseriana del funcionamiento social de la ideologla con una exploracién de los procesos psicodinémicos constitutivos de la subjetividad humana, inspi- rada en fa interpretecién lacaniana del psicoandlisis y perfectamente legitima en la medida de su alcance. Ha He tubes nd Hil Hl i a i iH Huil{e i i nah ByHAME: le Te . Hea ad Demarcaciones y desviaciones 9 En mi opinién hay dos errores fundamentales en la concepcién althusseriana de la ideologfa. Nos encontramos primeramente con el problema de lo que llamaremos modo de interpelacién ideoldgica, es decir, lo que Jas ideologias dicen a los sujetos a los que se dirigen y constituyen. Dentro de la perspectiva althusseriana, la ideologia representa una «distorsién imaginaria de las relaciones reales» de los individuos con las relaciones de produccién y con las que derivan de éstas. Esta definici6n esté conectada a dos tesis que considero insostenibles: 1) que sélo el conocimiento cientffico es «verdadero» © «auténtico»; las otras formas de conocimiento (en la experiencia cotidiana, por ejemplo) son distorsiones o formas de conocimiento erréneo; 2) que los seres humanos sdlo estén motivados (significati- vamente) como sujetos por lo que conocen, por su conocimiento ver- dadero o distorsionado. La primera de estas tesis ha sido rechazada en mi definicién de ideologfa. Pero el distanciamiento de ella debe llevar también a una nueva concepcién de Ja matriz material en la que se reproduce la dominacién de una determinada ideologia: una ideology, Londres, NLB, 1977 [Politica ¢ ideologia en la teorta marxiste, México, Siglo XXI, 2.* ed. 1978]; C, Moutfe, «State ideology and powers (panencia presentada en el seminario zcPR/cPsa ‘cPsA celebrado cn Bruselas en 1979); M. Pé- cheux, Les vérités de La Palisse, Paris, 1975; J. Rancidre, La legon d’Althusser, Paris, 1974. De forma simulténea, y especialmente en Francia, se ha producido tna proliferacién de otras obres genereies sobre la ideologla, Véase P. Ansart, Les idéologies politiques, Paris, 1974; ibid., Idéologies, conflicts, pouvoirs, Pa tis, 1977; J. Baudrillard, Pour une critique de l'économie politique du signe, Parfs, 1972 [Critica de la economia politica del signo, México, Siglo XXI, 1974]; F. Dumont, Les idéologies, Paris, 1974; A. Gouldner, The dialectic of ideology and technology, Nueva York, 1978 {Le dialéctica de le ideologta y la tecnologia, Madrid, Alianza, 1978]; J. Lertain, The concept of ideologie, Londres, 1979; E. Maffesoli, Logigue de le domination, Paris, 1976 [Logica de la dominacién, Barcelona, Peninsula, 1977]; J. C. Merquior, The veil and the mask, Londres, 1979; C. Summer, Reading ideologies, Londres, 1979; D. Vidal, Essai sur Vidéo- logic, Paris, 1971 [Sobre la ideologta, Barcelona, Laia, 1973]. Toda esta literatura merece una extensa evaluacién que no puede ser aco- metida aquf. Me limitaré tan s6lo a dos observaciones: el lector que quiera una visi6n de conjunto de los diversos tratamientos de la ideologfa realizados hasta Ja fecha encontraré una muy buena introduccién en la obra de Larrain; la obra que me ha parecido, personalmente, més interesante y original ha sido la de Gouldner. Sin embargo, ¢l presente ensayo se desvia de la obra de Gouldner al poner entre paréntesis la dimensidn lingiifstica de las ideologlas y sdoptar una definicién més amplia, Gouldner considera las ideologfss como «sistemas sim- bélicos que sirven para justificar y movilizar proyectos ptiblicos de reconstruc- én social» (pp. 54-55), definicidn que se queda corta para lo que a mf me Preocupa. Demarcaciones y desviaciones a5 cepto de relaciones de produccién, de Ja definicién de las clases a partir de su posicién como productoras o apropiadores de plustra- bajo. +«Explotaciény no implica per se resistencia a la explotacién, resistencia de los explotadores a la resistencia de los explotados o lucha en torno a la explotacién en cuanto tal. A pesar de las con- notaciones peyorativas de la palabra, el concepto de «explotacién» en el materialismo histérico se refiere simplemente a la apropiacién uni- lateral de plustrabajo; en otras palabras, al hecho de que una cate- goria de agentes econémicos trabaje més de lo necesario para su reproduccién y de que otra se apropie de los frutos de su plustrabajo. En lugar de intentar afrontar el problema de la constitucién ideolé- gica de los sujetos de las clases en lucha, muchos marxistas han re- currido a la tosca y utilitaria nocién de «interés»: el «interés» de los explotados es resistirse a la explotacién y el de los explotadores defenderla. Pero los «intereses» no explican nada por s{ mismos. «Interés» es un concepto normativo que indica el tipo de accién més racional en un juego predefinido, es decir, en una situacién en Ja que han sido definidos con anterioridad el triunfo y la derrota. Lo que hay que explicar, sin embargo, es cémo los miembros de las diferentes clases legan a definir de una determinada forma el mundo y su situacién y posibilidades dentro de él. El intento de afrontar sisteméticamente los problemas de Ja ideologia y las clases requiere también una clarificacién de Ia relacién existente entre ideologfa de clase y subjetividad, asi como de otras formas posibles de la subje- tividad humana que no sean las de la pertenencia a una clase deter- minada. Estas criticas a Althusser equivalen a decir que todo nuevo desa- trollo de una teorfa de Ja ideologia requiere un cambio o ampliacién del objeto a investigar, desde el papel de Ja ideologfa en la reproduc- cién de la explotacién y el podet hasta la generacién, reproduccién y transformacién de las ideologias. Requiere, por tanto, una ruptura con las persistentes restricciones de la problemdtica althusseriana de los afios 60 y, de forma especial, con la tigida demarcaci6n entre ciencia e ideologfa. Sobre esta base es posible volver a cuestiones planteadas por Althusser y ofrecer respuestas més adecuadss. Por ultimo, y con todo el debido respeto a Althusser, un anéli- sis de la ideologia y el poder no puede limitarse a los términos en que éste formula la empresa: examinar Ja reproduccién de las tela- ciones explotadoras de produccién y los problemas que ésta plantea. Igualmente pertinentes resultan la problemética gramsciana de les 12 Géran Therborn formaciones histérico-sociales y el interés por la hegemonfa®. Te- nemos también la problemética lukacsiana de la conciencia de clase revolucionaria como clave del cambio social. Y existen, ademds, im- portantes aproximaciones no marxistas al problema, como las tesis de Foucault sobre el «orden del discurso» en 1a sociedad *; la pro- blemética weberiana de la «legitimacién» —que recientemente se ha extendido al discurso marxista o marxiano, sobre todo en los Estados Unidos y en Alemania Occidental—; y la cuestién del «consenso». Después de trazar los perfiles de una teorfa materialista de la ideo- Jogia, intentaré también pasar revista a estos otros enfoques. 15 Las diferencias existentes entre la problemdtica de Althusser y la de Gramsci han sido convincentemente expuestas —desde un punto de vista gram- sciano— por C. Mouffe, «State, ideology and power». 16 M. Foucault, L’ordre du discours, Paris, 1971 [El orden del discurso, Barcelona, Tusquets, 1975]; La volonté du savoir, Paris, 1976 [La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1977]; Discipline and punish, Nueva York, 1977 [Vigiler y castigar, México, Siglo XXI, 1977]. 1. LA FORMACION IDEOLOGICA DE LOS SUJETOS HUMANOS I. La DIALECTICA GENERAL DE LA IDEOLOGIA La funcién de la ideologia en la vida humana consiste bésicamente en la constitucién y modelacién de la forma en que los seres huma- nos viven sus vidas como actores conscientes y reflexivos en un mun- do estructurado y significativo. La ideologia funciona como un dis- curso que se dirige 0 —como dice Althusser— interpela a los seres humanos en cuanto sujetos. Antes de empezat a examinar cémo funciona la ideologfa en la formacién de los sujetos humanos y de las formas de subjetividad, no estaré de mds una nota que clarifique la relacién entre estos pro- cesos y los de formacién de la personalidad. La subjetividad de una persona, su actuaci6n como un sujeto particular en un contexto igualmente particular, debe distinguirse de su personalidad o estruc- tura de cardcter. La personalidad y la subjetividad tienen cada una su propia especificidad y autonomfa, asf como efectos reciprocos. EI término «personalidad» o «estructura de cardcter» es utilizado aqui para designar vaga y ampliamente los resultados de los pro- cesos psicodindémicos estudiados por el psicoandlisis y las teorfas psi- colégicas rivales. Estos procesos operan sobre un material —las ener- gfas y deseos libidinales de los nifios presubjetuales— y a través de unos mecanismos en su mayorfa inconscientes, que estén fuera de la competencia de la ciencia social y la historiograffa. La formacién de la personalidad coincide m4s 0 menos en el tiempo con la pri- mera formacién de los seres humanos como sujetos, de Ja cual las interpelaciones ideoldgicas constituyen una parte fundamental. Pero Ja personalidad tiene una temporalidad propia, con unas fases deci- sivas de desarrollo psiquico y unos efectos duraderos que dependen de c6mo hayan sido superadas dichas fases. 14 Géran Therborn Una persona lleva a la préctica, vive su petsonalidad en cuanto sujeto en diferentes formas de subjetivided que, sin embargo, no Ilegan a agotarla. Estas formas pueden entrar en tensién 0 conflicto en ciertas condiciones. Las formas de la subjetividad humana estén constituidas por intersecciones de lo psiquico y lo social, y pueden considerarse como los aspectos externos, més conscientes y més s0- cialmente intercambiables de la persona. Althusser ha presentado el funcionamiento bésico de toda ideo- logfa como un sistema cuddruple que comprende: «1) la interpela- cién de los “individuos” en cuanto sujetos; 2) su sometimiento al Sujeto; 3) el reconocimiento mutuo entre los sujetos y el Sujeto, de los sujetos entre sf y, finalmente, el reconocimiento del sujeto por 41 mismo; 4) la garantia absoluta de que todo es realmente asf, y de que a condicién de que los sujetos reconozcan lo que son y actéen en consecuencia, todo ird bien: amén (“Asf sea”)» '. Althusser ilustra este sistema con una referencia a la ideologta religiosa judeo-cristiana, en la que Dios (Yavé) es el Sujeto con S ma- ydscula, El esquema me parece deficiente en un aspecto decisivo: no deja espacio a una dialéctica de la ideologia. Dicha dialéctica, sin embargo, aparece ya indicada por la ambigtiedad bésica de la pala- bra «sujeto», tanto en francés como en inglés, como apunte el pro- pio Althusser sin terminar de centrar claramente el tema. El. caréc- ter dialéctico de toda ideologfa, en efecto, puede aparecer indicado por los sentidos opuestos de la palabra «sujeto» en expresiones como «el sujeto [sometido] al poder del rey x (0 al orden social y)» y «los sujetos de Ja historia». En el primer sentido se refiere a las personas subyugadas @ una fuerza u otden detetmiinados; en el segundo, a los hacedores 0 creadores de algo. Aunque conservemos la dualidad interpelacién-reconocimiento, propondrfa que reemplazéramos la de «sometimiento-garantia» por sometimiento-cualificacion. La formacién de los seres humanos Por parte de cualquier ideologia, sea ésta conservadora 0 represiva o emancipadora, y se ajuste a los criterios que se ajuste, comprende un proceso simulténeo de sometimiento y de cualificacién. La libido amorfa y Jas miltiples posibilidades del nifio estén sujetas a un determinado orden que permite o favorece ciertos impulsos y 1L, Althusser, «Ideology and ideological state apparatuses», pp. 168 ss. (pp. 167 ss.; traduccién corregida]. Se omiten el subrayado y la nota a pie de pégina del original. La formacin ideoldgica de los sujetos burcanos 15 capacidades, al tiempo que prohfbe o desfavorece otros. A la vez, a través de este mismo proceso, nuevos miembros obtienen su cuali- ficacién para asumir y realizar (una determinada parte de) el reper- torio de papeles dado en Ia sociedad en la que han nacido, incluido el de posibles agentes del cambio social. Debe tenerse en cuenta tam- bién la ambigiiedad de Jas palabras «cualificar» y «cualificacién». Los sujetos cualificados por las interpelaciones ideolégicas se cualifican también a su vez para «cualificary a éstas, en el sentido de especifi- carlas y modificar su dmbito de aplicacién. La reproduccién de cualquier organizacién social, ya sea una so- ciedad explotadora o un partido revolucionario, implica una corres- pondencia bdsica entre sometimiento y cualificacién. Los que han sido sometidos a una particular modelacién de sus capacidades, a una disciplina concreta, quedan cualificados para determinados papeles y son capaces de Ilevatlos a cabo. Peto cabe siempre la posibilidad de que surja entre ambos una contradiccién. Pueden ser requeridas y suministradas nuevas formas de cualificaci6n, nuevas técnicas que cho- quen con las formas tradicionales de sometimiento. O, a la inversa, pueden desarrollarse nuevas formas de sometimiento que choquen con el suministro de cualificaciones todavia precisas. Las consecuen- cias de una contradiccién de este tipo son la oposicién y la revuelta o el bajo rendimiento y la renuncia. EI doble proceso de sometimiento y cualificacién incluye la inter- pelacién por parte de un Sujeto central y el reconocimiento en 4, Ildmesele Dios, Padre, Razén, Clase 0 algo més difuso. Dicho Sujeto modela el superego de los sujetos y les proporciona ego-ideales. Ha- bida cuenta de la orientacién social y politica de este ensayo, no tra- taré todos los aspectos lingiifsticos y psicoanalfticos de estos proce- sos; volveré, en cambio, sobre el funcionamiento social bdsico del proceso de sometimiento-cualificaci6n. Este comprende tres modos fundamentales de interpelacién ideoldgica, Las ideologias someten y cualifican a los sujetos diciéndoles, haciéndoles reconocer y relacio- néndolos con: 1. Lo que existe, y su corolario, lo que no existe; es decir, quié- nes somos, qué es ef mundo y cémo son Ia naturaleza, la sociedad, los hombres y las mujeres. Adquirimos de esta forma un sentido de identidad y nos hacemos conscientes de lo que es verdadero y cierto; 2 Coward y Ellis ofrecen una visién de conjunto valiosa y accesible de algu- nos de estos aspectos. 16 Géran Therborn con ello la visibilidad del mundo queda estructurada mediante la dis- tribucién de claros, sombras y oscuridades. 2. Lo. que es bueno, correcto, justo, hermoso, atractivo, agrada- ble, y todos sus contrarios. De esta forma se estructuran y norma- lizan nuestros deseos, 3. Lo que es posible e imposible; con ello se modelan nuestro sentido de la mutabilidad de nuestro ser-en-el-mundo y las conse- cuencias del cambio, y se configuran nuestras esperanzas, ambiciones y temores. Estos modos de interpelacién tienen dimensiones temporales y espaciales importantes. Asf, las interpelaciones de lo que existe inclu- yen tanto ideologias de lo que ba existido como una consideraci6n cronolégica del presente en cuanto parte de una corriente (hacia ade- lante o hacia detrés), un ciclo o una inmovilidad infinita. «Lo que es posible» puede abarcar desde la infinidad de lo meramente concebible hasta la presencia de la realidad existente. En el caso de las ideolo- gfas de lo que es bueno y correcto Jo esencial es mds bien el espacio que el tiempo. Algo puede ser bueno y justo en todas partes, en alguna parte, aquf, o en otra parte. Estos tres modos de interpelacién constituyen en conjunto le es- tructura elemental del proceso ideolégico de sometimiento-cualifica- cién, pero pueden tener un peso y una importancia distintos en cada discurso o estrategia discursiva. Desde el punto de vista de su fun- cionamiento en el cambio o en Ia conservacién sociales, los tres modos de interpelacién forman una cadena de significacién. Pueden establecerse tres Mneas sucesivas de defensa de un orden determinado, En primer lugar, puede mantenerse que ciertos tasgos de dicho orden existen mientras que otros no: por ejemplo, que exis- ten la opulencia, la igualdad y la libertad; pero no la pobreza, la explotacién y Ia opresién. (Los rasgos seleccionados dependen gene- ralmente de las ideologfas de lo justo que se hallen al uso.) En se- gundo lugar, si ya no es vélida esta linea de defensa, en caso de que deba admitirse la existencia de rasgos negativos puede afirmarse que Jo que ‘existe es, con todo, justo; por ejemplo, porque los pobres y Jos desposefdos son inadaptados y marginados que se merecen lo que tienen y son los tnicos culpables de ello. En tercer lugar, puede que incluso la existencia de la injusticia sea (o tenga que ser) admiti- da; pero entonces puede afirmarse que no es posible un orden més justo, al menos por el momento. Hay una légica del cambio que se La formacién ideoldgica de los sujetos bumanos 17 con esta légica de la conservacién. Para comprometerse al cambio de algo uno debe conocer piimeramente lo que existe, y después determinar si es bueno que exista. Y antes de decidirse a hacer algo respecto a un mal estado de cosas, uno debe estar conven- cido primero de que hay alguna posibilidad de cambiarlo realmente. Por supuesto que la sucesién de los acontecimientos resulta decisiva para las estimaciones y concepciones de esta posibilidad. Estas tres interpelaciones y su recepcién tienden a entrelazarse empiricamente, pero el desenmarafiamiento de su légica interna pone al descubierto algunos defectos y omisiones importantes de la aproxi- macién tradicional a las ideologias y al poder. La aproximacién libe- tal al estudio de las ideologfas politicas, con su preocupacién por el «consenso» y la «legitimacién», por lo general se ha concentrado ex- clusivamente en el segundo modo de interpelacién, en las concepcio- nes de la buena sociedad, en Ia forma de gobierno o de régimen, olvi- dando 1a configuracién del conocimiento y Ja ignorancia, de las am- biciones, las esperanzas y los temores. El ttadicional interés de los marxistas por la «conciencia de clase» ha tendido a centrarse exclu- sivamente en los dos primeros aspectos de la formacién ideolégica, haciendo caso omiso del tercero. Pero, por supuesto, es posible ser un miembro altamente concienciado de una clase explotada sin ver por ello una posibilidad concreta de poner fin a dicha explotacién. La formacién de los sujetos de Ia lucha de clases implica, por lo que a los miembros de las clases explotadas respecta, un proceso de so- metimiento-cualificaci6n que permita la produccién de plustrabajo y el reconocimiento de Ia existencia de un gobierno de clase, asi como del cardcter injusto de éste y de la posibilidad de oponerse a él. En cuanto a los miembros de la clase explotadora, la formacién de los sujetos de la lucha de clases requiere un proceso de sometimiento- cuslificacién para ejecutar las tareas de la explotacién y un recono- © cimiento de que esto es lo correcto y de que puede ser defendido. TI. Susyerivipap Y PAPEL: BREVE DIGRESION SOBRE LA TEOR{A DE LOS PAPELES Dimos comienzo a este capftulo con una observacién acerca de la relacin existente entre el sujeto y las formas de subjetividad, por un lado, y la personalidad, por otro. Seguiremos con ella detallando 18 Goran Therborn brevemente cémo dichos conceptos se relacionan con el de «papel». As{ como Ia cuestién de la personalidad nos Ievé a la frontera de la psicologfa y del psicoandlisis, el concepto de «papel» nos conduce a la sociologia y a la psicologia social. En dichas disciplinas académicas abundan las definiciones de «pa- pel». No obstante, se refieren por lo genetal al comportamiento que desde un punto de vista normativo se espera de personas que ocupan una determinada posicién social*. Es un concepto clave en la socio- Jogia de Parsons y en mucha de la sociologfa posterior. El enfoque socio-psicolégico del comportamiento personal y de las relaciones in- les en funcién de las definiciones y atribuciones del papel s lo que habitualmente se denomina teoria de los papeles. En algu- nas de las ocasiones en las que se ha hablado aqui de formas de sub- jetividad, un socidlogo de esta tendencia o un psicélogo social habria hablado probablemente de papeles. ¢Qué razones existen para la in- troduccién de este nuevo concepto en el presente ensayo? Hay tres razones de importancia fundamental. En primer lugar, el concepto sociolégico de papel se inserta en una particular concep- cién de la sociedad: una visién idealista y personalista en Ia que se considera el comportamiento social como definido exclusivamente des- de un punto de vista normativo, y las relaciones sociales sélo como relaciones interpersonales. Se pierden, asf, el concepto de clase y la materialided de las relaciones econémicas y de la tecnologia. Los partidarios de esta teorfa hablan de papeles ocupacionales pero no de papeles de clase; y con razén, ya que no hay definicién normativa de Jas clases en la sociedad capitalista, ni del plustrabajo y su extrac- cién. Sélo fuera de la problemitica sociolégica de la comunidad ideo- Iégica podemos hablar de «papeles» de clase, que son definidos por relaciones de produccién especfficas y funcionan sobre la base de determinadas fuerzas de produccién. En segundo lugar, la problemé- tica del «papel» corresponde a determinadas demandas sociales. De ah{ que su orientacién sea b4sicamente estética. Por otro lado, la posibilidad de trascender los datos sociales y personales es siempre inherente al doble sentido de la palabra «sujeto». Podemos hablar, por ejemplo, de sujetos de la lucha de clases y sujetos del cambio 3 Sobre Ia teorfa de los papeles, véase B, J. Biddle y E. J. Thomas, comps., Role theory: concepts and research, Nueva York, 1966; R. Dahrendorf, Homo Sociologicus, Colonia y Opladen, 4. ed. 1964 [Homo sociologicus, Madrid, Akal, 1975]; T. Sarbin-V. Allen, «Role theory», en G. Lindzey y E. Aronson, comps., Handbook of social psychology, Reading (Mass.), 1968, vol. 1. La formacién ideolégica de los sujetos humanos 19 social, pero diffcilmente podemos hablar de «papeles» en ese mismo contexto. En tercer lugar, le problemética del «papel» es claramente adialéctica. Se centra en las definiciones, aprendizajes y realizaciones de «papel», asf como en conflictos externos entre personalidad y ex- pectativas del papel o entre los diferentes papeles posibles del mismo individuo. La problemética del sujeto y las formas de subjetividad, por el contrario, subrayan la unidad intrinseca y el posible conflicto de los procesos opuestos de sometimiento y cualificacién. Il. Ex unrverso weo.dcico: LAS DIMENSIONES DE LA SUBJETIVIDAD HUMANA Si queremos avanzar hacia un entendimiento firme y sistemético de la relacién entre clase ideologia y, m4s generalmente, de lo que determina la generacién y articulacién de las ideologias, debemos tratar de realizar un mapa estructural del universo ideolégico en su conjunto. A la vista de la enorme variedad de ideologfas existente, tanto antiguas como actuales, esto puede parecer un intento absolu- tamente imposible, condenado a un ignominioso fracaso, No obstan- te, corretemos el riesgo. Es claro que un intento semejante sélo pue- de levarse a cabo a un nivel de abstraccién muy alto. Pero, en la medida en que podamos demostrar que es exhaustivo, nos permitiré situar el problema de Ia ideologia de clase en un marco global y sis- temitico. Hemos definido Ia funcién de la ideolog{a refiriéndonos a la cons- titucién de la subjetividad humana, de donde se sigue que indagar la estructura del universo ideolégico equivale a buscar las dimensio- nes de la subjetividad humana. Al nivel més general parece que pue- den distinguirse dos dimensiones del ser-en-el-mundo del hombre en cuanto sujeto consciente, Ambas, a su vez, pueden ser ordenadas en torno a dos ejes: uno hace referencia al «ser», el otro a «en-el- mundo». Asf, «ser» un sujeto humano es algo existencial: ser un individuo sexuado en un momento determinado del ciclo de su vida, telacionado con ottos individuos sexuados de diferentes generaciones que se encuentran en un cierto punto del ciclo de sus vidas («existen- cial» parece més adecuado que «bioldégico» para designar el primer - aspecto del ser, pues lo que nos preocupa es su aspecto significativa- mente subjetivo). Es también algo histérico: ser una persona que 20 Goran Therborn existe sdlo en algunas sociedades humanas y en un determinado mo- mento de Ja historia humana, como un chamén, un recaudador de im- puestos, un herrero o un futbolista. Ser «en el mundo» es a la vez inclusivo (ser un miembro de un mundo significativo) y posicional (ocupar un determinado lugar en el mundo en relacién a otros miem- bros del mismo, tener un género y una edad determinados, una ocupacién, una etnia, etc.). Mi tesis es que estas cuatro dimensiones componen las formas fundamentales de la subjetividad humana, y que el universo de las ideologias queda exhaustivamente estructurado por los cuatro tipos principales de interpelacién que constituyen estas cuatro formas de subjetividad. Podemos ilustrar la estructura del universo ideolégico mediante el siguiente cuadro: UNIVERSO DE LAS INTERPELACIONES IDEOLOGICAS Subjetividades Subjetividades correspondient tes a correspondientes al «ser» Existencial — Hist6rica 1 2 3 4 Los cuatro tipos principales de ideologias se hallan designados pro- visionalmente por niimeros, pues no parecen hallarse disponibles otras palabras de suficiente generalidad. Lo siguiente, por tanto, ser4 le- vantar el velo de anonimato que cubte estos niimeros 0, lo que es Jo mismo, precisar sus sindnimos: lo inclusivo-existencial, lo inclusivo- histérico, lo posicional-existencial y lo posicional-histérico. 1. Ideologias de tipo inclusivo-existencial. Este tipo de discurso ideolégico proporciona significados relacionados con la pertenencia del mundo, esto es, el significado de la vida, del sufrimiento, de la muerte, del cosmos y del orden natural. Atafie a lo que es la vida, a To que es bueno y malo en ella, a lo que es posible en la existencia humana y a la posibilidad de una vida tras la muerte del cuerpo. Las formas més comunes de discurso que tratan estas cuestiones son las La formacién ideoldgica de los sujetos humanos 21 mitologias, las religiones y el discurso moral secular. Pueden diferir enormemente no sdlo en su contenido, sino también en su elabora- cién, desde los grandes sistemas religiosos y mitolégicos hasta las concepciones difusas y frecuentemente técitas de un propésito de la vida suministradas en las sociedades secularizadas del capitalismo avanzado contemporéneo. 2. Ideologtas de tipo inclusivo-bistérico. A través de ellas los se- res humanos se constituyen como miembros conscientes de unos mun- dos socio-histéricos. Estos mundos son indefinidos tanto en nimero como en variedad, y sélo a titulo ilustrativo mencionaremos for- mas como la de la tribu, el pueblo, la etnia, el Estado, la nacién, la Iglesia. La teorfa politica burguesa suele concentratse en tales enti- dades ¢ interpelar a los miembros (ciudadanos) del Estado, en con- traposicién a Ja interpelacién posicional al principe tipica de los idedlogos feudales. La teorfa polftica burguesa dice a los ciudadanos qué es el Estado, qué politica es buena y qué polftica es mala, y qué es posible o imposible polfticamente. Précticamente todo puede de- finir la pertenencia a un mundo social. Es més, las definiciones y demarcaciones de los mundos sociales se superponen, compiten y cho- can unas con otras. La historia politica de la Europa medieval, por ejemplo, fue en gran medida la historia de Ja competencia entre dos mundos sociales superpuestos: los Estados dindsticos y la Iglesia. Debe tenerse en cuenta, ademés, que 1a pertenencia a un mundo so- cial no sélo entra en conflicto con Ja pertenencia a otros, sino que también coexiste con ellos en diferentes jerarquias de dominacién y " subordinacién. Por ejemplo, uno puede ser al mismo tiempo un cons- ciente ciudadano de los Estados Unidos, catélico, italiano, miembro de Ja clase obrera, residente en un determinado barrio y miembro de Las ideologias de tipo inclusivo son también excluyentes en la medida en que definen la pertenencia a un mundo significativo y que, con ello, trazan una Ifnea de demarcacién entre pertenencia y no pertenencia. «Excluido» podria hacer referencia aqu{, por ejemplo, a una vida desprovista de significado (como quiera que éste se defina), al distanciamiento de Dios, a la no pertenencia a una tribu, etnia, na- cién, Estado, etc. 3. Ideologtas de tipo posicional-existencial. Una ideologia posicio- nal somete y cualifica a alguien para una determinade posicién den- Goran Therborn 22 tro del mundo al que pertenece. Las posiciones més significativas del mundo existencial, los aspectos més importantes de la estructura de lo dado en la existencia humana, son los perfilados por las distin- ciones Yo/Otros y masculino/femenino, asi como por el ciclo vital de infancia, juventud, madurez y vejez. Por tanto, las ideologias de tipo posicional-existencial constituyen formas-sujeto de individualidad, masculinidad, femineidad, edad y envejecimiento. Con ello le dicen a uno quién es por contraposicién a los otros, lo que es bueno y lo que es posible para 41. 4. Ideologias de tipo posicional-histérico. Los seres humancs _ también ocupan posiciones en unos mundos sociales histéricos. Las ideologias de tipo hist6rico-posicional integran a los miembros de una familia en una estructura de familias y linajes, a los habitantes de una determinada localidad en un modelo m4s amplio de geografia social, a los que gozan de un determinado estatus educativo, a los que tienen determinadas ocupaciones y determinados estilos de vida, a los que cocupan una posicién de poder politico (y a los que no la ocupan), a Jos miembros de las diferentes clases. Las posiciones pueden ser dis- tinguidas y relacionadas sélo en términos de diferencias, en términos de una gtaduacién jerérquica a lo largo de un solo continuo de cri- tetios de complementariedad, competitividad y conflicto frontal. Deben tenerse en cuenta tres aspectos importantes del universo ideolégico. En primer lugar, las distinciones anteriores son analfticas. No representan a las ideologfas tal y como aparecen y son denomi- nadas concretamente en el lenguaje cotidiano, pues pueden presen- tar més de una de las cuatro dimensiones, ya sea de forma simulté- nea o en diferentes contextos. Una ideologfa religiosa, por ejemplo, no es tan sdlo una ideologfa de tipo inclusivo-existencial. En una sociedad plurirteligiosa o parcialmente secularizada funciona también como ideologia histérico-posicional. El nacionalismo puede ser tanto una ideologla de tipo histérico-inclusivo como histérico-posicional, caso, este Ultimo, en el que confiere a los sujetos una posicién dentro de un sistema internacional; sin embargo, el énfasis de una deter minada ideologfa nacionalista puede recaer en cualquiera de las dos © caracterizaciones. Por contra, en algunas tendencias del movimiento obtero, especialmente en el anarcosindicalismo revolucionario, la «cla- se» se convierte més en una ideologfa de tipo inclusivo que posicional. Se considera al adversario no tanto como ocupante de una posicién La formacién ideoldgica de los sujetos bumanos 23 de dominacién en un determinado modo de produccién como cuanto un cuerpo extrafio y superfluo separado de la clase de los produc- tores. Desde esta perspectiva se contempla la revolucién més como un desplazamiento o deportacién de extrafios pardsitos que como una transformacién de la sociedad. Como dijo un destacado anarquista espafiol, «tras la revolucién... los trabajadores tendrén que hacer lo mismo que hacfan el dia anterior» *. En segundo lugar, yo dirfa que Jos tipos de ideologia especificados son exhaustivos e irreducibles. Una implicacién de esto, particularmente importante para los marxis- tas, es que el universo ideolégico nunca es reducible a las ideologfas de clase. Incluso en las sociedades clasistas més polarizadas y con més conciencia de clase, las otras formas fundamentales de la sub- jetividad humana coexisten con las subjetividades de clase. Es evi- dente que las especificidades de sexo y edad de los individuos huma- nos estén constituidas ideolégicamente por ideologias de tipo exis- tencial-posicional. Y el significado de la vida y el mundo de una persona es una cuestién existencial a la que no se puede responder plenamente haciendo referencia a las relaciones de produccidn, sino que més bien debe ser planteada por ideoiogins de tipo inclusivo- existencial como la religién y la moralidad secular. Debe tenerse presente asimismo que, por definicién, las ideolo- gias posicionales siempre se refieren a posiciones dentro de un mundo més amplio, ocupadas también por sujetos poseedores de otras po- siciones. Una clase, por ejemplo, forma parte de un modo de produc- cién tanto como su clase opuesta, explotadora o explotada, y/o (caso éste de la pequefia burguesfa y de los campesinos patriarcales que sustentan un modo de produccién no explotador) existe en el marco de una formacién social histérica compuesta por varias clases. Por tanto, es algo natural —y no una aberracién originada por una con- ciencia de clase subdesarrollada— que las ideologias de clase coexis- tan con las ideologfas de tipo histérico-inclusivo, y que constituyan a los sujetos de la totalidad contradictoria de un modo de produccién y/o una formacién social explotadores. En tercer lugar, Ja irreducible pluridimensionalidad de las ideolo- gfas indica que un aspecto decisivo de las luchas y las relaciones de fuetzas ideolégicas es 1a articulacién de un determinado tipo de 4 EI anarquista catalén Garcla Oliver, citado en R. Fraser, The blood of Spain, Nueva York, 1979, p. 545 [Recuérdalo té y recuérdalo a otros, Barce- lona, Critica, 1979, vol. 2, p. 346]. 24 Géran Therborn ideologia con el resto. La eficacia de una determinada religién, por ejemplo, deberd ser entendida en su atticulacién implicita o explicita con las ideologias de tipo histérico, tanto posicional como inclusivo. La concepcién estratégica de la lucha ideolégica de clases por encima de la articulacién de la clase con otras formas de ideologia, fue ela- borada en el movimiento obrero por Kollontai y Reich con relacién a las ideologias existenciales; y fue Gramsci, sobre todo, quien ex- ploré las articulaciones de las ideologias nacionales de tipo inclusivo. IV. Eco-mweo.ocfas ¥ ALTER-IDEOLOGEAS Hay un aspecto ulterior de las ideologfas y de su funcionamiento al que quienes han escrito sobre el tema han prestado muy poca aten- cién. Las ideologias posicionales tienen un cardcter intrinsecamente dual: en el proceso de sometimiento-cualificacién que conlleva una determinada posicién, uno se hate consciente de la diferencia que existe entre s{ mismo y los otros. Esta distincién es especialmente importante en lo que a la ideologia de los sujetos dominantes res- pecta, pues «dominacién» designa precisamente una relacién particu- lar y decisiva con el Otro, Asf, Ia ideologfa sexista machista-chauvi- nista deberfa considerarla como una ego-ideologfa de la masculinidad y, al mismo tiempo, como una alter-ideologfa de la femineidad. (Esta dualidad es inherente a la subjetividad especffica de cada género, y no es necesariamente sexista.) Otro tanto ocurre con la ideolouta bis. térico-posicional. La ideologia de una burguesfa en el poder, por ejemplo, deberfa ser analizada como una ego-ideologia que forma a Jos sujetos de la burguesia misma y, al mismo tiempo, como una alter-ideologia que domina o que se esfuerza por dominar la forma- cién de otros sujetos de clase. En las comunidades primitivas aisla- das, las ideologfas inclusivas tendfan a no tener esa dimensién de al- tetidad; lo que estaba fuera de su propio mundo era el caos 0 la nada. Sin embargo, en los mundos sociales mds desarrollados inter- relacionados, las ideologfas inclusivas tienen también un componente de alteridad en los iF El materialismo histérico de las ideologias 27 La tarea explicativa de una teorfa materialista de las ideologias es doble: debe ocuparse de la generacién y el cambio de las ideolo- gias, y de la configuracién de las relaciones entre las ideologtas dadas, relaciones que pueden ser de predominio, interdependencia y subor- dinacién. El primer aspecto, no mencionado en el ensayo de Al- thusser, se refiere a la constitucién de nuevas formas de subjetividad humana y a los cambios de las existentes. El segundo ha sido anali- zado por Althusser mediante el concepto de «aparatos ideolégicos de Estado». Sin embargo, ademés del problema que supone el concepto mismo, esta parte de su teoria no esté relacionada con los ottos dos polos de su anélisis, No es coherente con su teorfa de la «ideologia en general» porque la ideologia es un elemento constitutivo de todas las sociedades humanas, mientras que el Estado no lo es. Por otro lado, no se encuadra teéricamente en el andlisis de las formaciones sociales histéricas, a pesar de las ilustraciones que refieren a ellas, pues el razonamiento se estructura alrededor de la légica reproduc- tiva de un modo de produccién explotador. I. La ESTRUCTURA DE LOS SISTEMAS IDEOLOGICOS Comencemos por un sistema ideolégico dado y consideremos su configuracién. Formularemos primeramente dos proposiciones genera- Jes, una histérica y otra material, acerca de su determinacién: Proposicién uno: Las ideologias existen sélo en formas histéricas, en grados histéricos de importancia y modos histéricos de articulacién con otras ideologias. Esto quiere decir que, si bien no son reducibles a la temporali- dad de la historia humana, las ideologfas de tipo existencial funcio- nan sdlo en formas histéricamente determinadas. Hoy dia ésta tal entre un total reduccionismo de clase de la ideologia y la politica, yom reduccionismo también total pero no de clase (o una independencia de clase), elecci6n que no hay por qué aceptar. «El concepto de “representacién” implica Ja posibilidad de que lo “representado” determine sus medios de representa- cién [...]. Si se concede alguna autonomfa a Ia accién de los medios, la relacién entre étos y su producto no puede ser dada (lo que recuerda los problemas de Ja “autonomia relativa” de la representacién polftica).» Hirst, On law and ideo logy, p. 71; el subrayado es mfo, omitiéndose el del original. 28 * Géran Therborn vez no sea una afirmacién especialmente atrevida u original, pero en los tiempos de los fundadores del materialismo histérico fue muy polémica. Iba en contra de las concepciones del derecho natural sostenidas por el individualismo burgués, con sus derechos individua- les «naturales» 0 «evidentes», y en contra de las concepciones ab- solutistas de la religi6n como una verdad eterna y divina. La indi- vidualidad, la masculinidad y la femineidad, la doctrina religiosa y Ja moral secular sdlo existen en determinados modelos histéricos y en articulacién con ideologias de tipo histérico-posicional ¢ histérico- inclusivo. Estos modelos estén, pues, sujetos al cambio histérico, aunque la ideologia de tipo existencial no lo esté. Una implicacién de esta proposicién seria que el funcionamiento del catolicismo, por poner un ejemplo, a Io largo de Ios siglos y de los continentes —su prdctica, su aceptacién o rechazo y las luchas en torno a él—, debe ser analizado en términos de su atticulacién con las diferentes fuerzas sociales e ideologias de tipo histérico. Proposicién dos: Las ideologias funcionan en una matriz material de afirmaciones y sanciones, y dicha matriz determina sus interrela- ciones. Todas las actividades humanas estan dotadas de significado y to- das las interpelaciones ideolégicas tienen algin tipo de existencia «material», en movimientos corporales, sonidos, papel y tinta, etcé- tera. Esto no significa, sin embargo, que no sea posible distinguir analfticamente en Ia prdctica humana las dimensiones ideoldgicas de Jas materiales, las discursivas de las que no lo son. Después de todo, hay alguna diferencia entre ser declarado «muerto» por algdn critico hostil y ser asesinado. Podemos, pues, distinguir entre practicas en Jas que es dominante la dimensién discursiva, como pronunciar una alocucién o escribir un ensayo sobre la ideologia, y otras en las que predomina la no discursiva, como hacer el amor, la guetta, la revo- lucién o automédviles. Una vez aclarado que lo que estamos haciendo es distinguir desde un punto de vista analitico las dimensiones pre- dominantes y no separar sustancialmente fenémenos empiticamente interrelacionados, podemos trazar una distincién esquemética entre prdcticas discursivas y no discursivas. En este contexto, yo afirmaria asp Ja determina- cién material de Jas ideologfas viene . oe no discursivas en la que se incribe El materialismo bistérico de las ideologias 29 logfa. Podria parecer que una concepcién materialista histérica de la ideologia implica el supuesto no muy inverosimil de que los seres humanos tienden a tener alguna capacidad para discernir entre la enunciacién de la existencia o posibilidad de algo, o de su bondad de acuerdo con unos criterios dados, y la existencia/ocurrencia real de lo que se enuncia, En otras palabras, los seres humanos normales son capaces de juzgar, al menos en ciertas circunstancias, si una afirma- cién del tipo «el sol brilla» o «no hay desempleo» es verdadera. La matriz material de cualquier ideologia puede analizarse en base a su funcionamiento mediante afirmaciones y sanciones, de forma que las ideologfas se hagan efectivas al ser relacionadas unas con otras. En una prdctica de afirmacién, si un sujeto interpelado actia de acuer- do con los dictados del discurso ideolégico, se produce el resultado previsto por la ideologia; mientras que si el sujeto contraviene los dictados del discurso ideolégico, entonces es sancionado mediante el fracaso, el desempleo, la bancarrota, el encarcclamiento, la muerte o cualquier cosa por el estilo. El amor de Jos padres y el castigo for- man otra parte importante del proceso de afirmacién/sancionamiento de las ideologias, aunque, como es bien sabido, no de forma inde- fectible. Llegados a este punto, conviene recordar Ja clave de mi argu- mento acerca de la matriz de afirmaciones y sanciones: la determina- cién de la relacién entre unas y otras ideologias como una relacién de dominacién y subordinacién, crecimiento relativo, reforzamiento, tnatginacién y declive. La matriz material no funciona como un mé- nage a trois entre hombres, ideologfa y realidad, sino como un factor determinante en la competencia y el choque de las diferentes ideolo- gias, de las diferentes interpretaciones de la realidad o de las dife- rentes interpelaciones acerca de lo que existe, lo que es bueno y lo que es posible. Si cada ideologfa funciona en el marco de una matriz de afirmaciones y sanciones, entonces la competencia, la coexistencia 0 el conflicto de las diferentes ideologias depende de matrices no discursivas. El poder de una ideologfa en relacién con otras esté determinado por la pertinencia de sus -afirmaciones y sus sanciones. Sin embargo, todas las ideologias tienden a contar con mecanismos de defensa que intentan explicar o justificar la no ocurrencia de afir- maciones 0 sanciones. Los mecanismos especializados de este tipo, _ que tienden a desarrollarse en todas las ideologfas institucionaliza- das, incluyen afirmaciones y sanciones simbédlicas, ritos 0 prdcticas rituales; es decir, prdcticas no discutsivas especificas que sélo tienen 30 Géran Therborn significado en el marco de un determinado discurso ideolégico. Ade- més, las ideologfas institucionalizadas tienden también a poseer una importante sancién interna: la excomunién, que a menudo cuenta con el apoyo de sanciones no discursivas. Hay una forma de ideologia histéticamente importante que plan- tea especiales problemas en cuanto a su matriz de afirmacién-sancio- namiento: la religién sobrenatural. Karl Kautsky, autor del clasico Fundamentos del cristianismo, una de las pocas obtas marxistas sobre la religién, cuenta una historia de la época de Marco Aurelio que resulta ilustrativa. Un ejército romano, rodeado por un enemigo su- perior, sufria de calor y sed bajo un sol abrasador. De repente co- menzé6 a Ilover sobre las huestas romanas y sobre el enemigo se desaté una tormenta impresionante. E] ejército imperial se salvé. ¢Cémo se vio el suceso en esta época de competencia entre religiones? Para algunos fue obra de Jupiter, a quien el emperador habfa apelado. Otros dieron gracias a Hermes, a quien un mago egipcio habia con- minedo a intervenit, mientras que los cristianos consideraron el mi- Jagro como una justificacién de su Dios, a quien los soldados de la duodécima legién habfan rezado. Aunque los datos empfricos de este caso concteto parecen demasiado inconsistentes para zanjar la cues- tién, puede afirmarse que el destino de los discursos ideolégicos en este mundo viene determinado por su relacién con las dimensiones no discursivas de la realidad mundana. A este respecto se plantean cuando menos dos cuestiones diferentes. Una es el fenémeno religioso per se, como forma ideolégica; otra, la importancia de una deter- minada religién en una determinada sociedad en un determinado momento. Las religiones parecen recibir su impulso decisivo de: a) las respuestas que dan a las cuestiones existenciales acerca de la condi- cién consciente del hombre y del significado de la vida; 5) su «ex- plicacién» de los orfgenes de la historia, del orden natural y de los acontecimientos contempordneos, y c) el poder que comunican al propotcionar un conocimiento «verdadero» de lo que rige el mundo. EI primer elemento se desarrolla sobre todo en los momentos de cambio de las condiciones materiales, cuando se reafirma Ja urgencia de cuestiones existenciales como el suftimiento humano. El segundo y el tercero dependen més directamente de la falta o Ia incertidumbre de explicaciones histéricas y naturales m4s mundanas, as{ como de tec- nologias de produccién y control. Le victoria de una cierta religién sobre otras ideologfas siempre entrafia luchas sociales, cualesquiera que sean las fuerzas extraordi- El materialismo histérico de las ideologtas 31 narias implicadas en la lucha. De ah{ que el factor determinante més inmediato a la hora de afirmar una cierta religién y de sancionar a sus tivales es el superior poder mundano de las fuerzas sociales a las que dicha religién se ha vinculado. El poder del cristianismo en el Imperio romano fue decidido por la victoria del ejército de Constan- tino sobre Majencio, y la posterior expansién del Islam fue llevada a cabo por la victoriosa espada arabe. Este estrecho vinculo entre el poder terrenal y el celestial estaba expresivamente reflejado en el principio territorial de la época de las guerras de religién europeas: . eius religio, cuius regio (el que gobierna determina la religién). . Con todo, ni siquiera un breve apunte sobre Ja matriz material de las religiones puede contentarse con esta observacién, Sabemos también que les religiones han surgido y se han extendido entre los subyugados y los oprimidos, y que han ganado fuerza con su vincu- laci6n a movimientos de oposicién social y/o nacional. No sdlo esté la religién de los poderes existentes, sino también Ja disidencia re- ligiosa y social, como pusieron de manifiesto los primeros cristianos, los anabaptistas alemanes de la Edad Media, los puritanos ingleses, el fortalecimiento del catolicismo irlandés bajo el gobierno britdénico o el renacimiento isl4mico en Irén durante el ultimo perfodo del ré- gimen del shah. A fin de poder explicar igualmente estos fenémenos, tenemos que esbozar los perfiles de las afirmaciones y las sanciones materiales de las religiones de forma algo més sistemética. A un nivel muy general, las religiones constituyen una alternativa a la racionalizacién naturalista del mundo y a la moralidad seculati- zada, Estas tltimas reciben su fuerza de las afirmaciones y sanciones descubiertas por Ja ciencia natural y producidas por la organizacién humana: industria y mercados capitalistas, organizacién colectiva de Ja clase obrera. Antes de su desarrollo, la vida de las masas estaba en gtan medida por fuerzas y calamidades naturales ines- crutables, Entonces resultaba més fécil conferit sentido a estas fuer- zas misteriosas a través de la invocacién de los poderes divinos. Hasta las revoluciones burguesas de finales del siglo xviit y del siglo xrx, Ja religién constituyé el idioma dominante para definir el significado del mundo. Las teligiones pueden, ademés, ser afirmadas materialmente por lo que dicen o implican acerca de las capacidades y précticas munda- nas de quienes no creen en ellas, acerca de su falta de poder pero también de su ejercicio opresivo del mismo, acerca de su corrupcién © su miseria. Pueden ser afirmadas también por el socorro cotidiano 32 Géran Therborn y mundano de los p4rrocos y predicadores, y por Jas consecuencias terrenales que conlleva la obediencia al cédigo moral de la religién en cuestién. Pueden ganar fuerza con la reparacién de Jas injusticias materiales, 0 con la defensa de Jas posiciones terrenales que prome- ten explicita o implicitamente. Las religiones hunden sus rafces en los aspectos existenciales de la subjetividad humana. Pero tanto la fuerza o la debilidad de la religién sobrenatural como la expansién y el ocaso de determinadas sectas y credos estén gobernados por sus afirmaciones y sanciones terrenales en el momento de su confronta- cién con otras ideologias existenciales de tipo religioso o secular. Estas dos proposiciones generales acerca de la historicidad y ma- terialidad de la ideologfa no equivalen, desde luego, a una teorfa materialista histérica de la ideologfa en el estricto sentido marxiano. EI materialismo histérico afirma también una determinacién de clase de las ideologias; «Las ideas dominantes de una época son siempre Jas de la clase dominante.» Si aceptamos los principios bésicos del materialismo histérico, rechazando los vestigios utilitaristas de Marx y Engels, de esta tesis deben deducirse al menos otras dos proposi- ciones acetca de la estructuracién de un determinado conjunto de ideologfas. Proposicién tres: (En las sociedades de clases) todas las ideologfas existen en formas histéricas de articulacién con diferentes clases ¢ ideologias de clase. Esto significa que las formas de individualidad, masculinidad y re- ligién, moralidad secular, situacién étnica y geogrdfica y nacionalis- mo estén relacionadas ¢ influenciadas por los diferentes modos de existencia de clase y por las diferentes ideologfas de clase a las que se encuentran vinculadas. De acuerdo con esta proposicién, el ma- chismo, por ejemplo, deberfa ser entendido —y, desde una perspec- tiva no sexista, combatido— en su relacién con los diferentes modos de existencia, practicas y discursos ideoldgicos de clase. Pero no se sigue de ello que el machismo sea una ideologia y una préctica de los miembros de una sola clase. Proposicién cuatro: La configuracién de un conjunto dado de ideo- logfas est4 sobredeterminada (en las sociedades de clases) por las re- laciones de fuerza existentes entre las clases y por la lucha de clases. El materialismo histérico de las ideologtas 33 Esta es la proposicién decisiva y més polémica del materialismo histérico en este contexto. Para las mentes escépticas seria necesa- rio un razonamiento largo y empiricamente contrastado, que resulta imposible en el marco de este ensayo. Tendré que limitarme a es- bozar su significado e implicaciones. La matriz afirmadora y sancionadora de las ideologies forma parte del sistema de poder econémico y polftico de una sociedad. El ma- terialismo histérico analiza el sistema de poder econémico en fun- cién de los modos de produccién a partir de los cuales se definen las clases, agentes de las prdcticas econémicas especificas. El poder politico es considerado como una condensacién de la totalidad de las relaciones sociales de poder —fundamentalmente de las relaciones de clase—, y el Estado como la institucién en la que aquél cris- taliza. La competencia y los conflictos ideolégicos no estén (normalmen- te) determinados de una forma directa por la lucha y las relaciones de clases. Actian a través de procesos y formas sociales de organiza- cién espectficos. Las ideologfas que no son de clase tienen ademés una historicidad y una materialidad que no son intrinsecamente re- ducibles a las de los modos de produccién. Pero, como afirmamos en Ja proposicién tres, las ideologfas que no son de clase siempre estén vinculadas a clases, y todas las ideologfas estdn inscritas en un sistema global de poder social constituido por unas clases en conflicto cuya fuerza es variable. En este sentido, la estructura del sistema ideolé- gico, sean o no sus elementos de clase, esté sobredeterminada por la constelacién de las fuerzas de clase. La «sobredeterminacién de clase» de una estructura ideolégica significa, por utilizar una acertada conceptualizacién desarrollada por Erik Olin Wright, que las diferentes clases seleccionan diferentes formas de ideologias que no son de clase, y que las constelaciones de fuerza de las clases lizsitan las posibilidades de interrelacién y cam- bio ideolégicos. La proposicién cuatro implica, por ejemplo, que si queremos explicar las diferentes posiciones relativas del nacionalismo y el catolicismo en la Francia y la Italia contempordneas, debemos observar cémo estas ideologfas se han vinculado a diferentes clases y cudl ha sido el resultado de Ja lucha entre estas clases. El nacio- nalismo se vinculé a la revoluci6n burguesa como !lamamiento a la unién revolucionaria y arma contra el Estado dindstico y su principio de legitimidad. La Iglesia catélica y el papado, por el contrario, fue- ron a lo largo de Ja historia aliados fieles del Estado dindstico y de 34 Géran Therborn sus fuetzas sociales dominantes. El catolicismo se convirtié, asf, en un estandarte de los contrarrevolucionarios y sus protegidos. Se puede considerar, pues, que la revolucién radical y victoriosa de la burgue- sia y de la pequefia burguesia francesas condujo al triunfo del nacio- nalismo, mientras que la revolucién més débil y moderada de la bur- guesfa italiana explicarfa un legado catélico mucho més fuerte. Se podria considerar que las clases burguesas y pequefioburguesas, por un lado, y las clases semifeudales, por otro, «seleccionaron» al nacio- nalismo y al catolicismo, respectivamente, en una coyuntura patticu- lar (que anulé las opciones contrarias), y que su fuerza y debilidad respectivas fijaron los «limites» de las ideologias supranacionalistas y seculares, Las cuatro proposiciones mencionadas no comparten un mismo es- tatus teérico. Mi opinién personal es que las dos primeras, acerca de la historicidad y la matriz de determinacién material de todas las ideologfas, resultan bésicas para cualquier estudio cientifico del fun- cionamiento de éstas. La tercera, la de que en las sociedades de clases todas las ideologfas se vinculan de diferentes formas a diferentes clases, es una gufa muy fructffera para la investigacién y la compren- sién, y deberia tenerse siempre en cuenta; mientras que la ultima proposicién —que la estructura de un sistema ideoldgico est4 sobre- determinada por la lucha de clases— deberfa contemplarse quizd como una hipétesis fecunda, cuya capacidad de explicacién seria una cues- tién abierta en cualquier estudio empirico. TI. La GENERACION DE LAS IDEOLOG{AS Y EL CAMBIO MATERIAL Una teorfa materialista de la ideologfa tendré que afrontar tam- bién Ia siguiente cuesti6n: ¢De dénde proceden las ideologias? O, ecémo se originé esta determinada ideologia? Una respuesta mate- rialista simple (o mds bien ingenua) serfa: a partir de la base econé- tnica. Sin embargo, si examinamos las formulaciones del propio Marx acerca de Ja determinacién de las ideologias, tal y como aparecen en El manifiesto comunista, El dieciocho de Brumario, €l prélogo a la Contribucién a la critica de la economia politica, El capital y Teortas de la plusvalia, nos encontraremos con que la metéfora arquitecténica no era en sf su eje central. El aspecto decisivo era que el universo ideolégico esté predominantemente determinado por las clases, por EI materialismo hist6rico de las ideologias 35 las précticas, experiencias, ideologfas y poder de clase. A su vez, las clases son definidas en funcién de su posicién dentro del modo de produccién econémico, cuya estructura y cuya dindmica determinan las précticas, experiencias, ideologias y poder de las distintas clases. Marx hablé relativamente poco sobre cémo funcionaba esta determi- nacién de clase. Sus formulaciones més claras fueron probablemente las del tercer volumen de El capital, que se refieren a las concep- ciones econédmicas cotidianas de los capitalistas, resultantes de sus précticas y experiencias como agentes competitivos del mercado. A un siglo de distancia, no deberfamos contentarnos con inter- pretar a Marx. Deberfamos utilizarlo con vistas al desarrollo y al cam- bio tanto tedrico como politico. De ah{ que tome las intuiciones de Marx como punto de partida en mi intento de elaborar una teorfa més sistemdtica. El modelo explicativo de la determinacién dentro del materialismo histérico se basa en la combinacién de las fuerzas y las relaciones de produccién y en las clases determinadas por ella. Las ocho proposiciones siguientes tratardén de delimitar Jo que el ma- tetialismo histérico puede o no explicar acerca de la genetacién de las ideologfas. Proposicién uno: Desde el punto de vista de las ciencias sociales y la historiografia, la generacién de las ideologias en las sociedades humanas es siempre un proceso de cambio a partir de ideologias pre- existentes. Proposicién dos: El cambio ideolégico y la generacién de las ideo- logias dependen siempre de un cambio material no ideoldgico. Proposicién tres: El cambio material mds importante es produci- do por la dinémica social interna de las sociedades y de sus modos de produccién. Proposicién cuatro: Cada modo de produccién requiere ideologias econémicas de tipo posicional especificas, y cada modo de produc- cién explotador requiere ideologfas de clase igualmente espectficas. Proposicién cinco: Todo nuevo modo de produccién generaré nue- vas ideologias econémicas de tipo posicional. Proposicién seis: Todas las sociedades humanas ptesentan tanto ideologfas de tipo existencial-inclusivo ¢ histérico-inclusivo como ideo- logfas de tipo histérico-posicional. 36 Géran Therborn Proposicién siete: Las formas concretas de las ideologfas de tipo existencial, histérico-inclusivo e histérico-posicional que no son eco- némicas no estén directamente determinadas por el modo de produc- cién, pero los cambios registrados en ellas estén sobredeterminados por éste. Proposicién ocho: Nuevos modos de produccién y nuevas clases ge- nerarn, si es que no existen ya, formas de ideologfas existenciales, histérico-inclusivas e histérico-posicionales capaces de apoyar y de teforzar a las nuevas ideologias de clase. Como el lector habré podido observar, la problemética tradicio- nal base-superestructura ha sido aqui considerablemente reformulada. Figura sélo en Ja proposicién cuatro como una simple relacién, y lo hace sélo en un razonamiento funcional: un modo de produccién re- quiere, entre otras cosas, un cierto tipo de ideologia que haga a los seres humanos capaces de desempefiar sus tareas. La atencién se centra mds bien en la determinacién del cambio ideolégico, pues pa- rece que sdlo de esta forma puede escapar a la circularidad la cues- tién de la «base-superestructura». Ademés, los principales problemas de 1a determinacién material deben ser replanteados a la luz de dos consideraciones fundamentales. Todas las teorias y andlisis de las ciencias sociales y la historia social deben partir de la existencia «ya-constituida» de la sociedad hu- mana. Ni las ciencias sociales ni la historiografia pueden explicar to- dos los procesos evolutivos que han tenido lugar desde los primates antropoides hasta las sociedades humanas. Corolario de ello es que cualquier investigacién tedrica’ de la generacién de las ideologias ten- dr4 que comenzar examinando los requisitos previos para la repro- duccién y el cambio de las ideologias ya existentes en una sociedad dada y para la genetacién de otras nuevas a partir de un conjunto de ideologias y relaciones sociales ya existente. Ademés, la formacién ideolégica de un determinado conjunto de seres humanos no se inicia con su enfrentamiento a un particular entorno social y natural, sino con su descendencia de unas madres y unas relaciones f. terminadas en una sociedad determinada. Lo que sabemos acerca de la plasticidad ideoldgica de los seres humanos y de sus capacidades creativas nos permite esperar que las ideologfas se reproduzcan casi totalmente en aquellas sociedades cu- yas condiciones internas y relaciones con el entorno natural y con El materialismo bistérico de las ideologias 37 otras sociedades permanezcan exactamente iguales de una generaci6n a otra. (Deberfamos dejar simplemente un pequefio margen para los «desajustes» individuales derivados de la irreductibilidad de los pro- cesos psicodindmicos a un completo control social.) Una generacién de padres siempre formaré a sus hijos de acuerdo con su propia sub- jetividad; y si las relaciones ecolégicas, demogrdficas, socioeconémi- cas e intersociales permanecen invariables, la generacién més joven se enfrentard exactamente a las mismas afirmaciones y sanciones de las ideologias existentes que la generacién de los padres. De donde se sigue que la explicacién/investigacién de la generacién de las ideo- logias tendrd que partir de los procesos de cambio operados en la estructura de una determinada sociedad y en sus relaciones con su entorno natural y con otras sociedades. Estos cambios son los que constituyen la determinacién material del nacimiento de las ideo- logias. Las concepciones idealistas de la historia parecen estar basadas implfcitamente en dos supuestos dudosos. En primer lugar, descan- san en lo que podriamos denominar el «efecto Miinchhausen»: la capacidad de los seres humanos pata elevatse por sus propios medios ideolégicos. Lo cual supone que, por el simple poder de Ja imagina- cién ideolégica, cada nueva generacién puede librarse de la formacién ideolégica de sus padres aun teniendo que hacer frente a las mismas situaciones. En segundo lugar, presuponen que las ideologias existen- ciales, entre las que generalmente se concede una significacién primor- dial a la religién y a la filosoffa moral, que son ademas de tipo inclu- sivo, estén al margen de la historia, aunque sin embargo pueden actuat —y actiéan de hecho— como motores de la historia. Esto es insostenible. La variedad de formas de la individualidad, la masculinidad y la femineidad, Ja religién y la moral muestra que las ideologias exis- tenciales siempre se dan en formas histdéricas concretas, peto no son nunca reducibles a ellas. Por tanto, estas ideologfas existenciales his- téricamente determinadas deben estar sujetas a las mismas leyes de reproduccién y cambio que el resto de las ideologias. Las teorias idealistas de la historia, ademés, se han centrado en las interpela- ciones ideolégicas de lo que es bueno y lo que es correcto (asi como de sus opuestos), a las que han concedido una importancia primordial. Pero de la perspectiva intergeneracional de Ja formacién ideoldgica se sigue que las interpelaciones y experiencias de lo que es y de lo que es posible son mds importantes que los cambios en las ideolo- 38 Goran Therborn gias de lo que es bueno y correcto. Aquéllas sobredeterminan estos cambios, aunque nunca Ileguen a absorberlos completamente. En cambio, la concepcién materialista histérica de la ideologia comprende otras dos especificaciones, bastante fundamentales, de la concepcién materialista general. Implica, en primer lugar, que la clave més importante del cambio en una determinada sociedad es su diné- mica social interna, més que los fenémenos naturales como el cam- bio climético o los desastres naturales; que la dinémica social interna esté gobernada por fuerzas y relaciones de produccién més que, pon- gamos por caso, por relaciones demogrdficas alimento/poblacién; y que el cardcter y los resultados de la cooperacién y el conflicto entre las sociedades —la probabilidad y las consecuencias de la conquista y la subyugacién, por ejemplo— estén determinados principalmente por la estructura interna de las sociedades en cuestién. Expresado en los términos de nuestro esquema estructural del universo ideolégico, esto significa que la historia de las ideologias no es una historia de las victorias y las derrotas, la dominacién y la subordinacién de las ideologtas histérico-sociales de tipo inclusivo: no es la historia de una sucesién de Volkgeister triunfantes y dominadores. Cuando un determinado conjunto de ideologfas se reproduce de forma invariable, su matriz global es una totalidad constante de re- laciones sociales, ecosociales e intersociales en la que los pronuncia- mientos de la generacién de los padres son afirmados por Ja de los hijos, y las violaciones son sancionadas exactamente de la misma for- ma. Los cambios registrados en esta totalidad, que constituye la ma- triz de la generacién del cambio ideolégico, pueden agruparse en dos categorfas bésicas. Los primeros pueden denominarse desarrollos des- iguales de desarticulacién, es decir, son desarrollos que tienden a romper la totalidad previa, y que abarcan desde tendencias demogré- ficas que afectan a la relaci6n entre poblacién y medios de subsisten- cia hasta la aparicién de nuevos y poderosos vecinos. La segunda de estas categorias la constituyen las contradicciones. Aunque en el dis- curso marxista esta palabra suele cubrir cualquier tipo de conflicto, deberfa restringirse concretamente al desarrollo de un determinado tipo de conflicto, a saber, el que se da entre dos elementos que con- figuran un todo intrinseco. La consecuencia del desarrollo de una contradiccién social es, por tanto, la creacién de un «dilema». EI marxismo se ha centrado tradicionalmente en una contradic- cién fundamental: la que se da entre las fuerzas y las relaciones de produccién, que apunta directamente a un cambio en Ia posicién de El materialismo bistérico de las ideologtas 39 Jas clases y en los pardmetros de su lucha. Pero también es posible que se desarrollen contradicciones politicas e ideolégicas, contradic- ciones que, como mantuve en ¢Cémo domina la clase dominante?, se sitéan esencialmente entre las relaciones de dominacién social y las fuerzas de ejecucién de las tareas sociales del Estado y, desde el punto de vista ideoldégico, entre el sometimiento y la cualificacion. Asf pues, la contradicci6n ideolégica no se refiere a la falta de cohe- rencia légica de un determinado discurso, que casi siempre es secun- daria con relacién a su eficacia social. Anteriormente definimos el proceso de formacién ideolégica como una unidad intrinseca de sometimiento y cualificacién. Son dos as- pectos de un mismo proceso y por ello tienden a mantener una co- rrespondencia entre si; de hecho, siempre hay estrategias de poder que aseguran dicha correspondencia. Pero a medida que se despliega la dindmica de una sociedad puede surgir una contradiccién entre atnbos aspectos. El sometimiento de la generacién més joven —o, si adoptamos un punto de vista sincrénico, de la poblacién dominada— puede cambiar en su forma o en su fuerza por alguna razén sin que cambien, al menos en la misma direccién, las tareas pata las que los nuevos miembros tienen que ser cualificados. O bien puede darse un cambio en Jas cualificaciones precisas o dadas sin que se dé paralela- mente un cambio en las formas de sometimiento. Por lo general es este ltimo tipo de contradiccién el que resulta peligroso para un orden dado. El primero tiende a producir bajo rendimiento, abandonos o disturbios, mientras que el segundo tiene potencialmente implicaciones revolucionarias de transformacién so- cial. En muchas de las sociedades con formas de sometimiento colo- niales o dindsticas, la formacién de unos intelectuales con las cuali- ficaciones de una sociedad capitalista avanzada ha generado normal- mente ideologias y practicas revolucionarias. A finales de la década de 1960, el movimiento estudiantil de los paises capitalistas avanza- dos surgié de una contradiccién similar: un incremento masivo de Ja educacién y la formacién superiores al que ya no co: las viejas formas de sometimiento académico. (Sin embargo, como sa- bemos, el movimiento estudiantil revolucionario fracasé por su falta de afirmacién en la prdctica revolucionaria de la clase trabajadota.) Los procesos de des-especializacién capitalista de los trabajadores, vivamente ilustrados por Harry Braverman, pueden ser considerados como un intento de mantener la correspondencia entre sometimiento y cualificacién. No obstante, la hipétesis marxiana bésica respecto al 40 Géran Therborn cambio social es que la formacién de los trabajadores como personas libres en un mercado de trabajo cada vez més centralizado y en un proceso de trabajo cada vez més colectivo, tenderé a entrar en con~ flicto con el sometimiento burgués y genetar4é una ideologia y una préctica socialistas revolucionarias. Los tres tipos fundamentales de contradicciones no son indepen- dientes, sino que estén todos interrelacionados. El] marxismo afirma que la contradiccién polftica dominacién-ejecucién y la contradiccién ideolégica sometimiento-cualificacién est4n regidas en gran parte por la correspondencia 0 contradicci6n econémica entre Jas fuerzas y las relaciones de produccidén, aunque no sean reducibles a ésta. Cualquier combinacién de fuerzas y relaciones de produccién requiere, desde luego, una forma particular de sometimiento-cualificacién ideolégica de los sujetos econdémicos, y tiende a asegurarla mediante sanciones como el hambre, el desempleo, Ja bancarrota y todos sus opuestos, que afirman la correcci6n de los procesos de sometimiento-cualifica- cién correspondientes. Pero en el caso de que se desarrolle una con- tradiccién entre las relaciones y las fuerzas de produccién, no hay formacién ideolégica que pueda someter-cualificar adecuada y armé- nicamente a los nuevos sujetos econémicos para el contradictorio or- den econémico. La vieja matriz de las afirmaciones y sanciones eco- némicas tiende entonces a romperse. Cuando dicha matriz cambia por el efecto de contradicciones u ‘otros procesos de desarticulacién, las ideologias cambian y otras nue- vas comienzan a surgir y difundirse. El proceso de formacién ideolé- gica no sdlo tiene lugar en la ideologia. Se trata siempre de un some- timiento y una cualificaci6n para un determinado orden social de di- mensiones no discursivas. Cuando este orden cambia, el proceso de sometimiento-cualificacién anterior ya no es afirmado y sancionado de forma adecuada, lo cual suele conducir a reformulaciones més 0 menos radicales cuya viabilidad viene determinada por la medida en que son afirmadas y sancionadas de modo més eficaz. Hasta el momento sélo hemos tratado de tres de las ocho propo- siciones enunciadas; son las proposiciones bésicas. La cuatro, acerca de la necesidad funcional de las ideologias de clase, seré tratada por extenso en el capftulo siguiente. La cinco, la de que nuevos modos de produccién generardn nuevas ideologias econémicas de tipo posi- cional, se deduce de la cuatro; que esto es asf, y no al revés, se deduce de la tres. La proposicién seis no hace sino repetit lo que se dijo en el capftulo anterior acerca del universo ideolégico. EI materialismo bistérico de las ideologias 41 La proposicién siete, la de que las formas concretas de ideologfas que no son econémicas y de tipo posicional no estén determinadas directamente por el modo de produccién, sefiala las limitaciones del materialismo histérico. Ninguna teorfa del modo de produccién feu- dal, por ejemplo, puede explicar por qué el feudalismo fue acompa- fiado por el catolicismo en Europa y por el sintoismo en Japén. Pero, al mismo tiempo, la afirmacién de que todos los cambios ideolégicos estén sobredeterminados por cambios materiales da a entender que los cismas y las guerras religiosas europeas estuvieron sobredetermi- nados por cambios en In estructura de las clases y por polticas de La tltima proposicién, la de que nuevos modos de produccién generarén nuevas formas de ideologias de apoyo de tipo inclusivo- existencial e inclusivo-histérico si es que no existen ya, se deduce en parte de lo dicho en el capitulo anterior acerca de las formas his- téricas de articulacién de las diferentes ideologias. Dado que estos cambios ideolégicos se producen en muy distintos sistemas histéricos de ideologia, y que Ja aparicién de un determinado modo de produc- cién puede sobrevenir a través de diferentes procesos de transforma- cién, cabe esperar que las nuevas formas ideolégicas difieren nota- blemente entre paises dominados por un mismo modo de produccién. E| nacionalismo, por ejemplo, se generé con vigor y éxito en Francia y Alemania como parte de una lucha contra los principios dindsticos de gobierno, las instituciones aristocréticas y las jurisdicciones tradi- cionales, con sus consiguientes barreras a la unificacién del Estado y del mercado. Pero tnientras que en Francia el nacionalismo se desa- rrollé en una direccién de corte claramente burgués, de jacobinismo y tepublicanismo con un intermedio bonapartista, en el Imperio ale- mén el nacionalismo burgués se mostré cada vez més subordinado a la dinastia y a los junkers, con los que terminé por fusionarse?. 3. LA CONSTITUCION IDEOLOGICA DE LAS CLASES El término «clases» designa diversas categorias de setes humanos que «ponen en practica» o sirven como «portadores» de determi- nadas relaciones de produccién y constituyen los sujetos de la lucha de clases. Como tales, tienen que ser sometidos y cualificados para sus papeles de clase, y este proceso de sometimiento-cualificacién es especifico de cada clase en concreto. De ah{ que sea imposible con- vertir en un instante a un sefior feudal en un trabajador industrial, o a un banquero mercantil en un siervo del campo. En este sentido, Poulantzas estaba en lo cierto al subrayar que las clases tienen siem- pre una existencia ideolégica ademds de econémica. No podemos ha- blar de lucha de clases, de Ja lucha de las clases (donde «lucha» se refiere, desde luego, a las prdcticas de los sujetos), como un con- cepto analitico que estructura la multitud de conflictos sociales, sin suponer una constitucién ideoldgica de las clases mediante ideologias de clase especificas '. 1 Si esto es correcto, parece que la postuta bésica adoptada por Laclau en su valiosa obra Politics and ideology [Politica e ideologia, Madrid, Siglo XX1, 1978] con respecto a la ideologia es insostenible e intrinsecamente inesteble. Laclau nos enfrenta a la misma disyuntiva que Hirst entre un reduccionismo de clase y otro no de clase: «Abandonemos el supuesto reduccionista y define- mos las clases como los polos de relaciones de produccién antag6nicas que, en cuanto teles, no tienen ninguna forma de existencia necesaria a los niveles ideo- I6gico y politico [...J» (p. 160) [p. 185]; el subrayado es mio, suprimiéndose el def original. Pero entonces contintia: «Afirmemos, al mismo tiempo, la deter- minacién en ultima instancia de los procesos histéricos por las relaciones de produccién —lo que equivale a decir por las clases.» Ambas afirmaciones estén relacionadas por una concepcién de las ideologfas como repertorio auténomo de interpelaciones que las clases utilizan, combinan 0, como dice Laclau, articulan de diferentes formas en su lucha. El cardcter de clase de una ideologia radica en su «principio articulatorio», que «es siempre un principio de clase» (p. 164) {p. 191]. Pero si las clases no tienen unas formas necesarias de existencia po- Mtica € ideolégica, si las ideologlas y Jas formas politicas no tienen necesaria- mente cardcter de clase, gcdmo podemos definir cl cardcter de clase del prin- cipio articulatorio? ¢Cémo podemos saber que son las clases las que forman y La constitucion ideolégica de las clases 43 La constitucién ideolégica de Jas clases es un tema de la histo- riografia social, del que debe aprender todo tratamiento tedrico de Ja ideologia y con el que debe relacionarse todo anélisis a gran escala. Mencionatemos simplemente algunas obras de este tipo: las de Brum- met, Duby y Joanna sobre las clases feudales; las de Thompson, Hobsbawm, Foster, Perrot, Trempe y Vester sobre la clase obrera; y la de Genovese sobre los esclavos y sus propietarios en el Sur de los Estados Unidos?. Se ha prestado menos atencién a la formacién de la burguesfa, pero no hay que olvidar por ello las conocidas obras de Tawney y Weber, los andlisis de Bramsted en torno a los con- flictos y cambios experimentados por la ideologia burguesa y aristo- crdtica en la literatura alemana del siglo xxx, el estudio de Hirschmann sobre la primera argumentacién procapitalista, y la monograffa de Baglioni acerca de la ideologfa de la burguesia industrial italiana has- combaten a los Estados, las que combinen y vuelven a combinar las ideologiss, Tas que luchan por la hegemonfa? ¢Cémo sabemos que no estamos considerando Estados, partidos, politicos ¢ intelectuales con independencia de clase? Hasta donde se me alcanza, hay tan s6lo dos respuestas posibles a estas preguntas. bien toda la problemética materialista histérica de la determinacién por parte la lucha de clases debe ser abandonada —solucién por la que han y —, o bien hay que suponer que las clases y los sujetos de la lucha de clases estén constituidos por unas ideologias y unas formas de préctica politica especfficas de clase. El tono general del libro de Laclau parece cercano a esta segunda opcién que a la primera. De hecho, a pesar de Jos que afirman lo contrario, el libro contiene formulaciones que de forma BEER sdélo por [.. Pre oa tae cotton al prone de peoduccion ( J+, «la ideologia de una clase dominente no consiste meramente en una Weltan- schaung que expresa ideolégicamente su esencia [...]» (p. 161) [p. 187]. Al fin y al cabo, «no sdélo» y «no meramente» son otra forma de decir «también». 2 ©. Brunner, Land und Herrschaft, Brinn, Munich y Viena, 1943; G. Duby, Les trois ordres ou Vimaginaire du féodalisme, Paris, 1978; {d., Guerriers et paysans, Paris, 1973 (Guerreros y campesinos, Madrid, Siglo "XXI, 1976]; A. Joanna, L’ordre social: mythes et hitrarchies dans la France du XVIe siecle, Paris, 1977; J. Foster, Class struggle and the industrial revolution, Londres, 1974; E. J. Hobsbawm, Labouring men, Londres, 1964 [Trabajadores, Barcelo- na, Critica, 1979]; M. Perrot, Les ouvriers en gréve: France 1871-1890, Parts, 1974; E. P. Thompson, The making of the English working class, Londres, 1963 (La formacién histérica de la clase obrera, Barcelona, Laia, 1977]; R. Trempe, Les mineurs de Carmaux: 1848-1914, Paris, 1971; M. Vester, Die Enistebung des Proletariats als Lernprozess, Franctort, 1970; E. Genovese, Roll Jordan roll: the world the slaves made, Nueva York, 1974. 44 Géran Therborn ta la primera guerra mundial *. Hay, pues, una gran bibliograffa his- toriogréfica que ataiie al problema. La sociologfa empfrica ha hecho una contribucién significativa a la constitucién ideolégica de (sectores de) las clases contempordneas ‘. También se encuentra una importante documentacién en las obras literarias, desde el material de Balzac sobre los contrastes entre la atistoctacia feudal y la burguesfa, hasta el retrato de la burguesia mercantil realizado por Thomas Mann en Los Buddenbrook o la gran generacién de escritores suecos proleta- tios y autobiogréficos, de la década de 1930. Por teéricamente pre- suntuoso que pueda parecer 2 muchos historiadores, la estructura de ensayo del presente estudio me obliga a emitir referencias histéri- cas precisas. En cualquier caso, deberfa hacerse hincapié en que antes de que los datos histéricos puedan hablarnos de la formacién ideoldgica de las clases deben resolverse algunas cuestiones especificamente tedri- cas. Y ello porque el concepto de ideologia de clase no es sinénimo de la configuracién ideolégica que prevalece entre los miembros de una determinada clase en un determinado momento. De esto se de- duce que el conjunto ideolégico de los miembros de una determinada 3G, Baglioni, L’ideologia della borghesia industriale nell’Italia liberale, Tu- rin, 1974; A. Hirschman, The passions and the interests: political arguments for capitalism before its triumph, Princeton, 1977; R. H. Tawney, Religion and the rise of capitalism, Londres, 1922; Max Weber, The protestant ethic and the spirit of capitalism, Nueva York, 1930 [La ética protestante y el espiritu del capitalismo, en Max Weber, Sociologia de las religiones, vol. 1, Madrid, Taurus, 1983], Le obra histérica cldsica sobre la ideologia burguesa cn Francia, E. Groe- thuysen, Origines de l’esprit bourgeois en France, Paris, 1927, nunca pasd del primer volumen, que se ocupa de la doctrina de la Iglesia en relacién con el desarrollo temprano del capitalismo bajo el Antiguo Régimen. 4 Entre los estudios més importantes acerca de la clase obrera se encuentran probablemente J. Goldthorpe, D. Lockwood e¢ al., The affluent worker, 3 vols., Cambridge, 1968-1969, y A. Touraine, La conscience ouvridve, Parts, 1966. Dos estudios que me han parecido particularmente fascinantes son: M. Burawoy, Manufacturing consent, Chicago, 1979, y J. Martinez-Alier, Labourers and land- owners in Southern Spain, Londres, 1971, Acerca de la burguesfa estén: D. Baltzell, Philadelphia gentlemen, Glencoe, 1958, y F. Sutton, The American business creed, Cambridge (Mass.), 1956. Bill Johnston, Michael Ornstein, Mi- chael Stevenson y otros estén dirigiendo un proyecto de investigacién muy inte- tesante en la York University, Ontario. Intentan demostrar que la gran varis- cién ideolégica del material de investigacién puede explicarse por las concep- tualizaciones marxistas de clase (tal y como han sido desarrolladas por Poulantzas y Wright), cosa que no ocurre con las categorfas no maristas de regi6n, ocupacién, educacién ¢ ingresos. La constitucién ideoldgica de las clases 45 clase es una compleja totalidad de diferentes elementos que no pue- den reducirse unos a otros. Ademds de la ideologia de clase, contiene ideologfas de tipo existencial-posicional més o menos idiosincrésicas, ideologias de tipo inclusivo-existencial e inclusivo-histérico, ideologias histérico-posicionales no de clase y elementos de la alter-ideologia de otras clases. De ahi que deba determinarse desde un punto de vista tedrico qué ideologias son feudales, burguesas, proletarias, pe- quefioburguesas, etc.; se trata de una cuestién a la que no puede responderse por simple induccién histérica o socioldgica. Esta necesaria determinacién tedrica debe partir de las posiciones especificas de clase definidas por las relaciones de produccidn, es de- cir, del tipo especifico de sometimiento-cualificacién ideolégica que éstas implican. El concepto de relaciones de produccién, como he demostrado en otra parte *, denota tres aspectos de la organizacién social de la produccién: i) el modo de distribucién de los medios de produccién, los canales de acceso a ellos y las barteras que lo impi- den; ii) las relaciones sociales entre los productores y los apropia- dores de plustrabajo en el modo econémico de produccién (que in- cluye Ios aspectos sobredeterminados de la circulacién, el intercambio, Ja distribucién de los ingresos y el consumo); iii) el objetivo u orien- taci6n institucionalizada de la produccién. La determinacién tedrica de las ideologias de clase especificas con- leva, por consiguiente, la biisqueda (en términos de interpelaciones de Io que existe, lo que es bueno y lo que es posible) del minimo proceso de sometimiento-cualificacién necesario para que una clase de seres humanos desempefie sus papeles econémicamente definidos. Hablo de «una clase», més que de los «miembros individuales» de una clase, porque debemos contemplar la posibilidad de que alguna de las innumerables circunstancias especiales permita a un individuo, con menos de la minima formacién ideolégica requerida, ocupar una determinada posicién de clase durante periodos variables de tiempo. Todas Jas clases tienen sus «desajustes». I. Eco-me0.ocfas DE CLASE . Examinemos en primer lugar el mundo al que un nifio (varén) des- tinado a convertirse en un aristécrata feudal debe estar sometido y para el que debe ser cualificado. 5 Science, class and society, pp. 375 ss. [pp. 376 ss.1. 46 Géran Therborn a) Un aristécrata feudal tiene acceso a unos medios de produc- cién en forma de tierras, de las que normalmente disfruta con dere- chos de propiedad familiares (aunque puede haber otras formas) y que se asegura mediante proezas militares u otros servicios prestados a un sefior supremo, herencias o matrimonios. Desde el punto de vista ideolégico, esto conlleva una formacién en 1a que la riqueza en tie- rras, el belicismo y el valor —y/o el servicio, la obligacién, la des- cendencia y el matrimonio no roméntico— son tremendamente im- portantes tanto para Ja estructuracién de las concepciones de cémo es el mundo y de qué es posible en 41 como para la definicién de lo que es bueno y correcto. 4) EI sefior feudal ocupa una posicién al margen de le adminis- tracién cotidiana de los medios de produccién, que recae sobre sus campesinos bajo la supervisién de sus administradores no aristocré- ticos. Est4 relacionado con los otros aristécratas y con su rey en una jerarquia definida en los términos, no econédmicos sino jurfdico-poli- ticos, de unos derechos y poderes, una confianza, un compromiso y un linaje. Con los productores directos, sus campesinos, se encuentra relacionado de una forma similar, aunque esté separado de ellos por la demarcacién cualitativa existente entre un linaje aristocrético y otro que no lo es. c) La produccién feudal esté orientada hacia Ja apropiacién del excedente a través del consumo del sefior. Su contrapartida ideolé- gica es la educacién para el consumo y el comportamiento elegantes. El mundo de los campesinos feudales, en cambio, se define en pri- mer lugar por el hecho de su pertenencia colectiva a una tierra de la que no son propietarios. Los campesinos no tienen acceso a la propiedad de la tierra ni al excedente que se produce a partir de ella, y se encuentran subordinados a un sefior como labradores de sus tie- rras. El sometimiento-cualificacién para esta forma histérica de exis- tencia social entrafia una orientacién colectivista, una vinculacién ideolégica a la tierra y al pueblo en que se ha nacido, y el aprendizaje de unas técnicas agricolas tradicionales que cambian lentamente, por el bajo ritmo del desarrollo de las fuerzas productivas feudales. Aun- que 1a formacién de los campesinos feudales no comprende cuestiones politicas que afecten al Estado, s{ incluye una conciencia y una apre- ciacién de los derechos y las obligaciones legales: no se trata de La constitucién ideolégica de las clases 47 bestias de carga, sino de los ocupantes del rango més bajo de una jerarquia de derechos y obligaciones legalmente definidos. Y ahora examinemos el mundo capitalista de la burguesia. a) Normalmente el capitalista tiene acceso a unos medios de pro- duccién cuyo carécter intrinseco es irrelevante en tanto no se pueda hacer de ellos un uso rentable. Este acceso puede conseguirse por la posesién de recutsos lfquidos intercambiables en un mercado compe- titivo, por herencia, o, de forma progresiva, por la pertenencia al ejecutivo de una empresa y la realizaci6n de ganancias en su condi- cién de empleado. A todo esto corresponde una formacién ideolégica que subraya la creacién de riqueza, la industria, la iniciativa, el ries- go pacifico, la competitividad, el logro individual y el dominio de la natutaleza. 5) EI capitalista, por lo general, participa en el proceso de tra- bajo de su empresa, dirigiéndola sobre Ja base de la subordinacién del trabajo manual al intelectual. Debe hacer frente a sus trabajadores en un mercado de trabajo, como comprador de fuerza de trabajo que se enfrenta a vendedores legalmente libres e iguales. Su relacién con otros miembros de su clase es de competencia e intercambio mercan- til. Dados los objetivos de la produccién capitalista, ambas relacio- nes estén gobernadas por la ley de Ja ganancia y conllevan una edu- cacién ideolégica en una concepcién mercantil del mundo, en el «fe- tichismo de la mercancfa». Aqui se hace hincapié en el reconocimiento y Ja apreciacién de la igualdad juridica, de las recompensas desigua- les para actuaciones competitivas desiguales, de las virtudes del tra- bajo mental préctico que genera riqueza, y en una conciencia del pre- cio de los hombres y de los objetos. c) EL objetivo institucionalizado de la produccién capitalista es Ja acumulacién de capital: la inversién en busca de una ganancia para volver a invertir en busca de més ganancia. Esto requiete un pro- ceso ideoldgico de sometimiento-cualificacién para el célculo racio- nal, la disciplina, la frugalidad y el esfuerzo continuo. Y habida cuen- ta del problema existencial del significado de la acumulacién, dicho proceso tiende a combinarse con la orientacién hacia una familia de tipo nuclear que permita hacer frente a Ja acumulacién continuada y la transferencia de propiedad. En el capitalismo de la gran empre- sa, algunas de esas exigencias son satisfechas por la institucionalizacién 48 Géran Therborn de la gran empresa, de forma que la frugalidad, la familia, etc., no son ya decisivas en la formacién ideolégica de los individuos capi- talistas *, La ideologia de la pequefia burguesta deberfa ser determinada ted- ricamente de la misma forma, y no simplemente utilizada, como ocu- tte a menudo, como una categoria multiuso en la que se pueda incluir toda ideologia moderna que no sea plenamente burguesa ni plenamen- te proletaria-revolucionaria’, El mundo pequefioburgués de los pro- ductores y comerciantes simples de mercancfas es, como el burgués, un mundo de mercados y competencia. Pero en él no hay empleados ni apropiacién de plustrabajo, y estd econémicamente orientado hacia el consumo familiar y no hacia la acumulacién de capital. Estas dife- rencias parecen implicar que la creacién de riqueza, la iniciativa y el riesgo burgueses indiscriminados es sustituida por unas ideologias de acuerdo con las cuales el trabajo duro y Ja frugalidad determinan el acceso (y el mantenimiento del acceso) a los medios de produccién; que el trabajo intelectual es sustituido por el sentido practico eco- némico del productor o comerciante simple; que el componente igua- litarista se hace més fuerte y mds material; que las consideraciones sobre la seguridad e independencia de la familia reciben prioridad sobre el célculo racional de la ganancia. Los Mamados profesionales también forman parte normalmente de esta pequefia burguesfa, aun- que, en realidad, muchos son empleados de clase media (por ejemplo, los médicos del sector piblico) y otros son més bien pardsitos inte- lectuales de la alta burguesfa (abogados de las grandes empresas, contables, «asesores»). Una variante de la ideologfa pequefioburguesa podrfa ser la orientacién «profesional», con su énfasis en la indepen- dencia y en Ja ética del trabajo desinteresado, desvinculado de la con- sideracién de la ganancia. Para otro intento reciente de determinacién tedrica de la ideologfa bur- guesa, véase Labica, ob. cit, El autor destaca la «igualdad» como ef rasgo deci- sivo, lo que a mi modo de ver resulta demasiado restrictivo. 7 Harriet Friedman es uno de los pocos merxistas que han tomado los con- ceptos de pequefia burguesfa y produccién simple de mercancfas como temas de una clarificacién te6rica y de una investigacién empirica serias. Véase, por ejemplo, su «World market, State and family farm: bases of household pro- duction in the era of wage labours, en Comparative Studies in History and Society, vol, 20, n° 4, 1978, La constitucién ideolégica de las clases 49 EI mundo de la clase obrera esta sepatado individual y colectiva- mente de los medios de produccién por la falta de un capital adqui- tido o heredado. Una existencia de clase obrera lleva consigo santo la libertad y la igualdad legales de todo sujeto de mercado que posee una fuerza de trabajo indiferenciada, como Ja subordinacién de grupo que sufren de forma colectiva los trabajadores manuales interdepen- dientes con relacién al trabajo intelectual directivo encaminado a la acumulacién de plusvalor. La formacién ideolégica de un obrero com- prende en primer lugar una orientacién hacia el trabajo manual, in- cluyendo la habilidad fisica, el aguante, la resistencia y la destreza. El contrato salatial implica una distincién entre trabajo y ocio, siendo el propésito del primero el consumo y la reproduccién de la familia. EI proceso de trabajo capitalista implica, ademds, un reconocimiento colectivo de su interdependencia. Por tiltimo, como agentes de mer- cado legalmente libres e iguales y «ciudadanos» de un Estado, los obreros de la era capitalista se diferencian de los campesinos feudales en que se encuentran inherentemente expuestos a una formacién ideolégica politica. Los lectores criticos detectarén sin duda varios problemas impor- tantes en esta definicién de las ideologfas de clase. Est4 claro que se ptecisan algunas matizaciones, especificaciones y ampliaciones. Aun- que se hicieron algunas ‘indicaciones en este sentido al hablar de la ideologia burguesa, tal vez sea necesario, siguiendo el mismo proce- dimiento, realizar una serie de puntualizaciones con relacién a las diferentes fases que existen en un modo de produccién y a la exis- tencia de sus clases. Segiin la fraccién de que se trate, las ideologfas de clase pueden hacerse también més especificas. De forma més ge- neral, no pretendo que Ia lista anteriormente presentada agote los elementos centrales de las ideologias de clase. Al contrario; un com- ponente decisivo que no ha sido mencionado, por ejemplo, ser4 co- mentado més tarde, y puede muy bien haber otros, Lo que sf afirmo, sin embatgo, aunque sujeto a un reexamen posterior, es que la lista incluye todos los elementos que son necesarios para la constitucién ideolégica de las clases en cuestién. Las clases medias no son portadoras de un determinado modo de produccién, sino el producto de un desarrollo del capitalismo. Por 30 Géran Therborn eso no pueden constituir una clase en el sentido marxista estricto. Es probable que su posicién se comprenda mejor con el concepto de «situacién de clase-contradictoria» elaborado por Erik Olin Wright *. A nivel ideolégico, por tanto, las clases medias presentarfan también una situacién de clase contradictoria entre la burguesfa, la clase obre- ra y la pequefia burguesia. Se habrdé observado que, aunque tanto el campesino feudal como el trabajador capitalista estén explotados —es decir, ambos realizan un plustrabajo del que se apropian otros—, la aceptacién de la explo- tacién no aparece de ninguna forma en la definicién de sus respec- tivas ideologias de clase. Puede que esta omisién parezca razonable ‘a los marxistas, aun cuando no parezca deducirse ldgicamente de las premisas. Por otro lado, en la definicién de las ideologfas de las cla- ses explotadas no se ha incluido ningiin elemento revolucionario; esto sf es légicamente coherente con el argumento mismo, pero a mu- chos marxistas les pareceré extrafio y poco razonable. La respuesta a estas objeciones es la siguiente. Nuestra omisién, simétrica y deliberada, tanto de Ja aceptacién como Ia resistencia ge- neradas por la explotacién, se basa légicamente en el hecho de que las determinaciones mencionadas hasta el momento se refieren sélo a las ego-ideologtas de las clases en cuestién. No obstante, también dijimos que todas las ideologias de tipo posicional tienen un doble cardcter, pues incluyen tanto una ego-ideologfa como una alter-ideo- Jogta afin. Las ego-ideologfas relacionan a un sujeto (en este caso una clase) con otro u otros sujetos. Estas alter-ideologias de clase son las que constituyen a los sujetos de la lucha de clases y de la colaboracién entre clases. Tl. ALTER-IDEOLOG{AS DE CLASE Estas alter-ideologias de clase no han sido inventadas simplemen- te como engafios o mitos de lucha, sino que, exactamente igual que Jas ego-ideologtas, se inscriben dentro de las relaciones de produccién. Desde el punto de vista de la constitucién ideolégica de los sujetos de Ja lucha de clases, el aspecto decisivo de la alter-ideologia es, © E. O. Wright, Class crisis and the State, Londres, nip, 1978 (Clase, crisis y Estado, Madrid, Siglo XXI, 1983]. La constitucién ideoldégica de las clases en el caso de las clases explotadoras, la razén de qj otras clases; en el caso de las explotadas, la base de, sispencia, las primeras. HRT ww ‘As{, las relaciones feudales de produccién parecen IMaDcobigo una alter-ideologta aristocrética centrada en los siguientes puntos: na- cimiento inferior y superior; linaje y descendencia; distincién entre los nacidos para gobernar (la aristocracia) y los nacidos para traba- jar para ellos (los campesinos); servicios de rango inferior y superior, que, dada la din4mica de a sociedad feudal, incluyen, por un lado, la produccién, el trabajo y el comercio, y, por otro, la proteccién arma- da, el servicio militar y el arte de gobernar. La existencia misma de un modo de produccién feudal viable significa, desde un punto de vista ideolégico, que de alguna forma esta alter-ideologia aristocrética es aceptada por el campesinado 0 que, al menos, no es’ cuestionada activamente. No obstante, la jerarquia de la sociedad feudal, con su nexo de explotacién entre sefior y campesinos, fue definida en tér- minos de un intercambio de servicios y obligaciones. Me atreveria a afirmar que aqui se encuentra la base tfpica de la resistencia feudal campesina. Los campesinos feudales no eran herramientas de trabajo impersonales, sino ocupantes de una posicién jerérquica con algunos derechos y (bastantes) obligaciones. Sin embargo, los derechos y las obligaciones pueden interpretarse de diferentes maneras e implicar una potencial experiencia de clase respecto a la violacién de los pri- meros y al aumento de las segundas. De ah{ que la alter-ideologia cam- pesina llevara consigo concepciones de los derechos y las obligaciones «justos», Alrededor de ellos gité la lucha feudal de clases *, La alter-ideologia burguesa, opuesta a las vias capitalistas de ac- ceso a los medios de produccién y a la orientacién capitalista de la produccién, presenta nociones como la de la menor racionalidad eco- némica de toda empresa ajena al mercado, y la de la falta de éxito en la consecucién de posiciones de poder y riqueza que resulta de una actuacién personal inferior. Al existir, legalmente hablando, opor- tunidades iguales para todos, los trabajadores son los tinicos que tie- nen la culpa de ser lo que son por no haber trabajado y ahorrado lo suficiente, por no haber sido lo bastante inteligentes. Los ataques al capitalismo son irracionales desde un punto de vista econédmico y tienen un efecto negativo sobre el bienestar material de todos. La 9 Cf. R. Hilton, Bondmen made free, Londres, 1978 [Siervos liberados, Mar drid, Siglo XXI, 1978]. 52 Géran Therborn ~ existencia del capitalismo como emptesa viable conlleva la aceptacién de esta alter-ideologia burguesa por parte de los trabajadores, ya se trate de una aceptacién activa o pasiva, consciente o inconsciente. (En relacién con Ia aristocracia feudal, la alter-ideologfa burguesa se centra en la superioridad del trabajo —intelectual— productivo, ra- cional, frente a la ociosidad econémica y a la despreocupacién irta- cional del atistécrata.) La alter-ideologia proletaria parte de la compra-venta de fuerza de trabajo en el mercado. En este contexto, los propietarios de la fuerza de trabajo se encuentran en una situacién peculiar que Jes pro- porciona la base de su alter-ideologia en todos los aspectos. Por un Jado, son agentes individuales del mercado, son libres e i en relacién a los compradores de fuerza de trabajo. Por otro, constituyen ‘también una clase independiente (en sentido Idgico) de agentes del mercado que sélo tienen una mercancia muy especial con la que co- merciar: su fuerza de trabajo, parte inseparable de la capacidad hu- mana. Parece inherente a esta situacién una resistencia a la total con- versién de la fuerza de trabajo en mercancfa: una afirmacién de la persona del trabajador, con su derecho a un empleo, a una subsis- tencia adecuada y a un cierto grado de seguridad, como contraposi- cién a la racionalidad del mercado y de la acumulacién de capital. Esto se refuerza con la participacién directa en el proceso de trabajo distinta de las actividades de los patrones/empresarios, orientadas ha- cia la ganancia. La negociacién de los trabajadores estd estructurada de tal forma que su fuerza no depende (en primera instancia) de la mercancfa con Ja que comercian —que tiene muy poca especificidad individual—, ni de su capacidad individual de quedarse pata siempre con el com- prador de su mercancfa. Su fuerza se deriva mds bien de su gran superioridad numérica frente a los capitalistas, siempre que efectiva- mente puedan unirse. Otro aspecto central de Ja ideologia proletaria es, pues, la solidaridad, contrapuesta al individualismo competitivo. Los sindicatos son las instituciones més caracteristicas y universales de la clase obrera. Ademés, la situacién dual trabajo-mercado tiende a generar una conciencia de clase, en el sentido de un reconocimiento de la diferen- ciacién econémica y del conflicto entre las categorias globales o «cla- ses», por contraposicién a unos sujetos de mercado legalmente libres ¢ iguales. Este reconocimiento conlleva también una tendencia a la accién politica de clase, pues los trabajadores, como clase de sujetos La constitucién ideolégica de las clases 53 de mercado libres e iguales, son también miembros o «ciudadanos» libres e iguales de un Estado. Los partidos de Ja clase obrera son también un fenémeno casi universal en las sociedades capitalistas desarrolladas. Las alter-ideologias de resistencia caracteristicas de Jas clases do- minadas y explotadas se incriben en el tipo de sometimiento-cuali- ficacién que constituye a los sujetos explotados de un determinado modo de produccién. Asi, el sometimiento de los. campesinos feuda- les a una serie de obligaciones los cualifica no sélo para desempefiar esas obligaciones, sino también, simulténeamente, para adquirir con- ciencia de ciertos derechos y capacidad para afirmarlos. El capitalismo somete a los trabajadores a unas relaciones mercantiles y a la racio- nalidad de la acumulacién de capital, pero no sélo los cualifica para producir plusvalor, sino también para actuar y negociar como perso- nas libres, Al igual que las ego-ideologias, las alter-ideologias se desarro- Ilan, junto con el propio modo de produccién, en procesos sociales de interpelacién ideolégica y a través de ptocesos de aprendizaje re- gidos por las diversas formas de afirmaciones y sanciones. Este des- arrollo ideolégico conlleva una serie de procesos individuales, tanto en la infancia como en la madurez, y otra serie de procesos de for- macién y organizacién colectivas. Estos tltimos incluyen desde las cortes principescas, que establecieron los cddigos aristocrdticos de conducta, y las comunidades aldeanas campesinas, pasando por los concejos de los burgos y las asociaciones comerciales, hasta las fabri- cas, sociedades de ayuda mutua y los sindicatos. La constitucién ideolégica de Jas nuevas clases, pot supuesto, siempre tiene lugar sobre la base de ideologias y condiciones politico- econémicas preexistentes, que adoptan siempre formas histéricas tini- cas en cada una de las diferentes sociedades. La alter-ideologia pro- letaria, por ejemplo, pudo recurrir a las ideologias campesinas y ar- tesanales anteriores para resistir al avance de Jas relaciones mercan- tiles del capitalismo. Pero la sancién de Ja derrota levé a la clase obrera en formacién a abandonar Jas soluciones campesinas y artesa- nales a su proletarizacién. Tuvo también que enfrentarse y superar a las ideologias burguesas centradas en la unién de la «clase produc- tiva» o «industrial», en la autoeducacién y el autoperfeccionamiento individuales y en la expansién de la «razén», todas las cuales se di- fundieron profusamente pero se mostraron cada vez més inadecuadas para Ja situacién de los trabajadores en el capitalismo. 54 Géran Therborn Se habré observado, sin duda, y seguramente con alarma por parte de algunos, que estos aspectos centrales de la alter-ideologia de las clases dominadas, aunque constituyen a los sujetos de la lucha de clases, no apuntan explicitamente hacia la superacién del modo de explotaci6n y dominacién dado. No he incluido deliberadamente al so- cialismo, y no digamos ya al marxismo o al marxismo-leninismo, en la alter-ideologia de 1a clase obrera. La razén de tan escandalosa omi- sién es que las clases y la lucha de clases son, en la teorfa marxista, elementos constitutivos del funcionamiento de los modos de produc- cién explotadores. De ahi que la lucha de clases por si sola no supere el modo de explotacién y dominacién en el que est4 basada y en el que opera. Lo que conduce a la revolucién social es la dinémica contradictoria y desarticuladora de un modo de produccién dado; una revolucién semejante es el producto de Ja lucha de clases bajo unos pardémetros diferentes que resultan de la propia dindmica. La lucha de clases es parte de la continua reproduccién de un modo de pro- duccién, y es también Ja fuerza motriz de su transformacién. La dind- mica contradictoria y desarticuladora no se origina necesariamente en el nexo de explotacién existente. El capitalismo no se desarrollé a partir del nexo sefior-campesino, sino en los intersticios del feuda- lismo, si bien es cierto que Ja revolucién burguesa también estuvo vinculada a las luchas campesinas. Marx, desde luego, postulé la tran- sicién del capitalismo al socialismo a partir de la relacién capital- trabajo, pero sélo porque el terreno del conflicto capital-trabajo cam- bia con el desarrollo del capitalismo *. En mi opinién, no puede afirmarse Iégicamente que una ideologia socialista —ideologia segin la cual la sociedad socialista es buena y es posible de alcanzar— esté implicita en la existencia de la clase obrera y que por ello forme parte de su ideologia. Kautsky y Lenin estaban en lo cierto al observar la diferencia entre ideologia de la cla- se obreta e ideologia socialista. Es un hecho, desde luego, que la principal fuerza social de la ideologfa socialista (y comunista) ha sido y es la clase obrera. Pero se puede justificar este punto sin necesidad de incluir al socialismo en la ideologfa de la clase obrera o de recurrir a la oscura nocién utilitaria de «interés». Entre la ideologfa de la clase obrera y la ideologia socialista hay una fuerte afinidad selecti- 0 Presenté un bosquejo de dicha teorfa en el Congreso de la Asociacién In- ternacional de Ciencias Politicas celebrado en Moscti en 1979. La comunicaciéa Ievaba por titulo «Enterprises, markets and states. A first, modest contribution to a general theory of capitalist politics». La constituctén ideoldgica de las clases 35 va, una potencialidad de articulaci6n y vinculacién mutuas, que no se da entre el socialismo y otras ideologias de clase. De hecho, el so- cialismo es una proyeccién hacia una sociedad futura y una especifi- cacién dentro de una estrategia politica de todos los elementos cen- trales de la ideologia de la clase obrera: la orientacién colectivista del trabajo productivo, la afirmacién de la persona del trabajador frente a las relaciones mercantiles y por encima de ellas, la solidaridad y la conciencia de clase. Una afinidad especial de similares caractetisticas se da entre la ideologia de la clase obrera y la teorfa marxista, entre la conciencia de la clase proletaria y los enunciados marxistas acerca de la importancia primordial de las relaciones y !a lucha de clases en la sociedad capitalista, frente a las de Ja actuacién individual compe- titiva y por encima de ellas. El socialismo marxista comprende, asi- mismo, una teorfa de las capacidades y posibilidades de la clase obrera que se centra en la posicién de ésta en el desarrollo contradic- torio del capitalismo. En este viltimo aspecto, el marxismo afiade una direccién estratégica a la lucha de Ia clase obrera. Dada la forma en que ha sido definida y determinada la ideologia de la clase obrera, esto equivale a decir que la ideologia socialista y Ja teorfa marxista tienen un lazo de afinidad con Ia existencia de Ja clase obrera. No es simplemente cuesti6n de un encuentro en el reino de las ideologias. El socialismo marxista, ademds, no fue una creacién de intelectuales. Se desarrollé a través de lo que Marx y En- gels aprendieron de Ia clase obrera y de sus luchas ". TIT. Ipgo.ocfas DE CLASE EB IDEOLOG{AS NO DE CLASE Pensando en algunas probables criticas a nuestro andlisis, comenta- remos a continuacién Ia articulacién de las ideologfas de clase con las de tipo existencial-inclusivo ¢ histérico-inclusivo. Se trata, de hecho, de un problema central para una teorfa marxista de la ideologia, por- que el matetialismo histérico afirma que estas ideologias y formas de subjetividad se articulan con las diferentes clases de diferentes ma- neras. Por razones de espacio me limitaré a ofrecer unas breves ob- servaciones. En primer lugar, es digno de mencién que las ego-ideologfas feu- dal y burguesa hayan sido muy especificas en cuanto a su géneto, al WM Véase mi Science, class and society, pp. 326 ss. [pp. 325 ss.. 56 Géran Therborn corresponder la mayoria de sus aspectos especificos slo a los miem- bros masculinos de Ja clase. (Obligado a elegir, escogi la constitu- cién ideoldgica de los varones feudales y burgueses porque son ellos los tinicos implicados directamente en la extraccién y apropiacién del plustrabajo.) Esto es mucho menos aplicable a la ideologia de la clase obrera, pues en realidad la especificidad de género atafie sélo, y de manera variable, a la fuerza fisica. Puede verse en este punto una de las principales razones de los lazos histéricos que, aunque con dificultades, han vinculado al movimiento obrero con el de las muje- clase.) Es probable que las razones de mayor especificidad de género ideologias feudal y capitalista tengan mucho que ver con el de la familia en la regulacién de la transferencia de propieda- n la orientacién militarista del feudalismo y con la gran impor- tancia de la fuerza fisica en sus formas caracter{sticas de combate. Con el desarrollo del capitalismo de la gran empresa, en el que el ca- pital se separa de la familia, es de esperar una menor es; de en Ja ego-ideologia burguesa. El papel de Ia familia resulta ser una clave del grado de especificidad de género de las ideologias de clase, El trabajo y la subjetividad campesinos eran especificos en cuanto al género en el marco de la unidad de produccién familiar. Las diferencias de género se acentuaron cuando la familia se disocié de la produccién y asumié el papel especializado de regular la des- cendencia y la propiedad. La familia tenfa muy poca importancia para Ja explotacién de los esclavos y los trabajadores; la esclavitud de las plantaciones y el primer capitalismo industrial implicaron una peque- fia especificidad de género en sus productores directos. La posterior reafirmacién de la familia de clase obrera deberia ser vista, quiz4, como el efecto combinado de la ego-ideologia burguesa y de la resis- tencia obrera a la mercantilizacién. En segundo lugar, hay que decir algo acetca de la teligién, pues es un hecho histérico que la Iglesia fue un aparato ideoldgico central en Ja Europa feudal. Habida cuenta del nivel de las fuerzas produc- tivas y del conocimiento de Ia naturaleza, es de suponer que las ideo- Jogias existenciales y sobrenaturalistas acerca del significado de Ja vida y Ja muerte desempefiaran un importante papel en la vida humana, papel intensificado por el masivo sufrimiento causado por la guerra, la peste, los desastres naturales y Ja cotidiana escasez que afligié a la La constitucién ideolégica de las clases 357 mayorfa de los hombres y mujeres de la sociedad feudal. Incluso pode- mos encontrar una afinidad selectiva entre wna ideologia le clase que acentia las diferencias sociales de nacimiento y una religién que ofrece una vida después de la muerte. De hecho, la necesidad de una religién como mecanismo de contencién de las masas explotadas fue plantea- do explicitamente por muchos idedlogos feudales. Sin embargo, una vez dicho esto, debe sefialarse también que ninguna teoria del feuda- lismo y de las clases feudales puede explicar el nticleo de la doctrina religiosa imperante o la posicién de la Iglesia. Y el hecho de que la Iglesia catélica desempefiara un importante papel como oponente y como objetivo de las revoluciones burguesas europeas no hace de ella una institucién intrinsecamente feudal (como sabemos, precedié y sobrevivié al feudalismo). Todo lo que podemos concluir es que, en aspectos ctuciales, estuvo intitucionalmente conectada e ideoldgi- camente articulada con la organizacién feudal del poder. En los Estados siempre existen clases; y, para los propésitos del andlisis politico, la ideologia de tipo histérico-inclusivo mds importan- te es la que se dirige a todos los miembros del Estado. En el sistema feudal, el monarquismo, en el sentido restringido del término, fue ptecisamente una ideologia de ese tipo, al interpelar a todos los «su- jetos» de la monarquia. Con la revolucién burguesa el nacionalismo paséd a desempefiar un papel similar, y los Estados socialistas tam- bién han recurrido con frecuencia a esta ideologia. Ahora bien, la asociacién histérica del nacionalismo con Ia revolucién y el dominio burgueses es bastante enigmético en algunos aspectos. La afinidad que existe entre la ideologia de clase burguesa y el nacionalismo no es en modo alguno la misma que existe entre el socialismo y la ideologfa de la clase obrera. La tacionalidad del mercado y el indi- vidualismo competitivo tienen m4s que ver con el cosmopolitismo, caracteristico también de algunos sectores de la burguesia, especial- mente de sus escalones més elevados. El nacionalismo quedé vincu- lado a la revolucién burguesa al proporcionar una ideologia de lucha que contrapuso al poder dindstico y/o colonial un Estado de ciuda- danos legalmente libres e iguales que abarcaba un cierto tertitorio. En los casos clsicos, la burguesia fue capaz de encabezar y erigirse en vencedora de una serie de vastos y complejos procesos revolucio- natios. Sin embargo, si hemos de ahondar un poco més en el papel del nacionalismo en el dominio burgués establecido, debemos exami- tiar con més profundidad el cardcter de las ideologfas de tipo histé- tico-inclusivo. 3 58 Goran Therborn Las ideologias de tipo histérico-inclusivo no se han inventado simplemente como férmulas de legitimacién de la clase dominante. Al igual que el propio Estado, expresan el resultado histérico de las Juchas mantenidas en su seno. Son, en sus diversas formas, expresio- nes 0 depositarias de las experiencias y recuerdos de una poblacién estructuriaad ae’ clases" Lienen, por tanto, un céracte? uber que expresa tanto una tradicién histérica de lucha (de la que las clases populares forman una parte importante) como el resultado de esas luchas, que, por definicién, ha consistido normalmente en la victoria de la clase dominante. Son depositarias de la lucha por Ja soberanfa popular y Ja independencia, y también de la lucha contra otros pueblos por un territorio, una posicién social o unos derechos culturales. Dado que el nacionalismo desempefié un papel decisivo en el ascenso de la bur- guesfa al poder, es natural que aquél, como ideologfa de tipo inclu- sivo irreducible a una clase, se haya articulado con el dominio de la burguesia. Sin embargo, no es menos natural que las clases subordinadas ha- yan intentado acoplarse a 1a ideologia inclusiva, pues su misma inclu- sividad significa que puede utilizarse para presionar sobre miembros y sectores de la clase dominante. Esto puede hacerse de dos maneras. Las clases subordinadas pueden relacionarse con esa tendencia domi- nante de ideologia histérico-inclusiva que expresa el resultado de las Tuchas histéricas, como fue el caso de las apelaciones de los campe- sinos feudales al monarca o el de la adhesin de Ja mayorfa de los partidos de la II Internacional a la «causa nacional» en 1914. Por otto lado, pueden vincularse a las luchas populares que también for- man parte de la tradicién de un Estado y que estén inscritas en su ideologia histérica. Ejemplos de este tiltimo tipo de articulacién son Ja resistencia antifascista y los movimientos de liberacién antiimperia- listas. En otras palabras, partiendo de la ideologfa de una clase subor- dinada, uno puede unirse a la causa de los vencedores, abrazando y subordinandose a Ja causa nacionalista, o relacionarse con Ja tradicién de lucha, vinculdndose entonces a la tradicién «nacional-popular». Antes de abandonar las ideologias de tipo histérico-inclusivo, ha- brfa que sefialar que Ia historia y la realidad actual de un determinado Estado afectan por lo general a més de dos clases y a diversos estra- tos. De ahf que un movimiento de clase relacionado de una forma explicita con las tradiciones nacional-populares deba relacionarse tam- bién con las luchas de otras clases populates. En el caso del movi- La constitucién ideoldgica de las clases 59 miento obrero en el capitalismo, esto significa normalmente que debe vincularse a las luchas del campesinado y de la pequefia burguesia. Las ideologfas de clase siempre tienen que competir y relacionar- se con otras ideologias de tipo posicional. Unicamente en la ideologia de Ja clase obrera parece haber un elemento de conciencia de clase como rasgo intrinseco, aunque Ia aristocracia feudal, por supuesto, tenia una conciencia muy clara de Ia linea de demarcacién existente entre nobles y plebeyos. No obstante, no se sigue de ello que la cohesién de clase sea mayor en el proletariado que en otras clases. Deben tenerse también en cuenta la logistica de la cohesién y las facilidades para viajar y comunicarse, que favorecen siempre a los sectores dirigentes de la clase dominante. Las principales ideologias posicionales con las que deberé competir una determinada ideologia de clase para intentar constituir a los sujetos de una clase unida va- tiarén considerablemente segtin la clase de que se trate. En lo que a la aristocracia feudal, la burguesfa y la pequefia burguesfa respecta, el elemento de divisisn més significativo es inherente a la propia ideologfa de clase: en el caso de la aristoctacia es la importancia del linaje; en el de la burguesia y la pequefia burguesia, el papel desémpefiado por el individuo (sujeto del individualismo competitivo) y por la familia nuclear en la transferencia de la propiedad. Para afir- marse, la ideologia de la clase obrera debe enfrentarse y absorber sobre todo a las ideologfas ocupacionales, esto es, a la orientacién laboral y a la solidaridad particulares de unas ocupaciones y oficios concretos. En la historia real de la clase obrera nos encontramos tam- bién con una migracién masiva y el consiguiente fenémeno resultante de unas clases obreras multiétnicas, a las que los marxistas apenas han dedicado una atencién sistemdtica. Por supuesto, con una fuerza de trabajo multiétnica la etnia se convierte en una ideologia posicio- nal que entra en competencia con Ja ideologia de la clase obrera. Se ha afirmado anteriormente que el universo ideolégico no pue- de reducirse a las ideologias de clase, peto que el conjunto ideoldégico de una sociedad de clases est4 estructurado con arreglo a éstas, y que el cambio ideolégico esté sobredeterminado por sus luchas. La tesis acerca de la estructuracién de clase de las ideologias no depende de ninguna nocién de «representacién». Las ideologias de clase, como la polftica de clase, no «tepresentan» nada mds que a s{ mismas, nada que se patezca a unos «intereses de clase». La nocién de «tepresen- tacién» es, en realidad, parte de la herencia utilitaria del marxismo y deberfa ser definitivamente desechada. La estructuracién de clase 60 Géran Therborn se refiere a dos fenémenos distintos. Primero, al hecho empfricamente observable de que un mismo tipo de cuestién ideoldgica se relaciona de diferente manera con los modos de existencia de las diferentes clases, y por ello tiende a ser reformulado en mayor o menor medida a lo largo de unas Iineas de clase. Segundo, a que para que los setes humanos puedan actuar como sujetos-beneficiarios de posiciones de clase especificas, deben ser constituidos como sujetos de clase por unas ideologias de clase definidas analfticamente sobre la base de las relaciones de produccién. Estas ideologias de clase se presentan, pues, en diversos tipos de articulacién con las ideologfas no de clase. IV. ELABORACIONES Y PERMUTACIONES DE LAS IDEOLOGEAS DE CLASE Las ideologias de clase, tal y como han sido definidas anteriormen- te, no son doctrinas o formas elaboradas de discurso. Son més bien temas nucleares de discursos especificos de cada clase que varian enor- memente en Ia forma y en el grado de elaboracién. Estos temas nu- cleares son la contrapartida ideolégica de la fuerza social y las préc- ticas no discursivas de las clases. Los intelectuales, especialistas en las prdcticas discursivas, estén vinculados institucionalmente a las cla- ses sociales, por grande que sea la «autonomfa relativa» de su some- timiento-cualificacién. La formacién de grupos y estratos de intelectuales especi: los es un aspecto de una divisién social del trabajo més amplia que la implicita en las relaciones de produccién. La formacién intelectual se enmarca en el univetso global de las ideologias, que no puede redu- cirse simplemente al dominio de las ideologias de clase. Es especial- mente importante su relacién con las ideologias de tipo inclusivo- existencial, la religién y Ja filosoffa secular, y con las de tipo inclusivo- histérico ligadas al Estado. Sin embargo, la formacién de dichos intelectuales esté sobreterminada por el modo y la magnitud de la apropiacién del plustrabajo, proceso que proporciona la base material de las instituciones intelectuales, determina las fuerzas sociales bésicas con las que deben relacionarse los intelectuales y, en el caso de los intelectuales de Estado, prescribe en gran medida sus funciones como parte de las funciones especificas de clase de unos Estados especfficos La constitucién ideolégica de las clases 61 de clase. A estos intelectuales de tipo inclusivo-histérico e inclusivo- existencial Gramsci les llamé intelectuales «tradicionales» 7. Gramsci los distinguia as{ de los intelectuales vvinculados orgéni- camente a las prdcticas especificas de clase, los especialistes y los elaboradores de ideologias de clase. Escritores sobre economia ¥ po Iitica de tendencia liberal, abogados de empresa, técnicos, tas en publicidad, polfticos burgueses y periodistas son ejemplos de intelectuales «orgénicos» de Ia burguesia. También Ja clase obrera ha producido sus propios intelectuales: oradores, organizadores, escri- tores de panfletos y canciones, periodistas, profesores de las escuelas de los sindicatos y de los partidos, etcétera, La distincién que se hace aqui se corresponde con la de Gramsci, pero descansa sobre una base distinta: por un lado, los productores, elevadores y difusores espe- cializados de las ideologfas de tipo inclusivo-histérico e inclusivo-exis- tencial, articulados de diferentes formas con las diferentes clases; por otro, los dedicados a las ideologias de clase especificas. EI desarrollo y Ja lucha de las clases entrafia la produccién de in- telectuales orgénicos de clase y sirve para reestructurar y realinear a la intelligentsia tradicional. En ciertas circunstancias, algunos miem- bros o sectores de esta intelligentsia pueden llegar a abandonar sus antiguos Iazos de clase y establecer vinculos con una nueva clase. La adhesién de Marx y Engels al movimiento obrero es un famoso ejem- plo de este proceso. Ahora bien, como he mostrado con cierto detalle n otto sitio, no se trata de un gesto unilateral por el que los intelec- tuales cultos Hevan la luz a las masas, como parece indicar la concep- cién de Kautsky, sino de un complejo proceso de aprendizaje y des- aprendizaje en dos direcciones *, Las ideologfas de clase se desarro- Ilan, se elaboran, compiten, chocan y son afectadas de innumerables formas por otros discursos, incluidos los de otras clases. Todo esto tiene lugar en torno a sus temas nucleares especificos, a través del trabajo de unos intelectuales en constante intetseccién con las préc- ticas de clase y dentro de unos modos histéricos de produccién. En efecto, el papel de los intelectuales, en el amplio sentido gramsciano, no se reduce a la elaboracién de ideologfa. Es igualmente 2 Gramed, Prison notebooks, Londres, 1971 [en castellano puede encontrar- se esa denominacién en el texto «Le formecién de los intelectuales», recogido en A. Gramsci, Antologta, ed. de Manuel Sacristén, México, Siglo XXI, 3+ ed., 1977, p. 392]. B Science, class and society, pp. 326 ss. [pp. 325 ss.]. 62 Géran Therborn importante el papel que desempefian al enfrentar a unas ideologias con otras, al agudizar y clarificar las diferencias y al desarrollar e intensificar de esta forma su compromiso con ciertas ideologfas. Vol- veremos més adelante sobre las cuestiones relacionadas con la movi- lizacién ideol6gica. 4. EL ORDEN SOCIAL DE LAS IDEOLOGIAS I. EL PROCESO SOCIAL DE LA IDEOLOG{A Una vez establecidas algunas proposiciones generales acerca del com- portamiento dialéctico, la determinacién material y la estructura- cién de clase de la ideologia, pasaremos a considerar més en concreto el funcionamiento de las ideologfas, especialmente en las sociedades capitalistas contempordneas. Para lograr una comprensién del orden social y de la ideolog{a, sobre todo en las sociedades capitalistas con- temporéneas avanzadas, debemos advertir primeramente que las ideo- logfas, contrariamente a la concepcién tradicional en la historia de Jas ideas, funcionan realmente con un cierto desorden. No funcionan como cuerpos de pensamiento que poseamos y que apliquemos a nuestras acciones, ni como textos elaborados que presenten el pensa- miento de grandes inteligencias que otras inteligencias deben exami- nar, memorizar, aceptar o rechazar, como si se tratara de visitantes pasando ante los objetos expuestos en un museo. Comprender cémo funcionan las ideologias en una determinada sociedad requiere ante todo que las contemplemos no como posesiones 0 textos, sino como procesos sociales en curso. Como tales, precisamente, nos interpelan o se dirigen a nosotros; y la forma més extrafia de interpelacién es Ja implicita en la historiograffa tradicional de las ideas; un texto es- crito que habla directamente a un lector solitatio. En cuanto que procesos sociales en curso, las ideologias no son posesiones. No consisten en «estados de fnimo», sobre todo porque las interpelaciones ideolégicas constituyen y reconstituyen constante- mente nuestra identidad. Un solo hombre puede actuar como un amimero casi ilimitado de sujetos, y en el transcutso de una sola vida humana se despliegan de hecho un gran niimero de subjetividades. En cualquier situacién, y especialmente en una compleja sociedad moderna, ‘un determinado ser humano cuenta pot lo general con varias 64 Géran Therborn subjetividades que aplicar, aunque por norma no aplique més de una al mismo tiempo. Las ideologias difieren, compiten y chocan no sélo en lo que dicen acerca del mundo en el que viven, sino también al *- Gecimnos ‘Guienes somos, ai’ intelpeiar a uh ‘aetermthadd upb ae su- jeto. Estas diferentes interpelaciones de lo que existe estén conecta- das normalmente con diferentes interpelaciones de lo que es correcto y de lo que es posible para dicho sujeto. Por ejemplo: cuando se convoca una huelga, un trabajador puede ser interpelado como miembro de la clase obrera, como miembro de un sindicato, como compafiero de otros trabajadores, como em- pleado fiel de un buen empresario, como padre o madre, como traba- jador honrado, como buen ciudadano, como comunista 0 anticomu- nista, como catélico, etcétera. El tipo de interpelaci6n que se acepte —«jSi, eso es lo que soy, asi soy yo!»— repercute en la actuacién con que se responda a la convocatoria. La lucha ideolégica no se libra sélo entre visiones rivales del mundo. Es también une lucha por Ja afirmacién de una determinada subjetividad —como creyente, ciu- dadano o miembro de una clase, por ejemplo—; por la definicién de determinados sujetos (por la inclusién o exclusién de los mismos) —-como las «clases productivas», el «pueblo» o los «explotados»—; y por el tipo de subjetividad que deberfa aplicarse, como en el caso de la convocatoria de la huelga. La afirmacién de que las ideologfas interpelan a los sujetos sig- nifica que aquéllas no son recibidas como algo externo por un sujeto fijo y unificado. En cuanto se recibe una determinada interpelacién, el receptor cambia y es (re)constituido. El contraste tan frecuentemen- te observado entre Jas expresiones de conformidad y satisfaccién, por un lado, y los repentinos estallidos de revuelta por otro, constituye tan sdélo un caso dramftico y especial de este fenédmeno general. Al ser el blanco de interpelaciones que est4n constantemente en conflicto co simplemente en competencia, el receptor no es necesariamente cohe- fente en sus recepciones, en sus acciones de respuesta y en sus inter- pelaciones. Ademés, la estructura ps{quica que subyace a nuesttas subjetividades conscientes no es monolitica, sino que es mds bien un campo de fuerzas en confficto. No obstante, todavfa es mds importan- te el hecho de que Ia formacién (o reforma) ideolégica de las subje- tividades es un proceso social. Las repentinas oscilaciones entre la conformidad y la revuelta son procesos colectivos, no meras series de cambios individuales. Estos procesos colectivos estén gobernados en gten medida por las aperturas y los cierres de la matriz de poder EI orden social de las ideologtas 65 existente de afirmaciones y sanciones, aperturas y cierres que pueden ser bastante insignificantes al principio, pero después volverse rdpida- mente decisivos a causa de le dinémica colectiva de contrapoder o falta de poder. Los sujetos interpelados 0 interpeladores no son los tinicos que no tienen una unidad y una coherencia fijas. Las propias ideologias son igualmente proteicas. Con fines analfticos, las diferentes ideolo- gias pueden ser identificadas segtin su origen, su tema, su contenido © el sujeto interpelado. Pero en cuanto procesos de interpelacién en curso no tienen limites naturales ni criterios naturales pata distinguir una ideologia de otra o un elemento de una ideologia de su totali- dad. Las diferentes ideologias, como quiera que se hayan definido, no sélo coexisten, compiten y chocan, sino que también se superponen, se influyen y se contaminan unas a otras, en especial en las sociedades abiertas y complejas de nuestros dias. Esto es aplicable tanto a las entre ideologias de clase como a las relaciones entre éstas y las ideologfas no de clase. Una ideologia de clase sélo existe en una pureza autosuficiente como construccién analitica y, en forma elabo- tada, quizd como texto doctrinal. Ademds, las ideologfas no funcionan como ideas o interpelaciones inmateriales. Siempre son producidas, transmitidas y recibidas en situaciones sociales concretas, material- mente circunscritas, y a través de medios y prdcticas de comunicacién especiales, cuya especificidad material pesa sobre la eficacia de la ideo- logfa en cuesti6n. La tecnologfa afecta al alcance de la posible comu- nicacién, y su coste a Ja distribucién de los medios de comunicacién disponibles. Con todo, la tecnologia y ecologfa de la comunicacién tienden a repercutir sobre Jas relaciones ideolégicas de fuerza, inde- pendientemente de la propiedad. La estructura exteriormente cerra- da e interiotmente densa e inextricable de un grupo de estudio o de Ja asamblea de una organizacién tiende a propiciar un efecto colectivo relativamente estable, distinto del impacto instanténeo de un altavoz sobre una audiencia de masas o del efecto individualizado de un dis- curso televisivo recibido en casa, incluso si lo que se ofrece por el televisor son interpelaciones de clase. Terminaremos esta seccién examinando brevemente cdmo se li- bran, se ganan y se pierden las batallas ideoldgicas, aunque no po- damos ofrecer un manual sobre «cémo vencer en una disputa ideo- Idgica». En una batalla ideolégica lo que esté en juego es la recons- titucién, desometimiento o resometimiento y recualificacién de los sujetos ya constituidos, o su reproduccién ante un desaffo. En este 66 Goran Therborn proceso hay cuatro tipos de problemas poryresolver. En primer lugar, el orador 0 «agitador» tiene que establecer su derecho a hablar y a ser escuchado por los sujetos a los que se dirige, bien como uno de ellos, bien como poseedor de una posicién y de un tipo de conoci- miento que encaja de alguna manera en la concepcién que aquéllos tienen de lo que merece respeto. En segundo lugar, debe afirmar la primordial importancia de una determinada identidad, como la de los attabajadores» por contraposicién a «cristianos», «ingleses» o «aficio- nados al fiitbol». Este modo de interpelacién, por tanto, supone la afirmacién de que ciettos rasgos del mundo son més importantes que ottos, por ejemplo que la explotacién lo es més que la interdepen- dencia o la riqueza. Esto se lleva a cabo mediante la referencia a ciertas experiencias presentes o pasadas de los interpelados. En tercer Jugar, las interpelaciones de lo que es bueno y lo que es malo deben situarse en relacién con los elementos de las concepciones normativas vigentes. De esta forma puede mantenerse, siguiendo un hilo légico con las concepciones vigentes, que las nuevas circunstancias requieren la aceptacién de ciertas normas nuevas. Por tiltimo, la llamada a algin tipo de accién supone que la linea propuesta es la unica o la mejor forma posible de conseguir los objetivos normativos. Esto exige de nuevo que el otador se refiera a experiencias reales. Alternativamen- te, puede ser necesario afirmar un principio normativo de acuerdo con el cual una determinada linea de accién sea una necesidad ética inde- pendientemente de su posibilidad de éxito. Esta batalla ideoldgica se libra siempre en una matriz de afirmaciones y sanciones no discursi- vas, tanto pasadas como presentes, con un determinado conjunto de medios y en un determinado marco ecolégico de comunicacién. Todo lo dicho en este punto es, por supuesto, muy general. Pero deberfa bastar cuando menos para demostrar que vencer en una lucha ideoldgica, 0 en una lucha pot la hegemonfa, implica mucho més que poseer el «programa adecuado», hacer las «interpelaciones adecuadas» © proporcionar la «direccién correcta». TI. La ORGANIZACIGON SOCIAL DEL DISCURSO IDEOLOGICO Aunque el funcionamiento de Jas ideologfas no puede ser reduci- do a las pulctas unidades textuales de las que se ocupa el historiador de las ideas, o a los excepcionales temas que fascinan o encolerizan El orden social de las ideologtas 67 a los criticos culturales, en todas las sociedades hay, con todo, un orden ideolégico de poder, control y dominacién. Segtin el concepto de ideologia que hemos adoptado, ésta funciona a través de prdcticas discursivas inscritas en matrices de prdcticas no discursivas (o, més precisamente, como practicas en las que la dimensién discursiva es predominante, pero que se inscriben en practicas en las que predo- mina la dimensién no discursiva). De ello se sigue que la organiza- cién de la dominacién ideolégica consta de dos componentes. Uno es la construccién y el mantenimiento de un determinado orden discur- sivo. El otro es el despliegue de afirmaciones y sanciones no discur- sivas. La construccién de un orden discursivo en una determinada socie- ‘dad es el resultado histérico de las luchas libradas por las fuerzas sociales en momentos cruciales de crisis y contradiccién. Segtin el ma- terialismo histérico, el aspecto decisivo de estas luchas en las socie- dades de clases es la lucha de clases, y el orden discursivo resultante es un orden de clase, articulado con unos discursos inclusivo-histéricos e inclusivo-existenciales. El mantenimiento de un orden discursivo dado implica, en su dimensién predominantemente discursiva, la pro- duccién y reproduccién de afirmaciones y sanciones discursivas y de una determinada estructuracién del discurso social. La afirmacién discursiva de una ideologia o un orden ideolégico dados se organiza mediante un simbolismo o ritual afirmativo que va desde Ja comunién cristiana y la bandera nacional hasta el canto de la Internacional. La distincién entre un ritual y una afirmacién material es de cardcter analftico y no responde a una diferencia in- trinseca entre practicas rituales y no rituales. En un Estado capita- lista, por ejemplo, unas elecciones polfticas constituyen una afirma- cién de Ja ideologfa politica liberal. En la medida en que el resultado est4 predeterminado por el lfmite del mimero de personas que pueden ser candidatos y tener la oportunidad de hacer una campajia efectiva, o abiertamente por el fraude electoral, la afirmacién es predominante- mente ritual. Pero en la medida en que el resultado no esté decidido todavia, debemos considerar la afirmacién como predominantemente material. La forma (ptedominantemente) discursiva de sancién es un tipo de interpelacién limitadora que niega la subjetividad, convirtiendo al interpelado en un objeto. Se trata de la excomunién, cuya victima es apattada de todo discurso significativo ulterior por loca, depravada, traidora, extrafia, etcétera. La persona excomulgada es condenada 68 Géran Therborn temporalmente o para siempre a la inexistencia ideolégica: no mere- ce ser escuchado; es el blanco de la objetivacién ideolégica; es alguien cuyas palabras sélo serén consideradas como sintomas de alguna otra cosa: de locura, de depravacién y de cuestiones semejantes. La exco- munién ideolégica va acompafiada normalmente de sanciones mate- tiales como la expulsién, el confinamiento o la muette. En su anélisis de la estructuracién del discurso, Foucault esta- blece un catélogo muy completo de los procedimientos utilizados para el control, la seleccién, la organizacién y Ja redistribucién del discur- so, procedimientos que agrupa en tres grandes tipos: exclusién, limi- taci6n y apropiacién. Sin Iegar a examinar criticamente los tasgos especificos del enfoque analftico de Foucault, podemos utilizar esas tres categorias para recapitular la organizacién social del discurso. Pero aunque no podamos estudiar detalladamente la problematica de Fou- cault, quizé deberfamos reformular esos procedimientos en una ter- minologia més general. Por eso nos referiremos a ellos como la res- triccién, la proteccién y la apropiacién delimitada del discurso. La restriccién de discutso se refiere a las restricciones sociales institucionalizadas sobre quiénes pueden hablar, cudnto se puede de- cir, de qué se puede hablar y en qué ocasién. Estos tipos de restric- cién se dan en toda sociedad, en diversas formas y extensiones, y no dependen en absoluto de las instituciones estatales de censura. Ope- ran en primer lugar a través de definiciones y modelos afirmados de subjetividad, reforzados por la excomunién, las sanciones materiales y la distribucién de los medios de comunicacién. E] orden de subje- vided ideolégicamente constituido que exista supone que, en una situacién dada, sélo las personas de una cierta edad, sexo, conoci- miento, posicién social, etcétera, estén autorizadas a hablar (o a ser escuchadas) durante un determinado perfodo de tiempo acerca de un determinado conjunto de temas. La proteccién del discurso se refiere a los procedimientos inter- nos de un discurso que estén destinados a protegerlo de ottos dis- cursos (cuya existencia estd permitida). Uno de dichos procedimientos es la autor-izacién. Este procedimiento establece el principio de que un autor —ya sea Dios (supuesto autor verdadero de la Biblia y el Corén escritos a través de un intermediario), Marx, etcétera— o va- trios autores, o un determinado tipo de autor, son los tinicos (0 los principales) que pueden hacer afirmaciones vélidas. Otro procedimien- to consiste’ en asegurar la repeticién incesante de un determinado discurso, de forma que Jas tinicas enunciaciones vilidas, ademés de EI orden social de las ideologias 69 las del texto autorizado, sean la exégesis, el comentario y Ja interpre- taci6n. Hay también una forma mds global de proteger un discurso que consiste en organizarlo como una disciplina con un campo insti- tucionalizado de enunciados, métodos, proposiciones y reglas. La «po- Iftica» puede ser convertida en una disciplina en este sentido, tal y como han puesto de manifiesto el movimiento obreto revolucionatio y el movimiento feminista en sus respuestas (distintas y a menudo conflictivas entre sf) al discurso politico y a la prdctica burguesa- masculina, La estructuracién del orden discursivo supone, ademés, la apro- piacién delimitada del discurso, mediante la que se restringe su re- cepcién. El discurso religioso, la «educacién», las alocuciones y dis- cusiones politicas estén situadas en determinados marcos ecoldgicos: iglesias, escuelas, petfodos y lugares especiales para las campafias polfticas. La organizacién social del discurso est4 circunscrita por una afirmacién-reconocimiento predominantemente no discursiva, y por las sanciones del confinamiento, Ia violencia, la muerte, las multas, el desempleo, la bancarrota, el hambre, etcétera. III. Aparatos mgoécicos Las interpelaciones ideolégicas se hacen en todo momento, en todo lugar y por todas las personas. Siempre tienen un aspecto material, no discursivo, pero no tiene sentido decir que sélo existen en los «aparatos», como ha mantenido Althusser, 2 menos que se vacie a esta palabra de todo contenido institucional. Menos atin se saca en limpio de Hamar a las matrices institucionales de las ideologias «aparatos de Estado». Muchos de los aparatos mencionados por Althusser, como la familia, no forman parte del Estado, en el sentido habitual de la palabra. Desde un punto de vista analitico parece bastante estéril ¢ incluso desconcertante ampliar el concepto de Estado de modo que comprenda todo aquello que sirva para la teproduccién de un orden social. Va, ademds, contra el concepto marxista del Estado como una organizacién especial, separada del resto de la sociedad y estrechamen- te relacionada con la existencia de las clases. El propio Althusser no esté ya dispuesto a defender la necesidad tedrica de los «aparatos ideoldgicos del Estado», pues afirma que lo esencial es captar la re- lacién intrinseca existente entre los aparatos ideoldgicos y el Estado 70 Géran Therborn (en el sentido habitual del término)'. En mi opinién, ésta es una forma correcta e importante de plantear el problema. Los aparatos ideoldégicos son parte de la organizacién del poder en la sociedad, y las relaciones sociales de poder se condensan y cristalizan en el marco del Estado. La familia, por ejemplo, esta regulada por la legislaci6n y la jurisdiccién estatales, y se ve afectada por las formas de mascu- linidad y femineidad, unidn sexual, parentesco e infancia, que son prescritas, favorecidas o permitidas por el Estado. Sin embargo, aunque las interpelaciones ideolégicas se den en to- dos Jos sitios, tanto los discursos como sus mecanismos de restric- cién, proteccién y apropiacién delimitada —as{ como Jas afirmaciones, sanciones, rituales y excomuniones relacionadas con ellos— tienden a concentrarse en esos puntos nodales de los procesos sociales que podriamos denominar aparatos ideoldgicos. Estos aparatos son esce- narios donde se concentra el discurso y las prdcticas no discursivas afines, y también escenarios o lugares de conflictos ideolégicos. La organizacién social del discurso supone que un conjunto de aparatos ideolégicos se estructuran de un modo especial en un sistema de co- nexiones e interdependencias. Podemos ilustrar el sistema de los aparatos ideolégicos mediante un sencillo modelo de formacién de los miembros de una clase en la sociedad capitalista avanzada de nuestros dias (fig. 1). Si, en aras de la simplificacién y la comodidad, damos por supuestos 1a estruc- tura y el mantenimiento de los papeles de clase, el problema de la reproduccién del orden social consiste en someter y cualificar a los nifios de la nueva generacién de forma que las plazas sean ocupadas en unas determinadas proporciones por sujetos adecuadamente espe- cializados para cada (tipo de) papel. En términos de la ideologia de clase esto supone, sobre todo, dos procesos: a) 1a inculcacién de la ego-ideologia de Ia clase dominante (a través de las familias y es- cuelas de la clase dominante, etc.) a los nuevos miembros nacidos en el seno de esa clase, o de forasteros admitidos en ella, y 4) la en- sefianza a los futuros miembros de las clases dominadas del predomi- nio de la alter-ideologia de Ja clase dominante sobre la ideologia de Jas clases dominadas (en el que desempefian un papel decisivo los poderes legislativo y judicial del Estado, respaldados por las fuerzas de represién). Este proceso de sometimiento-cualificacién se realiza dentro de un sistema de aparatos ideolégicos interrelacionados. Todos 1 Althusser, comunicacién personal al autor, abril de 1979. EL orden social de las ideologias = = 72° ‘Goran Therborn estos aparatos estén atravesados por la lucha de clases; pero incluso en un modelo simplificado deberfamos distinguir dos tipos de apara- tos que afectan a la formacién de los miembros de una clase. Uno es predominantemente una manifestacién de la organizacién de poder y del discurso de Ja clase o alianza dominante; el otro se compone de Io que podriamos lamar contra-aparatos, que expresan en buena medida, aunque en diferentes grados, la resistencia y el discurso de las clases dominadas. Este modelo es puramente descriptivo; aspira a mostrar los elemen- tos que intervienen en la formacién de cada nuevo miembro de una clase y el modo en que los aparatos ideolégicos se interrelacionan en este proceso. Pone también de manifiesto las severas limitaciones del interés liberal por la movilidad, esto es, por el problema de si las trayectorias biogrdficas son rectilineas (ausencia de movilidad) o se tuercen hacia arriba o hacia abajo. Nada de esto afecta a la estruc- tura de clase (a Ja derecha de la figura). A lo que sf afecta la tasa de movilidad es, sin embargo, al poder de la ideologia burguesa, cuyo individualismo competitivo queda materialmente afirmado por las trayectorias de movilidad. En este sentido, el gran interés de 1a so- ciologia burguesa por la movilidad social puede considerarse como una preocupacién por un aspecto significativo de la dominacién bur- guesa. Son necesarias algunas observaciones adicionales sobre las simpli- ficaciones implicitas en el modelo. Se supone que el género carece de importancia para la formacién de los miembros de una clase, aun- que ya hemos hecho hincapié en que realmente no es asf. Muchas mujeres, sobre todo dentro de la burguesfa, son formadas para llegar a ser las esposas de los miembros masculinos de su clase. En la practica, los aparatos ideolégicos no son secuencias irreversibles, como podria deducirse de la figura. Normalmente figuran en una se- cuencia como la mencionada, pero los efectos formativos de las fases «anteriores» se mantendrén al lado de los «nuevos» efectos de las «xposteriores». Es posible que la figura sugiera un ajuste tan perfecto como irreal entre los aparatos formativos y Ja estructura de clase. En rea- lidad, Ja estructura de clase no es estética, y todo grupo generacional cuenta con fracasos formativos. Ademds, el modo en que el modelo incorpore el circuito de realimentacién desde la estructura de clase a El orden social de las ideologtas 73 los aparatos ideolégicos y la configuracién demogrdfica, asf como la representacién de los contra-aparatos de las clases dominadas trans- miten sélo de forma débil y abstracta la complejidad que entrafia la reproduccién ampliada y 1a lucha de clases. Otro aspecto importante que es muy dificil de transmitir mediante el modelo es el papel inhe- rentemente ambiguo de la familia, el bartio y el lugar de trabajo de la clase obrera. En un proceso en curso de reproduccién capita- lista, la ego-ideologfa de Ia clase obrera generada y difundida por ellos queda entrelazada, por definicién, con la inculcaci6n de 1a alter- ideologia burguesa. Sin embargo, al mismo tiempo, son productores y difusores de la alter-ideologia de la clase obrera y, en diversos gtados, centros de resistencia. El modelo intenta reflejar esto median- te Iineas de influencia ideolégica en ambas direcciones entre Jas fa- milias, los barrios y los lugares de trabajo de la clase obtera, por un lado, y los contra-aparatos ideolégicos del movimiento obrero organizado, por otro. Por ultimo, el modelo no clasifica los aparatos segtin su peso € importancia relativos. Estos varfan considerablemente de un pais a otro, y parece justificada una posture escéptica ante la afirmacién rea- lizada por varios marxistas franceses de Ja tradicién althusseriana de que el sistema escolar es ef aparato ideolégico més importante del capitalismo (contempordneo). El peso relativo de Jas escuelas en re- lacién con el aprendizaje en el trabajo y las jerarqufas laborales de antigtiedad, por ejemplo, varia significativamente a lo largo de la geograffa y la historia del capitalismo. Lo mismo ocurre con la im- portancia del barrio en relacién, por ejemplo, con los medios de comunicacién. Era mucho mayor en las comunidades cldsicas de la clase obrera antes de la segunda guerra mundial de lo que lo es hoy dia. Es mé4s fuerte en las sociedades multiétnicas o comunalistas que en las de cardcter més homogéneo. Y son més importantes en los paises latinos, con sus viejas instituciones ptiblicas locales como los cafés, la vida en la calle y los mercados, que en los pafses germanos 0 an- glosajones. 5. IDEOLOGIA Y PODER POLITICO Este capftulo examinard el papel de la ideologia en la organizacién y mantenimiento del poder politico. Hard referencia de manera di- recta a algunos problemas centrales de la teoria polftica al desarro- Ilar una critica y una alternativa a problemiticas clésicas y todavia vigentes como la del modelo de fuerza/consentimiento, la de la legiti- midad y la de conciencia verdadera y falsa. I. FORMAS DE DOMINACION IDEOLOGICA El modelo expuesto en Ia figura 1 trazaba los contornos de la or- ganizacién de un sistema ideolégico, pero no trataba los mecanismos de sometimiento ideolégicos que aseguran Ja obediencia de los domi- nados a la clase dominante. De este punto, precisamente, vamos a tratar ahora. La conexién ideolégica que vincula a la poblacién con un deter- minado régimen, haciendo de aquélla un conjunto de sujetos obedien- tes a éste, es muy compleja y, desde Iuego, presenta grandes vatiacio- nes empfricas. Con todo, parece que es posible identificar los princi- pales tipos de mecanismos por los efectos de dominacién y obediencia que producen. Los ejes de la tipologfa son, en primer lugar, los tres modos de interpelacién que definimos anteriormente, centrados en lo que exis- te, lo que es bueno y lo que es posible. Esta dimensién se refiere a la situacién presente, a las formas en que (predominantemente) se habla y se piensa sobre ella. La segunda dimensién, por el contra- tio, se refiere a las concepciones de lo ausente. En ella los modos de interpelacién se paralizan y experimentan una dicotomia segin res- pondan s{ o no a Ja pregunta: ¢Existe una alternativa posible mejor al régimen actual? El fundamento légico de este segundo eje reside Ideologta y poder politico 75 en que hay una importante diferencia entre la obediencia como nece- sidad intrinseca (0 eleccién intrinsecamente racional) y la obediencia basada en consideraciones contingentes. MECANISMOS DE SOMETIMIENTO POR SU EFECTO DE DOMINACION IDEOLOGICA Régimen alternativo posible Modo de interpelacién Si No Lo que es Adaptacién — Sentido de la inevitabilidad Lo que es bueno Sentido dela Deferencia representacion Lo que es posible Miedo Resignacin Cualquiera que sea el valor de esta tipologia, no se deriva de su funcién clasificadora, y en cualquier caso no aspira a hacer las veces de una clasificacién. Un procedimiento de este tipo nunca nos levaria demasiado lejos en el camino del conocimiento, y ademds no vendria al caso, ya que los mecanismos tienden a entrelazarse empiricamente unos con otros. Se propone més bien como una herramienta analf- tica tedricamente sistemética (y no intuitiva y ad hoc) y, al mismo tiempo, suficientemente compleja: ofrece una salida a la dicotomfa restrictiva del modelo de fuerza y consentimiento y a las tradiciones racionalistas e idealistas de «legitimidad» y «falsa conciencia». Estos seis tipos de dominacién ideoldgica operan todos en Jas so- ciedades democrdtico-burguesas contemporéneas, aunque su impor- tancia relativa varia segin el pais y el momento. Una estrategia que -apunte hacia la revolucién y la transformacién social deberd, por tan- to, combatir todas esas formas. Los términos utilizados para designar a los seis efectos hablan por sf solos, pero quiz4 precisen alguna cla- tificacién. La adaptacién se refiere a una especie de conformidad que permite que los dominadores sean obedecidos, pues los dominados estén cons- tituidos de tal forma que consideran que para ellos hay otros rasgos del mundo més importantes que su actual subordinacién y la posi- bilidad de un régimen alternativo. Entre dichos rasgos podemos men- 76 Goran Therborn cionar la realizacién del trabajo (sin tener en cuenta la explotacién), el ocio, el consumo, Ia familia, el sexo y el deporte. Todos ellos son aspectos centrales de la actividad humana, y la adaptacién es probablemente la forma més habitual de conformidad entre los do- minados. Puede consideratse como causa de la adaptacién una deter- minada distribucién social del conocimiento y la ignorancia. Los ras- gos opresivos y explotadores del presente se mantienen en la sombra, mientras que toda la luz se proyecta sobre las oportunidades. La visibilidad de este juego de luces y sombras, sin embargo, depende de Ja presencia de afirmaciones y sanciones adecuadas. La adaptacién incluye también la posibilidad de una oposicién adaptada. Puede haber ciertos aspectos del régimen existente que la gente esté dispuesta a acoger con oposicién y desobediencia, pero no a combatir de una forma sistemdtica en la medida en que sus deman- das importantes se encuentren satisfechas. Esta oposicién adaptada va desde el sindicalismo de empresa masculino de la clase obrera hasta la reivindicacién étnica sin conciencia de clase y el feminismo «apo- Iitico». EI sentido de la inevitabilidad se refiere, por supuesto, a la obe- diencia por ignorancia de cualquier tipo de alternativa. Serfa un error pensar que se trata de un fenémeno puramente premoderno de fa- talismo. Es més bien un elemento constitutivo de la marginacién politica de amplios sectores de la poblacién en las sociedades capita- listas avanzadas contempordneas. Los Estados Unidos, en particular, han producido un grado extraotdinariamente alto de marginacién, has- ta el punto de que sdélo la mitad de Ja poblacién vota en las elec- ciones presidenciales, y mucha menos Io hace en otras elecciones. La marginacién politica conlleva un alejamiento del sistema politico, que no es considerado susceptible de cambio sin que por ello se le con- cedan atributos de bondad o justicia. La marginacién va a menudo acompaiiada de una visidn cinicamente ctitica de los dominadores. Cuando se obedece a los dominadores porque se considera que do- minan en favor de los dominados, y porque se considera que esta situacién es buena, entonces puede hablarse de una obediencia basada en un sentido de la representacién. Puede objetarse que resulta en- gafioso lamar a esto un efecto de la dominacién ideoldgica, y que estoy permitiendo que se deslice en mi andlisis la nocién de «falsa conciencia» anteriormente descartada. Pero, en mi opinién, este sen- tido de Ja representacién es claramente un efecto de una dominacién ideolégica, en la medida en que la «representatividad» de los domi- Ideologia y poder politico 7 nadores es puesta en tela de juicio por otras ideologfas. La afirmacién de un criterio de representatividad entre otros es en si mismo un tipo de dominacién, aunque esto no implica que los criterios rivales sean necesatiamente més «verdaderos» en algiin sentido. Ademés, aun en el caso de que el principio de representacién no sea cuestionado, podemos apteciar una disyuncién entre los representantes y los repre- sentados a través de un simple andlisis de cémo afecta realmente la politica de los dominadores a las posiciones de los dominados. Este andlisis, como he mostrado en ¢Cémo domina la clase dominante?, no obliga a recurrir de tapadillo a nociones normativas como la de «interés objetivo». La representatividad de los dominadores puede ba- sarse en una sensacién de semejanza 0 pertenencia por la que domi- nadores y dominados son vistos como pertenecientes a un mismo uni- verso, definase éste como se defina. Pero puede basarse también en lo contrario, si los dominadores son vistos como poseedores de unas cualidades de comprensién extraordinarias y como verdaderos defen- sores de las necesidades de los dominados. Se trata entonces de una representacién carismética que puede ser asumida por cualquiera, des- de «el hombre con una misién que cumplir» hasta la relumbrante personalidad televisiva. La deferencia es también un efecto de enunciaciones de lo que es bueno acerca de los dominadores. Estos son concebidos como una cas- ta aparte, poseedora de cualidades supetiores que son cualificaciones necesarias pata dominar y que sdlo los dominadores poseen. Se con- sidera normalmente que estas cualidades derivan de la descendencia y la educacién. La deferencia tiene ademds un claro tinte precapita- lista, Probablemente sea més fuerte en Gran Bretafia que en cual- quier otro pais capitalista avanzado, con la posible excepcién de Ja- pén, Frecuentemente es sustentada por redes de personalismo y clientelismo en las que el servilismo se intercambia por favores insig- nificantes. Es un error habitual suponet que Ja fuerza puede dominar por si sola, cuando la verdad es que nunca puede hacerlo. Esto es asi por- que, en contra de lo que dicen las mitologias religiosas, sélo se puede dominar a los vivos. Incluso cuando la desobediencia conduce a una muerte cierta, siempre se puede elegir entre Ia resistencia y la muerte, por un lado, y Ja obediencia y la vida, por otro. El miedo es el efecto de una dominacién ideolégica que provoca la aceptacién de la se- gunda solucién. No es mi intencién predicar una moral heroica, sino simplemente profundizar nuestro conocimiento de Je historia de la 78 Goran Therborn dominacién, la obediencia y la resistencia. El hecho es que en ciertas situaciones muchos hombres y mujeres han elegido la muerte en lugar de la vida y la obediencia. De ah{ que sea importante hacer hincapié en que la fuerza y la violencia sélo funcionan como una for- ma de dominacién a través del mecanismo ideolégico del miedo. Lo contrario, sin embargo, no es cierto: el miedo no sélo funciona cuan- do se ve apoyado por la fuerza y la violencia; el ejemplo més claro de ello es el miedo religioso al castigo sobrenatural. La muerte no es la vinica sancién con que se castiga la desobe- diencia. Existe también el miedo a ser excomulgado o a perder el trabajo. Existe el miedo a las represalias (locales o extranjeras) de la derecha, y a un ejercicio despiadado del poder por parte de la iz- quierda. El miedo significa que, en una situacién normal, mas all4 de las fronteras de la obediencia no hay més que la nada, la inexistencia del caos, la oscuridad, el sufrimiento y la muerte. El miedo desem- . pefia un papel importante en el mantenimiento del dominio demo- crético-burgués. La resignacién, al igual que el miedo, deriva de consideraciones sobre lo que es posible en una situacién determinada. Pero mientras que la obediencia a consecuencia del miedo est4 supeditada a la cons- telacién de fuerzas reinante y es totalmente compatible con el man- tenimiento de una cteencia en 1a posibilidad de una alternativa mejor para el futuro, la resignacién tiene connotaciones ms profundas. Con- nota una visién pesimista mds arraigada de las posibilidades de cam- bio. En este contexto, el término se utiliza para designar una forma de obediencia que deriva de las concepciones de la imposibilidad prdc- tica de una alternativa mejor, més que de fa fuerza represiva de los poderes existentes. Esta resignacién puede provenir de la i y aceptacién de afirmaciones tales como que todo poder, incluido el alternativo, corrompe; que las fuerzas que estén a favor del cambio son demasiado escasas, se encuentran divididas y son incompetentes y poco fiables; que una sociedad alternativa setfa incapaz de man- tenerse democratica, econémica o militarmente. La mayorfa de los muchos ex socialistas y ex comunistas son un ejemplo del funciona- miento de la resignacién. La dicotomfa del modelo de fuerza-y-consentimiento es absolute- mente inadecuada para el anélisis y la comprensién de la dominacién. No nos dice nada acerca de los diferentes tipos de conformidad y obediencia no coercitivas. Pasa por alto la necesaria mediacién ideo- Iégica de la «fuerza» o las sanciones, y no ve que el consentimiento Ideologia y poder politico 79 esté gobernado en gran parte por la constelacién de fuerzas de una determinada situacién '. En la citada dicotomfa parece estat implicita Ja idea totalmente equivocada de que la dominacién es asegurada tanto por la ideologia (consenso, «falsa conciencia» incluida) como por la no ideologia. La problemética weberiana de la legitimidad sdlo se refiere a las interpelaciones de lo que es bueno o correcto, interpelaciones que, como ya hemos demostrado, no son sino un tipo mds de interpelacién ideolégica. De los tres tipos de legitimacién analizados por Weber, su forma «tradicional» de dominacién legitima se corresponde apro- ximadamente con el concepto antes mencionado de deferencia. (La «dominacién carismética» es un caso especial del funcionamiento del sentido de la representacién.) El especial énfasis de Weber en la do- minacién <«legal-racional» proviene de su preocupacién caracteristica por la forma en que se organiza la dominacién, més que por la forma en que se asegura. Se refiere a las normas de obediencia de la «plan- tillas de un determinado régimen, en este caso la «burocracia», que obedece las érdenes dadas en la debida forma legal por las autoridades -oportunas. Los marxistas Ilamarfan a lo que Weber tenfa en mente Estado burgués: un Estado basado en el principio del gobierno repre- sentativo establecido por las revoluciones burguesas. El sentido de la representaci6n subyace, pues, a la forma Jegal-racional de dominacién legitima de Weber. Incluso puede decirse que Weber se ha impuesto Ja restriccién més bien arbitratia de no tratar Jas formas ilegftimas _ de dominacién. Nuestro esquema de la dominacién ideolégica puede verse tam- bién como una especificaci6n del concepto gramsciano de hegemonfa, * que en la propia obra de Gramsci tiende a quedar restringido a la dicotomfa de fuerza-y-consentimiento. Cualquier hegemonjia existente comprenderfa, pues, en diversas combinaciones, el sentido de la re- presentacién, la adaptacién, la deferencia y la resignacién. Una es- trategia para conseguir la hegemonfa conllevarfa primordialmente la vinculacién de Ja clase revolucionaria interpelada a la organizacién estratégica a través de un sentido de la reptesentacién. Pero conside- rando a las clases subalternas, esto supondrfa una especie de defe- rencia hacia la clase revolucionaria central, una adaptacién a las cla- ses aliadas y, quizd, la resignada renuncia a otras soluciones posibles. En la medida en que la estrategia se proponga neutralizar a sectores 41 Poulantzas desarroll6 un argumento similar en su ultimo libro. 80 Géran Therborn de la clase dominante sin el uso de la fuerza o el miedo, se concen- traré en la produccién de resignacién (por Jo que @ la’ posibilidad practica de mantener el orden vigente respecta) y de un sentido de la inevitabilidad, al tiempo que mantendré la posibilidad de la adap- tacién. La tipologia propuesta revela claramente las limitaciones de la prteocupacién actual por el hecho de que la poblacidn de los paises capitalistas avanzados tenga un sentido cada vez menor de su repre- sentacién. Contrariamente a los temores de los «neoconservadores» de la Trilateral y de los periédicos norteamericanos de derechas, y contratiamente también a las esperanzas de diversos radicales, esta tendencia no implica necesariamente un debilitamiento de los regf- menes existentes. Podria ser més 0 menos compensada, e incluso su- petada hasta el punto de reforzar a estos regimenes mediante otros mecanismos de sometimiento cada vez més importantes, como la adap- tacién, el miedo y Ja resignacién. II. Leerrmmmpap, CONSENSO Y CONCIENCIA DE CLASE: arcafsMos Y PROBLEMAS DE LA TEOR{A POL{TICA Durante mucho tiempo la teorfa politica ha venido tratando el pa- pel de Ia ideologfa en el mantenimiento y el cambio del poder po- Kitico en funcién de tres categorfas principales: a legitimidad, el con- senso y la conciencia de clase revolucionaria, junto con Jas cuestiones e intereses afines. (A lo largo de este ensayo he mantenido una dis- tancia critica respecto a esa vatiante de la teorfa politica que es préc- ticamente sindénima de la historia de Jas ideas.) La legitimidad se refiere a una cualidad del gobierno, se base éste o no en los criterios vigentes del «derecho a gobernar». Un gobierno tiene o no legitimidad; es o no es legitimo. El consenso o consenti- miento se refiete, por_el contrario, a la «sociedad civil», y, dentro de este contexto, a sus relaciones con el gobierno. La sociedad civil da o no su consentimiento a un determinado régimen. Segin las concepciones liberales y democrdticas del gobierno, la legitimidad deriva de un consenso social y se fundamenta en él. Por el contratio, Ja problemética de la conciencia de clase se centra en Ia divisién de clases, y no en la unidad consensual de Ja sociedad, y su principal pteocupacién es el cambio politico. La conciencia de clase revolucio- Ideologta y poder politico 81 naria de la clase o clases dominadas es considerada un requisito previo esencial, aunque no necesariamente suficiente, de todo cambio politico fundamental. Estas nociones han constituido los ejes de voluminosos estudios sobre las bases, los problemas y las crisis de la legitimidad?; del contenido y el alcance del consenso*; y de las condiciones previas y 1a existencia o no de una conciencia de clase revolucionaria*, No ahondaré en los méritos o errores especificos de ningune contribu- cién individual, aunque habria que sefialar que dentro de estas pro- bleméticas se han realizado algunas criticas y comentarios. Mi interés radica mds bien en los conjuntos de supuestos y cuestiones que sirven de base a estos enfoques, y en las probleméticas de Ja reflexién y la investigacién guiadas por las nociones de legitimidad, consenso y con- ciencia de clase. Baséndome en las secciones precedentes de este en- ayo y en conexién con estas tres probleméticas, centraré mi argu- mentacién en tres puntos. En primer lugar, dichos enfoques son sus- tancialmente defectuosos como aproximaciones a un andlisis empfri- co, y sus cuestiones acerca del poder y Ja ideologia deben ser radical- mente reformuladas. En segundo lugar, la razén de su inadecuacién analftica estriba en que arrancan de una filosofia normativa proce- - dente de la revolucién burguesa. En tercer lugar, todos ellos remiten, sin embargo, aunque de forma oblicua, a problemas importantes que podrén ser abordados de forma fructifera una vez que integremos tres nociones en una problemética distinta a la de !a filosoffa de la revolucién burguesa. 2 R, Ebbinghausen, comp., Biirgerlicher Staat und politische Legitimation, Francfort, 1976; J. Habermas, "Legitimationsprobleme i im Spétkapitalismus, Franc- fort, 1973 [Problemas de legitimacién det capitalismo tardio, Buenos Aires, Amorrorta, 1975]; N. Luhmann, Legitimation durch Verfabren, Neuwled, 1969; J. O'Connor, The fiscal crisis of the State, Nueva York, 1973 [La crisis fiscal del Estedo, Barcelona, Pentnsula, 1981]; C. Offe, Strukturprobleme des kapi- talischen States, Francfort, 1973; A. Wolfe, The limits of legitimacy, Nueva York, 1977 [Los limites de la legitimidad, Madrid, Siglo XX1, 1980]. 3 P. Bachrach y V. Batatz, Power and poverty, Nueva York, 1970; R. Dahl, Pluvalist democracy in the United States, Chicago, 1967; M. Mann, «The social cohesion of liberal democracy», American Sociological Review, vol, xxxv, 1970; Pouvoirs, ne 5, 1973. ‘ M. Bulmer, comp., Working-class images of society, Londres, 1975; K. Ku- mar, «Can workers be revolutionary?», en European Journal of Political Re- search, vol. 6, n° 4, 1978; M. Mann, Consciousness and action among the Western working class, Londres, 1973; ‘A ‘Wolpe, «Some problems concerning revolutionary consciousness», Socialist Register 1970. 82 Géran Therborn Hay al menos cuatro caracterfsticas comunes a las problemiticas de la legitimidad, el consenso y la conciencia de clase que reducen dr&sticamente su utilidad como ejes de un andlisis empirico y gufas de una practica politica consciente. 1. Todas ellas tienen una concepcién subjetivista de la historia, segin Ja cual los procesos politicos son decididos por sujetos unita- trios conscientes, gobiernos legitimos © ilegitimos, pueblos que consien- ten o disienten, clases conscientemente revolucionarias o clases incons- cientes. No dejan espacio alguno para constricciones y fisuras des- centradas, contradicciones y refuerzos, como los que se inscriben en la estructura y el proceso politicos y econémicos. Tampoco tienen en cuenta las complejidades de la heterogeneidad y Ja compartimen- tacién sociales; ni los procesos de consecuencias involuntarias y tem- poralidades diversas, frecuentemente inadvertidas*; ni tampoco la constante formacién y re-formacién de identidades subjetivas. 2. Todas ellas son idealistas, en el sentido de que consideran la legitimidad, el consenso y la conciencia de clase como configuraciones ideolégicas separadas y separables de las matrices materiales de pric- ticas, formas organizativas y relaciones de fuerza. 3. Todas ellas parten bésicamente del supuesto de una motiva- cién racionalista, simplista, de los seres humanos. Se supone que los miembros de una sociedad se relacionan de una manera consciente, homogénea (al menos entre subgrupos amplios) y coherente con un determinado régimen. © bien un régimen tiene legitimidad, o bien no la tiene; la gente obedece o bien por consentimiento normativo, o bien por coaccién fisica; o bien la clase 0 clases dominadas poseen una concepcién del cambio revolucionario, o bien aceptan el status uo © se contentan con reformas parciales; la gente actia o bien sobre la base de un conocimiento verdadero, o bien sobre la de unas ideas falsas. De esta forma, no se presta una atencién sistemética a Ja interdependencia de Ia fuerza y el consentimiento, a la existencia ¢ intertelacién de diferentes tipos de conocimiento, a la amplia gama de preocupaciones y deseos humanos contrapuestos, 0 a Ie posibilidad de una motivacién discontinua, coyuntural. 5 Una teorfa subjetivista de la historia no tiene por qué negar la importan- cia de las consecuencias involuntarias. Esta posibilidad excepcional queda am- pliamente demostrada en Jean-Paul Sartre, Critique of dialectical reason, Lon- dres, 1976 [Critica de la razén dialéctice, Buenos Aires, Losada, 1968]. Ideologta y poder politico 83 4. Normalmente conciben la ideologfa —en su relacién con la le- gitimidad, el consenso y la conciencia de clase— como una posesién © una no posesién. Este enfoque supone una cosificacién de las ideo- logias y un desprecio sistemético de la forma en que éstas funcionan, con sus constantes y reciprocas comunicaciones, competencias, cho- ques, influencias, hundimientos y silenciamientos. De esta forma es como son recibidas, interpretadas, aceptadas, rechazadas, mantenidas © transformadas consciente e inconscientemente por los individuos, los grupos y las clases. Las problemiticas de la legitimidad y el consumo, ademés, operan con una visién reduccionista de la ideologia y de la dindémica ideo- Idgica, pues se centran exclusivamente en las ideologias normativas de lo que es bueno o malo. La problemética de la conciencia de clase, pot el contrario, es més compleja, aunque en una perspectiva revo- lucionaria el proceso ideolégico queda normalmente subsumido bajo su dimensién cognitiva: conocimiento verdadero frente a conocimien- to falso. (Hay que sefialar que todas estas criticas también se aplican a los usos subjetivistas ¢ idealistas del concepto gramsciano de hege- monfa, utilizado actualmente en el andlisis de las organizaciones de poder y en la elaboracién de estrategias para la transformacién so- » eal.) : Le argumentacién contra este tipo de andlisis ya ha sido apuntada en las secciones precedentes; a continuacién ser4 analizada con més detalle. Sin embargo, caso de que mis objeciones sean correctas, cabe preguntarse por qué estas conceptualizaciones figuran de una forma tan destacada como desastrosa en la teorfa polftica contemporfnea. La explicacién reviste tres aspectos. Los autores que trabajan en las tres probleméticas mencionadas han cafdo en la trampa de analizar la polftica contemporénea con la ayuda de nociones que proceden de cotta época y de otro universo tedrico. Esta trampa no se reproduce simplemente porque las tradiciones alternativas al andlisis empfrico tengan todavia un efecto persistente, sino también porque las nocio- nes criticadas remiten a importantes problemas para los que no se ha dispuesto de una teorfa mds adecuada. La contribucién de Althusser sent6 las bases de una teorfa de este tipo. Comprende una concep- cién de la historia como un proceso dialéctico sin centro y sin sujeto, asf como una teorfa materialista de la ideologfa desprovista de es- combros utilitaristas; incorpora, ademés, una serie de intuiciones pro- 84 Goran Therborn cedentes del psicoandlisis y de las teorfas del discurso y la comuni- cacién, y se estd desatrollando ahora a lo largo de varias lfneas de investigacién, La falta de rigor analitico en las probleméticas de la legitimidad, el consenso y la conciencia de clase deriva del hecho de que no se desarrollaron en ningin momento como herramientas del andlisis em- pirico. Todas hunden sus rafces en los problemas normativos de la revolucién burguesa; todos pertenecen al mundo de la filosofia polf- tica normativa. Estas problemdticas se originaron en la época clésica de las Juchas de la burguesia revolucionaria contra la legitimidad di- . néstica y en favor de la legitimidad popular-consensual. La problemé- tica segiin Ja cual la conciencia de clase es concebida como la por- tadora de un nuevo orden social y como una de las claves del cambio social también se origind en esta época, y més particularmente en la filosofia de la historia de Hegel. Asi, en el histoticismo de izquierdas de Lukécs y Mannheim Ja nocién hegeliana de los sucesivos Volksgeis- ter que portan el Espiritu del Mundo fue reemplazada por una con- cepcién en la que las conciencias de las diversas clases portan las formas histéricas del orden social. Las tres probleméticas en cuesti6n formaban parte bien de una filosoffa de la historia manifiestamente especulativa (las transmutacio- nes de Hegel, por ejemplo), bien de una filosoffa politica normativa centrada en cudl deberia ser el fundamento del poder polftico («el poder deberia set legitimo»; «deberfa basarse en el consentimiento»; «el cambio polftico deberfa basarse en la conciencia de clase revolu- cionaria»; «la historia deberfa ser realizada por un sujeto unitario, autoconsciente»). No se desarrollaron a partir de la investigacién de cémo se las arreglan realmente los regimenes polfticos para mante- nerse en el poder, o de cémo se produce realmente el cambio socio- politico. No estoy diciendo que las cuestiones del deber no sean preocupaciones nobles, sino tan sélo que no contribuyen mucho a la explicacién de lo que realmente sucede y de lo que es probable que suceda, También la hegemonfa tiene una connotacién normativa; el mismo Gramsci sugirid que el dominio de clase deberia fundamen- tarse en la hegemonfa y que Jas clases ascendentes deberian luchar por fa . Hay, desde luego, otra importante filosoffa politica que, siguiendo la tradici6n de Maquiavelo, ha hecho gala de una mayor sutileza analitica. Maquiavelo no sdlo inspiré a los cinicos elitistas de la de- recha, sino que influyS también en la aguda mente revolucionaria Ideologta y poder politico 85 de Antonio Gramsci. Sin embargo, quiz4 fue importante para la ex- traordinaria perspicacia de Maquiavelo el hecho de que viviera antes de la era burguesa de la legitimidad popular. Sus principales obras fueron escritas con una disposicién pre-burguesa, como un discurso dirigido al principe. Ahora bien, si todas las nociones que acaban de ser descritas se liberaran de su trasfondo filoséfico original y se insertaran en una problemética materialista y analftica de la ideologia y el poder, en- tonces todas ellas harfan referencia a tépicos vélidos e importantes de Ja investigacién y del discurso sobre la estrategia politica. Debe tenerse en cuenta también que, antes de convertirse en el centro de discusiones generales y mds bien vanas acerca de la base ideolégica del poder politico, el concepto de legitimidad fue utilizado por Weber en un sentido mucho més preciso y restrictivo. La sociologia de la dominacién de Weber era fundamentalmente una sociologia hecha desde arriba, centrada en el modo en que se organizaba y se motivaba la dominacién, no en el modo en que operaba realmente ni en los mecanismos a través de los cuales se reproducfan las posiciones del dominador y del dominado*. Podria concluitse que Weber concebfa Ja ideologfa legitimadora més como comunicada que como posefda y, sobre todo, que lo que le preocupaban eran los contextos organi- zativos de la legitimidad. Desde un punto de vista no normativo, las situaciones criticas de la legitimidad no son Ja desconfianza, el descontento 0 el abandono populares. Ni siquiera la difusién de las practicas ilegales es verda- detamente importante por s{ misma. Todos los Estados de la historia han tenido sus transgresores de la ley, sus bandidos, contrabandistas, ladrones, ofensores de la moral, disidentes, evasores de impuestos y desertores; y todos los Estados han tenido que hacer frente a me- nudo a formas organizadas de protesta y a multitudes exaltadas. Las caracteristicas verdaderamente decisivas son las contra-reivin- dicaciones organizadas de la legitimidad y los efectos que producen sobre la lealtad y la eficacia de los aparatos de Estado cuando son puestas a prueba, Una contra-reivindicacién de la legitimidad se dife- rencia de la disidencia, la protesta y la transgresién de la ley en que una organizacién no gubernamental reivindica, con el fundamento que sea, que es el legitimo gobierno o que tiene legitimo derecho a for- mar uno. La contra-reivindicacién organizada puede ser presentada 6 Para més datos, véase Science, class and society, pp. 297 ss. [pp. 297 ss.]. 86 Goran Therborn por secciones de los aparatos de Estado (generalmente por los mi- litares) © por organizaciones revolucionarias ajenas al Estado. Sin embargo, puede prescindir de ellas irrumpiendo en el momento cul- minante de la desorganizacion de la legitimidad del régimen existen- te. La «desorganizacién de la legitimidad» es una afeccién de los apa- ratos de dominacién, a diferencia de la tradicional «pérdida» de la legitimidad, que tiene que ver con las ideas de los dominados. Dicha desorganizacién se produce cuando, como ocurrié en el hundimiento de los imperios de los Romanov, los Habsburgo y los Hohenzollern, las fuerzas represivas se niegan a o se abstienen de defender el régi- men frente a la creciente protesta popular. ‘A este respecto, 1a estabilidad de los regimenes politicos de Jos patses capitalistas avanzados es bastante impresionante. Dejando a un lado el golpe de Kapp y Liittwitz en Alemania en 1920, que sdlo duré tres dias, el iltimo golpe militar en lo que hoy dia son los die- cisiete principales pafses de la ocpe tuvo lugar hace casi dos siglos: el 18 de Brumario del primer Napoleén, en 1799, 0, diez afios des- pués, cuando el ejército sueco derrocé al rey (tan sélo para entregar el poder inmediatamente a una Asamblea Constituyente de los Esta- dos), La Wltima guerra civil a gran escala se registré en Finlandia en 1918, y la pentiltima en los Estados Unidos. El fascismo Iegé at poder por cauces constitucionales, como Pétain en 1940 y De Gaulle en 1958. El desmantelamiento de la democracia en Austria y Japén en la década de 1930 se Mev a cabo desde arriba por el gobierno constitucional del momento. El ultimo cambio revolucionario de go- bierno en estos pafses fue el hundimiento de las monarquias de los Hohenzollern y los Habsburgo a finales del otofio de 1918. Las dlti- mas insurrecciones obreras se produjeron en Alemania en la década de 1930, o en 1934 si incluimos el ultimo intento de los trabajadores austrfacos por ptesetvat la democracia. Desde el perfodo del Frente Popular, los partidos comunistas de estos pafses siempre han recono- cido en la préctica a los gobiernos burgueses electos que aceptan como legftimos los derechos bésicos de oposicién y organizacién de la clase obrera. La tinica excepcién (contraproducente) es el xp ale- mén, que en el perfodo 1949-1953 lanz6 una ofensiva general contra el régimen de Adenauer. En los uiltimos dfas de mayo de 1968, el Partido Comunista Francés y la Izquierda Socialista pidieron un nue- yo gobierno, pero cuando De Gaulle dejé claro que no iba a retirarse, todas las formaciones significativas de la izquierda francesa se echa- ron atrés en sus pretensiones. En el reciente discurso eurocomunista, Ideologia y poder politico 87 esta legitimidad de los gobiernos democratico-burgueses electos ha sido explicitamente reconocida como un principio. Aunque puede ha- ber una crisis en ciertas ideologfas liberales del capitalismo avanzado contemporéneo, estos paises no presentan desde Inego sintomas de «crisis» o de «problemas» serios de legitimidad. Muchos de ellos pue- den estar experimentando un descenso en el apoyo normativo y tro- pezando con una creciente falta de respeto. Pero este proceso parece implicar, m4s que una crisis de dominacién, un giro desde el sentido de la representacién y la deferencia hacia Ja adaptacién y el sentido de la inevitabilidad. Otra cuestién es que estos regimenes tropiecen con una oposicién mas o menos grande, m4s 0 menos amenazadora, sobre todo en Francia ¢ Italia. No obstante, no quiero dat a entender que la legitimidad no sea importante. Fue decisivo para la Revolucién de Octubre el hecho de que el gobierno de Kerenski no fuera considerado legftimo por la masa de soldados y ferroviarios (sector clave para el traslado de tro- pas en aquellos dias anteriores a la motorizacidn), y el de que la insurreccién bolchevique trabajara a través del Soviet de Petrogrado, considerado entonces como un gobierno legitimo por amplias capas de la clase obrera y de los soldados. Por el contrario, el nticleo princi- pal del servicio civil alemén consideré ilegftimo al gobierno de Kapp y Liittwitz y el grueso del ejército sélo lo consideré potencialmente legftimo (si se mostraba capaz de resistir). Estas caracteristicas deci- den Ia suerte del golpe ante una huelga general. En Francia, el hecho de que el ejército confirmara la legitimidad de le V Republica decidié el resultado del Mayo del 68. Es evidente que los paises capitalistas avanzados contemporéneos no se han hecho inmunes a las crisis de legitimidad gubernamental. De hecho, es muy probable que se produzcan crisis de este tipo tras importantes avances de los comunistas y socialistas de izquierda en Francia e Italia, por mencionar sélo las probabilidades m4s inmedia- tas, y un presagio de ello fue discernible en las amenazas de los Es- tados Unidos y Alemania Occidental contra la participacién de los comunistas en el gobierno italiano. Con todo, el descontento difuso y desorganizado, el escepticismo y el cinismo no equivalen a uha «cri- sis de legitimidad». Desde un punto de vista normativo, existe una clara e importan- te linea divisoria entre fuerza y consentimiento. Sin embargo, una y otro se encuentran interrelacionados de forma compleja en la préc- tica. El tipo de accién al que uno da su consentimiento siempre de- 88 Géran Therborn pende de la situacién, de lo que uno percibe como existente y posi- ble; en otras palabras, de la constelacién de fuerzas. Todo régimen puede producir su propio consentimiento social presentando a toda oposicién radical como algo sin posibilidad alguna. Un consentimien- +to semejante puede que no conlleve un sentido de la representacién muy extendido entre los dominados, pero no necesita basarse en un miedo masivo. Podrfa asentarse, en cambio, en la resignacién, la defe- rencia y la adaptacién, que en muchos o Ja mayorfa de los paises democrético-burgueses son probablemente componentes del consenso més importantes que el sentido de la representacién. Hasta el momento no hemos trazado una distincién explicita en- tre «consenso» y «consentimiento», pero Ilegados a este punto se hace necesario diferenciarlos. Decir que un régimen puede producir su propio consentimiento no es exactamente lo mismo que decir que puede producir su propio consenso. Mientras que «consentimiento» connota «acuerdo con» algo o alguien, «consenso» se refiere primor- dialmente a un «acuerdo entre» un grupo de personas. Los aspectos analfticos esenciales del consenso y del consentimiento no estan loca- lizados en la sociedad, entre los dominados, como dirfa una teorfa normativa. El factor verdaderamente critico es un consenso bésico entre los propios grupos dominantes y un consentimiento en su legi- timidad por parte de los miembros del aparato de Estado, especial- mente los del aparato represivo. Las dictaduras pueden ser mds o me- nos impopulares. Pero no caen por falta de consentimiento popular, sino por un cambio en las relaciones de fuerza en el que el descon- tento popular es mds un intermediario que una variable causal inde- pendiente. Muchas veces las relaciones de fuerza han variado por el efecto de devastadoras guerras externas que, en diverso grado, han disgregado a las fuerzas represivas y provocado discordia entre los grupos dominantes frente a la reactivacién de la protesta popular. Las relaciones de fuerza cambian también cuando los grupos dominantes pelean entre sf, lo cual es frecuente cuando muere un dictador y cier- tos sectores de las fuerzas represivas niegan la legitimidad del régi- men. Es normalmente en el transcurso de estos procesos de desinte- gtacién cuando las fuerzas populares irrumpen en escena y desempe- fian un papel decisivo. Si es cierto que la linea de demarcacién entre fuetza y consen- timiento es intrinsecamente imprecisa, se necesita entonces otra me- dida normativa —a menos que queramos caer en un cinismo brutal como el de Samuel Huntington, o en un anatquismo pesimista como Ideologta y poder politico as 9 el que Adorno y Horkheimer expresaron en su Diécti tracién y que todavia resuena en la diltima obra dé! opinién, una evaluacién normativa de ese tipo debey fi rectamente a Jas instituciones de un tégimen més qué que se mantienen, Es decir, deberia aplicarse a los derethbs detes que garantizan esas instituciones en la prdctica a los diferentes grupos y clases de la sociedad, as{ como a la naturaleza y envetga- dura de las sanciones que imponen, sean «populares» o no. O sea, que lo que deberiamos considerar es la existencia y el grado de liber. tad de expresién, publicacién, asociacién, reunién, candidatura y voto que se da en la prdctica, la manera de realizar el escrutinio de las votaciones, la accesibilidad de los medios de iniciativa, control y auto- gestién populares. La tan extendida visién de la conciencia de clase revolucionaria como clave del cambio social parece ahora bastante exttafia a la luz de los datos histéricos. Hasta el momento, al menos, ninguna de las revoluciones sociales modernas, tanto burguesas como socia- listas, ha sido realizada por un sujeto unificado de clase que exigiera un otden social totalmente nuevo. Dichas revoluciones se han dado més bien en ciertas coyunturas en las que las relaciones de fuerza habian variado de tal forma que habian Ilegado a socavar el antiguo régimen; en otras palabras, se han dado por la aparicién de contra- dicciones econémicas, polfticas e ideolégicas, y de situaciones de desarrollo desigual, tanto en el interior de la sociedad como en el 4m- bito de sus relaciones exteriores, con la consiguiente desarticulacién de la totalidad previa y su sistema de afirmaciones y sanciones. Han sido realizadas conscientemente cuando se han juntado diversas fuer- zas con teivindicaciones inmediatas diferentes en relacién con la co- yuntura. El significado social-revolucionario de estas reivindicaciones —pan, paz, tierra, independencia, gobierno popular representativo, fin de la represién— ha surgido de una constelacién de fuerzas de clase en lucha y de sus expresiones organizadas, causa de la cual han sido excluidas ciertas alternativas histéricas sociales, mientras que otras han sido abiertas’. Es decir, que la dindmica de las revoluciones registradas hasta la fecha no ha sido Ja de una ideologia de clase 1 Cf. Theda Skocpol, Staates and social revolutions, Cambridge, 1979; y, en contraste, James Petras, «Socialist revolutions and their class components», New Left Review, n° 111, 1978. Véase también Ia profunda obra de Barrington Moo- re, Injustice: the social roots of obedience and revolt, Nueva York, 1978.

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