El ruido del hospital y de la ciudad se me ha metido en los huesos,
aoro la quietud de la naturaleza, la paz de mi casa en California. El nico sitio sin ruido en el hospital es la capilla, all busco refugio para pensar, leer y escribirte. Acompao a mi madre a misa, donde por lo general estamos solas, el sacerdote oficia slo para nosotras. Suspendido sobre el altar y rodeado de mrmol negro, un Cristo sangra coronado de espinas, no puedo mirar ese pobre cuerpo torturado. No conozco la liturgia, pero de tanto escuchar las palabras rituales, empieza a conmoverme la fuerza del mito: pan y vino, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, convertidos en cuerpo y sangre de Cristo. La capilla queda detrs de la sala de Cuidados Intensivos, para llegar all debemos dar la vuelta completa al edificio; he calculado que tu cama se encuentra justamente al otro lado del muro, y puedo dirigir el pensamiento en lnea recta hacia ti. Mi madre sostiene que no morirs, Paula. Est negociando el asunto directamente con el cielo, dice que has vivido al servicio de los dems y que an puedes hacer mucho bien en este mundo, tu muerte sera una prdida absurda. La fe es un regalo, Dios te mira a los ojos y dice tu nombre, as te escoge, pero a m me apunt con el dedo para llenarme de dudas.