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ee mca eiaoin S los fosiles ‘Beer Lewin Una polémica busqueda del origen del hombre Piso Muy probablemente éxte es el libro max penetrante y polémico Jamés escrito nobre In ciencia de la paleoantropologia. En él se nos ofrece luna vision desde dentro del trabajo de los antropdlogos en la busqueda € interpretacién de los fésiles. En esta obra de apasionante lectura, Roger Lewin pasa revista a algunos de los mas famosos y controvertidos descubrimientos de toda la historia de la paleoantropologia. Lewin cita a menudo a los propios autores de los descubrimientos, cediéndoles la palabra para que ellos mismos expliquen la importancia de sus hallazgos, incluidos también sus posibles errores. Asi, los propios antropélogos revelan que su ciencia depende en gran medida de las interpretaciones y por tanto esté sometida a la subjetividad y a los prejuicios, dos influencias que han tenido ‘un peso significativo en la historia de la paleoantropologia. A través de sucesivos ejemplos, Lewin demuestra —desde el descubrimiento del hombre de ‘Neandertal hace ya un siglo hasta el famoso enfrentamiento Leakey Johanson 'y los modernos y cientificos métodos de dotacién de los fésiles— que en las interpretaciones de los paleoantropélogos pesan al menos en igual medida tanto las concepciones preestablecidas de los cientificos como las caracteristicas de los fésiles objeto de estudio. Roger Lewin, cientifico experto en paleoantropologia y periodista especializado en temas cientificos, era la persona idénea para escribir este libro. La relacién personal que mantiene con los cientificos méx destacados en este campo le ha permitido sostener largas entrevistas con todos ellos para la redaccién de esta obra destinada a convertirse en un estudio cldsico scbre el proceso de elaboracién de las teorias cientificas. Roger Lewin, nacido en Leicester, Inglaterra, es doctor en bioquimica por la Universidad de Liverpool. Trabajé como redactor de la revista New Scientis! en. Londres y desde 1980 dirige la seceién de noticias sobre investigaciones en curso en la prestigiosa revista Science de Washington, DC. Es autor o coautor ios libros cientificos, entre ellos igins y People of the Lake, dos best-sellers internacionales en cuya preparacién colaboré con Richard Leakey. «La penetrante comprensién de Lewin sobre el enconado debate en tornu a los hominidos fésiles se basa en una prolongada relacién personal can Jas principales figuras dedicadas a la busqueda de nuestros ancestroa La descripcién de los hechos asi lograda resulta reveladora tanto para el cientifico como para el lector general.» Donald C. Johanson, director del Institute of Human Origins «Todos nos interesamos por nuestros propios origenes y por la epopeya de la basqueda de las raices de la humanidad. Todos disfrutamos presenciando una lucha entre cientificos. La combinacién de ambas cosas, presentada por un maestro en su género, es irresistible La lectura de este libro es obligatoria para todos aquellos que estan interesados por nuestros origenes y por la forma en que se practica la ciencia.» Times «Lewin nos muestra, a través de una magnifica labor investigativa y de unas entrevistas sumamente graficas, cun profundamente subjetivas han sido las opiniones y consideraciones de los cientificos cuando han intentado determinar cémo y por qué los humanos (“‘hominidos”) se bifurcaron de los simios.» Publishers Weekly «Lewin, editor de la revista Science y coautor con Richard Leakey de Origins y de People of the Lake, acaba de escribir un libro fascinante que es un anélisis profundo de la paleoantropologia, en el que incluye algunas de las tendencias culturales y personales, las emociones y lax lealtades de indole profesional que han influido —de forma consciente e inconsciente— en aquellos que trabajan en este campo de la ciencia» Library Journal Roger Lewin La interpretacién de los fésiles Roger Lewin _ la ,, interpretacion los fosiles Una polémica busqueda del origen del hombre Planeta Colevcion Al filo del tiempo Dirigida por Jost Pardo “Tul gal: Bone of canton. Controversies in he sarc for human rig ‘Tradoccin del ingles por Mira Bf (© Reger Lewin, ne, 1967 A ght reserved including the right of reproduction in whole or in part in, any form. Pe ‘ished by Spo and Schuster a division of Simon and Schuster Inc Sinon fe Schuster Bung Rockeeler Corer, 1290 Aremse of the Arca, New Yer 1050 Patera Plane S.A, TS, paral pases de eng espaol Cores, 27327706008 Harsora Expats) isto coc ycubierta de Hane Romberg foto dP. Kale) Prime ist: noviembre de 1989 epost Lega 8 4175 1989 ISBN soar. ISBN 0471-52698 etc Simon and Schuster, Noe York, den erga ‘Primed Spain peo en Expat ‘alee Groce «Duplex § As, Cada de Aun, 260, 01030 Bareione Agradecimientos Capitulo 1 Huesos rovemicos Capitulo 2 LOS NARRADORES DE HISTORIAS Capitulo 3 [RECHAZO DEL. NIRO DE TAUNG Capitulo 4 ACEFTACION DEL NIS0 DE TAUNG Capitulo 5 [RECUPERACION DEL MONO DE RAMA Capitulo 6 ‘ABANDONO DEL MONO DE RANA Capitulo 7 LEAKEY PADRE Capitulo & LEAKEY HU Capitulo 9 La «TOBA KBS»: ORIGEN DE LA CONTROVERSIA Capitulo 10 LA «TOBA KBS»: DESENLACE DE LA CONTROVERSIA Capitulo 11 Lucy, HISTORIA DE UN NOMBRE Capitulo 12 Lucy. REACCION ANTE EL NUEVO NOMBRE Capitulo 13 EL LUGAR DEL HOMBRE DENTRO DE LA NATURALEZA Notas Indice onoméstico y analitico Sumario u 2 43 58 78 7 118 140 176 aun 252 268 283 301 319) Para Gait Agradecimientos Un libro como el presente representa en muchos aspectos un esfuerzo colectivo, un proyecto que no habria podido llevarse a término sin la cooperacién voluntaria y generosa del conjunto de la profesién pa- leoantropoldgica. Quiero expresar, por tanto, mi profunda gratitud y reconocimiento a todos los profesionales a quienes he incomodado ¢ importunado a lo largo de los dos tiltimos avios, solicitando entrevis- tas, copias de antiguos papeles y manuscritos, permiso para consultar correspondencia y nuevas entrevistas. Jamés vi denegada ninguna de mis peticiones, pese a que a veces debieron resultar molestas, inopor- tunas e incluso personalmente inquietantes. Esta generosidad univer- sal resulta particularmente digna de mencién si se considera que mi objetivo explicito no era ensalzar los triunjos de la ciencia, sino de- ‘mostrar como y por qué la profesién se ha equivocado en algunas oca- siones. La paleoantropologéa, como todas las ciencias, es una actividad de- sarrollada por personas y por tanto sujeta al mismo tipo de interpreta- ciones subjetivas e intereses personales que intervienen en otras acti vidades humanas, como la politica. A ningiin cienttfico le gusta apare- cer como una persona no siempre cientifica y, sin embargo, todos ‘aquetlos con quienes hablé me ayudaron a presentarlas precisamente bajo esa luz. Mi objetivo —y tal vez también el de ta profesién— era demostrar que la pateoantropologia es una de las ciencias mds singu- lares, en la medida en que aborda algunos de los interrogantes mas Jundamentales y delicados que nos planteamos los humanos; a saber: ede donde venimos?, y ¢qué lugar nos corresponde en el mundo? ¥ sin embargo, aun ast, la paleoantropologia continia siendo valida como ciencia. El conjunto de la profesion me alenté y ayudo en mi propésito; pero, innecesario es decirlo, que este libro consiga 0 no su objetivo es responsabilidad exclusiva del autor. Expresar mi agradecimiento a personas individuales implica expo- nerme a olvidar a otras que pueden haber influido en el libro de ma- era mds indirecta pero también importante. Aun ast, me arriesgaré aenumerar a quienes a lo largo de los dos tiltimos afios me ayudaron acrear una modesta historia oral de su ciencia. Cito sus nombres por orden alfabético: Peter Andrews, Frank Brown, Bernard Campbell, Matt Cartmill, 9 Thure Cerling, J. Desmond Clark, Basil Cooke, Yves Coppens, Garniss Curtis, Brent Dalrymple, Raymond y Mrs. Dart, Michael Day, Robert Drake, John Durant, lan Findlater, Frank Fitch, Andrew Gleadow, Stephen Jay Gould, Michael Hammond, John Harris, Andrew Hill, F. Clark Howell, William Howells, Tony Hurford, el fallecido Glynn Isaac, Donald Johanson, William Kimbel, Kamoya Kimeu, Misia Lan. dau, Mary Leakey, Meave Leakey, Richard Leakey, G. Edward Lewis, Jerold Lowenstein, Emst Mayr, lan McDougall, Henry McHenry, Jack Miller, Ashley Montagu, Todd Olson, Charles Oxnard, David Pilbearn, Charles Reed, Vincent Sarich, Brigitte Senut, Pat Shipman, Charles Sibley, Frank Spencer, Christopher Stringer, Shirley Strum, Phillip Tobias, Russell Tuitle, Alan Walker, Sherwood Washburn, Tim Whi: te, Allan Wilson, Milford Wolpoff, Berard Wood, Adrienne Zihlman, Lord Zuckerman. Tal vez sea injusto mencionar especialmente a las personas con quienes me siento mas en deuda, pero me creo obligado a correr tart- bign este riesgo, pues este libro simplemente no habria sido posible ‘sin suestimulo y el tiempo que me dedicaron algunas de ellas. Las ci- taré también por orden alfabético: Don Johanson, Mary Leakey, Ri- chard Leakey y Tim White. ¥ también David Pilbeam quien, ademas de permitirme hurgar incansablemente en lo que él considera pasados errores, fue quien me inspird inicialmente la idea de escribir este libro 1 velé para que me planteara los interrogantes relevantes. ‘Agradezco a las siguientes instituciones la autorizacion para inves- tigar en sus archivos, antiguos y modernos: Museo Norteamericano de Historia Natural (Biblioteca Osborn y archivos); Museo Briténico (His- toria Natural); Instituto de los Origenes Humanos; Fundacion LS. B. Leakey; Museos Nacionales de Kenya (Archivos Leakey). Finalmente, Gail, mi esposa, me animd en los momentos en que me senti intimidado por la tarea que tenta ante mi, me ayud6 a sere- narme cuando ta abundancia de informacion me hacia perder la cabe- zay en todo momento dio muestras del mégico don de saber ofrecer consejos sensatos y a la vez utiles para la presentacién del texto. 10 CAPITULO 1 Huesos polémicos Richard Leakey estaba inusitadamente tenso. Aparecer en piblico cera un hecho perfectamente habitual para el famoso hijo de la fami- lia estrella de la prehistoria africana. De hecho, goza de universal y reconocida fama como un consumado orador capaz, como su padre, el difunto Louis S. B. Leakey, de desenvolverse con igual facilidad en Jos actos formales y en las reuniones mas informales. Pero aquel dia, Richard se encontré buscando afanosamente una respuesta sin lo- grar encontrar las palabras adecuadas. ‘Ocurrié durante el rodaje de un programa de la serie televisiva Cronkite’s Universe, presentada por Walter Cronkite, figura familiar favorita del piblico norteamericano, puntal durante afios del noti- ciatio nocturno de la CBS. En esa serie, Cronkite profundiza en algu- ‘nos temas cientificos de su interés. Los origenes del hombre —los f6- ailes. humanos— le interesan y a principios de 1981 tuvo la idea de invita a Leakey a participar en un programa, grabado en un estudio especialmente construido para la ocasién en las entrafias del Museo Norteamericano de Historia Natural, en la zona oeste del Central Park neoyorquino, Un amplio muestrario de créneos de simio—chim pancés y gorilas con las érbitas vacias mirando a la camara—forma- ba el decorado de fondo. En primer plano, una mesita con més cabe- zas de aspecto simiesco, en este caso moldes en fibra de vidrio de f6- siles antiguos, propiedad de Donald Johanson, el otro invitado del programa de Cronkite. ‘«Hemos reunido a Leakey y a Johanson aqui, en el Museo Nortea- mericano de Historia Natural, para comentar sus diferentes puntos de vista sobre los antepasados del hombre»,! anuncié Cronkite. ¥ recordé a sus espectadores el destacado éxito alcanzado por Johan- son en los ultimos afios con el descubrimiento de un esqueleto de 3 millones de afios de antigtiedad, que se ha hecho famoso bajo el apo- do de Lucy, y los restos de unos trece individuos mas o menos de la misma era, conocidos como «la primera familia». Cronkite no exage- raba al describir estos descubrimientos como «los hallazgos de fosi- les mAs importantes del siglo», todos ellos encontrados en un lugar remoto de la region de Afar, en Etiopia, y unas piezas verdaderamen- te notables. ‘Antes de que el descubrimiento de Lucy encumbrara 2 Donald n rando a lox expec tadores para el acontecimiento televisivo que iban a presencia. «Leakey ha desenterrado con teson numerosos fosiles en sus excava- ciones desde su base de operaciones en las orillas del lago Turkana, enel norte de Kenya. Un créneo de dos millones de afios de antigt dad llamado 1 470 —ése es el mimero de clasificacién del museo— Ie llev6 a la fama, como autor del hallazgo del antepasado més anti- guo del hombre... hasta que aparecié Lucy.» La situacion habia quedado bien definida: a los espectadores se les ofreceria un debate, un enfrentamiento cientifico entre dos de los. protagonistas mas visibles de la antropologfa. Richard y yo venimos manteniendo una controversia desde hace tres afios empez6 Johanson—, centrada concretamente en el 4rbol genealdgico, Nosotros presentamos nuestro arbol genealégico en... creo que debi de ser en enero de 1979, y muy poco tiempo des- pués supe que Richard y otros, pero Richard en particular, habfan declarado que aquél no se ajustaba a los datos de los fosiles. Contraplano de Leakey. —Ya lo hemos comentado otras veces, Don. Lo que has hecho me parece magnifico, pero simplemente no estoy de acuerdo —perdien do su habitual compostura y aparentemente sorprendido por los de- rroteros que empezaba a tomar el programa, Leakey intentaba sosla- yar un enfrentamiento directo—. No estoy... no estoy dispuesto a en- trar en detalles sobre las razones que me llevan a opinar que un hue- so significa tal cosa y no tal otra... He pasado unos treinta y cinco afios en el seno de una familia que ha vivid muchas controversias. He visto momentos de entusiasmo en favor de los fésiles, momentos de rechazo contra ellos, la reaparicién del entusiasmo. Seamos... Mantengémonos al margen de todo eso. Evidentemente es importan- te, Don. No se me ocurrirfa minimizar su importancia. Pero no tengo intencién de decir aquf si tienes razon o te equivocas. —Una breve pausa; Leakey eché atrés la cabeza en un gesto caracteristico, se rid y concluyé—: Pero pienso que te equivocas. La grabacién del programa para la serie sobre el «universo de Cronkite» tuvo lugar en la primavera de 1981, durante una de las fre- cuentes pero breves visitas de Leakey a Nueva York. En esa ocasion habfa acudido para asistir a una reunién del consejo directivo de la Fundacion para la Investigacion sobre los Origenes del Hombre (FROM), una organizacién creada por él con la finalidad de recaudar fondos para la investigacion antropologica. Los dos tltimos afios ha- bian sido duros para Leakey, no en tltimo término a causa de la ope- racion de trasplante de riftén —con un érgano donado por su herma- ro Philip— sufrida en otofo de 1979. Estaba enmarafiado en la difi- cultosa tarea de reorganizar el Museo Nacional de Kenya de Nairobi, del cual es director, y el instituto de investigacién afiliado, creado en 1977 en memoria de Louis Leakey. Y habia terminado de grabar para 2 li BBC una serie de television en sicte partes, titulada La formacion de la humanidad (The Making of Humanity), que le obligé a realizar largos viajes por cuatro continentes. Johanson también habia estado atareado, Interrumpido su traba- jo de campo en Etiopia por problemas politicos, el joven antropdlogo de Cleveland habfa concentrado sus esfuerzos en el andlisis del sin- gular conjunto de fosiles a su cargo. En un despliegue del mismo tipo de energia y entusiasmo contagiosos que durante largo tiempo ha ca- racterizado a los Leakey, padre hijo, también creé su propio centro, de investigacién, el Instituto de los Origenes Humanos (Institute of Human Origins), en Berkeley, California. Numerosas apariciones en Ia television como presentador de un programa cientifico y muchos programas en la radio con llamadas de los oyentes le estaban encum- brando en efecto a la fama, tal como habia sefialado Cronkite. Aun- que no habia aparecido retratado en la cubierta de Time, como Lea- key en 1977, empezaba a convertirse répidamente en el antropdlogo ‘mas conocido de los Estados Unidos. La rivalidad entre ambos hombres tal vez era inevitable, sobre todo en una disciplina que parece fomentar el individualismo y la pu- blicidad. O puede que sencillamente fuese imposible la coexistencia de dos «reyes de In montafia de la paleoantropologia», segiin la ex- presin de Cronkite. En todo caso, las diferencias de opinién entre Johanson y Leakey trascendieron visiblemente a la opinion piblica, en un grado muy superior al que podria darse en cualquier enfrenta- rmiento andlogo en un oscuro reducto de la entomologia, pongamos por caso, o incluso en el ambito mas en boga de la biologia molecu- lar. El Times de Nueva York publicé una fotografia de ambos en pri- mera pagina bajo el titular: «ANTROPOLOGOS RIVALES DIVIDIDOS SOBRE LOS RESTOS “PREHUMANOS".» Como en otras ocasiones parecidas, el ar- ticulo del Times comentaba que, frente al manifiesto interés de Jo- hanson por ventilar sus diferencias de opinién en el foro piblico, Leakey se mostraba claramente reticente. En el interin, ambos habian escrito libros populares. Leakey, un amplio ensayo sobre los origenes de la humanidad y la cultura, com- plemento de la serie para la BBC. Y Johanson, un escrito mucho més personal, titulado Lucy, con una vivida descripcién de sus explora- jones en Etiopfa y las posteriores conclusiones cientificas. Ambos ibros recibieron criticas favorables y desfavorables. Un eritico acu- 36 a Leakey de ignorar practicamente la labor de Johanson —«el ha- Iazgo aislado més importante de los iiltimos veinte afios»—, mien- tras otro reprochaba a Johanson su debilidad por los chismorreos, los ataques personales y las insinuaciones entre lineas, dirigidas par- ticularmente contra Richard Leakey? Noes de extrafiar, por tanto, que cuando Leakey tuvo que abando- nar su reunién del consejo de FROM para atender una llamada de stu editor, quien solicité encarecidamente su intervencién en el progra- ‘ma de Cronkite junto a Johanson, su primera reaccién fuese respon- 13 der: «No, gra | editor insistid, argumentando que la publici- dad favoreceria las ventas de La formacién de la humanidad. Leakey pregunt6 como se plantearia el programa y le aseguraron que no ha- bria un debate en torno a Lucy, sino que se les invitaria a hablar so- bre la evolucién humana y el creacionismo, un tema muy de actuali- dad entonces. Leakey por fin acept, dejé Ia reunién y cogié un taxi para atravesar Central Park hasta el museo, donde ya le esperaban Johanson y Cronkite. Los dos antropélogos se estrecharon la mano y Leakey le pregun- 16a Johanson si sabia cOmo se desarrollaria el programa. «No; s6lo me han invitado a intervenir también.» Leakey insistié en su deseo de no entrar en un debate sobre «Lucy y nuestras supuestas diferen- cias». Johanson respondié que creia que hablarian de la evolucién y el fundamentalismo. Pero a pesar de todo Leakey tenfa sus aprensio- nes, «Me sentia muy incémodo —recuerda—.* Estuve tentado de marcharme en seguida, porque no me gustaba todo el asunto y temia que no fuese lo que me habian anunciado.» Pero, mientras tanto, los. tres ya habian entrado en el platé y muy pronto se encontraron sen- tados en torno a una mesita. La inquietud de Leakey aumenté cuando Cronkite le pregunté si habia llevado algdn material de apoyo: —¢Fésiles 0 moldes o algo por el estilo? Sin nada que ofrecer, puesto que le habian avisado de improviso y habia tenido que dejar una reunion para acudir alli, Leakey no tuvo més remedio que reconocer: No; no he traido nada. Johanson, en cambio, iba mejor preparado y present6 una recons- truccién de un créneo parecido al de Lucy y otras dos piezas. Luego ‘comenz6 ta entrevista. En vez de centrarse en preguntas generales sobre la evolucién y 1 fundamentalismo, el debate pronto empezé a girar en torno a la divergencia de opiniones de Johanson y Leakey sobre el arbol genea- Jogico humano. «Mi indignacién crecia por momentos —recuerda Leakey—, pero una ver iniciado el rodaje no me parecié correcto le- vantarme.» Su risa después de decirle a Johanson: «Creo que te equi- vocas» fue una reaccién ante la tension de encontrarse en una situa- cidn que escapaba a su control, una posicién muy poco habitual para Leakey, La respuesta de Johanson fue decir que, aun asi, «seria interesan- te mostrar un grafico del Arbol geneal6gico tal como yo lo veos.*'Y se incliné sobre el brazo del sillon para coger una cartulina, que has- ta entonces habia mantenido oculta, con un grafico muy claro sobre su versién de los origenes del hombre. Una sencilla figura en forma de Y, con el antepasado comiin en el tronco y la linea evolutiva que conduce al Homo sapiens en una rama y la que conduce al actualmen- te extinto hombre-mono o australopitecino, en la otra. El antepasado comin seria la especie denominada Australopithecus afarensis, nom- ‘bre con que la designé Johanson en 1978, y a la que pertenece Lucy. 4 Al lado del drbol genealogico de Johanson habia un espacio en blanco, que brindd a Leitkey para exponer su version, —No, no, no... no tengo lipices... no tengo recortes... no soy un ar- tista... no me siento capaz. Johanson le ofrecié amablemente un grueso rotulador. Leakey se quedé mirando la cartulina en silencio, mientras se reprochaba para sus adentros: «Eres un necio, Leakey. Te has dejado meter en una en- cerrona. No tienes salida. ¢Qué piensas hacer ahora?»? Mientras tanto, Johanson inicio una explicacion de cara a la c4- mara, sin una representacidn visual del punto de vista contrario, de las diferencias de opinion realmente existentes. Leakey le interrum- id para pedirle que sostuviera un extremo de la cartulina. —Creo que yo probablemente lo expresaria asi —dijo y taché con una X el cuidado grafico de Johanson. 2¥ qué pondria en su lugar? —le desafié aquel, visiblemente desconcertado por el gesto de Leakey. Recuperando un poco su compostura, éste respondi6: —Un interrogante —y procedié a dibujarlo con un amplio trazo, Menando todo su espacio, acompaiiando el gesto con otra de sus riso- tadas, esta vez mas relajado. Johanson se apresuré a ocultar la cartulina detras de su sillén, bajo la mirada claramente satisfecha de Cronkite. Eso era television: jnada de envarados «bustos parlantes» para su programa! A falta del esperado didlogo con Leakey, Johanson procedié a ex- poner las diferencias entre ambos puntos de vista —En pocas palabras, Richard y sus padres, Louis y Mary, han mantenido desde hace ya casi medio siglo una concepeién de los ori- genes humanos que atribuye al hombre auténtico, al Homo (dotado de un cerebro de gran tamaiio, capaz de fabricar herramientas, etc.) una ascendencia diferenciada que se remonta a muchos millones de afios. Y afirman que el hombre mono, el Australopithecus, no inter- viene para nada en la genealogia humana.’ E] descubrimiento de Lucy y sus congéneres, sugiri6 a continua- cién, demuestra que esta argumentacién es errénea, que los origenes de la rama Homo son recientes y que el Australopithecus ocupa un lugar central en su genealogia, como nuestro antepasado directo. ‘Sin replicarle, Leakey manifesté que, al igual que Johanson, de- seaba que se descubriesen muchos més fésiles, en cualquier lugar: en Etiopfa, Kenya o Tanzania. —Me encantaria demostrar que tienes razén —dijo. Siguié un breve silencio—. Pero también podria demostrar que te equivocas. ‘Miisica de fondo, seguida de la cardtula del programa. Fin de la controversia, al menos de cara al pablico. Cronkite y los dos antropélogos abandonaron el platé. Leakey le ofrecié a Johanson un ejemplar de La formacién de la humanidad, pidiéndole otro de Lucy a cambio, Se despidieron friamente y el ayudante de produccién se acercé a Leakey para pedirle que le fir- is ygrafo en el guién del programa. Leakey rehusd y se Firme en su convencimiento de que esos enfrentamientos piiblicos entre la llamada elinea Leakey» y la de Johanson son un fraude y no aportan nada al debate cientifico, Leakey describe ahora el progra- ma de Cronkite como un hecho «desafortunado." El juicio de Johan- son ¢ igualmente conciso, pero mis enfético: «(Sali vencedor!»® La controversia no es ajena a la ciencia, cualquiera que sea el ob- jeto de estudio, De hecho, la ciencia avanza al compas del repetido desplazamiento de las ideas consagradas por otras nuevas, que a su ver seran modificadas o descartadas mas adelante. La ciencia florece con la progresiva eliminacién de los errores, la continua actualiza- cidn de los conocimientos que, por su propia naturaleza, siempre son provisionales. Y el proceso de actualizacién a menudo va acompatia- do de enérgicos forcejeos entre los defensores de lo antiguo y los de Jo muevo, tanto si se desarrolla en los pasillos de marmol de los mu- seos victorianos o entre la avanzada tecnologia de los laboratorios de biologia molecular. A fin de cuentas, a nadie le gusta ofr que las ideas sobre las que tal vez ha construido y promocionado su carrera han resultado ser err6neas. ¥ los cientificos, en contra del mito que ellos ‘mismos propagan en publico, son seres humanos emotivos que abor- dan con una generosa dosis de subjetividad la basqueda supuesta- mente objetiva de «la Verdad», Dehecho, una exploracion de la naturaleza libre de cualquier tipo de preconcepciones y prejuicios es metodolégicamente imposible, como gusta de sefialar el bidlogo y fildsofo de la ciencia sir Peter Mi dawar. Sin la referencia de un conjunto de expectativas, la busqueda se convertiria en una empresa caética y en gran parte estéril. Por otra parte, afiade, el medio empleado habitualmente por los cientifi- cos para dar cuenta de sus hallazgos, a través de exposiciones forma- les publicadas en doctas revistas, es «notorio por su falseamiento del proceso de razonamiento que condujo a los descubrimientos descri- tos, cualesquiera que éstos seans.” Raras veces se reconoce la exis- tencia de preconcepciones, en definitiva «poco cientificas». Sin em- argo, éstas son la pauta gracias a la cual el cientifico individual pue- de proyectar una mirada relativamente ordenada sobre e! mundo, que le permita plantearse interrogantes estructurados. El aforismo anénimo «no lo habria visto si no hubiera creido en ello» se verifica continuamente en el campo cientifico. Y evidente- ‘mente es aplicable en el doble sentido: a menudo se ve lo que se espe- ra ver y no se ve lo que no se espera. Desde luego, ningiin par de cien- tificos tendran un conjunto de pautas, o preconcepciones, idénticas, aunque en lineas generales mantengan criterios coincidentes. Y en la medida en que las preconcepciones son la lente a través de Ia cual ppercibe el cientifico los interrogantes a plantearse sobre el mundo y los shechoss observados en él, siempre existe amplio margen para una viva discrepancia. 16 Johanson no tiene repares en reconocer que la paleoantropologia no se diferencia de otras ciencias en este sentido. «Los descubridores de fosiles a menudo han trabajado cargados con sus prejuicios y con- vicciones personales... Interpretamos nuestros hallazgos como una corroboracién de nuestra interpretacion del érbol genealégico.»!° Leakey mantiene un punto de vista parecido. «Nuestra familia trabs- jaba en el campo de las ciencias humanas y jamés vi un ejemplo de objetividad en el verdadero sentido en que se supone debe ser objeti- va la ciencia.»" Ala vista de los hechos, Ia paleoantropologia parece presentar, por tanto, algunas diferencias con las restantes ciencias en este sen: tido y sus profesionales no tienen reparo en reconocer que abundan, y siempre han abundado, las discrepancias sobre los nuevos fosiles. *Practicamente todos los descubrimientos paleontolégicos pueden describirse como “huesos polémicos"», escribe el antropélogo bri- ‘tanico John Napier. Habla por experiencia propia, después de haber estado implicado en una de las més animadas polémicas de los ‘mos tiempos en torno a unos huesos, cuando con Louis Leakey y Phil lip Tobias denominé Homo habilis a una nueva especie de hominidos amediados de la década de los sesenta. La disputa continua coleando todavia. «Casi cada nuevo hallazgo ha reavivado disputas andlogas a las surgidas tras el descubrimiento del créneo de Nean dertal»,” es- cribi6 sir Grafton Elliot Smith, cuyo nombre aparece asociado a la tristemente famosa controversia de Piltdown. «Cada nuevo descubri- miento de una reliquia fosil que parece iluminar algin eslabén de la genealogia del hombre provoca, y siempre provocaré, controversia», manifest6 sir Wilfred Le Gros Ciark, el destacado antropélogo brité- nico en la ponencia presentada en el Memorial Huxley, en 1958. Con- ferencia que, por cierto, titulé «Huesos polémicos», una fuerte salida de tono para un inglés tan correcto y distinguido. Sus diserepancias piiblicas con su colega de Oxford Solly (ahora lord) Zuckerman y con Louis Leakey sobre la forma del rbol genealégico humano ocupan, dicho sea de paso, un lugar destacado en los anales cientificos de la paleoantropologia, al igual que su intervencién en el desenmascara- miento del fraude de Piltdown. Y asi se hace la historia. La bibliografia paleoantropolégica est lena de referencias a este tipo de controversias, desacuerdos ¢ incluso enfrentamientos personales. De tal manera que cuando el antropélogo norteamerica- no Ales Hrdlicka se pregunto en 1927: «¢Qué pruebas reales, preci- sas, de la evolucién humana pose actualmente la ciencia, y en qué ‘basa ésta sus amplias conclusiones?» (las cursivas son mias)," esta- ba planteando de hecho una pregunta sin respuesta, No porque no existan pruebas de la evolucion humana, sino porque ninguna cien- ‘cia actiia de ese modo. Ninguna ciencia —y sobre todo no la paleoan tropologia— es objetiva en el sentido que sugiere Hrdlicka 0 como aparece a menudo en Ia vision idealizada de los filésofos. La paleoantropologia no constituye, por tanto, una excepcién en- 7 ire las cieneias por su earicter controvérsieo, Lo que la distingue de las demas ciencias es el grado de controversia que suscita. En to- das las ciencias se producen, en efecto, controversias, pero en pa- Jeoantropologia éstas son més visibles. Las ideas preconcebidas de- terminan el progreso de todas las ciencias, pero en ninguna en tan gran medida como en la biisqueda de los origenes de la humanidad. Y aunque las figuras individuales son importantes para el avance de todas las ciencias, esto también es particularmente notorio en la ciencia del hombre, «Todas las ciencias tienen sus peculiaridades —sefiala el antropélogo de la Duke University, Matt Cartmill—, pero 1a paleoantropologia es de las que presentan mayores rarezas.»" La paleoantropologia es como cualquier otra ciencia, pero en grado su- perlativo. Por qué? Porque cuando los eslabones fosiles perdidos objeto de conside- racién pertenecen a una cadena de equinos extinguidos o de ammoni- tes, la controversia se mantiene bajo control; «pero cuando ésta se refiere a fosiles que pueden ofrecerse como prueba del parentesco del hombre con algiin ser simiesco la situacion es muy distinta», ob- serva Gerrit Miller, ex conservador del Museo Nacional de Historia Natural de Washington, D.C. «En ese caso —seflala— conduce a la manifestacién de opiniones expresadas a partir de puntos de vista definidos y diametralmente opuestos.» ¢Por qué? Le Gros Clark tiene una respuesta: «Sin duda, uno de los principa- les factores responsables de la frecuencia con que interviene la polé- mica en las controversias en temas de paleoantropologia es de care- ter puramente emocional. Es un hecho (que todos harfamos bien en reconocer) que resulta extraordinariamente dificil examinar con completa objetividad las pruebas de nuestros propios origenes evo- Iutivos, sin duda porque se trata de un problema tan personal.»Ernst Mayr, uno de los bidlogos evolutivos més destacados de su genera- cién, coincide con él: «Los seres humanos parecen absolutamente in- capaces de hablar de si mismos y de su historia sin dejarse arrastrar de un modo u otro por sus-emociones.»!* Obsérvese qué sucedié cuando el Museo Norteamericano de His. toria Natural de Nueva York present6, a principios de 1984, una ex- posicién sin precedentes de fosiles originales relacionados con los origenes humanos, La llamada exposicin de los Ancestros requirié afios de preparacién y conllev6 grandes preocupaciones, pues fue preciso convencer a los conservadores de museos de todo ¢] mundo para que accedieran a separarse por breve tiempo de sus inaprecia- bles y fragiles reliquias para su traslado a Nueva York, donde serian exhibidas en piblico, algunas por vez primera. Tras un viaje con las piezas a su cargo cuidadosamente acomodadas en asientos de prime- a clase, los conservadores fueron recibidos en el aeropuerto John F. Kennedy por una caravana de limusinas y una escolta policial. Un VIP no habria sido objeto de una recepcién y unos cuidados més atentos. Antes de su exhibicion publica, protegidos detras de un cristal blindado, la cuarentena de preciosos fésiles fueron el centro de uno de los talieres de antropologia mas extraordinarios de todos los tiem- pos. Los antropélogos se reunieron en grupos de una docena en una salita de la segunda planta del museo para examinar los antiguos créneos y huesos, estableciendo comparaciones directas entre ellos que hasta entonces habian sido imposibles. Reinaba una gran excita- , comenté Michael Day, un anatomista briténico, colaborador de largo tiempo de la fa- milia Leakey. «Encontrarse en la misma sala con todas esas reliquias fue un acontecimiento cargado de emociones para muchos colabora- doress, coincidié Christopher Stringer, un antropélogo del Museo Briténico (seccién de Historia Natural). «A mi me suena a culto de los antepasados», fue el comentario de un socidlogo de la ciencia que asistia como observador. Resulta dificil imaginarse a un grupo de bioquimicos, por ejemplo, emocionandose de ese modo en presencia del Escherichia coli, su organismo experimental favorito. Existe una diferencia, Hay algo inexpresablemente conmovedor en el hecho de sostener entre las manos el créneo de uno de nuestros propios antepasados. Laexposicion de los Ancestros puso de relieve otro aspecto en que diferencia a la paleoantropologia de la mayoria de las demas cien- ccias. Un ntimero significativo de fésiles que los organizadores confia- ban presentar no llegaron por muy diversas razones, algunas decla- radamente politicas, otras més encubiertas. Lucy y sus compaheros, por ejemplo, no estuvieron presentes porque las autoridades etiopes estaban regulando las normas basicas en materia de estudio y mani- pulacién de antigiiedades, particularmente en el caso de sabditos ex- tranjeros. Parte del material del desfiladero de Olduvai de los Leakey no lleg6 porque las autoridades tanzanas se opusieron en el dltimo momento a la participacion de Sudéfrica en la exposicién. Los chinos rehusaron enviar sus famosos fésiles del hombre de Pequin, también en el ultimo momento, posiblemente influidos por el recuerdo de los muchos que se perdieron cuando se dispuso su traslado a los Esta- dos Unidos para salvaguardarlos al principio de la segunda guerra mundial y tal vez también debido a los dafios sufridos por un fésil prestado poco tiempo antes para otra exposicién internacional. Nada lleg6 de Australia debido a las recientes objeciones de los abo- rigenes contra el trato general dispensado a lo largo del tiempo por los cientificos coloniales a las reliquias de sus antepasados. Kenya rehus6 enviar ningiin f6sil alegando que los riesgos de que sufrieran ‘algtin dafio eran demasiado grandes. La ausencia de Richard Leakey del encuentro fue tan notoria como la de sus fésiles. Y asf fueron las Las cuestiones politicas raras veces obstaculizan de manera ex- 19 plicita tos intereambios cientfficos, pero en este caso no fue ast, Nu: die dudaba en absoluto que el carécter del tema a tratar —los orig nes de la humanidad— exacerbaba las susceptibilidades politicas manifestadas. Y si los propios fosiles conllevan una carga emotiva, otro tanto sucede con su descubrimiento. «No todas las exposiciones se pare- cen a En busca del arca perdida —dice Johanson—, pero tienen sus momentos.s!7 Después de tener vedado el acceso a los depésitos de fosiles de Etiopia por los problemas politicos del pais, Johanson or- ‘ganizé hace poco una expedicién al desfiladero de Olduvai, donde de- sarrollaron gran parte de su trabajo Louis y Mary Leakey. «Fue una alegria tener oportunidad de volver a hacer trabajo de campo, de po- der hacer las cosas para las que nos hemos preparado, las cosas que de verdad nos gustan. Nos gusta dar tumbos en los vehiculos, buscar fosiles, merodear bajo el sol. Es una gozada. Es lo que de verdad nos atrae de todo el asunto."* Johanson recuerda su excitacién cuando descubrié su primer f6- sil de hominido, una rotula con tres millones de afios de antigtiedad, en 1973, en Etiopia. «Fue un momento magico.» Y reconoce que esp. $ ho siempre rigurosamente cientificas salpican a menudo la ‘busqueda. «Nos apasiona la posibilidad de encontrar el fésil mas an- tiguo, el més completo, el del cerebro de mayor tamafio, el més enig- miticon, declaré recientemente ante el ptiblico asistente a una confe- rencia en el Museo Norteamericano de Historia Natural de Nueva ‘York. Muchos antropélogos sienten lo mismo, pero pocos tienen la sinceridad de manifestarlo piblicamente. ‘Ala vista del contenido emocional de Ia busqueda y Ja excitacién det hallazgo, tal vez no sea sorprendente que los profesionales a ve- ces desarroilen sentimientos posesivos hacia «su» yacimiento y «, Pero Hooton identificé un riesgo atin mas grave. A saber, «el con- flicto psicologico que abruma al descubridor o reseiiador, desgarra- do entre su deseo de identificar caracteristicas primitivas, singula- res 0 antropoides que le permitan establecer un parentesco con los simios mas proximo que cualquier otro registrado con anterioridad, y la necesidad igualmente poderosa de demostrar la significacién di- Fecta y central del nuevo tipo por él descubierto para la genealogia del hombre moderno». Cuando prevalece el primer impulso, sefiala Hooton, «el autor tendera a desempolvar sus diccionarios griegos y latinos para pergefar algiin horrible neologismo y crear una nueva especie, género o incluso una nueva familia zooldgica, en un doble pecado mortal contra la filologia y la taxonomia a la vez». Cuando 2 triunfa el segundo impulso, el reseftador «puede agarranse a caracte- risticas métricas o morfologicas insignificantes comunes a ambos [el hombre moderno y el fésil objeto de estudio] como prueba de su rela- cién genética». En otras palabras, en un extremo se exageran las di- ferencias entre el fosil y los humanos modernos, creando un agrada- ble, remoto y discreto antepasado. Y en el otro, se pasan por alto las diferencias y se exageran las semejanzas, aproximando el fésil a los origenes dei noble Homto sapiens. E] lector encontraré muchos ejem- plos de interpretaciones inherentemente antropocéntricas de los f6- siles en las paginas de este libro. Y por si esto no fuese ya suficientemente grave, Hooton advierte que «ademas de la fragilidad inherente al papel de resefiador inicial, también debe tenerse en cuenta el peso del compromiso previo del autor en torno al tema del hombre f6sil, los fantasmas de las opinio- nes anteriormente manifestadas que proyectan su sombra sobre su interpretacién de los nuevos datos». Un andlisis desapasionado de los nuevos datos fosiles sélo sera posible, seftala, «si se espera hasta ‘que el material haya sido reexaminado por personas libres de toda identificacion emocional con el espécimen». Y aun entonces, el ana- lista independiente, aunque libre de la potencial ceguera resultante de la vinculacién emocional con el fésil, continuara juzgdndolo en re- Jacién a un conjunto particular de presupuestos previos. De manera que su juicio podra ser desapasionado, pero en ningiin caso total- mente objetivo. Hooton escribié esto en 1937, cuando efectivamente se disponia de pocos fésiles y la tendencia a bautizar cada nuevo hallazgo como si se tratase de una nueva especie habia alcanzado cotas de frenest, Ernst Mayr recuerda con pesar ese frenético afén por la denomina- cién de nuevas especies. «En la década de los cincuenta, el estudioso del hombre fosil tenia que enfrentarse con 29 denominaciones gené- ricas y mas de 100 especificas, una diversidad tipolégica absoluta- mente desconcertante.» Le Gros Clark se sintié igualmente desa- entado ante ese panorama. «Probablemente nada ha contribuido tanto a confundir la historia de la evolucién humana como la temera- ria propensién a inventar nuevos (y a veces innecesariamente compli- cados) nombres para designar reliquias fésiles fragmentarias que con el tiempo resultan pertenecer a géneros 0 especies ya conoci- dos.» En vez de Ilenar las lagunas de la historia de los antepasados del hombre, este habito més bien tendié a «crear lagunas que antes no existiany.* La desafortunada realidad es que los fosiles no se desentierran ya ‘etiquetados. Y es una pena que muchas de ellas se adscribieran al im- pulso de motivaciones egoistas y de una ingenua falta de sensibilidad por las posibles variaciones entre los individuos: cada leve diferencia formal se interpret6 como indicio de una diferencia tipologica en vez de como una posible variacién natural dentro de una misma pobla- cién, Este problema se ha mitigado un poco en el medio siglo trans- 4 lo desde que Hooton hiciera sus incisivas observaciones. Pero subsiste la realidad ineludible de la asombrosa dificultad de lograr una clasificacién correcta, no en altimo lugar por el hecho de que esas denominaciones constituyen en un cierto sentido abstracciones arbitrarias, sobre todo cuando el material al que se aplica el andlisis es fragmentario y esta deteriorado. «Se trata de un problema incref- blemente dificil —sefiala lord Zuckerman—. Tan dificil, que en mi opinién seria legitimo dudar de que nadie pueda legar a hacer de ello una ciencia.»* El nimero de especies aceptadas actualmente como parte del r- bol genealégico humano es afortunadamente pequetio: s6lo alrede- dor de media docena, tras la racionalizacién de la multitud de deno- minaciones de las primeras décadas de nuestro siglo por personas distintas de los descubridores de los fésiles. Y la denominacién de nuevos antepasados humanos también es un hecho poco frecuente en la actualidad: en los tiltimos veinticinco afos se han bautizado s6lo dos grandes especies. La primera fue la Homo habilis, designada ast por Louis Leakey y sus colegas en 1964. Y la segunda, la Australopi- thecus afarensis de Johanson, bautizada en 1978. Y como ya se ha se- falado, en ambos casos se levantaron tormentosas protestas en la co- munidad antropolégica. Zuckerman comenté con acritud el revuelo causado por el Homo habilis. «El debate en la prensa, mas que una discusién cientifica, parecia una subasta piblica de especulaciones anatémicas», dijo.” Y el bautizo de Lucy provocé tal andanada de protestas y controversias piblicas que Walter Cronkite consideré que valfa ia pena airearlas en un programa televisado de audiencia nacional, como se ha visto al principio de este capitulo. Esté claro, por tanto, que como sefiala Johanson: «La controver- sia continaa dominando este campo y asf sera siempre.»™ Ya se ha visto que esta controversia va mas alla de las simples discrepancias intelectuales, aunque éstas también intervienen en ella. La contro- versia surge primordialmente de lo més profundo de los protagonis- tas. Va asociada a su autoimagen y a una intima identificacién con el tema debatido, En palabras de Zuckerman: «El tema de los eslabo- nes perdidos y de la relacién del hombre con el mundo animal aun eva asociado un halo tan atractivo que siempre seré dificil exorci- zar del estudio comparativo de los primates, vivos y fosiles, los mitos que la mirada desnuda es capaz de conjurar alimentada por un ma- nantial de deseos erigidos a la categoria de planteamientos raciona- les.» Aun asi, como tan concisamente ha manifestado Johanson: «Es preferible debatir el problema sin resolverlo que resolverlo sin debatirlo.»” En los préximos capftulos se examinaré la naturaleza de este de- bate —una serie de debates, de hecho—. Los debates paleoantropol6- xgicos abarcan cuatro temas esenciales, que a veces ocupan un lugar dominante en el discurso cientifico y otras quedan difuminados en el trasfondo, segiin las circunstancias del momento. Estos giran en 2 torno a los interrogantes del gquién?, ¢dénde?, zeudndo? y ¢como?, ‘como en el clasico primer parrafo de un articulo periodistico. ¢Quién fue nuestro antepasgdo? ¢Dénde aparecié por primera vez? ¢Cudndo nos desgajamos del resto del mundo animal? Y, zpor qué se produjo esa separacion? En su debate en el programa Cronkite's Universe, Leakey y Johan- son abordaron los temas del quién y el cuando. Ambos coinciden bas- tante en el dénde: Africa. Sélo medio siglo atras, otras dos grandes figuras de la paleoantropologfa, Henry Fairfield Osborn y William King Gregory, desarrollaron un debate parecido en el mismo edificio del Museo Norteamericano de Historia Natural. Para Osborn y Gre- gory, los temas predominantes eran el quién y el dénde; el cuando les preocupaba mucho menos. Pero el debate Osborn-Gregory fue igual- mente apasionado y pablicamente visible, pese a que no existia la te- levisién, y —lo mds importante de todo— también se enfocé a través, del prisma de los presupuestos previos y bajo la carga de sensibilida des asociadas a la autoimagen de la humanidad. Y asi ha sucedido a lo largo de toda la historia de la ciencia, al impulso, posiblemente, del mas esencial de los interrogantes: ¢por qué?

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