es decir, que en él penetra una buena parte de espitina lite-
ratio, Observador, flineur,filsofo, lkimenlo como quieran;
pero ciertamente para caracterizar a este artista, se verin
obligados a gratificarlo con un epiteto que no sabrian apli-
carlo al pintor de las cosas eternas, 0 al menos més durables,
de las cosas heroicas o religiosas. Algunas veces ¢s poeta;
‘muy a menudo se aproxima al novelista o al moralista; es el
pintor de la circunstancia y de todo Io que ella sugiere de
eterno, Cada pais, para su placer y para su gloria, ha posei-
do alguno de estos hombres. En nuestra época actual, a
Daumier y a Gavarni, los primeros nombres que vienen a la
memoria, podemos agregarle los de Devéria, Maurin,
‘Numa, historiadores de las gracias ocultas de la Restaura-
ci6n; Wattier, Tassaert, Eugene Lami, éste ikimo casi inglés
a fuerza de amor por hs elegancins aristocriticas, y asf tam-
bién ‘Tsimolet y Traviés, cronistas de la pobreza y de la
pequeiia vida,
' Figura que camina anénimamente por la metrépolis, sin rumbo,
dejindose arrastrar, perdiéndose en el tumulto y el flujo acrecen-
tado de la vida moderna, los atestados escaparates, las facetas de
Ia turba, en busea de elementos de fascinacién. Tan los tiempos del
‘Segundo Imperio aquel sensitivo vagabundeo no s6lo se convisti6
‘en un comentado caricter, sino directamente en un tipo de fisio-
logia. (N. de! T).
Chorizs Batre awe
Et PINTCR DE La Vip Moeena”
Mm
El artista, hombre de mundo,
hombre de muchedumbres y nifio
Hoy quiero relatarle al piblico sobre un hombre sin-
gular, de una originalidad tan poderosa y decidida, que se
basta a sf misma y no busca la aprobacién. Ninguno de sus
dibujos esté ficmade, sillamamos firmas a esas pocas letras,
simples de falsficar, que conforman un nombre, ¥ que tan-
tos otros colocan fastuosamente debajo de sus més descui-
dados bocetos. Pero todas sus obras estén signadas por su
alma resplandeciente, y los aficionados que las han visto
apreciado las reconocerin ficilmente por la descripcién que
de ellas deseo hacer. Gran amante de la muchedumbre y del
inc6gnito, M. C. G.' lleva la originalidad hasta la modestia.
EI seitor Thackeray, quien, como sabemos, se interesa
mucho por las cosas del arte y disefa él mismo las iasracomes
para sus novelas, habl6 un dia sobre M. Gen un pequeiio
diario de Londres. Este tltimo llegé a enojarse como si se
tratara de un ultraje a su pudor. Incluso recientemente,
cuando descubrié que me proponia hacer una apreciacién
* Es decir, Monsieur Constantin Guys. (N. del T).
3de su espiritu y su talento, me suplicé, de manera imperiosa,
que suptimiera su nombre y que no hablara de su obras mis
que si fueran las de un andnimo. Obedeceré con humildad
aeeste bizarro deseo. Fingiremos creer, el lector y yo, que M.
G. no existe, y nos ocuparemos de sus dibujos y acuarelas,
por las cusles él profesa un desdén de patricio, como harian
los sabios teniendo que juzgar preciosos documentos histé-
ticos, provistos pot el azar, y cuyo autor debe permanecer
eternamente desconocido. Es mis, para quedarme con la
conciencia completamente tranquila, supondremos que
todo lo que tengo que decir sobre su naturaleza, tan extraiia
y misteriosamente deshumbrante, ha sido sugerido de forma
‘mis 0 menos justa por las obras en cuestién; pura hipétesis
poética, conjetura, trabajo de la imaginacién.
M. G. es viejo. Se dice que Jean-Jacques comienza a
escribie a los cuarenta y dos afios. Tal vez haya sido hacia esa
misma edad cuando M. G., obsesionado por todas las imé-
‘genes que atestaban su cerebro, tuvo la audacia de arrojar
tinta y colores sobre una hoja en blanco. A decit verdad,
dibujaba como un birbaro, como un nifio, enojindose con
Ja torpeza de sus dedos y Ia desobediencia de su herramien-
‘a, He visto un gran mimero de estos mamarrachos primiti-
vos, y confieso que la mayor parte de las personas que los
conocen o pretenden conocerlos, habrian podido, sin des-
honor, no percatarse del genio latente que-habita en esos
sombrios esbozos. Hoy en dla, M. G, hahiendo descubiee-
to en soledad, todas las pequefias artimaiias del oficio, y
‘habiendo hecho, sin consejos, su propia educacién, ha lle-
gado a convertirse a su modo en un podefoso maestro, 0
conservando de su primera ingenuidad més que la que nece-
sitaba para afiadic a sus ricas facultades ua sazonamiento
inesperado. Cuando llega a toparse con uno de esos ensajos
de su perindo joven, los destroza o los quema con una
vergtienza de lo mas divertida.
Durante diez aiios he deseado conocer aM. G., quien
8, por naturaleza, muy viajero y cosmopolita. Supe que habia
estado mucho tiempo ligado a un periddico inglés ilustrado,
que le habia publicado los grabados a parti de sus croquis de
viaje (Espafta, Turquia, Crimea). Desde entonces he visto una
‘masa considerable de estos dibujos improvisados sobre los
‘scenarios mismos, y he podido fer un parte minucioso y da-
io de Ia campafia de Crimea, preferible a cualquier otro. El
mismo peniédico también habia publicado, siempre sin firma,
-sumerosas composiciones del mismo autor, sobre los ballets
y hs 6peras nuevas. Cuando al fin lo enconteé, entendi desde
un principio que frente a my tenia no precisamente a un arts.
1a, ino mis bien a un bombre de mundo, Pido que aqui se entien-
da, a la palabra arta en un sentido muy restringido, y al té-
‘mino Doreire de mundo en. un sentido muy amplio. Hombre de
‘mundo, es decic hombre del mundo entero, hombre que com-
pprende el mundo y las tazones misteriosas y legitimas de todas
sus costumbres; arta, es decir, especialista, hombre ligado a
su paleta como el siervo a h gleba. AM. G. no le gusta ser
Tamado artista. zAcaso no tiene algo de raz6n? El se interesa
Por el mundo entero, quiere saber, comprender, apreciar todo
aquello que acontece sobre la superficie de nuestro esferoide.
Elastista vive muy poco, o nada, en el mundo moral y politi-
co. Aquel que vive en el barrio de Bréda ignora lo que ocurre
%cen el arrabal de Saint-Germain. Salvo dos 0 tres excepciones
que ¢s intitil nombrar, la mayor parte de los artistas, es nece-
sario decitlo claramente, son brutos muy diestros, polemistas
puros, inteligencias de pueblo, cerebros de aldea. Su conver-
sacién, forzosamente cefiida a un circulo reducido, muy pron-
to se torna insoportable para el hombre de mnie, pasa el ciu-
dadano espicitual del universo,
Asi, para comprender aM. G,, de inmediato hay que
tomar nota de lo que sigue: es la ariosidad lo que quiza
pueda considerarse como el punto de partida de su genio.
éRecuerdan un cuadro (jen verdad es un cuadeo!) escri-
to pot la mas poderosa puma de esta época, y que lleva por
titulo Ed Hombre de las muchedumbres? {Tras los cxistales de un
café, un convaleciente, contempla deleitado a la muchedum-
bre, mezclindose, por el pensamiento, con todos los pensa-
mientos que bullen a su alrededor. Vuelto secientemente de
las sombras de la muerte, aspira con delicia todos los gérme-
res y todos los efluvios de la vidas como ha estado a punto de
olvidarlo todo, recuerda y quiere con ardor recordarlo todo.
Finalmente, se precipita atravesando esta muchedumbre a la
busqueda de un desconocido cuya fisonomia ha entrevisto, en
un abric y cetrar de ojos, fascinado. jLa curiosidad se ha con-
vertido en una pasién fatal, iresistible!
Supongamos un artista que estuviera siempre, espiri-
tualmente, en estado de convalecencia, y se tendei la clave
del caricter de M. G:
* The Man of the Crowd. Cuento de Edgar Allan Poe traducido por
Baudelaire. (N. del T),
26
Ahora bien, puesto que la convalecencia es como un
retorno a a infancia. El convalecieate disfruta en el més alto
grado, como el nifio, de la facultad de interesarse vivamen-
te por las cosas, incluso las mis triviales en apariencia
Remontémonos, si ¢s posible, por un esfuerzo retrospecti-
vo de la imaginacién, hasta questeas més jévenes, nuestras
ais matinales impresiones, y reconoceremos que ellas pose-
en un singular parentesco con las impresiones, tan viva-
mente coloreadas, que hemos recibido luego de una enfer-
medad fisica, siempre y cuando esta enfermedad hubiera
dejado puras ¢ intactas auestras facultades espisituales. El
nifio ve todo como mevedad: siempre esté envbriggade. Nada se
parece tanto a aquello que llamamos inspirciém, como el
deleite con el que el nifio absorbe la forma y el color. Me
atrevo a Ilevatlo aun més lejos; afirmo que la inspiracin
tiene alguna semejanza con la congestin, y que todo pensa-
‘miento sublime esti acompaitado por una sacudida nervio-
sa, mas 0 menos fuerte, que repercute hasta el cerebelo. El
hombre de genio posee nervios sdlidos; el nifio los tiene
débiles. En uno, la razin ha tomado un lugar considerable;
en el otro, la sensibilidad ocupa casi todo el sex. Pero el
‘genio no es més que la iafanca rewbrada a voluntad, la infancia
dotada ahora, para expresarse, de Organos viriles y del espisi-
‘u analitico que le permite disponer de la suma de los mate-
ales involuntariamente acumulados. Es a esta cusiosidad
‘profunda y alegre, a quien es necesario atribnir las ojos fijos y
animalmente extiticos de los nifios delante de la novedad, cual-
quiera que sea, rosteo 0 paisaje, luz, doraduras, colores, lien-
208 tornasolados, encantamiento de la belleza embellecidaen el acicalamiento, Uno de mis amigos me dijo un dia que
siendo todavia muy pequefio, asistid al aseo de su pade, y
que entonces pudo contemplar, con un estupor mezclado
dee delicias, los, misculos de los brazos, la degradacién de
colores de la piel matizada de rosa y amacillo, y la red azula-
da de venas. El cuadro de la vida exterior ya le inspiraba res-
peto y se apoderaba de su cerebro. Ya entonces la forma lo
obsesionaba y lo posefa, La predestinacion mostraba precoz-
‘mente Ia punta de su nariz. La condenacién era un hecho.
eNecesito decir que este nifio es hoy en dia un célebre pintor?
He pedido antes considerar a M. G. como un eterno
convaleciente; para completar su concepcién, pueden
tomarlo también por un hombre-nifio, por un hombre que
posee a cada mimuto el genio de la infancia, es decir un
genio para el cual ningiin aspecto de la vida esta embotado,
He dicho que me disgustaba llamarlo un artista puro,
¥ que él mismo se defendia de ese mote, con una modestia
teftida de pudor aristoceitico. Yo con gusto lo lamaria un
dandy, y tendsia buenas razones para ello; ya que la palabra
dandy senplica una quintaesencia de caricter y un entendi-
miento sutil de todo el mecanismo moral de este mundo;
pero, por otro lado, el dandy aspira a ka insensibilidad, y es
por ello que M. G, estando dominado por una pasién insa-
ciable, aquella de ver y de sentir, se aparta violentamente del
dandismo, Amabam amare, decia San Agustin. «Amo apasio-
nadamente la pasiém, diria gustoso M. G. El dandy esti
haastiado, o finge estarlo, por politica y azn de casta. M. G.
se horroriza de las gentes hastiadas, Posee el arte tan arduo
(los espicitus refinados me comprenderin) de ser sinero sin
28
peruse en ridéclo. Yo lo condecoraria con el nombre de filé-
sofo, al que tiene derecho por mis de un motivo, si su. amor
excesivo por hs cosas visibles, tangibles, condensadas en el
estadio plistico, no le inspirara una cierta repugnancia por
aquello que forma el reino impalpable del meta fisico,
Reduzcimoslo entonces a la condicién de puro moralista
pintoresco, como La Bruyére,
bre es su dominio, como el aice al paja-
pasion y su profesién, es Ia de despasar la
Para el perfecto fina, para el observador apa-
sionado, es un goce inmenso Siuarse en el niimero, en lo
ondulante, en el movimiento, en lo fugaz y lo infinit, Estar
fuera de si}y sin embargo sentirse por doquier dentro de él
el mundo, estar envel Centro del mundo y perma-
rnecer oculto para ef mundo, tales son algunos de los placezes
menores de estos espicitus independientes, apasionados,
‘imparciales, que la lengua no puede més que toxpemente defi-
nit, El observador es un préacpe que goa por doquier de su
‘incOgnito. E] amante de la vida hace del mundo su familia,
como el amante del bello sexo compone su familia de todas
sus bellezas halladas, hallables ¢ inhallables; asi como el
amante de los cuadros vive en una sociedad encantada de
suetios pintados sobre una tela. De este modo, el enamora-
do de la vida universal penetra en la muchedumbre como
en un enorme reservorio de electricidad. También podemos
co: a él, con un expejo tan inmenso como esa
muchedumbre; con un caleidoscopio dotado de conciencia,
que, en cada uno de sus movimientos, representa la vida
milltiple y la gracia inquieta de todos los elementos de
29la vida. Es un_yo insaciable de nop, que, a cada instante lo
acarrea y lo expresa en imfigenes aun mis vivas que la vida
misma, siempre inestable y fugitivo. «Todo hombre, decia
un dia M. G. en una de esas conversaciones que él ilumina
con una mirada intensa y un gesto evocador, todo hombre
que no esté abrumado por una de esas aflicciones de una
naturaleza demasiado positiva para no absorber todas las
facultades,y que s¢ aburre en el eno de la multitud, yes un tontol
{Un tonto! j¥ yo lo despreciobs
Cuando M. G. se despierta, abre los ojos y ve al pro-
vocativo sol asaltando los cristales de la ventana, se dice con
remordimientos, con disgusto: qQué orden imperioso! (Qué
fanfarsia de luz! {Hace ya varias horas que hay luz por todos
Jados! jLuz, perdida por mi suetio! ;Cuantas cosas abeminadas
hubiesa podido ver, y que no he vistol». Entonces se marcha,
y mira correr el rio de la vitalidad, tan majestuoso y beillante.
‘Admira la eterna belleza y la asombrosa armonia dela vida en
has capitales, armonia providencialmente sostenida en el
tumulto de la libertad humana. Contempla los paisajes de la
gran ciudad, paisajes de piedra acariciados por la bruma o
aporseados por las bofetadas del sol. Goza con los hermosos
carruajes, los altivos caballos, la magnifica etiqueta de los
cocheros, la destreza de los criados, el paso de las mujeres
sinuosas, los ellos nifios, felices de vivir y de estar bien vesti-
dos; en una palabra, de la vida universal. Si una moda, sialgin
corte de vestimenta ha sido ligeramente transfurmado, si ls
Jazos y las hebillas han sido destronados por las cucardas, silos
tocados se han hecho més largos, ysi el moto ha descendido
tun tanto sobre la auca, sila cintuza ha sido elevada y la falda
30
extendida, pueden tener la certeza de que a una gran distancia
0 ojo de dguila yx. las habia adivinado. Un regimiento pasa, tal
ver dirigido hacia el fin del mundo, lanzando en el aire de los
bulevares fanfarrias incitantes y ligeras como la esperanza; y
he aqui que el ojo de M. G. ya ba visto, inspeccionado, anali-
zado las armas, el porte y la sonoma de la tropa. Ornamen-
tos, centelleos, musica, misadas decididas, mostachos robus-
10s y setios, todo eso penetra entremezclado en él; y en algu-
‘nos minutos, el poema resultante seni virtualmente compues-
to. Y he aqui que su alma vive con el alma de ese regimiento
que marcha como un solo animal, jorgullosa imagen del gozo
en h obediencial
Pero el crepiisculo ya esti aqui. Es la hora bizarra y
dulce donde los cortinados del cielo se cierran, y las ciuda-
des se alumbran. La luz a gas perturba el ptirpura del ocaso.
Honestos 0 deshonestos, razonables o locos, los hombres
se dicen: «Por fin el dia de hoy se ha terminado». Los pru-
dentes y los malvados piensan en el placer, y cada cual corre
al lugar de su eleccién a beber la copa del olvido. M. G. per-
maneceri el iitimo dondequiera que atin sesplandezca la
Juz, retumbe la poesia, hormiguee In vida, vibre la miisica;
dondequiera que una pasién pueda pasar para su_ojo, don-
dequiera que el hombre natural y el hombre de convencién
se muestren en una belleza bizarra, jdondequiera que el sol
alumbre Jos deleites efimeros del animal depravade? «Fle
*Bxpresin de Rousseau, Discurvos sobre el origen dela desigualdad entre
‘bs hombres. (Nu de T):
3aqui, ciertamente, un dia bien aprovechado», se dice algyin
lector que todos hemos conocido, «ada uno de nosotros
tiene talento suficiente para ocuparlo de manera pareciday
iNol, pocos hombres estin dotados de la facultad de vee; y
son aun mis escasos los que tienen el poder de expresarse.
Ahora, mientras los otros duermen, aquel se encuentra
inclinado sobre su esctitorio, chwando sobre una hoja de
Papel la misma mirada que hace un momento dirigia sobre
todas las cosas, esgrimiendo su Kpiz, su pluma, su pincel,
haciendo saltar el agua del vaso hasta el techo, limpiando su
pluma en Ia camisa, acosado, violento, activo, como oi
temiese que las imigenes se le escaparsn, pendenciero, si
bien estando solo, se atropella a si mismo. ¥ las cosas tena-
cen sobre el papel, naturales y més que naturales, bellas y
mis que bellas, singuleres y dotadas de una vida entusiasta
como el alma del autor. La fantasmagoria ha sido extraida
de la naturaleza. Todos los_materiales acumulados. en la
‘memoria se clasifican, se alinean, se armonizan y sufren esa
idealizacién forzada que es el resultado de una percepcion
‘nail es decit, una percepcién aguda, migica a fuerza de
“tapesioaad.
32
FACULTAD D
DISENO Y Bi
wv
La modemidad
Asiva, corre, busca. ¢Qué busca? Con seguridad, este
hombre, tal como lo he descrito, este solitario. dotado de
luna imaginacién activa, siempre viajando a través del gran
esiert0 de bombs, tiene un objetivo mas elevado que el de
‘un fléneur puro, un objetivo mis general, dstinto del placer
fugaz de la circunstancia. Busca ese algo que nos permitire-
‘mos llamar la nodernidad: puesto que no se presenta mejor
Palabra para expresar la idea en cuestién. Se trata, para él, de
extraer de la moda lo que pueda contener de poético en lo
histécico, de extraer lo eterno de lo transitorio. $i echamos
tuna mirada a nuestras exposiciones de cuadros modeznos,
‘nos sorprenderemos de la tendencia general en los artistas
de vestir a todos los sujetos con trajes antiguos Casi todos
se sirven de las modas y del mobiliario del Renacimiento,
como David se servia de las modas y del mobiliatio roma.
no. Sin embargo hay esta diferencia, que David, habiendo
elegido particulrmente sujetos griegos 0 romanos, no
podia hacer otra cosa que vestrlos a la antigua, mientras que
Jos pintores actuales, habiendo elegido sujetos de una gene-
ral naturaleza aplicable a todas las épocas, se obstinan en ridi-
33culizarlos con trajes de la Edad Media, del Renacimiento o
del Oriente. [Evidentemente esto es signo de una gran pere-
za; puesto que es mucho més comodo declarar que todo es
absolutamente feo en la vestimenta de una época, que de
aplicarse a extraer la belleza misteriosa que pueda estar con-
tenida en ella, por minima o ligera que sea. La modernidad,
es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte,
cuya otra mitad es lo eterno y lo inmutable} Ha existido una
‘modernidad para cada pintor antiguo; la mayor parte de los
‘hermosos retratos que nos quedan de tiempos anteriores
‘estiin engalanados con los trajes de su época. Y son perfec-
‘tamente armoniosos, porque el traje, el peinado, incluso el
_gesto, la mirada y la sonrisa (cada época tiene su porte, su
amirada y su sonrisa) forman un todo de una vitalidad com-
pleta. Este elemento transitorio, fugitivo, cuyas metamorfo-
sis son frecuentes, no debe ser despreciado ni pasado por
alto, Al suprimirlo, se cae forzosamente en el vacio de una
belleza abstracta e indefinible, como aquella de la tnica
smujer delante de su primer pecado. Si a las vestimentas de
una época, que se imponen necesariamente, se las substitu-
Ye por otras, se crea un contrasentido que no puede tener
‘excusa mis que en el caso de una farsa admitida por la
moda, Asi, las diosas, las ninfas y los sultanes del siglo
XVIII son retratos moralmente semejantes.
No cabe duda de que es excelente estudiar a los anti-
guos maestros para aprender a pintar, pero eso no puede set
mas que un ejercicio superfluo si su fin es el de comprender
el caricter de la belleza actual. Los ropajes de Rubens o
‘Veronese no les ensefiardn a hacer un fornasolado antiguo, un
satin a la reina, 0 toda otra tela de nuestras fabricss, alzada,
balanceada por el mirifiaque o la enagua de muselina tiesa.
El tejido y el punto no son los mismos que en las telas de la
antigua Venecia 0 los que llevaban ea la corte de Catalina
Agreguemos también que el corte de la falda y del corpifio
es absolutamente diferente, que los pliegues estan dispues-
tos en un sistema muevo, y en fin, que el gesto y el porte de
Ja mujer actual dan a su vestido una vida y una fisonomia
que no son los de la mujer antigua(En una palabra, para que
toda modernided sca digna de convextrse en antighedad, es
Becesario que la belleza misteriosa que la vida humana invo-
Iuntariamente le imprime haya sido extraida )Es a esta tarea
ala que se aplica particularmente Mi. G.
Ya he dicho que cada época tenia su porte, su mirada
y su gesto. Es sobre todo a partir de una vasta galeria de
retratos (la de Versailles por ejemplo) que esta proposicién
se vuelve ficil de verificar. Pero puede extenderse atin mis
lejos. En la unidad que se llama nacion, las profesiones, las
ccastas, los siglos introducen ha variedad, no solamente en los
estos y las maneras, sino también en la forma positiva del
rostro. Una nariz tal, una boca, una feente, llenan el interva-
Jo de una duracién que no pretendo determinar aqui, pero
que ciertamente puede ser sujeta a cilculo. Tales considera-
iones no son lo bastante familiares para los retratistas; y el
gran defecto del sefior Ingres, en particular, es el de querer
‘imponer a cada figura que posa ante su ojo un perfecciona-
miento mis 0 menos completo, imitando el repertorio de
Ias ideas clasicas.
En semejante materia, seria ficil ¢ incluso legitimo
35xazonat a priori. La covrelucién perpetua de aquello que la-
mamos alma con lo que llamamos qerpo explica muy bien
cémo todo lo que es material 0 efluvio de lo espiritual
representa y representar’ siempre lo espiritual de donde
proviene. Si un pintor paciente y minucioso, pero de una
imaginacién mediocre, al pintar una cortesana del tiempo
presente, se snspira (esa es la palabsa consagrada) en una cor-
tesana de Tiziano o Rafael, es infinitamente probable que
produzea una obra falsa, ambigua y oscura. El estudio de
tuna obra maestra de aquellos tiempos y de aquel géneco no
Je eusefiaré ni la actiud, ni la mirada, ni el gesto, ni el aspec-
to vital de una esas criaturas que el diccionario de la moda
hha clasificado sucesivamente bajo los titulos groseros 0
jocosos de impuras, nitias mantenidas, larettes y cervatilla.
La misma critica se aplica sigurosamente al estudio
del militar, del dandy, también del animal, perro 0 caballo, y
de todo aquello que compone ka vida exterior de un siglo,
(i Pobre de aquel que estudie en la antigtiedad otra cosa que
elarte puso, la Jégica, el método general! Por sumirse dema-
siado en ella, se pierde In memonia del presente; se renuncia
al valor y a los privilegios provistos por la ciscunstancia;
uesto que casi toda nuestra originalidad proviene de la
stampa que el Himpo imprime en nuestmas sensaciones)El
* A mitad de camino entre las grancles cortesanas y las muchachas
de burdel, el término drete emerge hacia 1840, haciendo referen-
cia a j6venes decididamente independientes que viven a costa de
‘un burgués, un estudiante, un funcionario, siendo sus amantes pri-
-vadas. (N. del ).
lector comprende de antemano que yo podria verificar ficil-
mente mis aserciones sobre numerosos otros objetos apar-
te de Ia mujer. Qué dirian, por ejemplo, de un pintor de
‘marinas (llevo la hipstesis al extremo) que, debiendo tepro-
ducir la belleza sobria y elegante del navio moderno, fatiga-
1 sus ojos al estudiar Ias formas sobrecargadas, contornea-
das, la popa monumental del navio antiguo y los complica-
dos velimenes del siglo XVI? z¥ que pensatian de un artis.
ta al que le hubiéramos encargado el retrato de tn pura san-
gre, célebre en las solemnidades del hipédromo, que fuera a
continar sus contemplaciones a los museos, contentindose
con observar el caballo de las galerias del pasado, en Van
Dyck, Bourguignon o Van der Meulen?
M, G, conducido por la naturaleza, tiranizado por la
circunstancia, ha seguido una via totalmente diferente. El ha
comenzado por(contemplar la vida, y mis tarde se las ha
ingeniado en aprender los medios de expresatla) De ello ha
resultado una originalidad atrapante, en la cual lo que pudo
permanecer de bicbaro y de ingemio aparece como una
nueva prucba de obediencia a lx impresiSn, como un hala-
gah verdad. Para la mayoria de nosotros, sobretodo para
los hombres de negocios, para quienes la naturaleza no exis-
te, sino es en alin rendimiento de utilidad con alguno de
sus negocios, la fantistica realidad de ln vida esta singular-
mente embotada. M. G. la absorbe sin cesar; él posee la
memoria y los ojos colmados de ella.
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