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POSTMODERNIDAD, CONSTRUCCIONISMO Y PSICOLOGIA SOCIAL Ne Barricadas después de una crisis En un tiempo en que los valores que estén en alza nos hablan, ma- chaconamente, de desarme, de consenso, de negociacién y de pac- tos, en tuna época en que los eufemismos se han impuesto como el “inico cauce socialmente autorizado para hablar de la violencia ins- titucional, de los conflictos sociales y de las luchas por cambiar las cosas, supongo que deberia pedir disculpas por emplear aqui un lenguaje guerrero y por recurrir a las metaforas del enfrentamiento. En efecto, no voy a hablar de las «reflexiones», de las «dudas», de las por los psicélo- gos sociales ha presentado un panorama de tranquila uniformidad, abonado y protegido por la energia integradora de un tinico para~ digma, Esto no significa, por supuesto, que no existieran contrastes, diversidad de enfoques y multiplicidad de teorfas contrapuestas. 211 Pero esta amplia diversidad se manifestaba dentro de un orden aceptado por todos, y puestos basicos que definian, con suficiente precisién, los limites entre los cuales cabia la civilizada discrepanci de unas reglas del juego amj puestas eran cuidadosa, pero inexorablemente, confinados en los mirgenes de la disciplina. scurria de plena conformidad con unos su- Quienes disentian Es claro que este panorama ha cambiado de manera dristica des- i pués de las multiples contiendas que sacudieron la dis ina duran- te el llamado periodo de crisis, es decir, desde finales de los afios se- cada 212 senta hasta mediados de los afios setent antafio se han convertido en: se encuentra salpicado por zonas fronterizas sino en el propio centro de la di vedad de esta intervencién no da tiempo para documentar conve- nientemente la realidad y la crecient . Las apacibles llanuras de territorio bastante accidentado, que les barricadas, instaladas ya no en a. La bre- portancia de dichas barri- pero mencionaré algunas de las posiciones que se han consolidado con el tiempo y que son defendidas de manera précti- camente inexpugnable devras de esas fortificaciones: 1) La intrinseca e irreducible historicidad de los productos y de los procesos sociales, es decir de los fenémenos investigados por las ciencias sociales y, entre ellas, por la psicologia social Lo cual implica, entre muchas otras cosas, que los contenidos, siempre concretos y particulares, puesto que son histéricos en el sentido fuerte de la palabra, son propiamente formativos de los procesos 80% 1ue, por consiguiente, estos proce- 50s no pueden ser dos en términos de mecanismos generales. Salvo, claro esté, que se decida vaciarlos de sus di- mensiones especificamente sociales, que es precisamente lo que suele hacer la psicologia social estandar extrafiandose Iue~ go de que sea tan dificil construir una psicologia social que ate social jn constitutivamente hermenéutica de los fend- otras cosas, la impos de elaborar modelos pre- dictivos, ya que el contexto simbélico ni es estrictamente for- , ni es estrictamente determinable. No solamente porque los significados sociales son frecuentemente indexica- TTT ae cambién porque el propio concepto de significado la existencia de una serie de propiedades que escapan ala formalizacién, como muy bien lo sabe cualquier persona que se haya detenido un momento para pensar sobre esta jestion. E] hecho de que se puedan realizar formalizaciones icompletas, a costa de dejar perder una parte sustanc los sighificados investigados, no invalida lo que estoy dicien- do. En efecto, la predicci6n cientifica (la predicci6n basada en laraz6n préctica funciona de otra forma) requiere la formula~ cién de una ley (operacidn imposible en el ambi pero. pasemos) y la definici6n rigurosa de las condiciones iniciales del fenémeno que se pretende predecir. zCémo se pueden de- finir de manera rigurosa esas condiciones iniciales cuando uno de sus componentes (el significado) no se deja formalizar 0, como mucho, s6lo se puede formalizar de manera grosera y aproximativa? 3) Lanaturaleza plenamente social, y por lo tanto a la ver hist6- rica y contingente, de esas précticas sociales particulares que son las précticas cientificas y de la propia razon cientifica. No hay vuelta de hoja. O bien la raz6n cientifica y las practicas transcienden el plano de las producciones humanas (ipero ha- bra que explicar entonces de donde provienen!), 0 bien no lo transcienden y son, por lo tanto, plenamente sociales, es decir, histéricas y contingentes. Esto implica, por una parte, que la ciencia constituye, ella misma, un objeto directamente inmer- so en el campo de competencias de nuestra disciplina y, por otra parte, que la propia psicologia social no puede dejar de ser «reflexiva», investigandose a si misma constantemente. Se diluye de esta forma la clasica, y a menudo peyorativa, distin- ci6n entre quienes producen conocimientos sobre los fend- menos psicosociales, y quienes, en cambio, los producen so- bre la discipl i cn tanto que fenémeno sino un objeto mas dentro del campo de la propia psicologia social. 4) El cardcter socialmente «productivo» de los conocimientos elaborados por las ciencias sociales y, en consecuencia, la inescapable dimensién politica de esas ciencias, En efecto, los inevitables efectos sociales de sus conocimientos siempre se traducen en consecuencias desiguales para los distintos agen- 213 tes sociales puesto que la desigualdad es constitutiva de nues- tras sociedades. Bien, existen otras pos idamente defendidas, o liberadas, por las barricadas pero me limitaré a las cuatro que acabo de men- cionar. Esta proliferacién de barricadas no impide que los esp: que se extienden fuera de ellas contintien siendo ocupados por adeptos del antiguo paradigma. Pero cuidado, las barricadas a las que me he referido metaféricamente no son puramente estéticas y puramente defensivas, son también méviles, son tambiéri ofensivas, y avanzan diaa dia en terreno enemigo, En realidad la batalla que se {std librando en el seno de la psicologia social traza una linea de frente entre dos campos que son clarament Jado se encuentran, con todas sus diferencias internas, los que par- ticipan de lo que lamaré una concepcién «representaci tifico (reaistas, empiristas, positivistas, neopo: tivistas, racionalistas criticos a lo «Popper», etc.) y, en el otro, tam- bign con todas sus diferencias internas, los que asumen plenamente elcardcter socialmente construido del conocimiento cientifico. ePero por qué hablar de incompatibilidad? Por qué plantear la situacidn en tonos bélicos? En definitiva, gpor qué incitar al enfren- tamiento en lugar de ayudar a construir puentes y ayudar a po litar acercamientos entre ambos bandos? La razén es muy sencilla. No se trata, por supuesto, de aplicar la ley del Talidn y de devolver a los respecto de cualquier otra cosa, ni en el tiempo ni en ell espacio. Una verdad condicionada no es del todo verdadera. 3. La suprabwmanidad. Los seres humanos s6lo pueden «descu- brir», o «traducir», la verdad en sus propios términos. Pero la verdad es la verdad, con independencia de lo que los humanos podamos decir, creer o hacer. 4, La legitimacién ideoldgica. Imponer mediante la fuerza una ret6rica de la verdad es autocontradictorio, esta debe su proceso de legiti- macién ideol6gica. tién de poder dejaria de ser crefble. 5. La produccién de efectos de poder. Una reté produce sumisiones consentidas, 0 deja de puesto que si nadie cree en ella Se torna socialmente inope- rante. Es fécil comprobar que todas y cada una de estas cinco caracterfst cas estin plenamente presentes en la ret6rica de la verdad cientifica y por lo tanto en la ret6rica de la psicologfa social esténdar. Esto. nilica, entre otras cosas, que la psicologia social estndar no tiene mis remedio que adherirse sin reserva alguna al mito de la objetivi dad. Lo que ocurre es que como la psicologia social no puede pre- decir, al igual que hacen otras ciencias, el comportamiento de los fe- némenos que investiga (y ya hemos visto algunas de las razones de 215 esta imposibilidad) tiene que inventarse otra forma de atestar publi- camente la objetividad de sus enunciados. La solucién adoptada por Ja psicologia social estindar presenta una doble vertiente: o bien se someten a verificaci6n determinadas hipétesis en un contexto arti- ficial, creado ad hoe, es decir, la situaci6n experimental, o bien se in- tenta deseribir de forma cuantitativa un fenémeno en situacién na- tural (el estado de la opinién, las representaciones sociales, los valores de una poblacién, etc). En ambos casos la demostracién de objerividad que proporcionaria la prediccién del comportamiento de los fendmenos sociales en situaciones naturales es sustituida por el recurso a sofisticados procedimientos estadisticos cuya funcién es demostrar que se ha procedido de forma rigurosa y exquisita- mente cuantitativa. La psicologia social estandar tiene que recurrit, en consecuencia, al complejo entramado’de los instrumentos esta~ disticos para definir, de manera casi algoritmica, el «valor de ver- dad» de sus enunciados. El tratamiento estadistico constituye en ail- tima instancia la piedra de toque de la cientificidad de la psicologia social. La aceptabilidad, 0 no, de esos enunciados deja de constituir, a partir del momento en que se sustentan sobre andlisis estadisticos, un asunto de deliberacién entre gente sensata e informada, de argu- mentaci6n racional y de confrontacién critica. Y pasa a ser un asun- to de simple sumisibn obligada ante la aplicacién mecénica de un al- goritmo que establece por si mismo el grado en que el enunciado debe ser aceptado (salvo, claro esté, que se abra una discusion pura- mente metodolégica sobre la adecuacidn o sobre la correcta / inco- rrecta aplicacién del instrumento estadistico). Ya no se sabe hoy en dia si las conocidas siglas «SP» de «Social Psychology» quieren de~ cir efectivamente «Social Psychology» o bien simplemente «Statis- tical Package». En definitiva, y para concluir, quienes se ubican en el seno de la ret6rica de la verdad cientifica estén abocados, por necesidad légica, a exigir de todos los demés, o bien el acatamiento y la sumisi6n ante los criterios absolutos, ahist6ricos y trascendentes de la razén cien- tifica, o bien la renuncia a producir conocimientos cientificamente validos. Frente a la intolerancia que esta implicita en este tipo de plante- amicnto, creo que se puede entender fécilmente la necesidad, no sblo de defenderse frente a la psicologfa social esténdar sino tam- bién de atacarla con toda la energia de la que seamos capaces. Pero 216 Ta LS ae aa cuidado, atacar la raz6n cientifica, desmantelar Ia revérica de la ver- dad cientifica no significa en absoluto quedar huérfanos de todo criterio para establecer Ia validez de los conocimientos. La argu- mentacién racional, la discusién critica, la confrontacién, incluso acérrima, de los puntos de vista, la légica del razonamiento, las con secuencias que se desprenden de las diferentes posturas, los efectos sociales que producen las distintas interpretaciones, el debate entre personas informadas y que desean averiguar cudles son las razones para preferir una explicacién en lugar de otra, todo ello constituye un bagaje nada desdefiable para aleanzar un juicio fundamentado acerca de los procesos que se quieren conocer. Sobre todo si no se excluyen de los argumentos aquellos que se basan en observaciones sistematizadas y cuantificadas. Pero situando en su justo lugar, que no es despreciable pero tampoco decisivo, la supuesta evidencia proporcionada por los datos. Algunos pensarin que palabras tales como argumentacién, dis- cusién, confrontacién, puntos de vista, razonamiento, interpreta- ciones, debate, preferencias, caracterizan, precisamente, un tipo de discurso escasamente cientifico. Quizés. Pero la tinica alvernativa gue se nos ofrece consiste en recurrir a procedimientos que estable- cen la prueba de lo que se afirma y que enuncian la verdad acerca de las cosas (aunque esta sea provisional y mejorable). Prueba y verdad de las cuales se nos autoriza, por cierto, a dis- cerepar, pero sdlo con la condicién de proceder con las mismas reglas del juego para fundamentar nuestra discrepancia. Estas reglas del juego presuponen en tiltima instancia que hay un tnico lenguaje «que est& capacitado para hablar con propiedad de las cosas que que~ remos conocer de forma valida. ¥ ese lenguaje es un lenguaje curio~ samente ventrilocuo, puesto que somos indudablemente nosotros quienes lo articulamos pero, sin embargo, pretende hablar desde fuera de nosotros. Desde un lugar del que hemos sido excluidos, ya que quien dictamina acerca de la validez de lo que decimos no es ninguno de nosotros, sino una entelequia que denominamos la pro- pia realidad, ante la cual no nos queda més remedio que someternos sin discusién. Somes nosotros quienes accedemos a la realidad mediante deter- minados procedimientos, pero es ella quien nos dice si hemos acer- tado 0 no en nuestro intento de alcanzarla, y su veredicto es inape- lable. Se construye de esta forma una instancia produetora de la 217 CULL HMI verdad que se sitia por encima de cualquier debate simplemente humano. Pero lo mas curioso es que se pretende, con toda seriedad, hacernos creer que para ser racionales y para ser cientificos debe- mos aceptar este cuento de hadas en el que la realidad tiene voz pro- pia aunque seamos nosotros quienes le prestemos nuestras cucrdas vocales. ¥ lo més inadmisible es que se pretende hacernos creer que existe una patente para hacer hablar Ia realidad y que esta patente estd en manos de los que, hoy por hoy, controlan las revistas de ma- fi ina. Por suerte, la innume- de barricadas torna, actualmente, bastante’ ridicula esa pretension, 218 La psicologia social critica: discursos y practica después de la modernidad Permitanme empezar en clave de nostalgia y derramar una sobre aquellos felices tiempos de la modernidad. Porque los tiem- pos de la modernidad fueron, sin duda alguna, tiempos de felicidad. No quiero decir con esto que fueran tiempos féciles. Bien sabemos que estaban plagados de problemas enormes, de dificultades gigan- tescas, por ejemplo, la desigualdad y la pobreza acampaban por do- quier, pero atin asi quedaba un hueco, también enorme, para la es- peranza y para el optimismo. Sabiamos muy bien que nos costaria muchisimo trabajo avanzar hacia situaciones de mayor bienestar, pero, por lo menos, sabfamos cual era el camino que debiamos se~ guir. El viaje seria largo y penoso, pero la ruta del progreso se abria nitidamente ante nosotros y nos parecia que estabamos dando pa- sos firmes y seguros sobre esa ruta. Es cierto que en la época en que por edad nos tocé vivi, estoy hablando de los casi ancianos como yo, ya no podfamos vibrar con aquel rebosante entusiasmo que agité a la Ilustracién ante las pers- pectivas de progreso, de bienestar, de sabiduria que como se decta en tiempos de la Ilustraci6n la «razén triunfante» auguraba para la humanidad en su conjunto. Ya no éramos pioneros, ni podfamos te- ner por lo tanto el entusiasmo de los pioneros, pero a cambio, go- zébamos de la experiencia, habfamos podido comprobar que las en- tusidsticas ilusiones de la Ilustracién no eran vanas y que la ciencia nos habia hecho dar, efectivamente, pasos gigantescos. 219 En aquellos felices tiempos de la modernidad, ayer apenas, 0 hace unos minutos, todo nos parecfa claro. Nadie dudaba entre no- sotros de la firme fundamentacién del conocimiento cientifico, co- nocimiento inexorablemente acumulativo, metédicamente empetia- do en acabar poco a poco con todos los misterios del universo. Nadie dudaba que el conocimiento cientifico era esa llave que enca-~ jaba en la cerradura de la realidad; gpor casualidad? epor mil como lo declaraba Albert Einstein? No importaba, el hecho cierto es que el conocimiento proporcionado por la ciencia parecia estar en perfecta consonancia, en estrecha correspondencia con lé reali- dad y parecia representarla con el conveniente rigor. Los tiempos de la modernidad, para volver a hacer una referen- cia a Einstein, eran tiempos en los que «Dios no jugaba alos dados», y en los que, ain, tenia sentido hablar del sentido de la histori Para los psicologos, y mas precisamente para los psicosocislogos (que son quienes mejor conozco) las cosas estaban claras. Tenfamos, por una parte, la compacta y compleja realidad de unos fenémenos psicosociales que articulaban la vida cotidiana de las personas y que, a veces, producian efectos muy poco afortunados, tales, por ejem- plo, como la hostilidad entre los grupos, la discriminacién hacia lo minoritario o, simplemente hacia lo diferente, la sumisién a la auto~ ridad, la indiferencia hacia las personas necesitadas de ayuda, etc. ‘Ten{amos, por otra parte, unos instrumentos que parecian eficaces para dar cuenta de esa realidad, para explicar esos fenémenos. Nuestro papel estaba claro. Una realidad por una parte, unos ins- trumentos para conocerla con exaetitud por otra parte, Sélo debia- ‘mos verter, gota a gota, esos conocimientos en el gran embalse del saber, seguros de que, més tarde o més temprano regarian las tierras fridas de los problemas sociales, haciendo florecer como si de mil flores se tratase el bienestar y la armonia en tierras de secano. Creia- mos firmemente, desde la Ilustracién por lo menos, en el poder in- trinsecamente emancipador del conocimiento vilido, vélido porque ientifico. Por supuesto, tampoco éramos ingenuos, sabiamos muy jen que los poderosos de este mundo intentarian obstacul to como pudiesen, el uso que de esos conocimientos pudiéramos hacer en clave emancipadora, pero lo importante es que, gota a gota, se fuese Ilenando el gran embalse, ya caeria en algiin momento aquella fuerte lluvia cantada por Dilan y las aguas saltarian entonces incontenibles por encima de todos los diques de contencién. 220 Ei | Pero los suefios y las tranquilas seguridades de la modernidad se hhan desvanecido, se han esfumado. La postmodernidad se esté en- cargando de mezclar las cartas hasta el punto de romper la baraja. Nos deja como a aquellos nifios a quienes se dice, de repente, que Papa Noel, Santa Claus, los Reyes Magos o cualquier otra estampa semejante, s6lo era una estampa, y que se ha acabado el encanta- mento en el que habiamos permanecido tanto tiempo. Los problemas, las situaciones inaceptables, los motivos de ver- giienza, siguen siendo tan profusos y tan agobiantes hoy como lo eran en los tiempos de la modernidad, pero aquella fabulosa espe~ ranza que habiamos depositado en la razén cientifica se ha marchi- tado como una flor. Crefamos que el progreso acabaria algin dia, le- jano quizas, pero alcanzable, con el hambre y las enfermedades, pero nos hemos dado cuenta de que es él mismo quien genera ham- bre y quien extiende las enfermedades en la enorme mayorta de la poblacién, ese mal llamado Tercer Mundo que no es sino el mundo real con contadas excepciones. Se nos ha acabado el tiempo feliz de las certezas, el tiempo de la gran ilusién, Todo lo que parecfa sélidamente anclado sobre bases de granito se ha desmoronado. Hoy sabemos que esos puntos de apoyo eran ilusorios, pero lo grave no es que hayamos evidenciado el error que habfamos cometido, ;no!, lo preocupante es que sabe~ mos hoy que es vano buscar fundamentaciones tiltimas porque sen- cillamente no existen. Es como si la postmodernidad nos hubiese hecho pasar repentinamente de la infancia ala edad adult, d sidn a la lucidez, pero haciendo de nosotros adultos tristes, Ilenos de una desesperante lucidez. Pues bien, lo que quiero mancener aqui es simplemente que, como dijo en su momento Albert Camus, ¢3 preciso imaginar a Sisifo feliz, Jo que quiero afirmar es que existe lugar para la esperanza en el nuc- vyo ethos de la postmodernidad, aunque sdlo sea porque con la post- modetnidad se ensancha considerablemente nuestra propia libertad. Es cierto que son tiempos dificiles, angustiosos y que puede cundir el desamparo en quienes necesitan referentes incuestionables, segutos y firmes. Ante las dudas ya no podemos consultar los ordculos, tan sélo podemos apelar a nosotros mismos, y, por desgracia conocemos so- bradamente la enorme fragilidad de nuestro juicio. Nos equivocare~ mos? Si, claro, qué duda cabe. Pero, acabada la modernidad, hasta nuestros errores serén plenamente «nuestros», porque no queda nada 221 UT por encima de nosotros, ni razén cientifica, ni cielo ni infierno para consultar sobre la rectitud de nuestro camino. De esta forma es el principio mismo de le autoridad el que ha recibido una herida letal. ‘Acuérdense de la Llustracién. La llustracién supo arrebatar la autori- dad a Dios y-a las fuerzas ocultas que siempre poblaron el imaginatio de los pueblos, mejor dicho, la Hustracion arrebaté la autoridad 2 quienes se presentaban como los legitimos representantes de sas fuerzas y que no eran sino personas de carne y hueso, pero la Tlustra~ cién remitié esa autoridad a la raz6n cientifica. Con la postmoderni- dad hemos descubierto que la ciencia también esta hecha'de la came y huesos de sus representantes, carne y huesos que estén formados de historicidad, de cultura, de lenguaje, de socialidad y que todo ello no remite sino a la contingencia y a la finitud del ser humano. Al igual que la Tlustracién, la postmodernidad ha arrebatado la autoridad a quien la ostentaba, pero a diferencia de la Tlustracién no se ha encon- trado ningtin substituto a quien conferirsela. Se han roto las anclas que nos mantenjan confinados en la seguridad del puerto y estamos navegando ahora a mar abierto sabiendo que nuestro rambo lo tene- mos que arcar nosotros sin otra guia que nuestros propios anhelos, sin otra referencia a la cual consultar. Tiempos dificiles, angustiosos, pero también excitantes, nueva aventura en la que podemos reencon- trar, bajo otto signo, la vibrante ilusi6n de los pioneros. Pero volvamos 2 la psicologia social. Nos hemos dado cuenta que nuestro discurso cientifico no era neutro, que no era un mero instrumento para dar cuenta de la realidad, que no habia forma de separar con absoluta claridad el discurso y la realidad, que éstos se constitufan recfprocamente, Y hemos sacado las conclusiones: habia gue desconfiar, por principio, del discurso especializado, y tanto més cuanto que mas pretendia ceftirse ala estricta objetividad, habia que deconstruir sin tregua las afirmaciones de nuestra disciplina. ‘También nos hemos dado cuenta que nuestras précticas, tanto las que utilizabamos para construir nuestros conocimientos, como las que desarrollabamos para usar esos conocimientos remitian a nuestros presupuestos culturales, a nuestra inescapable historicidad. Y aqui también hemos sacado nuestras conclusiones: n0 exhibir esas rigurosas practicas como garantia y como legitimacién de nuestro decir 0 de nuestro hacer, sino que habfa que interrogar~ las, ellas también, sin tregua, midiéndolas con el muy subjetivo pa- tr6n de nuestras propias finalidades. 222 {Cuil es el resultado? El resultado es que ya no puedo decirte, compajiero, compajiera de di no puedo decirte: «;Cudles son tus datos? Dime qué procedimientos has utilizado para constituirlos y para analizarlos, y te diré entonces si estoy de acuerdo 0 no con tu discurso». Ya no puedo decirte esto, Jo inico que puedo decirte es lo siguiente: «Dime qué consecuencias tiene tu discurso, qué efectos produce, qué précticas sugiere, y te diré, entonces, si estoy de acuerdo 0 no con tu discurso». ‘Ya no nos sirve el propésito de describir objetivamente la reali dad tal y como es, de representarla confiablemente, sabemos que la realidad no da lugar a nuestra representaci6n de ella sino que resul- ta de nuestras précticas para representarla; abandonemos pues la i sarantias (procedimientos, métodos, jento se corresponda con la reali- dad, abandonemos la pretensién de dar cuenta de cémo son los ob- jetos preexistentes a su tratamiento cientifico, y centremos muestras preocupaciones en explicar los procesos mediante los cuales los he- mos constivuido como objetos. Por consiguiente, no me engafies, no me digas que «debo aceptar tu discurso porque esti fundamentado en las reglas adecuadas para producitlo, porque:es valido en raz6n de su modo de construc- sn». Dime que debo aceptarlo porque tales o cuales son sus fina- idades y déjame enjuiciar si esas finalidades, si esos efectos son dignos de ser aceptados o no. Dime, por ejemplo, qué ataduras pre- tendes romper, contra qué milita tu discurso, qué intereses promue- ve y quiénes son los que intentan acallarlo. ‘Te diré, entonces, si te concedo razén o no. Pero, repito, no me digas nunca jamés que «no eres ti el responsable de tu discurso, que te ha sido dictado por las cosas tal y como son, que te has limitado a prestar tu voz a la reali- dad, que hablas en su nombre», porque si esto es lo que me dices sa- bré entonces que me estas engafiando y no descansaré hasta saber por qué lo estas haciendo. La psicologfa social tiene hoy un enorme reto, Michel Foucault decfa algo asi como que: «cuando alguien afirma que lo que dice es “cientifico”, siempre me pregunto qué efectos de poder esti persi- guiendo». El reto al que nos enfrentamos es que no sea ya Foucault sino el comiin de la gente quien se formule esta pregunta. Pero cui- dado, no sélo en relacién con la ciencia, sino con cualquier ret6rica de la verdad. La afirmacién de que «esto es verdadero en funcién de 223 su procedencia», sea esta procedencia el método, la autoridad rel giosa, o bien tal o cual doctrina, debe ser sustituida por de lacien- a idea de la ciencia que se ha forjado a lo largo de estos ‘ltimos siglos, y se sitéan en ruptura frontal con muchas de nues- tras ideas mas arraigadas. Claro que siempre se han manifestado di- sidencias en relacién con los presupuestos generalmente aceptados, pero cuando estas disidencias consiguen arraigar y expandirse siem- pre significa que algo bastante profundo esta cambiando en una so- ciedad, Es bastante razonable pensar que el hecho de que la «disi- dencia construccionista» haga mella en nuestras ciencias, se instale en ellas y se expanda en su seno indica claramente que nuestra épo- ‘ca es una época de transicién, una época en la cual se estén asentan- do las bases de una mutacién, de un cambio radical. Qué es lo que est cambiando? Los més atrevidos pensamos, sencillamente, que es- tamos saliendo de ese largo periodo constituido por Ia modernidad y entrando lentamente en la postmodernidad y este momento de transicién, que seré largo, explica, sin duda, la confusién, la pérdida de referentes claros, la incertidumbre y la desorientacién en la que muchos nos hallamos actualmente, asi como el repliegue de otros hacia valores-refugio tradicionales como son los fundamentalismos religiosos o las lealtades extremas hacia los grapos étnicos y hacia los fundamentalismos nacionalistas. Pero no quiero entrar aq el complejo debate sobre la postmodernidad y quizas sea suficiente con formular la razonable conjevura de que el relativo éxito del construccionismo remit, probablemente, a un proceso de cambio en nuestras sociedades. Por otra parte, el hecho de que el construccionismo transite por disciplinas tan diversas como las que he mencionado pone de mani- fiesto su cardcter de «meta-discursom, es de so cuyo alto conereciones di estilo de lo que hicieran, y siguen haciendo, los grandes paradigmas de pensamiento, como por ejemplo, el positivismo o el realismo. Por lo tanto, queda claro que deberiamos situarnos sobre este meta- nivel para poder abordar la discusién del construccionismo, pero 226 como lo que a todos nos interesa aqut es la figura especifica de la psicologia, me ceftiré a este campo aunque ser précticamente im- posible evitar alguna que otra excursién por los dominios de los principios generales. Construccionismo y psicologfa, por lo tanto. Pues bien, el desa- del construccionismo en el campo de la psicologia no consti- tuye sino la muy palpable manifestacién de que la psicologia est al- canzando un cierto grado de madurez. ¢Qué quiero decir con esto? Pues sencillamente que la psicologia esta empezando a abandonar ciertas ingenuidades que habia heredado de la modernidad. Aban- donar Ia ingenuidad, lo mismo que alcanzar la madurez, no co tuye algo que sea positivo o deseable en si mismo. Podemos reivin- dicar, por qué no, el derecho alla ingenuidad y dejarnos seducir muy legitimamente por sus evidentes encantos. Ocurre, sin embargo, que determinadas ingenuidades son tremendamente peligrosas y, en el caso de le psicologia sus ingenuidades eran tan peligrosas que le han conducido paulatinamente a constituirse como un dispositivo extraordinariamente autoritario y a tomar la forma del autoritar mo més genuino. Por supuesto, las ingenuidades que han propicia- do esta situacién sdlo pueden ser tildadas de «peligrosas» si nos sen- timos ineémodos con el autoritarismo, pero permitanme dar por supuestos, aqui, esta incomodidad porque, atin con el riesgo de pa- recer intolerante, la verdad es que ni siquiera me apetece entablar debate con quienes legitiman el autoritarismo; simulaero de debate ademés, porque me harfan callar, como hacen callar a los pueblos, en cuanto se presentase la ocasién. En la medida en que el construccionismo cuestiona directamente las ingenuidades con las que ha comulgado la psicologfa alo largo de su desarrollo, se puede decir que lo que esta haciendo el construc smo no es ni més ni menos que desmantelar ese dispositivo au- toritario en que se habfa convertido la psicologia, muy a pesar, sin duda alguna, del talante y de la sensibilidad liberal, en el buen senti- do de la palabra, de le mayorfa de los psic6logos. Pero ya es hora de decir de qué ingenuidades estoy hablando, aunque para hacerlas aflorar con mayor nitidez es necesario recordar previamente qué es cexactamente lo que pretenden la psicologfa y los psicélogos. Creo que estaremos de acuerdo si digo que pretenden basicamente dos co- sas, En primer lugar, elaborar unos conocimientos, alcanzar unos sa~ beres que sean lo més confiables posibles, tan certeros como sea po~ 227 acerca de esa peculiar realidad que es «la realidad psic Se trata, por lo tanto, de constituir un conocimiento especi «que sea mas preciso, més coherente, més fundamentado y mis s6li- do que los conocimientos de sentido comin, es decir, de esos cono- cimientos que en materia de psicologia tienen todos los seres huma~ nos porque sus culturas los han ido construyendo a lo largo de la historia, Dicho con otras palabras, que nos resultarén, sin duda, muy familiares: la psicologia pretende constituir un conocimiento tan tifico como esto sea posible sobre la compleja realidad psicol6- gica que solicita su atenci6n. Esto significaré para algunos psiedlo- os la necesidad de adoptar y adaptar los métodos de las ciencias na~ turales a su propio objeto de investigacién, y otros psicélogos consideraran més conveniente recurrir a un tipo de racionalidad in- vestigadora que no sea tan mimética de la que impera en las ciencias naturales, pero en cualquier caso la meta esta claramente establecida. En segundo lugar, mente, utilizar ese bagaje de conocimientos validos, constituido en el laboratorio o fuera de él (esto no importa demasiado aqui) para incidir positivamente sobre la infinidad de problemas de tipo psico- con los cuales se enfrentan, 0 los que padecen, las personas en la calidad de vida de los seres Jogi su existencia cotidiana mejorando humanos. Estamos, sin duda, ante dos propésitos aparentemente muy no- bles y muy loables. Se podria argiir que entre las intenciones que se proclaman y lo que luego se hace en realidad suelen existir notables discrepancias, pero no va a ser esa mi linea de argumentaci6n. Daré por buena la declaracién de invenciones, tomaré al pie della letra, sin dudar de ello lo que pretende explicitamente la psicologia. Pero in- tentaré deconstruir esa pretensién para hacer aflorar sus peligrosas ingenuidades. Eso si, por razones de tiempo y para no hacerme atin ids pesado de lo que se tolera en un acto como éste, me limitaré al primer punto. Es decir, al noble propésito de constituir un conoci- miento especializado tan cientifico como sea posible. Las ingenuidades bisicas de la psicologia instituida La psicologia ha permanecido durante largos afios presa de una imagen, cautiva de una imagen no pudiendo ver que tan slo era 228 una imagen porque precisamente estaba dentro de ella. Esa imagen fue configurada por la moderna ideologia de la ciencia y me gusta~ rfa ir dibujando aqui nuevamente esa imagen, o por lo menos esbo- zat algunos de los elementos que le daban forma, porque es esa ima- gen la que conferia su pleno sentido al noble propésito que alentaba ala psicologia. ‘Primer trazo de esa imagen: una materia prima hacia la cual en- focar la operacién de produccién de conocimientos, es decir, un ob- jeto que algunos llaman la y que esté constituido por ese conjunto de fenémenos, procesos, mecanismos psicolégicos que ‘componen la variopinta y compleja realidad psicol6gica de la que es- tamos hechos los seres humanos. Y esa realidad es sencillamente «la «que es», no la que nos gustaria que fuese ni ninguna otra cosa. Es la que es, con total independencia de lo que podamos conocer 0 pen- sar acerca de ella. Este primer trazo en el dibujo separa ya, nitida~ ‘mente, como si de la tierra y el cielo se tratase, dos dominios dife- rentes: a realidad por una parte y el conocimiento de la realidad por otra, Este primer trazo que instaura una divisin sugiere ya inf dad de cosas. Sugiere, por ejemplo, que existe pasaje, agin camino, complejo sin duds, y un tanto misterioso, que conduce des- de la realidad al conocimiento de la realidad. Sugiere también, con- trariamente a lo que dicen las religiones, que es en Ia tierra, en la rea ad, y no en el cielo, en el conocimiento, donde radica la verdad. Las razones son obvias y los positivistas supieron resumirlas en una formula magistral cuando hablaron del irrefutable «tribunal de los hechos», pero volveré sobre ello en un instante. Sugiere, por fin, la existencia de una «terrae incégnita», la realidad psicol6gica tal y como es, que los primeros psicélogos se lanzaron a explorar con cautela y con tenacidad, Segundo trazo en el dil a exploracién, ella misma, las bré- julas, las cartas de navegacién, los procedimientos que la psicologia tenfa que utilizar para avenvurarse en esa andadura y para orientar~ se en esa realidad que debia penetrar evitando perderse en las apa- riencias, porque claro, existen muchas formas de adentrarse en la realidad y no todas ellas conducen hacia la produccién de conoci- mientos walidos, Se necesitaba una brijula, o mejor atin, una balan- za para pesar la cantidad de acierto contenida en cada conocimiento que la psicologia iba descubriendo / elaborando. Pero los psicélo- gos no tuvieron que construir esa balanza, ya existia, y se TT a tomarla prestada de Ia razén cientifica. {Qué decia la razén cien- tifica? Simplemente que un conocimiento es tanto més acertado, vé- lido, correcto, rico en contenido de verdad cuanto mejor se adecua, refleja, representa a la propia realidad. Lo que se dice acerca de Ja realidad debe estar, de alguna manera, en correspondencia con la realidad para que nuestros enunciados puedan ser aceptados como enunciados validos. Con esto volvemos al famoso «tribunal de los hhechos» al que he hecho referencia hace unos instantes. Cuando ha blamos del «tribunal de los hechos» lo que estamos diciendo es que as la propia realidad, y no nosotros los cientificos, seamos psicdlo- gos © pertenezcamos a otra variedad, quien dictamina, en iiltima instancia, acerca de la validez de los conocimientos. Podemos in- ventar tantas descripciones, explicaciones o teorfas como nos venga en gana 0 como aleance nuestra imaginacién, pero los hechos son tozudos y es la propia realidad la que se encargara de poner freno a nuestra inventiva, Nosotros somos duefios de las preguntas que formulamos a la realidad, somos también responsables de la elabo- racién de las respuestas, pero es la propia realidad, y s6lo ella, quien tiene en sus manos la decisién lima en cuanto a sila pregunta es- taba bien formulada y en cuanto a si la respuesta que hemos cons rruido es aceptable, Cuando un enynciado cientifico se acepta como correcto es precisamente porque es tolerado por la realidad, porque éta no lo desmiente, o no lo refuta como le gusta decir a Popper, porque se corresponde con ella y porque la representa de forma conveniente. Por supuesto, siempre se puede buscar una correspon- dencia mas fina, mas precisa, siempre se pueden limar las imperfec~ ciones, apurar las descripciones y acercar atin mas la imagen de la realidad ofretida por el conocimiento cientifico dela realidad ala pro- pia realidad «tal y como es». En esto radica, al parecer, la grandeza de la ciencia y su carécter acumulativo. Queda claro hasta aquf que desde esta concepeién de la relacién entre realidad y conocimiento es, por ejemplo, el propio étomo quien obliga a que el fisico hable de él de tal o cual forma porque él es, precisamente, de tal o cual forma; queda claro que es la propia paranoia quien obliga al psicdlogo a hablar de ella tal 0 cual forma porque la paranoia es, precisamente, de tal o cual forma. ¢Pero cémo podemos estar seguros de que el discurso sobre el 4tomo 0 el discurso acerca de la paranoia no distorsionan la realidad de la que hablan? Tranquilos, conocemos la respuesta: lo que garantiza la 230 adecuacién de esos discursos es, sencillamente, Ia existencia de la aobjetividad, es decir, de ese conjunto de reglas de procedimiento que permiten limpiar los conocimientos de toda traza dejada en ellos tanto por las peculiaridades del agente productor de esos co- nocimientos como por las condiciones en que se han producido y por los instrumentos que han sido utilizados para producirlos. Re- glas de procedimiento que constituyen lo que llamamos el «método Cientifico» y que todos conocemos bien, por eso mismo de que las universidades nos han construido como los psicélogos que somos. Basta con los dos trazos que hemos esbozado al dibujar Ja ima- gen en la'que se encontré apresada la psicologia y ya aparecen las dos grandes ingenuidades que la afectaron a la psicologia desde su incipiente constivucién como disciplina cientifica: ~ Primera ingenuidad: la creencia en la existencia de una realidad independiente de nuestro modo de acceso a la misma. — Segunda ingenuidad: creer que existe un modo de acceso pri- vilegiado capaz de conducienos, gracias a la objetividad, hasta Ia realidad tal y como es. La fuerza con la que estas creencias marcan nuestra cultura es tan intensa que nos cuesta muchisimo percibirlas como ingenuidades, ris bien es la negaci6n de estas creencias la que nos parece pecar, si no de ingenua, ciertamente de extrafia e incluso de estrafalaria. Ast que lo primero que se nos plantea aqui es argumentar por qué esta- ‘mos, efectivamente, ante dos grandes ingenuidades. Pero atin admi- tiendo que esta argumentacion fuese convincente, atin cabria pre- guntarse por qué estas dos ingenuidades son peligrosas y conducen al autoritarismo. Al fin y al cabo, muchos colegas defienden esas dos creencias, acertada 0 equivocadamente, y no manifiestan, sin ‘embargo, simpatia alguna por los dispositivos autoritarios. Reto- maré, por Jo tanto, los supuestos del construccionismo para argu- mentar tan bien como pueda que nos enfrentamos, efectivamente, a dos clarisimas ingenuidades y que estas son, efectivamente, ingemui- dades peligroses. 231 eet LAA Eltalante involuntariamente autoritario de la psicologia instituida No resulta nada fécil desprendernos de la idea de que existe una realidad independiente de nuestro modo de acceso a la misma. Es decir, de que la realidad es como es con independencia de nosotros. No resulta facil porque toda nuestra experiencia cotidiana milita a favor de esta idea resaltando diariamente tanto su validez como su utilidad. Por ejemplo, esté claro que la distancia entre Santiago de Chile y Barcelona seguiré siendo la misma por mucho que pueda desear reducirla; esta claro que si pongo mi mano en el fuego me quemaré por mucho que proclame que el fuego no quema; también €s evidente que si mi coche se lanza contra ua érbol, de poco servi- 14 que haga desaparecer el arbol cerrando los ojos. Creer que la realidad no es una propiedad de los objetos, es una propiedad que conferi- mos nosotros a los objetos debido a nuestras propias caracteristicas. Lo mismo ocurre con todas las propiedades y con todos los objetos cen los que podamos pensar, no hay objetos duros y objetos blandos, gases y Iiquidos con independencia de nosotros. Las sillas 0 los ob- jetos «naturales» sobre los que uno se puede sentar no existen, por supuesto, en el mundo de las hormigas y no existirian para nosotros si, manteniendo todo lo demas por igual, tuviéramos la conforma ién anatmica de una hormiga. Ningéin objeto existe como tal en Ia realidad, no es cierto que el mundo esté constituido por un ni- mero determinado de objetos que estan ahi fuera de una vez. por to- das y con independencia de nosotros. Creemos que si podemos re~ presentat, nombrar, conocer los objetos del mundo es porque ya estén ahiy porque pre-existen a su representacién y al acto de nom- brarlos. Pero esto no es asi. Lo que tomamos por objetos naturales no son sino objetivaciones que resultan de nuestras caracteristicas, de nuestras convenciones y de nuestras précticas. Esas précticas de objetivacién inclayen, por supuesto el conocimiento, cientifico 0 no, las categorias conceptuales que hemos forjado, las convenciones que utilizamos, el lenguaje en el cual se hace posible la operacién de pensar. Por lo tanto, si volvemos a retomat, por un momento, la metafo- ra que antes utilicé acerca de la imagen en la cual se hallaba presa la 238. psicologia, lo que queda disuelto a partir del momento en que re- chazamos la idea de una realidad independiente es simplemente esa dicotomfa radical, esa separacién nitida entre la realidad, por una parte, y el conocimiento de la realidad, por otra parte. No hay for- ma de romper la relaci6n interna que une inextricablemente la rea- lidad con ef conocimiento, Somos nosotros quienes instituimos como objetos los objetos de los que aparentemente est hecha la realidad. El objeto no genera nuestra representacién de él sino que resulta de las précticas que articulamos para representarlo. Y son esas précticas las que trocean la realidad en objetos diferenciados. Insisto una vez més, la realidad existe, esté compuesta por obje- tos, pero ho porque esos objetos sean intrinsecamente constitutivos de la realidad sino porque nuestras propias caracteristicas los «po nen», por asf decirlo, en la realidad. Y es, precisamente, porque son auestras catacteristicas las que los constituyen por lo cual no pode~ mos trocear la realidad a nuestro antojo y creer que sila realidad de- pende de nosotros, entonces podemos construir la realidad que nos venga en gana, Creer que la realidad existe con independencia de nuestro modo de acceso a la realidad es una ingenuidad, hoy por hoy, insostenible. Pero, zqué implica esto de cars a la psicologia? Pues, simplemen= te, que los objetos que componen la realidad psicolégica no proce- den de una supuesta les presta su voz, ‘ La objetividad no es sino el nombre que se da a este ejercicio de ventriloquia. : Sin duda, hay procedimientos que son mejores que otros para producit conocimientos, pero es absurdo pensar que el secreto de su eficacia reside en que permiten alcanzar la objetividad. Los pro- blemas con los que ha topado el concepto positivista de objetividad han sido tan insalvables que, al final, los defensores mas acérrimos de la «objetividad> no han tenido mas remedio que definirla en tér- minos de «inter-subjetividad>, lo que equivale a abandonar, en la practica, la idea nuclear contenida en el propio concepto de objeti- vided. Por fin, no pretendo, ni mucho menos, defender la idea de que no hay diferencia entre enunciados verdaderos y falsos. Es verdad que la nieve es blanca, que los campos de exterminio existieron, que la represién existe y que si me tiro de un sexto piso me estrellaré en el suelo. El concepto de la verdad es un concepto absolutamente esencial para nuestra existencia cotidiana y no entrafia ningéin mis~ terio. Sabemos que ninguno de nosotros puede decidir a su antojo Jo que es verdadero y lo que no lo es, pero también sabemos que la verdad no tienen ningiin cardcter trascendental, que es relativa a no- sotros, a nuestras convenciones, a nuestra experiencia, no es ningsén absoluto. Por ejemplo, cuando digo que ses verdad que la nieve es blanca» sé perfectamente que la nieve no tiene color porque el color es algo que es conferido a los objetos por mi sistema perceptivo y, sin embargo, el enunciado «la nieve es blanca» es plenamente ver 237 dadero, pero verdadero relativamente a un sistema de convenciones y a una perspectiva particular que es la que dibuja mi conformacién neurofisiolégica. Para un ser que no percibiera colores, o los perci- biera diferentemente, hay muchos en la naturaleza, el enunciado «la nieve es blanca seria totalmente falso. Es precisamente esa «relatividad> de la verdad la que desaparece a partir del momento en que se unen las creencias de que «la reali- dad es como es con independencia del modo en que accedemos @ ella» y de que «existe un modo de acceso privilegiado que permite acceder al conocimiento de la realidad tal y como es». Estas dos creencias se conjugan para arrebatarnos el criterio de la verdad y si- tuarlo en un plano trascendente y absoluto. El procedimiento para secuestrar la verdad, arrebatarla a nuestras decisiones y situarla fue- ra de nuestro aleance, es simple, pero de una l6gica aplastante, Pun- to primero, la realidad es como es, por lo tanto, es una y tniea. Punto segundo, podemos llegar a conocer objetivamente como es la reali- dad. Punto tercero, por lo tanto cuando decimos cémo es la rea- lidad, la verdad de ese enunciado es absoluta y tinica. No hay vuel- tade hoja, siendo una la realidad y siendo posible su conocimiento objetivo sélo hay un conocimiento que sea verdadero y la verdad de este conocimiento no es relativa a mi condicién sino que transcien- de esta condicién porque radica en la propia realidad. Cuando comprobamos a qué barbaridades légicas y a qué conse- cuencias insostenibles conduce la creencia en la existencia de un modo de acceso privilegiado que permita decir cémo es en realidad la realidad, no nos queda més remedio que admitir que se trata de uuna ingenuidad. Pero ademés, es'una ingenuidad peligrosa porque establece una «retdrica de la verdad» tanto mas poderosa cuanto que la decisin acerca de lo que es verdadero o falso ya no depende de las convenciones, las caracteristicas y practicas de los seres huma- 1s sino que se sitta fuera de ellos, en el seno mismo de la realidad y en el procedimiento que permite acceder a ella . @Cuiles son las implicaciones de todo esto para la psicologia? Son bien sencillas. La adhesidn al mito de la objetividad coloca al psic6logo en el papel de simple cronista de la realidad desvineulé dolo de toda responsabilidad y de todo compromiso. No es élo ella quien construye versiones acerca de la realidad psicolégica sino que es la ciencia psicolégica la que habla por sus bocas y, como la cien- cia se limita a dar cuenta de le realidad, es, en definitiva, la propia 238 realidad la que habla directamente por su boca. La ingenua adhe- sidn al mito de la objetividad produce, de esta forma, tremendos efectos de poder sobre las personas. El discurso del psicélogo tan sélo puede ser cuestionado si se demuestra que ha infringido la re~ gla de la objetividad, porque sino lo ha hecho, entonces dudar de su palabra serfa tan absurdo como dudar de la propia realidad. Con esta operacién se impiden cuatro cosas. En primer lugar, se impide ver que la realidad psicolégica es una construccién contin- gente, dependiente de nuestras précticas socio-histéricas y que, por lo tanto, no nos define en términos esencialistas, no nos define en términos de algo que estatfa inscrito en nuestro ser. En segundo lu- gar, se impide ver que el discurso del psicélogo esté marcado por las convenciones que este acepta y que no constituye, por lo tanto, mas {que una interpretaciGn de la realidad psicol6gica entre otras posi- bles sin que se pueda nunca privilegiar ninguna de ellas aduciendo que se corresponde «mejor» con la propia realidad. En tercer lugar, seimpide ver que el discurso del psicélogo desempeiia, él mismo, un papel en la conformacién de la realidad psicol6gica y que se puede exigir, por lo tanto, al psiedlogo que explicite cudles son las opcio~ nes normativas que guian su actividad. Por fin, en cuarto lugar, se impide que la gente pueda terciar en las cuestiones psicol6gicas, porque silo tinico en lo que puede fallar el psicslogo es en la co- recta aprehensién de la realidad, entonces, tan s6lo otro especialis- ta puede detectar este fallo y puede enjuiciar si el procedimiento se- guido ha sido el adecuado 0 no. El juego queda entre compadres y el pueblo solo tiene derecho a contemplar la contienda, y en verdad ni siquiera la puede contemplar porque la jerga terminol6gica se en- carga de levantar una pantalla opaca entre él y el espectéculo. En su conjunto, los efectos de la ingenua_ creencia en la objetivi- dad han constituido a la psicologia en un dispositivo auoritario que dice a las personas la verdad de su ser sin dejar otra salida més que la del acatamiento. Contra el construccionismo El construccionismo nos dice, y creo que con raz6n, que el pensa- miento humano construye sus claboraciones de manera argumenta~ tivay dilemdtica. Es decir, recurriendo a argumentos y contra-argu- 239 ‘mentos sin perder nunca de vista, por consiguiente, que toda postu- ra se inserta en un conjunto abierto de posturas posibles. Sabemos, por lo tanto, que no basta con exponer los argumentos a favor de una postura para convencer de su validez, sino que es conveniente examinar los contra-argumentos y mostrar que no son convincen- tes. Me permitirén, por lo tanto, que comente algunas de las obje- ciones mas habituales que se esgrimen en contra de las posturas mantenidas desde el construccionismo. Esto nos permitiré ademés adentrarnos més finamente en la comprensién de lo que es el cons truccionismo, puesto que es precisamente mediante el juego de las criticas y de las contra-criticas, es decir, mediante la confrontacién de argumentos como mejor se llega a entender una determinada postura El primer gran reproche que se le ha hecho al construccionismo es el de caer en la falacia del «reduccionismo lingiifstico». En efecto, al poner tanto énfasis en el papel que desempefia el lenguaje y las convenciones lingiisticas en la construccién de la real que el construccionismo esté dando a entender que «todo» es len- guaje y que la realidad es de naturaleza lingiiistica. Si las cosas no existen por si mismas, sino que las hacemos existir mediante nues- tras categorias lingiistico-conceptuales, mediante las convenciones que establecemos y mediante nuestras précticas discursivas, parece obvio que las cosas serian de otra forma, o que habria otras cosas, si todas esas categorfas, convenciones y practicas fuesen distintas. A partir de aqui parece que se pueda dar fécilmente el paso que nos leve a decir que basta con cambiar las palabras para cambiar la rea- lidad. Esté claro que si el construccionismo defendiese esta postura mereceria plenamente la acusaci6n de caer en la falacia del reduc~ ionismo lingiifstico y, por i que imputar ala realidad una naviraleza lingiistica no constituye sino la versién moderna de aquel idealismo que reducfa la realidad a las ideas sobre Ia realidad. Pero esto no es ast. No es asi, en primer lugar, porque cuando se comete una fa ¢s precisamente cuando se confunde el plano epistémico con no ontoldgico y cuando se confunden las condiciones de posil dad de un fenémeno con el propio fendmeno. Quienes acusan al construccionismo de reduccionismo lingtifstico cometen, i de confundir la afirmacién de que «algo» adquiere su estatus de objeto real mediante un proceso de construccién lingiis- 240 tico-conceptual con Ia afirmacién de que, por lo tanto, ese objeto es de naturaleza lingiistico-conceptual. Decir que el lenguaje es «for- mativo> de la realidad no significa, ni mucho menos, que la realidad sea de naturaleza lingtifstica, es como si dijéramos que porque un edificio debe su existencia a las téenicas de quienes lo hacer existir entonces ese edificio consiste exclusivamente en un entramado de saberes técnicos. : En segundo lugar, se comete también una tremends falacia cuan- do se olvida que nuestro lenguaje no es una abstraccién nacida de nuestros caprichos sino que esti «motivado», en el sentido que Saussure da a éste término, por nuestras caracteristicas, nuestras prdcticas, nuestra historia y nuestro modo de estar en el mundo. Esto significa que el lenguaje esta sometido a un conjunto de cons- tricciones que no permiten generar a partir de él cualquier realidad y cambiarla a placer. CCuriosamente, se podrfa decir que son aquellos mismos que lan- zan contra el construccionismo la acusacién de idealismo y de re- duccionismo lingiistico quienes estan haciendo reduccionismo lin- siifstico sin saberlo y quienes practican un idealismo de facto. En efecto, no se dan cuenta que toman como propiedades de las cosas lo que tan s6lo son propiedades de nuestros discursos sobre las co- sas y de nuestra manera de hablar de ellas; tampoco se dan cuenta gue atribuyen a las cosas lo que no pertenece sino a nuestra forma de representarlas, No d iuir una paradoja que se acuse al construccionismo de idealismo lingistico cuando al llamar la aten- cin sobre el cardcter formativo de realidad que tienen el lenguaje no hacen sino hacer aflorar los implicitos idealistas que anidan en las posturas realistas. Hay que ser idealista en la préctica, firmando de las cosas lo que no pertenece sino a nuestra forma de hablar de para ver en el construccionismo una expresi6n del idealismo, sté la gran paradoja. Un segundo reproche que se hace al construccionismo ¢s el de desembocar sobre un relativismo radical y se considera, por su- uye una tara mortal, E] relativismo ha sido objeto de unos ataques y de una descalificacién tan intensos y tan prolongados en el tiempo que muchos construccionistas se asustan ante tal acusacién y se afanan en demostrar que no son relativistas. En efecto, se da por sentado, sin mayor detenimiento sobre la cues- tién, que el relativismo es autocontradictorio, desemboca sobre la 241 negacién de la ética y promueve la pasividad politica. Pues bien, considero que frente al reproche de ser relativistas lo que deben ha cer los construccionistas consecuentes es reivindicar efectivamente el relativism, pero mosrando que no hay nada que sea reprocha- jeen o. las reglas del juego trazadas por su contrario, es decir, por el abso- lutismo. En efecto, cuando se dice que si ningiin enunciado es ver- dadero tampoco lo ¢s el enunciado que afirma esto y que se trata, por lo tanto, de un emunciado que se refuta a si mismo, se esta in- troduciendo el criterio que esté en debate, la «verdad», para dirimir el debate, lo cual invalida y conculca automaticamente todo el debate. El relativismo seria, efectivamente, autorefutante si pre- tendiese para si mismo el privilegio que niega a los demés. Por su- puesto, que el relativismo y, por lo tanto el construccionismo tam- bién, no son verdaderos y no enuncian ninguna verdad absoluta. denuncian la falacia de la verdad y el sinsentido de recurrir a ese cri- terio, seria absurdo que lo reivindicaran para sf mismos. Tan sélo un absolutista puede tildar de autocontradictorio al relativismo, un re- Iativista sera relativista para con sus propias posturas y esto disuel- ve en el acto toda traza de autorefutacién. Pero la negativa a entrar en el juego de la verdad no significa, ni mucho menos, que se aban- done toda posibilidad de enjuiciar las posturas y de considerar que ciertas posturas son preferibles a otras: por ejemplo, que el relati- vismo es més aceptable que el absolutismo. Lo tinico que se afirma es que los criterios para inar entre distintas posturas son construcciones nuestras, relativas a nuestras convenciones, a nues- tras précticas y a muestras peculiaridades y no pueden apelar, por lo tanto, a ningén estatus absoluto, trascendente y supra-humano. El hecho de que asumamos que nuestros eriterios son obra nuestra, relativos a nuestra condicién no niege, y éste es el punto «que queria tocar en segundo lugar; la posibilidad de una ética sino que constituye, al contrario, la fundamentacién misma de la ética. cuando se manifiesta nuestra plena res- de tales o cuales valores y es evidente que esta responsabilidad desaparece por completo, y con ella pierde sentido la nocién misma de ética, cuando afirmamos que los valores nos transcienden y que existen criterios absolutos, por lo tanto in- 242 dependientes de nosotros, no relatives a nosotros, que dictaminan sin discusién posible lo que es digno de ser defendido y lo que no lo En este sentido, el relativismo no sdlo no conduce i ica sino que, por el contrario, fomenta la implica de mi compromiso con ellos, quien soy responsable de defenderlos y de procurar que confi de realidad sociopolitica que he decidido potenciar. En definitiva, un construccionismo consecuente reconoce plena- mente la adecuacién del calificativo de «relativismo» que se utiliza para caracterizarlo, pero no ve en ello motivo alguno de escéndalo sino todo lo contrario. Por fin, un tercer reproche que se hace al construccionismo re- curre al importantisimo concepto de reflexividad. ¢Qué ocurre, se nos pregunta, si se aplica al propio construccionismo la perspectiva construccionista, es decir, si se hace un andlisis construccionista del construccionismo? Porque claro, habré que admitir entonces que el construccionismo resulta también de un conjunto de convencio- nes particulares, de pricticas socio-histdricamente situadas, y de presupuestos inaceptables que slo aparecerén como tales en tn mo- mento ulterior. Es més, el construccionismo puede llegar a consti- tuirse en la nueva hegemonia dentro de la psicologia y producir to- dos los efectos de poder que el propio construccionismo denuncia en las actuales ortodoxias. Se necesitarin entonces buenos decons- truidores para desmantelar el construccionismo y permitir nuevos vances. Sin duda alguna, esto es asi, pero hay una diferencia funda- mental, y ¢s que en el seno de un construccionismo consecuente no sdlo existe la conciencia de estos peligros sino que existe el convenci- miento pleno de que son inherentes a cualquier postura que se desa- rrolle y, por lo tanto, que son inherentes al propio construccionismo. En tanto que este convencimiento es constitutive del construcci rnjsmo y forma parte internamente de sus presupuestos quiz le sal- ve del estancamiento y de la institucionalizacién. Pero esto obliga a peligrosamente bajo la constante tensién de tener que revisar sin tregua las seguridades que se alcanzan. No se extrafien ustedes, por lo tanto, si en una préxima ocasién me encuentran empefiado en desmantelar y deconstruir los supuestos del construccionismo. Bien, argumentar como Jo he hecho en contra de las crticas diri- gidas al construccionismo no significa que este tenga respuestas 243 para todo y se encuentre exento de contradicciones, debilidades y falacias, por suerte esto no es asi; pero quisiera pasar ahora a algu- nos elementos de conclusién que me gustaria formular en relacion con la psicologia. Elementos de conclusién: adiés a la psicologia como dispositivo auvoritario, ‘Toda ruptura con lo instituido, con lo que se da por sentado, sue- Je engendras, es légico, incomprensiones y malas interpretaciones. Me gustaria deshacer tres de ellas. En primer lugar, puede parecer que el construccionismo consti- tuya una ofensiva en contra de la ciencia ¥ que se empareje de esta forma con otras empresas de triste recuerdo, Esto no es asi, no se bsoluto el tipo de conocimiento producido por esa actividad social que llamamos ciencia; se trata de conocimientos tan legitimos y tan valiosos como los que emanan de tantas otras prac- les. Lo que si se ataca y con toda radicalidad es la ideolo- gfa sobre la cual se sustenta la empresa cientifica, ideologia que con- fiere a la raz6n cientifica un estatus ahist6rico y la conforma como la mas potente retérica de la verdad de nuestro tiempo. Lo que si se ‘combate y con toda vehemencia son los tremendos efectos de poder que conlleva la ret6rica de la verdad cientifica. Quitadle sus maytisculas a la Raz6n Cientéfica, situadla como un producto mas de le actividad humana, re caracter plena~ ‘mente contingente, carente de fundamentaciones tltimas, y el cons- truccionismo no pondré mayor empefio en deconstruir los conoci- mientos cientificos que el que pone en deconstruir otras formas de conocimiento. _ En segundo lugar, puede parécer que el construccionismo cues- tiona la psicologia en tanto que ésta constituye un conjunto de co- \ocitnientos especializados. Pero esto tampoco es asi. El campesino tiene conocimientos especializados que son opacos al pescador, y recfprocamente, esto es Iégico y es inevitable. $i lo admitimos para el campesino o el albafiil por qué se lo vamos a negar al psicélogo? Lo que se cuestiona no es la espec in de los saberes, es el tipo de autoridad que contiere esa especializacién y el tipo de autoridad sobre la cual se basa, El saber de la psicologia ¢s especifico y eso esta bien, es opaco alos que no trabajan en ese campo y eso es inevita- ble, pero no puede presentarse a si mismo como surgido de otra cosa quie de las inciertas précticas, experiencias y reflexiones de esos 24d — seres humanos que son los psicélogos, tan limitados, inseguros y sobre todo subjetivos como lo son los demés seres humanos. Un campesino nunca pretender que sus conocimientos son universales ¥ que estan sancionados por instancias ajenas a sus propias précti- cas. Lo puede decir, por supuesto, de la naturaleza pero no de sus 0s, ¥ legitimard estos conocimientos sobre la experien- cia que tiene de que le permiten conseguir unos resultados, unos efectos que, para él, son positivos. Esto mismo es lo que deberfa ha- cer Ia psicologia aunque se encuentre entonces emplazada frontal- mente a definir cuales son los efectos que pretende conseguir y qué eriterios fundamentan esa pretensin. Cuestiones en las que puede y debe terciar la comunidad en su conjunto, los psicédlogos también, pero no solamente ellos, abriéndose asi las cuestiones de la psicolo- gia.alaiirrupcién de la gente. Por fin, puede perecer que el construccionismo cuestiona la uti- lidad de los conocimientos psicolégicos. Esto no s6lo no es asi sino que por el contrario la utilidad de estos conocimientos, como lo acabo de sugerir hace un instante, cobra una importancia primor- dial. Utilidad para comprender realidades y utilidad para transfor- mar realidades. Pero esta utiidad no puede expresarse en términos de reflejar la realidad tal y cmo es ni tampoco en términos de nor- malizar las diferencias respecto de la realidad tal y como es. Los eri- terios que definen la utilidad de la psicologfa son criterios que no pueden estar en manos de los psicélogos sino que pertenecen a un debate donde lo que esté en juego son las opciones éticas, normati- vvas y politicas de la poblacién. Sin duda alguna, debemos decir adiés a la ciencia, adi6s a la psi- cologia en tanto que dispositivos autoritarios y resituar a la ciencia y alla psicologia como lo que son, es decir, simples précticas huma- nas tan azarosas, fragiles, contingentes, historicas y relativas como lo son todas las précticas humanas. Este giro reinserta al ser huma~ no en el centro mismo de la razén cientifica y de Ia disciplina psico- logica, pero sin aforanzas humanistas, pues hemos aprendido que el ser humano est socialmente construido, que su autonomia no deja de ser, las mas de las veces, una ilusién y que no hay ninguna naturaleza humana que rescatar. El psic6logo también es un ser humano, no es sélo un espec ta, y él tambien se encuentra reinsertado asi, en tanto que ser huma~ no «total», en el centro de la psicologia, con todos sus valores, sus 245 compromisos y sus opciones politicas. ¥ si como persona también Lo ella es victima del sistema vigente, si anhela como persona un sistema politico més dignificante y més justo gpor qué no decirlo también como psicélogo o como psicdloga? ¢Por qué fragmentar papeles? Es preciso hacer aflorar y liberar la parte rep: snuestro rol de psicdlogos manifestando explicitamente las o normativas que informan nuestros criterios. Pero sila dimensi6n nor- mativa y politica desborda el uso que hacemos de nuestros conoci mientos y se inscribe en el propio conocimiento que construimos, entonces s nuestra responsabilidad elegir, insisto, . Esta separacién radical entre el producto y el proceso que lo pro- duce no deja de evocar el mito religioso de la «inmaculada concep- cién», pero aplicado, esta vez, al ambito del quehacer cientifico, defendido, curiosamente, por quienes més se precian de ser riguro- samente cientificos. : Esta claro que el mito de la objetividad y de la posibilidad misma de una separacién radical entre sujeto y objeto, tornan muy proble- mética la adopcién de un punto de vista construccionista. construccionismo disuelve la dicotomia sujeto / objeto afir- mando que ninguna de estas dos entidades existe propiamente con independencia de la otra, y que no ha lugar a pensarlas como enti- dades separadas, cuestionando asi el propio concepto de obj vidad. De hecho, el construccionismo se presenta como una postura fuertemente des-reificante, des-naturalizante, y des-esencializante, que radicaliza al méximo tanto la naturaleza social de nuestro mun- do, como la historicidad de nuestras pricticas y de nuestra existen- esde esta perspectiva, el sujeto, el objeto y el conocimiento, se 254 agotan plenamente en su existencia sin remitir a ninguna esencia de Ia que dicha existencia constituiria una manifestacién particular, como tampoco remiten a ninguna estabilidad subyacente de la que ‘una simple expresi6n particular. En definitiva, el ca- almente construido del sujeto, del objeto y del conoci- miento arranca estas entidades fuera de un supuesto mundo de ob- jetos naturales que vendrian dados de una vez por todas. Esté claro, que si el objeto se agota plenamente en su existencia y si requiere un sujeto para poder existir, entonces la existencia del ica, en el sentido mas fuerte de la palabra, la presencia ‘que tenga el menor sentido hablar de su separabi- Cuidado, no es que el construccionismo pretenda excluir el uso de palabras como sujeto y objeto, cuya utilidad practica es eviden- te, se trata simplemente de alterar su contenido conceptual y as im- plicaciones de su uso. “Aparte de la dicotomia sujeto / objeto, la creencia en la objetivi- dad implica también algo que nos inceresa aqui de manera muy di- recta. La objetividad requiere en efecto que haya un objeto, que aquello sobre lo cual claboramos conocimientos objetivos exista con independencia del conocimiento elaborado, que la realidad in- vestigada exista previamente a su investigacién y que no se modifi- que por causa de las operaciones que articulamos para producit co- nocimiento ‘De alguna forma, la creencia en la objetividad conlleva una pro- fesin de fe «realista» muy cercana al realismo de sentido comtin. Ese realismo de sentido comin que impregna con una tremenda fuerza nuestra forma de pensar, nos hace dar por sentado que los ‘objetos que conocemos son como son con independencia de nues- tras propias caracteristicas en tanto que sujetos y con independen- cia del conocimiento que forjamos sobre ellos. Aqui también parece claro que para desarrollar una postura razonablemente construccio- nista, es imprescindible aceptar la idea de que no existen objetos na- turales, de que los objetos son como son porque nosotros somos como somos, los hacemos, tanto como ellos nos hacen, ¥ por lo tan- to, ni hay objetos independientes de nosotros, ni nosotros somos independientes de ellos. Frente al mito del objeto no podemos dejar de insistir sobre el hecho de que el propio concepto de objeto» es convencional, y depende de lo que decidimos definir como un nada, no saca a la luz del dia algo que estaba escondido antes de que él consiguiera verlo. Lo que hace cualquier investiga- dor es constrair algo que tan sélo se transformaré en un auténtico hecho cientifico» después de que intervenga un complicado proce- so al que concurren mitiples redes sociales, conjuntos de conven- ciones, entramados de relaciones de poder, series de procedimientos retéticos, y es todo esto lo que acabaré por transformar eventual- mente en un «hecho cientifico» tal o cual construccién realizada por tal o cual investigador. Claro que una vez que un hecho eientifico ha sido instituido como tal a través de ese largo proceso social, acaba siempre por autonomizarse del proceso que lo ha creado y se pre- senta como «algo» que siempre estuvo «ahi», esperando paciente- mente que «alguien» lo descubriese. EI mito de la realidad independiente ¢Pero si no hay, propiamente hablando, «objetos» en la realidad, entonces que es lo que hay? Con dnimo de ser provocativo me gus” tatia contestar que no hay sencillamente nada, pero para evitar crear malentendidos, me limitaré a decir que s6lo hay lo que ponemos en ella, Pero cuidado, esto no significa que podamos poner en ella 256 cualquier cosa que se nos antoje arbitrariamente, significa simple- mente que la realidad no existe con independencia de las practicas mediante las cuales la objetivamos y, con ello, la construimos. La realidad es siempre «realidad ~ para — nosotros», «realidad — desde ~ nuestra perspectiva». Cualquier otra cosa que pueda ser la reali- dad forma parte del universo de lo «no-pensable», no digo de lo cespeculativor, o de lo «fantasioso», sino literalmente de lo «no- pensable» Por supuesto, cuando se afirma que la realidad no existe a no ser como resultante de nuestras précticas de construccién de la realidad y de todas aquellas caracteristicas propias (biolégicas, sociales, etc.) {que conforman precisamente «nuestra perspectiva», se corre el ries- go de ser tildado de «idealista» y de «solipsista». zAcaso no los atboles? ¢Acaso no existen los rayos y truenos? ¢Acaso el truc~ no no resuena en os cielos aunque yo sea sordo? ¢Acaso no hay por ahi paranoicos y depresivos? Esta claro que todo esto existe, con total independe pueda pensar, decir, o desear cualquiera de nosotros individualmen- te considerado. Sin embargo todo esto existe porque lo hemos construido como tal, colectivamente, a través de un largo proceso histsrico intimamente relacionado con nuestras caracteristicas en tanto que seres htumanos. Es lo que nosotros somos, en los diversos planos que nos constituyen (el biolégico, el fisico, el social, etc.) junto con lo que hacemos (lo que hemos hecho a lo largo de ia), lo que hace que la realidad exista en Ja forma en que existe efectivamente. La afirmacién segt idad no existe con independencia de nosotros puede ilustrarse fécilmente sobre la base de las tres consideraciones siguientes: 4) Todos sabemos, desde hace tiempo, que los colores no existen en Ja naturaleza, ¥ que somos nosotros quienes los const mos en nuestra cabeza por razones estrictamente imputables a nuestra peculiar conformacién sensorial. Es claro que si nuestra estructura sensorial fuese de otro tipo, ni la nieve se- ria blanca, ni el mar serfa azul. Entonces, zc6mo es «en reali- dad» la nieve? gCémo es, con independencia de la forma en que la vemos y la conocemos? La pregunta no posible, y sin embargo la afirmacién de que «la nieve es blan- Ga», constituye sin duda una afirmaci6n verdadera. Pero no 257 porque esta afirmacién se corresponde con la realidad, sino porque lo que somos hace que sea verdadera («lo que somos», y habria que afiadir para mayor precision: «y las convencio- rnes que hemos creado»). b) También sabemos que los sonidos no existen en la realidad, sélo existen como producto de determinados aparatos audit vvos, y sin embargo es cierto que los rayos se siguen para n0- sotros de un trueno y que hay truenos més fuertes que otros. ©) Hasta aqui parece que slo estemos hablando de la vieja cues- tign de las cualidades sensibles secundarias, pero gverdad que sien lugar de tener el tamafio que tenemos slo tuviéramos el tamafio de un atomo sin que ninguna otra cosa cambiase tai poco los drboles existirian? Algo diferente existiria en su lu- ar, y as{ sucesivamente. Bien, quiero insistir sobre el hecho de que al afirmar que la realidad no existe independientemente de nosotros, 0 lo que es Jo mismo, que s6lo hay en ka realidad lo que nosotros ponemos en ella, no se est sugiriendo que podemos conformar la realidad a nuestro anto- jo y poner en ella lo que nos venga en gana. Lo que «somos», social, biol6gica y fisicamente constrfie decisivamente el modo en que po- demos construir la realidad, pero, desde luego, es innegable que ésta no viene dada sino que la construimos. Hay que abandonar el crite~ rio de una realidad independiente si se quiere entrar en una pers pectiva construccionista, y esto al parecer no es cosa facil para quie- nes han conformado sus ereesicias en el marco hegeménico de la modernidad. El mito de la verdad Es bien conocido que la modernidad ha conferido a la razén cienti- fica la facultad de decir lo que es verdadero y lo que no lo es. Antes, eran otras entidades, otros dispositivos, quienes regulaban el ré; men de la verdad en el seno de la sociedad. Pero a través de las mnil- tiples variaciones que ha conocido el criterio de la verdad, hay algo ie se ha mantenido constante a lo largo de la historia porque en ello radica precisamente el sentido mismo de la verdad: su cardcter absoluto y trascendente. 258 En efecto, la verdad no puede en modo alguno ser relativa a cir- cunstancias 0 consideraciones particulares. Si algo es verdadero lo es y punto, porque si empezamos a decir que tan s6lo es verdadero desde tal perspectiva, 0 para tal comunidad, o momenténeamente, entonces estamos diciendo que no es del todo verdadero, que no es verdaderamente verdadero, sino que tan s6lo se considera como tal en circunstancias especificables y desde puntos de vista particulares. En otras palabras, la verdad no puede estar supeditada a nuestros deseos, creencias, decisiones, y caracteristicas, debe ser universal y absoluta, debe trascender el cardcter necesariamente cambiante y ‘ontingente de la subjetividad humana y de la intersubjetividad que Ja nutre, Para ello, la inica solucién consiste en ul Ia verdad fuera de la historia, fuera de la cultura, fuera de la soci dad, fuera del mundo de las practicas y de las producciones simp| mente humanas, es decir, en definitiva, fuera de lo que es contin- gente y variable. Si la verdad dependiera de nosotros, d inmediatamente de ser verdadera y perderia toda capacidad para de- sempefiar las funciones reguladoras que tiene asignadas y que no son otras que las de producir el consenso y la sumision sin necesi- dad de recurrir a la fuerza. Esta claro que a partir del momento en que asumimos la creencia ena verdad, estamos afirmando que ésta no depende de nosotros, y estamos declarando por lo tanto que existe una instancia no huma- nna que la establece y la regula, llimese a esta instancia Dios, la reali- dad, la ciencia, o las leyes del universo. Por muy atractiva que nos parezca la concepcidn construccionis- ta, dificilmente podremos asumirla mientras sigamos participando de la creencia en la verdad. En efecto, esta creencia nos obliga a ad- mitir que existe por lo menos algo que no es obra nuestra, algo que no construimos, algo tan importante como es el propio criterio que establece la validez de nuestros conocimientos. Para poder desarrollar una perspectiva plenamente construccio- nista, es indispensable romper radicalmente con la creencia en la verdad. Los criterios de la verdad son obra nuestra, y por lo tanto son tan contingentes y tan relativos a nuestras cambiantes practicas como cualquier otra cosa que resulte de nuestro quehacer, no hay por lo tanto nada que sea verdad en el sentido estricto de la palabra. Pero entonces, diran ustedes, tampoco el construccionismo es verdadero, o mas verdadero que los planteamientos alternativos. 259 ‘Por supuesto que el construccionismo no es verdadero, o més verdadero que las demés alternativas! Pero esto no sigi cho menos que no dispongamos de criterios para decidir si merece la pena, o no, trabajar en una orientacién construccionista. Nos quedan exactamente los mismos criterios que utilizamos para eva- luar cualquier otro conocimiento después de haber abandonado el criterio de la verdad. Nos quedan los c1 ios de juicio acerca de su coherencia, de su utilidad, de su inteligibilidad, de las operaciones que permite realizar, de los efectos que produce, del rigor de su ar- gumentacién... en definitiva, no su valor de verdad sino su valor de uso, y su adecuacién a las finalidades que asignamos, nosotros mis- mos, al desarrollo de tal o cual tipo de conocimiento. A partir del instante en que nos percatemos de que no podemos hacer recaer sobre «el mundo tal y como es» la responsabilidad de decidir acerca de la validez de los conocimientos, de que no hay «trozos de lenguaje> que se

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