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Pensar politicamente ———____ Michael Walz Desde hace mas di estudio de los prineipales problemas politicos de nuestra época, y su obra y su trayectoria vital, que han ma reconoeimento internacional, son un ejemplo paradigmaticn dela vinculacién entre la teoria y la prictica de la politica, Pensar politicamente nos ofrece una recopilacion de dieciséis articulos especialmente representativos de la reflexin politica de Michael Walzer sobre temas como el liberalismo; la democracia; 1a sociedad civil y el Estado; el nacionalismo y el multicultura- lismo; las intervenciones humanitarias y los derechos humanos; el terrorismo y la guerra y la moralidad pablica, Por otra parte, la amplia introduceién de David Mill lador de la obra, nos proporciona un interesante andl aportaciones de Walzer enlaAnulla con ls coriontes pri del ponsamiento politico actual. Asimismo, el libro cont artfculo inédito sobre los derechos humanos y una entrevista con el autor, en la que traza una panordmica de su evolucién lectual, as bibliografiadetallada de su obra. Pensar politicamente es una lectura impreseindible para los profesionales de la politica y de los medios de comunicacicm; profesores y estudiantes de ciencias politicas y para todas las personas interesadas en los debates sobre los temas clave de nuestro tiempo. , i NK i * WN has politicamente Michael Walzer Seleccién, edicién e introduccién de David Miller Pe “sopird dod sopeariqud sojja sopor “Duan D7 2190s souoweoyfay & poxoUL A vounjod ‘ouany ‘svisntin 9 soysnt Spunony ‘D10Up19}01 Dy axqos oppyp4y OP 101Ne Se dOZTUAL JOR YOY 6006 “Pd ¥I ap [aqon onworg jp Uproridooe ap osinosip ns ua wiqo Piso uo ouidsur as vuieqg, yereg ‘op “Wolo 10g “etio) ja a1qos sonoysnosip SU] $8p0} Uo a[qusnoxour wiouarayax tos ‘spysnfug 2 spysnf spxsang omtoo “Stigo sns op seundie 4 exom nyosoyy 4 vonsjod e109) ua soauproduiojuos Seroine sajediourrd soy ap oun sq “omgndey aiaxy ay) ooipouad IP s0Up2 & 4004) poormog ‘simpy PUM pun Kydosony y seysinar Se] op [eHonpa ofesuos jap o1quietm s9\‘our “Susy -@io‘outzesounuassip:nam) sepioinbz1 op eonsjod wy ¢ im, 1 2p seiouarejar sepediound S?[ 9p Bun s9 onb & p61 ua epepuny PISSad “Juassigy op 2 OUlOD Ise “UolsouLIg 9p peprsiantuy vy uo sapBIo -08 SEIDUEID ep ojLaMD ODuPIpayeo. 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Camino vieja de Getafe, 6028046 Foenlahead (Maid) Impreso en Espalia— Printed Spin Introduccién. SUMARIO Davin Mnter 2. 10. uu. 12, B, |. Elliberalismo y el arte de la separacién 5. Justicia aqui y ahora. Filosofia y democracia .... Critica de la conversaci6n filoséfica..... Objetividad y significado social 5. La exclusin, Ja injustiia yel Estado democritico La critica comunitarista del liberalismo....... ; un camino hacia El argumento pro sociedad ci la reconstruccién social... Deliberacién, ey qué mas? (Cémo trazat la linea: religidn y politica. La politica de la diferencia: estatalidad y tolerancia ‘en un mundo multicultural ........ Nacién y universo. Elestatus moral de los Estados: una respuesta a cuatro criticos... 29 3B B % 3 BI 153 7 203 219 243 263 307 JOT PAB ep voponponuy a uorIpa “ugIss2[95 ajuawE dod qesuag JOZIEN\ PPBYIP 8 Pensar politicamente 14. Elargumento de a intervencién humanitaria 15. Mas allé de la intervencién humanitaria: los derechos +humanos en la societlad global 16, Terrorismo y guerra justa ...... 17. Laaaccién politica y el problema de las manos sucas..... 18, Estados Unidos en el urundo: guerras justas y sociedades justas. Una entrevista con Michael Walzer... Notas... Obras de Michael Walzer .... Fuentes... Indice analitico y de nombres 329 349) 367 385 407 427 453 469, INTRODUCCION Cuando me ofrect a Michael Walzer para editar una recopilacién de sus ensayos de teoria politica, tenia dos aspiraciones en mente. La primera, més mundana, consist simplemente en reunir en un tinico lugar una setie de escritos importantes en interés de aquellos lectores «que, hastaentonces, habfan tenido que buscarlos uno. uno en fuentes que no siempre esultaban ficilmente accesibles, La segunda, sin embargo, una aspiracién mas elevada. Pensaba que publicéndolos juntos, parecerian nuevas conexiones entre ellos y lograriamos hacernos una ‘idea mis precisa de a perspectiva subyacente que informa la respuesta de Walzer a temas concretos. El lector seré quien juzgue si se ha cum- plido este segundo objetivo. Pero el proceso de seleccién, ordenacién y relectura de estos ensayos ha resultado extraordinariamente esclare- cedor. Mi comprensién del pensamiento politico de Walzer ha cambia. do y (espero) mejorado sensiblemente. Esta introduccién pretende servir de exposicién de las que considero que son las ideas centrales contenidas en estos ensayos, asi como en los otros muchos libros y ar ticulos del autor. Pero empezaré explicando los principios en los que se ha fundamentado la presente seleccién, Michael Walzer lleva mas ce medio siglo escrbiendo de manera pro- lifiea sobre cuestiones politcas diversas, y esas conferencas, atculos y libros han ido destinados a miiltipls piblicos, académicos yno académi- 0s (como es bien sabido, es colaborador y miembro del consejo de redac- cién de la revista politica de izquierda Dissent desde hace mas de treinta Aiios), Recopilarlos todos en un tinico lugar habria dado como resultado un libro sumamente voluminoso, Deshi que mi seleccién haya tomado un cierto sesgo y se haya centrado en tres aspectos especifcos. En primet lugar, he prestado especial atencidn a la obra mas reciente de Walzer: sal- ‘vo una excepcién (el capitulo 17), estos ensayos comprenden un periodo de veinticineo afios, entre 1980 y 2005. En segundo lugar, he evitado aquellos escritos que fueron desarrolladose incorporados posteriormente 10 Pensar poiticamente a libros del propio Walzer o que han aparecido ya en compilaciones pre- vias de sus ensayos y ue, por consiguiente, se encuentran ya accesibles de esa forma; en concreto, he optado por no inclu trabajos sobre cuestiones judias, pues estd prevista la publicacién de un volumen que recopilara la eextensa obra escita por el autor sobre esa rea: ln identidad julia estado- tnidense, el sionismo y temas similares. En tercet lugar, siempre que he tenido que clegir entre ensayos de tematica solapada, he preferido aquel que, bajo mi punto de vista, ofreca el tratamiento més completo y profun- do del tema en cuestién: mi sesgo, por decirlo de otro modo, ha tendido a aproximarse a la teoria politica y a alejarse del comentario politico. Para aquellos lectores cuya curiosidad se sienta estimulada por los presentes ensayos, he incluido también una ampliabibliografia de la obra de Wal- 2er en laquese faciltan los lugares originales de publicacién, Laseleecién result dificil: Michael me brind6 su énimoyme hizo algunas sugerencias, Perono traté en ningtin momento de determinar mis elecciones. También 'me proporcioné un articul inédito sobre derechos humanos, que apare: ce aqui en el capitulo 15. Ademés, ha sido siempre generoso con su tiem poalla hora de responder a numerosas preguntas del tipo «qué piensas realmente de...?». También me gustaria dejar constancia de mi agradec: ‘miento a Zosia Stemplowska, quien me prest6 una ayuda inestimable le yéndolo todo y proponiendo una preseleccién, asf comoaAme Dyckman, Sarah Fine y Emre Ozcan, por su excelente trabajo de preparacién del ‘manuscrito final, Los ensayos estan ordenados teméticamente yno crono- légicamente, y mi introduccién 'Sigue esa misma pauta. Fuosoria y potfrica Michael Walzer se formé originalmente en las disciplinas de la ciencia politica y Ia historia, no en la filosofia, Pero en la década de 1960, mientras estaba en Harvard, trabajé en compaiiia de varios filé- sofos (entre ellos, John Rawls, Robert Nozick y Ronald Dworkin) y desde entonces ha lidiado con la cuesti6n de la relacién entre el fléso- fo y el ciudadano: ¢qué puede aportar e! pensamiento filos6fico sobre Ja politica —si es que puede aportar algo— a la actividad politica mis ma? El no es un filésofo politico en el sentido convencional del térmi- no. Por decirlo de otro modo, no eree que una reflexiGn desapegada y abstracta pueda producir principios que nos indiquen cémo actuar Introduecién 11 politicamente. En el fondo, como da a entender el primero de los en- sayos aqui publicados, para él la empresa flosOfica implica el distan- ciamiento conseiente de uno mismo con respecto a las opiniones pol ticas predominantes en una comunidad determinada. El filésofo pone entre paréntesis todas esas opiniones heredadas y procura establecer, apelando puramente a la razén, unos principios politicos que sean verdaderos y que, por consiguiente, tengan una validez universal. Esta una empresa que Walzer califca de heroica. Sin embargo, él afirma también que el fildsofo heroico esta abocado a la decepcién, pues cuando regresa a la comunidad politica trayendo consigo sus princi- pics, se da cuenta de que los ciudadanos y las ciudadanas son reacios a aceptarlos, ya que éstos no estén conectados con las tradiciones ni con Jas maneras locales de entender la politica. Hay una particular versién dela filosofia politica heroica sobre la que Walzer reflexiona més extensamente en el capitulo 2: la versién contractualsta que pretende derivar principios politicos vlidos a par- tir de acuerdos que las personas estarian dispuestas a alcanzar si se dlieran ciertas condiciones ideales especificas (Bruce Ackerman, iirgen Habermas y Rawls son as principales figuras consideradas en este sen- tido). Walzer subraya la separacién que dista entre el discurso imagina- do de los participantes en tales experimentos mentales y el debate po- litico real entre personas con ideas ¢intereses opuestos. El tinico modo dealeanzarel acuerdo en el escenario contractualista es limitando dris- ticamente lo que los participantes pueden saber o decit, de manera que Ja discusién proceda hacia su conclusin predeterminada sin ninguna verdadera disensién. Lo que tenemos en ese caso, asegura Walzer, es uuna argumentacién flos6fica disfrazada de discutso politico. Todo esto podria sugerir que esa modalidad de filosofa politica re- sulta tan irelevante como esencialmente inocua, dado que sus conclu- siones estan condenadas de antemano al rechazo de los ciudadanos que participan en los debates politicos reales sobre la direccién que su socie- dad debe tomar. Sin embargo, Walzer cree que, pese a todo, esas teorias si pueden tener uma influencia corruptora incluso en las democracias, Goneretamente, contribuyen a fomentar dos tendencias en especial. Una es que las decisionesjudiciales desplacen ala democracia popular Sices posible instaurar una lista creciente de derechos a partir de un suamuanieato flos6fico, ys se faculta alos jueces para hacer cumpli tales © derechos frente a un parlamento democriticamente elegido, el espacio 12 Pensar poitcamente restante paral politica democritica ird mermando de forma sistemstica (cuando Walzer expuso inicialmente este argumento, podia parecer que se trataba de algo especificamente aplicable a la tradicién estadouni- dense de garantia judicial de los derechos constitucionales, pero la pro- liferacién de declaraciones de derechos humanos incorporadas desde entonces a las constituciones nacionales europeas y de otros continen- tes da aentender que el fenémeno por él detectado se esté generalizan- do}. La segunda tendenciaes la que leva a que la toma democritica de decisiones sea concebida de un modo cada vez més préximo al discur- 80 filosofico. Walzer ve evidencias de ello en mucho de lo recientemen- te escrito sobre la «democracia deliberative», especialmente en la corriente que parte de la obra de Habermas, Los demecratas delibera- tivos se sienten tentados a reducir la paticipacin politica a un debate parecido al que podria tener lugar en un seminario filoséfico, en el que log participantes tratan de conducirse mutuamente hacia un consenso obtenido exclusivamente por argumentacién racional, Frente a esa tentacin, Walzer insiste en que la politica ¢s una actividad compleja en la que la argumentacién razonada ha de ocupar su lugar junto a as de interaccién (negociacién, formacién de coaliciones, in de partidarios mediante llamamientos a la lealtad, etc) De ahi el titulo del capitulo 9: o, lo que es lo mismo, debe permitir que otras comunidades dlisfruten de la misma libertad para seguir sus propios caminos dife- renciados que la que la nacién en cuestién reclama para si misma, Este principio debe hacerse extensive a las minorias nacionales que habitan dentro de las fronteras de los Estados ya establecidos, a las que debe darsc suficiente autonuniia politica para hacer eso mismo, aunque no necesariamente tanta como para formar Estados propios. Cuando el nacionalismo no es reiterativo, se vuelve imperialista y trata de impo- 22, Pensarpoliticamente net un modelo tinico de cultura nacional a comunidades que lo recha- zarian sipudieran, «La valoracin apropiada del nacionalismo —escri- be Walzer— tiene que ver con las actitudes y las prcticas que adopta hacia las demas naciones.» Pero debemos preguntamnos todavia qué circunstancias deben darse para que consideremos genuina la autodeterminacién nacional de una comunidad politica y no una mera imposicién efectiva de los valores de una élite cultural sobre el resto de la sociedad, Este es el problema que aborda Walzer en el ensayo reimpreso aqui en el capitu- lo 13 («Ei estatus moral de los Estados») en respuesta a la critica que recibio la doctrina de la no intetvencién que él mismo habia expuesto en su libro Guerrasjustaseinjustas, ala que se acusé de ser demasiado «statist, por considerarse que tendia a proteger a los Estados frente a intervenciones extemas incluso en casos en los que aquellos no son democriticos. Walzer argumenta como respuesta que puede existir un ajuste natural entre gobiemo y poblacién tal que el gobierno pueda cencamat y promover los valores nacionales sin ser formalmente res- ponsable ante la comunidad a la que gobierna; la historia y la cultura de algunas comunidades pueden hacer que éstas prefieran los regime- nes autoritaios a otras formas politicas, En cualquier caso, prosigue ‘Walzer, desde fuera no se esté en situacién de juzgar si un régimen es legitimo 0 no a ojos de sus stibditos. Sila comunidad se encuentra di- vidida, el Gnico modo de que un pueblo determine cémo sera gober- ‘nado en el futuro cs la lucha politica interna (una lucha que puede in- cluso adoptar a forma de una revolucién). Hay excepciones a esa regla: os regimenes que masacran oesclavi- an a sus propios ciudadanos. En el apartado siguiente, comentaré los Principios que Walzer aplica a estos casos. Pero podemos apreciar ya eLhilo comiin que une los diversos temas hasta aqui considerados: la idea de que los hombres y las mujeres tienen derecho a trabajar juntos para crear su propio modo de vida social; que ese trabajo es fundamen- talmente politico, aunque puede producirse a miiltiples niveles, no sélo el nacional; que cuando obran de ese modo, el resultado en cada «aso serd un conjunto diferenciado de valores culturales, nociones de justicia y practicas sociales, y que siempre esté mal que vengan agentes del exterior a dictar algin tipo de solucién uniforme, ya sean éstos fc 1sofos heroicos, hagas exgrimidores de declaraciones dc derechos, ppotencias imperiales ansiosas de imponer la acivilizacién> alos barba. Introduccion 23, 108, liberales bienintencionados que pretenden difundir a democra- por todo el mundo. LAS INTERVENCIONES HUMANITARIAS ¥ LOS DERECHOS HUMANOS Porlla razones recién expuestas, Walzer se opone en general a que tun Estado interfiera en los asuntos interns de otro, por muy buenos que sean los motivos esgrimidos para esa intervencién. Ahora bien, con el tiempo, nuestro autor se ha vuelto mas dispuesto a aceptar la necesidad de ls intervenciones humanitarias, entendidas como inter- venciones por la fuerza drigidas a impedi el genocidio, la limpieza €tnica u otras violaciones graves de los derechos humanos. En este apartado, analizo los motivos que él aduce para justifcar tales inter -yenciones y me pregunto qué implicaciones tiene esto para el conjunto dela teoria politica de Walzer. En algunos casos, las intervenciones tienen lugar en circunstancias enlas que el orden politico ha sido destruido por una guerra civilo por las tivalidades entre sefiores dela guerra locales (en las que también se implican sus respectivos partidarios), por lo que no queda ali ninguna comunidad politica cuya autodeterminacién pueda verse socavada por ‘una intervencidn desde el exterior. Pero en otros, la intervencién, se dirige contra un Estado que funciona razonablemente bien y cuyas acciones no implican la supresin ni la expulsién violenta de un grupo minoritario (como sucedi6, por ejemplo, con la intervencién de la OTAN contra Serbia en 1999-2000). La tinica manera de justificares- tas iltimas intervenciones es alegando motivos que invalidan los dere- chos de autodeterminacién nacional. Walzer sostiene que s6lo ls vio- laciones a gran escala de los derechos humanos fundamentales pueden constituir motivos relevantes. Invoca asf un principio moral que, a di- ferencia de los principios que figuran en su concepcin dela justicia distibutiva, no estéligado a ninguna comunidad politica particular, ya que puede justficarse de forma independiente. Las bases sobre las que se sustenta esa postura pueden encontrarse ‘en su libro Thick and Thin (trad. cast: Moralidad en el dmbito local e internacional), en el que defiende el «minimalism moral», es decir, la idea de que existen ciertas normas morales que son comunes a todas las sociedades (como, por ejemplo, las reglas que prohiben el asesina- 24° Pensarpoliticamente to, el engafo y la crueldad extrema), que conviven junto a una moral mds densa que se ha ido desarrollando en cada sociedad y que rige las pricticas distributivas de éta asi como otros émbitos de su vida social El minimo moral puede ser expresado en forma de un mandamiento para que se respeten un conjunto de derechos humanos bisicos, aun- que Walzer no tiene reparos en admitir que el enguaje de los derechos hhumanos cala més ficilmente en unas culturas que en otras. Asi que, cuando se produce una intervencién humanitaria, es en nombre de un Principio que (si Walzer esta en lo cierto) la sociedad intervenida ya debe de reconocer, Obviamente, sus dirigentes asegurarin que sus acciones estin justificadas por la necesidad de mantener el orden pi- bilico o la integridad territorial, objetivos que, segtin afirmariin cllos ‘isms, son suficientemente importantes como para dejar los dere- cchos humanos en suspenso. Pero lo que no podran hacer es desechar la base moral sobre la que se emprende la intervencién, * ¢Qué extensién deberia tener la lista de los derechos humanos asi centendida? Walzer sostiene en el capitulo 15 (titulado «Mas alla de la intervencién humanitaria») que ésta debe limitarse en dos aspectos, En primer lugar, los derechos en cuestién deben ser aquellos sin los cuales no es posible una vida humana digna de ninguna clase (en con- creto, el derecho a la vida, ala libertad y a unos niveles minimos de subsistencia). En segundo lugar, s6lo deberiamos hablar de derechos y de violaciones de tales derechos cuando un organismo colectivo (por lo general, un gobierno) se haya dedicado a provocar estas tiltimas. Es decir, que podriamos afirmar perfectamente que, no slo los asesinatos en masa, sino también las hambrunas vulneran los derechos humanos, Pero tinicamente cuando asumimos que la hambruna en cuestién ha sido causada deliberadamente (0 negligentemente) por el gobierno de tumo, Es evidente que ésta es una concepcién mucho mas restrictiva gue la que ha venido empledndose en décadas recientes en diversas declaraciones de derechos humanos, que han extendido el alcance de tales derechos hasta abarcar gran parte de lo que los ciudadanos de las democracias liberales esperan que sus gobiernos les provean (inclui- dos, por ejemplo, unos generosos servicios y prestaciones sociales). ‘Cualesquiera que sean la virtudes de esta concepcidn mas ampli ésta «queda claramente cxcluida por la apelacién que hace Walzer a los de- rechos humanos sélo como un modo de fijar ciertos Kimites a la auto- ‘noma comunitaria que, por lo demés, él mismo aprueba y aplaude. Introduccion 25 Las intervenciones humanitarias plantean también el interrogante de qué Estados (0 coaliciones de Estados) estén facultados para em- prenderlas: de hecho, en la literatura especializada en el tema, la cues- tin de la autoridad apropiada suele ser considerada como el principal problema asociado a tales intervenciones. Walzer es rotundo al airmar ue la respuesta correcta, en general, es que «si puedes, debes hacerlo»; el problema no radica en seleccionar uno o varios entre miltiples «in terventores» potenciales, sino en encontrar algin Estado dispuesto a asumirlos costes dela intervenci6n. La cuestién més dificil, as juicio, es la de si podemos hablar con propiedad de un deber (ademés de un derecho) de intervencién cuando se constata una amenaza de genoci- dio o de algo parecido, Si decimos que existe tal obligacién, tenemos también que reconocer que las democracias estén autorizadas para exponer a sus soldados a unos riesgossignificativs en defensa de los derechos humanos de unas personas forineas, o que, en la prctica, son muy reacias a hacer. ¥ aello hay que afadir el problema de que esa obligacién debe recaer sobre todos los Estados que tengan capacidad de intervenit, lo que da pie al problema de decidir cual de ellos en concreto es el queestd obligado a actuar, Todos estos son motivos para no imponer un deber de intervencién estricto. Aun asi, Walzer se ‘muestra dispuesto a afirmar que existe una obligacin mas general de trabajar por conseguir un orden internacional en el que todos los Esta- dos protejan los derechos, por muy distintos que sean en otros aspec- tos. Ahi quedarian fijados, pues, los limites del pluralismo en la socie- dad internacional, Monautpap potirica He concluido mi seleccién de escritos de Walzer con dos ensayos de un caricter muy diferente al de los demés (se trata, ademas, del Gil- timo y del primero que se publicaron de todos los aqui recogidos, pero «80 es pura coincidencia). Ambos abordan las responsabilidades mo- rales del individuo que participa en la accién politica; més concreta- ‘mente, tratan sobre la violencia politica: cuindo puede emplearse, qué consevueucias morales se siguen de su utiizacién. Walzer, como es bien sabido, ha escrito profusamente sobre la ética de la guerra, tanto cn su libro Guerrasjustase snjustas, como en los articulos recopilados 26 Pensat politicamente cen Reflexiones sobre la guerra. Pero los temas abordados aqui son bas- tante distintos. : El capitulo 16, «Terrorismo y guerra justa», considera tanto la mo: ralidad del terrorismo como la de las respuestas a éste:es decir, lo que ppodemos y no podemos hacer dentro de la llamada guerra contra el terrorismo. Walzer enfoca estas cuestiones desde la tradicién de la guerra justa, aunque el problema que se nos plantea en ese caso es que el terrorismo se sia fuera de las reps y las convenciones encarnadas pot dicha tradicién, Los teroristas tratan deliberadamente de difumi- nara importantisima distincién entre combatientesy no combaticntes considerando a todos ellos individuos pertenecientes al grupo (una nacién, una clase, etc.) sefialado como blanco legtimo. Y a la hora de responder al tertorismo, puede resultar dificil saber dénde establecer ‘esa misma linea de separacién: zhay que tratar a los terroristas como si fucran soldados enemigos en una guerra? Sies at, codmo separamos al hombre que pone una bomba de aquellos que son sus partidarios y sus cémplices, de quienes ayudan a planear la operacién, de quienes le proporcionan cobijo, ete? La provocadora tesis de Walzer en ese ensayo es que lo que distin- gue el terrorismo de otras formas de violencia politica es la intenci6n de cdestrui,eliminar 0 someter radicalmente» a todo el colectivo con- tra el que van dirigidos los atentados; por consiguiente, su error ético ‘no reside simplemente en el uso de la violencia, por horrible que ésta pueda ser, sino en la actitud que los terroristas ‘expresat: Lucia el grupo destinatario de sus acciones. Esto significa que las campafas de violen- cia con motivacién politica emprendidas de forma més espectica con- tra las fuerzas armadas o contra los adversarios politicos, yen las que se pretende limitar os datios ocasionados a los ciudadanos de a pie, ‘no entrarian dentro de la categoria de terrorismo, segin la concepcién dde Walzer (las campatias del IRA en Irlanda del Norte, egtin él mismo sugiere, se aproximarian bastante a esa descripcién, si bien conlleva- ron tambien asesinatos aleatorios y otros atentados que las acercaron al terrorismo propiamente dicho). La consecuencia de esa afrmacién ‘¢sun ensanchamiento de la brecha que separa el terrotismo de la poli- tica: el terrorista no es alguien que haya subido su apuesta politica re- cuttiendo a la amenaza de la violencia, sino alguien que indica su nula disposicién al mas nimio trata politico con aquellos a quienes conside- a enemigos suyos. Aunque Walzer tiene toda la razén al resaltar el Ineroduceién 27 contraste existente entre la politica y el terrorismo, su forma de conce- birestedltimo no esté exenta de ciertos peligro. Y es que para derro- tar al terrorismo, acaba siendo siempre necesario encararse politica mente con los terroristas:tratarlos como interlocutores potenciales en una negociacién politica y como personas capaces, en principio, de consentir en una solucién igualmente politica en la que tengan cabida (algunas de) sus reivindicaciones. Tal como sefiala Walzer, esto se con- sigue en ocasiones trazando una distincién semificticia entre las alas politica y militar del movimiento, y entablando conversaciones con la primera de ellas. Pern ai los terroristas estuvieran, por definicién, uni- formemente motivados segtin la descripcién de Walzer —o, lo que es Jo mismo, no dispuestos a reconocer a os miembros del colectivo que cesblanco de sus ataques como «candidatos a ser sus iguales, ni siquiera aconvivir con ellos»—, nada de esto seria posible El capitulo 17, «La aecién politica y el problema de las manos su- cias», analiza la cuestién desde el otto lado, por asi decirlo: desde el punto de vista del politico que tiene que impulsar actos morales (sobre todo, actos de violencia) por el bien mayor de su comunidad politica ‘Algunas de ls formas de respuesta al terrorismo, como la de los asesi natos selectivos, constituyen un buen ejemplo. Se trata, en definitiva, de un ensayo sobre la culpabilidad politica: zbasta simplemente con Jas buenas consecuencias para descargar al politico de esa culpa? gO ddebemos dejar que luche en privado con su propia conciencia? Walzer ‘pina que ninguna de esas dos respuestas (que él atribuye a Nicolas Maquiavelo ya Max Weber, respectivamente) resulta satisfactora, ye inclina personalmente por una tercera posicién (que él asocia a Albert Camus): el politico que tiene las manos sucias deberia ser castigado por sus malas obras, aunque se le honre al mismo tiempo por el bien «que ha conseguido con ellas. Pero es evidente, como sefiala el propio ‘Walzer, que no tenemos a nuestra disposicién ningtin mecanismo para hacer algo as. Tras iniciarse considerando la separacién entre politica y filosofia, ellibro concluye, pues, reflexionando sobre casos en los que a politica parece entrar en conflicto con la moral. He afiadido una entrevista que permite que el lector aprecie cémo aplica Walzer sus ideas a los temas politicos de actualidad, incluidos algunos casos en los que el problema de las manos sucias se hace muy real. Si bien, como ya he indicado, el fin que me ba guiado ala hora de editar ese libro ha sido el de presen 28 Pensar politicamente tar a Michael Walzer como un te6rico politico dotado de una visién clara y coherente de cémo deberia ser la comunidad politica, el contac- to cara a cara con los asuntos (mucho mas turbios) de la politica con- temporsinea ha sido un rasgo constante de su produccin escrita, Seha convertido, asi, en un «critico conectado» ejemplar, no sélo de la vida politica estadounidense, sino de la politica de las relaciones interna- cionales del mundo occidental en su conjunto. Davip Minter Capitulo 1 FILOSOF{A Y DEMOCRACIA (1) El prestigio de la flosofia politica es muy elevado hoy en dia. Atrae la atencién de economistas y abogados —los dos colectivos académicos Inds estrechamente ligados a la configuracién de la politica piblica en ‘general— como no la atraia desde hacia tiempo. Y reclama también la dedicacién de los drigentes politicos, los funcionarios piiblicos y los jueces (sobre todo, los jueces) con una nueva y radical contundencia. La atraccién y el reclamo responden no tanto ala creatividad de los filéso- fos, como a que estén elaborando una obra creativa de un determinado tipo, que vuelve a suscitar de nuevo —tras un prolongado paréntesis— 1a posibilidad de descubrir verdades objetivas, «el verdadero significa- do», «las respuestas correctas», «la piedta flosofab»,y otros logros por el estilo. Quiero aceptar de entrada esta posibilidad (sin decir mucho ‘mas sobre ella) para preguntarme seguidameute lo que ésta significa para la politica democritica. ¢Qué posicién ocupa el filésofo en una Sociedad democritica? Esta es una vieja pregunta; en ella se concentran tensiones que vienen de muy antiguo: entre verdad y opinién, razén y voluntad, valor y preferencia, el uno y los muchos. Estos pares de opues- ‘os difieren entre si, y ninguno de ellos es siquiera comparable al pat formado por «flosofiay democracia», Pero juntos tienen sentido: apun- tan hacia un problema central. Los fildsofos reclaman un cierto tipo de autoridad para sus conclusiones; el pueblo reclama un tipo distinto de autoridad para sus decisiones. ¢Qué relacién hay entre ambas? Empezaré con una cita de Wittgenstein que, en apariencia,resolve- tia el problema de inmediato: «El ilésofo —segtin Wittgenstein—no « ciudadano de ninguna comunidad de ideas. E50 es lo que hace de él un filésofo»." Estas palabras suponen mucho més que una mera afir ‘macién de desapego en el sentido habitual del tétmino, pues los ciuda- «anos son sin duda capaces, en ocasiones, de hacer valoraciones desa- 30 Pensar politcamente ppegadas incluso sobre sus propias ideologis, pritica einsttuciones. El desapego que Wittgenstein propugna aqui es més radical, El filéso- fo esy debe ser alguien ajeno, distanciado no de forma ocasional (en sus valoraciones), sino sistemética (en su pensamiento). Desconozco si el fildsofo ha de ser ajeno en lo politico. Wittgenstein no excluye a ‘ninguna cormunidad, y el Estado (la polis, la repiblica, el reino 0 cual- En a larga historia del pensamiento politico, ha habido una alter nativa al desapego de los flésofos, que ha sido la implicacién de los sofistas, los crticos, los publicists y los intelectual. Cierto es que los, sofistas contra los que arremetia Platén eran hombres sin ciudad, maestros itinerantes, pero no eran en absoluto ajenos a la comunidad deideas griega. Su ensefianza tomala como punto de partida (es decir, Filsofiay democracia 31 cra radicalmente dependiente de) los recursos de una pertenencia co- miin. En este sentido, Sécrates fue un sofista, aunque result6 proba bblemente crucial para su propia forma de entender su misién como critica (y como «criticén», incluso) que también fuera un ciudadano: Jos atenienses no lo habrian considerado tan irritante si no hubiera sido uno de sus compatriotas. Pero, entonces, los ciudadanos mataron 4 Sécrates, demostrando asi —segiin se dice en ocasiones— que la implicacién y a identificacién con los eonciudadanos no son posibles cuando alguien est comprometido con la biisqueda de la verdad. Los fl6sofos no pueden ser sofistas. Por razones tanto priticas como inte- Jcctules, la distancia que potien entre sf mismos y sus conciudadanos debe ampliarse hasta provocar una ruptura de esa ciudadania compar: tida. Y posteriormente, y por motivos exclusivamente pricticos, debe volver a estrecharse de nuevo mediante el engaio y el secretismo, de manera que el filésofo emerja como Descartes con su Discurso— como un separatista de pensamiento y un conformista en la préctica Esun conformista. Y oes, al menos, hasta que se encuentra en si- tuacién de transformar la pectica en una aproximacidn més fie a las verdades de su pensamiento, No puede ser un patticipante mas en la turbulenta politica dela ciudad, pero si puede erigitse en un fundador, un legislador, un rey, un miembro del «consejo nocturno» 0 un juez (0, para ser més realistas, puede ejercer como un asesor de esas figuras, susurrando al ofdo del poder). Influido por la naturaleza misma del proyecto filoséfico, la negociacién y el acnierda muta no son muy de su gusto. Como la verdad que conoce (o dice conocer) tiene un caric- ter singular, es probable que piense que la politica debe ser también as: una concepci6n coherente, una ejecucién inflexible. En la filosofia, como ena arquitectura (y, por lo tanto, en la politica), escribié Descar- tes, lo que ha sido ensamblado pieza a picza por maestros diferentes no es tan perfecto como la obra de una sola mano. As pues, «aquellos viejos lngares que, habiendo sido inicialmente pueblos, han ido desa- rrollindose con el tiempo hasta convertrse en grandes ciudades sue- len estar (...] mal proporcionados en comparacién con los que ut?'in- seniero puede disefiar a su voluntad siguiendo un patrén ordenado».* El propio Descartes nicga tener interés alguno en la versin politica de dicho proyecto, quizés porque cree que el tinico lugar en que él tiene alguna probabilidad de imperar sin rival es en su propia mente. Pero siempre es posible una colaboracién entre la autoridad filosofica y el * 32. Pensarpolitcamente poder politico, Alrellexionar sobre esta posibilidad, el filésofe —como ‘Thomas Hobbes— puede «recobrar cierta esperanza de que, en uno w ‘otro momento, esto que escribo caiga en manos de un soberano que (..J mediante el ejercicio dela plena soberania [..] convierta esta ver- dad especulativa en utilidad préctica», Las palabras clave en estas ci- tas de Descartes y Hobbes son adisefio a voluntad» y «plena sobera- nia», La fundacién filoséfica es una empresa autoritaria. Ly Tal vez sea de ayuda una breve comparacién. Los poetas tienen también su propia tradicién de desprendimiento-implicacién, pero el retiro radical no es algo habitual entre ellos. Los siguientes versos de C. P, Cavafis no desentonarian, seguramente, al lado de las frases ya citadas de Wittgenstein; unos versos, por cierto, escritos para consolar aun oven poeta que, tras grandes esfuerzos, slo ha conseguido termi- nar un tinico poema. Ese es, segtin Cavafis, un primer peldatio y un logro nada desdefiable: Para pisar sobre esta prada csmenester que seas ciudadano por legitimo derecho de la ciudad de las ideas * Wittgenstein escribe como si hubiera miltiples comunidades (que Jas hay), pero Cavafis parece sugerir que los poetas habitan una tnica ciudad universal. Yo sospecho, sin embargo, que el poeta griego queria escribir, en realidad, un lugar ms particular: la ciudad dela cultura hielénica. El poeta debe demostrar ali su condicién de ciudadano de dicho lugar; el filésofo debe probar que no es ciudadano de ninguna parte. El poeta necesita conciudadanos: otros poetas ylectores de poe- sia que compartan con él unos antecedentes histdricos y sentimentales, ue no le exijan que explique todo lo que escribe. Sin personas como ‘6sas, sus alusiones se perderan y sus imagenes resonariin solamente en su propia mente, Pero el fildsofo teme la comunién ciudadana, pues Jos lazos de la historia y del centimiento corrompen su pensamiento. Necesita observar el mundo desde la distancia, con una mirada nueva, como si fuera un perfecto extrafio. Su desapego es especulativo, volun- Filosofia y democracia 33 tario, siempre incompleto. Sin duda, un sociélogo o un historiador inteligente sabra detectar en la obra de aquél las sefales de su época y su lugar, con la misma facilidad que las localizaria en cualquier poe- ‘ma, Aun asi, la ambicién del filésofo (en la tradicién que aqui descri- bo) es extrema. El poeta, sin embargo, es més modesto. Como escribi6 Auden: La aspiracién del poeta: ser como los quesos de ciertos valles, lucales, pesv apreciados en todas partes” El poeta puede ser un visionario o un profeta; quizis se busque el exilio, entre otros problemas, pero lo que no puede hacer —sin arties- arse a perder el juicio— es amputarsea si mismo de a comunidad de ideas, Y, tal vez por ese motivo, tampoco puede aspirar, siquiera remo: tamente, a gozar de soberania sobre la comunidad. Siespera convertir: seen un «legislador para la humanidady, tendré que ser conmoviendo asus conciudadanos més que goberndndolos. Pero incluso esainfluen- cia emocional es indirecta. «La poesfa hace que no suceda nada»* Pero eso no es ni mucho menos lo mismo que afirmar que deja todo ‘como esti. La poesia transmite a las mentes de sus lectores cierto pre- sentimiento de la verdad del poeta. Por supuesto, nada que sea tan coherente como un postulado filoséfico, nada tan explicito como un mandato legal: un poema jamés alcanza mas que a una verdad parcial ¥ no sistematica, que nos sorprende por su exceso, que nos incita con su clipsis, que nunca expone un argumento. «Aiin no he: ‘sido capaz de entender —escribié Keats— cémo puede llegar a saberse algo como cierto aplicando un razonamiento consecutivo.»’ El saber del pocta es de un tipo distinto y conduce a verdades que tal vez puedan ser comu- nicadas, pero jamais implementadas de forma directa. B) Pero las que si pueden implementarse son las verdades que los fil6- sofos politicos descubren o elaboran, y que se prestan ficilmente a to- ‘mar cuerpo legal. ¢Son éstas las leyes naturales? Pues proméguenlas. Es éste un sistema de distribucién justo? Pues institdyanlo, ¢Estamos 34 Pensar poiticamente ante un derecho humano fundamental? Pues velen por que sea respeta- do. Por qué otro motivo iba alguien a querer saber de esas cosas? Una ciudad ideal es, supongo yo, un objeto de contemplacién plenamente apropiado y hasta podria darse el caso de que «el que existao legue a existiren alguna parte no importe», es decir, no afecte ala verdad de la visién. Pero no hay duda de que seria mejor sila visin se materilizara, Platén se desdijo de una afirmacién suya anterior —pues habia escrito «quella ciudad ideal es «la tinica replica en cuya politica puede tomar parte» el fildsofo—al intentarintervenir en la politica de Siracusa cuan: do surgié ali la oportunidad —o eso ereia él— para una reforma de snspiracin flosdica.”° Obviamente, Platén jamas two intencién decon- vertirse en ciudadano de la ciudad que esperaba reformar. Lo que alega el filsofo en un caso asi es que él conoce «el modelo tal como ha sido fijado en los cielos». El sabe qué deberia hacerse, Pero no puede hacerlo él solo y, por lo tanto, debe buscar un instrumento politico. Un principe maleable es, por razones pricticas obvias, el me- jor instrumento posible. Pero, en principio, cualquier instrumento sirve: una aristocracia, una vanguardia, una administracién piblica, incluso el pueblo puede servir, siempre que sus miembros estén com prometidos con la verdad filoséfica y sean poseedores del poder so- berano, Pero esti claro también que cl pueblo es el que presenta las ‘mayores dificultades: aun no siendo un monstruo de mltiples cabe zas, &tas son, cuando menos, suficientemente numerosas como para que resulten difiviles de educar y evidencien una manifiesta tendencia al desacuerdo interno. El instrumento filos6fico tampoco puede con- sisti en una mayoria de ese pueblo, pues, en toda auténtica democra cia, las mayorias son temporales, variables ¢ inestables. La verdad es tuna, pero el pueblo tiene muchas opiniones; la verdad es eterna, pero el pueblo cambia continuamente de parecer. He aqui, en su forma mas simple, la tensiGn entre flosofia y democracia, El derecho a gobernar que el pueblo reclama para sino se funda- ‘menta en que éste conozca la verdad (aunque si podrfa descansar —como sucede en el modo utilitarsta de pensamiento— en su cono- cimiento de muchas verdades mas reducidas: es decir, en la descrip. ‘cin de primera mano que sélo los ciudadanos pueden dar de sus propios dolores placeres). A mi juicio, la manera mas convincente de expresar esa reivindicacidn no es en términos de lo que el pueblo sabe, sino de quién es. Los ciudadanos son los sibditos de la ley, ysi han de Filosofia y democracia 35 ser hombres y mujeres libres obligados a cumplir dicha ley, también deben ser sus creadores. Ese es el argumento de Rousseau. No pro- pongo defenderlo aqui, sino tinicamente considerar algunas de sus consecuencias. Tal argumento comporta convertir la ley en una fun- ci6n de la voluntad popular y no de la raz6n, como habia sido entendi- da hasta entonces (es decir, la razén, de los sabios, los jueces y as per- sonas doctas). Los miembros del pueblo son los sucesores de_los dioses ylos reyes absolutistas, pero no de los filésofos. Tal vez desconozean el ‘modo més correcto de actuas, pero reclaman su derecho a hacer lo que consideren correcto (literalmente, lo que les plazca).!! El propio Rousseau se retract6 de esa reivindicacién y la mayoria de Jos demécratas contemporsineos también querrfan hacerlo, A mf se me cocurren tres formas de retractarse y de limitar consiguientemente las decisiones democriticas, formas que expondré brevemente, tomando a Rousseau como punto de partida, pero sin aventurarme en un anélisis explicito de sus argumentos. En primer lugar, podria imponerse una li- mitacién formal a la voluntad popular el pueblo debe tener una volun- tad general. Sus miembros no pueden sefalar a un individuo o a un conjunto de individuos en concreto (salvo en las elecciones a cargos piblicos) para que reciban un trato especial. Ello no es dbice para que cexistan unos programas de asistencia publica pensados, por ejemplo, para las personas enfermas o ancianas, porque todos podemos enfermar y todos esperamos hacemos viejos. La finalidad de esa prohibici6n es impedir la discriminacién de individuos y de grupos con nombre pro- pio, por asf decirlo. En segundo lugar, podria insistirse en la inalienabi- lidad de la voluntad popular y, acto seguido, en la indestructbilidad de Jas instituciones y las prcticas que garantizan el caricter demoeritico de dicha voluntad popular: las asambleas, os debates, as elecciones, etc. El principio bisico consistrfa en que el pueblo no puede renunciar en el ‘momento presente a su futuro derecho a tener una voluntad (o, por de- cirlo de otro modo, en que ninguna renuncia de ese tipo puede ser leg tima ni efectiva desde el punto de vista moral). Tampoco puede negar ‘un grupo de entre sus miembros —tenga éste nombre propio ono—el derecho a participar en futuros ejercicios de la voluntad popula. [Ni que decie tiene que estas dos primeraslimitaciones abren la puerta ‘cierta formas de reexaminacién de la decisiones populares, a una cier- ta imposiciGu —woutia el propia pucbly, si e uexesatie— de lucha contra la diseriminacién y por la democracia. Quienquiera que em- 36 Pensar politcamente prenda esa reexaminacién y esa imposicién tendri que emitr juicios sobre el caracter discriminatorio de fragmentos concretos dela legisla- cin y sobre el significado para la politica democritica de determina- ds restricciones a la libertad de expresién, de reunién, ete. Pero es0s juicios o valoraciones, aunque no pretenda yo subestimar aqué ni su importancia ni su dificultad, serdn de efectos relativamente restringi- dos comparados con lo que requiere la tercera limitacién, Y es en esta Sltima en la que quiero centrar mi atencién, ya que no creo que los fi- lésofos de la tradici6n heroica puedan contentarse solamente con las dos primeras. En tercer lugar, pues, el pueblo debe querer lo que sea correcto, Rousseau dice que debe querer el bien comin, y lega incluso ‘argumentar que el pueblo querré el bien comiinsies verdaderamente ‘un pueblo, una comunidad, y no una mera suma de individuos egoistas y de colectivos corporativos."*Lo que parece subyacer a esta imitacién eslaidea de que existe una tnica (aunque no necesariamente exhausti- va) serie de leyes correctas 0 justas que el pueblo reunido en asambles, Jos votantes o sus representantes, quizés no acierten a aprobar. Estos se equivocan en suficientes ocasiones como para que sea precisa la guia de un legislador o la restricciGn de un juez. El legislador de Rousseau no es mas que el flésofo enfundado en su atuendo heroico, y aunque el ginebrino niega a éste el derecho a coaccionar al pueblo, no deja dd insistir en su derecho a engafiarlo. Ellegislador habla en nombre de Dios, no de la filosofia.” Podria buscarse un engatio paralelo entre los jueces de nuestro tiempo. En cualquier caso, esta tercera limitacién es Ja que seguramente plantea los interrogantes mas erios acerca del ar gumento fundamental de Rousseau: que la egitimidad politica descan- sa.en la voluntad (el consentimiento) y no en la razén (la correccién). [4] Elargumento fundamental puede enunciarse de un modo aproy

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