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Elisabeth Roudinesco HISTORIA DEL PSICOANALISIS EN FRANCIA. | (1885-1939) Editorial Fundamentos estd orgulloss de concribuir con nvis del 0,7% de sus ingresos {os palses en vias de desareollo y 2 fomnentar el respeto alos Derechos Humanos através iar el desequilibrio frente a diversas ONGs. Este libro ha sido impreso en papel ecoldgico en cuya elaboracién no se ha utilizado claro gas. Tilo original: La Bataille de cent ans. Histoire de la prychanalye en France, Volume 1 (1885-1939) © Editions du Seuil, 1986. 27 rue Jacob. Paris (Francia) © En la lengua espatiola para todos los paises Eel Fondiment . Caracas 15. 28010 Madrid. Sf 91 319 96 19 E-mail: fundamentos@infornet.es Primera edicién 1988 Segunda edicién 1999 ISBN: 84-245-0517-4 Depésito Legal: M-44,273-1999 Impreso en Expafia. Printed in Spain ‘Composicis Impreso por: Printing Book, S. Disefio de cubierta: Fernando Fernindez ‘Quedan rigurosamente prohibidas, sin la aurorizacion escrita de los tirulares del Copyright, cidas en las leyes, la reproduccién toral o parcial de esta obra por cual conocer, comprendidas la reprografis, el tratamiento informstico, y la quiler 0 préstamo pablico. wwier medio © procedimiento, conocido o por sebucién de Gemplaes de cla mediante ae Sila relatividad resulta justa, los alemanes dirén que soy alemén, los suizos que soy ciudadano suizo, y los franceses que soy un gran hombre de ciencia. Si la relatividad resulta falsa, los franceses dirdn que soy suizo, los suizos que soy alemén, y los alemanes que soy judio. Albert Einstein NOTA DEL TRADUCTOR Cuando lei por primera vez La Batalla de cien ahtos de Elizabeth Roudines- co, me quedé impresionado por la importancia de su trabajo, para poder com- prender, hilo a hilo, las vicisitudes de! saber sobre el deseo en el despertar dei siglo XX. Este primer volumen fue durante mucho tiempo mi libro de cabecera, y no sdlo por el interés de su “andlisis del psicoandlisis”, sino también por las pers- pectivas que abre en el estudio de Ia historia, inscribiéndose en el linaje de los trabajos de un Michel Foucault, Roland Barthes o Michel de Certeau. Pensé inmediatamente en la situaci6n del psicoanalisis en Esparia; acallado durante tantos afios por la mojigateria de la historia reciente, la cerrazén de lo universal en la universidad espanola, y el birli-birloque que, en los albores de nuestro siglo, ya empezaba a transformar las ideas en erudicion. La penetraci6n del psicoanélisis en Espana se efectuia, después de la guerra y sus exilios inevitables, a partir de América del Sur, unas veces con el retorno de algunos espafioles que alli se refugiaron y otras con los hispanoamericanos que, a su vez, huyeron del ruido de las botas. Si afadimos a los alumnos formados en los paises anglosajones o en Suiza, obtenemos una ensalada de acentos, en donde cada vez es mas dificil encontrar lo especifico de Espana en lo que al deseo inconsciente se refiere. Sin embargo no se puede pretender que el deseo inconsciente no ha dejado huellas en Espana: De Raimundo Liull, que escribe en ia Edad Media e! Libro del Amigo y del Amado, en catalan (su lengua materna), e introduce la cuestién del goce, pues para él, placer y dolor no se diferencian, hasta Unamuno o Garcia Lorca, con sus respectivas agonias, que se quieren escapar del pensamiento car- tesiano y abrir heridas, ya sea en el corazén de los hombres o en el Publico en general, pasando por Juan de la Cruz y Teresa de Avila, que mas alld del trance, fundan sus monasterios a partir de las Moradas interiores, o por Quevedo y sus Suefos... y se me olvidan algunos, como Clarin, que publica la Regenta diez anios antes que los Estudios sobre la histeria de Freud, y hace de su Ana O. de Vetusta un personaje no menos conocido que su homénima de Viena. O aquellos otros de quien todavia no sé por no haberlos leido o frecuentado. Cuando se pone a hablar del deseo inconsciente, el psicoandlisis disloca jos lugares en donde creemos estar; traducir también es un dislocar verbos y cons- trucciones extrafias, para imprimir el acento de una lengua, que se vuelve com- prensible de repente, nuestra, pero diferente al mismo tiempo, porque viene de 9 otro lado, y no podemos reducir por completo lo que en ella hay de extrario. Sino, en vez de traducir creamos, y el Don Juan de Moliére se convierte en la tra- duccién inspirada del Convidado de piedra de Fray Gabriel Téllez. Al traducir este libro, no he querido crear a mi vez algo diferente de lo que la autora habia escrito. Mis dieciséis anos de estancia en tierras de Francia, me han hecho dudar del castellano, y mas que producir una escritura que limpie, brille y dé esplendor a mis raices lingdisticas, he tratado de respetar al maximo el pensa- miento y la comprensi6n del lenguaje de otro, transcrito a mi propio idioma. He querido dislocar la sintaxis francesa, sin destruir su extraneza. Transfor- mar el acento: darle acento espanol a una Batalla de cien anos a la que asistimos desde lejos, mas alld de los Pirineos y que hoy surge por fronteras dispersas, sin que se puedan establecer sus limites y sus leyes, integrar el magisterio interno de sus triunfos y de sus fracasos, pues el fracaso interviene también en la integra- cién de la Ley. La historia del psicoandlisis en Francia, que Roudinesco nos describe, no se encierra en sus propias fronteras; por el contrario, desmenuza situaciones e in- fluencias desde tres horizontes diferentes: la historia documental y sus millares de notas y referencias, el anélisis historico, salvaguardando la perspectiva psi- coanalitica, que le hace heredera de uno de los mayores textos de critica historica que conozco, y la proyeccién historica, en donde nuestra autora efectia la intem- poralidad de lo inconsciente, imaginando lo que no ha ocurrido y que, sin embar- go, funciona como si hubiera estado alli desde siempre, agazapado en repliegues de palabras y desencuentros. La lectura de este andlisis puntiagudo de la situacién del psicoandlisis en Francia, nos puede permitir que colmemos el vacio de nuestra propia historia en este campo; no la falta de historia del psicoanélisis, sino la manera de percibir lo que la historia nos cuenta. Que cuestionemos los hitos de la enfermedad nervio- sa en Espana, desde la neurologia que Ramon y Cajal abraz6 por el azar de su afi- cién a la fotografia, hasta la neurocirugia del profesor Vara en Valladolid, por ejemplo, que tantas lobectomias nos depar6. La historia de las histéricas que Roudinesco analiza en la primera parte de este libro, nos puede recordar los momentos cumbre de la maternidad espariola, y ef despertar de una mujer desalienada, en donde lo femenino ya no es sdlo lo genital del utero, ja obligacién de ser madre y callada sin derecho a deseo, ocon derecho a ejercerlo solamente en la tirania del hogar; en donde |o femenino es lo desconocido en cada uno de nosotros, /a llamada de un vacio que no se rinde ante el imperio de la ciencia, la desazon de Ia virilidad ante el deseo, la relacion tan estrecha entre lo femenino y la Verdad. Ignacio Garate Martinez ADVERTENCIA Es la primera vez que se publica una historia completa de la introduccién y el ejercicio de! psicoanalisis en Francia. Este libro es e! primer volumen de una aventura que toma como hitos el ano 1885, en el que Sigmund Freud hace un viaje de estudios para ver al neurdlogo Jean Martin Charcot, y el afio 1981, fecha de la muerte de Jacques Lacan cuya trayectoria comienza en los afios treinta y llega a su apogeo entre 1950 y 1970, durante las crisis que golpean, en esta época, al movimiento psicoanalitico francés. Si se afiaden los pocos afios que si- guen tras esta muerte, seran cien en total. El tiempo de la batalla no es el de la guerra, sino un momento privilegiado de ella, en el que la historia de una doctrina se confunde con la de sus crisis, en el que las crisis dan testimonio de la implantacion de una doctrina, de sus derrotas o de sus victorias. La autora cuenta la historia del psicoandlisis a partir de sus ba- tallas, utilizando herramientas tedricas forjadas por el psicoanélisis mismo: una historia de! psicoandlisis no puede dejar de lado una interpretacién psicoanal ca de la historia. La primera etapa vuelve a trazar el descubrimiento de la histeria en el hospi- cio de la Salpétriére, mas tarde el desmembramiento de la doctrina de Charcot asi como las huellas dejadas por su ensefianze en la literatura y sobre todo en la obra de Maupassant. Se efecttia luego un desvio por Viena, en donde se forma, en el seno de un 4mbito judio particular, el primer circulo psicoanalitico. Luego se aborda el con- flicto entre Freud, Jung y la corriente psiquidtrica de Zurich, para desembocar en el arranque del movimiento psicoanalitico internacional, verdadera conquista del oeste para la doctrina freudiana. En estas tres escenas se despliegan refundi- ciones y batallas que esclarecen las modalidades de introduccidn del psicoanali- sis en Francia. El retorno al territorio francés comienza con une recension de las diferentes corrientes ideoldgicas ligadas a la teoria de la heredo-degeneracién: ésta no es solamente una doctrina psiquiatrica sino también una manera de pensar que atraviesa, sobre todo, la constitucién de la forma moderna del antisemitismo, en el crisol del asunto Dreyfus y por el lado de la generalizacién del darwinismo so- cial. Se cierra este capitulo con Ia llegada de la psicologia ampliamente fundada en la hostilidad al pretendido “pansexualismo” freudiano. La historia de los Doce relata el destino de la primera generacion de los psi- coanalistas franceses, la de los fundadores de la Sociedad Psicoanalitica de Paris, an creada en 1926, El estudio de este periodo nos lleva hasta 1939, con incursiones, para comentar ciertos textos, en el periodo de posguerra. En contrapunto, se en- cuenta la recension de la primera generacién de psiquiatras del Grupo de la Evo- lucién Psiquidtrica, fundado en 1925. Estos representan la corriente de la nueva psiquiatria dindmica y entre ellos se encuentran, en mayoria, psicoanalistas de la SPP. El itinerario de Jacques Lacan y de la segunda generacién de psicoanalistas, que comienza en el periodo de entreguerras, sera tratado en el volumen Il, asi como la aventura de los salones literarios y de los otros modos de penetracion del freudismo en esta época. A ello se afiadira la historia del movimiento psicoa- nalitico francés desde 1945 hasta nuestros dias. Habra un espacio para las escue- las jungiana y adleriana, tardiamente implantadas en Francia y marginales con respecto a la importancia de! movimiento freudiano. Algunas cuestiones tedricas, en las que se marca una continuidad entre la obra de Lacan y la de los fundadores de la primera generacién, son tratadas desde el primer volumen, sin respeto a la estricta cronologia. Lo cual permite si- tuar la emergencia de un corpus conceptual y romper con una leyenda seguin la cual no estaria vinculada al contexto francés y seria de inspiracién exclusivamen- te freudiana. La obra y la posicién innovadora de Jacques Lacan encontraran su lugar en el volumen Il. Sistematicamente se haran las lamadas que sean necesa- rias de un volumen a otro. El empleo de términos como psicoanilisis francés, americano, vienés, ale- man 0 judio es impropio. Sélo se utilizan aqui “metaféricamente” o para ser atri- buidos a los autores que los han definido en el marco de un proyecto ideoldgico. No hay psicoandlisis francés, sino una situacién francesa del psicoandlisis, tan especifica como la de otros paises. La teoria, como el pensamiento, no tiene ni fronteras ni patria, pero las condiciones en las que se ejerce son siempre nacio- nales y lingiiisticas. La historia de la situacién francesa del psicoandlisis es la historia de este libro. 12 PRIMERA PARTE EI descubrimiento de la Histeria ~jAh! Si, continuaba Félicité, es usted precisamente como la Guerine, la hija del compadre Guerin, el pescador del Pollet, que conoci en Dieppe antes de venir a su casa. Estaba tan triste, tan triste, que al verla de pie enelumbral de su casa, daba la impresion de una sébana mortuoria tendida ante la puerta. Parece ser que su mal era una especie de niebla que tenia en la cabeza y nada podian nilos médicos ni el cura. Cuando le daba muy fuerte, se iba sola alaorilla del mar, de tal modo que el teniente de aduana, al hacer su inspecci6n, la encont:3ba a menudo tendida sobre el vientre y llorando sobre los guijarros. Luego, tras su boda, se dice que sele paso. -Peroa mi, seguia Emma, me vino tras la boda. Gustave Flaubert CAPITULO! “De esas Causas Genitales” 1. La escuela de los cadaveres Paris, septiembre de 1885: el viajero descubre una ciudad moderna separa- da por las riberas de un rio gris. Corriente arriba contempla el Sena y le gusta ese olor de rio lleno de recuerdos. Un barquero le habla de muertes misteriosas que acarrean en sus cuerpos ~estrangulados por el frio y comidos por los insectos— relatos de una vida siniestra. Las leyendas del rio cuentan la tragedia de una so- ciedad, dramas intimos y triviales farsas. El viajero mira las grandes arterias de una gran ciudad recientemente pavi- mentada; imagina revueltas sangrientas, la apresurada construccion de las barri- cadas y los fuegos de los versalleses; quince afios ya: la Comuna esta en las maz- morras del olvido, se diezmo a los jefes de la revolucién y los federados fueron deportados; desde 1880 estan amnistiados pero vencidos; se ha muerto Marx y los socialistas se integran en la vida parlamentaria de la lll’ Republica. En el brumoso calor de la mafiana, intercambia con un batelero del Pont- Neuf amargas palabras sobre las enfermedades que siembran temor en la opi- nién piiblica. El buen hombre sabe que el cdlera viene de una comarca misteriosa, dicese que de Bengala, donde hace estragos sin parar. La progresidn de los intercam- bios comerciales y de la navegacién contribuyeron a su diseminacién por China, Iran, Siria, Egipto, y luego por toda la cuenca mediterranea. Conoce por su padre el relato atroz de la primera de las seis pandemias. El viajero es un hombre de ciencia encargado de recoger testimonios de la memoria colectiva. El batelero le cuenta los estragos de la gran enfermedad: la transmision directa opera por via oral, ingestion de agua o de alimentos contami- nados, por contactos con heces impuras; més terrorifico atin es el contacto indi- recto; hay que desconfiar de las ropas himedas, de frutas y legumbres consumi- das crudas y lavadas en agua malsana. La plaga se lleva pobiaciones enteras; los hombres mueren con atroces convulsiones. El cuerpo se deseca, los miembros se atrofian y se vuelven negruzcos, E! enfermo adelgaza a ojos vista, vaciandose de sus materias y de su sangre. Son braseros los pueblos, las ciudades cemente- rios, Se habla de un castigo colectivo enviado por una tormenta en la que la pala- bra de Dios parece un rugido del infierno. El viajero informa también a su interlocutor: un sabio aleman, el doctor Ro- 17 bert Koch, acaba de descubrir el germen de la muerte negra. Ha anunciado la pro- xima desaparicién de la plaga. Pero el hombre permanece inmévil, incrédulo y cerrado. La conversacién se desvia entonces hacia las escrofulas que porta la Dama de las Camelias, a causa de sus pecados carnales. El hombre no sabe leer pero esta al corriente. Circulan rumores. Se cuenta que esta mujer enclenque, que co- nocié la miseria en su infancia, cometiendo luego incesto, ha tomado revancha. Pero vencida en su cuerpo por la consuncién, tuvo que renunciar al amor y ala maternidad para morir sola. El barquero /e cuenta al viajero el itinerario horrible de la mujer tisica, hacia el matadero, para beber de un trago sangre de animales. Intenta el extranjero explicarie de nuevo los progresos de la ciencia, los méritos de ese mismo sabio aleman que ha descubierto el bacilo de la tuberculosis un ano antes del descubrimiento del vibridn del célera. Anade incluso el giro de! pa- sado siglo: la publicacién por el célebre Morgagni, en Venecia, de un importante tratado de anatomopatologia, y la publicacién, en Viena, de una obra de Auen- brugger sobre la exploracién del trax por percusidn. Estos trabajos permitieron que Laennec y Corvisart, dos médicos franceses, hicieran considerables progre- sos en el senalamiento y tratamiento de la enfermedad. Sigue hablando el bate- lero de las taras de la pecadora. Asocia las escréfulas con la faz del morbo Glico. Invoca la imagen piadosa de la Inmaculada Concepcién para conjurar el pagano nombre de Venus, diosa zalamera y responsable de las brujerias que surgen del Utero de las mujeres. El viajero no sabe disociar bien la sifilis de la histeria, pero siente confusamente que una es enfermedad de los organismos y la otra una extrafia excitacion de los ner- vios. Querria explicarle a su compaiero las dos doctrinas que se enfrentan a pro- pédsito del origen del morbo Galico: la “colombina” afirma que la enfermedad fue traida del Nuevo Mundo por los marineros de Cristobal Colén; por el contra- rio, la tesis “unicista” estima que existid desde la Prehistoria y que fue confundi- da con otras plagas, sobre todo con la lepra. E! extranjero supone la presencia de un agente responsable, como en el caso de la tuberculosis. No sabe nada mas, pero el origen colombino le parece sospechoso. Esté convencido, en cualquier caso, del caracter hereditario de la enfermedad. El batelero ya no escucha a su compafiero que le pide que le conduzca al gran hospicio de la Salpétriare y comprende el hombre que quizé el extranjero esté enfermo de morbo Galico, sea tisico, artista, nervioso o alcohdlico. Aterrori- zado, invoca el recuerdo de sus antepasados, muertos de lepra o de célera Atraviesa el viajero las puertas de la Salpétriare y descubre un vasto edificio formado por casas de una planta dispuestas en cuadrilateros y rodeadas de jardi- nes. Este antiguo arsenal construido bajo Luis XIV y destinado a fabricar salitre, abrigaba antano a una extrana poblacién de alienados. Se reservaba el hospicio para las mujeres y las jovenes; en 1657, se publica la decision de encierro de los pobres, al son de las trompetas, y se pegan carteles en todos los muros de la capi- tal. Se prohibe la mendicidad y se encomienda a un nuevo cuerpo de policia: los Arqueros de Paris, la misién de internar a los mendigos, a los vagabundos, a los locos, El gran encierro se produce sin incidentes; durante mucho tiempo la Sal- pétriére es el mayor hospital de Europa y contiene de ocho a cinco mil pensiona- rios. Las mujeres alcohdlicas y las prostitutas avecinan con los ancianos demen- 18 tes y con los nifios retrasados. Se aisla a las locas en el pabellén especial de incurables y se les abandona asi, encadenadas y medio desnudas en medio de sus inmundicias; a través de los barrotes de una reja se les distribuye una comida compuesta de sopas frias y desperdicios; comen sobre la misma paja que les sirve de lecho. Las epilépticas cuentan pesadillas, historias de miembros truncados, de mares inflamados, se ven devoradas por especies de crustéceos con cabeza de pajaros; los gritos, los llantos, las lamentaciones, las contorsiones, dan a esos edificios el aspecto de una mansion embrujada, que surge de las tinieblas de la Edad Media. Las histéricas cuidan de sus compafieras simulando sus enfermeda- des de maravilla; estan poseidas por la mania de poner en escena el sufrimiento de los otros: poseen el genio de la risa, de las tragedias y del sollozo; se parecen a los acrébatas, a los bufones; mojadas y aullantes, desarrapadas, muestran la locura del mundo, la miseria del pueblo, Como el Hétel-Dieu, gigantesco lugar para morir, la Salpétriére da testimo- nio del estado del saber médico en el que el asilo y el hospicio son cortes de mila- gros habitadas por la gangrena y la escasez. Bajo la monarquia de Julio, Paris su- frid una epidemia de colera, los médicos no saben si se trata de una enfermedad “contagiosa” o “infecciosa” y !a nocidn de contagio les inspira verdadero terror. En la Academia de Medicina se pronuncian, con veinte arios de intervalo, dos fra- ses parecidas: “Incluso si el colera fuera contagioso, seria un deber silenciarlo” (1849); “si la tisis es contagiosa, hay que decirlo en voz baja” (1867)'. Aun veinte afios mas tarde, en 1886, el sexo da miedo; se sitda, en boca de Charcot, al mismo nivel que la enfermedad contagiosa: “No hay que hablar de causas geni- tales de la histeria”, les murmura a sus alumnos en la oreja. Aunque la cirugia se haya convertido en una practica noble bajo el impulso de “los vendadores de Ilagas” que recorrieron a partir de Valmy los campos de batalla de Europa, esté marcada todavia por la herencia de los barberos artesa- nos. Justo antes de principios de siglo, Xavier Bichat, fundador de la anatomia patoldgica, no consigue obtener el titulo de doctor en medicina, a pesar de que practica autopsias y ejerce funciones de cirujano militar. A los treinta y dos anos se hiere durante una diseccién y muere a consecuencia de ésta, de un “emponzo- famiento cadavérico” como se decia entonces. Hijo de un doctor formado en la escuela vitalista de Montpellier, aprendié la anatomia en Lyon, reuniendo luego dos ramas del saber médico, para dar sus fundamentos a la reciente anatomia patolégica. Cuando el mismo Pinel seguia sordo a las ensenanzas de esta disci- plina, Bichat se inspiré en su nosologia para reunir la observacién anatomica y la clinica en mutuo arreglo. Con él, fueron, pues, reunidas dos figuras heterogéneas del sabor: “De tal manera, subraya Foucault, que el gran corte en ia historia de ia medicina occidental data del momento en el que la experiencia clinica se convier- te en mirada anatomo-clinica’.” Bichat puede comparar su descubrimiento con el de Lavoisier: la quimica posee cuerpos simples, que forman, por diversas combinaciones, cuerpos com- puestos; la anatomia posee ahora tejidos simples que, por sus combinaciones, forman dérganos. Pero, sobre todo, pone en cuestién a los representantes del vita- lismo de la escuela de Montpellier; estos tiltimos rechazan fa anexidn de sus in- 19 vestigaciones por las ciencias de la naturaleza y defienden la idea de un principio vital, de un alma, o de una fuerza, que ordena todos los procesos bioldgicos inde- pendientemente de los factores fisicos, que son fijos y uniformes y pueden ser sometidos a calculo. Sin embargo, Bichat es aclamado por ios vitalistas en el mo- mento en el que se aparta de la doctrina del principio Unico. Su “vitalismo” con- siste, de hecho, en definir el caracter especifico del fendmeno vivo sin reducirlo a un mecanismo fisico; al mismo tiempo, hace triunfar el concepto de vida, relati zando el punto de vista de la muerte, una muerte despojada de su absolutismo y repartida en la vida misma de los érganos: muertes lentas, muertes parciales o evolutivas, muertes subterraneas... Este examen se lo inspira a Bichat la disec- cién de cadaveres: en el Hétel-Dieu, prueba minuciosamente los efectos de nue- vos remedios sobre las propiedades vitales y se muestra capaz de hacer autopsia de las visceras de seiscientos cadaveres, en sdlo un invierno. Como Bichat, Corvisart desarrolla la anatomo-clinica. Médico, sucesivamen- te, del hospital de la Charité, titular de la cétedra de medicina de Paris y luego de la del Collége de France, es también el médico personal de Bonaparte, a quien disipa sus perturbaciones digestivas con una severa higiene alimenticia. Sigue el destino de su “cliente” participando como vendador en las campanas de Italia y de Austria; el Emperador le hace barén del Imperio y afirma: “No creo en la me- dicina, creo en Corvisart”. Es el creador de la ensefianza anatomo-clinica, en la cabecera del enfermo, tal y como se practica alin hoy: estudios de casos, obser- vacién y anotacién de los sintomas, visitas, discusién con los alumnos, clases magistrales... Gracias a los poderes que le confiere su posicién, obra como refor- mador, y transpone, en la arquitectura misma del hospital, los ideales de la nueva clinica. Hace que se construya en la Charité una sala de patologia, un anfiteatro de anatomia, una sala de operaciones, un local de experimentacion eléctrica y transcribe luego, en la practica, el principio de la unidad del saber médico: la ciru- gia se situa en buen lugar al lado de la medicina, que se enriquece con los progre- ‘sos de la fisica y de la quimica, y esboza un acercamiento con los farmacéuticos y con los higienistas. Comienza el interés por los remedios y se intenta combatirla insalubridad de los locales del hospital. A la muerte subita de Bichat, se opone la agonia racional de Corvisart: enfermo de hemiplejia en 1816, teme que la enfer- medad le haga cometer errores de diagndstico, y cesa de ensefiar y de curar. Pasa sus Ultimos anos observando la evolucién de su mal. En esta época la apertura de los cadaveres suscita un debate litigante en el que las viejas creencias parecen oponerse a la racionalidad luminosa del progre- so cientifico. El siglo precedente se imagina como un periodo perturbado hecho de misas negras, de sepulturas reventadas; se tiene la impresion de que la disec- cién surge de la clinica y que una nueva manera de transgredir los cuerpos puede contrariar a las oscuridades de la religion u ordenar |a claridad de una mirada, por fin abierta a la razén pensante. Rayer, que sera el maestro de Charcot, declara entusiasmado, en 1818, que el nuevo espiritu médico esta vinculado con la revolucién anatomo-patolégica: “Una nueva época para la medicina acaba de comenzar en Francia...; el analisis aplicado al estudio de los fendmenos fisiolégicos, un gusto ilustrado por los es- critos de la AntigGedad, la unién de fa medicina y de la cirugia y la organizacién de escuelas clinicas, han realizado esta sorprendente Revolucidn caracterizada 20 con Michelet que cada siglo es més inventivo que el precedente, y un sabio, dis- puesto de inmediato a ratificar el principio de Claude Bernard segtn el cual, en el campo de las ciencias, es obligatorio pasar por el error antes de llegar a la ver- dad. En el seno de esta oscilacién, podemos sefalar el suelo “arcaico” sobre el que se va a desplegar la introduccién del psicoandlisis en Francia, al principio del siglo XX. Esta constituido este suelo, a través de la ensefianza de Charcot, por las figuras dominantes que rigen el saber médico moderno: anatomo-patologia, anatomo-clinica, anatomo-fisiologia, microbiologia, localizaciones cerebrales, heredo-degeneraci6n.... todas estas nociones presiden la elaboracién o la refun- dicién de los diversos campos de fa clinica de las “enfermedades nerviosas”: neurologia, psiquiatria, psicopatologia, psicologia y “psico-anilisis”. La fabricacién de una historia transfigurada permite a la medicina del primer cuarto del siglo XIX reconocerse a si misma en la anatomo-clinica y mostrar una manera nueva de conceptualizar la morbidez; el principio de Broussais da entra- da a esta clinica diferente en el campo abierto por la fisiologia y resuelve el pro- blema de las fiebres esenciales que los anatomo-patélogos habian dejado intac- to’. Tras 1832 y el debate sobre el célera y las enfermedades infecciosas, la cuestion de la transmisibilidad de las enfermedades por “agentes provocado- res”, y luego de la herencia de las "taras”, encuentra un comienzo de respuesta con los trabajos de Pasteur. En 1885, la microbiologia esta a punto de revolucio- nar el saber médico y Charcot, “el hombre encrucijada”, puede ya afirmar dos verdades aparentemente contradictorias; una “pasteuriana” segun la cual la his- teria es una enfermedad nerviosa “transmisible” por via hereditaria, otra “neuro- légica”, para la cual la histeria no es una simulacion, sino una enfermedad ner- viosa por entero, auténoma, funcional y sin huellas lesivas. Con esta doble proposicién, repite el gesto de Pinel: desencadena a las “locas” y les ofrece los grilletes de una nosologia adecuada. Para realizar este acto, invoca los grandes principios de la clinica anatomo-patolégica y de la fisiologia, y construye una nueva neurologia cuyo funcionamiento inscribe en la herencia, a costa de revo- car el sexo, nocién vaporosa y molesta descubierta en los pasillos de la Salpé- triére. Dentro del gran hospicio, el paseante de nuestros tiempos ya no oye gritos. El sufrimiento cotidiano del enfermo hospitalizado se expresa hoy en el silencio: silencio de la ropa lavada, silencio de los instrumentos esterilizados, de los pasi- llos desnudos, iluminados por los rayos de una luz cegadora, silencio de las habi- taciones de reposo donde se reciben, como en un rito, las pildoras de colores de una sabia medicacion, silencio moral en fin: el enfermo moderno no debe quejar- se 0 gemir, cualquiera que sea su mal, siempre cree que hay otros mas enfermos que él. Nuestra época ha forjado una manera nueva de “vivir” a enfermedad: ya no se hereda un mal como se hereda un destino, se le “fabrica” en el cuerpo. El en- fermo de hoy participa de su tratamiento: su enfermedad depende del Ministerio de la Salud y su muerte forma parte de su vida; ya no es el tragico més alla de una historia, sino el sintoma de una posible curacién: de ahi surge la idea de que la medicina progresa retrasando el fin inevitable de un organismo, a costa de la muerte parcial de los érganos malsanos. El escalpelo de Bichat y el principio de 22 Claude Bernard han triunfado sobre los antiguos mitos; en nuestros dias, la ciru- jia de Organos y las diferentes terapias quimicas, el empleo de scanners, laser y rayos, se han convertido en el lote comun de una medicina en la que los dolores engendrados por el tratamiento se aceptan silenciosamente, ya que simbolizan la manera en que el cuerpo puede combatir los sufrimientos provocados por la enfermedad. En el siglo precedente no se sabe dominar el dolor; la anestesia total se em- plea a partir de 1847, para operaciones importantes. Las anestesias locales a base de cocaina se difunden solamente después de 1884, al mismo tiempo que comienza la asepsia. El opio es costoso, el cloroformo escaso y las poblaciones recurren para apaciguar las neuralgias, los reumatismos y las afecciones créni- cas, a magnetizadores, curanderos y a los que aplican botones de fuego. De 1815 a 1870 los ejércitos son diezmados por el tifus, la tuberculosis, los parasitos y el hambre. Los moribundos destripados, victimas de la metralla, son presa de ciru- janos mayores que amputan en serie. La nieve y el laudano son los Unicos ingre- dientes utilizados mientras que el hierro al rojo cauteriza en carne viva las llagas infectadas, amenazadas por la gangrena y el tétanos. Los hospitales de las ciudades albergan otra forma de sufrimiento: los enfer- mos de fiebres, los mendigos, los nifios, los ancianos, los casos sociales y los alienados se atropellan en inmensos y sucios dormitorios. En periodo de guerra © de crisis, el exceso de poblacién multiplica los riesgos de contagio, la escasez impera: hay enfermos que comparten el mismo lecho, huérfanos o dementes que asisten a operaciones, efectuadas a veces en las salas comunes. La promis- cuidad es el lote cotidiano de este infierno hospitalario donde los convalecientes estan al lado de los crénicos, donde los incurables se juntan con los ciegos, bajo vigilancia de enfermeros analfabetos, mientras que otros hospitalizados se arras- tran en salas con poca calefaccidn, sobre suelos sucios 0 cubiertos de una espesa capa de serrin. Entre los andrajos, el agua potable es un lujo, no hay higiene, ni salas de aislamiento, ni patios de convalecencia®. Las “lecciones”, los “cuadros” y las “lecciones magistrales” de los maestros de la medicina estan a punto de convertirse en un género literario. Junto a las es- pléndidas descripciones de Laennec, quien, durante !a Restauracion, “acerca por primera vez su oreja al pecho de las mujeres”, junto a los famosos cuadros de Charcot sobre las desgracias de la histeria, las infinitas variaciones que Emile Lit- tré impone a las palabras de la lengua francesa parecen verdaderos ejercicios de anatomia patolégica. Marcan como un sello el encuentro del “estilo” del discur- so médico con la retérica de los grandes juristas de la lengua. En este pais, que vio nacer la gramatica de Port-Royal, y que fue patria de los enciclopedistas, antes de forjar durante la Revolucién el principio de una lengua nacional, el espi- ritu codificador acompajfia a una especie de universalismo, donde las palabras, la sintaxis y la gramatica tienen por tarea el restaurar las reglas “cartesianas” del pensamiento humano. Littré, fascinado por la lengua de Hipécrates, cuyas obras. ha traducido, no practica la medicina... pero observa morir, como Corvisart, luego, extrae el prefacio de su diccionario de esta leccién de anatomia escrita en su misma carne, dando testimonio de un trabajo donde el tiempo encontrado de la lengua se enuncia en ei silencio de un cuerpo que se pudre. Otro lugar, otra escena: en 1885, el puiblico parisino se apasiona por la actriz 23 Sarah Bernhardt que hipnotiza a las multitudes con su voz y su mirada. Sarah posee la mirada de Charcot y sus gestos evocan los de los convulsos de la Salpé- triére; transporta sobre la escena las interrogaciones de su época sobre la ambi- valencia de la sexualidad humana, representando unas veces papeles de hom- bres enfrentados con su feminidad, otras, papeles de mujeres devoradas por una libido que parece pertenecer al sexo masculino. La actriz ofrece la imagen del “sujet partagé” del sindrome histérico; hombre afeminado en busqueda de una identidad viril, mujer falica en busca de una feminidad desenmascarada: Hamlet, el Aiglon, Lorenzaccio y Fedra, Frou-Frou o la Dama de las Camelias. Duriinte la guerra de 1870, Sarah permanece en Paris y organiza una ambulanci:. en el! Odeon; abandonando su camerino se dedica a los heridos. Un dia cuida a un joven que le pide su foto dedicada; tiene diecinueve afios y se llama Ferdinand Foch. En 1915, con una pierna amputada se va al frente y sirve al mismo hombre, convertido en mariscal. En 1897 va junto a Zola para convencerle de que la degra- dacion del capitan Dreyfus es una injusticia; en 1898, tras la publicacién del “J’Accuse”, una multitud de manifestantes rodea la casa del escritor; Sarah Bernhardt abre la ventana; su ascendiente es tal que la jauria se dispersa’®. El 6 de noviembre de 1886, Freud acude al teatro de la puerta Saint Martin para asistir a la representacion de un melodrama de Victorien Sardou. Ocupa un palco muy incomodo. A las primeras réplicas de la actriz, esta dispuesto a creerse todo lo que dice. En una carta a Martha, da la descripcién completa del drama, de ‘su nada, de sus trajes bizantinos; casualidad? Se trata de la historia de una aventurera enamorada de un joven médico de sentimientos republicanos que ignora el pasado tormentoso de su amante. Al final, ésta muere estrangulada, En 1885, la Francia burguesa se ha convertido en entidad; ha desarrollado su doctrina moral y economics; su unidad espiritual esta ya constituida. La educa- cién y la familia son sus dos mayores preocupaciones y el burgués francés culti- va cierto sentido del buen gusto, que oscila entre el conservadurismo y el ador- no. Se cree dotado de una inteligencia fuera de lo comin y esta convencido de que su pais es el mas. bello del mundo: “Los demés extranjeros que he encontra- do aqui -escribe Freud-, comparten mi opinién sobre la pretendida amabilidad de los franceses"’”. La mayoria monarquica se ha dislocado desde 1875; gracias a la accién de Gambetta, el partido republicano ha progresado répidamente; los orleanistas del centro derecha se han acercado a los conservadores del centro izquierda. La Re- pUblica no ha dudado en compromisos para instalarse. Después de estar a punto de restaurar la realeza, la Asamblea termina dotando al pais de una constitucion republicana, 4. Encuentros Freud llega a Paris una mafana de octubre de 1885, en visperas de la crisis de la Republica, abierta por los partidarios del general Boulanger. La ciudad es poco acogedora con los extranjeros, considerados como bérbaros. El futuro inventor del psicoanalisis es un joven médico judio de veintinueve afios de edad, enamo- 24 rado de su prometida a quien envia un voluminoso correo. Viene a Francia para descubrir su verdadera vocacién. {Lo sabe ya acaso? Tras sus estudios en el laboratorio de fisiologia de Briicke, Freud entra en 1882 en el servicio del profesor de medicina general Nothnagel, iniciador en Viena de la electrofisiologia. Permanece luego como residente en el servicio psi- quiatrico de Meynert, considerado en su tiempo como el mayor anatomista del cerebro. Convertido en psiquiatra después de haber sido neurdlogo, éste intenta dar una explicacién anatomo-fisiolégica de todas las perturbaciones mentales. Freud estd fascinado por su ensehanza, pero atraido ya por el nombre de Charcot y por un método anatomo-clinico, mas dgil que el de la fisiologia, decide obtener el grado de Dozent antes de ir a proseguir estudios a Paris. Se lieva en la maleta la historia de Berta Pappenheim, mas conocida por Ana 0", De 1880 a 1882, el médico vienés Breuer se ocupa de esta joven de veintitin anos que presenta sintomas histéricos relacionados con la enfermedad de su padre. Tiene pardlisis de tres miembros, perturbaciones de la vista y del lengua- je, una tos nerviosa que no para; es ademas anoréxica y se observan en ella dos. estados distintos: unas veces, tranquila y ordenada, otras, se comporta como una nifia insoportable, molestando sin cesar a su alrededor con sus gritos y sus quejas. El paso de un estado a otro se acomparia con fases de autohipnotismo de las que se despierta liicida y tranquila. Breuer la visita durante estos periodos y ella se acostumbra a contarle sus alucinaciones, sus angustias, los diferentes in- cidentes que perturban su existencia; un dia, después de haber relatado ciertos sintomas, los hace desaparecer por si misma y da nombres a sus descubrimien- tos: llama “cura por la palabra” o “limpieza de chimenea” a los procesos que la conducen a la curacién. Se sabe ahora que Anna O. “inventé” literalmente el psi- coanilisis; esta invencidn se hace en inglés, en una época en la que la joven ha olvidado su lengua materna, el aleman, y en la que habla varias lenguas extranje- ras. Joseph Breuer es hijo de un rabino de condicién modesta, muy respetado por !a comunidad judia vienesa. Al contrario que Freud, venera a su padre y per- manece muy unido a los valores religiosos de la tradicién judia. El vinculo de Breuer con el judaismo no deja de recordar el de Jung con el protestantismo"’; nacido en 1842, tiene catorce aiios mas que Freud y realiza, como éste, la mayor parte de sus estudios de medicina con Briicke: sus investigaciones en el campo . de la fisiologia proporcionaran una de las bases conceptuales de la teoria freu- diana de la histeria. Mientras que Freud es todavia un joven estudiante, Breuer le ayuda econdémicamente y, a modo de agradecimiento, Freud llama Mathilde a su hija mayor, es decir el nombre de la mujer de su amigo. La historia de Anna O. se ha convertido en leyenda y funciona hoy como uno de los mitos fundadores de la historia del psicoanalisis. Si Freud descubre el in- consciente, Bertha Pappenheim “inventa” la cura. Su verdadero nombre ha sido revelado por Jones, que la convierte en heroina de ficcién. Apoyandose en co- mentarios de Freud enunciados a posteriori, fabrica |a historia de la contratrans- ferencia de Breuer. Seguin él, en efecto, el caso de Anna O. absorbe de tal manera al médico, que su mujer siente grandes celos. Decide entonces interrumpir el tra- tamiento y se despide de su paciente; la misma noche le llaman a su cabecera y la encuentra presa de sintomas de parto imaginario que revelan un embarazo histé- 25 rico del que no se habia dado cuenta, pues estaba profundamente convencido del caracter asexuado de las perturbaciones de su paciente. Parece sin embargo afectado por el comportamiento de Anna, la tranquiliza momenténeamente, luego coge su bastén y su sombrero y huye con su mujer a Venecia en donde pasa una segunda luna de miel. Seguin Jones, a consecuencia de este viaje nace una nif, llamada Dora, que se suicida sesenta afios mas tarde en Viena, para es- capar de los nazis. Henri F. Ellenberger ha restablecido la verdad y se sabe hoy que la hija de Breuer, Dora, nacié el 11 de marzo de 1882 y que es imposible que fuera concebi- da, como lo afirma Jones, a consecuencia del pretendido incidente, que se situa- ria en junio del 82. Ademas, el informe de Breuer sobre Anna no menciona sinto- mas de embarazo histérico ni la palabra catarsis: la enferma no ha sido, pues, “curada” y el famoso prototipo de la curacién catartica no es ni curacion, ni catar- sis'*. Después del tratamiento, Anna se vuelve morfinomana y conserva parte de sus sintomas mas manifiestos. Esto no le impide a Breuer presentar, junto con Freud, este caso inicial como modelo de curacién por cura catértica. No se puede acusar a Jones de falsificacién en esta historia. Inventa una fic- cién, pero este invento da testimonio de una verdad historica a !a que no se puede oponer la simple argumentacién de una “realidad” de los hechos. En efec- to, cuando se cree en exceso en la transparencia del acontecimiento, se puede denunciar la actividad fabuladora como intencionalidad mentirosa, posicién difi- cil de sostener, ya que el psicoanalisis ha criticado, a proposito de la histeria, la nocion misma de simulacion. La verdad de esta historia se sostiene con su propia leyenda y remite a la manera como el movimiento psicoanalitico se cuenta a si mismo las fantasias iniciales de un nacimiento. En la realidad, Breuer no es el personaje imaginado por Jones. Pero “el corte” entre Freud y Breuer si que ocurre por el problema del sexo y la relaci6n transferencial. Breuer muestra, de manera evidente, cierta repugnancia para ha- blar del caso Anna O. y subraya, a propésito de éste, que el elemento sexual esta poco marcado. Asi, en el prefacio de 1908 a la segunda edicidn de los Estudios sobre la histeria, después de la ruptura con Freud, insiste sobre el hecho de que ha dejado de ocuparse de ese “tema” desde hace mucho tiempo y que no hateni- do parte alguna en su desarrollo, Freud, por el contrario, afirma: “El lector atento encontrara en germen en este libro todo lo que ulteriormente se anadid a la teoria catértica: el papel del factor psicosexual, el del infantilismo, la significacién de los suefios y el simbolismo inconsciente. El mejor consejo que puedo dar a cual- quier persona que se interese por el paso de la catarsis al psicoandlisis es que empiece con los Estudios sobre /a histeria y que siga asi la via que yo mismo re- corti.” Freud transforma la historia del psicoandlisis, no para falsificarla, sino para explicar el sentido de un itinerario tedrico; esté convencido de que su descubri- miento le pertenece, sin afirmar con esto que las ideas sean propiedad definitiva de un autor. Reconstruye con ulterioridad ciertas declaraciones de Breuer sobre las relaciones “secretas” de la histeria con el lecho conyugal. Pero recuerda tam- bién las frases que Charcot ha dicho a su asistente Brouardel ante él, en 1886, sobre el impacto de la “cosa genital”: “En lo que a mi se refiere, -escribe-, haré notar que no tenia ninguna idea preconcebida respecto de la importancia del fac- 26 tor sexual en la etiologia de la histeria. Los dos investigadores de los que era alumno cuando empecé a estudiar el tema, Charcot y Breuer, estaban muy aleja- dos de tal suposicién; al contrario sentian una repugnancia personal por esta idea, que al principio me inspiré los mismos sentimientos’®.” En este sentido Freud transmite a Jones lo que se ha convertido en el “secre- to de Polichinela” del psicoandlisis”’ y con ello el historiégrafo fabrica una ficcién que sigue siendo cierta desde el punto de vista del itinerario tedrico del freudis- mo. En efecto, la ruptura entre los dos amigos surgié ciertamente a causa de lo sexual. El “secreto” dicho asi, de boca a oreja, se convierte en tesis mayor de la nueva doctrina de la histeria, mientras que la historia de sus origenes se cuenta a través de una leyenda. El obstaculo que constituye el reconocimiento de lo sexual en la etiologia de la histeria no funciona de la misma manera en las hipotesis de Charcot y en las de Breuer. En la doctrina de la Salpétriére, el apartamiento de lo sexual es una nece- sidad teérica que permite una nueva definicién del concepto de neurosis. En Breuer el rechazo no esta dictado por una actitud tedrica, sino por una repugnan- cia moral y religiosa, la misma que Freud consigue superar en la posterioridad de su encuentro con Charcot. En este sentido, la posicién de Jung ante el fenémeno de la sexualidad estara mas cerca de la de Breuer que de la del sabio francés. En su “nuevo examen de la rifia'®”, Frank J. Sulloway recoge los argumentos que Ellenberger ha desarrollado contra Jones para completarlos con una demos- tracién poco convincente: explica, citando numerosas fuentes, que la separacion entre Freud y Breuer no fue a causa de la cuestién sexual y que el guién inventa- do por Jones es el sintoma de una desviacién freudiana de la verdad de la histo- ria. Sulloway no analiza las causas del conflicto entre los dos hombres y perma- nece en la vaga hipotesis de la tirania de Freud y de su intolerancia ante las opiniones de los demas. Apoyandose en declaraciones auténticas de Breuer, muestra que éste habia reconocido la importancia de la sexualidad en la etiologia de la histeria. Se puede oponer a esta argumentacién un punto de vista muy diferente: al final del siglo pasado, todos los especialistas de las enfermedades nerviosas re- conocen Ia importancia del factor sexual en la génesis de tos sintomas neurdti- cos; pero, entre ellos, nadie sabe qué hacer con esta constatacion, que, por otra parte, viene ya de la Antigiiedad. Dicho de otro modo, Sulloway descuida un hecho epistemolégico fundamental: Freud no se contenta con constatar lo que todo el mundo conoce “robando” las ideas de sus contempordneos, traduce una evidencia con nuevos conceptos. En esta perspectiva es ciertamente el unico sabio de su época, capaz de dar una solucién tedrica al famoso problema de las causas genitales. Al acusarle de falsificar la historia, Sulloway razona, a pesar de su mucha erudicion, como si una teoria fuera de la misma naturaleza que una evidencia concreta, como si el concepto de perro fuera producido por un ladrido. Este tipo de argumentacién es frecuente y tiene que ser inscrito de nuevo en la historia, como una forma de resistencia al descubrimiento freudiano. La resis- tencia consiste en demostrar que Freud no inventé nada, pues habla de algo que existia antes que él, y con lo que todo el mundo estaba de acuerdo. En realidad esto sélo sirve para poner obstdculos a la comprensidn real de los diferentes 27 modos de percepcién de la sexualidad, de Breuer a Freud, de Charcot a Jung y de Flournoy a la escuela francesa. Freud se quedo impresionado por el caso de Anna O. del que Breuer le hablo ampliamente. Durante su estancia en Paris, se lo cuenta a Charcot, que no le es- cucha. El pensamiento de! maestro esté en otra parte: en la “escena” de un teatro publico de la histeria, y no en el corazén de un relato intimo. La verdadera Anna O., Bertha Pappenheim, es mujer de inteligencia vivaz y tiene mucho encanto; en una foto célebre, esta vestida de negro, lleva bombin, en una mano bastén y en la otra un par de guantes. Educada en Viena por una madre temible, conserva la gracia y el humor de la capital austriaca. A finales de los afios 1880 comienza a interesarse en las actividades humanita! irectora, primero, de un orfanato judio en Francfort, viaja luego por los Balkanes, el Orien- te Préximo y Rusia haciendo pesquisas sobre la trata de blancas. En 1904, funda la Liga de mujeres judias y en 1907 un establecimiento de ensenanza afiliado a esta organizacién. Manteniéndose en el corazén del judaismo, prosigue estudios sobre la condicién de las mujeres judias y de los criminales judios y, hacia el final de su vida, vuelve a editar antiguas obras de religién judia y escribe la historia de uno de sus antepasados. Cuando Hitler toma el poder, se declara en contra de la emigracion, antes de morir en 1936; se la recuerda en el campo del trabajo social y de las ideas feministas a través de un sello de correos impreso con su efigie en RFA. Bertha Pappenheim parece en ia realidad historica de su época un personaje tan legendario como los origenes del psicoandlisis; no se casa, pero el sexo, en sus diversas formas, ocupa gran parte de su vida: escribe un dia que, sila justicia existe todavia en el futuro, las mujeres hardn las leyes y los hombres se quedaran embarazados. No habla jams de su “historia” con Breuer, rechaza que las jéve- nes que le son confiadas hagan andlisis y afirma a menudo que el psicoanilisis es al médico lo que la confesién al cura: un arma “de doble filo”.'? Freud se apasiona por su estancia en la capital francesa; sin embargo, en esta época, es pobre y esté deprimido, cuenta sdlo con una beca del fondo del jubileo de la universidad de Viena. Se aloja en un hotel pequeno, cerca del Pant- héon y de la Sorbona en donde vive cinco meses. Permanece casto, poco dado a gozar de las facilidades de la vida parisina, apenas habla francés y pasa las vela- das redactando largas cartas a su prometida Martha; en la primera, con fecha del 19 de noviembre de 1885, describe sus paseos por el muelle d'Orsay, por los In- valides y por el barrio elegante de los Campos Eliseos; admira en la plaza de la Concorde el obelisco de Luksor, yéndose desde alli al Museo del Louvre en donde le impresionan los bustos de emperadores “varias veces representados sin parecerse nunca”. Evoca la falta de dinero y la migrana y Freud cuenta su ve- lada en el Teatro Francais, en donde asiste a la represertacion de tres obras de Moliére; en una carta del 19 de octubre de 1885, comerita las desventuras de los republicanos: “Me encontré en medio del més insensato de los bullicios parisi- nos hasta el momento en que, después de haberme abierto camino, llegué a los famosos grandes bulevares y a la calle Richelieu. En la plaza de la République vi una estatua gigantesca de la Reptiblica con las fechas: 1789, 1792, 1830, 1848 y 1870. Esto da una idea de la existencia discontinua de esta pobre Republica”. La noticia mas importante la anuncia en una carta del 21 de octubre: Freud 28 ha ido por segunda vez a la Salpétriére y todo ha ido bien; en un recibo le han denominado: “Monsieur Freud, alumno de medicina”, y a las diez, se encuentra en presencia de Charcot: “Es un hombre alto, -escribe-, de cincuenta y ocho anos de edad, con chistera, tiene ojos oscuros, extranamente dulces (mas bien uno de los dos, pues e! otro esta desprovisto de expresién, dado su estrabismo convergente); va afeitado, con largos mechones de pelo detras de las orejas, sus rasgos son muy expresivos, de labios llenos y separados, en resumen parece un sacerdote secular de quien se espera que sea ingenioso y demuestre gusto por las cosas buenas de este mundo. Se senté y se puso a examinar a los enfermos. Me impresioné por su diagnéstico brillante y el interés muy vivo que demuestra por todas las cosas. No tiene nada qué ver con los aires de superioridad y de falsa distincién a los que nos han acostumbrado nuestros grandes patronos”.”° éQuién es este “Meister” de sesenta anos (y no de cincuenta y ocho) que se encuentra en la cima de su gloria? Nacido en 1825, de familia modesta, Charcot efectua estudios secundarios en el instituto Bonaparte. Su padre es obrero carrocero y su madre se dedica ala educacién de sus hijos; hacia los veinte anos, decide entrar en la carrera médica y alquila una habitacion en el barrio Latino, seguramente cerca del hotel en donde Freud se alojara mas tarde. Es un hombre “visual”, y su estrabismo no es detalle sin importancia. Muy pronto sera su maestro Rayer, que ha sido médico personal de Napoledn Illy que ocupa a partir de 1862 una catedra de patologia comparada, especialmente creada para él, Este ultimo presenta a Charcot al ministro de Fi- nanzas Achille Fould que hace un viaje con él a Italia y le adopta luego como mé- dico de cabecera; esto le atrae simpatias de los bonapartistas; el mismo anio (1862), se convierte en el médico del hospicio de la Salpétriére y lo sigue siendo hasta su muerte. A partir de entonces su orientacion cientifica se transforma al contacto de los enfermos del asilo, ya que, antes, no se habia interesado nunca por la patologia del sistema nervioso. Entre 1862 y 1870, es el creador de una nueva neurologia tras haber debutado con observaciones sobre la esclerosis en placas, las artropa- tias tabéticas y las localizaciones medulares. Cada afio da conferencias sobre las enfermedades de los ancianos, la gota, los reumatismos, la anatomia y la fisiolo- gia del sistema nervioso. En la época de su entrada a la Salpétriére se casa con una joven viuda, hija de un sastre, famoso por sus colecciones de cuadros: una vez mas la atraccién por lo “visual”... A partir de 1872 adquiere una reputacién importante. Le nombran catedrati- co de anatomia patolégica y comienza a dar clases sobre las localizaciones cere- brales y la epilepsia cortical. Charcot se convierte muy pronto en consultante na- cional e internacional; las familias reales de Espana, del Brasil, de Rusia, le visitan; luego los escritores, los actores, los periodistas y la gente de mundo; sus lecciones cautivan la mirada del ptiblico como verdaderas escenas teatrales; re- dacta de antemano el texto de sus conferencias y se lo aprende de memoria, a fin de sacar el mejor partido; exhibe a sus enfermos y se muestra capaz de represen- tar varios papeles a la vez. En julio de 1881, a iniciativa de Gambetta, el Parlamento vota un presupues- to para la creacion de una catedra de clinica de las enfermedades nerviosas cuyo titular sera Charcot: en 1882 la neurologia es reconocida por vez primera como 29 disciplina autonoma. A partir de entonces toma interés por la histeria y la hipno- sis y le da nuevo contenido al concepto de neurosis, a consecuencia de lo cual ‘surge la primera polémica sobre la cuestién de la etiologia de las enfermedades “nerviosas”. Adepto de una clinica fundada en la teatralizacién de los sintomas, Charcot es uno de los primeros que adopta aparatos de proyeccién durante sus conferencias; sus dibujos y sus fotos proporcionan una documentacién especta- cular sobre las angustias de toda una generacién. En visperas de la llegada de Freud a Paris, se va a vivir a un bonito hotel particular del Faubourg Saint Ger- main; se hace preparar un despacho imponente, alto de techos y enteramente cubierto de bibliotecas segiin el modelo de los Médicis de Florencia. Reemplaza los cristales de las ventanas por vidrieras para oscurecer la habitacion y darle un aire de misterio. “Se sentaba cerca de una mesa, ~subraya su bidgrafo Georges Guillain-, y convocaba inmediatamente al enfermo que debia examinar. Estaba éste completamente desnudo. El residente leia el resumen clinico del caso mien- tras que el maestro escuchaba atentamente. Proseguia un silencio largo durante el que Charcot miraba sin cesar al paciente repiqueteando con los dedos encima de la mesa. Sus asistentes, de pie, a su lado, esperaban con ansiedad una palabra de aclaracién. Charcot segula callado. Por fin, ie decia al enfermo que se moviera, le invitaba a que hablara, hacia examinar sus reflejos y controlar sus reacciones sensoriales. De nuevo el silencio, el misterioso silencio de Charcot. Finalmente convocaba al segundo paciente, lo examinaba como al primero, !lamaba al terce- ro, y sin decir palabra, se dedicaba a hacer comparaciones entre ellos. Este modo de examen clinico meticuloso, de tipo esencialmente visual, era la base de los descubrimientos de Charcot”".” Charcot es un hombre silencioso, que prefiere el ojo a la palabra. Parece temer el contacto con los humanos y siente verdadera pasién por los animales. Vive toda su vida rodeado de perros de todos los tamafios y durante mucho tiem- po, vive en compafiia de una mona pequefia, que se sienta en la mesa en una alta para nifios. Se ocupa con cuidado de su alimentacién y se queda extasiado cuando le roba comida en su plato. Se opone a la viviseccién, hace campafia con- tra la caza, y le apasionan el circo y los payasos. En 1887, defiende a Pasteur, atacado por todas partes por los adeptos de la “generacién espontanea”, hostiles a la vacunaci6n contra la rabia. Esta toma de partido no se explica sélo a partir de las opiniones resueltamente modernas de Charcot: la rabia es una enfermedad infecciosa del sistema nervioso, y en aquella época, se puede suponer, como Calmette lo hard mas tarde, que existen micro- bios todavia desconocidos, con afinidad especial hacia el sistema nervioso. Al mismo Charcot le importa la idea de que la enfermedad nerviosa tenga su propia autonomia, pero no concibe su origen sin fundamento orgénico; en este plano es. heredero de la tradicién anatomo-patoldgica a la que anade los descubrimientos recientes de Claude Bernard en el campo de la fisiologia. En su leccion de apertu- ra precisa: “La anatomia patolégica hubiera tenido existencia incierta si hubiese sido verdaderamente reducida a la contemplacion de la lesion muerta... En reali- dad los vinculos de la anatomia patolégica con los departamentos limitrofes de la biologia son indisolubles. Colocada en cierto modo en una situacién interme- diaria entre la anatomia normal por un lado y la patologia por otro, las retine es- trechamente al mismo tiempo que se confunde con ellas, en una transicién in- 30 sensible.” Adopta esta posicion de Claude Bernard: “No hay que subordinar la fisiologia a la patologia, hay que hacer lo contrario. Plantear primero el problema médico tal y como nos lo ofrece la observacién de la enfermedad, intentar pro- porcionar luego la explicaci6n fisiolégica. Actuar de otro modo, seria exponerse a perder al enfermo de vista y desfigurar la enfermedad?*.” Sensible ante las contorsiones de los cuerpos, fascinado por la caricatura, Charcot instala en su hotel particular un taller de pintura de esmaltes y lozas, Para decorar la fachada de su casa, copia la Danse des fous de Durero, pero no mani- fiesta el mds minimo interés por el arte moderno, los impresionistas 0 la nueva poesia. Sin embargo publica con Richet un libro titulado Les démoniaques dans Vart, ilustrado con grabados de extaticos y de epilépticos; quiere probar esta obra que la histeria no ha sido inventada por la ciencia, como se pretende, si no que existié en todas las épocas”*. Su pasién por el campo de las alucinaciones y de la brujeria data de 1853, cuando realiza una experiencia con hachichs y cuenta sus visiones reemplazando las palabras por dibujos. Manteniéndose en la perspectiva de lo visual, las investigaciones de Charcot sobre la afasia intentan establecer relaciones entre las teorias de la imagen y las del lenguaje. Con esta finalidad se apoya en los trabajos de Théodule Ribot y con- sidera que la palabra posee cuatro elementos: la imagen auditiva, la imagen vi- sual, la imagen motora de articulacién y la imagen motora grafica. Considera la afasia como un tipo de amnesia, producida por la supresién de una de esas me- morias parciales. Esta nocién explica, desde su punto de vista, todas las pertur- baciones del lenguaje y piensa que éste no funciona de la misma manera para cada individuo, en quien un centro puede predominar sobre otro. Con esta pers- pectiva sostiene la existencia de una tipologia de la percepcién humana, fundada en una clasificacién que opone los elementos auditivos a los visuales. ill, Filiaciones Al hotel del bulevar Saint Germain, concurren durante las veladas de los martes, los nombres mas importantes de la medicina, de la politica y de la litera- tura. Gambetta, Alphonse Daudet, su hijo Léon, se codean con el catedratico Lé- pine, Gilles de la Tourette, Vulpian, Brouardel, Babinski, etc. Una noche, Freud es invitado a cenar, en compania de un llamado Richetti, médico vienés que lleva siempre la ropa raida; pero ese dia, estrena una levita nueva, barba limpia y el pelo cortado. Madame Charcot, encantada por ese poliglota, le pregunta a Freud cudntos idiomas habla él: “Aleman, inglés, un poco de espanol y el francés muy mal”, responde. Jean Martin Charcot pronuncia entonces una frase profética: “Demasiado modesto, —dice-, sdlo le falta acostumbrar el oido.” Freud, encanta- do, confirma estas palabras y afiade de buen humor: “A menudo comprendo lo que acabo de decir al cabo de apenas medio minuto”*” ; luego compara su mane- ra de reaccionar con un sintoma del tabes. Esa noche, Freud se da cuenta de que Charcot ha sido tan pobre como él, y que debe su riqueza a su boda. También le atrae la hija de su maestro, Jeanne Charcot. No es muy hermosa, pero la hace interesante un “parecido cémico” con su padre. Comprende el alemén y el inglés, y Richetti la corteja un poco mientras 31 que Freud se queda toda la noche con los “sefores ancianos”: “Imaginate un instante, -le escribe a Martha-, que todavia no estuviera enamorado y que fuera, por otra parte, un verdadero aventurero, hubiera podido sucumbir a una fuerte tentacion, pues nada es mas peligroso que una joven con los rasgos del hombre al que se admira. Se habrian burlado de mi, me habrian echado y sdlo me hubiera quedado el haber vivido una bella aventura. A fin de cuentas es mejor asi*®.” En efecto, a fin de cuentas es mejor asi. Nos podemos imaginar lo que hubie- ra sido el destino de Freud si hubiera cedido a sus tentaciones. Se habria casado, una manana de primavera, con la hija del maestro Charcot, una joven un poco gorda, fea y muy rica. El explorador del inconsciente se habria convertido en el yerno del inventor del concepto moderno de neurosis histérica y la aventura del psicoandlisis en este pais habria sido diferente. Sin embargo, en el iluminado salon del bulevar Saint Germain, la literatura, la teoria y los “negocios” de fami- lia andan juntos. La Jeanne que se parece a su padre estd enamorada de Leén Daudet que no la quiere y Charcot experimenta un resentimiento violento por ello. Por una extraria casualidad, el joven se casara mas tarde con la nieta de Vic- tor Hugo, llamada Jeanne, y antes, esposa de Jean Baptiste Charcot, hijo del maestro y explorador de bancos de hielo, a pesar de que su padre queria que fuera médico. De esta manera, Daudet sera nieto politico de un poeta al que le va a reprochar su “libido”, sus “perrerias” y sus “fantasias” extraconyugales. Charcot es liberal, defensor de ia Republica y critico del espiritu religioso. Durante el asunto Boulanger, no disimula su aversion por |a dictadura. Manifies- ta siempre opiniones patridticas sin confundirlas con el interés de la ciencia. Des- pués de la guerra de 1870 rehuisa ir a congresos en Alemania pero en 1867, en la introducci6n a sus lecciones sobre la patologia de los ancianos, declara: “Nadie puede olvidar que la ciencia no es de ningun pais y que no le pertenece en propie- dad a ninguna raza*®.” Muestra que Francia se ha quedado sorda durante mas de diez afios ante el movimiento intelectual aleman y que en el momento en el que la ciencia del otro lado del Rhin es por fin reconocida, los sabios germanos, em- borrachados por su éxito, parecen convencidos de que el imperio de la ciencia les pertenece. Esta posicién es profética para el porvenir del psicoanlisis en Fran- cia; en efecto, el encuentro Charcot-Freud ocurre en un periodo caracterizado por la oposicién entre la escuela alemana de anatomo-patologia y la escuela francesa de neuropatologia. Meynert por un lado y Charcot por otro son tributarios de una ciencia que asiste al arranque de las localizaciones anatomicas mientras que Freud, mas joven, aprovecha la ensefianza combinada de los maestros. Asiste al nacimiento de una nueva época en donde el triunfo de las localizaciones cerebra- les pasa ya por haber dado lugar a excesivas esperanzas y en donde las teorias funcionalistas del sistema nervioso son predominantes gracias al desarrollo de la fisiologia y de la electrofisiologia”’. Hemos notado que Charcot asimila parte de la ensefianza de Claude Bernard. Mas tarde, sera partidario de una anatomofi- siologia en la que dominara el método anatomo-clinico, con el estudio metédico de los sintomas por principio y la constatacién del lugar en donde residen las le- siones tras la muerte. Aeste respecto, Freud cuenta la anécdota siguiente: “La casualidad le envid, cuando era estudiante, una sirvienta que sufria de un temblor particular y que no podia encontrar trabajo a causa de su torpeza. Charcot reconocié su estado como 32 la pardlisis coreiforme ya descrita por Duchenne, pero cuyos fundamentos se- guian siendo desconocidos. Empleé a su servicio a esta criada interesante a pesar de que le costara, a lo largo de los anos, una pequena fortuna en platos yen fuentes y cuando por fin se murid, pudo demostrar sabre su cadaver que la para- lisis coreiforme era la expresi6n clinica de la esclerosis cerebro-espinal multi- ple*®.” De hecho, al proclamar la neutralidad de la ciencia con respecto de las razas y de las naciones, Charcot se opone a una amplia tradicion patriotera de la medici- na y se hace campeén de una concepcién de la investigacién en donde la verdad interna de la ciencia debe superar a las condiciones socioldgicas, nacionales 0 “raciales” de su practica. Esta profesién de fe tiene que ver con el olvido al que se va a someter su descubrimiento. A partir del marco de la neurologia, le da estatuto preciso a la histeria, crean- do un nuevo concepto de neurosis en el que se origina el descubrimiento del in- consciente. En este sentido la introduccion del psicoandlisis en Francia comienza en 1885, con el encuentro entre Freud y Charcot, que hace patente la idea de que la histérica inventa sintomas y cue conduce al sabio por el camino de su com- prensién. Con este acontecimiento, el enfermo fabrica, muestra, expresa y el mé- dico descubre. Freud posee desde 1880, a partir del caso de Anna O., una experiencia de /a escucha con la que no sabe qué hacer y viene a Paris para ver a Charcot reinar en medio de las histéricas; este Ultimo no se interesa por la historia de Anna, pero crea y suprime sintomas a partir de una palabra sugestiva. Muestra, mas alla de la magia, que los fenémenos de la histeria obedecen a leyes; trata las observacio- nes clinicas como hechos, y hace con ellas conjeturas neurolégicas, al contrario de los clinicos alemanes que se apoyan en una teoria de los estados mérbidos. “Charcot, ~subraya Freud-, no se cansé nunca de defender los derechos del tra- bajo puramente clinico, que consiste en ver y en ordenar, en contra de los entro- metimientos de la medicina teérica. Estabamos una vez reunidos en un pequeno grupo de extranjeros, y, formados en la escuela alemana de fisiologia, le impor- tunébamos contestando sus novedades clinicas: ‘Esto no puede ser asi, le obje- taba un dia uno de nosotros, contradice la teoria de Young-Helmoholtz.’ No res- pondid: ‘Es tanto més irritante para la teoria en cuanto que los hechos clinicos tienen preeminencia’ u otra cosa por el estilo, pero nos dijo sin embargo, causan- donos mucha impresién: ‘La théorie c’est bon mais ca n'empéche pas d'exister?” len francés en el texto)”. Charcot prefiere una concepcidn experimental de la cli- nica y gracias a sus observaciones, Freud puede concebir la posibilidad de un pensamiento desvinculado de la conciencia: éste produce efectos somaticos sin que los individuos lo sepan, ya que la histérica est4 poseida por sus sintomas. En una segunda fase, de vuelta a Viena, Freud se separa progresivamente de una clinica dominada por la funcién de la mirada, el culto de la escena y el dela leccién; va a poner en marcha una practica nueva fundada en la primacia de la escucha y del relato. Al término de esta doble inversion, en el que la histérica ocupa un lugar central, la nocién de inconsciente emerge y nace el psicoandlisis: el médico renuncia a ver y a tocar, alejandose asi de los dos términos que sellan la existencia de la clinica del siglo XIX: al mismo tiempo la palabra cambia de campo: el sabio se calla y guarda para si sus comentarios; se retira al silencio, 33 dejando al enfermo que se cure a si mismo. Con la entrada en escena de “la oreja freudiana”, el paciente ocupa el lugar antafio reservado al médico; se vuelve creador, recitante, novelista, inventa un discurso y fabrica su caso. En el momento en que Charcot esta a punto de ocupar una posicién de inno- vador, es un personaje ptblico denunciado por su cesarismo. Pertenece a esa clase de médicos elevados en la jerarquia social gracias a bodas por dinero. Como otros parisinos antes que él, ejerce su profesién en un barrio elegante. En esta época, los médicos no pueden vivir con los honorarios percibidos de gentes populares y a menudo se atraen una clientela rica que les permite recibir gratis a los pobres. Charcot llega a la cima de la gloria siendo uno de los “grandes patronos” franceses de la medicina; esta rodeado de alumnos respetuosos que favorecen su nepotismo. La profesién médica goza en la burguesia de un favor considerable pues es sindnimo de independencia. Cada cual es su propio duefio y se beneficia del culto reservado de costumbre a los propietarios de un saber misterioso o magi- co. Como los médicos, los curanderos, los charlatanes y los brujos gozan, en el campo y la ciudad, de un prestigio importante. La distincién entre la ciencia y el arte de curar esta sujeta a controversia pero no existe reglamentacién con valor de ley. La mayoria de la gente y de los médicos esta convencida del caracter “he- reditario” de todas las enfermedades y trenes enteros transportan a las muche- dumbres hacia lugares santos en donde todos los males son “curados” milagro- samente. Bajo el Second Empire, se empieza a condenar a charlatanes y a médicos que practican tratamientos imaginarios con enfermos incurables. Luego, bajo Ia til’ République, parece abrirse una nueva era con el triunfo del positivismo; sin em- bargo los mores de la poblacién y de los médicos en materia de cuidados, estan muy lejos de comulgar con la ciencia, en contra de! oscurantismo. La mayoria de los grandes médicos parisinos son mecenas muy cultos; fre- cuentan los salones literarios y los pasillos de! poder. Lujosamente instalados, cultivan con arte los oropeles y el “savoir-vivre”. Sus hoteles particulares, rica- mente acomodados, estan decorados a la antigua. Una de las caracteristicas de esta clase son sus “manias”. Los que curan en barrios ricos tienen todos una acti- vidad privada, cultivan sus dones intimos o coleccionan con pasién el arte picté- rico. Algunos profesan el culto de los jarrones chinos o de los pedazos de tem- plos griegos; otros son biblidfilos y recorren toda Europa en busca de ediciones raras; otros, incluso, se entusiasman por novelistas, musicos 0 escultores. Estos médicos son los “voyeurs” de un talento que les falta y en el que descubren los estigmas de un don vinculado con la patologia. La teoria de la degeneracion he- reditaria esta muy de moda y se tiende a situar en las capacidades artisticas el rasgo de una enfermedad propia de la criminalidad. Cuaiquier médico célebre posee en su clientela a un artista famoso en la cima de su carrera, con el que man- tiene un didlogo sobre la génesis de la facultad creativa. Por ejemplo el doctor Blanche es consultante de Van Gogh y de Maupassant, Edouard Toulouse lo es de Zola y de Artaud, etc. Charcot pertenece a esta raza de médicos franceses, marcados por una época en donde la ciencia médica se constituye, reuniendo en sus ultimos deste- llos la clinica de la mirada, el talento de la adivinacion y ta objetividad racional. 34 Obsesionados por la sifilis, estos sabios se fascinan por el poder del sexo, en el que buscan el secreto de las pasiones y de la decadencia de las civilizaciones. La histeria, la locura, la melancolia, la epilepsia, todavia sin separar de su pedestal organico, les desvelan las facetas de un género humano en donde encuentran, como en un espejo, la violencia y los terrores que tienen miedo de ver germinar en ellos mismos. La mujer, el homosexual, el loco, el creador, les ofrecen la ima- gen de lo que quieren ser. El culto de lo bello y la mania de las antiguallas escon- den sus tentaciones inconfesables. Por las polémicas que suscita su personaje, Charcot pertenece al linaje de Broussais, que es, antes que él, uno de los representantes mas controvertidos de la tradicion médica francesa. Para numerosos cronistas, este hombre elocuente caracteriza, a principios del siglo XIX, las aberraciones del saber médico. Sostie- ne que la inflamaci6n intestinal es la causa de todas las enfermedades y, para cu- rarla, prescribe sangrias, sanguijuelas y severas dietas, Sus pacientes, hambrien- tos o magullados por la pérdida de sangre, caen como moscas. Para el historiador de las ciencias, la posicién de Broussais tiene un alcance muy diferente. Michel Foucault rescata el que éste ocupa, en la crisis de las fie- bres, un lugar de innovador, ya que, con sus trabajos, la anatomia patoldgica se abre a una fisiologia del fendmeno mérbido: “Broussais hace que el axioma de localizacién pase antes que el principio de visibilidad, escribe: la enfermedad es- ta en el espacio antes de ofrecerse a la vista la medicina se abre entonces aun campo de inversiones enteramente especializado y determinado de cabo a rabo por los valores espaciales.” En esta perspectiva, la causa de las enfermedades se va a poder definir a partir de una concepcién que engloba el agente externo y ta modificacién interna, de ahi el lazo entre este descubrimiento y la aberracién de las costumbres terapéuticas: “No habia conseguido todavia rodear la idea de las enfermedades esenciales cuando, pagando un precio extraordinariamente alto, tuvo que rearmar la nocién tan criticada (y precisamente por la anatomia patold- gica) de simpatia; tuvo que volver al concepto halleriano de irritacién; se habia replegado en un monismo patoldgico que recordaba a Brown, y habia vuelto a poner en juego en la légica de su sistema, las antiguas practicas de sangria |...]. Todo quedaba justificado en los ataques encarnizados que los contemporaneos de Broussais lanzaban contra él. No del todo, sin embargo: esta percepcién ana- tomo-clinica, por fin conquistada en su totalidad y capaz de controlarse a si misma, esta percepcién en nombre de la cual tenian raz6n, en contra de él, se la debian a su ‘medicina psicolégica’, o al menos, le debian a esta la forma definiti- va de equilibrio®®.” De Bichat hasta Charcot, y pasando por Broussais, el saber médico se consti- tuye a través de las pérdidas y de los olvidos: los partidarios de la andatomo- clinica tienen la impresién de transgredir los preceptos del oscurantismo al abrir los cadaveres. Mas tarde, Broussais hace que desaparezca “el ser de la enferme- dad”, oponiendo a la idea de enfermedad esencial una fisiologia de los rganos enfermos. Mas tarde Charcot se “olvida” del sexo que molesta a su nueva noso- logia. 2Seré siempre necesario caminar por el error para acceder a una parcela de la Verdad?, ¢Seré el olvido una de las maneras de voiver a encontrar el tiempo? La historia de las ciencias se ve recorrida por una verdadera simbolica de la cas- 35 tracién que confina, a veces, en la realidad de una pérdida inevitable: el cancer de Freud que se parece a los estragos del inconsciente, el escalpelo de Bichat pareci- do al engranaje de las entidades mérbidas en el organismo, la “locura” de Littré ante la resistencia de las palabras, la de Flaubert a quien la muerte impide que termine Bouvard et Pécuchet; y mas tarde el errar de un Pichon, apresurado por el demonio de una nueva manera de nombrar las cosas; Lacan por fin, obsesio- nado por el “azar mallarmeano”. Locura del saber: tal es la enfermedad que Freud recibe de las histéricas, y de la que se ampara, al borde del siglo, para ad- vertir a los hombres de su herida original. El psicoanalisis es una manera particu- lar de contar la historia de Edipo, la angustia, el olvido, el recuerdo, el tiempo, el desgarramiento, los ojos reventados: son tantos simbolos que representan la pérdida de un dominio que la ilusion de un yo reconstituye sin cesar. En cuanto a la historia del psicoandlisis se confunde con la de un utero engafioso. Qué habra que arrancar a las mujeres de la Salpétriére para que se oiga su sexo? Ninguna clinica puede dar respuesta a este enigma, pues bien sabemos que el examen anatomo-patolégico no da en absolute la clave de la histeria. ¥ sin embargo hay que probarlo: Charcot se agota en el intento, demostrando con ello la existencia de la histeria masculina; a continuacion, Freud corre el riesgo del escalpelo, se- para el organo de su funcién, amputa el sexo del cuerpo anatémico, a costa de romper el contrato que une desde la Antigiiedad, el Utero y el sexo, la enferme- dad nerviosa y la medicina, el clinico y su organo. La actuacién del inconsciente de Freud en su relacién con Charcot representa un papel importante en el nacimiento del psicoandlisis. Permite que se sefialen las condiciones de produccién de un nuevo concepto de neurosis, a partir de una escena “visual”, en donde /a histérica ocupa el lugar central. En su admiracién por el maestro, Freud se identifica sin saberlo a un enfermo histérico; por no haber sufrido siempre sintomas “nerviosos” se cree enfermo de neurastenia. Este Ultimo término, introducido por Beard en América durante los anos 1880-1884, corresponde ala introduccién de una teoria psicosacioldgica de la en- fermedad mental. Se dice que las condiciones de la vida moderna, creadas por la industrializaci6n capitalista, son suficientes para provocar esta perturbacién ner- viosa; también se dice que la histeria es una enfermedad que esta de moda. Y Freud, cuando separa la neurastenia de la histeria, constata al mismo tiempo la identidad nocional de las dos formas de neurosis: “Se puede hacer la hipdtesis, ~subraya J. Nassif-, de que la neurastenia, como neurosis, no es nada mas que el término a partir del cual Freud podré construir el concepto de neurosis obsesi- val.” La identificacion de Freud con la histérica y sus lazos ambiguos con el maes- tro de la Salpétriére, nos conducen a tener en cuenta la problematica de las filia- ciones imaginarias. En efecto, la dimensién de la transferencia es esencial para situar, en la historia de las ciencias, la division introducida por Freud entre el saber y la verdad. En un texto antiguo, O. Mannoni*? anota que no se puede com- prender la génesis de la teoria freudiana en referencia a un modelo de linearidad y de progreso y que tenemos que distinguir, e incluso oponer, el saber adquirido por Freud junto a Charcot y a Breuer, que se constituye como un cuerpo de hipd- tesis, del saber acarreado por el deseo inconsciente, que el sabio experimenta al volver a Viena y junto a Fliess, durante su “auto-analisis”. Este “andlisis original” 36 ‘sitéa el saber tedrico desde el punto de vista de una situacién transferencial.; _ Desde esta dptica, la teoria del inconsciente no surge ni de la cabeza de Freud ni" © de una légica de la razon, sino del encuentro contradictorio entre una practica es-** pontdnea y un saber tedrico, en donde la verdad se dice a través del error. No hay que confundir, pues, la identidad simbdlica de un descubrimiento, con la figura de su progenitor, incluso cuando éste cree ser de manera permanenteelpadrede ‘su obra. Al separar tedricamente /os dos campos, se comprende como, en la rea- lidad, estan siempre mezclados. A través de su identificacién con la histérica, Freud le va a dar un estatuto nuevo al concepto de neurosis, pero al mismo tiempo, llevado por su deseo i consciente, se va a convertir, como Charcot, en un maestro fundador. Esta posi- cién ambivalente caracteriza, dentro del movimiento psicoanalitico, una filia~ © cién® que sitia a cada discipulo en relacion transferencial con el saber y con la persona del maestro. De ahi la importancia de que se estudie como se perpetiia la imagen del “gran hombre” en la historia de la formacién de los analistas. IV. El sexo, la mujer, la histeria Pierre Marie, un discipulo de Charcot, asegura que su maestro se zambulle en plena histeria por casualidad; el edificio Sainte Laure, en la Salpétriére, esta en tal estado de vetustez que la administracion de! hospital lo tiene que evacuar. Aprovecha para separar a los alienados de los epilépticos y de las histéricas. Como estas dos categorias de enfermos presentan crisis convulsivas, les pa- rece légico reunirlos y crear para ellos un sector especial: el sector de los epilépti- cos sencillos. Freud, a quien no le importa la casualidad, subraya que Charcot re- conoce la necesidad de someter a estos enfermos a una observacién constante y asocia esta “revolucién” con la de Pinel: “Charcot repetia a pequefia escala el acto de liberacién conmemorado en la Salpétriére por un retrato de Pinel colgado en la sala de conferencias™.” Cuando le nombran médico del hospicio en 1862, recorre las salas del edificio haciendo esquemas: “Los tipos clinicos, —escribe—, se pueden observar, representados a partir de muchos ejemplares que permiten que se considere la afeccién de manera casi permanente, pues los vacios provo- cados por el tiempo son colmados muy pronto. Nos encontramos en presencia de una especie de museo cuyos recursos son considerables”®.” Para Charcot, el espacio del hospital se confunde con los ideales de una no- sografia. La division por edificios tiene que coincidir con la de entidades delimita- das por la nueva clinica: “La sectorizacién es nosografica en este caso, —subraya J. B. Pontalis~ |...] El gran ausente es el espacio psiquico. Sera necesario que Freud recorra mucho camino, con sus obstaculos, sus trampas y sus embosca- das, para constituir y diferenciar este espacio. Tendra que reconocer en la con. versién (metdéfora espacial), no la forma efectivamente prevalente de la histeria, ‘+ como se ha creido, sino el modelo de su mecanismo, haya 0 no sintomas somati- cos; esto requeria precisamente, que se operara una conversién ena aproxima- + cin y el tratamiento de Ja histeria: ya no se buscaran sus resortes eniostugares =} del cuerpo directamente, sino en la disposicion del fantasma con sus propias - 37 leyes espacio-temporales, no ya en el cuadro gestual y estatico, sino en las dife- rentes posiciones identificatorias, multiples y escondidas*®.” La palabra histeria designa, desde la Antigiiedad, una enfermedad organica de origen uterino que afecta la totalidad de! cuerpo; Hipécrates es el inventor del término. Las perturbaciones nerviosas se observan, sobre todo, en mujeres que no han estado embarazadas o que abusan de los placeres carnales. El tratamien- to recomienda, para las jovenes, casarse, y para las viudas volverse a casar. Du- rante la Edad Media, por influjo de concepciones agustinianas, se ve, en las mani- festaciones histéricas, una intervencion del diablo. La caza de brujas dura dos siglos, y entre las victimas supuestamente “poseidas” se incluye sobre todo alas histéricas. Ya en esta época, la opinién médica se resiste a la concepci6n demo- niaca de la histeria. En el siglo XVII, antes que Charcot, Charles Lepois afirma que esta enfermedad proviene del cerebro, pues se produce en ambos sexos: se dis- cute, pues, la teoria uterina. Paralelamente, se evoca el papel de las emociones en el origen de las perturbaciones. El vinculo entre el cerebro y la matriz perma- nece, pero es desplazado; el cerebro es un intermediario que distribuye un mal cuyo origen es visceral. “Hasta fines del siglo XVIII, ~escribe M. Foucault-, hasta Pinel, el Utero y la matriz seguiran presentes en la patologia de la histeria, pero gracias a un privilegio de difusién por los humores y los nervios, y no por el pres- tigio particular de su naturaleza’”.” Charcot inaugura un tipo de clasificacion que diferencia la crisis histérica de la crisis epiléptica y libra a los enfermos de la acusacién de simulacion; pero la ciencia oficial afirma entonces que las histéricas de Charcot son excelentes co- mediantes y que el maestro fabrica la enfermedad como el prestidigitador saca conejos de un sombrero. En realidad to esencial del descubrimiento de Charcot se basa en los puntos siguientes: abandona la antigua definicion de histeria y la sustituye por {a definicin moderna de neurosis; atribuye a éste un origen trau- matico vinculado con el sistema genital, demostrando luego la existencia de la histeria masculina, en la que nadie cree de verdad, y pasa asi de una especie de semantica de los fluidos, que circulan de la matriz hacia el cerebro, a una semio- logia de la neurosis. Abandona la cuestion del Utero para hacer de la histeria una enfermedad nerviosa, de origen hereditario y organico, y, para separarla de la si- mulacién, renuncia a la antigua etiologia sexual de |a que Freud se apoderara, se- parando luego la neurosis del campo de la enfermedad organica. Una noche de 1886, el joven Freud se entera por Charcot de que el maestro “conoce” la prima- cia de las causas genitales, pero que éstas deben permanecer secretas en las ai- cobas. Convocar de nuevo el sexo sera para Freud, a la luz del caso de Anna O., salir del espacio de la enfermedad y darle al concepto de neurosis un estatuto ex- terior al marco de la neurologia. Para explicar que la histeria no es una enfermedad del siglo industrial sino una afeccidn precisa, que puede recibir descripcién nosolégica, Charcot demues- tra que sus estigmas se pueden desvelar en obras pictoricas de épocas anterio- res. Encuentra en las crisis de posesién y los éxtasis conocidos desde la Antigiie- dad, los sintomas de una enfermedad que todavia no ha recibido definicién cientifica: “La histeria —afirma-, es la misma en todas partes.” El estudio del cua- dro de Rubens sobre San Ignacio curando a los poseidos®, le da ocasién de des- cribir, con todo lujo de detalles, los periodos del gran ataque histérico; {a fase epi- 38 leptoide con sus movimientos ténicos, en donde el enfermo se hace una bola y da una vuelta completa sobre si mismo, encontrandose luego en actitud tetanica; la fase de payasada con sus contorsiones, su movimiento circular y sus crisis de rabia; la fase pasional, acompafiada de actitudes de stiplica y de pardlisis extati cas; por fin el periodo terminal, con contacturas genralizadas, en donde los bra- zos y las piernas se tuercen de manera espasmédica. Charcot afiade a esto una variedad demoniaca de \a histeria, en la que la Inquisicion veia los signos de la presencia de Satan en el utero de las mujeres. Al relacionar la histeria con la obra de arte, Charcot convierte al pintor en una especie de médico de la transparencia anatémica de los cuerpos. Para él, el artis- ta es un copista que deposita en su época o en tiempos antiguos, la huella de su talento, y la obra de arte una especie de histeria lograda. Esta concepcién de la creacidn es {a de los terapeutas del siglo XIX y de la primera mitad del XX, que ven en el don ia huella de la jocura. Freud revisara esta concepcién del arte. Es cierto que no le alcanza la “modernidad”, pero logra una verdadera hazafa, pues, con él, la histeria recibe una definicién “inversa” de la que Charcot le habia atribuido; al perfilarse en el concepto de conversion, se convierte en deforma- cin, fantasia, desplazamiento, torsion de palabras, novela, sexo... Por medio de esta brecha, transforma Freud el concepto de neurosis, desembocando en una comprensién nueva de la creacién y de las formas, las mismas que propugnan los representantes de la modernidad. Asi, en el momento en que la histeria esta a punto de recibir una definicién que va a poner en juego la primacia de la sexuali- dad, en el momento en que se autonomiza frente a la herencia y al organicismo, en el momento en el que se desvanece la mirada y se oye une palabra, se puede afirmar una concepcién freudiana del arte, desligada de los ideales de la imita- cidn, Al defender que “la histeria es una obra de arte deformada”, Freud estable- ce una nueva relacidn entre el arte y la neurosis, entre el genio y la locura, et in- consciente y la letra. Son los escritores mas que los psicoanalistas los que van a recibir este mensaje. La historia de Anna O. le sugiere a Freud la idea del origen sexual de la histe- ria pero el espectaculo de las manifestaciones erdticas de la Salpétriére, orques- tadas por Charcot, no le deja impavido. Freud se encuentra solo en Paris; consi- dera la capital francesa como lugar de desenfreno y tentaciones: “Creo, le escribe a Martha-, que sus habitantes ignoran el pudor y el miedo. Hombres y mujeres se apresuran alrededor de las desnudeces como alrededor de los cada veres del depésito, o de horribles carteles que anuncian por las calles una novela nueva publicada en tal o cual periddico, dando al mismo tiempo un anticipo de su contenido. Es el pueblo de las epidemias psiquicas, de las convulsiones hist6ri- cas de las masas y no ha cambiado desde los tiempos de Notre-Dame de Paris de Victor Hugo.” Los que asisten a la Salpétriére tienen una manera de vivir mas libre que Freud; estan acostumbrados a las bromas cuarteleras, recorren las casas galantes y estan al acecho de relaciones mundanas. En este tiltimo cuarto de siglo, el sexo se ha disociado de los valores conyugales; se exhibe en los cuer- pos de las histéricas, y para un amplio margen de la intelligentsia es sindnimo de revuelta o traduce el odio por las tradiciones familiares. Maupassant, por ejem- plo, frecuenta los burdeles y, al mismo tiempo, asiste a las lecciones de Charcot. Muchos anos después de que Freud tuviera su encuentro con Paris, los ad- 39 versarios franceses del psicoandlisis atribuyen el “pansexualismo” freudiano a la situacién corrompida de la ciudad de Viena: de esta manera el fendmeno pa- triotero proyecta sobre la cultura extranjera sus propias fantasias erdéticas; por ende, los vieneses reprochan a Freud, en la misma sintonia, que se haya manci- llado con los placeres parisinos. Es cierto que la complicidad establecida por Freud entre la sexualidad y la histeria se arraiga en las nuevas formas de representacién del sexo que llegan con el final del siglo, cuando la burguesia instalada en el poder reemplaza la “simbélica de la sangre” por una “analitica de la sexualidad”. Asi podemos ex- plicar la frase de D. H. Lawrence: “Hoy la comprensién del instinto sexual es mas importante que el acto sexual mismo.” El burgués produce su descendencia al amor de un hogar cerrado, pero experimenta sus instintos con las mujeres publi- cas. Mezcla la higiene con la defensa de fa raza, gusta del placer pero teme sus enfermedades; la sifilis y la histeria invaden sus progresos y sus tradiciones, su patrimonio hereditario, como si los burdeles inyectaran su veneno en el flanco de los valores conyugales. De ahi surge el deseo de analizar el sexo, curarlo, some- terlo al tamiz del discurso médico. Charcot disocia la histeria y la sexualidad, en el marco de una organizacion visual de la clinica, pero introduce “como quien no quiere la cosa” lo genital. El murmullo escuchado por Freud iniciara la ruptura entre la escena de la consulta publica y la del gabinete privado, en donde el sillén y el divan son los instrumen- tos rituales de “un espacio psiquico” que no se puede comparar con el espacio gestual del hospital. En Viena, en Paris y bajo el imperio del puritanismo victoriano, se habla mucho de sexualidad. Dos contemporaneos de Freud, Krafft-Ebing y Havelock Ellis®°, un vienés y un inglés, redactaron los desajustes y las perversiones sexua- les. El primero escribe un manual para uso de juristas y médicos. Introduce los términos masoquismo y sadismo y adopta, en el vocabulario de la ciencia, las fantasias de los literatos. De hecho, las domestica con voyerismo sutil; utiliza de buen grado un vocabulario complicado, repleto de palabras latinas, para disimu- lar el caracter erdtico de las historias que cuenta. Describe a lo largo de las pagi- nas las aventuras de !a necrofilia, de la flagelacion, de la pederastia, del fetichis- mo y de la zoofilia, con detalles y comentarios elegantes. Freud tiene fama de decir obscenidades extramédicas, mientras que se considera a Krafft-Ebing, con la excusa de investigacién cientifica, como autor serio: “Asistimos hoy,—subraya J. Clavreul en 1970-, a una extrafia inversion de papeles, que convierte a quien pasaba por obsceno en autor muy serio, mientras que el grave profesor alimenta las bibliotecas de los eréticos*’.” Havelock Ellis es sexdlogo y escritor. Al contrario de Freud, que mantiene una vida familiar “normal”, vive en la pasion y el sufrimiento casandose con una mujer homosexual que se vuelve loca. Es pederasta y se pasa la vida luchando contra los cédigos morales de la Inglaterra victoriana. Freud esté a menudo en conflicto con Krafft-Ebing, y respeta a Ellis de manera evidente; este ultimo acoge favorablemente las teorias vienesas sobre la histeria, pero mantiene el ori- gen hereditario de las neurosis y sobre todo de la homosexualidad. En realidad, Ellis se parece a la histérica de finales de siglo; experimenta en su cuerpo los es- tigmas de un sufrimiento de origen sexual y se dedica a darle una escritura. 40 Si Francia es el pais en donde la histeria empieza a ser nuevamente definida, quiza sea porque, paraddjicamente, la figura de la histérica evoca una vision de pesadilla. Michelet ha rehabilitado la imagen de la bruja al sustituir el desfalleci- miento del alma por la posicién de la mujer. Esta se convierte con él en el produc- to de una “alienacién social”. “Aislada en su choza, —escribe R. Barthes-, la joven mujer del siervo presta oidos a esos demonios livianos del hogar que son los res- tos de los antiguos dioses paganos expulsados por la Iglesia [...] Michelet fecha el nacimiento de la bruja en el momento en el que se destruye la relacion humana fundamental, cuando la mujer del siervo se excluye del hogar, se va a la landa, hace un pacto con Satan y recoge en su desierto, como un precioso depésito, la Naturaleza expulsada del mundo*?.” La bruja cura los males y consuela a los en- fermos. Michelet afirma que su reino duré tres siglos: el siglo leproso (XIV), el siglo epiléptico (XV) y el siglo sifilitico (XVI). Si el XIX es el siglo en el que la cien- cia intenta triunfar contra la enfermedad, la bruja, bajo el semblante de fa histéri- ca, toma sobre sus espaldas los achaques de! mundo. De terapeuta se convierte en enferma. En la sociedad francesa de finales del siglo XIX, la liberacién de las “demo- niacas”, la glorificacién de la bruja por Michelet y Ia legitimacién de la histeria masculina y femenina por Charcot, se despliegan en un momento en que el femi- nismo emprende un camino singular: es iniciado por hombres (C. Fourier, V. Considérant, P. Leroux), y son los hombres los que lo hacen triunfar. No existe movimiento feminista de masas, pues Francia esta dominada por la influencia oculta de las burguesas amas de casa, conscientes del poder de su reino sobre las tradiciones familiares. Durante la primera estancia de Freud en Paris, la Republica acaba de resta- blecer el divorcio, pero el adulterio sigue siendo un crimen castigado por la ley. La “poseida” expresa las contorsiones de una sexualidad excluida del hogar. Ya no se la considera simuladora, y revela al mundo que las argucias del sexo débil no son exclusivas de las mujeres; convertida en “neurosis”, la enfermedad puede llegar hasta los hombres. Madame Charcot es “amo y sefior” del hogar de su marido: ricamente alimentados, a ambos les gusta esa gastronomia francesa a la que Freud no consigue acostumbrarse; Madame Charcot esta orgullosa de su esposo. Durante toda su existencia no deja de esforzarse por crearle un inte- rior agradable y facilitar sus trabajos cientificos. Acostumbrado a las escenifica- ciones de la Salpétriére, el “patron” se muestra frio y reservado en su casa. No consiente que se le moleste cuando trabaja y no sale nunca a cenar fuera de casa: se viene a cenar a su casa, suntuosamente. Su “cesarismo” no supera las fronte- ras del hospital; reina sobre las histéricas, pero su “burguesa” le gobierna: “Cuando queriamos obtener algo del patrén, ~escribe un alumno-, y dudébamos de su asentimiento, le rogabamos a madame Charcot que apoyara nuestra peti- cién; lo conseguia cuando no pediamos io imposible.” Pensamos que este imposible marca la frontera entre el lugar del saber mé- dico y el de la vida privada. La histérica es la “cosa” del maestro y el marido velei- doso “asunto” de su mujer legitima. Entre estos dos espacios, estancos y sin em- bargo simétricos, se despliegan los ritos de una sexualidad de época, reproductora y silenciosa en su vertiente conyugal, borrascosa en sus bordes ex- teriores. 4 CAPITULO I! Magos, letrados, sabios 1. Magnetizadores Charcot y Freud no son los dos primeros médicos que establecen lazos cien- tificos entre Austria y Francia. Para comprender la inversion operada por Freud a partir de la nosografia de Charcot, nos tenemos que volver hacia el pasado y es- tudiar cémo 1a hipnosis llega hasta la Salpétriére. Charcot “cura” a sus enfermos utilizando un método experimental heredado del siglo XVIII y que se desarrollé en el marco de la Francia pre-revolucionaria. Su finalidad no es exactamente igual que la del magnetizador ala antigua, le importa menos curar que teorizar un descubrimiento. La misi6n terapéutica no predomina en la practica de Charcot y ello da lugar a la controversia con Bernheim y con la escuela de Nancy. Este de- bate redundara ms tarde en la posicion adoptada por Freud respecto de la hip- nosis: este Ultimo abandona un método que le parece inadecuado, tras haber atribuido a Bernheim y Charcot lugares complementarios y, al mismo tiempo, contradictorios, en la génesis de la invencién del psicoandlisis. La psicoterapia entra en una fase experimental, con las teorias del austriaco Franz A. Mesmer sobre el magnetismo animal. Doctor de la universidad de Viena, tiene que abandonar su ciudad natal, porque la excentricidad de sus doctrinas provoca controversias apasionadas. No posee teorias médicas sobre el origen de las enfermedades nerviosas, pero defiende que provienen del desequilibrio en la distribucién de un “fluido universal” que corre por el organismo humano y ani- mal. La teoria de los fluidos, inspirada por las doctrinas “secretas” de la francma- soneria, tiene, para Mesmer, un contenido racional; el sabio es “fisidlogo” y piensa que el fluido esté emparentado con el iman. De esta forma, el magnetismo animal conduce a la hipnosis, es decir a una practica terapéutica que reposa enla omnipotencia de la mirada. Se piensa que el fluido er iana del destello de los ojos y que, al poner alos enfermos en estado de sonambulismo, se restablece el equi- librio de la circulacién de los fluidos. El magnetizador emplea una serie de mani- pulaciones “transferenciales”, toques o “pases magnéticos”, con los cuales pro- voca crisis convulsivas en sus pacientes. A Mesmer se le conoce por la utilizacion de su famoso “balde” en escenas de curacion colectiva: reune en un caldero lleno de agua vidrios rotos, piedras, limaduras de hierro, botellas y barras de hie- fro cuyas puntas sobresalen para tocar a los enfermos, reunidos entre si con una cuerda que permite la circulacion del fluido. 43 Expulsado de Viena, Mesmer le pide asilo a Luis XVI que le proporciona un castillo; alli se puede entregar a sus experiencias, y se hace famoso, creyendo ser un bienhechor de la humanidad; el mesmerismo seduce a los nobles que organi- zan encuentros mundanos alrededor del famoso “balde”. La doctrina austriaca se convierte entonces en asunto de salones, mientras que numerosos charlata- nes se hacen magnetizadores; el movimiento corre entre el pueblo y gran nume- ro de curanderos divulgan los “secretos” del fluido por plazas y mercados. Natu- salmente esto provoca complicaciones eréticas; hay hiptonizadores que se escapan con sus enfermas y transforman la relacién terapéutica en relacién amo- rosa. Si la moralidad de Mesmer no se puede poner en duda, se crea, sin embar- go, una comisién para investigar la validez del magnetismo que empieza a ser condenado: se juzga que el tratamiento hipnotico es peligroso para las costum- bres, pues conduce al vicio y al desenfreno. Se sefala que sélo los hombres po- seen el poder magnético de adormecer a las mujeres y provocarles fuertes agita- ciones erédticas. En tales condiciones, se abandonan las tesis fluidicas de Mesmer y éste abandona Francia en 1784; esto no basta para expulsar del suelo nacional alos adeptos de le hipnosis. El alumno de mayor reputacion de Mesmer, Puysé- gur, continua y mejora sus experiencias. Tras él, muchos otros, como Deleuze, Virey, De Villiers, Noizet, el abad Faria, Charpignon y Bertrand, contribuyen a po- pularizar la doctrina del magnetismo'. En 1840, los cuerpos constituidos de la medicina desaconsejan los estudios sobre el magnetismo, y los estudios sobre la psicoterapia inician un cambio desde Inglaterra, con los trabajos del escocés James Braid que abandona e! tér- mino de magnetismo animal en provecho del término hipnosis (del griego hip- ~ nos, suefio). E. Jones sefiala que la palabra magnetismo comporta en si misma una connotacién sexual: Magnes (iman) proviene de las palabras fenicias mag * (hombre fuerte y robusto) y naz (o nez, nariz que corre y afecta alguna otra cosa); también subraya que el término inglés coiton (coito) designa en su origen la unién de dos sustancias magnetizadas*. Magnetismo se empleaba pues en los atributos humanos, en las sustancias inanimadas, antes de designar bajo el tér- mino magnetismo animal el fendmeno de la hipnosis. Braid renueva la honorabilidad, en la tradicién médica francesa, de los traba- jos sobre la hipnosis que se unen con los descubrimientos recientes de la anato- mia patoldgica y de las localizaciones cerebrales. Esta terapéutica se puede defi- nir de nuevo, a partir de sus trabajos, y ser tenida en cuenta por Charcot, Bernheim y Liébault. Braid rechaza la teorla fluidica y la sustituye por la nocién de estimulacién fisico-quimico-psicolégica. En su opinién, todo sucede en el cere- bro del sujeto sin la fuerza exterior imaginada por los magnetizadores; el opera- dor actua como un mecanico, sin que intervenga una mirada personalizada; Braid se inspira de las ideas de la frenologia de Gall, para quien el cerebro es un ensamblaje de partes distintas que corresponden cada una a una facultad preci- sa, a partir de ahi, inventa el método freno-hipndtico; apoya sobre una regién del craneo, a la que atribuye la sede de un sentimiento; si apoya por ejemplo en la sede de la veneracion, provoca en el sujeto una actitud de rezo. El médico francés Broca, adepto de la frenologia, se entera de los trabajos de Braid y emplea la hipnosis como método de anestesia durante una operacién en 44 el hospital Nacker, luego informa ante ia Academia de las Ciencias en 1859. El lazo entre la doctrina de las localizaciones y la hipnosis se produce en Francia a través de Broca y de Charcot, que defienden, cada uno de forma diferente, el mé- todo anatomo-patolégico. Los dos hombres se oponen sobre la cuestién de la afasia y de su localizacién. Seguin Broca, la sede del Jenguaje articulado se en- cuentra en la tercera circunvolucién cerebral y la afasia es provocada por una le- sidn en ella. Para Charcot, que lo demuestra con la autopsia de un sujeto afasico, la circunvolucién se mantiene intacta. Aqui, como en el caso de la histeria, Char- cot antepone el examen de las causas al de la sede. Este episodio tiene cierta im- portancia: se ve en el como Charcot puede afirmar que se ha terminado la tarea de la anatomia del cerebro y que se abre el campo de la neurosis; Freud abando- na en 1891 el terreno de la neurologia y critica las concepciones de Charcot sobre el lenguaje. Al separar la histeria del espacio “pictorico” de la reproduccion para introducirla en el orden de la fantasia, consigue sacar el lenguaje del dominio de la visualizaci6n y de la localizacién, adentrandose en la nocién de asociacién, que privilegia el elemento actstico: "Asi, como lo subraya Jacques Nassif, el lengua- je mismo podia ser caracterizado como saber del inconsciente*.” ” Tras su primera estancia en Paris, Freud se vuelve a Viena Ilevando en sus maletas el esquema de un trabajo sobre el estudio comparado de las paralisis histéricas y organicas. En Mi vida y el psicoandlisis, anota: “Queria demostrar en 6 la tesis de que la histeria, las pardlisis y anestesias de diversas partes del cuer- po estan delimitadas segiin la representacién popular (y no la anatomica) que los hombres se forjan. Charcot estaba de acuerdo conmigo, pero se podia constatar faciimente que, en el fondo, no tenia ninguna predileccién por el estudio profun- do de las neurosis‘.” En realidad, Charcot no comparte las concepciones de Freud sobre el caraécter puramente representativo de !a anatomia del cerebro en Ja neurosis histérica, sin embargo, no duda en publicer el articulo de Freud en Les Archives neurologiques?. Entre 1886 y 1889, Freud se casa con Martha, abre su consulta un domingo de Pascua y publica una traduccién de las Lecciones de! martes de Charcot y del libro de Bernheim sobre la sugestidn. También conoce a Fliess y le aplica a Emmy Von N. el tratamiento que Breuer practicé con Anna O. El quince de octubre de 1886, da una conferencia sobre la Histeria masculina en la que expone ante las autoridades vienesas las ideas de Charcot sobre la en- fermedad. Describe un caso de histeria traumatica en un hombre que se ha caido de un andamio. En su autobiografia de 1925, subraya: “Se me recibié mal, autori- dades como Bamberger, el presidente, declararon que lo que yo contaba no era digno de fe; Meynert me ordeno que buscara en Viena casos parecidos a los que yo describia.” En realidad el desacuerdo de las autoridades médicas de Viena tiene que ver con algo mas que con divergencias cientificas. Es cierto que en Eu- ropa casi nadie se ha tomado interés por los trabajos de Charcot a quien se consi- dera, en su vejez, como una especie de ilusionista. En los paises anglosajones, se piensa, subraya Jones, “que los accesos histérios son consecuencia de un adies- tramiento debido a la sugestién” y que “Charcot chochea después de haber sido un verdadero sabio".” En Viena, se afirma mas bien que la histeria no es de origen traumatico, pero se sabe desde hace tiempo que no tiene que ver con la simulacion y que su sede 45 no son los organos genitales femeninos. Krafft-Ebing ha rechazado la opinién co- rriente segun la cual los sintomas histéricos provienen de una mistificacion y, lo mismo que Nothnagel, apoya a Freud en su carrera. De hecho, Viena es una ciu- dad tan patriotera como Paris: lo que les molesta a las autoridades en las conclu- siones de Freud es el que atribuya a Charcot, es decir a Francia, un descubrimien- to cuya paternidad reivindican ellos. Es cierto que Meynert afirma que el error de Charcot reside en su desconocimiento de la existencia de una pequena rama de la carétida interna, la arteria coroides’, pero gran parte de su animosidad con res- pecto a Freud, de quien ha sido patron, es debida al amor que su antiguo protegi- do demuestra por el “padre” francés. Se burla de Freud, le reprocha que quiera darie lecciones y que se haya alejado del camino de la ciencia pura, que, en su opinion, solo puede ser vienesa y “meynertiana”. En 1889, Freud viaja de nuevo a Paris, se inaugura la torre Eiffel, nuevo idolo del siglo burgués, que se alza en el lugar mismo de los fusilamientos revolucio- narios y de la fiesta de la Fédération... El pueblo se extasia ante el monstruo de hierro y de electricidad, simbolo del progresismo. “Me he ido de Paris e incluso de Francia, -escribe Maupassant-, porque la Torre me estaba aburriendo dema- siado. No s6élo se ve por todas partes si no que siempre se topa uno con ella, fa- bricada con todas las materias conocidas, expuesta en todas las vitrinas, pesadi- lla inevitable que tortura [...] Por otra parte, esto prueba de forma definitiva el triunfo total de la democracia, no hay ya ni castas, ni razas, ni epidermis arist6 tas. Sdlo hay en nuestro pais gente rica y gente pobre. Ninguna otra clasificacién puede diferenciar los grados de la sociedad contemporanea’®.” Durante ese ano, Freud conoce a los jefes de la escuela de Nancy, Ambroise Liébault y Hippolyte Bernheim, que se oponen a las teorias de la Salpétriére. Liébault es todavia estudiante cuando se interesa por el magnetismo animal. En 1850 se instala como médico de pueblo no lejos de Nancy y renuncia al titulo de hombre de ciencia, para practicar una terapéutica tradicional que le atrae las burlas de sus colegas. Quiere ser curandero. Emplea la técnica hipnotica de Braid afadiéndole ‘ciertos procedimientos del abad Faria. Vive modestamente y se ocupa de los pobres: “Vi al piadoso y enternecedor Liébault", escribe Freud en 1925°. Este médico del pueblo ha Ilegado a la conclusion de que el secreto del método hipndtico de Braid reside en la sugestion. Se acerca asi al punto de vista psicolégico en donde el recurso a la palabra permite que el sujeto se zambulla en un estado de suefio parecido al que procura la droga; a partir de ahi, el suefio hip- nético se emparenta con el sugfio normal. En 1882, ya hace diez anos que Bernheim es catedratico en la facultad de Nancy, donde se establece tras la derrota de Sedan, la antigua universidad de Es- trasburgo. Asiste a las experiencias de Liébault y empieza a dar a conocer sus ideas: asi nace la escuela de Nancy. Sus adeptos consideran que la sugestién verbal es un concepto psicoldgico y la describen en términos de una fisiologia ce- rebral puramente metaférica. Con ello, ponen en primer plano el tratamiento “psiquico” de la enfermedad, instituyendo una nueva posicion del médico en su relacidn con el paciente: “Con Bernheim, —escribe Nassif-, la hipnosis se disuel- ve en la sugestion y se crea una brecha entre /a ciencia del médico y el saber del enfermo’®.” Como hipnotizador, Charcot es el duefio de una escena gobernada por la fu- 46 sidn del demiurgo y de su doble; mientras, Bernheim anticipa con la sugestion, la separacién de la neurologia y del hecho psiquico; esto le llevara a Freud al descu- brimiento de la transferencia, al empleo de la catarsis y por fin de la libre asocia- cién. Freud se va a Nancy en compania de una de sus pacientes histéricas: le pro- pone a Bernheim que la duerma por sugestion, pero éste no obtiene resultado alguno, y ademas confiesa que nunca ha obtenido éxito terapéutico fuera de su contexto hospitalario. La rivalidad entre la escuela de Nancy y la de la Salpétriére es muy viva; el Este triunfa primero contra Paris y se acusa a Charcot de atentar contra ta digni- dad del enfermo. Pero la sugesti6n, a su vez, sufre vilipendio: se dice que ataca la “personalidad” de los sujetos. En realidad, Charcot utiliza la hipnosis para demostrar que tiene razon con su doctrina. Quiere reproducir los sintomas de forma experimental, pero sus con- cepciones de la enfermedad no son las mismas que las del maestro de Nancy. Para Bernheim la sugestion prueba el caracter “psicoldgico” y “relacional” de las afecciones nerviosas; para Charcot la hipnosis es un instrumento: de ahi nace el aspecto teatral de las demostraciones de la Salpétriére en donde hay que aportar la prueba de que la histeria es una neurosis; la hipnosis sirve para demostrarlo, y por eso Charcot trabaja a la luz del dia, como un demiurgo, encargandoles a sus asistentes que preparen a las mujeres entre bastidores. No cree “realmente” en el caracter terapéutico que, mediante la hipnosis, conduce la relacién del médico con el enfermo; tiene otros fines. La escuela de Nancy tiene “razon” cuando criti- ca esta perspectiva: a ella le importa poco que la histeria entre en el cuadro de las enfermedades nerviosas 0 combatir la idea de simulacién, lo que le preocupa, antes que nada, es cuidar a los enfermos. La relacién terapéutica tiene valor de “prueba” ontoldgica y da sentido a una teoria de !a organizacion fisiolégica de los seres. Desde este punto de vista, puede afirmar que no existe ninguno de los fendémenos constatados en la Salpétriére: ni las tres fase: (catalepsia, letargia y sonambulismo), ni la hiperexcitabilidad neuromuscular de' periodo de letargia, ni la contractura facial provocada durante el periodo de sonambulismo, ni la in- fluencia de los imanes sobre las histéricas (o metalo-terapia). Para Bernheim, en la Saipétriére, los sujetos realizan estos fendmenos porque los han visto realiza- dos por otros, 0 porque han oido hablar de ellos; no “simulan”, se encuentran “bajo influencia”; en un palabra, la idea del fendmeno se ha introducido en su mente por el camino de la sugestién, y la-hipnosis de Charcot es una hipnosis de cultivo, Siempre segun Bernheim, los fendmenos observados bajo hipnosis son sim- plemente la exageracién de comportamientos comunes a todos los hombres. El estado hipnotico se caracteriza por un aumento de la sugestibilidad y, desde este punto de vista, no existe diferencia de naturaleza entre lo normal y In patolégico. Sin embargo esta constatacion no le permite aislar el hecho neurotico de su sus- trato fisiolégico. La histeria y el conjunto de las enfermedades “emotivas” per- manecen vinculadas, para él, con el principio de sugestibilidad. El médico asume la sugestién y no separa la neurosis histérica de la simulacién. Mantiene su “poder” sobre el enfermo, a partir de una posicién contradictoria en la que sigue ignorando los datos de la enfermedad en si. Por estas razones, Bernheim no pres- 47 ta oidos a las experiencias de la Salpétriére: no percibe lo que éstas ponen en juego. Charcot, implicado en su batalla tedrica para darle a la histeria el estatuto de una enfermedad “auténtica”, no puede escuchar los argumentos de la escuela de Nancy. Comprende, por haberlo experimentado, que la sugestién hipnotica es un instrumento terapéutico, pero no enlaza esta practica de curaciOn “milagro- sa” con el caracter puramente “psicolégico” de la neurosis histérica. En un articulo publicado algunos meses antes de su muerte y titulado la Fé que cura" defiende todavia su posicién nosografica, pero parece, sin embargo, alejarse de ella; subraya que se pueden atribuir a las histéricas curaciones “mila- grosas” porque se trata de sujetos con una enfermedad “especial” en donde la influencia del espiritu sobre el cuerpo es inmensa. {Sera ésta una manera de vali- dar las experiencias de la escuela de Nancy? Es seguro que no. Solo cree en la eficacia de la sugestion en la medida en que sigue siendo un instrumento para probar la existencia de la histeria pero, a un iiempo, la encierra en el marco de un fenémeno sobrenatural todavia no explicado por la ciencia. Después de este segundo viaje, Freud no completa las hipdtesis de Charcot con el método de Bernheim. No asocia la tearia de uno con la practica del otro. Su recorrido es dialéctico: comprende que Charcot utiliza la hipnosis como demos- tracién y constata que Bernheim no corre el riesgo de practicar !a sugestién con su clientela privada, evitando asi que se rompa el encanto discreto del clima hos- pitalario. Si Charcot es el “padre” de Freud, Bernheim es, en cierto modo, su “hermano mayor”, un médico que apela a las tradiciones de los curanderos. Su fracaso al exterior de la practica hospitalaria, muestra la ineficacia del tratamien- to por sugestion hipnotica. En la cura de Emmy Von N., Freud lo abandona. En cierto modo retine a Charcot con Bernheim y obtiene frutos tanto de las lecciones de uno como del otro. El primero abre el camino de una nueva conceptualidad de la enfermedad nerviosa y el segundo, en contra del primero, ha mostrado el prin- cipio de su tratamiento psicolégico. El “error” de los dos sabios haré que Freud avance por la via “negativa”, hacia el descubrimiento del inconsciente y de la transferencia. Una vez mas, una mujer contribuye a la invencién del psicoanalisis. Emmy Von N. permite que Freud abandone la sugestion; le indica el lugar que tiene que ocupar en la cura: “No se mueva. {No diga nada! jNo me toque!” le grita cierto dia primero de mayo de 1889. A partir de entonces, la ciencia de! terapeuta se puede desligar del saber del enfermo y la escucha se convierte en instrumento de una nueva clinica de la neurosis. La figura del hipnotizador, como la de la bruja, ha sido popularizada por la gran literatura novelesca del siglo XIX. Alexandre Dumas convierte al abad Faria en uno de los personajes centrales de su mas bella novela: E/ Conde de Monte- Cristo"?. Durante casi quince afios, el cura le da al joven marinero Edmond Dan- tés los instrumentos de una de las mayores venganzas jamas contadas en un re- lato. Encerrado en el castillo de If, ese sabio poliglota, mago, filésofo y matematico transmite su monumental saber a su alumna, con él internado; le convierte en “otro” hombre, comediante sin par, justiciero temible, habitado por la muerte y la desesperacion; esta educacién que se parece a “una cura por la pa- labra”, transforma al marinero marsellés en personaje de leyenda, héroe mitico, 48 diezmada por la guerra y Francia se encuentra en visperas de la Commune. Decli- nan los ideales de la Ilustracién, y Dumas nos cuenta el final de una utopia: El Doctor Misterioso es un mago que cuida a la poblacién de una ciudad de Creuse. Estamos en 1875; algunos anos después Ilegarén las invasiones y el triunfo de Valmy. Dumas sabe que los adeptos de Mesmer han desaparecido y su mensaje es desesperado; utiliza el pasado para evocar el presente: el final de un mundo en donde el escritor ya no es la antorcha de los destinos de la nacién, en donde los taumaturgos se han convertido en humildes médicos de pueblo. imaginemos la historia: cuando e! autor del Conde de Monte-Cristo se extingue, el maestro Charcot observa en los jardines de la Salpétriére el deambular de las histéricas venidas de todas las provincias de Francia. Ruge el canon. Los campamentos estan medio derruidos. El hombre de ciencia se pasea reflexionando; cargado de espaldas y alisado el pelo por la toca de pieles, sorprende su paso majestuoso y amplio. Ahi salta la chispa: el mito del taumaturgo, que se muere con Dumas, re- nace en el cuerpo del sabio para ponerse al servicio de los ideales de una nueva medicina, més adaptada al amplio movimiento de las ciencias y que conserve las tradiciones de los pobres. UW. La histeria revisada, Charcot desmembrado En 1885, Freud se hubiera podido encontrar con Guy de Maupassant, y comer con él en una casa de citas a orillas del Marne. Los dos hombres habrian podido hablar de la validez del magnetismo o de las causas genitales de la histe- ria. El “casto” le habria ensenado al “pervertido” los secretos de una neurastenia provocada por la abstinencia. Le habria hablado de Viena, de su musica, que a él no le gusta, del arte barroco, de su pueblo natal! de Moravia, del humor, de los sufrimientos y las resignaciones del pueblo judio; el pervertido le habria confia- do su desesperacién, su desprecio por la République y su admiracién por Scho- penhauer; le habria instruido a propésito del gran estilo de su maestro Flaubert y le habria hablado de sexo, del campo normando, de la frialdad del vicio. Tal en- cuentro no tuvo lugar. Sin embargo Maupassant acude a las presentaciones de Charcot en la Salpétriére pero no frecuenta el salon del bulevar Saint Germain. Léon Daudet es también un adepto del hospicio y se le invita a las cenas de Char- cot. Freud le conoce, pero apenas habla con él. El joven Sigmund tiene menos de treinta afios. Esta preocupado por identificaciones paternas muy complicadas. Léon tiene a penas veinte anos: es un esteta, vivaracho y atormentado, que acaba de empezar estudios de medicina. Va a las recepciones del bulevar Saint Germain en companifa de su padre Alphonse, escritor famoso y respetado por la intelligentsia parisina. Este le ha puesto apodo a su hijo: “el pequeno Tartarin”. A propésito de un personaje de la novela de Alphonse Daudet, Le Nabab, Freud tiene un sueno que relata su propia posicién de hijo con respecto de Char- cot. Esta obra, publicada en 1878, es una especie de cuadro, con ambiciones co- rrosivas, de las costumbres del Sécond Empire. Cuenta la historia de un aventu- rero candido y astuto, apodado e| Nabab porque se ha hecho rico en la corte del rey de Tunez a costa de enormes estafas financieras; vuelve a Paris y se convierte en presa de gentes famélicas, impostores e intrigantes. Después de haber sido 50 el descubrimiento de Freud, la obra literaria de Daudet nace del encuentro con Charcot y del espectdculo de la histeria; se termina cuando el Vel’ d'Hiv’, “conta- giada” por el “virus” nazi la Francia de Pétain. En 1894, un afio después de la muerte de Charcot, Daudet publica Les Morti- coles"” en donde utiliza un procedimiento literario empleado por Swift en Los via- jes de Gulliver. A consecuencia de un error de navegaci6n, su héroe, Félix Cane- lon, se ve obligado a tomar tierra en un pais imaginario llamado Morticolie. Sus habitantes son maniaticos que les han dado a los médicos el poder absoluto de gobernar. Estos son omnipresentes: en la Academia, en el Parlamento, en la Dieta, y en el Palacio de Justicia. Tras una rigurosa cuarentena en alta mar y la estancia en el pabellén de tificos, Félix puede observar el género de vida de los hospitales de la ciudad: he aqui cémo describe Daudet el servicio del profesor Foutange, personaje siniestro en quien se reconoce la figura de Charcot: le asiste a éste un residente llamado Tripard que le hace bromas a su patron y le recluta jOvenes sin dinero, por una perra gorda, que, estan de acuerdo en simular crisis de histeria y hacer como si cedieran a la sugestion hipnotica. Daudet compara las lecciones de Foutange con verdaderas supercherias y muestra al maestro como a un charlatan innoble, malvestido con un abrigo de caucho asqueroso y adepto de “teorias materialistas”; pone nombres barrocos a las enfermedades y atribuye su etiologia al alcohol, a la sifilis y a las degenerescencias nerviosas; su enemigo jurado, en donde se reconoce a Bernheim, se llama Boustimbras; también es de- signado como estafador. Lleva una perilla y un tupé que le dan pinta de nino ca- prichoso. Le desaventaja con respecto a Foutange el ser judio y extranjero, habla en francés con mucho acento aleman: “Ahi reconozco, -escribe Daudet, alias Ca- nelon-, a uno de esos judios despreciables que infestan el pais de los Mortico- las'®.” Pronuncia “temanda” en vez de “demanda” y “balabra” en vez de “pala- bra”. Evidentemente, es aun mas ridiculo que su colega. Después de escribir una sesién de Gran Guifiol en donde los dos “maestros” se pelean a costa de dos simuladoras socarronas, Daudet toma el partido del “pueblo” explotado por el poder médico y atribuye a Charcot frases y hechos destinados a parodiar el universo novelesco de Zola, cuyo estilo detesta y que seré su peor enemigo durante el asunto Dreyfus: “Herencia, herencia, herencia, grita Foutange a una chiquilla enferma del baile de San Vito; su tio murié de con- gestion cerebral, su abuela cometia incesto. {No es asi?, ¢vivia con el padre de usted? En su tugurio, sefiores, copulan como perros, e! incesto es regla; con ben con desenfreno, tras haber bebido varias botellas de alcohol’. El interés de este libro, cuya nulidad literaria es evidente, reside en su “esti- lo", que crearé escuela. En Les Morticoles se encuentra, en estado naciente, el énfasis, la redundancia, la retérica acumulatoria y el balanceo alejandrino de la palabra, que caracterizaran, durante todo el sigio siguiente, la construccién es- pectacular de las frases en el panfleto antisemita. Se va a propagar como el mi- crobio que denuncia, en la prensa francesa de extrema derecha, en los libros de Celine posteriores a 1936, y en el conjunto de los periddicos colaboracionistas hasta 1945. Este estilo toma prestadas sus palabras, sus imagenes y su tematica del discurso médico del siglo XIX, invirtiendo sus ideales progresistas y paro- diando su verbo novedoso. Le roba a Pasteur los agentes provocadores, los virus, el contagio, la descomposicidn y les convierte en espias de un complot, 52 agentes del extranjero; a Claude Bernard y a los anatomo-patdlogos les arrebata la morbidez, las entrafias, los cadaveres, la cloaca, que transforma en triunfalis- mo guerrero o en imprecaciones patriéticas; a Darwin, por fin, le quita la idea de la descendencia, la herencia, la bestia inmunda, el culto de la horda antigua y ‘sobre todo una sacrosanta afirmacién de la desigualdad original de los hombres; que confirmard, con los estandartes empunados, todos los sermones racistas en donde se encuentra el miedo del sexo, el odio a la locura, el horror a los pederas- tas, el terror al negro 0 a los barbaros. No es de extrafiar que esta nueva manera de practicar la lengua nacional se afirme, al alba de este siglo, en una novela que reivindica su herencia en Rabelais y las lecciones de la Salpétriére al mismo tiem- po; en el nombre Foutange se inscriben los estigmas historicos de 1885: Foutan- ge, el que “fout” (jode), introduce su lefa en la matriz de las mujeres y enferma; contaminado por ellas, contamina a su vez; también es aquel de quien se “fou- tent” (burlan), pues el maestro es engafiado por una puta simuladora que cree gobernar, cuando en realidad le ha pagado Tripard para que represente el papel. Tripard, un estudiante de medicina juerguista, adepto de burdeles, nacido de la “tripa” de una alcahueta. L’Ange (el angel) es el guerrero de Dios, privado de sexo, mensajero que anuncia el milagro de la Inmaculada Concepci6n, un ser crédulo, casto y desprovisto de raz6n; es el sabio momificado o burlado, idealiza- do o mistificado; junto al maestro “foutu” (jodido, acabado) o ridiculizado se haya Boustinbras, alias Bernheim, el alsaciano que se convierte en aleman tras la derrota de 1870. Su nombre recuerda a Fortinbras, el joven principe noruego que gobierna, en la obra de Shakespeare, el reino de Dinamarca, tras la muerte de Ha- mlet. Curiosa manera, por parte de Daudet, de evocar con los rasgos de un sabio judio envilecido, el recuerdo de un principe nérdico encargado de restablecer el orden, en un reino devastado por la tragedia del incesto. Boustinbras se opone a Foutange: el barbaro podria invadir el territorio, si Francia no se libra de falsos sabios materialistas que convierten la familia en lugar de perdicion. Fortinbras respeta los despojos de Hamlet; le hace un funeral espléndido; hombre de ac- cién y guerrero, es una especie de “hermano gemelo” del principe neurasténico; Foutange y Boustinbras son dos compadres ridiculos, hermanos enemigos, dos impostores. Charcot es a Daudet lo que la figura del padre asesinado le es a Ha- mlet: un aparecido errante en las murallas de la Salpétriére, un impulsor de cri- menes, un tirano empedernido, un juez odiado y admirado; su mala conciencia es una palabra cavernosa, hecha de remordimientos, de recuerdos, de venganza. Et héroe de este viaje por tierras morticolienses esté en el centro de una no- vela familiar que reune a las tres figuras de la dinastia de los Daudet; Felix y Ca- nelon, estos dos términos forman un condensado de tres nombres: Alphonse, Léon, Philippe. Al principio, un padre sifilitico, en el medio, un hijo habitado por el demonio del sexo, al final y por anticipacion, un futuro suicida, al que su padre le arrebata su propio acto, acusando de asesinato al Estado republicano. La Mor- ticolie es un reino burlesco que sale directamente del Picrochole de Rabelais. Este ultimo personaje es un vecino belicoso de Grandgousier, padre del famoso Gargantua, a quien declara ia guerra a causa de una disputa ocurrida entre dos clanes rivales de mercaderes de galletas. Se sabe que, para escribir el relato dela guerra picrocholina, Rabelais se inspiré de un proceso sucedido en su juventud, entre su padre y un rival de éste llamado Gaucher, a propdsito de circulacion de 53 barcos por el Loira. Grandgousier el padre, Gargantua el hijo gigante y Panta- gruel el nieto: esta otra novela familiar no deja de enlazar con la génesis de la no- vela de Daudet, alias el “pequefio Tartarin”, que suena con producir una escritu- ra “a la francesa” capaz de reanudar la tradicién dei verbo rabelesiano. Bajo la faz de Rosalie, la simuladora de arrabal, amiga de Tripard, se recono- ceala “prima donna” de la Salpétriére, Blanche o Marie Wittmann. En el famoso cuadro de Brouillet, Une legon clinique 4 la Salpétriére, se ve a Charcot presentar un caso de “Grande hystérie” ante una asistencia compuesta de médicos famo- sos 0 escritores célebres. Tras él, Babinski, el favorito, que lleva barba y bigote, sujeta a una mujer desvanecida a punto de caerse sobre unas parihuelas. Lleva una larga falda oscura; con los ojos revueltos y la mufieca izquierda retorcida; el corpifio blanco, bajo el que se adivina un corsé desajustado, deja entrever un pecho carnoso. Quizas se llame Blanche, alias Rosalie. Cuando llega a la Salpé- triére es muy joven y Charcot la admira. Apodada la reina de las histéricas, sirve para demostrar los tres estadios de la hipnosis. Autoritaria, caprichosa y desa- gradable, desprecia a los demas pensionistas. Tras su gloriosa carrera, entra en el Hétel-Dieu, en donde la examina Jules Janet, el hermano de Pierre, quien des- cubre que no es la Blanche que se creia e intenta desenmascarar su personalidad de simuladora. Tras la primera, surge entonces una segunda mujer, a quien Janet intenta dar por nombre Louise, luego Blanche Il. En este nuevo estado, recobra sensibili- dad, sentido muscular, visién y audicién. Ya no sufre alucinaciones y el médico constata que han desaparecido los famosos puntos histerégenos. En verdad, dice, la segunda Blanche es una persona “normal”, no histérica. Frédérick Myers, observador a su vez, afirma que ha sido consciente de su papel de diva y que el ardor con que actuaba !o debia a la contemplacién, muda y furiosa, de las crisis de éxtasis de su propio personaje. También se dice que en el Hétel-Dieu se descu- bre curada de la histeria de la Salpétriére. El tratamiento de Janet le va mejor que el de Charcot, aparentemente, pues, sin duda, Rosalie es una comediante y la plaga de su alma una “falsa” enfermedad. Sin embargo esta “curacion” se termi- na en tragedia. Blanche vuelve ala Salpétriére como técnica, afecta al laboratorio de fotografia. Cuando se crea el servicio de radiologia se la emplea al manejo de los aparatos. _ De nuevo exaltada y soberana, reniega de su pasado y le irrita su evocacién. Muy pronto “agarra” el cancer de los radidlogos, y cuenta a historia oficial que muere en un atroz calvario, sin presentar jamas sintomas histéricos. Tras multi- ples operaciones es consagrada martir de ta ciencia. Al final de la aventura y segtin Daudet”°, del cuerpo de Rosalie, reina de la simulacién, no ha quedado nada. Querida Rosalie, eres un personaje magnifico, y todos los historiadores del psicoandlisis tendrian que glorificar tu nombre. Blanche, dos veces Blanche, eres la mujer asfixiada en su mascara mortuoria y llevas en los indicios de tu patroni- mo el recuerdo de un hombre. {Seré el rostro sin barba de Charcot el que redun- dara asi en tu leyenda, o la huella secreta de una infancia? Quiza te !lames Marie, Genevieve, Joséphine, Madeleine, Marguerite, Emma o Augustine. Eres sin duda lavandera, hija de alcohdlico o amante de un obrero anénimo por quien desafias la mirada de los sabios. Tu padre venia de Suiza o de otra parte, tu madre estaba 54 loca o en la miseria, tu hermana se llamaba Blanche o Charlotte, y se te acusé, como a Charcot, de inventar tus sintomas. Se ha dicho que tu maestro era un charlatan, chocho, astuto o ingenuo, y también se ha dicho que fuiste complice de sus fechorias. Incluso hoy se atreven a decir alin que el hombre de la Salpé- triére “inventé” la histeria manipulandote. El tribunal de las ciencias te juzgé si- muladora 0 desdoblada, y pagaste tu crimen supuesto, sometiéndote a una ley de acero. Tu cuerpo, cien veces dislocado, se parece a la histeria revisada sin cesar, y bajo tus faldas se esconde el rostro de un gran hombre también maldito. Entre Charcot y Freud, tu horrible enfermedad da testimonio de la violencia de un descubrimiento, donde las carnes mutiladas presencian la aventura de los hé- roes de este mundo. En L’Entre-Deux-Guerres, un libro de memorias, publicado en 1915 y que evoca los medios literarios, politicos, artisticos y médicos de los afios 1880-1905, Léon Daudet esta de nuevo agitado por el fantasma de Charcot; esta vez, la tona- lidad det relato y su estilo han cambiado por completo; este valiente retrato de 1915 se opone al grotesco de los Morticoles, como si la patina del tiempo hubiera permitido que el bufén se convierta en héroe legendario. La muerte de Charcot torna a la pluma de Daudet. Cuenta cémo fue informado de ella y sitta esta aven- tura en el marco de los fenomenos telepaticos; la vispera del 15 de agosto de 1893 ve al maestro agonizante en el hotel de los batios de Uriage: “El gran hom- bre, -escribe-, cuya imperiosa mascara agité mi juventud, se acababa de morir, y mi pensamiento, a través del espacio se habia dado cuenta de su muerte [...J Le escribi a mi padre a Champrosoy lo que habia ocurrido.” Al dia siguiente Daudet se entera de la muerte de Charcot gracias a un telegrama dei redactor del periddi- co Le Temps que le encarga una pagina de recuerdos sobre el gran médico; se niega a ello: “El drama que sufria la hospitalaria y gloriosa mansién, —escribe-, me habia aterrado. E! maestro de la Salpétriére tiranizo durante veinte anos la fa- cultad de medicina; no dejaba de ser, empero, una de [as inteligencias mas nota- bles para orgullo de la medicina francesa. Filésofo nulo, mediocre terapeuta, ob- servador visionario, clinico genial, estoy seguro de que ocupara en el porvenir, cuando hayan desaparecido los rencores acumulados por a prioris, a menudo in- justos, un buen lugar detrds de Claude Bernard [...|?"." Léon Daudet estd obsesionado por la “asuncion” de Charcot. Completamen- te convencido de la existencia de la telepatia, cree, sin darse cuenta, en la omni- potencia de la hipnosis y se siente perseguido por un espiritu. El episodio de los bafios de Uriage expresa su deseo de muerte con respecto del maestro cuyo ros- tro omnipotente le tiene aterrado. La noche de la “vision” se precipita a su mesa de despacho y escribe para su padre el relato de su sueno despierto... En esta 6poca, Alphonse esta enfermo y tullido por los reumatismos. Su hijo le anuncia asi por anticipacién el modo en que desea verle morir. Lo mismo que publica Les Morticoles tras la muerte de Charcot, contaré el recuerdo de Uriages, muchos afios después de que haya muerto su padre. En Daudet, la creencia en los fantasmas y en los magos se afirma con la ne- gacion de la validez de las tesis de Charcot sobre la histeria, que reduce a una si- mulacién; se acompafia tal creencia con una glorificacion cada vez mas grande de la figura de un maestro, envarado en su mortaja. El escritor puede entonces encontrar, en la realidad, el rostro paterno adaptado a sus designios de limpiador 55 “Eso de perturbacidn organica y funcional esta muy bien: ¢Pero la perturbacién funcional no sera, por casualidad, una perturbacion organica que escapa a la vi- gilancia o a los medios de laboratorio del observador? Cuestién importante y que permanece en suspenso por encima de treinta afios de investigaciones y conste- taciones médicas. En el momento en que escribo, no esta resuelta todavia, y me doy cuenta de que los jévenes médicos la eluden; asi sucedia mas 0 menos en 18857°.” Daudet atribuye los “errores” de Charcot a que la generacién médica de finales del XIX estaba embriagada por los comienzos del laboratorio y las afec- ciones nerviosas, especialidad de la Salpétriére, intentaban desprenderse del ba- cilo como causa, revelado por el genio de Pasteur. Seguin él, Charcot no intentaba tratar verdaderamente las lesiones rebeldes, porque todavia creia en la fatalidad de la naturaleza: “Porque rechazaba, —escribe-, la idea de conciencia dinamica y de libre albedrio capaz de actuar sobre los tejidos, en ciertas condiciones, y de fundir, asociado con ciertas sustancias, las esclerosis; porque se habia anclado en la opinion, a mi parecer, muy falsa, que no existen ‘saltus’, ni franqueo, ni cambios bruscos, ni brechas, ni mejorias repentinas en la naturaleza; porque combatia la posibilidad de! milagro, del rezo, de la intervencién divina’’.” El interés de este increible retrato de Charcot es evidente. Comparado al de Les Morticoles 0 al recuerdo de Uriage, da testimonio del destino del descubri- miento de Charcot en la tradicién médica francesa: 1894, 1914, 1922, las tres fe- chas coinciden con los treinta afios durante los que la obra de Freud se introduce lentamente en el solar nacional. Durante este periodo se desmantelan los traba- jos de Charcot y Daudet sigue !a corriente dominante. Dicho de otro modo: a me- dida que se descuartiza la obra del maestro se glorifica su imagen, como si fuera necesario aureolar a su autor con un prestigio fabuloso, para conjurar la veraci- dad de un descubrimiento. Primero con el nacimiento de un “estilo antisemita” y luego por medio del “retrato psicolégico”, los tres textos de Daudet dan cuenta de la desaparicién progresiva del concepto de neurosis histérica en el discurso médico francés, reemplazado mas tarde por la nocién de enfermedad mental y por la de simula- cién. En 1922, cuando el psicoandlisis esté a punto de hacerse famoso, Daudet no cita el nombre de Freud. Describe las veladas de los martes en la residencia del bulevar Saint Germain, cuenta los personajes de la época, habla de los descono- cidos de entonces que hoy son famosos, pero no duda un momento del destino “vienés” del concepto de histeria. Para Daudet, Austria se encuentra en China y Paris es el ombligo del mundo. No sélo mantiene una visién patriotera de la medicina sino que archiva en los armarios la obra de Claude Bernard que en 1914 elogiaba, e inversamente glorifica el nombre de Pasteur de cuya seriedad dudaba treinta anos antes, cuan- do todavia no se habia convertido al catolicismo y a las ideas monarquicas. Daudet se extrafia de que no se publique en la prensa francesa ninguna ne- crolégica sobre la muerte de Charcot: “Ya sea, -escribe-, que la altiva actitud del maestro de la Salpétriére indispusiera a colegas y periodistas (a los que no podia soportar); ya sea que su personalidad, compleja y fulgurante, no llegara a lacorta observacion de sus contemporéneos”®.” En realidad, Daudet mismo responde, sin darse cuenta, a esta pregunta, a través de su apologia de Babinski, de 1922. Lo que impide que sus contemporaneos escriban articulos necroldgicos a la altura 57 de su obra, no es la actitud orgullosa de Charcot, es la destruccién que, de ella, hace su alumno preferido, Babinski, que ya habia comenzado, en vida de! maes- tro, El silencio de la prensa francesa ante la muerte de Charcot responde asia una -situacion de hecho. Daudet participa de este silencio cuando rechaza un articulo a Adrien Hébrard, director del Temps, y en 1894 en Les Morticoles entierra a su manera al maestro de la Salpétriére. En 1922, cuando la obra de Charcot ya esta olvidada, se salva con una pirueta: “Falté poco, -escribe-, para que el periddico mas importante de la Republica, acogiera la prosa de un joven escritor que iba a escandalizar, mas tarde, a los medios republicanos en donde se habia educado, por su monarquismo y su clericalismo. Desde entonces le he podido recordar muy a menudo al ingenioso Adrien Hébrard el peligro del que la docta hoja se habia salvado por una vez, y nos reimos juntos”®.” Es de subrayar que Léon asimila la figura de Charcot a ia de su padre Alphon- se, a causa de sus opiniones republicanas. La posicién de Joseph Babinski en el proceso histérico que llevara a la diso- lucion del concepto de histeria es complicada. Atraviesa el debate que opone a Charcot y Bernheim a propésito de la sugestién; se encuentra con la problemati- ca dela simulacién y esta en la encrucijada de la distincién entre la psiquiatria y la neurologia, con respecto ala nueva definicién del hecho mental; por fin, se situa en el terreno del descubrimiento freudiano, de una forma que oscila entre la ana- logia y la promiscuidad, por una parte, y la extrafieza o la hostilidad por otra. El reino de Babinski y de su visién neuroldgica reactualiza “negativamente”, de 1893 hasta 1925, el acontecimiento de 1885, dando asi su orientacién especifica a la entrada del freudismo en Francia. Este médico francés, nacido en Paris en 1857, de padres polacos emigrados, es un afio menor que Freud. Tras sus estudios secundarios en la escuela polaca de Batignolles, es residente en el Hatel-Dieu, y después jefe de clinica en la Salpé- triére, en 1884. En 1885 lee su tesis doctoral sobre la esclerosis en placas y se con- vierte, a partir de 1890, en et hospital de la Pitié, en gran jefe de una nueva neuro- logia, que es heredera de la tradicién de las localizaciones cerebrales y desemboca ert la creacién de !a neurocirugia. En 1911, el profesor Lecéne opera un tumor meningitico cuya sede le ha designado Babinski, porque ha logrado lo- calizar lesiones y precisar su sede por medio de los reflejos de defensa. En 1901, ocho ahos después de la muerte de Charcot, su alumno preferido le dedica un “espléndido homenaje” revisando su definicion del concepto de histe- ria: “La histeria, -escribe-, es un estado psiquico que hace capaz de autosuges- tionarse al sujeto que se encuentra en tal estado. Se manifiesta principaimente a partir de perturbaciones primitivas, y de manera accesoria con manifestaciones secundarias. Lo que caracteriza las perturbaciones primitivas es !a posibilidad de reproducirlas por sugestion, con rigurosa exactitud en ciertos sujetos, y hacerlas desaparecer con la influencia exclusiva de la persuasién. Lo que caracteriza las perturbaciones secundarias es que estén exactamente subordinadas a las pertur- baciones primitivas. Les podriamos llamar perturbaciones pitidticas. Las pala- bras griegas ‘peithos’ e ‘iatos’ significan la primera ‘persuasién’ y la segunda ‘cu- rable’; el neologismo ‘pitidtico’ podria designar muy bien el estado psiquico que se manifiesta con perturbaciones curables por persuasién y reemplazaria con venitaja a la palabra histeria. El adjetivo ‘pitidtico’ sustituiria a ‘histérico’™," 58 Como sucede a menudo, esta batalla tedrica tiene por finalidad reemplazar una palabra por otra: “pitiatismo en lugar de histeria”. De hecho esta sustituci6n renueva el debate sobre la simulacién y la sugestion. Babinski parece tomar el partido de Bernheim contra la Salpétriére, pero quiere, ante todo, ordenar una auténtica neurologia fundada, a través de la comprensién de los reflejos, en el se- falamiento y la localizacin de los signos organicos. En efecto, slo una semiolo- gia rigurosa es capaz de dar a la “nueva ciencia de los nervios” la consistencia tedrica que le falta, del mismo modo en que la anatomia patolégica, un siglo antes, le habia dado forma a la clinica de los cuerpos enfermos. Babinski ordena de nuevo la clinica neurolégica de Charcot, doiéndola de una semiologia especi- fica que su maestro habia dejado de lado, porque intentaba, oscuramente y sin fograrlo, convertir la histeria en una enfermedad mental, nerviosa, funcional y desprovista de huellas lesivas. Con este fin utiliza el hipnotismo y la sugestion y provoca debate con la escuela de Nancy. De esta manera, el mismo Charcot se situa en el principio del fin de su propio concepto de histeria; habia sabido enla- zar la histeria con la neurosis, pero, demasiado encarifado con la herencia, no consigue arrancar esta enfermedad de su pedestal organico y renuncia a la etio- logia sexual, sin deshacerse, en privado, de las causas genitales. Babinski teoriza tos impasses y las contradicciones de Charcot: en efecto, el término “pitiatismo” termina con el imaginario sexual que acarrea !a palabra histeria y conduce hacia la psiquiatria una enfermedad anclada, hasta entonces, en lo organico. Babinski s6lo puede construir una semiologia del sistema nervioso rompiendo con su maestro y disolviendo el vocablo que le ha hecho célebre. De ahi su aparente afir- macién de la supremacia de las tesis de la escuela de Nancy sobre las de la Salpé- triére. En realidad con el “pitiatismo” la histeria se reduce a una “simulacién” provocada en el enfermo por la sugestion inconsciente del médico. La neurologia de Babinski nace menos al apartar a la histeria de su campo, que al mandarla fuera del campo de !a medicina, con los curanderos. Aparece entonces Charcot como el clinico genial de una doctrina cuyo objeto se ha desvanecido, Si la histe- ria es producto de la sugestién, basta con rechazarla como tal, para aportar una solucion al problema de las enfermedades del sistema nervioso. Pero entonces, la nueva neurologia, dotada de una semiologia adecuada, vuelve a caer en la cuestién, no resuelta, de la identidad de la enfermedad histérica. El cadaver ence- rrado en el armario resurge en cuanto se plantea el problema de la interpretacién de los estigmas histéricos y del papel de las “emociones". Babinski defiende al mismo tiempo que las verdaderas emociones no cum- plen ningtin papel en la patogenia de la histeria y que el neurdlogo es incapaz de distinguir los “verdaderos simuladores” y los “enfermos sinceros”: “De la ob- servacién de los multiples histéricos que he visto, -escribe-, se desprende para mila convicci6n, que hacen suya todas los neurolégicos, de que muchos de esos sujetos son sinceros y no pueden ser considerados como simuladores, pero tengo que confesar que esta idea se funda en argumentos de orden moral, y no puede ser demostrada con el rigor cientifico que se debe aportar al estudio de las afecciones organicas. Un simulador habil y educado en buena escuela, podria lie- gar a reproducir con precisin todos los accidentes histéricos, lo cua! constituye una fuente de dificultades, casi insuperables, en los peritajes médico-legales re- lativos a casos de histero-traumatismo™".” 59 Como ocurre @ menudo en fa historia de la medicina, los campos de batalla. resuelven la cuestidn: de esta manera, el terror que los osarios del Este inspiran a los soldados reactualiza el debate sobre la histeria; antes de 1914, el pitiatismo reemplaza a la histeria. Por una especie de adhesién colectiva, muchas perturba- ciones psiquicas se consideran, mezcladas, simulaciones pitidticas, incluso cuan- do no desaparecen con sugestion. Pero cuando llega la guerra se apela a la neu- rologia para distinguir a los simuladores de los “verdaderos” enfermos. Babinski lo intenta sin poder resolver el problema y participa activamente en las decisio- nes médico-militares respecto de las bajas y la invalidez. {Qué son pues esos “falsos enfermos” o “verdaderos simuladores” que Babinski manda al frente? Son “verdaderos neurdticos” cuyos sintomas no entran en el marco de la semio- logia. A partir de 1890, Babinski ha sistematizado el estudio de los signos reflejos, tendinosos, cutaneos y pupilares que le van a permitir que distinga las neurosis enfermedades nerviosas sin huellas neuroldgicas, de las enfermedades del siste- ma nervioso que se manifiestan con sintomas o “signos” neurolégicos precisos. En 1896, descubre el signo que lleva su nombre y en el que la inversién del reflejo cutaneo de la planta del pie, en relacién con una perturbacidn del haz piramidal, se traduce por la extensién de! dedo gordo. Dicho de otra manera, cuando Ba- binski le hace cosquillas en la planta de los pies a un buen neurdtico, la planta se retrae y pliega los dedos. Si el misrno neurético tiene una lesién de! haz pirami- dal, el cosquilleo provoca la extensién del dedo gordo. En 1903, completa el signo con el del abanico: con el mismo cosquilleo, los dedos del pie pueden tomar la forma de ese bello objeto utilizado por las damas. Luego anadira el signo de la piel, el reflejo aquileo, el reflejo paraddjico del codo, etc., y pondra a punto complicados test para encontrar lesiones del cerebelo y del aparato vesti- bular. Efectua la primera observacién del sindrome adiposo-genital y la descrip- cién de un sindrome observado en ciertas lesiones unilaterales del bulbo. Tam- bién estudia las perturbaciones de la pupila en relacién con las crisis gastricas y los aneurismos de la aorta, lo mismo que la abolici6n de reflejos de la pupila en la sifilis, y la atrofia de los nervios pticos en el tabes: cuando Babinski mira, con luz eléctrica, la pupila de un buen neurético, ésta se contrae; al contrario, si el pa- ciente tiene una lesién neurolégica de origen sifilitico, su pupila se queda igual. Aparece asi claramente que, para delimitar con precision el campo de las le- siones neuroldogicas, Babinski tiene que dinamitar la ensenanza de Charcot, am- putandola de sus investigaciones sobre la histeria. Les lleva a los consejos de guerra y a los psiquiatras un distinguido invitado: el enfermo “nervioso” en todos sus estados. Para eso y no por defender las “verdaderas” concepciones de Charcot, la tesis del pitiatismo, en 1908, es ampliamente discutida y atacada en Francia por los grandes nombres de la psiquiatria: Raymond, Janet, Binet, Clau- de, Pitres y Déjerine, cada uno a su manera, afirman, en contra de Babinski, que los accidentes histéricos son independientes de la sugestion y que la emocion re- presenta un papel importante en la génesis de estos fenémenos. Al atacar asi a Babinski, el discurso psiquidtrico o psicolégico contribuye al desmantelamiento de la obra de Charcot por segunda vez. Se apropia de la histeria, abandonada por la nueva neurologia, y al mismo tiempo apela a la gloriosa herencia del maestro de la Salpétriére. 60 “Babinski, escribe Foucault, al imponer desde fuera a su enferma la empre- sa de la sugestién, la conducia a ese punto de la alienacién, en el que aturdida, sin voz y sin movimiento, quedaba presta a recibir la eficacia de la palabra mila- grosa: jLevantate y anda! Y el médico encontraba el signo de |a simulacién en el triunfo de su pardfrasis evangélica puesto que, la enferma, siguiendo la incita- cidn irénicamente profética, se levantaba realmente y andaba realmente”. La psiquiatria rehabilita el nombre de Charcot contra esta magia babiskiana aun en detrimento de |a etiologia sexual. Mientras Charcot observaba a las histéricas en el patio de la Salpétriére, el padre de Babinski no dudaba en agradecer a Francia, su tierra de exilio, ponien- do sus capacidades de ingeniero a disposicién del gobierno de Defensa Nacio- nal. Asi ensefiaba a su hijo el amor a la nueva patria catdlica. Mas tarde éste ser- vira a la nacién en peligro, frente a Alemania, desenmascarando asi a los simuladores. Asi pues, en la revision “neurolégica” de la histeria (pithiatismo), como en la del discurso psiquidtrico, desaparece del saber médico francés una palabra cargada de sexo, que Freud retomara ya sin substrato bioldgico. Esta doble revision marca el punto de origen del “anti-pansexualismo” de los intro- ductores del psicoandlisis en Francia. No es pues de extranar, que el Unico articulo necrolégico que aparece en 1893 sobre la ensefanza de Charcot se publique en Viena, en lengua alemana, por un médico llamado Sigmund Freud. Este articulo puede ponerse en paralelo con los de Babinski sobre el pithiatismo, y con los de Janet y de Binet sobre la ensefanza de la Salpétriére. Freud escribe que la joven ciencia neurolégica acaba de perder a su més ilus- tre promotor y pinta un retrato del hombre, que contrasta singularmente con la imagen dictatorial impuesta por Daudet. El Charcot de Freud es un hombre vi- sual, una especie de artista, habitado por el demonio de la observacién. Le com- para con Cuvier y con Adan: “este ultimo], -escribe-, debid sentir a su mayor nivel el goce intelectual experimentado por Charcot, cuando Dios le present a los seres vivos del paraiso para que los nombrara y los separara unos de otros”. Tras el recuerdo histérico de los principios de la neuropatologia y la descrip- cidn de las cualidades pedagégicas de! maestro, Freud subraya que éste se dedi- caa la histeria en un momento en que esta enfermedad esta muy desacreditad “Ante el observador neofito, -escribe-, se ofrecia el punto de partida siguiente: si me encuentro con un ser humano en un estado que comporte todos los signos de un afecto doloroso, que llora, que protesta, que grita, no estaré lejos de supo- ner en ese ser un proceso psiquico que se expresa de manera fundada a través de esos fenémenos fisicos. El sujeto sano podria expresar entonces la impresion que le atormenta; el histérico dird que la desconoce, y nos tendriamos que pre- guntar rapidamente como es posible que la histérica sufra de un efecto y preten- da no saber nada en cuanto a las causas que lo han provocado |...] No sirve para nada objetar que la teoria de una Spaltung (divisién) de la conciencia, como solu- cién del enigma planteado por a histeria, esta demasiado alejada, como para im- ponerse ante un observador desprevenido y sin a prioris de escuela. En realidad la Edad Media habia escogido ya esta solucion cuando declaraba que la posesion demoniaca era responsable de los fendmenos histéricos. Bastaria con sustituir 61 por la terminologia cientifica contempordnea la terminolog{a religiosa de esta 6poca oscura y supersticiosa®®.” Freud explica luego que Charcot no tomé este camino porque su nosologia permanece tributaria de un concepto hereditarista de la enfermedad nerviosa: "[(Segun Charcot] -escribe-, se debe considerar la herencia como fa Unica causa; por consiguiente la histeria es una forma de degenerescencia, un miembro de la ‘familie névrotique’ [en francés en el texto aleman]; los demas momentos etiolé- gicos representan el papel de causas ocasionales, ‘d'agents provocateurs’ [en francés}**.” Freud expone entonces la forma en que Charcot utiliza la hipnosis para reproducir artificialmente los sintomas histéricos, relata el conflicto con Bernheim y concluye anotando que el “Meister” no ha conseguido ofrecer una distinci6n neta, entre las afecciones nerviosas organicas y las verdaderas neuro- sis. Termina con estas palabras: "Es inevitable que el progreso de nuestra cien- cia, al mismo tiempo que acrecienta nuestros conocimientos, desvalorice tam- bién muchas de fas cosas que Charcot nos ensefid, pero ningtin cambio de tiempo, ni de ideas, podra disminuir la gloria péstuma de ese hombre por quien, ahora todos ~en Francia como en otras partes llevamos luto®®.” Este texto nos indica el camino emprendido por Freud tras la ensenanza de Charcot. En 1893, al contrario que Babinski, no se orienta hacia la elaboracion de una neurologia moderna, sino que intenta delimitar el campo de una nueva psi- cologia, fundada en la divisién de la conciencia, la Unica capaz de heredar del concepto de neurosis histérica. Resuelve asi el problema de fa neurosis, apartan- do las hipotesis de herencia y simulacion. A Babinski le falta lo que a Freud le per- mitiré que renuncie a la neurologia: la emergencia progresiva de la nocion de in- consciente. Al reducir la histeria al pitiatismo, Babinski delimita el campo de la neurologia, excluyendo de antemano cualquier interrogacién sobre el “saber in- consciente del enfermo”. Con un gesto contrario, Freud cuestiona a Charcot por la vertiente de la histeria e indica el camino de una teoria de las enfermedades nerviosas, fuera del campo de la neurologia. Freud y Babinski, los dos “herma- nos enemigos”, pertenecen a la misma generacién médica... Se encuentran fren- te ala neurologia en relacién de espejo invertirdo; el primero abandona la neuro- logia de Charcot y se dirige, a través de {a histeria, por nuevos caminos; el segundo abandona la histeria, para volver a la neurologia del mismo Charcot; se puede comprender por qué Babinski, para efectuar su gesto, tiene que revisar la doctrina del maestro, mientras que Freud la sitta en su historicidad propia. Cuando Freud publica en Viena el articulo necrolégico de Charcot, aparece en Paris, en Les Archives Neurologiques, un texto redactado por él en francés y cuya publicacién acepté Charcot. Se titula Quelques considérations pour une étude comparative des paralysies motrices, organiques et hystériques*®. En ést Freud produce una verdadera inversién de la doctrina del maestro. Por vez pri- mera, en la historia de la clinica de las enfermedades nerviosas, se demuestra la independencia de la histeria respecto de la anatomia del sistema nervioso; Freud define un nuevo espacio de la neurosis, fundado en la observacidn del hecho psi- quico “por si mismo”. Afirma que la histeria no simula nunca las pardlisis perifé- rico espinales o de proyeccidn. En efecto, las paralisis histéricas comparten Uni- camente el cardcter de las pardlisis organicas de representacion, cuyos sintomas 62 se encuentran como esparcidos en la histeria: “La histeria se comporta en sus paralisis y en otras manifestaciones, —escribe-, como si no existiera la anatomia y como si no la conaciera en absoluto”, y: “La histeria desconoce la distribucién de los nervios, por eso no simula las pardlisis periféricoespinales o de proyec- cién®”.” Freud se pregunta entonces cual seré la naturaleza de la lesion que origi- na las pardlisis histéricas. Después de haber demostrado que puede existir una alteracién funcional sin lesién organica concomitante, pide permiso para despla- zar el estudio de la histeria al campo de la psicologis. Esta travesia es, a su pare- cer, necesaria para comprender que “una pardlisis histérica del brazo consiste en el hecho que ‘la concepcién’ del brazo no se puede asociar con las demas ideas que constituyen el yo, y del cual el cuerpo del individuo es una parte importante. La lesion seria, pues, la abolicion de la accesibilidad asociativa de la concepcién del brazo™.” Para apoyar su demostracién, Freud aniade: “El brazo estaré parali- zado en proporcién a la persistencia de este valor afectivo o de su disminucién por medios psiquicos apropiados. Es la solucién al problemas que hemos plan- teado, pues, en todos los casos de pardlisis histérica, nos encontramos con que el érgano paralizado, o la funcién abolida, esté comprometida en una asociacién subconsciente de gran valor afectivo, y podemos demostrar que el brazo recobra su libertad en cuanto se borra ese valor afectivo™.” Este articulo escrito entre 1888 y 1893 es paralelo al que ha escrito sobre Charcot; muestra como el encuentro de 1885 conduce a Freud, en Viena, al des- cubrimiento del inconsciente, mientras que en Francia, los herederos de la Salpé- triére toman caminos diferentes. Ahora bien, el texto sobre Charcot no ha sido nunca traducido oficialmente al francés, aunque se cite a menudo. En cuanto al estudio sobre las paralisis histéricas, no ha vuelto a ser reeditado en Francia desde su primera publicacion. Asi, en 1973, un volumen publicado por Jean La- planche, con el titulo de Névrose, Psychose et Perversion®° reune varios textos de Freud todavia inéditos en francés. El articulo sobre Charcot no figura alli, ni el ar- ticulo sobre las paralisis histéricas, mientras que los otros dos textos publicados por Freud en francés en 1895 y en 1896 (Obsession et Phobies, y L'Hérédité et L’E- tiologie des névroses*’) vuelven a ser publicados. En su introduccién, Jean La- planche precisa que los articulos reeditados en este volumen jalonan la evolu- cin del pensamiento freudiano sobre la psicopatologia. Tenemos que imaginar, entonces, que los dos textos de 1893 son olvidados voluntariamente y que, para los traductores, la elaboracién de la teoria freudiana en materia de psicopatolo- gia comienza en 1894, es decir en el momento preciso de la publicacién de los Estudios sobre la Histeria y no entre 1888 y 1893. Nadie se explica el porqué, y constatamos, en realidad, que el encuentro entre Freud y Charcot se menciona siempre en el discurso psicoanalitico francés, pero que, en la realidad editorial, es borrado constantemente. La introduccién de J. Laplanche de 1973 da testimo- nio de ello: subraya que a Freud le gustaba repetir ja formula de Charcot “La théorie c'est bon mais ¢a n’empéche pas d’exister”, pero se abstiene de explicar las razones y de publicar el texto en donde Freud comenta el sentido de esta for- mula. Hay que subrayar que el texto sobre la herencia y la etiologia de las neuro- sis no tiene que ver directamente con el encuentro de 1885; se dirige explicita- mente a los discipulos franceses de Charcot a quienes quiere poner en guardia contra la interpretacién puramente hereditarista de !a histeria. Por lo tanto, en 63 1896, Freud conoce las vias por las que la doctrina del maestro empieza a ser des- mantelada. En 1925, a propésito del centenario del nacimiento de Charcot, René Lafor- gue le pide a Freud para el Progrés Médical un articulo que trate sobre todo: “de sus relaciones personales con el maestro y de lo que le debia”. Freud acepta y envia la necrolégica de 1893. Esta no es publicada, y la reemplaza un articulo co- firmado por R, Laforgue y H. Codet titulado L ‘influence de Charcot sur Freud”. En lugar de explicar por qué no han querido publicar el texto de Freud, los autores escriben: “Pero incluso seria interesante intentar precisar la parte de su influen- cia en la génesis del psicoanalisis mismo, y conocer la opinién de su creador a este respecto. Interrogado a este propésito, el sefior profesor Freud nos ha res- pondido muy amablemente que su opinion no habia variado desde la época de la muerte de Charcot, opinién que publicé entonces en un articulo*®.” Continuan con un resumen de las ideas de Charcot sobre la histeria, en donde se afirma que el estudio “dogmatico", por él propuesto, ha sido revisado: “Sin embargo, sigue siendo cierto que ha encarado la histeria como capitulo particular de la neuropa- tologia; sus alumnos y continuadores han podido revisar una parte de su propia obra, gracias a su mismo método™.” Citan después el articulo de Freud, esco- giendo el unico pasaje en donde se trata de la “influencia” de Charcot en... jJanet!: “Gracias a sus concepciones, Janet, Bleuer y otros pudieron esbozar una teoria de las naurosis susceptible de satisfacer al espiritu cientifico®®.” En cuanto a la etiologia de la histeria, resaltan la adhesi6n de Charcota las tesis de la heren- cia y afirman que buscaba, en la sexualidad, la verdadera causa de las neurosis. Freud aparece entonces como el continuador de! maestro francés y se precisa que ha ampliado simplemente la investigacion patogénica comenzada anterior- mente. Los autores citan, a este respecto, el articulo Obsessions et Phobies, olvi- dando mencionar que ha sido publicado en francés en 1895 en la Revue Neurolo- gique. De este modo se refieren a un texto en donde no se habla de herencia sino de emocién, y no citan el texto sobre la herencia y la etiologia de las neurosis. Ter- minan su panegirico resaltando que Freud ha colgado un retrato de Charcot en su gabinete de trabajo (signo del “ascendiente” o de la “influencia” del maestro so- bre el alumno) y recuerdan luego lo que ha escrito en 1893 para gloria de Charcot. Asi enuncian los dos hombres el encuentro de Freud y Charcot: insisten en las personas y descuidan el sentido de los textos. Cuando le atribuyen al maestro de la Saipétriére el descubrimiento del origen sexual de la neurosis histérica, se arriesgan a anular el de Freud, y dejan suponer, entre lineas, que el psicoandlisis es de origen francés y no vienés, Por otra parte, mantienen su adhesion a las tesis hereditaristas, muy discutidas por Freud desde 1893, y sobre todo aprueban, a reganadientes, la revision de la doctrina de Charcot calificada de “dogmatica”. En 1925, pues, estos dos psicoanalistas no consiguen elegir claramente entre tres posiciones que predominan en la vision clinica de la histeria: la psico-filosofia de Janet, la neurologia de Babinski y el psicoandlisis freudiano. E! texto de celebra- cién del centenario de Charcot es producto de esta duda. Como Daudet, convo- can a Charcot como si fuera un antepasado, pero a diferencia del escritor, los dos psicoanalistas no cuentan sus angustias, ni sus suenos despiertos, hablan con el discurso de la ciencia. El contenido teérico de su texto esta inscrito en el titulo por ellos elegido: “La Influencia de Charcot en Freud.” Influencia: especie de corrien- 64 nos enserian también que el talento es una especie de histeria y que proviene de una lesién cerebral. Por lo tanto, el genio tiene que venir de dos lesiones conti- guas, es una histeria doble. La Commune no es sino una crisis de histeria de Paris, {Vaya informacién!**” Termina su articulo atacando las ideas feministas con una nota de humor: las mujeres francesas, dice, representan a las fuerzas reaccionarias de la nacién, y si les dan derechos politicos, la République, se arriesga, con toda seguridad, a restablecer la Monarquia, con el papa como sobe- rano temporal. El articulo de Maupassant se mete con la posicién soberana de la “burgue- sa” en la institucién matrimonial. ;Por qué Martin Fenayrou acepta matar a Au- bert, el amante de su mujer, en vez de asesinar a ésta? Este hombre “bajo influen- cia” gno seré un histérico? Gabrielle Fenayrou, ama o no ama a Aubert? Da igual, Aubert ya no la ama. Es pues una mujer abandonada. Con eso basta. En las criti- cas que le hace a Charcot, Maupassant presiente el sentido de una nueva doctri- na, pues se burla de los médicos adeptos de la heredo-degenerescencia, y des- cribe la histeria sin darse cuenta como enfermedad “falsamente” hereditaria y “metaforicamente” contagiosa. Atribuye al saber médico una concepcién de la histeria que le pertenece mas a 6! mismo que a éste. En efecto, si todo el mundo es histérico, de Napoleon a la ciudad de Paris, entonces la histeria no es una “en- fermedad” en el sentido clasico, sino una neurosis que cualquiera puede tener. De esta manera Maupassant se adelanta a las teorias de Freud, en contra de los alienistas. En un cuento titulado Magnetisme y publicado también en el Gil Blas, en abril de 1882, unos meses antes de publicar Une Femme, Maupassant describe el ambiente de una cena parisina, en donde comienza una conversacién sobre las experiencias de Charcot y de un llamado Donato. Este magnetizador frecuenta los salones y pone en estado de sugestién a su médium preferido, Mademoiselle Lucie. Un proceso estrepitoso le opondra a su mujer, que le acusa de ser el aman- te de la senorita. Su defensor diré que ésta se encontraba indefensa ante las su- gestiones del mago. Asi, la historia de Cagliostro retoma fuerzas, en la realidad historica de la Francia de finales del XIX. En el cuento, Maupassant se describe a ‘si mismo, en tercera persona, con los rasgos de un escritor vigoroso, mujeriego, y de lo més incrédulo en materia de fendmenos ocultos. Este personaje pinta un retrato sorprendente de Charcot: “No hablemos de Donato, que no es mas que un ingenioso truquista. En cuanto al sefior Charcot, que tiene notoria fama de sabio, me recuerda a esos narradores, del estilo de Edgar Poe, que, a fuerza de pensar en casos extrafios de locura, terminan por volverse locos. Ha constatado fendémenos nerviosos inexplicados y atin inexplicables, camina por ese descono- cido que cada dia exploramos, y no comprendiendo siempre lo que ve, quizé se acuerde demasiado de las explicaciones eclesidsticas de los misterios. Y, ade- més, me gustaria oirle hablar, seria muy diferente de lo que ustedes repiten™.” Para demostrar la inocuidad de las tesis del “magnetismo telepatico”, el in- crédulo cuenta luego dos historias diferentes. La primera se refiere a la Norman- dia natal de Maupassant: en el pueblecito de Etretat, se despierta un nifio sobre- saltado una noche y afirma que su padre, pescador de bacalao en los bancos de Terranova, ha muerto en la mar. Un mes después, éste no ha vuelto, y se sabe que se ha ahogado. Como los dos acontecimientos, el sueno y el ahogamiento, 66 se producen la misma noche, se cree en un milagro y se explica el fendmeno por el magnetismo. Evidentemente, e! comentario del incrédulo es mucho mas suti las mujeres y los hijos de los pescadores ausentes, dice, suenan con frecuencia que la mar se ha llevado a los hombres. Basta con que uno de esos suefios coinci- da con un accidente real, para que se convierta en una profecia. Se celebra enton- ces la intervencién de Dios o la del magnetismo. La otra historia relata una aventura amorosa de Maupassant. El narrador co- noce a una joven insignificante, ni guapa, ni fea, una criatura sobre la que “no se abate el deseo”. Pero una noche, tiene una especie de sueno despierto, en el que esta mujer, de quien no conoce mas que el nombre, se le aparece llena de cuali- dades. Tiene un dulce encanto y un languido atractivo. Se acuesta y, mientras duerme, esta mujer se convierte en su amante. El sueno se repite tres veces du- rante la noche. Con la luz del dia, esta tan obsesionado que se precipita a su casa, se hacen amantes y su relacion dura dos anos. Uno de los invitados le pide al na- rrador las conclusiones de esta aventura. Este duda un momento y responde: “Concluyo... concluyo en una coincidencia qué diantre! ¢Pero quién sabe? quiza fuera una de sus miradas que yo no habia notado y que se me vino a la imagina- cién aquella noche, por una de esas misteriosas e inconscientes llamadas de la memoria que, a menudo, nos vuelven a presentar las cosas descuidadas por la conciencia, y que han pasado desapercibidas ante nuestra inteligencia.” Un invi- tado responde: “Todo lo que usted quiera, pero si después de esto no cree en el magnetismo, jes usted un ingrato, mi querido senor!*'” En el primer relato, el intento de explicar el suefio por el principio del “mag- netismo telepatico” se reduce a un absurdo. Los suenos de las mujeres y de los nifios del pueblo de Etretat reflejan la ansiedad de una poblacion sometida, por ‘su situacién econémica, a las intemperies del clima maritimo. Durante la guerra los soldados suenan con la muerte bajo todos sus aspectos. A Ia orilla de los mares, los habitantes estan aterrorizados por el ahogamiento. No se trata de “magnetismo”, “de influencia” o de “transmision del pensamiento” sino de un mecanismo cuyo funcionamiento explicara Freud en la Traumdeutung. El incrédulo del cuento de Maupassant sabe que su primer relato es una his- toria graciosa. Ridiculiza el magnetismo de salén, el de Donato y no el de Charcot o de Bernheim. El segundo relato es diferente del primero. Evoca la figura de un hombre que intenta desvelar el sentido de sus visiones; el suefio del seductor esta ligado con la realizacién de un deseo inconsciente; mientras duerme, apare- cen los rasgos fisicos e intelectuales de la mujer deseada, que la conciencia ha descuidado. Como no ha olvidado su nombre, el seductor la puede conquistar. Asi Maupassant es un hombre del “ante-siglo”, un ser doble: en el salén liquida a los magos de su infancia, en su jardin secreto, busca en Charcot a un nuevo Edgar Poe y se acerca de ese “En otra parte”, de ese “Unbewuste” que tiene, para él, el atractivo de una mujer muerta, judia, asidtica 0 prostituta, uno de esos seres peligrosos y pérfidos cuya mision es la de arrastrar a los hombres hacia abismos desconocidos™. El seductor de 1882 compara a Charcot con un loco y suefia con escuchar su voz. Durante dos anos, de 1884 a 1886, Maupassant realiza este deseo. Asiste a las clases de la Salpétriére y, un afio después, publica, con su Le Horla, uno de los relatos mas hermosos que se han escrito sobre la vivencia intima de la locura. El 67 encuentro con Charcot permite a Maupassant inventar una nueva forma de na- rracién, entre el cuento y el documento. Toma de Turguenief el arte de las “histo- rias sencillas, en las que se combina simplemente un algo vago y perturbador®?", pero, sobre todo, carga sobre el sujeto mismo las grandes alucinaciones que per- turban la mirada clinica del siglo. En las palabras que utiliza el escritor, encontra- mos los principios de Bichat y de Claude Bernard 0 las visiones de la vida biologi- ca devorada por los asaltos de una muerte rampante. En los recovecos de sus frases se descubren las enfermedades infecciosas de Pasteur, la histeria de Char- cot, el catélogo perverso de Krafft-Ebing. En Maupassant, el arte de escribir se pa- rece a una tara familiar. Es “transmisible”, como el saber de los magos o de los médicos, se aprende por “contacto” y por iniciacién; pasa de maestro a discipu- lo. Sabemos que el joven escritor fue alumno de Flaubert, a su vez amigo intimo de un poeta muerto prematuramente, Alfred Le Poittevin, hermano de la madre de Maupassant. Este “sobrino”, cuyo padre se llama Gustave, es el vivo retrato de su tio: es el fantasma de un muerto, su doble, su espiritu... Cuando Flaubert recibe por vez primera a su futuro discipulo, lo hace con estas palabras: “Vaya, como se parece usted a mi pobre Alfred... En realidad no es de extranar, era her- mano de su madre... Un abrazo, hijo mio, estoy emocionado... Me parecio de re- pente que era Albert el que hablaba!” “Esta fue, -escribe Maupassant-, la causa verdadera, profunda, de su gran amistad para conmigo, yo era una especie de aparicién del Pasado™”. Antes de convertirse en alumno de Flaubert, Maupassant se encuentra, du- rante un episodio de ahogamiento fallido, con el extrafio poeta inglés Algernon Charles Swinburne. “Asi le conoci, -escribe en 1891-: yo era muy joven, y esta ba de vacaciones en /a playa de Etretat, cuando una manana, a eso de las diez, Hegaron unos marineros gritando que un bafista se estaba ahogando en la Porte de arriba. Cogieron una barca y me fui con ellos. El bafiista, que desconocia la tre- menda resaca que hay bajo este arco, habia sido arrastrado por ella y rescatado més tarde por una barca que pescaba del otro lado de esta puerta, comunmente llamada la Petite Porte. Esa misma tarde supe que el imprudente bafista era un poeta inglés, que dias atras habia llegado a casa de otro inglés con quien yo ha- blaba, a veces, en la playa. Era el senor Powell, propietario de una casita que habia bautizado ‘villa Dolimancé™". Maupassant acepta la invitacién de los dos personajes: “Dos visionarios en- fermos, ebrios de poesia magica y perversa®*”. Swinburne es tremendamente delgado, como lo sera el narrador de Horla. Su cuerpo esta continuamente agita- do por violentas sacudidas nerviosas. En las mesas de su casa yacen numerosas osamentas entre las que se halla a mano desollada de un parrricida que Swin- burne le regala al joven. Los dos ingleses suelen comer mono asado y han do- mesticado un macaco al que un dia ahorcaron y enterraron en el jardin, siguien- do un rito oriental. El poeta adora al marqués de Sade. “Era el inventor mas célebre del ‘vicio inglés’, es decir la invasion de las practicas eréticas por el uso del latigo®””. El agua salada es, para Maupassant, un equivalente del sexo feme- nino. La “mar” le golpea, le fustiga, le paraliza. En el burdel, el agua turbia de la vulva le envenena. En los sanatorios que frecuenta, pide siempre que le duchen con violentos chorros de agua. Entre 1872 y 1880, fecha de su muerte, Flaubert educa al sobrino de su 68 amigo, como el abad Faria hizo con Edmond Dantés. Le gusta llamarte discipulo y quiere ensefarle el arte de escribir obras maestras. A cambio, le pide numero- sos servicios. Mientras redacta Bouvard et Pécuchet le encarga recoger informa- ciones para ilustrar a tonteria de sus héroes, Maupassant le pasa notas sobre los copistas del ministerio y compone para él un itinerario de los alrededores de Etretat. Pero por encima de todo, Flaubert despierta en su alumno el sentido dela mirada y de la “vision exacta”. Desde su ninez, el joven tuvo la impresién de que estaba poseido por una profunda sensacién de “comerse” el mundo con los ojos. Tras la muerte de su maestro, afinara el 6rgano de la visién, aunque menos. en la novela, como queria Flaubert, que en la practica del periodismo y del cuento fantastico. “La crénica,—escribe H. Juin-, es el ‘aulladero’ de Maupassant®®”. De- fiende tempranamente la idea de que el mundo visible esta atravesado por el reino de la invisibilidad. El “doble” surge a través de una fascinacién por el Agua y la Mujer. La representacién de un “tercer ojo” le lleva a renovar el estilo del re- lato fantastico. La obra de Maupassant es “doble”: sus novelas, de tradicién bal- zaquiana y flaubertiana, obedecen al principio de un estilo descriptivo, mientras que sus relatos, sus crénicas y cuentos, escritos a menudo en primera persona, conducen, via el encuentro con Charcot, a la elaboracién de una clinica alucinada de la visién. El fantasma de Flaubert acosa al escritor: “No podria decirle cuanto pienso en Flaubert, —le escribe a Zola en 1880—, me acosa y me persigue. Su pen- samiento vuelve a mi sin cesar, escucho su voz, imito sus gestos sin darme cuen- ta, le veo continuamente ante mi con su amplia bata oscura y gesticulando al ha- blar. Es como una soledad que se ha creado a mi alrededor, e| comienzo de separaciones horribles venideras®®”. Incorporacion, ruptura, castracion: para ac- ceder a su propia escritura y despegarse de la ensefanza de Flaubert, Maupas- sant “come” el cuerpo del maestro muerto; se separa entonces de su “magneti- zador” y puede darle nueva vida en si mismo. Este “otro” es un desconocido, un extranjero: esta ahi, presente, en su casa; bebe el agua y la leche de su jarra, se sacia con su identidad, le chupa la sangre, esconde su imagen en el espejo, come su comida, fe persigue, le vuelve loco, escribe en su lugar: cuando Maupassant redacta sus textos, Flaubert le lleva la mano. Un Flaubert “imaginario”, desposei- do de su poder, un Flaubert muerto, enteramente inventado para encarnar el papel del Otro, en el corazén del Mismo. Al incorporar la imagen del maestro admirado, el escritor se libera de sus mandamientos literarios. Comete un “parricidio”, y, al mismo tiempo, se separa de los ideales del magnetismo. Al no estar ya hipnotizado por la mirada del otro, sabe que su locura no le viene de otro, sino de si mismo. El otro esta en él y fuera de él, ahi, en su ser, y en otra parte, en lo desconocido: es la oria del Horla, y Le Horla es precisamente, en literatura, la historia del descubrimiento del incons- ciente. No es el inconsciente de los psicélogos o de los alienistas, ni el subcons- ciente de los magnetizadores; no es un “lugarteniente” de la conciencia, sino un “no-conocido”, situado ahi, y en otra parte, en una escena diferente, negativa, dentro del pensamiento. Le Horla es la historia de una herida narcisistica en donde la escritura zozobra en el relato de la locura. En 1885, los trabajos de Darwin ya han revelado que los hijos de Adan des- cienden de los arboles y no del cielo. En esta misma época, se cree que los plane- tas estén habitados por seres inteligentes superiores al hombre. Camille Flam- 69 no; tras la muerte del fiscal general, célebre por sus requisitorias intransigentes, un notario descubre el diario intimo del magistrado. Este habia notado, dia a dia, cémo crecia en él un formidable impulso mortifero que le condujo a matar a un nino y a un pescador. Habia pedido la guillotina para el sospechoso juzgado en su lugar, y habia asistido a la ejecucién con fruicién. Por fin, la cuarta historia establece vinculos entre los animales alados venidos de Marte y el vampiro. El Horla es el nombre de un dirigible, que emprende el vuelo por los aires con el na- rrador a bordo, y que viaja desde Paris hasta la embocadura del Escaut. En esta version humoristica del Horla, |a bestia es un precioso murciélago inflado con gases que se evade hacia la luna y vuelve luego a tierra firme. Cuenta la leyenda que Maupassant murié en medio de atroces dolores. Cho- cheaba y andaba a gatas, creyendo ser una perra rabiosa; ladraba, babeaba y se le trababa la lengua. Prescribié que no fuera enterrado su cadaver, deseando que, tras la muerte, su cuerpo se reuniera con la tierra madre. La administracion de pompas funebres no quiso cumplir este deseo que juzgaba indecente. Algu- nos literatos siguieron el cortejo intercambiando anécdotas. Contaba una de ellas la historia de una nifia pequefa, violada por su tutor en la carroza mortuoria que conducia al cementerio los despojos de su abuela. 73 y de gritos de Utero; trabaja en un marco hospitalario a donde vienen, no las bur- guesas ricas, sino las pobres, las prostitutas, las madres solteras, las malditas, todas las que son tiradas al arroyo por la sociedad vienesa... Los defensores de la “generacion esponténea” le acusan de amenazar el saber médico. Y lo amenaza en efecto: ha probado que los médicos y los estudiantes transportan, sin saberlo, la infecci6n, a través de autopsias y palpaciones vaginales. Ahora bien, la medici- na oficial, enfeudada al poder del Estado, tiene que permanecer “limpia y pura” de cualquier idea de contaminacién, tiene que ser inviolable, como un imperio sagrado. El agente provocador no puede seguir en su morada. A partir de ahi se busca a los culpables, se afirma que la enfermedad proviene del exterior, de los espias, de los barbaros... Semmelweis, el extranjero, es expulsado del hospital, condenado y exilado; se vuelve loco. Lo mismo que a Bichat, se le lleva la enfer- medad a la que ha dedicado toda su vida: muere por emponzonamiento cadavé- rico después de una diseccién. Cuando Hungria se convierte en una nacion, reha- bilita a este hombre que la cirugia moderna considera como el precursor de Pasteur®. La sociedad de Viena tiene obsesién por la sexualidad. En la medida en que no se puede hablar de ella, se piensa mucho mas. La antigua generacién puritana la considera como factor de anarquia, mientras que las mujeres jovenes sufren por su condicién de esposas. Se comprende que la histeria, descrita por Freud, afecte unas veces a jévenes educadas con rigidez, y otras, a burguesas casadas segtin criterios vinculados a los intereses econémicos de sus familias. La ciencia oficial considera que la teoria de la sexualidad es una emanaci6n de la degenera- cién y el sabio de “nombre femenino” es asimilado ala hembra posesa cuyos su- frimientos describe. La nueva generacién de artistas vieneses propugna el arte por el arte y tiene el culto de la forma por si misma. Se opone a sus “padres”, hombres de nego- cios, comerciantes y banqueros que asocian el arte con el utilitarismo de los or- namentos barrocos, y que intentan desviar a sus hijos de la Gnica actividad creati- va que encuentran. La burguesia de negocios ascendente se quiso parecer a la antigua aristocracia austriaca. El gusto por lo monumental y lo barroco se ha con- vertido para ella en signo de riqueza y de éxito: “Los vieneses de la generacién que llegé a su madurez a la vuelta del siglo se educaron en una atmésfera en donde los valores estéticos ocupaban tal lugar, que se olvidaba que pudieran existir otros®.” Freud pertenece al mismo tiempo a la generacién de los padres y a la de los hijos: en el campo del arte, adopta los gustos de la burguesia liberal vienesa y prefiere el clasicismo al modernismo, Hugo a Musil, Shakespeare a Joyce, Vinci a Kokoschka o a Klimt, Miguel Angel a la arquitectura funcional de Loos. No le gusta la musica, ni la de Mahler o la de Schénberg, que no la entien- de, ni la de los roménticos. Descuida la 6pera y los conciertos y dedica su oido a los gritos de los neuréticos. Hijo de un comerciante judio, rechaza, lo mismo que los artistas innovadores, el mundo de los negocios y el comercio, para consa- grarse al estudio de la medicina, en donde se convierte en un sabio de “vanguar- dia”. Se codea, con mayor o menor proximidad, con todas las personalidades de la sociedad de Viena. Gustav Malher le consulta para curarse de su impotencia sexual. Trabaja con Schnitzler en la clinica de Meynert y se dirige a Karl Kraus el 12 de enero de 1906 cuando le acusan de plagio en el asunto Fliess-Swoboda- 80 judio, y la invencién de lenguaje, la creacién artistica o el descubrimiento cientifi- co; como si la chispa del genio poseyera siempre esa extrana forma de circulari- dad que consiste en estar con un pie en la tumba y el otro en un ghetto. Otto Weininger afirma que su caracterologia se inspira en Platén, en Kant y en Schopenhauer. Para él, los conceptos de masculino y femenino representan dos tipos psicolégicos ideales 0 variaciones de formas platénicas. Se encarnan en los cuerpos y constituyen una base que permite explicar el comportamiento humano. La idea masculina remite a la creatividad, a! poder y a la racionalidad, la idea femenina al desorden y al sexo insaciable. El homosexual, la mujer y el judio son partes de la misma depravacidn. La fecundidad es repugnante y solo la casti- dad es grande. La raza aria es la encarnacién de una creatividad ideal. Para libe- rarse, el judio tiene que vencer la judeidad que le define como tal y la mujer se tiene que emancipar del falo masculino, renunciando al coito, simbolo de su ser- vidumbre. El suicidio de Weininger se menciona en unas lineas en la rdbrica de suce- sos. A su entierro van Karl Kraus, Ludwig Wittgenstein y Stefan Zweig. Un afio después, Sexo y cardcter se convierte en una de las obras més leidas y discutidas en los paises de habla alemana. “Hubo una moda Weininger -subraya Roland Jaccard-; se cuenta que hubo estudiantes judias que se mataron después de leer el libro, porque al ser mujeres y judias, ya no podian creer que un dia llegarian a los ideales de bondad, grandez y justicia, que guiaban sus vidas’®.” La asimilaci6n del judio a la mujer, y su reciproca, es uno de los temas princi- pales del discurso antisemita; ahora bien, la idea de que el pueblo judio sea una mujer, viene cirectamente de la Biblia y de las tradiciones del pensamiento judio: “De los Profetas, —escribe J.P. Winter-, que trataban a Israel de prostituta, hasta el Cantar de los Cantares, donde, segun la tradicién, la mujer que se dirige a su amante no es sino la metéfora de Israel que se dirige a Dios”.” En su denuncia casi delirante de una fer dad inscrita en términos de pasividad, de arrogancia, de insatisfaccién, de lujuria o de sumisién, Weininger aparece como uno de los més tragicos representantes del destino judio occidental en el siglo XX. Este se situa en el centro de todos los descubrimientos cientificos, de la teoria de la relati- vidad a la bomba atémica, es victima de todas las balkanizaciones, del tratado de Versailles al reparto de Yalta; participa en todos los fanatismos religiosos: sionis- mo, Islam; preside el nacimiento de todos los movimientos politicos que intenta- ran eliminarle, entre los cuales el nazismo; por fin, se situa en el meollo del gran debate de ideas sobre la naturaleza de la sexualidad humana’". Hay otro judio de Viena con un destino que se puede comparar con el de Kraus y Weininger; en efecto, lo que conduce a Theodor Herzl al sionismo es e! fracaso de un esfuerzo repetido por escapar de su condicién de judio. Este dandy, suefia con pertenecer a la aristocracia, pero le excluyen de su cofradia de estu- diantes universitarios, por haber defendido el judaismo, se hace periodista, y en 1891, es corresponsal en Paris del Neue Freie Press. Alli es donde se adhiere al sionismo. Una vez mas se trata de un fendmeno de conversion en donde una mistica se opone a otra. La idea de Herzl es realizar los proyectos de retorno a la Tierra prometida que animan el movimiento sionista. Aterrorizado por el proceso Dreyfus, el de Ravachol y por la lectura de La Libre Parole de Drumont, piensa que la asimilacién ya no es posible. De formacién juridica, es legalista y, a dife- 85 puesto por médicos, educadores y escritores. Les une una insatisfaccién comun respecto de la psiquiatria, de las ciencias humanas y de !a educacién. Constitu- yen un muestreo bastante fiel de la intelligentsia europea de principios de siglo. En aquellos tiempos, las ideas de Charcot y las de la escuela de Nancy !legan ala calle. En Alemania, Kraepelin dota a la psiquiatria con una nueva nosologia, Nietzsche desarrolla una moral teniendo en cuenta la locura, el sexo y las angus- tias, y Wundt ejerce una influencia preponderante en psicologia. El darwinismo actua de diversas maneras en el pensamiento cientifico, mientras que los movi- mientos de vanguardia culturales y literarios empiezan a cantar las alabanzas del nuevo siglo eléctrico. En politica, el socialismo es una idea nueva que conmueve a todos los espiritus. Lo mismo que el mundo en que viven, los hombres del miércoles estan desgarrados por conflictos. En cada reunion, comentan textos, hablan de sus casos 0 intercambian propuestas tedricas, pero también discuten sobre sus propios problemas, sus fracasos, sus asuntos sexuales. El deseo que les impulsa a comprender a sus semejantes, se parece a una interrogacién sobre si mismos, sobre su infancia, sus padres, sus antepasados. El conflicto que opondré a Freud con Stekel es la repeticion del que se produ- jo con Wilhelm Fliess. Su litigio principal es la cuestién del plagio. En realidad Fliess le reprocha a Freud que le haya “robado” sus ideas sobre la bisexualidad y que las haya transmitido a uno de sus pacientes llamado Swoboda. Este, a su vez, se las confia a Weininger, su amigo intimo, que encuentra en eilas materia para un libro. Freud rechaza las alegaciones de Fliess subrayando que Swoboda no era un discipulo sino un paciente y que, seguramente, Weininger habia sacado esta idea de otras fuentes, dado que ésta estaba presente en la literatura cientifi- ca de la época, En esta historia, Freud reconoce que le ha hablado a Swoboda de la bisexua- lidad para ayudarle durante su tratamiento. Pero cuando luego le acusa Fliess de haber disimulado e! hecho de que ha leido el libro de Weininger, comete el error de no interrumpir la querella, tomando por pretexto, por ejemplo, que una idea cientifica no le pertenece a nadie. Por el contrario, se quiere justificar con Fliess, reconociendo su intento de plagio y queriendo analizarlo. Con esto sdlo consigue envenenar la pasién acusadora de Fliess. Un poco mas tarde, Wininger se suicida, dejandole a Swoboda sus libros y papeles. Este publica entonces un libro en donde retoma las tesis de su amigo, “robadas” a Fliess. En 1906, este Ultimo publica a su vez una obra titulada E/ de- sarrollo de la vida: fundamentos de una ciencia biolégica exacta. Las cosas van a tomar luego un giro delirante: un llamado Pfenning, bibliotecario en la corte, pu- blica un panfleto inspirado por Fliess, en donde acusa de plagio a Swoboda y a Weininger y que le acusa a Freud indirectamente. Swoboda pone un pleito por difamacién a Fliess y a Pfenning, pero el asunto no llega nunca ante los tribunales porque la legislacion no toma en cuenta la idea de plagio en el campo cientifico. Hace falta que intervenga la ley, a falta de juicio, para poner término a los de- lirios de ciertos hombres de ciencia incapaces de reconocer un tépico: /as ideas no le pertenecen a nadie. Esta historia es significativa; demuestra que en los co- mienzos del movimiento psicoanalitico, e! delirio se incorpora a la produccién tedrica, la fantasia de plagio acompafia de lleno la elaboracién cientifica, hasta el 90 Atenas en compafia de su hermano Alejandro, en 1904. Durante la estancia fue invadido por un sentimiento siniestro al descubrir que la ciudad no era un fantas- ma inventado por los libros, sino que existia realmente, geograficamente. En la escuela, cuando era nino, no habia querido tener en cuenta la realidad historica de la Acropolis y el encuentro con las piedras del Partenén le revelaba ahora este mecanismo de la represion. La perturbacidn que sentia se podia comparar con la de una persona que se pone enferma porque se le cumple un deseo: en este caso, el “éxito” se traduce por un “fracaso”. Freud explica que en su juventud habia dudado de la existencia de Atenas porque tenia miedo de no ver nunca la Acrépolis. Cuando relata este recuerdo, Freud muestra como un hijo supera a su padre; lo mismo que Anibal le venga: Jakob Freud no tenia estudios y la cultura griega no significaba nada para él. Delante de! Partendn, se pudo volver hacia Alejandro y hablarle de este modo: “;Qué hubiera dicho nuestro padre?” Este gesto es idéntico al de Napoleon Bonaparte cuando se volvié hacia su hermano ‘en el momento de la coronacidn y le hizo la misma pregunta. Al confrontar una vez mas la leyenda y la Historia, nos podemos dar cuenta de que, en 1904, a Freud no le basta con identificarse con un general semita para vengar a un padre humi- lado; dicho de otra manera: la resistencia anibalesca contra el poder dominante le es necesaria al psicoandlisis, pero no le es suficiente, puesto que el general también quiere ser consagrado emperador. Desea dos cosas contradictorias al mismo tiempo: seguir siendo un maestro “descentrado” (semita, judio, rebelde, etc.) y convertirse en soberano capaz de conquistar una nueva cultura, la griega, extrafia para el judaismo, quiz4 “superior”. Para Freud es importante, pues, su- perar a Jakob, e! padre, pero también quiere triunfar alli donde Anibal fracasé: ste no llegé nunca a Roma, mientras que Freud ve la Acropolis, luego Roma; ac- cede a las dos culturas, la griega y la latina. Freud tenia diez afios cuando nacié su hermano pequeno; le incita a su padre para que le llame Alejandro, delegando en él, de esta manera, sus suefios de con- quista, como lo hace un padre con su descendencia. Cuando, a su vez, fue padre, les dio a sus hijos los nombres de los héroes que admiraba: Martin a causa de Charcot, Oliver a causa de Cromwell, etc.° ... Alejandro y Napoleon, los dos em- peradores, se parecen a Freud; el griego es un macedonio, llegado de una regién alejada de Atenas; unifica a Grecia, convirtigéndose luego en conquistador del im- perio; el francés es corso, un maqueto, equivalente de un judio; se hace sobera- no de un pais cuyo idioma habla con fuerte acento italiano. Anibal, Alejandro, Napoledn; un Semita, un Macedonio, un Corso; estas son las figuras heroicas en las que se inscribe, a principios de siglo, !a historia del m vimiento psicoanalitico. Sin embargo, la resistencia anibalesca del psicoanaii ‘se va a transformar progresivamente en su contrario. La sociedad de los miérco- les se ve répidamente arruinada por conflictos internos. Primero se transforma en una asociacién “reglamentada”, en un imperio luego. Cartago es vencida desde el interior, como Roma més tarde. Al mismo tiempo que la teoria del in- consciente atraviesa el Atlantico para conquistar un nuevo imperio, aparecen las divisiones. Jung y Freud son ya “enemigos”: una vez ms el hijo quiere superar al padre. A partir de 1907, Freud sigue siendo un general cartaginés, pero se con- vierte, poco a poco, en soberano de un imperio. El éxito de la doctrina psicoanali- tica se acompajia con el fracaso de un movimiento paralizado por el gigantismo 95 se anuncia la ultima ejecucién de Dada con una tarjeta de luto: “Los amigos y co- nocidos de Dada, muerto en Ia flor de la edad de una literatura aguda, se reuni- ran, etc.*°.” Le sigue la inmediata publicacién del primer manifiesto surrealista de André Bréton. El surrealismo surge de los escombros del dadaismo; para unos, lo traiciona, para otros, es su heredero. En cualquier caso se constituye en- seguida con un orden simbélico y a través de un proyecto revolucionario que contrasta con el furor individualista de Dada. Ei uno nace del otro y el parto se realiza en medio de violencias, odio, traici6n, plagio, la renuncia a un desorden originario por medio de la sumisién a una nueva “felicidad”. El acto freudiano de 1907 forma parte de una ideologia comun a los dos mo- vimientos. Anteriormente, el psicoandlisis estaba todavia en su periodo dadaista. Como vanguardia sabia como “transformar la achicoria en achicoria, las espina- cas en espinacas y la mierda en caca**”. Englobaba a disidentes, oportunistas, social-traidores y futuros renegados. Después de 1907, y a partir de 1910, dispo- ne de una institucién, de un programa y de proyectos diversos; también rechaza a sus oponentes. Lo mismo que el surrealismo, quiere cambiar e! mundo trans- formando el sentido de las palabras. Como la Tercera Internacional, instituye un centralismo que le pertenece: un “centralismo descentrado”. La Asociacion In- ternacional de Psicoandlisis jamas se podra disolver y, desde que nace, el psicoa- nalisis dejaré de existir como movimiento de vanguardia. Después del congreso de Nuremberg, Freud ratifica el final del periodo da- daista del psicoanalisis: “Me da la impresion, —escribe-, de que la infancia de nuestro movimiento se termina con el Reichstag de Nuremberg; esperemos que el periodo de juventud sea bello y fructifero*".” Tras la disolucién de 1907 y la creacién de la sociedad vienesa, Freud piensa en fundar una gran asociacién que agrupe a las sociedades locales. Un farmacéu- tico llamado Knapp le da la idea practica cuando le pide que apoye una liga antial- cohdlica, la Sociedad de fraternidad internacional para la moral y la cultura, pre- sidida por el psiquiatra suizo Forel. Freud, que probé la cocaina siendo joven, rechaza la idea de adherirse a tal liga, pero mantiene el proyecto de una asocia- cién puramente psicoanalitica. De una droga a otra, los acontecimientos siguen ‘su curso: en efecto, los ideales del humanismo puritano no son extrafios al naci- miento de la primera internacional psicoanalitica. Asi, el psiquiatra suizo Bleuler, maestro de Jung en la clinica del Burgh le Ziirich, rehisa ta adhesién a la nueva asociaci6n, a pesar de las demandas reiteradas de Freud; la causa del con- flicto entre los dos hombres y de su enfado definitivo después, tiene que ver con el alcoholismo. La abstinencia total en este campo se convierte, para Bleuler, en verdadera religién, como para su predecesor Forel. Freud intenta desembarazar- le de este prejuicio, tomandolo a broma. Por otra parte subraya que sus objecio- nes respecto de la Asociacién son comprensibles pero estupidas: “Es imposible, ~escribe-, que al mismo tiempo que trabajamos por los progresos det psicoandl sis, insertemos en nuestro programa cosas como la distribucién de ropa a los co- legiales que tienen frio; esto haria pensar en un albergue que se llamara de ingla- terra y del Gallo Rojo*”.” Esta actitud le choca a Bleuler que dimite de la sociedad y deja de interesarse por el porvenir del psicoanali Con ello, las relaciones entre Bleuler y Jung seran seriamente afectadas y este ultimo evolucionar4 hacia una ruptura con Freud. 100 judio vienés batirse en duelo contra un protestante suizo que habla el mismo idioma que él; ocurre a través de curas en donde los enfermos son cobayas de una disputa de sabios; pero sobre todo, revela una contienda, que se libra mas alla de los protagonistas, entre el! descubrimiento freudiano y la medicina psi- quiatrica. El vencedor de este combate no sera ninguno de los dos adversarios. A\ final de la batalla, Jung se convierte en un maestro del pensamiento, abando- na a Bleuler, la psiquiatria, el Burghdlzli, el hospital, a los pobres y a los locos, para dedicarse a su clientela privada en su casa a la orilla de un lago. Por su lado Freud, asegura el triunfo de su doctrina renunciando a una nueva conquista. Cuando Freud se encuentra con Jung, compara la psiquiatria a una tierra prometida que suefia en conquistar; cuando lo abandona, abdica, se repliega al ghetto. Bien es verdad que contintia su reflexion sobre el tratamiento de las psi- cosis, construye una nueva nosografia, pero a cambio de un repliegue del psicoa- nalisis a sus fronteras, al divan y al silldn. A fin de cuentas, la Tierra prometida sigue lejos, sin que se pueda llegar hasta ella; por el contrario, al nc ser conquis- tada por el psicoandlisis, es ella quien se apodera de sus descubrimientos y de sus métodos. Desde el punto de vista de la introduccién del psicoandlisis en Francia, el conflicto entre Freud y Jung representa un momento decisivo. En efecto, en forma diferente, es de la misma naturaleza que el que opone a Freud y a Janet, a Hesnard 0 a Claude. En los dos casos ja diferencia gira en torno a la definicién det estatuto del psicoanélisis en relacion con la psiquiatria y del mantenimiento o del rechazo de la teoria de la sexualidad. A pesar de sus diferencias considerabies, la psicologia individual de Adler, la psicologia analitica de Jung y el andlisis psico- légico de Janet estan mas cerca unos de otros que del psicoandlisis de Freud. Lo comin en estas tres doctrinas es el que apartan la primacia de lo sexual y mantie- nen la idea de un inconsciente que forma parte de la conciencia, un “subcons- ciente” o un “supraconsciente”. Por eso mantienen en su apelacién misma la pa- labra psicologia. Se podria escribir la historia del psicoandlisis desde un punto de vista total- mente diferente: a partir de un estudio histérico de las curas individuales. Se sabe hoy que los primeros pacientes de Freud y de todos los terapeutas de princi- pios de siglo, sirvieron de cobayas a la elaboracién de una doctrina cientifica; desde la célebre “prima donna” de la Salpétriére hasta ia aventura punzante del hombre de los lobos, pasando por el asunto Otto Gross, la “Marciana” de Flour- noy 0 el tampon de guata olvidado por Fliess en el agujero de la nariz de la famo- sa Emma, la historia del descubrimiento del inconsciente es también y siempre la historia de un enfermo cuyo sufrimiento se celebra en nombre del progreso de la ciencia. En una 6ptica atin diferenté, se podria contar la misma historia a partir de la enumeracién de las muchas técnicas de curacién ejercitadas por los profesiona- les del alma. Junto a la aventura de singularidades famosas 0 célebres, se encon- traria el enunciado cientifico de los casos y de su tratamiento. Uno de los mo- mentos esenciales de la historia del movimiento analitico es cuando la doctrina freudiana se encuentra con la nosografia psiquiatrica a través de historias de locos. Ahora bien, el conflicto que opone a Freud y a Jung escenifica un momen- to decisivo. En este caso la posicién de! discipulo esta cerca de la del paciente: 105 comparada de lenguas indoeuropeas, interviene en el debate. Descarta la hipote- sis de una comunicacién sobrenatural entre mademoiselle Smith y los habitan- tes del planeta Marte; afirma que ha “inventado” completamente el marciano, utilizando un vocabulario compuesto por palabras hungaras deformadas, ésta era la lengua materna de su padre. El lingilista levanta la liebre de una represion que le pasa desapercibida al psicélogo. En Flournoy el rechazo de la dimension del sexo conlleva el corolario de un apego a los ideales de la hipnosis, lo que le lleva a identificar la lengua imaginaria de la espiritista con la suya, es decir con la lengua “manifiesta” en que se hace el intercambio: de ahi, la imposibilidad de concebir una lengua de la represion, no “sonambula”, sino comtn a todos los su- jetos hablantes y enunciada “a distancia” de su lengua hablada. La aventura de Flournoy y de su médium se termina en tragedia, Cuando ésta se da cuenta de que la estan desposeyendo de su “lengua marciana”, rompe con su médico y con sus amigos espiritistas. Una rica americana le hace donacién de una importante fortuna para que la dediqua a sus experiencias. Abandona su oficio de vendedora y cae en un completo aislamiento sondmbulo. Pinta cuadros misticos que se ex- ponen tras su muerte en Ginebra y en Paris. Flournoy reconoce la existencia de la sexualidad pero no quiere tener en cuenta su principio en la dimensién transferencial. Funciona para con la libido como Jung y Bleuler. Se trata de un “si, pero” o de un “ya lo sé, sin embargo...”. Lo sexual si, pero a condicién de que no se utilice. Flournoy demuestra, en una época en que se cree en las “mesas parlantes”, que la lengua de la espiritista no es una lengua del més alld, sino una lengua que existe. Ahi reside el interés de su descubrimiento. La argumentaci6n critica de Victor Henry confirma su hipotesis. Pero el ginebrino, al contrario de Freud, es tributario de una concepcién heredita- rista y organicista de la psicologia. La direccién seguida por Jung y Bleuler le me- recera mas simpatia que las vias vienesas, no por razones afectivas, como lo cree Claparéde, sino porque est convencido de que una teoria psicolégica no es una teoria en el pleno sentido de la palabra: para él es, ante todo, la expresion de un inconsciente colectivo vinculado a la diferencia de los pueblos y la diversidad de las razas®®, En esta perspectiva Flournoy permanece en el alcdzar de la ciencia preso de una idea marcada por el falso dilema de !a oposicién del racionalismo y el irracionalismo. Combate la ciencia como si se tratara de una totalidad dogma- tica, sin historicidad, opresiva, y le opone una especie de humanismo religioso 0 liberal. Defiande la espontaneidad de los antiguos magnetizadores contra la mo- dernidad de los sabios y sigue siendo hostil al pretendido racionalismo freudia- no, incluso cuando acaba de demostrar la inexistencia de las lenguas reveladas. Alleer a Flournoy, se percibe “de antemano” el itinerario junguiano y se entiende ya la esencia del conflicto con Freud. Théodore Flournoy publica en 1903 ei mejor informe de la /Interpretacién de os suenos; habla con entusiasmo del descubrimiento freudiano. Explica la con- densacién, la censura, los deseos escondidos, etc. Su articulo es el primero que revela fielmente a los lectores franceses el contenido de ese libro que constituye la apertura del siglo. A pesar de sus reservas respecto del psicoandlisis, es miem- bro en 1907 del Circulo Freud de Zurich®*, Volvamos al itinerario de Eugen Bleuler. Después de haber terminado estu- dios de medicina y de psiquiatria, abandona Suiza y se va a la Salpétriare, en 110 hombre sin escripulos, sin consideracién por los demas, con ambiciones muy bajas, y miserables ideas de grandeza.” Tras la muerte de Adler le dira también a Arnold Zweig: “No comprendo su simpatia por Adler. Para un chico judio del arrabal de Viena, morirse en Aberdeen es una carrera poco corriente y, de por si, prueba de su avance. E| mundo le ha recompensado realmente y con generosi- dad, por los servicios prestados al oponerse al psicoanilisis™.” Parece como si, a pesar de su violencia, Freud preservara relativamente a su discipulo cristiano porque habia querido, con él, desjudaizar el psicoanilisis y fallado por ello en la conquista de una nueva Tierra prometida. En el debate que se desarrolla entre Zurich y Viena, la sexualidad es una no- cién clave. A finales del mes de marzo de 1907, Jung le escribe a Freud que reco- noce el papel esencial del autoerotismo en la génesis de la demencia precoz. Esta palabra fue empleada por vez primera por Havelock Ellis en un articulo publicado en 1898", y Freud la emplea, a su vez, por vez primera en una carta a Fliess en 1899. Designa un comportamiento sexual infantil precoz en el que una funcién parcial, vinculada al funcionamiento de un 6rgano o a la excitacién de una zona erégena, encuentra satisfaccién sin recurrir a un objeto exterior y sin referencia a una imagen del cuerpo unificado. Al constatar que Bleuler les da mucha impor- tancia a las relaciones entre el autoerotismo y el infantilismo, pero le tiene repug- nancia a la palabra tibido, Jung le propone a Freud que reserve el término sexual para las manifestaciones extremas de |a libido, y que lo suprima en los demas casos, para no chocar con las resistencias de Bleuler y conseguir que admita, de este modo, la ensenanza del psicoandlisis por un camino de desvio. A primeros del mes de abril, Freud responde laconicamente en una carta: “rindo homenaje, por sus motivos, a los esfuerzos que hace usted, por ahorrarles a los demas el gusto amargo del instante en que muerden !a manzana, pero no creo que esto tenga éxito. Incluso si !lamamos al inconsciente ‘psicoide’ no deja de ser el in- consciente, y sino mantenemos a la libido en la sexualidad ampliada, no por ello deja de ser la libido, y en todo lo que de ello se desprende, volvemos a eso de lo que queriamos desviar la atencién al denominarlo de otro modo. Si sabemos que no nos es posible ahorrarnos las resistencias, 2por qué no provocarlas de inme- diato? La agresién es la mejor de las defensas. Quizd subestime usted la intensi- dad de las resistencias, cuando intenta prevenirlas con pequenias concesiones. Lo que se nos pide es que neguemos la pulsién sexual. jReconozcdmosta, pues", En una carta ulterior, Jung explica como ha conseguido Bleuler forjar la no- cién de autismo censurando la palabra autoerotismo. Para apartar el peligro del “pansexualismo” basta con amputarle el ero(s) al autoerotismo, dejandolo en “autismo”: “Todavia le falta a Bleuler, -escribe Jung-, el dar una definicion clara del autucrotismo y de sus efectos psicolégicos especificos. Acepta sin embargo la nocién, para presentar la demencia precoz en e! manual de Aschaffenburg. A pesar de todo, no quiere decir autoerotismo (por razones que ya sabemos) sino ‘autismo’ o ‘ipsismo’. Por mi parte, ya me he acostumbrado a autoerotismo™.” Tal es el destino de este término que triunfara en la historia de la psiquiatria para designar el sintoma principal de la esquizofrenia, es decir la polarizacion de Ja vida mental del sujeto en su mundo interno, perdiendo el contacto con la reali- dad. Sorprendentemente, la aventura de esta contraccién semantica, encargada 115

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