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I.

Adán

A las cinco de la mañana Adán se despertó con un sobresalto, tenía el rostro cubierto
de sudor, los ojos le resplandecían, se veían en ellos imágenes de un mal sueño;
observó a su alrededor encontrando ante su lecho un charco de luz. La noche anterior
se había acostado de nuevo con esa sensación de que cada vez era más difícil
sobrevivirse en el día a día sin la mujer incognoscible, traduciéndose cada noche en
una pesadilla. En el sueño de hoy se vio subiendo a un camión de pasajeros. El
camión frenaba de forma repentina, e inevitablemente caía al vacio, pataleando sus
llantas como una araña que se ha soltado de su hilo de seda y que se aceleraba hacia
un abismo. Pero no era la sensación de vacío estomacal provocada al caer lo que le
aterraba; ni siquiera el hecho de que mientras caía sentía que el cuerpo se le estiraba,
al mismo tiempo que el aire se le solidificaba en la garganta, haciendo imposibles las
palabras y oprimiéndole el corazón. Ante todo, era la cara de horror con la que el resto
de pasajeros se habían volteado a verlo, esas caras de seres vivos que han visto su
muerte aún antes de que acontezca; entes que parecen putrefactos segundos antes y
que aún muertos conservan esa expresión facial: el rostro alargado desde las mejillas,
ampliando la abertura de la boca y de los ojos, pareciendo incluso carecer de cráneo.

A él, no le costaba recordar las numerosas experiencias que había tenido con la
muerte u otras alegorías del mundo, y que había conocido a través de experiencias
místicas o bien, leído en libros. A doña María le juraba que recientemente se le había
revelado el valle de la muerte; se lo describió frio y lúgubre en medio de un espeso
banco de niebla, poblado por viñedos donde la vid se cargaba de enormes uvas.
Anterior a eso creyó ver la encarnación del mal, sintió que éste le conocía tan bien que
dándole una palmada en el hombro le llamó por su nombre: A D A N. Aunque decía
haberlo visto a nadie nunca se atrevió a describírselo.

Como todos los fines de semana solamente se aseó las extremidades y las coyunturas
del cuerpo; escogió de entre el suelo las ropas menos arrugadas para salir a la calle;
quería ir a la fonda de doña María a contarle su más reciente sueño, esperando que
viera en él la revelación de algo bueno, ya que advertía en ella virtudes chamánicas. A
menudo se preguntaba cuántas cosas no guardaría en su memoria, no sólo era la mujer
más piadosa del pueblo, también la más anciana. Entrando a la fonda se encontró con
la novedad de que todo seguía igual que el día anterior y que durante los diez meses
que llevaba en el pueblo, incluso la pizarra donde se anotaba el menú seguía intacto:
sopa de verduras, huevos al gusto, acompañados por pan y jugo de uva, ese era el
menú desde hacía trescientos seis días. Cuando doña Mari, como le decían quienes la
conocían, se acerco a él, se dibujo en ella una mueca de asombro.

-¿Pero qué le ha pasado?- dijo doña Mari.

-¿Nota algo nuevo en mi aspecto?- inquirió él- ¿Alguna marca nueva en el rostro? O tal
vez haya algo en mi mirada que le diga algo.

- ¡Patrañas! Ya le he dicho que yo no soy adivina.- respondió la viejita- pero no es


necesario tener visiones para ver esos párpados tan caídos y el esqueleto bajo esa
camisa.

Al oírla apareció en su rostro una pequeña sonrisa, pensaba en ella como en una viejita
terca con un buen corazón; cuando después de comer se acercaba a la cocina para
ponerla al tanto de sus últimos movimientos, de los sueños y sensaciones que había
recibido de aquella mujer incognoscible, la anciana le daba consejos que aún cuando
parecían viables representaban una utopía en su vida. En la actualidad jamás alguien
hubiera podido ponerlos en práctica, era por eso que a veces la presencia de aquella
vieja mujer le parecía anacrónica. No podía entender cómo con tales ideas había
sobrevivido a este feroz mundo por tanto tiempo; a pesar de eso asentía a todo lo que
le recomendaba. Ella emanaba una autoridad que sólo con los años se adquiere y a la
cual no hay razonamiento que se resista, esto hacía que cada vez que saliera del lugar
él sintiera enormes deseos de no volver a contarle nada nunca más, pero era la única
que le escuchaba con detenimiento y aunque no le comprendía confiaba en que sólo
ella mostraba respeto a los acontecimientos de su vida, así le sucedió nuevamente el
día de hoy.

Había llegado a este pueblo con la idea de huir de la rutina en la que se había encajado
en su vida anterior, empresa en la que había fracaso a los cuatro meses; todos los días
caminaba por la mañana, por la tarde iba a la fonda de doña Mari y al anochecer a el
pequeño bar donde acudían los jornaleros, nada ostentoso o pretencioso: un simple bar
de pueblo donde sólo había tres mesas dispuestas a lo largo de un cuarto con ventanas
ausentes y una reducida puerta; aquí la ambientación estaba a cargo de un fonógrafo y
dos focos rojos que pendían de la barra, en él atendían tres muchachas, con las que
nunca intento relacionarse, porque las conocía tan bien, que cuando quiso intentarlo no
sentía que se acostaba con un cuerpo, si no con un pensamiento o alma igual de
melancólica que la de él mismo, se acostaba con su espejo llamado Abigail, Yadira y
Nuria.

Nuria era la más joven de todas, había trabajado aquí desde los catorce años y desde
entonces su mesa era la última, la más lejana del resplandor de las parpadeantes luces
rojas; luz que apenas alcanzaba a dibujar su silueta, resaltando de entre todas las
cosas sus delgados labios pintados de carmín emitiendo bocanadas de humo, se
distinguía también el blanco de sus grandes ojos en medio de la oscuridad. Antes de
ella se veía la brasa de un incienso que se consumía en el centro de su mesa, y una
innumerable instalación de atavíos que había en ella, además de los que se hacía
colgar en el cuello, era por eso que la conocían como “la bruja”, tal imagen provocaba
que sólo algunos intrépidos se le acercaran. Ella deseaba a Adán y quería conservarse
lo más pura posible para él, le atraía verlo sumergido en una soledad taciturna; cuando
se lo encontraba por las mañanas, lo veía ir con ese caminar lento, cuidando de no
pisar las líneas que formaba el empedrado de la calle. Hoy por la tarde, ya despojada
de sus estrafalarias ropas y esperando en la parada del autobús, vio que Adán salía de
la fonda de doña Mari, convencida de que ya no había nada que ganar o perder tuvo el
valor para enfrentarle.

- Adán – susurró Nuria-¿le molesto si le sigo?

- ¿Y a dónde cree que voy?

-A donde sea que se dirija, faltan horas para que abra el bar, puede llevarme lejos.

-Entonces vamos, me dirijo al lago- asintió él con una sonrisa.


Por varios minutos ella le siguió al ritmo de sus pasos, como siempre él intentó no pisar
las líneas que se le cruzaban en el piso, volteando un poco la cabeza de vez en cuando
para verla de perfil. El rostro de Nuria tenía el tono perfecto, sólo asequible en los
primeros minutos del crepúsculo.

-¿Se ha usted dado cuenta que todas las noches le observo?- inquirió ella como si
reclamara.

-Lo suficiente para no provocarme curiosidad por saber por qué lo hace- dijo Adán
mientras sentía que se había ido por la borda un buen momento.

- No sólo le veo en el bar- Dijo Nuria reavivando el tema- también en la fonda, en la


entrada de su pieza, en la terraza del lago, y vagabundeando por las calles del centro;
siempre solitario, tan taciturno y callado.

-Tú sabes que no hay mucho por hacer aquí- dijo Adán justificándose.

- Quiero saber qué hay detrás de ese misterio.

Hasta el día de hoy jamás habló con Nuria, el único intercambio que habían tenido
hasta ahora había sido visual; a los cuatro meses que había llegado una fuerza le hizo
rotar la cabeza hacia la última mesa del bar justo cuando ella también lo veía. Un par de
segundos le bastó para permanecer callado frente a ella en cada visita, le tenía miedo,
creía ver en ella una posibilidad de mujer incognoscible, le espantaba descubrir que
aquella mujer que buscaba con ansias ya había sido encontrada y tomada por otros
hombres. A pesar de ello, por las noches se conciliaba con saber que su pureza no
había sido corrompida, que su cuerpo aún seguía cubierto de suavísimo vello dorado, y
que hoy éste le hacía resplandecer cuando se situaba frente al sol, dando la impresión
de que al cerrar los ojos ella desaparecería surgiendo de nuevo en sus pensamientos.
Pero hoy al abrir la boca lo había echado todo a perder. Ya no deseaba verla, habían
bastado unas palabras para que ya no tuvieran absolutamente nada que decirse, y lo
peor, las ganas que tenía de abrazarla cuando la vio acercarse… habían desaparecido.

Nuria también sintió que algo se había roto dentro de ella con sus últimas palabras,
como si se le hubiera llenado la boca con unas cuantas letras, haciendo imposible
escupir una más de ellas, provocando que mientras estas se pudrían en su boca
desprendieran el olor ominoso de una relación muerta, cuya pestilencia alejaba a Adán.
Mientras ella se había quedado parada en una esquina viendo con estupor la escena de
su fracaso, él siguió su camino hacia el lago sin decir siquiera una palabra, pensando
que si volvía la mirada se convertiría en una columna de sal, así que continuó con la
vista lo suficientemente alta para reafirmar su caminar y no trastabillar con algún
obstáculo.

El sol ya hacía un rato había comenzado a ocultarse; el cielo había dejado de teñirse
de rojo y comenzaba a tornarse azul, desde los tonos pasteles por las montañas, donde
el sol se escondía, hasta el azul más oscuro que abrigaba las primeras estrellas de la
noche; la imagen que proyectaba el cielo era de una hermosura sin igual, porque
además del espectáculo de colores parecía recorrer de oeste a este una historia cíclica
del mundo, imagen que caprichosa se negó a ser capturada por su memoria. Al seguir
caminando con la incipiente luna a sus espaldas, y en la frente los últimos rayos del
sol, encontró a doña mari ya muy cerca del lago llevando en sus hombros dos cubetas
de agua, al ver que ella le veía sintió que el rostro se le movía forzadamente para
proyectar una tierna sonrisa, ella respondió con una mueca semejante, en medio de la
agitación provocada por la carga enunció: “se ha acabado otro día”. Al oírla Adán tuvo
la certeza de que por primera vez aquella anciana le había hablado con aire de
premonición, pensaba que aunque ella jamás lo aceptara su omnisciencia divina era
indudable; dedujo entonces que lo que en realidad ella había tratado de decirle es que
aun los días pasaran, nada se movía en este pueblo, y nada nunca se iba a mover,
era su edad inmemorial la prueba misma de este hecho, por lo tanto no era en esta
quietud donde podría encontrar a la mujer incognoscible.

Esta angustia terrible de saberse encerrado por siempre en la inmovilidad del lugar le
hizo acelerar el paso llegando en pocos minutos al lago. Se dirigió inmediatamente a
una peña desde la que se vislumbraba la superficie del lago y el valle a la redonda. Se
asomó al borde de una piedra que daba directamente al vacío y después de él: el
agua. Observó algunos peces que hambrientos se abalanzaron hacia la arena que caía
desde la piedra, creídos en que estos residuos eran alimento; se alejó unos metros con
los brazos colgándole a los costados del cuerpo; dio la espalda al acantilado y se
detuvo. En un santiamén se le podía ver volteando, corriendo y precipitándose hacia el
lago. Un cardumen de peces se abalanzó sobre Adán, pelearon unos instantes con sus
dedos lográndole hacer una pequeña herida en el dedo índice, pero él no ejercía
resistencia, con movimientos que parecían seguir el compás de un vals se volteó con la
cara hacia la superficie; su cuerpo, aún vivo, se fue hundiendo lentamente; tenía los
ojos bien abiertos, no sin asombro observó cómo la luz que aún traspasaba el agua se
iba apagando, haciendo que las sombras de los peces se desdibujaran para recordar
por última vez, todos los grandes momentos de su vida.

II. Eva

La última vez que Eva vio a Adán el cielo era todavía azul, a esas horas ella veía como
tan temprano las estrellas ya estaban hinchadas de tan próxima oscuridad. Ese día por
consecuencia de un presentimiento que Adán tuvo al amanecer, y reforzado por la idea
de salir de la inmovilidad que penetraba cada hueco del pueblo de San Pedro, lo vio
arrojarse al lago en una decisión arrebatada de emoción, por un momento le perturbó la
poseída sonrisa que llevaba Adán al ir corrompiendo el vacío que dividía la peña del
lago. Se había arrojado con la plena confianza de que partía a la verdadera vida.
Desde el momento de su desaparición, todos aquellos individuos que vivían en el lugar,
y que en el algún momento habían compartido momentos de sus vidas con él,
comenzaron a diluir los recuerdos de Adán en sus memorias.

Cuando Adán murió, Eva comenzó a sentir una tensión constante de los músculos, un
desconcierto sobre el nivel de consciencia en los movimientos, un trastabilleo sobre la
marcha; pero además parecía ser invisible a los ojos del mundo, recorría las calles y la
gente permanecía impasible ante su presencia; cuando acudió a la tienda de abarrotes
y el empleado mostró total indiferencia ante sus palabras, tuvo la certeza de que no era
sino una creación de la imaginación de Adán. Un día, en algún lugar al anochecer, él
había soltado un suspiro después de un pensamiento indebido, eso era Eva, un
pensamiento indebido ocurrido en el momento incorrecto, tal había sido su nacimiento.
Después de aquel suceso fortuito, le creó un cuerpo y con las palabras de Doña Mari le
aportó un pensamiento, cuando estuvo preparada en cuerpo y alma, él le hablo, con
sus palabras le dio visibilidad; se fue alimentando de sus ideas haciéndola crecer en el
conocimiento de lo humano, el resto de mujeres le transmitió sus anhelos y miedos,
había en ella un poco de Abigail, Yadira y sobre todo de Nuria, que era quien más se le
parecía y quien por momentos creyó sentirla y hasta oírla, pero erró y confió en Eva, en
una ilusión que le había condenado. Ahora entendía por qué cuando se acercaba a
alguien a quien no conocía éste actuaba con desconfianza; era invisible a la mirada de
los ojos; excepto algunas ocasiones, conforme respiraban el aliento pesado que Eva
exhalaba la iban percibiendo sensorial y auditivamente, esa era la única existencia a la
que podía aspirar, que en los últimos tiempos se había reservado para Adán.

Ya hacía semanas antes de la muerte de Adán que se encontraba agotada, él era su


eje vital y por días se ausentaban el uno del otro, pero en ninguno cabía la duda de que
para él había sido creada. Para llegar a consumar su idilio había transcurrido este
camino, y si en algún momento llegaría a existir sería él quien podría darle la vida, pero
al ser ella una creación de su pensamiento, también era él quien le podía hacer
desaparecer. Para ella era sobre todo el deseo de su cuerpo lo que le hacía aspirar a la
existencia. Ella se desgastaba mientras él ignoraba que él mismo era la causa de su
asfixia, pensaba que al esconderle en su pieza nadie podría usarle, y que por lo tanto
permanecería intacta y delicada, pero mientras más le guardaba más raquítico era su
estado, a veces pasaba toda una semana sin que él la pensara, dejándola morir un par
de días, creyendo que la ausencia haría de los reencuentros una inyección de
vitalidad; lo cierto era que en esos días también él moría un poco, no hablaba con
nadie y sentía que efectivamente la boca se le hacía chicharrón, haciendo imposible la
expresión de las palabras con el resto del mundo.

Ahora que estaba segura de su condición imaginaria, salió de la tienda de abarrotes y


se alejó del imposible contacto humano, se dirigió a consumir los últimos rastros de
Adán que aún quedaban en su pieza, permaneciendo ahí hasta que no quedo nada
más que el cuaderno donde él plasmaba su vida. En ese momento se acostó sobre la
cama, renunciando neciamente a dejar de lado los pequeños gestos; a pesar de que la
fatiga le impedía realizar hasta las tensiones más simples para aferrarse a algo con las
manos, tomó inconscientemente la bitácora de Adán, para que pronto su fatiga se
convirtiera en dolor punzante, que si bien no impedía el movimiento aniquilaba la
sensación de la superficie del cuerpo, confundiendo los nervios que llegaban al cerebro,
transformando las palabras del diario en cuerpos tangibles que representaban
imágenes monstruosas de sueños; de inmediato una ruptura que partía del pecho
provocaba la desmembración de su ser, a partir de entonces movimientos oblicuos
acompañaban su decaimiento, y el corazón se le aferraba al sufrimiento como único
sentimiento posible, puesto que la circulación se le había atascado de coágulos en las
articulaciones. En el cielo la luna rojiza ardía a la par de sus pensamientos, oprimidos
por la combustión del cráneo, provocada por el ácido que desprendía cualquier intento
de operación mental, sintiendo por todas partes los límites de la acción. Estaba
desapareciendo.

III. El edén

Por fin había luz, ninguno de los dos sabía si era de día o de noche, se sentían en un
constante amanecer, no había sol pero rayos de luz salían por todos los rincones de un
lugar con inexistente volumen, puesto que no había absolutamente nada en el espacio
indicando altura, ancho y profundidad posible, aún menos algo que advirtiera algún
rango de movimiento, encima, la gravedad inexistente del lugar y de sí mismos hacía
desprender sus células, sintiendo que lo habitaban todo. De pronto el otro surgió de
entre la luz con su bella desnudez, haciendo que las tres dimensiones de ese mundo se
crearan con su aparición, compactando toda aquella ambigüedad de estar inmerso en
la nada inmensa, transformándola en una sensación de paz. En cuanto él se acerco a
ella, la mujer que había dejado de ser incognoscible convirtió su confusión en alegría,
olvidando los formalismos de la presentación.

-¿Te dije que aquella caída no me dolería verdad?- dijo Adán.

-No – respondió Eva un poco indiferente.


-Vamos, deberías alegrarte de que al fin estemos juntos.

-No debiste hacerlo, ya hemos estado aquí antes ¿No recuerdas?- Dijo Eva un poco
avergonzada.

-Percibo una vibra de familiaridad, pero si estamos juntos no importa el lugar- dijo
mientras se acercaba para tomarla en sus brazos.

- No, no debes tocarme- dijo Eva mientras se alejaba.

- No hablaras en serio, hemos sufrido mucho para estar juntos- dijo mientras su
confusión retornaba con fuerza.

- Aquí, a través de un fruto prohibido te di humanidad, y pudiste escapar para buscar


en la tierra la felicidad, alcanzándola por tus actos humanos… Pero ahí conociste la
soledad de estar sin mí. - dijo mientras la cara de Adán empalidecía.

- Dices que esto es…

- ¡El paraíso!

- ¿¡El paraíso!?

- Sí – dijo Eva con resignación - hemos regresado al Edén.

- Y ahora el Edén es una página en blanco, nos han quitado todo lo que antes había,
hasta aquel árbol del cual comimos dándonos libertad, pero ya no hay medio posible
para escapar.

Perplejo, Adán miró a su alrededor, aquel lugar que hacia un momento se había
recreado para el encuentro con la mujer de su vida comenzaba de nuevo a
desvanecerse; las paredes que habían delimitado su espacio se compactaban contra
ellos, Adán se abalanzó contra Eva y ambos se fundieron en un abrazo cuya
sensación los apartó de inmediato, con repulsión él exclamo: “si esto es más parecido
al infierno, aquí nunca deberemos tocarnos, y si lo hacemos jamás podremos sentirnos
sin sentir antes que lo que tocamos es linfa.” Pronto los rayos comenzaron a volverse
más intensos diluyendo las figuras de ambos y anunciando el inmenso dolor que
experimentarían. Oyendo los gimoteos lejanos del otro sintieron como el cielo les afluía
por la boca, dejando una sensación de hormigueo en la lengua; la circulación se
agilizaba sumergiendo el cuerpo en calor, mientras el cerebro formateaba toda historia,
humanidad y conocimiento, golpes de gran fuerza oprimían el corazón reavivando los
latidos; por ultimo un escurrimiento de los miembros sobre coladeras que atrapaban
toda sensación de placer. La purificación había llegado.

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