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Dorado mundo* Francisco Lépez Sacha tura en el bafio, asombrado por aquellos cintillos con las noticias de Europa del Este. La taza se quebré por la base, en los arreos, por un mal movimiento del cuerpo, y saltaron las astillas de loza y Filiberto se levanté de un brinco, subiéndose con rapidez los pantalones. El agua se salia por el tragante, en un chorrito blando y disperso, porque la taza deseargaba a la pared. Se agaché de prisa y le puso un tarugo de papel periédico, mientras revisaba la goma y trataba de ajustar la conexién. Antes, cuando era joven y empleado pablico, rogaba a Dios para que no se le enfermaran sus hijos, y ahora, que era ateo y empleado de banco, lo hacia muchas veces en un tono burlén para que no se le rompiera nada. Ay, Dios mio. La desgracia le ensombrecié la cara, corrié al fondo del apartamento y cerré bruscamente la lave de paso. Se felicité, después de todo, porque no tuvo tiempo de hacer nada, y se maldijo porque el mes pasado habia notado un tenue bamboleo al sentarse y lo achacé a la flo- jera de los tornillos. Los habia ajustado un poco mas y olvidé la inquie- tud, pues la taza era sélida, elegante y moderna y no le iba a hacer la gracia de romperse. Pero el azar, que trabaja en silencio, hizo que los tornillos volvieran a aflojarse, que los htingaros abrieran la fronteras, que los turistas alemanes escaparan hacia el lado oeste, que él comprara el periddico al volver del trabajo, y ante el asombro de tantas catastrofes, se sentara de golpe a leer y rompiera la taza. Asi fue como pudo compro- bar, mientras secaba el agua, que ya estaba despegada por el fondo debido, seguramente, al apuro de los constructores por entregar el edifi- cio. Pensé con amargura que las tazas americanas eran viejas y antiguas y de nada le servia ir al rastro. No habia cemento blanco por ninguna parte, ni juntas de repuesto, y ahora el delegado andaba como loco en el asunto ese de hacer un parquecito infantil. Ay, Dios mfo. Si no encuentro un plomero ahora mismo, nos vamos a tener que mudar. S e le rompié la taza del inodoro a Filiberto Blanco al iniciar su lec- * Premio de cuento La Gaceta de Cuba 1993, bajo el jurado integraclo por Ambrosio Fornet, Miguel Collazo, Senel Paz, Arturo Arango y Gustavo Eguren 129 Era sdbado largo, estaba solo y apenas conocfa a sus vecinos. Su edifi- cio quedaba entre dos, venia muy tarde y s6lo dialogaba con ellos cuando limpiaban el matorral del fondo 0 sacaban los cardos del jardin. Eso ocu- rria una vez al mes, amontonaban la hierba y la basura y compraban un litro. A Jas once, o a las once y media, después de algunos tragos, se reunian en torno a la cisterna y miraban hacia el edificio. Siempre se burlaban de Leblanch, el de los bajos, un mulato corpulento y risuefio que los entretenfa algunas veces con un solo de corrido mexicano. Era el momento (le pasar el rastrillo, de comentar un chiste de ocasién, de que- jarse de Gil, de Candito o de Almanza, los lideres del Comité, y de irse subrepticiamente. En las reuniones todo era muy rapido, levantaban la mano y a otra cosa, Su mujer los conocia mejor, 0 conocia mejor a las mujeres, con quienes conversaba de balc6n a bale6n cuando cafa la noche. Hablaban de los hijos, del duodeno, de la falta de cebolla o de papas en un didlogo pausado y monétono. Filiberto se dejaba arrullar por la con- versaci6n tendido en el balance de la sala, estirando los pies y gozando con ese murmullo. Su mujer era aspera, precisa, con una gran desen- voltura para las colas del mercado. Baldeaba y fregaba con rapidez y siempre tenfa un motivo de queja. Por fortuna, ella no estaba aquf, sino en Alquizar atendiendo a la nifia de parto. Su nifia era maestra, de las buenas, graduada de francés y de pedagogia. Habfa tenido un varén y se Hamaba Philip, como él. Sonrié con alivio y con resignacién. Su mujer se irritaba a menudo por su manfa de leer en el baiio y no debfa enterarse de ninguna manera, vélgame Dios. Tampoco sus compaieros de trabajo. 1 pasaba por culto y distraido y con esta desgracia acabarian con él ‘Tocé enfrente y su vecino se encogié de hombros. No conozco por aqui a ning&n plomero, le dijo de soslayo, con su ¢ic- cién cantarina del monte. Su vecino era calvo y esmirriado y fumaba un tabaco de a peso. Andaba sin camisa y en chancletas; el humo insomne y gris apenas lo dejaba respirar. Se acaricié su pronunciada barbilla, preo- cupado, y mas tarde levanté la cabeza, con aire triunfante. Mira, le dijo sonriente, a lo mejor te pusiste dichoso. Pregunta en el otro edificio, yo creo que en la segunda escalera vive un maestro de obras. Filiberto cruzé la calle y tocé con timidez en la casa. Un muchacho le abrié y grit6 para adentro a su padre, mientras cambiaba el cassette de la grabadora. El heavy metal lo ensordecié un momento. E] muchacho se inclinaba hacia atrés, ido del mundo, y punteaba con los dedos en una imaginaria guitarra eléctrica, Un mulato macizo y cincuentén salié en chancletas, con la toalla al hombro. ¢Un plomero? Sf, hombre, como no, pregunta por Vila en el apartamento cuatro. Ahora no sé si est, pero ayer mismo lo vi en la cola de las galletas. 130 Vila no estaba. Su mujer acababa de llegar y lo miré indecisa, con sus ojos saltones y oscuros, Mantenfa la mano en la puerta y lo observaba de la cabeza a los pies. Quiere algtin recado? Pues no sé. La mujer sonri6, comprensiva, y sefialé vagamente al reloj de pared que adornaba la sala Vila se va de aqui a las cinco y media y no regresa hasta las santas horas. Vuelva més tarde, pero no le doy seguridad. La mujer suspir6, recogién- dose el pelo. Esta en una brigada que aspira a contingente. Ayer estaba aqui, pero hoy, quién sabe. Volvio al anochecer, impaciente, pues a pesar del cierre de la Have de paso, el tanque del inodoro continuaba goteando. El plomero no estaba y Filiberto se mordié el labio inferior, apenado y confuso. Esta vez le conté su desgracia y la mujer, compadeciéndose, lo invité a pasar. Se sentaron delante de un tapiz con un tigre amarillo que asustaba a una partida de cazadores. Uno de ellos, con el fusil en alto, gritaba de miedo, envuelto en el satin de su turbante, con los ojos tan grandes, tan oscuros, como los ojos de la mujer. Conversaron de cosas menudas y ella le recordé, de sabito, que esta- ban dando el pollo de la novena. Aquella era, quizés, una insinuacién para que se marchara, pero é1 estaba solo, era torpe e inhabil, y no tenia a quien recurrir. Filiberto, ademas, era terco, 0 por lo menos dle pen- samiento fijo, Estaba encanecido por completo y al revés de casi todos los adultos, se volvia imprudente y aspero. Pensaba mucho mas en su mujer, a quien temia, porque le provocaba un sentimiento de culpa. Al menos, él podfa contar con un bafo. Ella no. Imaginé a su mujer pidiendo de favor y la posible humillacién le enrojecié la cara, Agaché la cabeza y tosié fuertemente. Su mujer le reprochaba su carfcter, su torpeza, su mania de andar entre papeles. Cuando estaba furiosa le reprochaba su mala edu- cacién y hasta el contacto con gentes de oficina que no le resolvian nada, Ay, Filiberto, te tengo que dejar por imposible, Si no fuera por m{ en esta casa no habrfa ni frigidaire, ni televisor, ni muebles, y tt andarias como las polillas, viviendo entre los libros. Esperé al plomero hasta las siete y media, cuando el cucu salié un par de veces por la ventanita labrada del reloj. Adin iba a quedarse, pero dedujo, por un gesto incierto de la mujer, que no debia seguir esperando, Vuelva maiiana temprano, sonrid, poniéndose de pie. Quizas lo encuentre aqui Era verdad. Estaban dando el pollo y Filiberto bajé con la libreta. Primero hizo la cola de la entrada, donde una empleada buscé su tarjeta y lo anot6. Después hizo la cola de adentro. Mientras ordenaba el dinero, la tarjeta y el turno, y abrfa la hoja de la libreta, escuché a una sefiora murmurar que hace apenas un aio no se 131 hacia la cola de afuera. Filiberto la miré eon desgano. Tampoco daban pollo; daban carne la mayorfa de las veces, le respondi6. La sefiora asin- tié levemente. Una mujer con pestaiias postizas y pelo batido se recost6 al mostrador con impaciencia, taconeando delante de 61. Después de haber comprado examiné el paquete con el indice, en gesto sibilino. Estos congelan el pollo para que pese més, dijo al salir. Filiberto entregé los documentos a un muchacho que hacia de ayu- dante 0 carnicero B. El carnicero A, un hombre saludable y robusto, pica- ba con la hachuela su poreién y Filiberto se atrevié a preguntarle si esta- ban dando también la novena atrasada. El carnicero dejé de picar, se secé las manos en el sucio mandil y sefialé hacia arriba, con un gesto impa- ente. Lea, sefior. “A los consumidores afectados en la 9na 31 y 36, se esta pagando el pollo y la 9na (C2). La 9na. 32 (Cl) sigue pendiente’. Pagé un peso y cuarenta centavos, de mal humor, y salié murmurando hacia afuera. Lleg6 tarde al noticiero de las ocho, justo en el momento en que el locu- tor terminaba de anunciar el cumplimiento de los planes en la empresa porcina de Matanzas. A juzgar por el tono, el cumplimiento debia ser asombroso, porque, segtin decia, era la cifra més grande aleanzada hasta entonces por una empresa similar en la provincia. Se levanté irritado. Pasaron los deportes, la gira nacional de Alfredito Rodriguez y el anuncio del Sabado del Libro. Esas noticias las oyé desde lejos, mientras tomaba agua. Escuché el retintin de la gotera y se asom6 por la puerta del baiio El charco continuaba creciendo. Acomods la frazada como pudo y se dirigié presuroso a la sala. Un nuevo locutor, de sonrisa beatifica, dio a ieias de cardcter internacional. Esa noche los alemanes cruzaban la frontera. se registraban disturbios en Lituania y seguian blo- queados los caminos y las vias de ferrocarril en la reptiblica de Armenia iA Dios carajo, se esta acabando el campo socialista y todavia no encuen- tro.a un plomero! Al dia siguiente se levanté temprano, con un vago malestar en el esté- mago. Oriné de rodillas en el vertedero, a la incierta claridad del alba Hizo café y no desayund, a posar de que tenia leche, pan y mantequilla. Recogié la vasija y pasé la frazada sin atreverse a descargar. Al rato, sin- tié gotear de nuevo. Eran los restos del tanque y decidié descargarlo de una vez, aunque se empapara el piso. Se dirigié a la casa del plomero rogando al Dios a quien ahora rogaba para que no se le rompiera nada mis. Vila le abrié la puerta. Era un negro retinto y ojeroso, con la sonrisa ancha y los dientes blanquisimos. Vestia ya un puléver con la nueva consigna, 31 y palante, un pantalén pitusa destenido y unas botas de 132 casquillo redondo. Déjame recoger el picoloro, le dijo de inmediato, vamos aver lo que se puede hacer. Filiberto se sintié confiado y sonrié por primera vez. Le temblaron las manos al subir la escalera y al indicar el nimero de su apartamento. Vila se balanceaba al caminar, movia la cajita de las herramientas y se ajustaba el cinto con la mano libre. Tenia el estilo de los viejos plomeros, y el aire bueno de los viejos sabios. Sin duda alguna, en 61 podia confiar. El plomero se rascé la cabeza. El problema es que la sifa esta rota, y senalé hacia la conexién con las manos ya empapadas de agua y oscureci- das por la grasa de la junta. Alf, en la penumbra, bajo la luz del bombillito del baio, estaba completamente negro y le brillaban los dientes al hablar. Los tornillos ya no ajustan en los tacos, la boca est rajada y hay que sust tuirla. Yo te puedo reconstruir la taza, fijarte los arreos y cambiarte la goma, pero no hay pegamento ni cemento blanco. Es mucha cantidad Se levanté dle un salto. Lo tinico que puedo hacer por ti es clausurarte la entrada de agua, El trabajo no es nada, pero es muy delicado. Yo te sugiero que consigas otra. Filiberto meneé la cabeza sin saber qué decir, y tuvo miedo, una brusea sensacién de abandono que le bajé el estémago a los pies. Vila miré hacia el techo, con expresién ausente, Estuvo un rato en esa posicién. Después pelé un tarugo con una navajita, silbé La noche dura un poco més y antes de colocarlo, dio media vuelta, tocéndose la frente con el dedo. Ya me acuerdo. En el piso de arriba del E-14-8 vive un ejecu- tor. Es buena gente. Pregunta alli por Mario Romaguera y le dices que vas de parte mia. Sonrié con candor, clavé la cuiia donde iba el meruco y se froté las manos con satisfecha energia. El ejecutor lo recibié en pijama. Se habian visto otras veces, en la cola del pan y en el mercado, Ambos se reconocieron y se dieron las manos afablemente. Una nifia de pelo suelto y lacio jugaba con un perro y Romaguera se rascé la nuca. Eso est duro ahora, los controles. Si hubiera sido el mes pasado. Mira, yo le resolvi un juego completo a Mejides, el que vive en el ocho. Le salié barato. La nia brincaba y se refa, el perro iba y venia de la sala al baleén. Romaguera tenfa los ojos verdes y profundas arrugas en la cara. Miraba hacia la nifia y hacia él, con el semblante hosco. La verdad es que no te puedo resolver, pero yo tengo un socio; en fin, tt sabes como es eso. Ven por aqui el martes o el miércoles, te digo lo que hay. Filiberto bajé entristecido. Esta vez no prendié el televisor, a pesar de que anunciaban Africa Mia para la tanda del domingo. Se frié un par de huevos y calenté la sopa. Quedaba un poco de helado de cuando vino el 133 carrito por la zona y lo tom6. El congelador estaba Meno de escarcha y ahora la puertecita no cerraba. Le dio un tir6n a fin de reajustarla y se quedé con el plastico en la mano. {Me cago en Dios y en la Virgen Santisima! Y menos mal que su mujer no estaba porque el Minsk era la nifia de sus ojos. Acomod6 la puertecita mas o menos y se senté a comer. El lunes se aparecié bien temprano en el banco y lo primero que hizo fue ir al bao. Se levanté sonriente y compuesto, con un suspiro de satis- faccién. Trabajé con desgano en la caja y a la hora del almuerzo recibié una llamada de Alquizar. Escuchaba la voz como lejana y tuvo que hacer un gran esfuerzo para entender las palabras. Su mujer se preocupaba por todo, le hablaba maravillas de su nieto y le informaba que regresaba el viernes. La noticia le corté el aliento. Apenas pudo balbucear que se encontraba bien y que no habfan legado cartas del varén, médico de un hospital en Mayart. Ordend los papeles sin saber qué hacia y decidié ter- minar el informe al dia siguiente, Habfa tallarines en el almuerzo y Yoyi, la rubita de personal, pinché uno con el tenedor y lo mostré con ver. dadero asombro. Ay, mira tui, a estos espaguettis los aplastaron todos. Se la comieron. Quedaron parejitos, parejitos. Era dia de cobro. Pagé la cuota sindical y el dia de haber de las Milicias de Tropas Territoriales. Al salir, se dirigié a la Moderna Poesia. Hacia el fondo habian colocado algunas novedades de la Editorial Progreso, y se vefan los estantes multicolores abarrotados de libros Caminé hacia el final y observé de pasada, un poco amontonados y mus- tios, algunos ejemplares de La conquista del cosmos, de V. E. Fedorovich y G. E. Turandov, los Discursos de Yu Tsedenbal, El pasado del cielo, de Fernandez Larrea, y El negro en la literatura hispanoamericana, de Salvador Bueno. Dio media vuelta. Un grupo de curiosos hojeaba y lefa un pesado volumen de Reptiblica Angelical. No encontré ningun libro de Stefan Zweig, un autor que habia lefdo con deleite hacia ya tantos aiios y a quien, sin lugar a dudas, no le querian publicar. Qué léstima, pensé, con lo bien que solia escribir, Compré finalmente un libro de Eduardo Heras Leén, salié hasta el parquecito Supervielle y regres6 a la casa en una guagua lena, El martes se acosté a la medianoche, leyendo el libro que habia com- prado. Un cuento le Iamé la atencién, le parecié sensible y bien escrito. Se lamaba “Asamblea de efectos electrodomésticos”. Habia otro cuento también, “Sonata nocturna”, y quizds otro mas, cuyo titulo no recordaba, y que hablaba del final de un dfa para una pareja sin amor. El resto, bah, esos problemas de la clase obrera. Para su gusto educado en los clisicos, le pareefan demasiado oscuros, y a veces insulsos, esos temas que habla- ban de la produccién y esos conflictos de dirigentes y operarios. Es una 134 produccién que nunea se ve, pensaba, y esos dirigentes son muy ideales, parecen preocupados por los trabajadores. Los dirigentes que yo conozco siempre van en Ladas, y usan guayaberas y portafolios y lo miran a uno desde arriba, con una celeridad, con un rigor, que no esta en ninguno de esos cuentos. ¢Serd que soy bancario? Apagé la luz del velador y se quedé pensando. En realidad, los cuentos no son malos, tienen tensién, suspen- so y equilibrio. Pero esa nueva guerra es la que tengo yo y nadie escribe eso. Se acomodé en la cama, estirando los pies hacia su lado familiar, esa hondonada que tenia el colch6n a causa de la rotura de algin muelle. Ya no sé si se escribe de prisa, 0 no se toma en cuenta a la gente real. Lo cierto es que nos quedamos solos y esas minucias de la vida diaria nunca las ve nadie, ni siquiera un buen escritor. Quién sabe si los alemanes que ahora brindan con champén porque se han ido, se han sentido alguna vez como nosotros. Quién lo sabe. ZY qué se puede decir de los polacos, de los checos? El sueno fue gandndole las piernas, y se quedé dormido, con el libro abierto sobre el pecho. Al despertar, después de un suefio intranquilo, tuvo la sensacién de haber sofado con su mujer, con una iglesia en ruinas y con un libro de grandes caracteres, encuadernado en pasta. Recordé una estepa helada, un pope, una bicicleta, y un hombre calvo y barbudo. Recordé con pavor que era miércoles, que su mujer vendria el viernes, y que awn no habia resuelto su problema esencial. Se encaminé a la casa de Mario Romaguera al regresar del trabajo, y el ejecutor lo recibié en guayabera, con esas botas de punta fina. Ya hablé tu asunto, le dijo sin preaémbulos. Son doscientos pesos. Filiberto tragé en seco. Habfa acabado de cobrar y tenia mil pesos en el banco. Podia pagar- los, desde luego, pero era demasiado dinero. {Doscientos pesos?, dijo, por decir. Si, {de qué te asombras? Hay que pagar el mueble, al almacenero, al hombre que lo saca y al socio que me Jo vende. Y todavia esta barato. Créeme, yo no me busco nada en este asunto, es por hacerte el favor. Romaguera habfa llegado en ese instante, porque atin tenia el portafolios sobre la mesa, y ese aire de hombre agitado que acaba de bajarse de su carro. jChaplin!, grité hacia adentro, y vino el perro con sus paticas abier- tas, meneando la cola. Le acaricié el lomo y rié con una risa fuerte, de dirigente intermedio educado para recibir 6rdenes y hacerlas cumplir. Maiiana jueves me lo traen aqui. Estate al tanto. No me gusta guardar esas cosas. Filiberto suspir6 con placer y le tendié la mano. El dinero era lo de menos. Ya tenia su taza de nuevo y comenz6 a ver la realidad de otra manera, como cuando se acaba de comer. Esa noche no puso el noticiero y se hizo todo el café de la cuota, leyendo algunos cuentos de Heras Le6n 135 que hablaban del acero y que le parecian ahora verdaderamente grandes y heroicos. ‘Trabajé en el informe, recibié una visita del subdirector y salié com- placido a las cuatro, para llegar a tiempo. Si recibia esa tarde la taza podfa ver a Vila e instalarla quizés esta misma noche o el viernes de majiana. Asi, cuando llegara su mujer, podia encontrarlo todo como lo dej6. La guagua se demoré un poco y viajé en el estribo hasta la entrada del tanel. Se detuvo en el Hospital Naval y luego no se detuvo mas hasta el intermitente. Alguna gente se quejé al chofer, pero éste argumenté que estaba atrasado y después le rayaban el expediente. El chofer iba conver- sando con una muchacha de blue jeans y puléver y tenia a todo volumen esa cancién de Ricardo Montaner que estaba de moda. La ponian cada cinco minutos, en cada emisora, y todos tarareaban en la guagua La noche dura un poco mas. Romaguera tenia una visita, quizés una mujer, y apenas le entreabrié la puerta. Se notaba que queria ser gentil, Disculpa que no te haga pasar, pero estoy apurado, Ladeé la cabeza hacia adentro e hizo una sefal con la mano. Ahora son trescientos pesos porque se vende el mueble completo, con tanque y todo. Ademés, el transporte. Filiberto sintié bullir la sangre bajo la piel y nego un par de veces, sin saber porqué lo hacia. No puedo pagar ese dinero, le respondid, con una fuerza de caracter imprevista incluso para 61. Romaguera abrié la puerta y salié al pasillo. Entiéndelo, mi hermano. Ese servicio sanitario tiene que darse de baja por algdn des- perfecto. Yo tuve que decir que en los albergues se habia roto un baiio para que me permitieran hacer la factura. {TG no sabes que todo es asi? De acuerdo, pero manana serdén trescientos veinte y pasado quién sabe. &T 4 trajiste la taza? No. Romaguera se quedé en silencio y Filiberto bajé las escaleras, sintiendo un calor de fuego en la cara, en los brazos y en el resto del cuerpo. Ya no rogaba a Dios ni maldecia y se sentia con un peso de plomo que apenas lo dejaba caminar. Al subir a su casa, se encontré con el vecino de enfrente, quien terminé de cerrar la puerta y encender el tabaco. Sonrié de pronto, mientras guardaba las Haves, y le pregunté si habia resuelto, Nada, todavia. Filiberto temblaba en ese instante y su vecino se acercé extraiiado y le puso una mano en el hombro. ¢Pero qué es lo que pasa? {Tienes alguna tupicién? No. no es nada de eso. Es que me han engaiado miserable- mente. Tengo la taza rota hace seis dias y estoy haciéndolo todo en la calle. El vecino manoseé el tabaco y apunté con él hacia el techo. Modulaba la voz conmovido, sientiendo que esta vez si hacfa un favor. Yo 136 ‘reo que este hombre de aca arriba te puede resolver. £1 trabaja en una fabrica de losas y siempre anda con pesos. Filiberto se sent6 un rato en la sala y se tomé dos vasos de agua fria. Sintié un mareo, un ligero vahido. Subié después al ultimo piso y le explicé el problema a un muchacho risuefio, alto, de ojos grandes y oscuros como los ojos de aquella mujer. Yo tengo un familiar que debe tener tazas, porque las vende. Vive en la Habana Vieja, en Obispo 222. Ve ahora mismo, segurito que lo vas a encontrar. El te la pone y no te cobra arriba de doscientos pesos. Pregunta por Regina o por Alcides, diles que vas de parte de David. La guagua estaba vacia. Hacia frialdad y Filiberto cerré la ventanilla. Estaba despeinado, ajado, sucio, cuando llegé a la parada del tanel. La puerta de la casa estaba abierta. Regina lo recibié y lo hizo pasar. La casa tenia una suave calidez, un sofa de vinil, unas butacas. Se res- piraba un aroma de café con leche, de pan tostado. Al final habia un tele- visor en blanco y negro, y el locutor del noticiero de las ocho hablaba ahora de la cafda del gobierno hiingaro, y del reemplazo y la sustitucién de Erich Honecker por un tal Egon Krenz. Los trenes continuaban via- Jando hacia el oeste y el parlamento bulgaro se encontraba en crisis por primera vez. Las marchas de protesta se escuchaban de lejos cuando Regina meneé la cabeza y apoyé las manos en el espaldar del butacén. Usted me perdona. le dijo de sabito, pero no hay nadie que resuelva esto. Se fastidiaron las botellas de albaricoque, la mesa eslava, y la carne en conserva. Yo no sé lo que vamos a hacer. Con esta crisis ni los bilgaros, ni los checos, ni los alemanes, nos van a mandar nada dle repuesto. Filiberto asintié con la cabeza. Estaba algo ido, viviendo en una atmés- fera de sueio. Ahora hablaban del pedraplén a Cayo Coco y del proceso de rectificacién. Mira eso, observ6 ella, alzando los brazos, hablar de un pedraplén cuando se esté acabando el mundo. Regina ten{a el pelo cas- taito y corto, la cara larga y una sonrisa de alma de paloma, como el per- sonaje del cuento de Chéjov, Sus ojos brillaban con un aire de interro- gaci6n y lo miraban inquisitivamente. Bueno, dijo al fin, si quiere ver a Alcides, é est4 en el apartamento de los bajos, tomando unas cervezas. Debajo habia un solar, con decenas de puertecitas entreabiertas, con matas, malanga y plantas de areca. Por encima de las tendederas brilla- ba el cielo, cuajado de estrellas. Hacia el fondo, en el patio interior, habia una puerta de madera maciza y Filiberto tocé con ansiedad. Le abrié un hombre bajito, cincuentén, trabado y fuerte, un poco calvo y con barba. De pronto, Filiberto tuvo la sensacién de que lo conoefa, pero de otro lugar,

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