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Jesus, tu eres mi vida Alejandro Bullon Introducci6n En la vida de un pastor hay situaciones que le oprimen el corazén, Aquella era una de esas. El hombre que hablaba conmigo, sentado en actitud de fracaso frente de mi escritorio, era un anciano de iglesia. “Estoy cansado de luchar”, me dijo. “Son trein- 1 afios de intentos frustrados. Dios sabe que desde el momento en que conocf la verdad, luché, hice mi parte, me esforeé, pero parece que no consegui na- da, No aguanto més, pastor, y pienso que lo més hhonesto de mi parte serfa abandonar la iglesia antes ‘que vivir la hipocresfa de una vida fracasada”. Después me hablé de la sensacién de estar per- dido, de su inseguridad en cuanto a la salvacién, desu miedo de perder la vida eterna, del pavor de Ta condenacin. «Dende estaba la vida abundante que Cristo prometi6? Dénde estaban la paz, la felicidad y el descanso que él ofreci6? 2Es posible alcanzar la victoria sobre el peca- do? Es posible vivir una vida de obediencia co- mo la que vivié Jesis? ;Por qué, entonces, cuan- 4 tas més promesas hacemos y cuanto més nos es- forzamos por obedecer por nosotros mismos, sin su ayuda, tanto més parece que nos distanciamos de nuestros objetivos? {Qué sucede con nosotros? Este librito fue es- ito con el propésito de responder algunas de esas Preguntas. El andlisis de algunos incidentes, que tuvieron lugar durante el ministerio de Cristo y la observacion de la experienéia de algunos hombres biblicos victoriosos, serd de gran ayuda para per- mitimos comprender que es posible vivir una vida de victoria completa sobre el pecado. Después de todo, el Gltimo libro de la Biblia esté lleno de pro- mesas maravillosas “al que venciere”. Sies asi, la Victoria debe ser un hecho real. Aqui, y ahora. Us- ted y yo podemos ser vencedores en Jestis. ;C6- ‘mo? Lea las paginas siguientes con oracién y lo descubriré El Autor Capitulo 1 Historia de las tres cruces “Y uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si ti eres ‘el Cristo, sdlvate a ti mismo y a nosotros. Respondiendo el otro, le reprendié, diciendo: Ni aun temes ti a Dios, estando en la misma ‘condenacién? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos To que merecieron nuestros hechos; mas éste ningtin mal hizo. ¥ dijo a Jestis: Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino. Entonces Jestis le dijo: De cierto te digo que hoy estards ‘conmigo en el paratso”. Lucas 23:39-43 Habfa dos caminos que salfan de Jerusalén, Uno de ellos descendfa a Jericé y el otro subfa en direccién al Gélgota. A lo largo del primero, los bandidos y asaltantes vivian su vida corrupta, ro- bando, violentando y aterrorizando @ los inocen- tes viajetos. A lo largo del segundo, estos mismos bandidos pagaban el precio de su vida delictuosa, evando sobre sus hombros una cruz para ser ‘muertos en la cima de la montafia. Aguel lugar era llamado el “Lugar de la Cala- vera”, porque alli se ejecutaba a los delincuentes. En aquel tiempo no habia otra manera més cruel y hhumillante de castigar a una persona. Ni la mo- derma silla eléctrica, la guillotina o Ja horca pue- den ser comparadas con la desgracia y el misera- ble suftimiento que soportaba el malhechor sus~ pendido en la cruz. Bran minutos y horas, murien- do lentamente. De dia, el sol quemaba sin piedad sus cares; y de noche, el viento helado de la ‘montatia castigaba el cuerpo debilitado del mori- bundo. La muerte en la cruz era el simbolo de la muerte del pecador que va muriendo lentamente, atormentado por el sol de 1a culpabilidad, o por el frio helado de la conciencia, afligiéndolo siempre ¥ griténdole interiormente: “Tai no sirves, no pue- des, nunca logrards salir de aqui. Todo lo que me~ ‘eces es la muerte”. Habfa momentos en que el condenado implo- aba la muerte, Era preferible morir a vivir mu- riendo, Usted, jse sintié asf alguna vez"? Tres cruces se levantaban en esa cima de la ‘montafia, y tres transgresores estaban listos para ‘morir. Los ladrones habfan quebrantado la ley de Roma. Jestis, la ley de Jerusalén. Ellos haban uebrantado la ley de Dios. Jestis s6lo habia viola- do la tradicién. El legalismo nunca se dard cuenta de Ia diferencia En medio de aquellas cruces pendia Jestis, su- puestamente el peor de los tres. ;Pens6 alguna vez. en el significado de aquella muerte? La mi- siGn de Jesiis habfa sido siempre la de salvar a los pecadores. Vivid con ellos, los busc6 donde estaban y los encontré, los amd, los perdioné, ios transform6, y ahora moria entre ellos. Pas6 las tiltimas horas de su vida en compaiia de los pe- adores, no con los ciudadanos que se creian buenos y rectos, sino con ladrones, asesinos y asaltantes tan crueles que habjan sido amarrados a la cruz para morir como bestias del desierto, exterminados como animales salvajes, porque el mundo habia perdido la esperanza de poder re- formarios. La iglesia tiene que recordar siempre que su gran Maestro, el Sefior Jests, vivié y murié entre los pecadores para poder salvarlos La iglesia nunca debe olvidar que su gran Ma- estro crey6 en los peores seres humanos. Gracias a fe Dios que fue asi, y que siempre es asf, y que con- tinuard siendo asi. Si asf no fuera, ,qué serfa de usted y de mi? Puede haber un momento en la vida en que, cansados de resbalar vez. tras vez, nos miramos en el espejo de la vida y clamamos desalentados: “De nada vale seguir, yo nunca lo conseguiré”. Puede ser que por alguna circunstancia estemos 2 punto de perder la confianza en nosotros mis- ‘mos. El mundo no cree ms en usted. La familia tampoco, ni la iglesia, ni las personas més cer- ccanas, y ni usted mismo; pero, por favor, mire a Ta cima de la montafia y vea a su amigo Jestis muriendo y gritando: “Hijo, yo creo en ti, para mi no eres un caso perdido; si no fuera asf, ,por qué piensas que estoy aqui colgado entre ladro- nes?” La crucifixién revel6 lo que hay de peor en el coraz6n humano, concentrando toda su vileza y ‘odio en la persona de Jesis. Allf,en el Monte Cal- vario, tres hombres se miraban uno al otro en el ‘momento de la muerte, Parte de la tortura era con- templar Ja agonia del hombre de al lado. De repente, uno de ellos miré a Jests y le dijo: “Sofior, sit eres el Cristo, sflvate a ti mismo y a nosotros”. Ese hombre mantenfa su orgullo y jus- acién propia hasta el final. El dijo “si”, palabra 9 ridiculizante de duda y acusacién que los hombres contindan usando hasta hoy. En realidad, lo que é1 estaba diciendo era: “Ti no eres mejor que yo. Ti necesitas tanta ayuda como yo y todavia mas por- ue estés en el medio. Ti dices que eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel: Quiero ver si consigues hacer alguna cosa ahora”. 4Se da cuenta de que mientras Cristo crefa en los hombres, éstos siempre dudaban de él? El la- drén dijo: “Si t6 eres el Cristo, svate ati mismo Y¥ @ nosotros". Los sacerdotes dijeron: “Si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y eree- remos en él”. Satands dijo: “Si eres Hijo de Dios, héchate abajo”. Las mentes dominadas por la duda reclamaron siempre una demostracién de poder, como si el poder fuera capaz de hacer lo que no habia hecho el amor. Siempre el anhelo supremo del ser humana fue verse libre del suftimiento, “Sélvate a ti mismo y a nosotros también”, pedimos. En su lugar, nosotros descenderfamos de la cruz si pudiéramos, pero Je- siis sufti6 solo por el pueblo que amaba, por aque- los que le escarnecfan con el terrible “si...” Testis no castig6 aquella falta de fe. Tan solo pidi6 per prendieron el amor redentor de Cristo, que “se ‘quedaron con é1 aquel dia”, no pueden dejar de testificar. Ahora entiendo lo que Elena G. de Whi- te dice cuando afirma que: “Cada verdadero dis- cfpulo nace en el reino de Dios como misionero".® El testimonio nace de Ia experiencia. “Hemos ha- lado al Mesfas”, * dijo Andrés. Nadie me lo con- 16, no of acerca de él, “yo lo vt", “yo lo encontré”, “yo lo vivi". Ahora pregunto. gSalié Andrés corriendo y golpeando la puerta de los extrafios para contar- Jes su descubrimiento? No. El texto afirma que él “hall6 primero a su hermano Simén”.* Simén, ademas de ser hermano de Andrés, era compafie- ro de trabajo. Ambos eran pescadores. Esté pro- ‘bado que el testimonio es mucho mis eficaz ‘cuando se lo usa con un conocido que con un ex- trafio.® Jestis le ordené al hombre que curé en la jerra de los gadarenos que fuera a su casa y a sus amigos, y les contara las cosas que Dios habfa hecho con 1 No se esperaba que se acercara primeramente a los desconocidos o viajara a un pafs distante. Jesés dijo: “Ve a los tuyos”, a tus amigos, a tus compaficros de trabajo, de estudios, a tus vecinos. Se le pidié que, inicialmente, con- 6 tara lo que Jestis habfa hecho en su favor. La dindmica det testimonio es como una bola de nieve, “El siguiente dfa quiso Jess ir a Gali- Tea, y hallo a Felipe, y le dijo: Sfgueme. Y Felipe era de Betsaida, Ia ciudad de Andrés y Pedro, Fe- lipe hallé a Natanael, y le dijo..”* ;Se da cuenta de la dinémica? Andrés, Pedro, Felipe, Natanael. ‘Uno conténdole al otro: “Hallamos al Mesias”. Asi ¢8 como Dios a planeado cubrir la tierra con su evangelio. Este concepto biblico del testimonio acaba con todos los temores que las personas sufren, y que finalmente terminan en la falta de voluntad de par- ticipar en el trabajo misionero. Veamos cuales son €s0s temores: Primero, nuestra inseguridad espiritual, Se nos hace dificil convencer a los demas de que Dios los aceptard como son, si nosotros mismos no esta~ ‘mos convencidos de que él nos acept6 como éra- ‘mos. Es dificil presentar a Jestis a los dems si no- sottos mismos no lo conocemos. El segundo es el temor a fracasar. Preferimos dejar ese trabajo para los de “més experiencia”. Pero, en la obra de Dios, querido amigo, el éxito o el fracaso nunca fue de nuestra responsabilidad. ‘Volvamos al texto: Andrés, “hallé primero a su hermano Simén, y le dijo: Hemos hallado al Me~ 76 ~=$-—-@-—_—_-----—— sfas”, y lo Hev6 a Jestis, Esa es nuestra mision. Llevar a los hombres a Cristo. El se encargard de trabajar en el corazén humano. El tercer temor es el de no tener el conoci- miento necesario para responder las preguntas y Jos argumentos que puedan aparecer. Acuérdese: Si estamos hablando de testificar, es decir, de ha- blar de lo que Cristo hizo por nosotros, es de su- poner que conocemos la historia mejor que nadie. Noes preciso que los cristianos se transformen en tedlogos y aprendan griego y hebreo para contar Jo que Cristo hizo por ellos. ‘La otra objecién para no testficar es la falta de tiempo. Nuevamente esta objecién se basa en el fal- so concepto de que el testimonio es una actividad adicional en nuestro programa diario. Muchos pien- san que la tinica forma de testificar es salir y dedi- car horas y horas hablando con extrafios y distribu- yendo publicaciones en la calle. Pero para el que ‘mantiene una relacién con Jesiis y tiene algo que decir, testimonio se transforma en un estilo de vi- da. Hablar de Jesiis a nuestros familiares, a nues- {tos compafieros, vecinos, amigos, a los que nos et contramos en nuestro diario vivir, en la hora del al- muerzo, en el recreo, en el trabajo, en los deportes, ‘en el Viaje, no exige una porcién extra de tiempo. ” ‘Ahora quiero invitarlo, mi querido amigo, a participar de la maravillosa experiencia de con- tarle alos demas lo que Cristo hizo por usted. Es- ‘coja hoy a un amigo, un pariente, un compafiero ‘un vecino, y cuéntele lo que Cristo significa pa- ra usted, REFERENCIAS 1. Juan 14: 6. 2.4uan 11:25. 3.1 Juan 5:12. 4. Hechos 4: 12. 5, Bl camino a Crista, p. 68. 6, Galatas 5: 19. 7. Eleamino a Cristo, pp. 72,73. 8. bid, p.57. 9. Romanos 14: 23. 10, Juan 6:37. 11. Bl camino a Cristo, pp. 29, 30. 12.1 Corintios 6: 19. 13, El camino a Cristo, p. 72. 14, Told. p44 15, Marcos 10:47. 16. Mateo 19: 14. 17. El camino a Cristo, p. 71 18. Isafas 64:6. 19, Bl camino @ Cristo, p70. 20. El Deseado de todas las gentes, p. 166 21. Juan 1:41 22. Wan 1:41. 23. Mario Veloso, Comentario det Bvangelio de Juan, p. 61 24, Marcos : 19, 20. 25, Tuan 1:43, 44,

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