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Del mismo autor Inscribir y borrar. Cultura escrita y literatura (siglos x1-xvun), Buenos Aires, Katz, 2006 EI mundo como representacién: historia cultural. Entre la practica 1 la representacién, Barcelona, 1992 Elorden de los libros: lectores, autores, bibliotecas en Europa entre los siglos xrv y xvi, Barcelona, 1994 Libros, lecturas y lectores en la edad moderna, Madrid, 1994 Espacio piiblico, critica y desacralizacin en el siglo xvi: los orfgenes culturales de la Revolucién Francesa, Barcelona, 1995 Excribir las prcticas, Buenos Aires, 1996 Historia de a lectura en el mundo occidental, Madrid, 1997 (obra colectiva, dirigida por Roger Chartier y Guglielmo Cavallo) Gultura escrita literatura e historia, México, 199 Les usages de Pimprimé, Paris, 1987 Histoire de Védition frangaise (con Henri-Jean Martin), Parfs, 1989-1993, 4 volimenes Culture écrite et société, Paris, 1996 Roger Chartier Escuchar a los muertos con los ojos Leccién inaugural en el Collége de France Traducido por Laura Félica o--- Primera edicién, 2008 7 Bscuchar a los muertos con los ojos © Katz Editores Sinclair 2949, 5° B 1425 Buenos Aires Fernén Gonzélez, 59 Bajo A 55 Entre paginas y tablas: las desventuras 28009 Madrid| . www.katzeditores.com de Cardenio © Roger Chartier, 2007 ISBN Argentina: 978-987-1283-67-5 ISBN Espafia: 978-84-96859-30-2 1. Ensayo Francés. I. Félica, Laura, trad. IL. Titulo COD 844 El contenido intelectual de esta obra se encuentra protegido por diversas leyes y tratados internacionales que prohiben le reproduccién integra o extractada, realizada por cualquier procedimiento, que no cuente con la autorizacién expresa del editor. Diseno de coleccion: tholon kunst Impreso en Espafia por Romanya Valls S.A. 08786 Capelladas Hecho el depésito que marca le ley 1.723. Escuchar a los muertos pen los ojos eccién inaugural en el Collage de France* Sefior Administrador Estimados colegas Sefioras y sefiores “Escuchar a los muertos con los ojos.” Este verso de Quevedo me viene ala mente en el momento de inau- gurar una ensefianza dedicada a los papeles desempe- fiados por Io escrito entre el fin de la Edad Media y nuestro presente. Por primera vez en la historia del Collége de France, una cétedra esté consagrada al estu- dio de las practicas de lo escrito, no en los mundos antiguos o medievales, sino en el tiempo largo de una modernidad que, quiz4, se desarma ante nuestros ojos. ‘Tal catedra no habria sido posible sin los trabajos de todos aquellos que transformaron profundamente las disciplinas que conforman su propio z6calo: la his- toria del libro, la historia de los textos, la historia de * La conferencia se dicté el n de octubre de 2007. 8 | ROCER CHARTIER la cultura escrita. Me gustaria comenzar esta leccion recordando mi deuda hacia dos de ellos, hoy desa- parecidos. Hay pocos historiadores cuyo nombre se vincule con la invencién de una: disciplina. Henri-Jean Martin, falle- Cido en enero de este afio, es uno de ellos. La obra que redact6 por iniciativa de Lucien Febvre y que fue publi- cada en 1958 bajo el titulo La aparicién del libro es con- siderada con raz6n como fundadora de la historia del libro, o al menos de una nueva historia del libro. Como escribié Febvre, Henri-Jean Martin hacia descender os textos “del cielo sobre la tierra” estudiando con tigor las condiciones técnicas y legales de su publicacién, las coyunturas de su produccién o la geografia de su cir- culaci6n..En los trabajos que siguieron, Henri-Jean Martin no ceso de ampliar sus temas de investigacion y desplaz6 su atencién hacia los oficios y los actores involucrados en la produccién del libro, las mutacio- nes de las formas materiales de los textos ysfinalmente, Jas modalidades sucesivas de la legibilidad. He sido su discfpulo sin ser su alumno. Me hubiera gustado decirle esta tarde todo lo que le debo y también el feliz recuerdo de las empresas intelectuales llevadas adelante en su compaiifa, Hay otra ausencia, otra voz que debemos “escuchar con los ojos”: la de Don McKenzie. Era un sabio que vivia entre dos mundos: Aotearoa, aquella Nueva ESCUCHAR A LOS MUERTOS CON LOS 0105 | 9 Zelanda donde habia nacido y donde fue un infatiga ble defensor de los derechos del pueblo maori, yla Uni- versidad de Oxford, que le confié la cétedra de Textual Criticism. Este practicante experto de las técnicas eru- ditas de la “nueva bibliografia” nos ha ensefiado a supe- yar sus limites al demostrar que el sentido de un texto, ya sea can6nico u ordinario, depende de las formas que lo dana leer, de los dispositivos propios de la mate- rialidad deo escrito. Asf, por ejemplo, para los objetos impresos: el formato del libro, la construccién de la pégina, las divisiones del texto, la presencia 0 no de imégenes, las convenciones tipogréficas y la puntua- cién. Al fundar la “sociologia de los textos” sobre el estudio de sus formas materiales, Don McKenzie no se alejaba de las significaciones intelectuales 0 estéticas de las obras. Todo lo contrario. En la perspectiva que éha abierto, situaré una ensefianza que pretende no separar jamés la comprensi6n hist6rica de los escri- tos de la descripcién morfolégica de los objetos que los difunden. ° Aambas obras, sin las cuales esta cétedra no hubiera podido ser concebida, me resulta necesario agregar una tercera: la de Armando Petrucci, que desgraciadamente no puede estar con nosotros esta tarde. Al prestar aten- cién alas précticas que producen o movilizan el escrito, al derribar los compartimentos clasicos —entre el manuscrito y el impreso, entre la piedra y la pagina, 10 | ROGER cHARTIER entre los escritos ordinarios y las escrituras literarias-, su trabajo ha transformado nuestra comprensién de las culturas escritas que se han sucedido en la muy larga duracién de la historia occidental. El trabajo de Atmando Petrucci estd organizado a partir del desigual dominio dello escrito y las posibilidades miltiples ofre- cidas por la “cultura gréfica” de un tiempo. Constituye ‘un ejemplo magnifico del lazo necesario entre una eru- dicién escrupulosa y la més inventiva de las historias Sociales. Me gustarfa retener aqui la leccién fundamen. tal, que es la de asociar en un mismo anilisis los pape- les atribuidos alo escrito, las formas y los soportes de la escritura, y las maneras de leer, Henri-Jean Martin, Don McKenzie, Armando Pe- trucci: cada uno de ellos habria podido, o habria debido estar en el lugar que Ocupo ante ustedes. Las coyun- furas 0 los azares intelectuales no lo han querido ast, Pero sus obras, construidas a partir de horizontes muy diferentes (la historia del libro, la bibliografia material, 'a paleografia) estaran presentes en cada momento dela ensefianza que hoy comienza. Siguiendo sus pasos, me esforzaré por comprender qué lugar ha tenido lo escrito en la produccién de saberes, en el intercambio de emociones y scntimientos, en las relaciones que los hombres han mantenido UNOs con otros, con ellos mismos 0 con lo sagrado. ESCUCHAR A LOS MUERTOS CON LoS OJOS | 12 LAS MUTACIONES DEL PRESENTE 0 LOS DESAFIOS DE LA TEXTUALIDAD DIGITAL La tarea es seguramente urgente hoy, en un tiempo donde las practicas de lo escrito se hallan profunda- mente transformadas. Las mutaciones de nuestro Pre- sente modifican todo a la vez, los soportes de la escri- tura, la técnica de su reproduccién y diseminacién, y Jas maneras de leer. Tal simultaneidad resulta inédita en la historia de la humanidad. La invencién de la imprenta no ha modificado las estructuras fandamen- tales del libro, compuesto, tanto antes como después de Gutenberg, por pliegos, hojasy paginas reunidos en un mismo objeto. En los primeros siglos de la era cris- tiana, esta nueva forma del libro, la del eédice, se impuso a costa del rollo, pero no estuvo acompafiada por una transformacién de la técnica de reproduccién de los textos, siempre asegurada por la copia manuscrita. Y sibien la lectura ha conocido varias revoluciones, sefia- ladas 0 discutidas por los historiadores, todas ocurrie- ron durante la larga duracién del cédice: éstas son las conquistas medievales de la lectura silenciosa y visual, lapasion por leer que embargé el tiempo de las Luces, 0 incluso, a partir del siglo x1x, la entrada en Ia lec- tura de nuevos lectores: los artesanos, los obreros y los campesinos, las mujeres y los nifios, tanto dentro como fuera de la escuela. 12 1 ROGER cHaRTIER Al romper el antiguo lazo anudado entre los textos ¥ los objetos, entre los discursos y su materialidad, la revolucién digital obliga a una radical revision de los Sestos y las nociones que asociamos con lo escrito. A esar de la inercia del vocabulario que intenta domes- ticar la novedad denominéndola con palabras famil res, los fragmentos de textos que aparecen en la pan- talla no son paginas, sino composiciones singulares y efimeras. ¥, contrariamente a sus predecesores, rollos © codices, el libro electrénico no se diferencia de las otras producciones de la escritura por la evidencia de su forma material. La discontinuidad existe incluso en las aparentes continuidades, La lectura frente a la pantalla es una lectura discontinua, segmentada, atada al fragmento més que a la totalidad. 2Acaso no resulta, por este hecho, la heredera directa de las practicas permitidas Y suscitadas por el cédice? En efecto, este tiltimo invita a hojear los textos, apoyandose en sus indices o bien a “saltos y brincos” como decia Montaigne. El cédice invita a comparar diferentes pasajes, como lo queria la lectura tipolégica de la Biblia, o a extraer y copiar Citas y sentencias, asi como lo exigia la técnica huma- nista de los lugares comunes. Sin embargo, la simili- tud morfolégica no debe llevar al engafio. La discon- tinuidad y la fragmentacion de Jalectura no tienen el mismo sentido cuando estan acompafiadas de la per- ESCUCHAR A LOS MUERTOS CON LOS OJOS | 13 cepcin de la totalidad textual contenida en el objeto escrito, que cuando la superficie luminosa que mues- tra los fragmentos de escritos no deja ver inmediata- mente los limites y la coherencia del corpus de donde se los extrajo. Los interrogantes del presente hallan sus razones en estas rupturas decisivas. ;C6mo mantener elconcepto de propiedad literaria, definido desde el siglo xvi a partir de una identidad perpetuada de las obras, reco- nocible més alla de cual fuera la forma de su publica- ci6n, en un mundo donde los textos son méviles, ma- leables, abiertos, y donde cada uno puede ~como lo desearia Michel Foucault en el momento de empezar su lecci6n inaugural aqui-“encadenar, proseguir la frase, alojarse sin ser advertido, en sus intersticios ? 1Cémo reconocer un orden del dscurso, que fue siem- pre un orden de los libros o, para decirlo mejor, un orden de lo escrito que asocia estrechamente autori- dad de saber y forma de publicacién, cuando las posi- bilidades técnicas permiten, sin controles ni plazos, la Puesta en circulacién universal de opiniones y cono- cimientos, pero también de errores y falsificaciones? iCémo preservar maneras de leer que construyan la significacién a partir de la coexistencia de textos enun mismo objeto (un libro, una revista, un periédico) mientras que el nuevo modo de conservacin ytrans- misién de Jos escritos impone a la lectura una légica 14 | ROGER CHARTIER analitica y enciclopédica donde cada texto no tiene otro contexto més que el proveniente de su pertenencia a una misma tematica? El suefio de la biblioteca universal parece hoy mas proximo a hacerse realidad que nunca antes, incluso més que en la Alejandria de los Ptolomeos. La con- versién digital de las colecciones existentes promete Ja constitucién de una biblioteca sin muros, donde se podria acceder a todas las obras que fueron publica- das en algiin momento, a todos los escritos que cons- tituyen el patrimonio de la humanidad. La ambicién es magnifica, y~como escribe Borges- “cuando se pro- clam6 que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresién fue de extravagante felicidad” Pero, seguramente, la segunda impresién debe ser un inte- trogante sobre lo que implica esta violencia ejercida sobre los textos, dados a leer bajo formas que ya no son las que encontraban sus lectores del pasado. Se podria decir que semejante transformacién no carece de pre- cedentes. Fue bajo la forma de cédices, y no en los rollos de su primera circulacién, que los lectores medieva- Jes y modernos se apropiaron de las obras antiguas o, al menos, de aquellas que pudieron o quisieron copiar. Seguramente. Pero para comprender las significacio- nes que los lectores han dado a los textos de los que se apoderaron, es necesario proteger, conservar y com- prender los objetos escritos que los han transmitido. i | { ESCUCHAR A LOS MUERTOS CON LOS 005 1°15 La “felicidad extravagante” suscitada por la biblioteca universal podria volverse una impotente amargura si se traduce en la relegacin o, peor aun, en Ja destruc- cign de los objetos impresos que han alimentado ao largo del tiempo los pensamientos ylos suefios de aque- los y aquellas que los han leido. La amenaza no es uni- versal, ylos incunables no tienen nada que temer, pero no ocurre lo mismo con las mAs humildes y recientes publicaciones, sean 0 no periddicas. _ Estas cuestiones ya han sido largamente discutidas porlos innumerables discursos que intentan conjurar, por su propia abundancia, la desaparicién anunciada del libro, de lo escrito y de la lectura, A la admiraci6n ante las increfbles promesas de navegaciones entre los archipiélagos de los textos digitales se le ha opuesto la nostalgia por un mundo de lo escrito que ya habria- mos perdido. ;Pero en verdad hay que elegir entre el entusiasmo y el lamento? Para situar mejor las gran- dezas y las miserias de las transformaciones del pre- sente, tal vez sea titi apelar a la tinica competencia de Ja que pueden jactarse los historiadores. Siempre han sido lamentables profetas, pero, a veces, al recordar que el presente esté hecho de pasados sedimentados 0 en- marafiados, han podido contribuir a un diagnéstico més hicido de las novedades que seducfan o espanta- ban a sus contempordneos. Esta audaz certeza es la que me alienta en el inicio de la presente ensefianza. 16 | ROGER CHARTIER t LA TAREA DEL HISTORIADOR La misma certeza inspiraba a Lucien Febvre cuando, en una Europa todavia herida por la guerra, pronun. i6 en 1933 su leccién inaugural de la cdtedra “Histo-; tia de la civilizacion moderna”. Su vibrante alegato ai favor de una historia capaz de construir problemas e! hipotesis no estaba separado de la idea segiin la cual: la historia, como toda ciencia, “no se hace en abso- Juto dentro de una torre de marfil. Se hace en la misma vida, y por seres vivos que estan inmersos en el siglo” Diecisiete aitos més tarde, en 1950, Fernand Braudel, quien lo sucedié en esa cétedra, insistia aun mas en las responsabilidades de la historia en un mundo con- mocionado por segunda vez y privado de certezas a duras penas reconstruidas. Para él, al distinguir las temporalidades articuladas que caracterizan a cada sociedad, era posible ofr el permanente didlogo ins- taurado entre la larga duracién y el acontecimiento, 0 incluso -segtin sus propios términos~ entre los fend- menos situados “por fuera del alcance y el picotazo del tiempo” y las “profundas rupturas mas alld de las cua- Jes la vida de los hombres cambia por completo” Site citado estos dos ejemplos intimidantes, es segu- Tamente porque las proposiciones de estos generosos gigantes pueden guiar todavia el trabajo de un histo- riador. Pero también lo he hecho para medir la distan- ESCUCHAR A LOS MUERTOS CON LOS OJOS | 17 cia que nos separa de ellos. Nuestra obligacién ya no consiste en reconstruir la historia, tal como lo exigia un mundo dos veces en ruinas, sino en comprender mejory aceptar que los historiadores ya no tienen hoy él monopolio de las representaciones del pasado. Las insurrecciones de la memoria asi como las seduccio- nes de la ficcién' son firmes competidoras. La situa- cién no es totalmente nueva. Las diez obras de teatro hist6ricas compuestas por Shakespeare y reunidas en el Folio de 1623 bajo la categoria de “histories”, poco acorde con la poética aristotélica, han conformado seguramente una historia de Inglaterra mis fuerte y ands“ verdadera” que la relatada por las crénicas en las que se inspir6 el dramaturgo. En 1690, el diccionario de Furetire registra a su manera esta proximidad en- tre historia veridica y ficcién verosimil cuando desig- na la historia como “la narracién de cosas 0 acciones como han pasado, o como podfan pasar”, La novela histérica, que ha sacado buen provecho de tal defini- cién, asume en nuestro presente la construccién de Jos pasados imaginados con una energia tan poderosa como aquella que tenfan las obras de teatro en tiem- pos de Shakespeare o Lope de Vega. Las reivindicaciones de la memoria, individual 0 colectiva, fntima 0 institucionalizada, pusieron tam- bién en cuestién las pretensiones del saber historico al juzgarlo frfo en comparacién con la relacién viva

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