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Capitulo VI La Lampara de la Memoria 1. Entre las horas de la vida que el autor recuerda con especial grati- tud, por haber estado marcadas por una plenitud més que ordinaria de delete y claridad de ensefianza, hay una pasada, hace ahora algunos afios, casi a la puesta del sol, entre las masas discontintias de pinos que jalonan el curso del Ain, aguas arriba del pueblo de Champagnole, en el Jura. Es un lugar que tiene toda la solemnidad de los Alpes sada de su ferocidad; donde reina la sensaciin de que hay un gran poder que empieza a’ manifestarse en la tierra, la sensacidn de una profunda y majestuosa armonia en la elevacién del largo, humilde contorno de Ins pinosas laderas; Ia primera expresién de esas pode zosas sinfonias de montafas, prestas a alzarse con estrépito y a que- brarse salvajemente a lo largo de las almenas de los Alpes. Pero st fuerza esti ain reprimida; y las cumbres distantes de las montafias pastorales se suceden una a otra como el oleaje tendido y susurrante que corre sobre aguas sosegadas, venido de alg lejano mar borras- ‘oso. Y una profunda ternura impregmna esa vasta monotonia. Las fuer- zs destructoras y la expresion severa de las sierras centrales est también ausentes. Ningiin viejo cauce glacial, labrado por el hielo, sargado de escombros, perturba los suaves pastos del Jura; ningin esmenuzado montén de ruinas rompe la hermosa dignidad de sus hosques; ningin rio pilido, sucio o furioso abre sti escabroso y va Fiable cauce entre sus rocas. Pacientemente, remolino a remotino, los limpidos torrentes verdes serpentean por lechos bien conocidos ;y hajo la obscura quietud de los impavidos pinos brotan, ais tras ai fal acompafamiento de flores alegres que no conozco cosa igual entre todas las bendiciones de la tierra. Ademas, era por primavera; y to- das emergian en apifados enjambres por puro amor; y aunque ha bia espacio suficiente para todas, apretaban las hojas, adoptando un iguma entera de formas, sélo por estar mas cerca unas de otras. Las fanémonas de bosque, una estrella aqui, otra alli, ésta que se aproxima 187 1 aquella otra, dibujaban_ nebulosas; también tas aleluyas, euadrilla tras cuadrilla como en virginal procesién durante el mes de Maria atestaban las obscuras grietas verticales de la caliza cual densa nieve, ‘con un toque de hiedra en los bordes —hiedra tan luminosa y encan- tadora como la vid; y presto y en todo momento, tanto un borbotén azul de violetas, como primaveras en los lugares soleados; y en los terrenos mas abiertos, la veza, la consuelda, el mez6reon, los zafiri- nos brotes de la poligala alpina y la fresa silvestre, sélo con una 0 dos flores ; todo ello mezclado con la dorada blandura del profundo, cé- ido musgo ambarino. Llegué poco después al borde de la garganta; 1 solemne murmullo de sus aguas me llegé sibitamente desde abajo, ‘mezclado con el canto de los zorzales entre las ramas de los pinos: fen la vertiente opuesta del valle, amurallado todo a lo largo con gri- ses acantilados de caliza, un haleén volaba lentamente a la altura de las cumbres, tocindolas casi con las alas, mientras que las sombras de los pinos flameaban sobre su plumaje desde arriba; una caida de tun centenar de brazas se abria bajo su pecho y las zigzagueantes po- zas del verde rio se escurrian y relumbraban vertiginosamente debajo suyo, desplazando burbujas de espuma al ritmo de su vuelo. Seri dificil concebir una escena menos subordinada a cualquier otro motivo Ue interés yue two sea su solitaria y grave belleza; pero el autor re- cuerda muy bien la blancura y el frio stiitos que cayeron sobre ella cuando se esforz6 en imaginarla, por un momento, a fin de legar con mas precision a los origenes de su fuerza, una escena de algin bosque ‘autéctono del Nuevo Continente. Al instante las flores perdieron su luz; el rio, su misica'®; las montafias se volvieron opresivamente de- soladas; cierta pesadez en las ramas del sombrio bosque demostraba hasta qué punto su primitivo poder habia estado supeditado a una vida {que no era suya, cuinta gloria de la creacién imperecedera, 0 conti- muamente renovada, se refleja en cosas mis preciosas por sus re- cuerdos que aquélla por su renovacién. Esas flores que si tan de nuevo y esos torrentes inagotables habian si colores vivos de la virtud, el valor y la resistencia hiumanos ; ls crestas de las negras montafias que se levantaban contra el cielo del atarde- cer recibieron una adoracién més profunda, porque sus lejanas som- bras eaian hacia el este sobre la pared de hierro de Joux y el torreén de cuatro esquinas de Granson. IL. Es como centro y protectriz de este influjo sagrado que hemos de ‘considerar la arquitectura con Ia méxima solicitud. Y aun cuando podemos vivir sin ella, nos es imposible recordar sin ella. Qué fria es 158 toda historia, cudn sin vida toda imagineria, en comparacién con la que escribe el pais vivo y la que tiene el mérmol incorrupto cudntas paginas de informes dudosos podriamos ahorrarnos a menudo con ‘unas pocas piedras que quedaran en pie. La ambicién de los antiguos constructores de la torre de Babel estaba muy orientada hacia este mundo; pero s6lo hay dos veneedores firmes del olvido de los seres hhumanos: la poesia y la arquitectura; y esta xltima que, de tna forma 1 otra, engloba a la primera, detenta més poder en st realidad es ‘bueno tener no sélo lo que las personas han pensado y sentido, sino Jo que sus manos han manipulado, su fuerza forjado, sus ojos con« templado todos los dias de su vida. EI tiempo de Homero esti en- vuelto en sombras; su misma personalidad, en dudas. No es el caso de Pericles: un dia legaré en que reconoceremos haber aprendido mis de Grecia en los desmoronados fragmentos de su escultura que en todos sus melodiosos cantores y soldadescos historiadores. Y si en sfecto hay beneficio alguno en nuestro conccimiento del pasado, 0 deleite en el pensamiento de ser recordado por la posteridad, que puedan proveer vigor al esfuerzo presente o paciencia al sufrimiento presente, hay dos deberes en lo que se refiere a la arquitectura naci tal, cuya importancia es imposible soslayar: el primero, que la arq tectura del momento sea histiriea; el segundo, preservar como el mis valioso de los legados, el de los tiempos pasados. IIT. Es en la primera de estas dos direeciones que se puede deci realmente, que la Memoria es la Sexta Limpara de la Arquitectura; pues al convertirse en conmemorativa 0 monumental, los edificios ci- viles y domésticos aleanzan una verdadera perfeecin esto, et parte, porque con tales miras se construye de una manera mas estable, y en parte, porque, por consiguinte, se da vida a la decoracién con un pro- Pisito histérico © metaforico. Respecto de los edificios domésticos, ha de existir tna limitacién «& miras de este tio, tanto en el poder como en el corazin de los seres hhumanos; sin embargo, no puedo sino considerar ribrica aciaga la de un pueblo que construya las casas para que duren sélo tna genera cin. Hay cierta santidad en la casa de una buena persona, que no es extensible a cualquier vivienda que se levante sobre sus ruinas: ereo jue las personas buenas, por lo general, se dan cuenta de ello; de ahi cue, habiendo vivido feliz y honorablemente, les dard pena al final pensar que su domiclio terrestre —que habia asistido y pareefa casi simpatizar con todos sus honores, sus alegrias, sus sufrimientos, es éecir, con toda la historia que aquél descubre, con todos los objetos 159 materiales de los que gustaron y dispusieron— sera barrido en cuanto se les haya hecho sitio en la tumba; que no va a merecer ningiin res- peto, ningiin afecto: que sus hijos no sacarén nada bueno de él; que aunque haya un monumento en la iglesia, ninguno célido habra en el corazén y Ia casa; que todo lo que guardaron como tn tesoro, se des- preciaré; que lugares que les abrigaron y confortaron serdn arrastra~ dos por el polvo. Sostengo que tina persona buena temeria una cosa asi; es més, que tun buen hijo, un deseendiente nuevo, temeria hacerlo con ta casa de st padre. Y afirmo que si las personas vivieran en rea lidad como tales, sus casas serian templos —templos que dificilmente nos atreveriamos a dafiar, que nos harian santos de permitirsenos vivir fen ellos; asi que debe de haber una disolucién especial del afecto natural, un desagradecimiento especial por todo lo que las casas han dado, y los padres ensefiado, una consciencia especial de que hemos sido infieles al honor de nuestros progenitores, o de que nuestra vida no hard nunca sagrada nuestra vivienda ante nuestros hijos, cuando todo ser humano quiere de buen grado construirse y construir sélo para la pequefia revolucién de su propia vida, Por ello contemplo esas lastimosas concreciones de cal y arcilla que brotan, en afublada prontitud, de los amasados campos que cireundan nuestra capital —esos elgados,’temblorosos, descimentados caparazones de piedra imitada yy madera astillada, esas horribles filas de menudencia formalizada, sin “diferencias, sin confraternidad, tan solitarias como iguales—, no sim- plemente con la indolente aversin de la vista ofendida, no simple- mente con aflicién por un paisaje profanado, sino con el doloroso presentimiento de que las raices de nuestra grandeza nacional deben de estar muy corrompidas cuando tan poco ligadas estén a su terreno natal; esas viviendas ineémodas y deshonrosas son el sintoma de un grande y creciente sentimiento de descontento popular ; pues marcan fl instante en que el designio de todo ser humano debe estar en al- ‘guna esfera més clevada que Ia natural; en que st vida pasada es su escarnio habitual; en que si edifican es con la esperanza de abando- nar 1os lugares que han edificado, y si viven es con la esperanza de olvidar los afios vividos. La comodidad, la paz, la religidn del hogar ‘se han dejado de apreciar ; las apifiadas habitaciones de una pobla- cién desasosegada y agresiva s6lo difieren de las tiendas de los arabes, ‘0 fos gitanos por la menor franquia al aire sano del cielo, por Ta elec- cién menos afortunada de su emplazamiento, por el sacrifcio de la libertad sin el beneficio del reposo, por el de la estabilidad sin el Iujo del cambio. 160 IV. No es desprecio, no es maldad sin consecuencias: es siniestro, fecto, fecundo en otros vicios y desgracias, Cuando alguien no ama su hogar, no reverencia su umbral, es una sefal de que ha deshonrado ambas cosas, de que jamés ha conocido Ta verdadera universalidad de sa adoracién cristiana que, en realidad, vino a reemplazar la idolatria, pero no la piedad, del pagano. Nuestro Dios es un dios casero a la par que celestial; tiene un altar en la vivienda de toda persona que rire hacia #1 cuando la desgarran a la ligera y arrojan las cenizas. No es cuestién de mero placer visual, no es cuestién de jactancia inte- Iectual, ni de antojo eritico y cultivado, eémo y con qué apariencia de ‘stabilidad y perfecciin se construirdn los edificios domésticos de una nacién. Una de esas obligaciones morales —a no omitir con mis im punidad, porque la percepeién de ellas depende de sna consciencia ‘exquisitamente afinada y equilibrada— es construir nuestras viviendas ‘on cuidado y paciencia, con carifio y diligente perfeccién, con miras 2 una duracién de al menos un periodo que, en el devenir ordinario de las revoluciones nacionales, cabria suponer que se prolonga hasta 1 cambio completo de direccién en los intereses locales. Esto como rinimo ; no obstante, seria mejor si, en lo posible, las personas cons- truyeran sus propias casas a una escala proporcionada mis con su condicién al prineipio que con sus logros al final de su carrera mun- dana; que las construyeran para permanecer en pie todo lo que cabe ‘esperar lo haga una obra humana solidisima ; dejando constancia a los hijos de lo que fueron y de lo que, si se les hubiera permitido, habrian Jevantado, Cuando se construyan asi, podremos tener esa genuina arquitectura doméstica, el principio de toda la otra, que no rehiye tratar con respeto y cuidado tanto la habitacién pequeiia como la gran- de; que inviste con la dignidad de la hombradia satisfecha, Ia estre- chez de la circunstancia mundana. V. Veo que este espiritu de pertenencia honorable, orgullosa, pacifi- «a, que esta perdurable sabiduria de la vida satisfecha es tan probable que sea una de las principales fuentes de poder intelectual de todos los tiempos, y mas alla de toda discusién, como el origen mismo de la gran arquitectura de Italia y Francia antiguas. Hasta el presente, el interés de sus ciudades mas bellas radica no en la magnificencia aislada de los palacios, sino en la decoracién exquisita y cuidada de incluso las viviendas més insignificantes de los periodos de grandeza. En Venecia, la muestra mas elaborada de arquitectura es sna casita en la cabecera del Gran Canal, que consta de una planta baja y dos pisos, tres ventanas en el primero y dos en el segundo. Muchos de 161 Jos edificios mis exquisitos estin en los canales mis angostos, no en los de mayores dimensiones. Uno de los ejemplos mas interesantes de arquitectura del siglo xv, en el norte de Italia, es una casita en una obscura calleja detrs de la plaza del mercado de Vicenza; leva fecha de 1481 y el lema: Iln'estrose-sans épine; tiene también sélo una planta baja y dos pisos, con tres ventanas en cada uno, separadas por una exquisita obra de flores, y balcones sustentados, el central, por ‘un aguila con las alas abiertas, los laterales, por grifos con alas abier- tas, parados sobre cornucopias. La idea de que una casa ha de ser grande para que esté bien construida es absolutamente moderna y paralela a esa otra de que la pintura no puede ser histérica si no es de un tamafio que admita figuras mayores que el natural VI. Asi pues, quisiera tener las casas corrientes construidas para durar; construidas para ser agradables, tan excelentes y plenas de amenidad como se pueda, igual por dentro que por fuera; con qué grado de parecido en estilo y clase con cualquier otra, dentro de poco lo diré en otro apartado; pero en todo caso, con las diferencias que pudieran convenir y expresar tanto el caricter como la ocupacién de cada persona, y en parte, su historia. Este derecho sobre Ia casa correspande, me imagino, @ sit primer constructor, y ha de ser res petado por sus hijos. Seria conveniente dejar piedras en blanco, en ciertos sitios, para que pudieran grabar un resumen de su vida y de sus experiencias, convirtiendo asi la casa en una especie de monti- mento y desarrollando, con un caricter instructivo més sistematico, esa buena costumbre, que antafio fue universal y que todavia subsiste entre algunos suizos y alemanes, de agradecer Ia bendicién de la venia de Dios para construir y poser un lugar de reposo tranquilo, con palabras tan amables como las que bien pueden poner punto final a nuestro discurso sobre estos temas. Las he tomado de la fachada de una casita de campo recién construida entre los verdes prados que descienden del pueblecito de Grindelwald al glaciar inferior : Mit herslichem Vertrauen Hat Johannes Mooter und Maria Rubi Dieses Haus bauen lassen. Die liebe Gott woll uns bewahren Vor allem Ungliick und Gefahren, Und es in Segen lassen stehn Auf der Reise durch diese Jammerzeit Nach dem himmlischen Paradiese, 162 Wo alle Frommen wohnen, Da wird Gott sie belohnen Mit der Friedenskrone Zu alle Ewigkeit VII. En tos edificios piblicas, el designio histrico deberia ser mas preciso. Bsta es una de las ventajas de la arquitectura gética —em- pleo el término gético en un sentido muy amplio, como claramente con- trario a clisico—, que admite una riqueza de antecedentes ilimitada, Sus diminutas e innumerables decoraciones arquitectonicas proveen medios para expresar, de manera bien simboliea, bien literal, todo lo que se necesita conocer sobre Ia sensibilidad o las proezas nacionales. De hecho, va a ser necesario que haya, en general, mass decoracién que pueda asumir un cardcter tan elevado; ya se ha dejado mucho a la Tibertad de la imaginacién, incluso durante los periodos mas reflexivos, ‘© cuanto menos que consista en meras repeticiones de algin simbolo © blasén nacional. Sin embargo, por lo comiin resulta imprudente, siquiera sea en simples ornamentos de superficie, abandonar el poder y la prerrogativa de variedad que admite el espfritu de la arquitectura gitica; mucho mas en los caracteres importantes: capiteles de colum- tas, crucerias, hiladas voladas, lo mismo, claro esti, que en todo ba- jorrelieve deciarado. Mejor la obra tosquisima que narra una historia, Oo registra un hecho, que la mas exquisita sin ningén significado. No deberia haber un solo ornamento en los grandes edifcios civicos que to tuviera algiin propésito intelectual. En épocas recientes, la repre- sentacién practica de la historia ha tropezado con una dificultad, cierto que insignificante, pero tenaz: Ia del intratable vestido; no obstante, se pueden echar abajo todos esos obstéculos con una ma- ripulacién suficientemente atrevida y un empleo franco de los simbo- Jos; y aunque quizé no en el grado necesario para producir una es- ealtura de por si satisfactoria, si lo suficiente como para permitir que se convierta en un elemento expresivo y solemne de la composicién arquitecténica. Considérese, por ejemplo, el tratamiento de los capi- teles del palacio ducal de Venecia. La historia, como tal, se confié a los pintores del interior, empero cada capitel de la arcada posce algiin significado, El grande, la piedra angular del conjunto préximo a la entrada, se dedicé a la simbotizacién de la justicia abstracta; arriba hay una escultura del juicio de Salomén, notable por la bella sujecién del tratamiento al propésito decorativo. Las figuras, de haber com- ‘puesto todo el asunto, habrian interrumpido inoportunamente el con- torno de la esquina y menguado su evidente fuerza; sin embargo, en 163 medio de ellas, sin guardar relacién alguna con el resto, en realidad centre el verdugo y la madre suplicante, se alza el nervudo tronco de tun arbol imponente, que sustenta y prolonga el fuste de la esquina, cuyas hojas sombrean y enriquecen el conjunto. El capitel de abajo lleva entre su follaje una figura entronizada de la Justicia, Trajano impartiéndola a la viuda, Aristiteles che die legge y uno 0 dos temas més, hoy dia confusos por el deterioro. Los capiteles que le siguen representan sucesivamente las virtudes y los vicios como defensores o destructores de la paz y el poder nacionales, acabando con Ia fe, con Ia inseripeién Fides optima in Deo est. En el lado contrario del capitel se ve una figura adorando el sol. Tras éstos, tno 0 dos capi- teles con caprichosos decorados a base de aves (lémina V), y luego viene una serie que representa, primero, diversos frutos, después, los trajes nacionales, y por altimo, los animales de los diferentes paises sujetos al dominio veneciano. VIII, Ahora, para no hablar de edificios piblicos més importantes, permitasenos imaginar nuestra propia India House adornada de este ‘modo, con esculturas simbdlicas o histéricas: en primer lugar, una sélida construccién ; luego, engastada ésta con bajorrelieves de nues- tras hatallas en la India y recamada con tallas de follaje oriental o ata- raceada con piedras orientales; y los miembros mas importantes de la decoracién compuestos de combinaciones de vida y paisaje indios, con una prominente representacién de los fantasmas del culto hindi fen sti sometimiento a la Cruz. 2No seria una obra ast mejor que mil historias? Sin embargo, sino tenemos Ia inventiva necesaria para ta- ‘mafia empresa, 0 si —lo que probablemente sea una de las excusas mis nobles que podemos ofrecer por nuestra insolvencia en tales ma- terias— nos place menos hablar de nosotros mismos, aunque sea en ‘mérmol, que a las naciones del continente, lo que desde luego no es justificable de ninguna de las maneras es que descuidemos los puntos ‘que aseguran Ia resistencia del edificio. Y dado el gran interés de este asunto en relacién con la tria de los diversos modos de decoracién, serd necesario tratarla con cierto detalle. IX, Rara ver cabe imaginar las benévolas consideraciones y propé- sitos de los seres humanos en conjunto, prolongindose mas alli de su propia generacién. Pueden contemplar la posteridad como un pii blico, pueden esperar su atencién y trabajar por su elogio, pueden confiar en su reconocimiento de un mérito ignorado, y pedir su jus- ticia por un errot contempordneo. Pero todo esto es egoismo y no 164 ‘entrafia el mas minimo miramiento o consideracién hacia el interés dde aquiéllos por cuya presencia hinchariamos con gusto el circulo de ‘nuestros aduladores y con cuya autoridad mantendriamos sin proble- ‘mas las posiciones ahora disputadas. La idea de la abnegacién con Jz mirada puesta en la posteridad, de practicar la economia del pre- sente atendiendo a dendores todavia por nacer, de plantar bosques para que nuestros descendientes puedan vivir bajo su sombra, de le- vantar ciudades para que naciones del futuro las habiten, nunca, me imagino, se hard sitio entre los motivos de esfuerzo admitidos pibli- camente. ¥ sin embargo, no son éstos nuestros deberes menores;; ni fest nuestro papel bien asentado en la tierra, si el alcance de nuestro provecho deseado y meditado no incluye tanto a los compafieros como alos sucesores de nuestro peregrinaje. Dios nos ha prestado la tierra para vivir; es un gran compromiso. Pertenece igual a quienes estin por venir después de nosotros, y cuyos nombres estin ya escritos en libro de la creacién, que a nosotros mismos; asi que no tenemos derecho a infligirles, por lo que hagamos o dejemos de hacer, penas innecesarias, o a privarles de los beneficios que esta en nuestro poder legar. Y tanto mas, porque es una de las condiciones sefialadas de! trabajo del ser humano que 1a abundancia de frutos es proporcional al tiempo transcurrido entre Ia siembra y la cosecha ; por consiguiente, cuanto mas lejos coloquemos nuestra meta, cuanto menos deseemos ser nosotros mismos testigos de aquello por lo que hemos trabajado, mas amplia y pingiie ser la medida del éxito, El ser humano no puede beneficiar a los que estin con él como puede hacerlo con los que vendrin detris suyo; y de todos los piilpitos desde los que se hace ofr Ia voz humana, ‘en ninguno lega tan lejos como desde In tumba, X. No existe, en realidad, pérdida presente alguna, a este respecto, para Ia posteridad. Toda accion humana gana en honor, en elegancia, fen todo tipo de genuina magnificencia, con su respeto a las cosas que ‘estén por venir. Es la amplitud de miras, Ia paciencia serena, segura de si misma, lo que, por encima de los demas atributos, separa a un hhombre de otro para acercarle a su Hacedor ; y no hay accién ni arte cuya majestad no podamos medir valiéndonos de esta prueba. Por tanto, cuando construyamos, pensemos que construimos para siempre. Que no sea sélo para disfrute presente ni para uso inmediato; que sea una obra tal que nuestros descendientes nos la agradezean. Pense- ‘mos, mientras colocamos piedra sobre piedra, que legard un tiempo fen que esos bloques sern tenidos por sagradas porque los han tocado 165 ‘uestras manos, que dirdn al contemplar el trabajo y 1a substancia labrada: ““;Vea!, esto lo construyeron nuestros padres para noso- tros”. Pues, a decir verdad, la mayor gloria de un edificio no esti en sus piedras ni en su oro, Su gloria esta en Ia edad, en esa pro: funda impresién de estar Hleno de voces, de contemplacién severa, de misteriosa simpatia, mejor dicho, incluso de aprobacién 0 condena, que percibimos en las paredes que han sido largumente bafiadas por transitorias oleadas de humanidad. En su postrer testimonio contra los seres humanos, en su sereno contraste con el cardcter momentineo de todas las cosas, en la fuerza que, con el paso de las estaciones y los tiempos, con el declive y el nacimiento de las dinastias, con el cambio de la faz de la tierra y de los limites del mar mantiene su elegancia escultériea durante un tiempo insuperable, pone en comunicacién épo- cas olvidadas e inferidas, y medio construye la identidad, pues concen- tra Ia afinidad, de las naciones; es en ese dorado delustre temporal donde hemos de buscar la luz verdadera, el color, la preciosidad de la arquitectura; mientras un edificio no haya asumido este caricter, mientras no se haya entregado a la fama, en tanto que los hechos humanos no lo hayan santificado, sus muros no sean testigos del su- frimiento y sus pilares no se levanten de las sombras de la muerte su existencia, mas dnradera que la de los objetos naturales del mundo que lo rodea, no puede estar dotada ni siquiera de todo lo que éstos poseen de lenguaje y de vida, XI. Asi pues, es para ese periodo que hemos de construir; a decir verdad, sin privarnos del deleite del acabado presente, sin titubear en Ievar los retazos de caracter que pueden depender de la delicadeza de la ejecucién a la maxima perfeccién posible, incluso a sabiendas de que, en el transcurso de los afos, tales detalles han de desaparecer pero cuidando que, por un trahajo de este tipo, no vayamos a sacrificar la calidad permanente, y que la fuerza del edificio no esté en manos de algo perecedero. sta seria la ley de la buena composicién bajo cutal- quier circunstancia, siendo siempre la ordenacién de las masas mayo- res més importante que el tratamiento de las menores;; sin embargo, en la arquitectura, buena parte de ese mismo tratamiento es habil o de 10 contrario, proporcional a su justa atencién por los efectos pro- ables del tiempo; por otra parte (lo que es atin mas de atender), hhay una belléza en esos efectos que nada puede reemplazar, y que es buen criterio nuestro consultar y desear. Pues, aunque hasta aqui, ha- yamos hablado sélo del sentimiento de la edad, existe una belleza real fn sus huellas, de tal guisa y tan grande como para haber legado a 166 ser, no sin cierta frecuencia, objeto de especial preferencia en deter~ minadas escuelas de arte, ademas de haber impreso en ellas el car fer general y vagamente representado por el término “pintoresco’ iene cierta importancia para el tema que nos ocupa, definir el si nifcado verdadero de esta expresion en el sentido que por lo comin se usa hoy dia; pues hay un principio a desarrollar a partir de tal uso que, si bien a escondidas ha sido el fundamento de lo mucho que ay de genuino y oportuno en nuestro juicio del arte, hasta ahora munca se ha comprendido como para llegar a ser taxativamente ‘itil Es probable que no haya en el lenguaje otra palabra (excepeién hecha Ge los términos teolégicos) que sea objeto de discusiones tan frecuen- tes y prolongadas; sin embargo, ninguna resta mas incierta en su aceptacién; lo cual me parece un asunto de no poco interés para investigar la esencia de esa idea que todos percibimos (por apariencia) con respecto a cosas similares, ante la que, empero, todo intento de efinicién ha terminado —en ‘mi opinién—, bien en pura enumera- cién de los efectos y objetos a los que se ha aplicado el término, bien fen conatos de abstraccién, de ineficacia més manifiesta que cualquiera de los que la investigacién metafisiea ha desgranado deshonrosamente sobre otros temas. Por ejemplo, un flamante critico de arte ha adelan- fado, con toda la seriedad del mundo, la teoria de que Ia esencia de Jo pintoresco consiste en la expresidn de la “decadencia universal Seria curioso ver el resultado de un intento de ilustrar esta idea de Jo pintoresco con un cuadro de flores muertas y frutos en descompo- sin; no menos curioso resulta seguir los pasos de cualquier otro razonamiento que, a partir de esta teoria, haya de dar razén del pin- toresquismo de un potro de asno en comparacién con el de un caballo. Pero hay muchas justificaciones incluso para los fracasos mas estre pitosos en razonamientos de este tipo, pues el tema es, a fin de cuen- {as, uno de los mis obscuros de todos Tos que, legitimamente, cabe so- meter a la razén humana; la idea de por si esta tan diversificada en Ih mente de diferentes personas, segin el tema que estudien, que no cabe esperar una definicién capaz de abarcar mas de un determinado atimero de las formas infinitamente mitiples que adopta XII. Con todo, esa idiosincrasia peculiar que separa lo pintoresco de Jas caracteres del asunto que corresponclen a los vericuetos mis en- cumbrados del arte (y esto es todo lo que necesitamos definir a efec- tos de nuestro discurso presente), se puede expresar de manera breve y terminante. En este sentido, lo pintoresco es sublimidad parésita. Claro esti que toda sublimidad, igual que toda belleza es, en el simple 167 significado etimolégico de la palabra, pintoresca, esto es, susceptible de ser convertida en tema de pintura; y toda sublimidad es, incluso en el sentido peculiar que estoy tratando de desarrollar y en compa- racién con la belleza, pintoresca, es decir, que hay mas pintoresquismo en los temas de Miguel Angel que en los de Perugino, en proporcién al predominio det elemento sublime sobre el bello, Pero ese caricter, cuya consecuencia extrema es considerado generalmente como degra- 1d pardsita: una sublimidad que de pende de los accidentes, 0 de los earacteres menos esenciales, de los objetos a los cuales pertenece; lo pintoresco se desarrolla caracteris fica y exactamente en proporcién a la distancia del centro del pensa- ‘miento a aquellos, puntos de cardcter en los que se descubre la subli- ‘midad. Dos ideas, por tanto, son esenciales para el pintoresquismo: Ia Ja de Ta sublimidad (pues la belleza pura no es pintoresea en uto, llega a serlo sélo cuando el elemento sublime se mezcla con ella) ; la segunda, la posicién subordinada o pardsita de dicha sublimi- dad. Luego, es indudable que cualesquiera sean los caracteres del con- torno, de la sombra, o de la expresién productores de sublimidad, se convertirén en productores de pintoresquismo ; cules son esos earac- es, intentaré mostrarlo mis adelante in extenso; pero, entre los que por Io general se aceptan, puedo citar los contornos angulares y vigorosas oposiciones de luz y sombra, la coloracién dante para el arte, es sublimi discontinuos, las austera, profunda, de atrevidos contrastes; todos ellos son ef tun grado ain mayor cuando, por similitud 0 asociacién, nos traen a la memoria objetos en los cuales se da una sublimidad genuina y esen cial, como la de las rocas, o las montafias, o las nubes borrascosas, © las olas. Ahora bien, si estos earacterés, 0 cualesquiera otros de un sublimidad superior y més abstracta, aparecen en el corazén mismo, en la propia substancia de lo que contemplamos —como la sublimi- dad de Miguel Angel, que depende més del cardcter intelectual de sus figuras que incluso de los nobles trazos de su disposicion—, el arte que represente tales caracteres, no se puede calificar propiamente de pintoresco: por el contrario, si se localizan en titulos externas o acci dentales, el resultado ser la caracteristica pintoresea, XIIL. Asi, en el tratamiento que hacen de los rasgos de Ia cara hw: mana Francia 0 Angélico, se emplean sombras sélo para que se perci ban en su plenitud los contornos de dichos rasgos; y en ellas se con- centra exclusivamente la mirada del observador (es decir, en los carac- teres esenciales del objeto representado). Todo el poder, toda Ia su- blimidad descansan en ellos; sélo se emplean las sombras en conside- 168 racién a los rasgos. En cambio, en Rembrandt, Salvator 0 Caravag: Bio, los rasgos son los que se emplean en consideracién a las sombras con Io que la atencidn se orienta, y la energia del pintor se aplica a los caracteres de Ja luz y la sombra accidentales, arrojadas a través de, y en torno a, esos caracteres. En el caso de Rembrandt, hay ademas a menudo ‘ina sublimidad esencial en la invencién y la ex siempre un grado elevado de la misma en la luz y Ia sombra; pero por lo que se refiere al asunto de la pintura, la m: parasita o injertada y, precisamente en esta media, pintoresca. foria es sublimidad XIV. Por otra parte, en In composicién de las esculturas del Parte ‘Abn, Ia sombra se utiliza con frecuencia como eampo obscuro sobre el que se dibujan las figuras. Tal es el caso, bien visible, en las metopas, ¥ debe de haber sido poco mis o menos igual en el frontin. No obs: tante, el empleo de dicha sombra se limita a mostrar fos confines bas figuras; es a sus lineas, no a las formas tras, a lo que se aplica el arte y la mirada, La en lo posible, a plena luz, ayudadas de reflejos brillantes ; estan dibu jadas justo igual que en los jarrones: figuras blancas sobre un for obscuro ; los escultores han prescindido de toda sombra —es més, han uchado para evitarla— que né las sombras que hay de figuras se materializan, aboolutamente necesaria para expli= sombra en si se convierte en objeto de reflexidn, Se la considera un color obscuro a disponer en masas agradables; muy a menudo, las figuras estin su tordinadas incluso a la ubicacién de sus divisiones ; también los ves tidos se enriquecen a expensas de la forma de debajo, a fin de au. rmentar la variedad y complejidad de tos puntos de sombra. Hay tanto en escultura como en pintura, dos escuelas en cierta forma opt fas; Ia una persigue como objetivo la forma esencial de las cosas: la ‘tra, Tas luces y sombras accidentales de éstas. Hay varios ‘oposicién entre ellas —peldaios intern Correggio, y todos tos grados de nobleza y degradacién de los diver $98 estilos—, pero una siempre se identifiea como escuela pura. y la tra, como escuela pintoresca. Se encontrarin muestras de tratamiente Pintoresco en la obra griega, y de puro y apintoresco en la gotica ambas hay incontables ejemplos —como, por excelencia. en las ol dde Miguel Angel— en los que las sombras adq de expresion, y por consiguiente, ocupan un lugar entre I Tisticas esenciales. No puedo entrar ahora en este min cones y excepciones, sélo queria demostrar la dilatada aplic: la definicién general car la forma, Por el contrario, en la escultura gota, XV. Ademis, se observara que existen diferencias no silo entre for mas y sombras como objeto de elecién, sino entre formas esencialel y no esenciales. Una de las principales distinciones entre las escuelit ‘ramitica y pintoresca de escultura se encuentra en el tratamiento del cabello. Los artistas de Ia época de Pericles lo consideraban tna excrés cencia!®, apuntada mediante unas pocas y toseas Kneas, y subordinada en todo detalle a la soberania de los rasgos y de la persona. Hasta qud punto era una idea absolutamente artistica, no nacional, es innecesatig comprobarlo, Si acaso conviene recordar la ocupacién de los lacedes rmonios, denunciada por el espia persa la tarde previa a la batalla de las Termépilas, u ojear cualquier descripeién homériea de Ia form ‘deal, para ver cuén puramente escultwresca era la ley que reducta las marcas del cabello para que, con los insoslayables inconvenientes del material, no estorbaran la nitidez de las formas del cuerpo. En came bio, en la escultura posterior, el cabello recibe del artifice un cuidado poco menos que cardinal ; mientras que los rasgos y los miembros del cuerpo presentan una ejecucién torpe, delustrada, el cabello forma ondas y rizos se tall en relieves atrevidos, fantasticos; lo disponen cn masas elaboradamente ornamentales: hay una auténtica sublimidad en los trazos del claroscuro de estas masas;, sin embargo, en lo que se refiere a la erintura representads, es pardsita, y por tanto pinton resca. En el mismo sentido podemos entender la aplicain del término ‘a pintura moderna de animales, earacterizada como To ha estado, por su peculiar atencién a Tos colores, el lustre, la textura de la. pie cs el arte el tinico ambito en el que la definicién seguira siendo valida En los animales mismos, cuando su sublimidad depende del movi miento 0 de las formas musculares, o de atributos cardinales y nece sarios —como quiz mis que en ningin otro, en el eaballo—, no los llamamos pintoreseos, sino que Tos consideramos particularmente aptos para asociarlos con temas histéricos puros. A medida que la sublimi dad pasa a las excrecencias —a la melena y la barba en el len, a los ccuernos en el ciervo, o ala piel peluda en el ejemplo antes sefialado del potro de burro, al veteado de la eebra, o al plumaje— se convierten en pintorescos, y en el arte lo serin en proporcién exacta ala im portancia de dichas excrecencias. A menudo, puede ser muy conve niente que destaquen ; se suele dar en ellas el grado sumo de ma jestad, como en las del leopardo o el jabali; y en las manos de artistas ‘como Tintoretto y Rubens, tales atributos se convierten en medios de ahondar impresiones muy elevadas e ideales. Con todo, la direccién Pintoresea de sus pensamientos siempre se pereibe con elaridad, tan pegados a la superficie, al carécter menos esencial, desarrollando a 170 partir de ello una sublimidad distinta de la de la propia eriatura, una sublimidad que es, en cierta forma, comin a todos los objetos de la creacién, 0 mismo que para sus elementos constituyentes, ya se bus- que en las hendiduras y pliegues del cabello lanudo, o en las grietas y desgarrones de las rocas, 0 en manto de espesura o en Ia inclinacién de la falda de la montafia, 0 en la alternancia de alegria y lobreguez en el jaspeado del caparazén, Ia pluma o la nube. XVI. Ahora bien, volviendo a nuestro objetivo inmediato, ocurre que, en la arquitectura, Ia belleza accidental y superinducida es, con mucha frecuencia, incompatible con la conservacién del cardcter original; por Jp tanto, Io pintoresco se busca en la ruina y se supone que cansiste en Ja decadencia. Sin embargo, aun cuando se busque de este modo, con- siste en la mera sublimidad de las grietas, 0 fracturas, 0 manchas, 0 vegetacién, que la arquitectura asimila con el quehacer de la natura- Jeza y le confieren esas condiciones de forma y color que la mirada hhumana aprecia de manera universal. En la medida en que es asi respecto a la extincidn de los genuinos caracteres de la arquiteetura, esto es pintoresco, y el artista que mira el tronco de Ia hiedra en vez del fuste del pilar, esté poniendo en préctica, con la més atrevida li bertad, Ia vicinda preferencia por el cabello en menoscabo del sem blante, Pero desde el momento en que se puede hacer compatible con cardcter intrinseco, Ia sublimidad pintoresca 0 extrinseca de la ar- aquitectura sélo cumple en ella una funcién, mas noble que la de otro objeto cualquiera, a saber: ser un exponente de Ia edad, de esa edad que, como se ha dicho, es la gloria mis grande de un edificio; por consiguiente, se puede considerar que los signos externos de esta glo- ria, dotados de fuerza e intencién mayores que las correspondientes 4 su mera belleza sensible, ocupan una posicin entre los caracteres puros y esenciales tan esenciales que, en mi opinién, un edificio no sti en su dptimo hasta que sobre él no han pasado cuatro o cinco siglos; y que toda la eleccién y disposicién de los detalles deberia tener por referencia su aspecto al cabo de ese periodo, de modo que 10 se admitiera ninguno que pudiera sufrir deterioro material, bien por la accidn de la intemperie, bien por la degeadacién mecinica que fal lapso de tiempo acarrearia. XVII. No es mi intencién entrar en las cuestiones que entrafia Ia apli ‘acién de este principio. Tienen demasiado interés y complejidad para ser siquiera tocadas en el marco de mis limites actuales, pero quisiera subrayar que e50s estilos arquitecténicos pintorescos en el sentido antes im sefialado con respecto a la escultura —es decir, cuya decoracién de- pende del contorno—, no sufren, sino que generalmente ganan en ri- queza de efecto cuando los detalles se desgastan algo; de ahi que re- sulten ideales, sobre todo el del gético francés, siempre que se hayan de emplear materiales susceptibles de degradacién, como el ladrillo, la arenisca o la caliza blanda ; por el contrario, los estilos que, de una otra forma, dependen de la pureza de lineas, como el gotico italiano, habrian de practicarse siempre en materiales duros e inalterables: gra- nito, serpentina 0 marmoles cristalinos. No quepa duda de que la na turaleza de los materiales disponibles condicioné la evolucién de am- bos estilos; y eso deberia determinar aiin mas imperativamente nues tra eleccién de uno u oto. XVIII. No entra en mi plan presente considerar por extenso el se gundo apartado del deber, al que antes me referi, de conservar Ia ar- quitectura que poseemos, pero se me perdonaran unas palabras muy necesarias en especial para los tiempos que vivimos. Ni el pablico ni quienes se ocupan del cuidado de los monumentos pablicos han com- prendido el verdadero significado de la palabra restauracién. La res- tauracién supone el destrozo mas absoluto que un edificio puede su- rir; un destrozo del que no cabe recoger restos; un destrozo acom: pafiado de una descripcién falsa de lo destruido. No nos dejemos en- gafiar en asunto tan importante; es imposible, tan imposible como levantar a un muerto, restaurar nada en arquitectura que haya sido grande 0 hermoso, Eso a lo que antes me referia como la vida del conjunto, ese espiritu que sélo da Ta mano y el ojo del artifice, nunca se pueden recuperar. Otro tiempo podra dar otro espiritu ; en ese caso tendremos un edificio nuevo; pero al anima del artifice muerto no se le puede invocar y pedir que guie otras manos, otros pensamientos. Por otra parte, la copia simple y directa es a todas luces imposible, Qué se puede copiar de superficies que han sufrido un desgaste de media pulgada? El acabado global de ta obra estaba en esa media pulgada que ha desaparecido; si intenta usted restaurar ese acabado, lo hard conjeturalmente; si copia usted lo que queda, en el suptesto de que la fidelidad sea posible (zy de qué esmero, desvelo o gasto puede garantizarla?), ¢qué tiene la obra nueva de mejor que la vieja? Sin embargo, hay en esta tiltima cierta vida, cierta insinuacién misteriosa de lo que fue y de lo que se perdié; cierta dulzura en las suaves Jineas que la via y el sol han labrado. Nada de ello puede existir en Ja bruta dureza de la escultura nueva, Repdrese en los animales que ilustro en la Limina XIV como ejemplo de obra viva; supéngase que 172 las marcas de las escamas y el pelo desaparecieron en otro tiempo, y To mismo con las arrugas del cefio: zquién podrd restaurarlos? El primer paso para la restauracién (Io he visto —y no una, sino muchas veces, lo he visto, decia, en el baptisterio de Pisa, en la Casa d’Oro de Venecia, en Ia catedral de Lisieux) es romper la obra antigua en pedazos; la segunda, por lo general, poner la imitacién més barata y vil que pueda escapar a la deteccidn; en cualquier otro caso, por mas esmerada, por mas elaborada que sea, no dejari de ser pura imita- cidn, un frio modelo de aquellas partes que se pueden modelar, con iadidos conjeturales. Mi experiencia, hasta ahora, slo me ha pro- porcionado un ejemplo, el del Palais de Justice de Run, en el que el grado maximo de fidelidad posible se han conseguido o cuanto menos intentado, XIX. Que no nos hablen entonces de restauracién, Es de una Men tira de principio a fin, Puede usted hacer un modelo de un edificio, como podria hacerlo de un cadiver; dicho modelo tendra el capars z6n de los viejos muros en su interior, lo mismo que si hiciera un vaciado de usted que contuviera el esqueleto: con qué utilidad, ni lo veo ni me preocupa; sin embargo, el antiguo edificio quedara destruido y de manera tan total e implacable como si se hubiera hundido en un montén de polvo, 0 fundido en una masa de arcilla: mas se ha reco- giido en Ia desolada Ninive de lo que nunca se obtendra del Milin re- construido, ;Pero, se asegura, puede hacerse necesaria la restaura- jén! Concedido ; en tal caso, miremos la necesidad cara a cara, enten- ‘imosla en sus propios términos: es una necesidad de destruccién, De acuerdo, eche abajo el edificio, arroje sus piedras a ignorados rin- cones, haga lastre con ellas, o mortero, si lo prefiere; ahora bien, hi- alo honestamente y después no vaya a colocar tina Mentira en su lugar. Mire esa necesidad a la cara antes de que legue; quizis ast podra prevenirla, El principio de la época actual (un principio que, ‘reo yo, al menos en Francia, deben de seguir a pies juntillas los albariles para procurarse trabajo, pues la abadia de St. Ouen fue Aerribada por los magistrados de la ciudad para dar trabajo a unos vagabundos) es olvidar los edificios primero j restaurarlos después, Cuidese oportunamente de sus monumentos y no tendré que restau- rarlos. Unas cuantas planchas de plomo colocadas a tiempo en la cu- bierta, unas cuantas hojas y ramitas secas retiradas en su momento de Ia corriente de agua salvaran la techumbre y los muros de la ruina, Vigile todo edificio antiguo con inquieto esmero; todo lo mejor que pueda, a eualguier precio, de posibles influencias dilapidadoras. Cuente 173 las piedras como lo haria con las joyas de una corona; ponga vigilan- tes alrededor como si de las puertas de una ciudad sitiada se tratara 4telo con hierro donde se suelte; sosténgalo con madera donde se de- bilite; no se preocupe de la deformidad del apoyo —mejor una muleta que una pierna perdida—; si lo hace con ternura, con respeto, sin cejar un momento, muchas generaciones nacerin atin y desaparecerin al resguardo de su sombra, Llegaré a la postre el dia aciago, pero que Tlegue abierta, declaradamente, y que niingin deshonroso y falso sustituto le prive de los funerales de la memoria, XX. De estragos mis caprichosos ¢ ignorantes es iniitil hablar; mis Palabras no Hegarén a quienes los cometen ; a pesar de todo, quiero dejar bien sentado ta verdad de que, ademds, la conservacién de los edificios del pasado no es una cuestin de oportunidad 0 sensibilidad. No tenemos ningiin derecho a tocarlos. No son nuestros. Pertenecen por tn lado a quienes los construyeron, y por otro, a todas las gene- raciones que nos han de suceder. Los ‘muertos todavia tienen dere- chos sobre ellos: aquello para lo cual trabajaron, el elogio por Io con- seguido, Ia expresién del sentimiento religioso, o cualquier otra cosa de lo que ellos pretendieran dejar constancia en esos edificios, sea lo que fuere, no tenemos derecho a olvidarlo. Somos libres de echar abajo lo que nosotros hemos construido; pero el derecho sobre lo que otrs consiguieron dedicando esfuerzos, fortuna y vida, no desaparece con su muerte; y mucho menos podemos permitirnos usar sti legado como si s6lo nosotros tuviéramos titulo de propiedad, Pertenece a to- dos sus sucesores. En el futuro quiz sea objeto de pesar, 0 causa de agravio, para millones de personas, que hayamos pensado en nuestra conveniencia inmediata con el derribo de cuantos edificios optemos por prescindir. Es una pena, una pérdida que no tenemos derecho a in- fligir. 2 Pertenecia la catedral de Avranches a la turba que la destruyé, més que a nosotros mismos, que paseamos apesadumbrados por sts cimientos, de un lado a otro? Qué va a pertenecer edificio alguno, cualquiera que sea, a esas turbas que arremeten contra él. La turba, turba es, y lo sera siempre, tanto da que esté enfurecida o discreta- ‘mente loca, que sean muchos 0 se organicen en comités: quienes des- truyen algo sin raz6n son turba, y la arquitectura siempre se destruye sin raz6n, Un edificio hermoso ¢s un digno ocuparite del suelo sobre el que se levanta, y asi serd mientras América y Africa central no sean tan populosas como Middlesex; tampoco resulta admisible el mejor de los pretextos en cuanto a suelo para su destruccién. De ser vilido, desde Iuego no lo seré ahora cuando el sitio del pasado y del 174 futuro est demasiado usurpado en muestra ment por el presente tur bolento y desgradabe. La serenidad propia de fa natraeea,hiye paso a paso de noes; mies de persmar que ana ve, en a Viaje te larg, ve vero scone eto iff vido del Geo tlenciowoy de los eampos en repos, mls efectivo de lo que te sabe O admit, levan ahora congo incluso alli la fire perpen de so txsterla;y por ins veens de hiero qe crus liga de nero fais lnten 9 Hoye fogons.plsacanc, mas arenes répias a cada hora trancuria: Por ens yltants area se cnaia toda Ia viliad hacia an ciudad centres; se pase por alo el campo chal verde mar por medio de angostos putes, nos devslven como tmichedombre cnmpaca alas puerta Gea cindad, ano tno aie de ign ope oer al tng diets I Campos es el poder dela arqitcctura antigua. No se ayarte de ella por i placa feral, pore pues cerado planta. El orgllo de tna cludad no ett ef etas cons, Queden fara la muti, pero no t+ obide que defo habra agen dentro del recinto de muros dese toregnos qoe peti algin oto lar spare de tos, donde past aigum otra forma de steer lava de manera, tir? como Aquel que ae senata 4 meno donde el ol we ponia pore este para tdira ta pula de Florencia ibd en ol iio profunde 0 come Savelsoton sus anfroees, que pean sopotar vera dara, dewde sus habitaciones de palacio, los lugares donde sus padres reposaban, en la confluencia de las obscuras calles de Verona.

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