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RXPLICACION FALSA DE MIS CUENTOS Obligado © traicionado por mi misma a decir cémo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos, No son completamente natu- rales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me seria antipético. No son dominados por una teoria de la conciencia. Esto me seria extre- madamente antipatico. Preferirta decir que esa intervencién es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructures Idgicas, A pesar de la vigilancia cons- tante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En an momento dado pienso que en un rincdén de mit nacerd una planta. La em- piezo a acechar creyendo que en ese rincén se ba producido algo raro, Pera que podria tener porvenir artkstico, Seria feliz si esta idea no fra- casara del todo. Sin embargo, debo esperar yn tiempn ignorado: no sé cémo bacer germinar la planta, ni cdmo favorecer, ni cuidar su crecimien- to, slo presiento 'o deseo que tenga bojas de poestas; 0 algo que se trans- forme en poesta si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ecupe mucha espacto, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. AL misrao tiempo vila ceecerd de acuerdo a un contemplador gl que no bard mucho caso si él quiere sugerirle demastudas intenciones q grandezas. Si es una planta ducis de st misma tendré una poesia natural, desconocida por ella misna. Ella debe ser como una persona que vivird no sabe cuinto, con necesi- dudes proptas, con un argulla discreto, un poco torpe y que parezca im- Pravisedo. Ella ntisma no conocera sus leyes, aunque profundamente las tenga 9 la conciencia no las alcance. No sabré el grado y la m' aera en que la conciencia intervendrd, pero en iltima instancia impondrd su voluntad. Y ensefiard a la conciencta a ser desinteresada, Lo mds seguro de tado es que yo no sé cémo hago mis cuentos, por- que cada uno de ellos tiene su vida extraia y propia. Pero también sé que viven peleando con lu concieneia para evitar los extranjeros gue ella tes recomienda 216 LAS HORTENSIAS A Marte Luise Au Lavo de un jardin habfa una fSbrica y los ruidos de las méquinas se metfan entre las plantas y los drboles. Y al fondo del jardin se vefa una casa de patina oscura. El duefio de Ia “casa negra” eta un hombre alto. Al oscusecer sus pasos lentos venian de la calle; y cuando entraba al jardin y a pesar del ruido de Jas méquinas, parecla que los pasos mas- ticaran el balasto. Una noche de otofis, al abrir la puerta y entornar los ojos para evitar la luz fuerte del hall, vio a su mujer detenida en medio de Ja escalinata; y al mitar los escalones desparramindose hasta Ja mitad del patio, le patecié que su mujer tenfa puesto un gran vestido de mar- mol y que la mano que tomaba la baranda, recogfa el vestido. Ella se dio cuenta de que 4 venfa cansado, de que subirfa al dormitorio, y esperd a una sonrisa que su matido Megara hasta ella, Después se besaron, 3 —Hoy los muchachos tetminaron las escenas... —Ya sé, pero no me diges nada. Ella lo acompafié hasta la puerta del dormitotio, le acaricié Ja nariz con un dedo y lo dejé solo, El tratarfa de dormir wn poco antes de Ja cena; su cuarto oscuro sepatarfa las prencupaciones del dfa de los pla- ceres que esperaba de ta noche. Oyé con simpatia come en la infancia, el stido atenuado de las méquinas y se durmid. En el suefio vio una luz que salfa de la pantalla y daba sobre una mesa. Alrededor de la mesa habfa hombres de pie. Uno de ellos estaba vestido de frac y decfa: “Es necesario que la marcha de la sangre cambie de mano; en vez de it por las arterias y venir por las venas, dehe ir por las venas y venit por las arterias”. Todos aplaudieron e hicieron exclamaciones; eotonces el hombre vestido de fruc fie a un patio, monté a caballo y al salir galopando, en medio de Jas exclamaciones, las herraduras sacaban chispas contra las piedras, Al despertar, el hombre de lt casa negra recardé el suefio, re- conociS en la marche de le sangre lo que ese mismo dia habla ofdo decir 217 —en ese pafs los yehfculos cambiarfan de mano— y tuvo una sontisa. ) Después se vistié de frac, volvié a recordar al hombre del suciio y fue j al comedor, Se acercé a su mujer y micntras le metfa Jas manos abiertas en el pelo, decta; : —Siempre me olvido de traer un lente para ver cémo son las plantas , que hay en el verde de estos ojos; pero ya sé que el color de la piel lo consigues froténdote con aceitunas. ) Su mujer le acaricié de nuevo 1a nariz con el indice; después lo hun- dié en la mejilla de él, hasta que el dedo se doblé como una pata de mosca y le contesté; ) —i¥ yo siempre me olvido de traer unas tijeras para recortarte Jas cejas!—, Ella se senté a la mesa y viendo que él salia del comedor le ) preguntd: —¢Te olvidaste de algo? y Quin sabe. - El volvié en seguida y ella pensé que no habia tenido tiempo de ba- blar por teléfono. —2No quieres decirme a qué fuiste? —No. —Yo tampoco te diré qué hicieron hoy los hombres. El ya le habla empezado a contestar: —No, mi querida aceituna, no me digas nada hasta el fin de la cena. Y se sitvié de un vino que recibla de Francia; pero las palabras de su mujer habfan sido como pequefias piedras caidas en un estanque donde vivian sus manfas; y no pudo abandonar Ia idea de lo que esperaba ver ) esa noche. Coleccionaba mufiecas un poco més altas que las mujeres normales. En un gran salén habfa hecho construir tres habitaciones de vidrio; en la més amplia estaban todas las mufiecas que esperaban el ) instante de ser clegidas pata tomar parte cn cscenas gue componfan en las otras habitaciones. Esa tarea estaba a cargo de muchas personas: en ’ primer término, autores de leyenda (en pocas palabras debia expresar ) Ia situacién en que se encontraban las muficcas que aparecfan en cada habitacién); otros artistas se ocupaban de Ja escenograffa, de los vestidos, ) de la misica, etc. Aquella noche se inaugurarfa la segunda exposicién; él ) la mirarfa mientras un pianista, de espaldas a él y en el fondo del saldén, ejecutarfa Jas obras programadas.- De pronto, cl duefio de la casa negra ) se dio cuenta de que no debfa pensar en eso durante la cena; entonces sac6 del bolsillo del frac unos gemelos de teatro y traté de enfocar la ) cara de sa mujer. isiera saber si Jas sombras de tus ojetas son producidas por vegetaciones. . . } Ella comprendié que su marido habfa ido al escritorio a buscar los | gemelos y decidié festejarle 1a broma. El vio una cipula de vidtio; y cuando se dio cuenta de que era una botella dejé los gemelos y se sitvié y 218 otra copa del vino de Francia. Su mujer miteba Ios borbotones al caer en |e copa; salpicaban el cristal de l4grimas negras y corrfan a encontrarse con el vino que ascendia, En ese instante entré Alex —un miso blanco de barba en punta—, se incliné ante la sefiora y le sirvié porotos con jamén. Ella decia que nunca habfe visto un ctiado con batba; y el sefior contestaba que ésa habfa sido Ia vinica condicién exigida por Alex. Ahora ella dej6 de mirar la copa de vino y vio el extremo de Is manga del ainda; de allt olG an velo expese Gur be amettila por le deb 7 Iegaba hasta los dedos. En el momento de servir al duefio de casa, Alex dijo: —Hea llegedo Walter. (Era el pianista). AJ fin de la cena, Alex sacé las copas en una bandeja; chocaban unas con otras y parecfan contentas de volver a encontrarse. El sefior —a quien le habla brotads un silencio somnaliento— sintié placer en off los soni- dos de las copas y Iamé al criado: —Dile a Walter que vaya al piano. En el momento en que yo entre al salén, él no debe hablarme. zEI piano, esté lejos de las vitrinas? —Sf sefior, estd en el otro extremo del saldn. —Bueno, dile « Walter que se siente déndome Ia espalds, que em- piece a tocar la primera obra del programa y que [a repita sin interrup- cién, hasta que yo le haga la sefia de la luz. Su mujer Ie sonrefa. E] fue a besarla y dejé unos instantes su cata congestionada junto a la mejilla de ella. Después se dirigié hacia la salita préxima al gran salén. Allf empezé a beber el café y a fumar; no irfa a ver sus muiiecas hasta no sentitse bastante aislado. Al principio puso atencién a los ruidos de las maquinas y los sonidos del piano; le parecla que venfan mezclados con agua, y él los ofa como si tuviera puesta una escafandra. Por iltimo se desperté y empezd a darse cuenta de que algu- nos de los ruidos deseaban insinuarle algo; como si alguien hiciera un Mamado especial entre los ronquidos de muchas personas pata despertar sélo a una de ellas. Pero arando 41 ponfa atencién 2 esos ruidos, ellos hufan como ratones asustados. Estuvo inttigado unos momentos y des- pués decidié no hacer caso. De pronto ‘se extrafié no verse sentado en el sillén; se habfa levantado sin darse cuenta; recordd el instante, muy prdxi- mo, en que abrié la puerta, y en seguida se encontré con los pasos que daba shora: Io Hevaban a la primera vitrina. Allf encendié Ja luz de la escena y a través de Ja cortina verde vio una mufieca titada en una cama. Corrié Ja cortina y subié al estrado —eta més bien una tarima con tue- das de goma y batanda—; encima habfa un sillén y una mesita; desde allf dominaba mejor Ja escena. La mufieca estaba vestida de novia y sus ojos sblertos estaban colocados en direccién al techo. No se sabfa si es- taba muerta o si sofiaba, Tenfa los brazos abiertos; podfa ser una actitud de desesperacién o de abandono dichoso. Antes de abrir el cajén de la mesita y saber cudl era Ja leyenda de esta novia, | quetfa imaginsr algo. 219 Tal vez clla espetaba al novio, quien no Hegacfa nunca; la habrfa aban- donsdo un instante antes del casamiento; o tal vez fuera viude y recor- dara el dia en que se cas6; también podfa habetse puesto ese traje con la ilusién de ser novia. Entonces abrié el cajén y leyé: “Un instante antes de cagarse con el hombre a quien no ama, ella se encierra, piensa que ese traje era para casarse con el hombre a quien amd, y que ya no existe, y se envenena. Muere con fos ojos abiertos y todavia nadie ha entrado a ce- rrdrselos”, Entonces el duefio de la casa negra pensé: “Realmente, era una novia divina”. Y a los pocos instantes sintié placer en datse cuenta de que él vivia y ella no. Después abrié une puerta de vidrio y entré a la escena pata mirar los detalles. Peto al mismo tiempo le parecié ofr, entre el ruido de las méquinas y la miisica, una puerta cerrada con violencia; salid de Ia vitcina y vio, agarrado en la puccta que daba a Ia salita, un pedazo del vestido de su mujer; mientras se dirigia allf, en puntas de pie, pens que ella lo espiaba; tal vez hubiera querido hacerle una broma; abrid répidamente y el cuerpo de ella se le vino encima; él lo recibié en los brazos, pero le parecié muy liviano y en seguida reconocié a Hor- tensia, la mufieca parecida a su seffora; al mismo tiempo su mujer, que estaba acurrucada detrés de un sillén, se puso de pie y le dijo: —Yo también quise prepararte una sorpresa; apenas tuve tiempo de ponetle mi vestido. Ella siguié conversando, pero él no Ja ofa; aunque estaba pélido le agradecfa, a su mujer, le sorpresa; no querfa desanimarla, pues a él le gustaban las bromas que ella le daba con Hortensia. Sin embargo esta vez hable sentido malestar, Entances puso a Hortensia en brazos de su sefiora y le dijo que no quesfa hacer un intervalo demasiado largo. Después salid, cerré la puerta y fue en direccién hacia donde estaba Walter; pero se de- tavo a mitad del camino y abrié otra puerta, la que daba a su escritorio; se encerré, sac6é de un mueble un cuaderno y se dispuso a apuntar la broma que su sefiora le dio con Hortensia y la fecha correspondiente. Antes leyd Ja dhima nota. Decta: “Julio 21. Hoy, Marfa (su mujer se Hamaba Marfa Hortensia; pero le gustaba que la Hamaran Marfa; enton- ces, cuando su marido mand6 hacer esa mufieca parecida a ella, decidieron tomar el nombre de Hortensia —como se toma un objeto arrumbado— para Ja mufieca) estaba asomada a un baleén que da al jardin; yo quise sorprenderla y cubrirle los ojos con las manos; pero antes de Hegar al haleén, vi que era Hortensia. Marfa me habfa visto ir al baledn, venfa detrés de mf y me solté una carcajada”. Aunque ese cuaderno lo lela Yinicamente 4, firmaba las notas; escribfa su nombre, Horacio, con letras grandes y cargadas de tinta. La nota anterior a ésta, decfa: “Julio 18: Hoy abrf el ropero pata descolgar mi traje y me enconteé a Hlortensia: tenfe puesto mi frac y le quedaba graciosamente grande”. Después de anotar la diltima sorpresa, Horacia se ditigié hacia la se- gunde vitrina; le hizo sefias con una luz a Walter para que cambiara la 220 obra del programa y empezé a correr la tarima, Durante el intervalo que hizo Walter, antes de empezar la segunda pieza, Horacio sintié més inten- samente el Jatido de las méquinas; y cuando corrié Ja tarima le parccié que las ruedas hacfan el rido de un trueno lejano. En la segunda vitrina aparecla una mufieca sentada a una cabecera de la mesa. Tenfa la cabeza levantada y las manos al costado del plato, donde habfa muchos cubiertos en fila. La actitud.de ella y las manos sobre los cubiertos hacfan penser que estuvicra ante un teclado, Horacio miré a Walter, lo vio inclinado ante el piano con las colas del frac cafdas por detrés de la banqueta y le parecié un bicho de mal agieto. Después miré fijamente la mufieca y le parecié tener, como otras veces, la sensa- cién de que ella se movfa. No siempre estos movimientos se producfan en seguida; ni A los experaba cuando {a mufieca estake scosteda o muerte; pero en esta iiltima se produjeron demasiado pronto; él pensé que esto ocurrfa por la posicién, tan incémoda de la mufieca; ella se esforzaba demasiado por mirar hacia arriba; hacfa movimientos oscilantes, apenas perceptibles; pero en un instante en que | sacé los ojos de la cara para mirarle las manos, ella bajé la cabeza de una manera bastante pronuncia- da; él, a su vez, volvié a levantar répidamente los ojos hacia Ja cara de ella; pero la mufieca ya habfa reconquistado su fijeza, Entonces él empezd a imaginar su historia. Su vestido y los objetos que habfa en el comedor denunciaban un gran lujo pero los muebles eran toscos y las patedes de piedra. En la pared del fondo hebfa una pequefia ventana y a espaldas de la mufieca una puerta baja y entreabierta como una sonrisa falsa. Aguella habitacién serfa un presidia en un castillo, el piano hacfa ruido de tormenta y en Ja ventana aparecfa, a intervalos, un resplandor de re- lémpegos; entonces recordé que hacia unos instantes Jas racdes de la tarima hicieron pensar en un trueno lejano; y esa coincidencia lo inquietd; ademés, antes de entrar al salén, habla ofdo los ruidos que deseaban insi- nuatle algo. Pero volvié a la historia de le mufieca: tal vez ella, en aquel momento, rogara a Dios esperando una liberacién préxima. Por wltimo, Horacio abrié el cajén y leyé: “Vitrina segunda, Esta mujer espera, para pronto un nifio. Ahora vive en un faro junto al mar; se ha alejado del mundo porque han criticado sus amores con un marino, A cada instente ella piensa: “Quiero que mi hijo sea solitario y que sélo escuche al mar”. Horacio pensé: “Esta mufieca ha encontrado su verdadera historia”. En- tonces se leyanté, abrié la puesta de vidrio y miré Jentamente los objetos; le parecié que estaba violando algo tan serio como la muerte; é! preferla acercarse a la mufieea; quiso mirarla desde un ligar dande los ojos de ella se fijaran en los de él; y después de unos instantes se inclind ante la desdichada y al besarla en la frente volvié a sentir una sensacién de frescura tan agradable como en Ia cara de Marfa. Apenas habfa sepatado los labios de Ja frente de ella vio que Je mufieca se movie; 6) se quedé paralizado; ella empezé a irse para un lado cada vez mds répidamente, y 221 cay6 al costado de la silla; y junto con ella una cuchara y un tenedor, El piano segufa haciendo el ruido del mar; y segufa la luz en las ventanas y Jas méquinas. El no quiso levantar la mufieca; salié precipitadamente de la vitrina, del salén, de Ja salita y al llegar al patio vio a Alex: —Dile 2 Walter que por hoy basta; y mafiana avisa a los muchachos pata que vengan a acomodar la mufieca de la segunda vitrina. En es¢ momento aparecié Matfa: —¢Qué ha pasado? —Nada, se cayd una mufieca, la del faro... —zCémo fue? 2Se hizo algo? —Cuando yo entré a mirar fos objetos debo haber tocado In mesa... —jAh! /Ya te est&s poniendo nervioso! —No, me quedé muy contento con las escenas. ¢¥ Hortensia? ;Aquel yestido tayo Je quedaba muy bien! mejor que te vayas a dormir, querido —-contesté Marfa. Peto se sentaron en un soff. E] abrazé a su mujer y le pidié que por un minuto, y en silencio, dejara la mejilla de ella junto a la de 4. Al instante de haber juntado las cabezas, apareciéd en la de él, el recuerdo de las mufieces que se habfan caldo: Hortensia y le del faro. Y ya sabla 41 lo que eso significaba: la muerte de Maria; tuvo miedo de que sus pensamientos pasatan a Ja cabeza de ella y empezé a besarla en los ofdos. Cuendo Horacio estuvo solo, de nuevo, en la oscuridad de su dormi: totio, puso atencién en el ruido de las maquinas y pénsd en los presa- gios. El era como un hilo enredado que interceptara los avisos de otros destinos y recibiera presagios equiyocados; pero esta vez todas las sefiales se habfan dirigido a él: los ruidos de las maquinas y los sonidos del piano _ habfan escondido a otros ruidos gue hufan como ratones; después Hor- tensia, cayendo en sus brazos, cuando él abrié la puerta, y como si di- jeta: “Abrézame porque Marfa moriré”. Y eta su propia mujer la que habfa preparado el aviso; y tan inocente como si mostrara una enferme- dad que todavia ella misma no habla descubierto. Mas tarde, la mufieca muerta en la primera vitrina, Y antes de Megat a la segunda, y sin que Jos escendgrafos lo hubleran prevista, el cuido de ta tarima coma un trueno lejano, presagiando el mat y la mujer del faro. Por ultimo ella se habfa desprendido de los labios de él, habla cafdo, y lo mismo que Marfa, no Iegarfa q tener ningtii hijo. Después Walter, como un bicho de mal agiiero, sacudiendo Jas colas del frac y picoteando el borde de su caja negra. It Marfa no estaba enferma ni habla por qué pensar que se iba a morir. Pero hacfa mucho tiempo que 41 tenfa miedo de quedarse sin ella y « cada 222 momento se imaginaba cémo serfa su desgracia cuando la sobreviviera. Fue entonces que se le ocurrié mandar a hacer Ia mufieca igual a Marfa. Al principio la idea parecia haber fracasado. El sentfa por Hortensia ta an- tipatla que pod{a provocar un sucedineo. La piel era de cabritilla; hablan tratado de imitar el color de Marfa y de perfumarla con sus esencias ha- bituales; pero cuando Marfa le pedfa a Horacio que le dicra un beso a Hortensia, él se disponfa a hacerlo pensando que iba a sentir gusto a cuero 0 que iba a besar un zapato. Pero al poco tiempo empezé a petcibir algo inesperado en Jas relaciones de Marfa con Hortensia. Una mafiana él se dio cuenta de que Marfa cantaba mientras vestfa a Hortensia; y patecta una nifa entretenida con una mufieca, Otra vez, él Ilegs a su casa al anochecer y encontré a Marfa y a Hortensia sentadas a una mesa con un libro por delante; tuvo la impresién de que Marfa ensefisba a lecr a una hermana. Entonces él habfa dicho: —jDebe ser un consuelo el poder confiar un secreto a una mujer tan silenciosa! —eQué quieres decir? le pregunté Marfa—. ¥ en seguida se levanté de la mesa y se fue enojada para otro lado; pero Hortensia se habla que- dado sola, con los ojos en el libro y como si hubiera sido una amiga que guardara una discrecién delicada. Esa misma noche, después de la cena y para que Horacio no se acercara a.ella, Marfa se habfa sentado en el sofé donde acostumbraban a estar los dos y habfa puesto a Hortensia al lado de ella. Entonces Horacio miré [a cara de fa mufieca y fe volvid a parecer antipética; ella tenfa una expresién de altiver frfa y parecta ven- gatse de todo lo que él habfa pensado de su piel. Después Horacio habfa ido al sal6n. Al principio se pased por delante de sus vitrinas; al rato abrié Ja gran tapa del piano, sacé la banqueta, puso una silla —para poder tecostarse— y empezé a hacer andar los'dedos sobre el piano fresco de teclas blancas y negras. Le costaba combinar los sonidos y parecfa un borracho que no pudiera coordinar Ias sflabas. Pero mientras tanto recor- daba muchas de las cosas que sabfa de las mufiecas. Las habla ido cono- ciendo, casi sin querer; hasta hacla poco tiempo, Horacio conseryaba la tienda que lo habla ido enriqueciéndo. Todos los dias, después que los empleados se iban, a él le gustaba pasearse solo entre la penumbra de las salas y mirat las mufiecas de las vidrieras iluminadas. Vefa los vestidos una vez més, y deslizaba, sin querer, alguna mirada por las caras. El observabe sus vidrieras desde uno de los Jados, como un emptesario que mitata sus actores mientras ellos representaran una comedia. Después em- pez6 a encontrar, en las caras de las mufiecas, expresiones patecidas las de sus empleadas; algunas le inspiraben ta misma desconfianza; y ottas, la seguridad de que estaban contra él; habla una, de natiz repingada, que parecta decir: “Y a mf qué me importa”. Otra, a quien él miraba con admiracién, tenfa cara enigmética: as{ como fe venfa bien un vestido de verano o uno de invierna, también se le podia atribuir cualquier pensa- 223 miento; y ella, tan pronto parecfa aceptarlo como rechazarlo, De cualquier manera, las mufiecas tenfan sus sectetos; si bien el vidrierista sabfa aco- modarlas y sacar partido de las condiciones de cada una, ellas, a viltimo momento, siempre agregaban algo por su cuenta, Fue entonces cuando Hotacio empezd a pensar que las muficcas estaban Ienas de presagios. Ellas recibfan dfa y noche, cantidades inmensas de mitadas codiciosas; y esas miradas hacfan nidos ¢ incubaban en el aire; a veces se posaban en Jas caras de las mufiecas como Jas nubes que se detienen en los paisajes, y al cambiarles Ja luz confundfan las expresiones; otras veces los presagios volaban hacia las caras de mujeres inocentes y las contagiaban de aquella primera codicia; entonces las mufiecas parecfan seres hipnotizados cum- plicudo misiones desconocidas o presténdose a designios malvados. La noche del enojo con Marfa, Horacio Ulegd a la conclusiéa de que Hor- tensia era una de esas mufiecas sobre la que se podia pensar cualquier cosa; efla también podfa transmitir presagios o recibir avisos de otras iufiecas, Era desde que Hortensia vivfa en su casa que Marfa estaba més celosa; cuando él habfa tenido deferencias para alguna empleada, era en la cara de Hortensia que encontraba el conocimiento de los hechos y el reproche; y fue en esa misma época que Marfa lo fastidié hasta conseguir que él abandonara Ja tienda, Pero las cosas no quedaron ahf: Marfa suftfa, después de las reuniones en que él la acompafiaba, tales ataques de celos, que Id obligaron a abandonar, también, la costumbre de hacer visitas con ella, En Ja maiiana que siguié al enojo, Horacio se reconcilié con las dos. Los malos pensamientos le Iegaban con Ja noche y se Je iban en la ma- fiana. Como de costumbre, los tres se pasearon por el jardin, Horacio y Marfa Hevaban a Hortensia abrazada; y ella, con un vestido largo, —para que no se supiera que era una mujer sin pasos— parecfa una enferma querida. (Sin embargo, la gente de los alrededores habla hecho una le- yenda en Ja cual acusaban al mattimonio de haber dejado morir a una hermana de Marfa para quedarse con su dinero; entonces habfan decidido expiar su falta haciendo vivir con ellos a una mufieca que, siendo igual a la difunta, les recordara a cada instante el delito). Después de una temporada de felicidad, en la que Marfa preparaba sor- presas con Hortensia y Horacio se apresuraba a apuntarlas en el cuader- no, aparecié la noche de la segunda exposicién y el presagio de la muerte de Marfa. Horacio atiné a comprarle a su mujer muchos vestidos de tela fuerte —esos recuerdos de Marfa debtan durar mucho tiempo— y le pedfa que se los probara a Hottensia. Marfa estaba muy contenta y Horscio fingfa estarlo, cuando se Je ocurrié dar una cena —la idea partié, disimu- ladamente, de Horacio— a sus amigos, mds fntimos. Esa noche habfa tormenta, pero los convidados se sentaron a la mesa muy alegres; Hora- cio pensaba que esa cena le dajarfa muchos recuerdos y trataba de provocar situaciones raras, Primero hacia gitar en sus manos el cuchillo y el te- 224 nedor —imitaba a un cowboy, con sus revdlveres— y amenazé a una muchacha que tenfa a su lado; ella, siguiendo la broma levanté los brazos; Horacio vio las axilas depiladas y le hizo cosquillas con-cl cuchillo, Ma- rfa no pudo resistir y le dijo: —jEstds porténdote como un chiquilfa mal educado, Horacio! El pidid disculpas a todos y pronto se renové Ia alegria, Pero en el primer postre y mientras Horacio servfa el vino de Francia, Marla miré hacia el lugar donde se extendfa una mancha negra —Horacio vertia el vino fuera de la copa— y Ievéndose una mano al cuello quiso levantarse de la mesa y se desvanecié. La Ievaron a su dormitorio y cuando se me- joré dijo que desde hacia algunos dfas no se sentfa bien. Horacio mandé buscar el médico inmediatamente. Este le dijo que su esposa debfa cuidar sus netvios, pero que no tenfa nada grave. Marfa se levanté y despidié a sus convidados como si nada hubiera pasado. Pero cuando estuvieron so- los, dijo a su marido: —Yo no podré resistir esta vida; en mis propins narices has hecho Jo que has querido con esa muchacha... —Pero Marfa... —Y no sélo derramaste el vino por mirarla. jQué le habrés hecho en el patio para que ella te dijera: “jQué Horacio, éste!”. —Peto querida, ella me dijo: zQué hora es? : Esa misma noche se reconciliaron y ella durmié con la méjilla junto ala de 4, Después él sepaté su cabeza para pencar en Ja enfermedad de ella, Pero a la mafiana siguiente le tocé el brazo y lo encontré frfo, Se quedé quicto, con los ojos clavados en el techo y pasaron instantes cruc- les antes que pudiera gritar; ‘jAlex!”, En ese momento se abrid Ja puerta, aparecié Marfa y él se dio cuenta de que habfa tocado a Hortensia y que habfa sido Marfa quien, mientras dormfa la habfa puesto a su lado. Después de mucho pensar resolvié lamar a Facundo —el fabricante de sufiecas amigo de él— y buscar la manera de que, al accrcarse a Hor- tensia, se creyera encontrar en ella, calor humano. Facundo le contesté: —Mira, hermano, eso es un poco diffcil; el calor duraria el tiempo que dura el agua caliente en un porrén. —Bueno, no importa; haz como quieras pero no me digas el proce- dimiento. Ademés me gustaria que ella no fuera tan dura, que al tomarla se tuviera una sensacién mds agradable., . —También es dificil. Imaginate que si Je hundes un dedo le dejas el pozo. —St, pero de cualquier manera, podfa ser més flexible; y te diré que no me asusta mucho el defecto de que me hablas. La tarde en que Facundo se Ievé a Hortensia, Horacio y Marfa es- tuvicton tristes. —jVaya a saber qué le harén!, —decfa Marfa. 225 —Bueno querida, no hay que perder el sentido de la realidad. Hor- ‘tensia era, simplemente, una mufieca. » — Era! Quiere decir que ya Ja das por muerta. jY, adem4s eres ti el que habla del sentido de la reslidad! —Quise consolarte. .. - —1Y crees que ese desprecio con que hablas de ella me consuela! Ella era més mfa que tuya. Yo Ia vestla y le decia cosas que no le puedo ‘decir a nadie. ¢Oyes? Y ella nos unfa més de Jo que ti puedes suponer. , (Horacio tomé Ja direccién del escritorio). Bastantes gustos que te hice prepardndote sorpresas con ella. {Qué necesidad tenfas de “més calor ) bhumano”! : Marfe habfa subido la yoz. Y en seguida se oyd el portazo con que Horacio se encerré en su escritorio. Lo de calor humano, dicho por Ma- ,tf2, no sélo lo dejaba en ridfculo sino que le quitaba Ja ilusién en lo que esperaba de Hortensia cuando volviera, Casi en seguida se le ocurrié salir ‘a Ia calle, Cuando yolvié a su casa, Marfa no estaba; y cuando ella volvié los dos disimularon, por un rato, un placer de encontrarse bastante ines- perado. Esa noche él no vio sus mufiecas. Al dia siguiente, por la mafiana, estuvo ocupado; después del almuetzo pased con Marfa por el jardin; los dos tenfan Ja idea de que Ja falta de Hortensia era algo provisorio y que no debfan exagerar las cosas; Horacio pensé que era més sencillo y na- ,tural, mientras caminaban, que él abrazara sélo a Marfa. Los dos se sin- tieron livienos, alegres, y volvieron a salir. Pero ese mismo dfa, antes de cenar, éf fue a buscar a su mujer al dormitorio y le extrafié ef encon- tratse, simplemente, con ella. Por un instante él se habla olvidado que Hortensia no estaba; y esta vez, la falta de ella le produjo un malestar ) raro. Marfa podfa ser, como antes, una mujer sin mufieca; pero ahora él no podia admitir la idea de Maria sin Hortensia; aquella resignacién de toda la casa y de Marfa ante el vacfo de Ja mufieca, tenfa algo de locura, , Ademds, Marfa iba de un lado para otro del dormitotio y parecla que en esos momentos ne penssha en Hortensia; y en Ja cara de Marla se vela la inocencia de un loco que se ha olvidado de vestitse y anda desnudo. Después fueron al comedor y él empezd a tomar el vino de Francia. Miré vatias veces a Marfa en silencio y por fin creyé encontrar en ella la idea ) de Hortensia. Entonces él pensé en fo que era [a una para [a otra. Siempre que él pensaba en Marfa, Ja recordaba junto a Hortensia y preocupéndose | de su arreglo, de cémo Ia iba a sentar y de que no se cayera; y con res- , pecto a él, de Jas sorpresas que le preparaba. Si Marfa no tocaba el piano — prande, y apareci6, en lo alta de Ie copa, Hortensia. Era una sorpresa de Marfa pare Horacio, Los concurrentes hactan exclamaciones y vivas. Hortensia tenfa un abanico blanco abierto sobre el pecho y detrds del abanico, una luz que te daba reflejos de candilejas. Horacio le dio un beso 1 Marfa y le agradecié la sorpresa; después mientras los dems se divertian, Horacio se dio cuenta de que Hortensia miraba hacia el camino por donde él, venfa siempre, Cuando pasaron por el cezco bajo, Marfa oy6 gue alguien en- tre los vecinos, grité a otros que venfan lejos: “Aptirense, que aparecié la di- 231 funta en un drbol”, Trataron de volver pronto al interior de la casa y se brindS por Ja sorpresa de Hortensia, Marfa ordené « las mellizas —dos criadas hermanas— que la bajatan del drbol y le pusieran el agua caliente. Ya fiabrfa transcurrido una hora después de fa vuelta del jardin, cuando Marfa empezé a buscar a Horacio; Jo encontré de nuevo con los mucha- chos en ef salén de las vittinas. Ella estaba pdlida y todos se dieron cuen- ta de que ocurcfa algo grave, Marfa pidié permiso a los muchachos y se llevé a Horacio al dormitorio, AIl{ estaba Hortensia con un cuchillo cla- vado dehajo de un seno y de Ia herida brotaba agua; tenfa el vestido mojedo y el agua ya habla Iegado al piso. Filla, como de costumbre, estaba sentada en su silla con los grandes ojos abiertos; pero Marfa le tocd un brazo y noté que se estaha enfriando, — Pe at nn des de i r,t be de a ii = : “e ai nee oa be ido io le dep is : = J Caan chigu ee G ino oes oy tes : ae i saree oracle lo Pina lo igulin aie 0 ce ae a 6 due ter i ia ses race pia a pos a = } as sta qu ice jue pene tm 3 : = Es Fi cee € quis pid le vi ablén esta 2 a ‘ “Pas ave brea aad ig Z ee di Poth 05 ecort uy oe oe | zs perm do oem emt Sees: = permit oor sco he piern: “ : | : : ; | Z eS ito fos = : : a : é a, In bi nano? jue a de escri sen emit ait de 28 ano rt en : : : : tation ae Sale as . = “ arate enciens ec’ ib Pe pas —— asi. ca te . ; | : : ns ee . a en To- dorm gual Ha ine a _ : = , fo a ¥ misé vy espe a per sna ts - : = eae fatal , mba . ae 6 ie ente on = ae a fee | a : 2 : = aa aria 2 i te le pat fa bie » 8 ‘fe jo: 238 “Reaccionaré contra mis manfas y miraré los espejos de frente”. Ademés le gustaba mucho encontrarse con sorpresas de personas y objetos en con- fusiones provocadas por espejos. Después miré una vez més a Hortensia, decidié que la dejarfa allf hasta que Marfa volviera y se acosté. Al estirar los pies entre las cobijas, tocé un cuerpo extrafio, dio un salto y bajé de Ja cama; quedé unos instantes de pie y por dltimo sacé las cobijas; era una carta de Maria: “Horacio: ah{ te dejo a tu amante; yo también la he apufisleado; pero puedo confesarlo porque no es un pretexto hipdécrita para mandarla al taller a que le hagan herejlas. Me has asqueado la vida y te ruege que no trates de buscarme. Marfa”. Se volvid a acostar pero no podia dormir y se levanté. Evitaba mirar los objetos de su mujer en el tocador como evitaba mirarla a ella cuando estaban enojados. Fue a un cine; allf saludé, sin querer, a un enemigo y tuvo varias veces el recuerdo de Marfa. Volvié a la casa negra cuando todavia entraba un poco de sol a su dormitorio. Al pasar frente a un espejo y a pesar de estar cortida Ja cortina, vio a través de ella su cara: algunos rayos de sol daban sobre el espejo y habfan hecho brillar sus facciones como las de un es- pectro. Tuvo un escalofrfo, cerré las ventanas y se acosté. Si Ia suerte que tuvo cuando era joven le volvia, ahora a él le quedatfa poco tiempo para aprovecharla; no vendria sola y él tendria que luchar con aconteci- mientos tan extrafios como los que se producfan a causa de Hortensia. Ella descansaba ahora, a pocos pasos de él; menos mal que su cuerpo no se descompondrfa; entonces pensé en ef espiritu que habia vivido en él como en un habitante que no hubiera tenido mucho que ver con su habitacién. gNo podria haber ocurrido que el habitante del cuerpo de Hortensia hubiera provocado Ia futia de Matia, para que ella deshiciera el cuerpo de Hortensia y evitara asf Ja proximidad de él, de Horacio? No podia dormir; le parecia que los objetos del dormitorio cran pequefios fantasmas que se entendfan con el ruido de las méquinas. Se levanté, fue a la mesa y empez6 a tomar vino. A esa hora extrafiaba mucho a Maria, Al fin de Ia cena se dio cuenta de que no le darfa un beso y fue para la salita. All{ tomando el café pensé que mientras Marfa no volviera, él no debfa ir al dormitorio ni a Ja mesa de su casa. Después salié a caminar y recordé que en un barrio préximo hebfa un hotel de estudiantes. Llegé hasta alli. Habfa una palmera a Ja enttada y detrfs de ella dminas de es- pejos que subfan las escaleras al compds de los escalones; entonces siguid caminando. El hecho de habérsele presentado tantos espejos en un solo dfa era un sintoma sospechoso. Después records que esa misma mafiana, antes de encontratse con los de su casa, é Je habfa dicho a Facundo que le gustarfa ver un brazo sobre un espejo. Pero también records Ja mu- fieca rubia y decidié, una vez més, luchar contra sus manfas. Volvié sus pasos hecia el hotel, cruzé Ia palmera y traté de subir la escalera sin mirarse en Jos espejos. Hacfa mucho tiempo que no habla visto tantos - juntos; Jas imfgenes se confundian, 1 no sabiz dénde dirigirse 7 haste 239 pensé que podicra haber alguien escondido entre los reflcjos, Ex el pri- mer piso aparecié la duefia; le mostraron las habitaciones disponibles —to- das tenfan grandes espejas—, 4 eligié la mejor y dijo que volverty dentro de una hora. Fue a la casa negra, arreglé una pequefia yalija y sl volver recordd que antes, aquel hotel habla sido una casa de citas. Entonces no sé extraié de que hubiera tantos espejos. En la pieza que él eligié habla tres; ef mds grande quedaba a un lado de fa cama; y como fa hebitacién que aparecta en 41 era 1a mis linda, Horacio miraba la del espejo, Estarla cansada de representar, durantd afios, aquel ambiente chinesco, Ya no era ayresivo el rojo del empapelado y segiin el espejo parecfa el fondo de un lago, color ladrillo, dande hubiera sumergidos puentes con cerezos. Horacio se acosté y apagd Ja lug; pero siguié mirando la habitacién con el resplandor que venfa de Is calle. Le parecfa estar escondido ep la inti- mided de una familia pobre, All todas las cosas hablan envejecido juntas y eran amigas; pero lag ventanas todavia eran jdvenes y miraban hacia afuera; eran mellizas, coma las de Marfa, se yestlan igual, cenfan pegade al vidrio cortinas de puntillas y recogidos a los lados, castinados de tercio- pelo. Horacio tuvo un poco ta impresién de estar viviendo en ef cuerpo de un desconocido a quien robara bienestar, En medio de un gran silencio sintid zumbar sus ofdos y se dio cuents de que Je faltaba el ruido de las méqui- nas; tal vez le hiciera bien salir de la casa negra y no ofrlas mas, Si ahora Marfa estuviera recostada a su Jado, éf serfa completamente feliz. Apenas volviera a su casa él le propondria pasar una noche en este hotel. Pero en seguida recordéd la mufieca mubia que habla visto en la mafiana y después se durmis. En el suefio habla un lugar oscuro donde andaba volando un brazo blanco. Un ruido de pasos en una habitacién préxima Jo desperté. Se bajd de la cama y empez6 a caminar degcalzg sobre ls alfoinbra; pero vio que lo segufe una mancha blanca y comprendié que su cara se reflejaba en el espejo que estaba encima de Ja chimenea, Entonces se le ocurtié que podrfan inyenter espejos en los cuales se vieran los objetos peto no las personas. [nmedistamente se dia cuenta de que eso era absurdo; ademdés si él se pusiera frente a un espejo y el espejo no lo reflejara, su cuerpo no serfa de este mundo. Se volvig a acostar. Alguien encendié Ia luz en une habitacién de enfrente y esa misma luz cayé en ol espejo que Horacio tenfa s un lado, Después él pensé en su nifiez, tuvo recuerdos de otros espejos y se durmié, vi Hacla poco tiempo que Horacio dormfa en el hotel y Jas cosas oc rrfaa como en le primera noche: en Is casa de enfrenge se encendfan ven- tanss que cafan en Jos espejos; o €l se despertaba y encontraba Jas venta- 240 nas dormidas. Una noche oyé gritos y vio llamas en su espejo. Al prin. cipio las miré como en la pantalla de cine; pero en seguida pensé que st habia Hamas en el espejo también tenfa que haberlas en la realidad, En. tonces, con velocidad de resorte, dio media vuelta en la cama y se en cantré con Hamas que bailaban en el hueco de una ventana de enfrente, como diablillos en un teatro de tfteres. Se tird al suelo, se puso Ia salida de bafio y se asomé a una de sus propias ventanas. En el vidrio se refle- jaban las Tamas y esta ventana parecla asustada de ver fo que ocurrla a la de enfrente. Abajo —Ja pieza de Horacio quedaba en un primer piso— habfa mucha gente y en ese momento venfan los bomberos, Fue entonces que Horacio vio a Marfa asomada a otra de las ventanas del hotel. Ella ya lo estaba mirando y no terminaba de reconocerlo, Horacio le hizo sefis con Is mano, cert la ventana, foe por el pasille hasta le puerta que crey6 la de Marfa y lamé con los nudillos. En seguida apare- cid ells y Je dijo: —No conseguirés nada con seguitme. Y le dio con Ja puerta en Ja cara, Horacio se quedé quieto y a los pocos instantes la oyd llorar detrés de la puerta. Entonces contesté: © —No vine a buscarte; pero ya que nos encontramos debfamos ir a casa. —Andate, dndate ni solo, —habfa dicho ella. A pesar de todo, a él le parecié que tenfa ganas de volver. Al otro dfa, Horacio fue a la casa negra y se sintié feliz. Gozaba de fe suntuosi- dad de aquellos interiores y caminaba entre sus riquezas como un 50- némbulo; todos los objetos vivian alll recuerdos tranquilos y les altes habitaciones le daban la impresién de que tendrfan slejada una muerte que legarfa del cielo. Peto en Ja noche, después de cenar fue sl salén y le parecié que el piano era un gran ataid y que el silencio velaba a un mnisico que habia muerto hacfa poco tiempo. Levanté la tapa del piano y aterrorizado la dejé caer con gran estruendo; quedé un instante con los brazos levantados, como ante alguien que lo smenazara con un revélver, pero después fue al patio y empezd a gritar: —Quién puso a Hortensie. dentro del piano? Mientras repetfa la pregunta seguia con la visién del- pelo de ella. @ntedado en Jes cuerdas del instramenta y le cata achateda por el peso de la tapa, Vino una de las mellizes pero no podia hablar. Después Hegd Alex: —La sefiora estuvo esta tarde; vino a buscar topa. —Esa mujer me va ‘a matar a sorpresas, —grité Horacio sin poder dominarse. Pero siibitamente se calmé: —Llévate a Hortensia a tu alcoba y mafiana temprano dile a Facundo que Je venga a buscar. Espera —le grité casi en seguida—. Acércate. —¥ 241 mirando el lugar por donde se habfan ido las mellizas, bajé la voz para encargatle de nuevo: —Dile a Facundo que cuando venga a buscar a Hortensia ya puede traer Ja otra, - Esa noche fue a dormir a otro hotel; le tocé una habitacién con un solo espejo; el papel era amarillo con flores rojas y hojas verdes enredadas ea varillas que simulaban una glorieta, La colcha también era amarilla y Horacio se sentfa irritado: tenfa la impresién de que se acostar{a a la intemperie, Al otro dfa de mafiana fue a su casa, hizo traer grandes es- pejos y los colocé en el salén de manera que multiplicaran las escenas de sus mufiecas. Ese dfa no vinieron a buscar 4 Hortensia ni trajeron la otra. Esa noche Alex le fue a Slevar vino al salén y dejé caer la botella.. . —wNo es pata tanto, —dijo Horacio. Tenfa la cara tapada con un antifaz y las manos con guantes amarillos. —Pensé que sc tratarfa de un bandido, —dijo Alex mientras Horacio se refa y el aire de su boca inflaba Ja seda negra del antifaz. —Estos trapos en la cara me dan mucho calor y no me dejardn tomar vino; antes de quitérmelos ti debes descolgar los espejos, ponerlos en el suelo y recostarlos a una silla. Asf, —dijo Horacio, descolgando uno y poniéndolo como él queria. —Podrfan recostatse con el vidrio contra la pared; de esa manera estarin mds seguros, —objeté Alex, lo, porque aun estando en el suelo, quiero que reflejen algo. —Entonces podrfan recostarse a la pared mirando para afuera. —No, porque la inclinacién necesatia para recostarlos en Ja pared, iat gue reflejen lo que hay arriba y yo no tengo interés en mirarme cara. Después que Alex los acomodé como deseaba su sefior, Horacio se sacé el antifaz y empezé a tomar vino; paseaba por un caminero que habfa en el centro del saldn; hacia allf miraban los espejos y tenfan por delante Ia silla a la cual estaban recostados. Esa pequefia inclinacién hacia el piso le daba la idea de que los espejos fueran sirvientes que saludaran con el cuerpo inclinado, conservando los pérpados levantados y sin dejar de observatlo. Ademés por entre les patas de las sillas, reflejaban el piso y daban la sensacién de que estuviera totcido. Después de haber tomado vino, €so Je hizo mala impresién y decidié irse a Ja cama. Af otro dia —esa noche durmié en su casa— vino el chofer a pedirle dinero de parte de Marfa. El se lo dio sin preguntarle dénde estaba ella; pero pensd que Marfa no volverfa pronto; entonces, cuando le trajeron la rubia, él Ja hizo Ievar directamente a su dormitorio. A la noche ordendé a las mellizas que le pusicran un traje de fiesta y Ia ilevaran a la mesa. Comié con ella en frente; y al final de la cena y en presencia de una de las mellizas, pregunté a Alex: — Qué opinas de ésta? 242 —Muy hermosa sefior, se parece mucho a usa espfa que conoc{ en la guerra, —Eso me encanta, Alex, Al dfa siguiente, sefialando a Ja rubia, Horacio dijo a Jas mellizas: —De hoy en adelante deben Iamarla sefiora Enlalis, A la noche Horacio pregunté a Jas mellizas: (Ahora ellas no se es- condfan de él), —zQuiéa esté en el comedor? —La sefiora Eulalia, —dijeron las mellizas al mismo tiempo. Pero no estando Horacio, y por burlarse de Alex, decfan: “Ya es hora de ponerle el agua caliente a la espfa”. vit Marfa esperaba, en el hotel de los estudiantes, que Horacio fuera de nuevo. Apenss salfa algunos momentos pata que le acomodaran la habita- cién. Tha por fas calles de fos afrededores Itevando [a cabeza levantada; pero no miraba a nadie ni a ninguna cosa; y al caminar pensaba: “Soy una mujer que ha sido abandonada a causa de una mufieca; pero si ahora él me viera, vendrfa hacia m{, Al volver a su habitacién tomaba un libro de poesfas, forrado de hule azul y empezaba a leer distrafdamente, en voz alta y a esperar a Horacio; pero al ver que él no venfa trataba de penetrar las poesfas; era coma si alguien sin querer, hubiera dejado una Puerta abierta y en ese instante ella hubiera aprovechado para ver un in- terior. Al mismo tiempo le parecié que el empapelado de Ja habitacién, el biombo y el lavatorio con sus canillas niqueladas, también hubieran comprendida la poesta; y que tenfan algo noble, en su materia, que los obligaba a hacer un esfuerzo y a prestar una stencién sublime. Muchas veces en medio de Ja noche, Marfa encendfa Ia lémpara y escogfa una poesfa como si le fuera posible elegir un suefio. Al dfa siguiente volvia a caminar por las calles de aquel batrio y se imaginaba que sus pasos eran de poesfa. Y una mafiana pensé:| “Me gustarfa que Horacio supiera que camino sola, entre Arboles, con uh libro en la mano”. Entonces mandé buscar a su. chofer, arreglé de nuevo sus valijas y fue a la casa de una prima de su madte: eta en las afueras y habla atbo> les. Su parienta era una solterona que vivia en una casa antigua; cuan- do su cuerpo inmenso cruzaba Jas habitaciones, siempre en penumbra, y hacfa crujir los pisos, un loro gritaba: “Buenos dias, sopas de leche”. Ma- ra conté a Pradera su desgracia sin detramar ni una Idgtima, Su parienta escuché espantads; después se indignd y por dltimo empezé a Jagrimear. Pero Marfa fue serenamente a despedir al chofer y le encargé que le pi- dieta dinero a Horacio y que si él Je preguntabs por ella, Ie dijera, como cosa de él, que ella se paseaba entre los arboles con un libro en Ja mano; 243 y que si le preguntaba dénde estaba ella, se lo dijera; por iiltimo le en- cargé que viniera al otro dfa a la misma hora, Después ella fue a sentarse bajo un rbot con ef libro de bule; de él se levantaban poemas que se esparctan por el paisaje como si ellos formaran de nuevo las copas de los acboles y movieran, lentamente, las nubes. Durante el almuerzo Pradera estuvo pensativa; pero después pregunté a Marfa: —e¥ qué picnsas hacer con ese indecente? —Esperar que venga y perdonarlo, Te desconozco, sobrina; ese hombre te ha dejado idiota y te ma- neja como a una de sus mufiecas. Marfa bajé los pérpados con silencio de bienaventusada, Pero a le tarde vino le mujer que hacfs Ja limpieza, trajo el diario “La Noche”, del dia anterior y los ojos de Marfa rozaron un titulo que decfa: “Las Hor- tensias de Facundo”. No pudo dejar de leer el suelto; “En el tiltimo piso de la tienda La Primavera, se hard una gran exposicién y se dice que al- guna de Jas mufiecas que vestirdn los ultimos modelos serén Hortensias. Esta noticia coincide con el ingreso de Facundo, el fabricante de las fa- sosas mufiecas, a fa firma comercial de dicha tienda. Vemos alarmados cémo esta nueva falsificacién del pecado original —de la que ya hemos hablado en otras ediciones— se abre paso en nuestro mundo, He aqui uno de los principales clubes: 2Es usted feo? No se preocupe. ¢Es usted timido? No se preocupe, En una Hortensia tendr{ usted un amor silen- cioso, sin rifas, sin respuestas agobiantes, sin comadronss””. Marfa despertaba a sacudones: Y no supo qué agregar, Habla levantado los ojos y cargéndolos de tabia, apuntaba a un lugar fijo. —;Praderal, —grité furiosa—, jmita! Su tfa metié las manos en la canasta de la costura y haciendo guifia- das para poder ver, buscaba los lentes. Maria le dijo: —Escucha. —¥ ley el suelto, —No sélo pediré el divorcio, —dijo después, —~sino que armaré un éscdndalo como no se ha visto en este pafs, —Por fin, hija, bajas de las nubes, —grité Pradera levantando Jas miacios coloradas por ol sgua de freger Jes olles, Mientras Marla se pasestsa agitada, tropezando con macetas y plantas inocentes, Pradera aprovechd a esconder el libro de bule. Al otro dia, el chofer pensaba en cémo esquivaria las preguntas de Marfa sobre Horacio; pero ella sélo le pidié el dinero y en seguida lo mandé a la casa negra pata que trejera a Marfa, una de las mellizas. Marfa —la melliza— legs en la tarde y conté lo de Ia espfa, » quien debfan Wamar “la sefiora Eululia”, En el primer instante Marfa —la mujer de Horacio— quedd aterrada y con palabras tenues le pregunté; —aSe parece o mf? No, sefiora, la espfa es bin y tiene otros vestidos. 244 Marla —la mujer de Horacio— se pard de un salto, pero en seguide se tité de nuevo en el sillén y empezé a llorar a gritos. Después vino la tfa, La melliza conté todo de nuevo. Pradera empezé a sacudir sus senos in. mensos en gemidos lastimosos; y el loro, ante aquel escéndalo gritaba: “Buenos dias, sopas de leche”. ~ VIL Walter habfa regresado de unas vacaciones y Horacio reanudé les se siones de sus vitrinas. La primera noche habfa levado a Eulalia al salén. La sentaba junto a él, en la tarima, y Ja abrazaba mientras mireba las otras mufiecas. Los muchachos habfan compuesto escenas con més perso- najes que de costumbre. En Ja segunda vitrina habfa cinco: pertenecfan a la comisién directiva de una sociedad que protegfa a jévenes abando. nadas, En ese instante habfa sido elegida presidente una de ellas; y otta, la rival derrotada, tenfa la cabeza baja; era la que le gustaba més a Hora- cio. El, dejé por un instante a Eulalia y fue a. besar ta frente fresca de la derroteda. Cuando yalvié junto a su compaiiera quiso ofr, por entre los huecos de Ja muisica, el ruido de las m4quinas y recordé lo que Aléx Ie habia dicho del parecido de Eulalia, con una espfa de la guerra, De cualquier manera aquella noche sus ojos se entregaron, con glotoneria, a ta diversidad de sus mufiecas. Pero al dfa siguiente amanecié con un gran cansancio y a la noche tuvo miedo de Ja muerte. Se sentia angustiado de no saber cudndo morirfa ni el lugar de su cuerpo que primero serfa ate- cado. Cada vez le costaba mas estar solo; las mufiecas no le hacfan com- pafifa y parecfan decirle: “‘Nosotras somos mufiecas: ti atréglate como puedas”, A veces silbaba, pero ofa su propio silbido como si se fuera agertando de une cueeda muy fine que se tompl: quenas ac quesueneee® trafdo. Otras veces conversaba en voz alta y comentaba estiipidamente Jo que iba haciendo: “Ahora iré al-eseritorio a buscar el tintero”. O pen- saba en lo que hacia como si jobservara a otra persona: “Est4 abriendo el cajén, Ahora este imbécil Je saca la tapa al tintero. Vamos a ver cuénto tiempo dura la vida”. Al fin se asusteba y salfa a la calle. Al dia siguiente recibié un cajén; se lo mandaba Facundo; Jo hizo abrir y se encontrd con que estaba lena de brazas y piernas sueltas; entonces te- cordé que una mafiana él le habla pedido que le mandara los restos de mufiecas que no necesitara, Tuvo miedo de encontrar alguna cabeza suelta —eso no le hubiera gustado—. Después hizo llevar el cajén al lugar donde las mufiecas esperaban el momento de ser utilizadas; hablé por teléfono a los muchachos y les explicé Ja manera de hacer participer las piernas y los brazos en las escenas. Pero la primera prueba resulté desastrosa y él se enojé mucho. Apenas habfe cortido la cortina vio una 245 mufieca de Juto sentada al pie de una escalinata que parecfa el atrio de una iglesia; miraba hacia el frente; debajo de Ja pollera Je salfa una cantidad impresionante de piernas: eran como diez o doce; y sobre cada escalén habfa un brazo suelto con la mano hacia arriba. “Que brutos —decla Ho- racio—, no se trata de utilizar todas las piernas y los brazos que haya’. Sin pensar en ninguna interpretacién abrié el cajoncito de les leyendas para leer el argumento: “Esta es una viuda pobre que camina todo el dfa para conseguir qué comer y ha puesto manos que piden limosna como trampas pata cazar monedas”. “Qué mamarracho —sipuié diciendo Ho- ralo—, esto es un jeroglifico estipido”, Se fue a acostar, rabioso; y ya unto de dormirse vefa andar la viuda con todas las piernas como si fuera une atafia. Después de este desgraciado ensayo, Horacio sintié una gran desilu- si6n de los muchachos, de las mufiecas y hasta de Eulalia. Pero a los pocos dias, Facundo lo Hevaba en un auto por una carretera y de pronto le dijo: —éVes aquella casita de dos pisos, al borde del si9? Bueno, allf vive el “timido” con su mufieca hermana de la tuya; como quien dice, tu cu- fiada... (Facundo le dio una palmada en una pierna y los dos se rieron). Viéne sélo al anochecer; y tient miedo que la madre se entere. Al dfa siguiente, cuando el sol estaba muy alto, Horacio fue solo, por el camino de tierra que conducfa al rfo, a Ja casita del Timide. Antes de llegar al camino pesaba por debajo de un portén certado y al costado de otra casita, més pequefia, que serfa del guardabosque. Horacio golped las manos y sali6 un hombre, sin sfeitar, con un sombrero roto en la cabeza y masticando algo. —2Qué desea? —Me han dicho que el duefio de aquella casa tiene una mufieca. . . El hombre se habfa recostado a un étbol y lo interrumpié para decirle: —El daefio no esta. Horacio sacé varios billetes de su cartera y el hombre, al ver el di- nero, empezé a masticar mAs lentamente. Horacio acomodaba los billetes en su mano como si fueran harajas y fingfa pensar. El otro tragé el bo- cado y se quedé esperando. Horacio calculé el tiempo en que el otro ha- brfa imaginado Jo que harfa con ese dinero; y al fin dijo: —Yo tendrfa mucha necesidad de ver esa mufieca hoy... —El patrén Mega a Ins siete. —aLa casa esté abierta? —No. Peto yo tengo Ilave. En caso que se descubra algo, —dijo el hombre alargando la mano y recogiende “la baza”, —yo no sé nada. —Tiene que darle dos vueltas... La mufieca esté en el piso de arriba... Seria conveniente que dejara las cosas esatamente como las encontré. 246 Horacio tomé el camino « paso répido y volvié a sentir la agitacién de la adolescencis. La pequefia puerta de entrada era sucia como una vieja indolente y l revolvié con asco Ja Have en In cerradura, Entrd a una pieza desagradable donde habfa cafias de pesca recostadas a una pa- red. Cruzé el piso, muy sucio, y subié una escalera tecién barnizada. El dormitozio cra confortable; pero all{ no se vela ningune museca. La buscé hasta debajo de la cama; y al fin la encontré entre un ropero. Al principio tuvo una sorpresa como las que le preparaba Marfa, La mufieca tenfa un vestido negro, de fiesta, rociado con piedras como gotas de vi- drio. Si hubiera estado en una de sus vitrinas él habtia pensado que era una viuda rodeada de lagrimas. De pronto Horacio oyé una detonacién: parecfa un balazo. Cortié hacia la escalera que daba a la planta baja y vio, tirada en el piso y rodeada de una pequefia nubé de polvo, una cafia de pescar. Entonces resolyié tomar una manta y llevar la Hortensia al borde def rfo. La mufieca era liviana y frla. Mientras buscaba un lugar escondido, bajo los érboles, sintié un perfume que no era del bosque y en seguida descubrié que se desprendfa de la Hortensia, Encontrd un si- tio acolchado, en el pasto, tendié Ia manta abrazanda a la mufieca por Jas piernas y después la recosté con el cuidado que pondrfa en manejar una mujer desmayada, A pesar de la soledad del lugar, Horacio no estaba tranquilo. A pocos metros de ellos aparecié un sapo, quedé inmédvil y Horacio no sabfa qué direccién tomatfan sus préximos saltos, Al poco rato vio, al alcance de su mano, una piedra pequefia y se la arrojé. Ho- racio no pudo poner la atencién que bubiera querido en esta Hortensia; quedé muy desilusionado; y no se atrevla a mitar la cara porque pensaha que encontrarfa en ella, la burla inconmoyible de un objeto. Pero oyd un mutistullo ‘sao menado.con ruids de agua. Se valvié. baci al slo y vio, en un bote, un muchachén de cabeza grande haciendo muecas hortibles; tenfa manos pequefias prendidas de Jos remos y sélo movia la boca, ho- rrorosa como un pedazo suelto de intestino y dejaba escapar ese murmu- Ho que se ofa al principio. Horacio tomé Ja Hortensia y salié corriendo hacia la casa del Timido. Después de Ia aventura con Ja Hortensia ajena y mientras se dirigta a Ja casa negra, Horacio pensé én irse a otro pats y no mirat nunce més a una mufieca. Al entrar a su casa fue hacia su dormitorio con la idea de sacar de alli a Eulalia; pero encontré a Maria tirada en Ia cama boca abajo Ilorando. El se acercd a su mujer y le acaricié el pelo; peto com- prendié que estaban los tres en la misma cama y Ilamé a una de las mellizas ordenéndole que sacara la mufieca de allf y Iamara a Facundo para que viniera a buscarla. Horacio se quedé recostado a Marla y los dos estuvieron silenciogos esperando que entrara del todo la noche. Des- pugs él tomé la mano de ella y buscando trabajosamente las palabras, como si tuviera que expresarse en un idioma que conociera poco, le con- fesé su desilusién por las mufiecas y lo mal que lo habfa pasado sin ella, 247 1x Marfa creyé en la desilusién definitiva de Horacio por sus mufiecas y los dos se cniregaron a las costumbres felices de antes. Los primeros dfas pudicron soportar los recuerdos de Hortensia; pero después haclan silen- cios inesperados y cada uno sabfa en quién pensaba el otro, Una maiiana, paseando por el jardin, Marfa se detuvo frente al dtbol en que habfa puesto a Hortensia para sorprender a Horacio; después recordé la leyenda de los vecinos; y al pensar que realmente ella habfa matado a Hortensia, sé puso a llorar, Cuando vino Horacio y le pregunté qué tenfa, ella no quiso decir y guardé un silencio hostil. Entonces él pensé que Marfa, sola con los brazos cruzados y sin Hortensia, desmerecia mucho. Una tarde, al oscurecer, él estaba sentado en la salita; tenfa mucha angustia de pensar que por culpe de él no tenfan a Hortensia y poco a poco se habla sentido invadido por el remordimiento. Y de pronto se dio cuenta de que en la sala habfa un gato negro. Se puso de pie, irritado, y ya iba a preguntar a Alex cémo lo habfan dejado entrar, cuando aparecié Marfa y le dijo que ella lo habfa trafdo. Estaba contents y mientras abrazaba a su marido le conté cémo lo habfa conseguido. El, al verla tan feliz, no la quiso con- trariar; pero sintié antipatfa por aguel animal que se habfa acercado a él tan sigilosemente en instantes en que a él lo invadfa el remordimiento. Y a los pocos dfas aquel animalito fue también el gato de la discordia. Marfa lo acostumbré a ir a la cama y echatse encima de las cobijas. Ho- racio esperaba que Marfa se durmiera; entonces producla, debajo de las cobijas, un terremoto que obligaba al gato a salir de alli, Una noche Marla se desperté en uno de esos instantes: —¢Fuiste ni que espantaste al gato? —No sé. Mania rezongeba y defendia al gato. Una noche, después de cenar. Horacio fue al salén a tocar el piano. Habfa suspendido, desde hacfa unos dias, las escenas de las vitrinas y contra su costumbre habia dejado las mufiecas en Ia oscuridad —sélo las acompafiaba el ruido de las méqui- nas—. Hozacio encendi§ una portétil de pie coloceda a un Jado del piano y vio encima de la tapa los ojos del gato —su cuerpo se confundfa con el color del piano—. Entonces, sorprendido desagradablemente, lo echd de mala manera. El gato salté y fue hacia la salita; Horacio lo siguié co- rriendo, pero el animalito, encontrando cerrada la puerta que daba al patio, empezé a saltar y desgarré las cortinas de Ia puerta; una de elles cayé al suelo; Marfa la vio desde el comedor y vino corriendo. Dijo pa- labras fuertes; y las dltimas fueron: —Me obligaste deshacer a Hortensia y ahora querris que mate al gato. Horacio tomé el sombrero y salié a caminar. Pensaba que Marfa, si lo habfa perdonado, —en el momento de la reconciliacién le habla dicho: 248 “Te quiero porque eres loco”— ahora no tenfa derecho a decirle todo quello y echarle en cara la muerte de Hortensia; ya tenfa bastante castigo en lo que Maria desmerecta sin la muiieca; el gato, en vez de darle en- canto la hacta vulgar, Al selir, él vio que ella se habla puesto a llorar, entonces pensé: “Bueno, ahora que se quede ella con el gato del remor- dimiento”. Pero al mismo tiempo sentfa e] malestar de saber que los remordimientos de ella no eran nada comparados con los de él; y que si ella no le sabfa dar ilusién, él, por su parte, se ebandonaba a le costum- bre de que ella lavara las culpas. Y todavia, un poco antes que él mu riera, ella serfa la tinica que lo acompafiarfa en la desesperacién desco- nocida —y casi con seguridad cobarde —que tendrfs en los wiltimos dfes, © instantes. Tal vez muriera sin darse cuenta: todavia no habla pensado bien en qué serfa peor, Al llegar a una esquina se detuvo a esperar el momepto en que pa- diera poner atencién en la calle para evitar que lo pisara un veh{culo, Ca- miné mucho rato por calles oscuras; de pronto desperté de sus pensa- mientos en el Parque de las Acacias y fue a sentarse a un banco. Mientras pensaba en su vida, dejé la mitada debajo de unos étboles y después si- guié la sombra, que se arrasttaba hasta Megara Jas aguas de un Iago. Allf se detuvo y vagamente pensé en su alma: era como un silencio oscuro sobre las aguas negas; ese silencio tenfa memoria y recordaba el tuido de las m4quinas como si también fuera silencio: tal vez ese ruido hubiera sido de un vapor que ctuzaba aguas que confundfan con Ia noche, y donde aparecfan recuerdos de mufiecas como restos de un nauftagio. De pronto Horacio volvié a la realidad y vio levantarse de la sombra @ una pareja; mientras ellos venfan caminando en direccién a él, Horacio recordé que habfa besado a Marfa por primera vez, en la copa de una higuera; fue después de comerse los primeros higos y estuvicron a punto de caerse. La pareja pasé cerca de él, cruzé una calle estrecha y entré en una casita; habfa varias iguales y algunas tenian cartel de alquiler, Al vol- ver a su casa se reconcilié con Marfa; pero en un instante en que s¢ quedé solo, en el salén de Jas vitrinas, pensé que podfa slquilar una de las cesitas del parque y Mevar una Hortensia. Al otto dia, a la hora del desayuno, le lamé la atencién que el gato de Marfa tuviera dos mofias verdes en la punta de las orejas. Su mujer le explicé que el boticatio per- foraba las orejas a todos los gatitos, a los pocos dfas de nacidos, con una. de esas mdquinas de agujerear papeles para poner en las carpetas, Esto hizo gracia a Horacio y lo encontré de buen augurio, Salié a Ia calle y Je habl6é por teléfono a Facundo pregunténdole cémo harfa para distinguir, entre las mufiecas de Ja tienda La Primavera, las que eran Hortensias. Facundo le dijo que en ese momento habfa una sola, cerca de la caja, y que tenfa una sola caravana en una oreja. La casualidad que hubiera una sola Hortensia en la tienda, le dio a Horacio la idea de que estaba predesti- nada y se entregé a pensar en Ja recaida de su vicio como en una fatali- 249 dad voluptuosa. Hubicra podido tomar un tranvia; pero se le ocurtié que eso lo sacarfa de sus ideas: prefirié ir caminando y pensar en cémo se distinguirfa equella mufieca entre las demés, Ahota él también se confun- dia entre la gente y también le daba placer esconderse entre la muche- dumbre. Hab{a animacién porque eta vispera de carnaval. La tienda que- daba mis lejos de lo que é! habfa calculado, Empezé a cansatse y a tener deseos de conocer, cuanto antes, la mufieca. Un nifio apunté con una cor- neta y le descargé en la cara un ruido atroz. Horacio, contrariado, empezd a sentir un ptesentimiento angustioso y pensd en dejar la visita para la tarde; pero al llegar a la tienda y ver otras mufiecas, disfrazedas, en las vidrieras, se decidi6 a entrar. La Hortensia tenfa un traje del Renacimien- to color vino. Su pequefio antifaz parecia hacer mds orgullosa su cabeza y Horacio sintié deseos de dominarla; pero apatecié una vendedora que lo conocfa, haciéndole una sonrisa con Ja mitad de la boca y Horacio se fue en seguida. A los pocos dfas ya hbfa instalado Je muficca en una casita de Las Acacias. Una empleaca de Facundo iba a las nueve de la noche, con una limpiadora, dos veces por semana; a las diez de la noche le ponfa el agua caliente y se retitaba. Horacio no habfa querido que le sacatan el antifaz, estaba encantado con ella y la llamaba Herminia, Una nothe en que los dos estaban sentados frente a un cuadro, Horacio vio teflejados en el vidrio los ojos de ella; brillaban en medio del color negro del antifaz y parecfa que tuvieran pensamientos. Desde entonces se sen- taba allf, ponia su mejilla junto a la de ella y cuando crefa ver en el vidrio —el cuadro presentaba una cafda de agua— que los ojos de ella tenfan expresién de gtandeza humillada, la besaba apasionademente. Al- gunas noches cruzaba con ella el parque —parecia que anduviera con un espectro— y los dos se sentaban cn un banco cerca de una fuente; pero de pronto él se daba cuenta que a Herminia se le enfriaba el agua y se apresuraba a llevarla de nuevo a Ia casita. Al poco tiempo se hizo una gran exposicién en la tienda La Prima- vera. Una vidriera inmensa ocupaba todo el tiltimo piso; estaba colocada en el centro del salén y el piiblico desfilaba por los cuatro corredores que habfan dejado entre Ia vitrina y Jas paredes. El éxito de puiblico fue extraordinario, (Ademés de ver los trajes, la gente querfa saber cudles de entre las mufiecas eran Hortensias), La gran vitrina estaba dividida en dos secciones por un espejo que Ilegaba hasta el techo. En la seccién que daba a la entrada, las muiiecas representaban una vieja leyenda del pais, La Mujer del Lago, y habfa sido interpretado por los mismos muchachos que trabsjaban para Horacio. En medio de un bosque donde habfa un Jago, vivfa una mujer joven. Todas las mafianas ella salfa de su carpa y se iba a peinar a Ia orilla del Iago; pero Iievaba un espejo. (Algunos decfan que lo ponfa frente al lago para verse la nuca), Una mafiana, al- gunas damas de la alta sociedad después de una noche de fiesta, decidieton ir a visitar la mujer solitaria; Wegarfan al amanecer, le preguntarlan por 250 qué vivia sola y Je ofrecerfan ayuda. En el instante de Iegar, la mujer del lago se peinsba; vio por entre sus cabellos los trajes de las damas y cuando ellas estuvieron cerca les hizo una humilde cortesfa. Pero apenas una de las damas inicié las preguntas, ella se puso de pie y empezd a caminar siguiendo el borde del Jago. Las damas, a su vez, pensando que la mujer les iba a contestar o a mostrar algdn secreto, la siguieron, Pero la mujer solitaria sélo daba vueltas al lago seguide por las damas, sin decirles ni mostrarles nada, Entonces las damas se fueron enojadas; y en adelante Ia Iamaron “la loca del lego”. Por eso, en aquel pals, si ven a alguien silencioso le dicen: “Se quedé dando Ja vuelta al lago”. ‘Aqui en Ia tienda La Primavera, la mujer del lago aparecta ante una mesa de tocador colocada a Ja orilla del agua. Vestfa un peinador blanco bordado de hojes amarillas y el tocador estaba Ileno de perfumes y otros objetos. Era el instante de Ja leyenda en que Iegaban Jas demas en traje de fiesta de la noche anterior. Por Ja parte de afuera de la vitrina, pasa- ban toda clase de caras; y no sélo miraban las muifiecas de arriba abajo para ver los vestidos; habfa ojos que saltaban, Ilenos de sospecha, de un vestido a un escote y de una muficca a la otra; y hasta desconfisban de mufiecas honestas como la mujer del Iago. Otros ojos, muy prevenidos, miraban como si caminaran cautelosamente por encima de los vestidos y temieran caer en la piel de las mufiecas. Una jovencita, inclinaba la cabeza con humildad de cenicienta y pensaba que el esplendor de algunos ves- tidos tena que ver con el destino de Jas Hortensias. Un hombre arrugaba las cejas y bajaba los pdrpados para despistar a su esposa y esconder la idea de verse, él mismo, en posesién de una Hortensia. En general, las mufiecas tenfan el aire de locas sublimes que slo pensaban en Ia “pose” que mantenfan y no se les importaba si las vestian o las desnudaban. La segunda seccidn se dividfa, a su vez, en otras dos: una parte de playa y otra de bosque. En la primera, las nvufiecas estnban en traje de bafio. Horacio se habfa detenido frente a dos que simulaban una conver- sacién: una de ellas tenfa dibujadas, en el abdomen, circunferencias con- céntricas como un tiro al blanco (las, citcunferencias eran rojas) y la otra tenfa pintado peces en los oméplatos, La cabeza pequefia de Horacio so- bresalfa, también, con fijeza de mufieco. Aquella cabeza siguié andando por entre Ia gente hasta detenerse, de nuevo, frente a las mufiecas del bosque: eran indfgenas y estaban semidesnudas. De Ja cabeza de algunas, en vez de cabello, salfan plantas de hojas pequefias que les cafan como enredaderas; en la piel, oscura, tenfan dibujados flores o rayas, como los canfbales; y a otras les hablan pintado, por todo el cuerpo, ojos Inmanos muy brillantes. Desde el primer instante, Horacio sintié predileccién por una negra de aspecto normal; sdlo tenfa pintados los senos: dos cabecitas de negros con boquitas embetunadas de rojo. Después Horacio siguié dando vueltas por toda Ja exposicién hasta que Ilegé Facundo. Entonces le pregunté: 251 De las tnufiecas del bosque, gcudles son Hortensias? —Mira hermano, en aquella seccién, todas son Hortensias. —Méandame Ja negra a Las Acacias... —Antes de ocho dfas no tengo ninguna, Pero pasaron veinte antes que Horacio pudiera reunirse con la negra en Ja casita de Las Acacias. Ella estaba acostada y tapada hasta el cuello. A Horacio no Je parecié tan interesante; y cuando fue a separar las cobijas, la negra le soltd una carcajada infernal, Marfa empezé a descat- gar su venganza de palabras agrias y a explicarle cémo hable sabido la nueva traicién. La mujer que hacia Ja limpieza era la misma que iba a lo de Pradera, Pero vio que Horacio tenia una tranquilidsd extrafia, como de persona extraviada y se detuvo. —Y¥ ahora qué me dices? —le pregunté a los pocos instantes tratando de esconder su asombro. HI la segufa mirando como a una persona desconocida y tenfa la ac- iitud de alguien que desde hace mucho tiempo sufre un cansancio que lo ha idiotizedo. Después empezd a hacer girar su cuerpo con pequefios movi- mientos de sus pies. Entonces Marfg le dijo: “espérame”. Y salié de la catna para ir al cuarto de bafio a lavarse Ja pintura negra. Estaba asusta- da, habfa empezado a llorar y al mismo tiempo a estornudar. Cuando volvid al dormitotio Horacio ya se habla ido; pero fue a su casa y lo enconted: se babfa encerrado en una pieza para huéspedes y no querfa hablar con nadie. x Después de la tiltima sorpresa, Marfa pidié muchas veces a Horacio que la perdonara; pero é1 guardaba el silencio de un hombre de palo que no representara a ningiin santo ni concediere nada. La mayor parte del tiempo lo pasaba encerrado, casi inmévil, en la pieza de huéspedes. (Sélo sabfan que se movfa porque vaciaba las botellas del vino de Francia). A veces salfa un rato, al oscurecer. Al volver comfa un poco y en seguida se yolvfa a tirar en la cama con los ojes abiertas. Muchas veces Marfa iba a verle tarde de la noche; y siempre encontraba sus ojos fijos, como si fueran de vidrio y su quietud de mnfieco. Una noche se extrafid de ver arrollado cerca de él, al gato. Entonces decidié Mamar al médico y te empezaron a poner inyecciones; Horacio les tomé terror; pero tuvo més interés por la vida. Por tiltimo Marfa, con la ayuda de los muchachos gue habfan trabajado en las vitrinas, consiguié que Horacio concurriera a una nueva sesién, Esa noche cené en el comedor grande, con Maria, pidig la mostaza y bebié bastante vino de Francia. Después tamd el café en le salita y no tard en pasar al salén. En la primera vitrina habfa una escena sin Jeyenda: en una gran piscina, donde cl agua se movia continuamente, 252 apareclan, en medio de plantes y luces de tonos bajos, algunos brazos y piernas sueltas. Horacio vio asomarse, entre unas ramas, la planta de un pie y le parecié una cata; después evanzd toda la pierna; parecfa pn animal buscando algo; al tropezar con el vidrio quedé quieta un instahte y en seguida se fue para el otro lado. Después vino otra pierna seguida de una mano con su brazo; se persegulan y se juntaban lentamente como ficras aburridas entre una jaula- Horacio quedé un rato distrafdo viendo todas las combinaciones que se producfan entre los miembros sueltos, hasta . que Megaron, juntos, fos dedos-de un pie y de una mano; de pronto la pierna empezd a enderezarse y a tomar Ja actitud vulgar de apoyarse so- bre el pie; esto desilusioné a Horacio; hizo la sefia de Ja luz a Walter, y cortié |s tarima hacia ls segunda vitrina. All{ vio una mufieca sobre una cama con una corons de reina; y a su lado estabs arrollado el gato de Marfa. Esto le hizo mala impresién y empezé a enfusecerse contra los muchachos que lo habfan dejado entrar. A los pies de la cama habla tees monjas hincadas en reclinatorios. La leyenda decfa: “Esta reina pasd a la muerte en el momento que daba una limosna; no tuvo tiempo de confe- sarse peto todo su pafs ruega por ella”, Cuando Horacio la volvié a mirar, el gato no estaba, Sin embargo él tenfa angustia y esperaba vetlo apare- cer por algtin lado, Se decidié a entrar a Ja vitrina; pero no dejaba de estar atento a Ja mala sorpresa que le darfa el gato. Llegé hasta la cama de la reina y al mirar su cata apoyé una mano, en Jos pies de la cama; en ese instante otra mano, le de una de las tres monjas, se posé sobre la de él. Horacio no debe haber ofdo la voz de Marfa pidiéndole perdén. Apenas sintié aquella mano sobre la suya levanté la cabeza, con el cuer- po rigido y empezé a abrir la boca moviendo las mandfbulas como un bi- charraco que no pudiera graznar ni mover las alas. Marfa le tomé un brazo; él lo separd con terror, comenzé a hacer movimientos de los pies para volver su cuerpo, como el dia en que Marfa pintada de negra habia soltado aquella carcajada. Ella se volvié a asustar y lanz6 un grito. Horacio tropez6 con una de las monjas y la hizo caer; después se dirigié al salén pero sin atinar a salir por la pequefia puerta. Al tropezar con el cristal de la vitrina sus manos golpeaban ¢l vidrio como pdjaros contra una ventana cerrada, Marfa no se animé a tomarle de nuevo los brazos y fue a lamar a Alex. No lo encontraba por ninguna patte. Al fin Alex la vio y creyen- do que era una monja le pregunté qué deseaba. Ella le dijo, lorando,. que Horacie estaba loco; los das fueron al salén; pero no encontraron & Horacio. Lo empezaron a buscar y de pronto oyeron sus pasos en el ba- Jasto del jardin. Horacio cruzaba por encima de los canteros. Y cuando Marfa y el criado lo alcanzaron, él iba en direccién al ruido de las méquinas. 253 EXPLICACION BALSA DE MIS CUENTOS Obligads « sraicianada par it mismo a decir cme hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos, No son completamente natu- rales, en el sentido de no istervenir la conciencia, Eso me seria antipética, Nu som doninsdes por una teoria de la conciencia. Esto me seria extre- madamente aniipatico. Preferirta decir que esa intervencién es mixterios. Mis cuentos no tienen estructuras Idgicas. A peser de la vigilancia cons- tante y rigurasa de la conciencia, ésta también me es desconocida En un momento dado pienso que en un rincén de mi nacerd una planta. La em piezo a acechar creyendo que en ese rincén se bd producido alga raro, Pero que podria tener porvenir artistic. Seria felit si esta idea no fra- casara del tado. Sin embargo, debo esperar ua siémpn ignorado: no sé cémo hacer germinar la planta, ni como favoreces, ni cuider su creckmien- to, sdlo presiento‘o deseo que tenga bojas de puestas; a algo que se traas- forme en poesia si le miran ciertos ajas. Debo cuidar que no ecupe mucha espacio, que nu pretends ser bella o intense, sino que sea la planta que ella misma esté destinada # ser, y ayudarla a gue lo sea. Al misma tiempo ella creceré de acuerdo @ un contemplador al que no herd mucho casa si & quiere sugeririe desasiudas intenciones q grandezas. Si es una planta ducts de si misma tended una poesia natural, desconucida por ella misma, Elta debe ser como una persona que vivird no sabe cudnto, con necesi- dudes propias, con en orgullu disereto, un poco torpe y que parezca’ to- Provisode. Elis etiima no conocerd sus leyes, aunque profuadamente las tenga y ta condencia no lax alcance. No sabré ef grado y la mv aera en que 1a conciencia intervendré, peru en siltina instancia impondrS se voluntad. Y ensefiard a la conciencia a ser desinteresada, Lo mds seguro de tade es que yo uo sé cémo hago mis cuentos, por- que cadu uny de ellos tiese su vide extratia y propia. Pero también sé que viven peleando con {a conciencia pars evitar Jos extranjeros que ella fes recamienda 216 LAS HORTENSIAS A Marla Luisa An Lana de ue jardin hebfa una Fabrica y los ruidos de tas méquinas se metfan entre lus plantas y las drboles. ¥ al fondo del jardin se velo une casa de patina oscura. El duefia de le “casa negra” ere un hombre alte. Al oscurccer sus pusus lentos veniun de Ja calle; y cuando emtraba al jardin y a pesar del ruido de Jas maquinas, parecla que log pasos mas- ticaran el balasta. Una noche de otofio, ul abrir la puerta y entornar los ojos para evitar la luz fuerte del hall, vio a su mujer detenida en medio de Ja escalinata, y al mirar los escalones desparramdndose hasta le mitad del patio, le parecié que su arujer tenfa puesto an gran vestide de mar- mol y que la mane que tomaba ia baranda, recogla el vestido, Ella se dio cuenta de que 4 venfa cansado, ce que subirla al dormitario, y esperd cos tuna sonrisa que su matido Megara hasta ella. Después se besaton, ls —Hoy lox muchschos terminaron las escenas.., —Ya sé, pem no me diges nada. Ella lo acompaiié hasta la puerta del dutmitorio, le acaricié la neciz con un dedo y lo dejé solo, El uatarla de dormir un poco antes de la cena; su quarto oscuro sepatarfa Jas pteacupaciones del dfa de los pla ceres que espetsba de fa noche.-Qyé con simparta como en ta infancia, el suid atenuado de las méquinas y se durmid. En ef suefia vie una luz que salfa de la pantalla y daba sobre una oiesa. Alrededor de Ia mesa habla hombres de pie. Uno de ellos estaba vestido de frac y decla: “Es nevesario que la mascha de la sangre cambie de mano; en vez de ir por las arcerias y venir por las venas, dehe ie por Tas venas y venir por las arterias”. Todos aplandieron & hicieron exclamaciones; estances ef hombre vestida de frac fue a un patio, monté a cabsllo y al salir galopando, en medio de las exclamaciones, las herraduras sacaban chispas contra las piedeas. Al despertar, el hombre de la casa negra recatdd el suefio, re conociS en la marche de la sangre lo que ese mismo dia habla ofdo decit 207 —en ese pats los vehfoulos cambiarfan de mano— y tuvo una sontiss. ) Despuds se vistié de frac, volvié a recordar al hombre del suetio y foe yal comedor. Se acere6 a su mujer y micntras le metia las manos abiereas en el pelo, decia: ) —Siempre me olvido de tracr un lente pata ver cOmo son Jas plantas y que hay en el verde de estos ojos: pero ya sé que el color de la pie! lo consigues frotdndote con actitunas. Su mujer le acaricié de nuevo la nariz con el indice; después fo hun. dis en la mejilla de 4, hasta que el dedo se doblé como una pata de mosca y Je contesté: ) —i¥ yo siempre me olvido de trees unas tijeras para recortarte Jas cejas!—. Filla se senté a la mesa y viendo que él salia del comedor le } pregunté: —¢Te olvidaste de algo? eo } _Quida sabe. . , El volvid en seguida y ella pensd que no habia tenido tiempo de ha- blar por teléfono. y ihe quieres decirme a qué fuiste? ~-No. » —Y¥a tampoco te dirt qué hicieron hay los hombres. } El ya le habfe empezedo a contestar: y —No, mi querida aceituos, no oe digas oads haste el fin de la cons. ¥ se sirvi6 de un vino que recibla de Francia; pero les palabras de } su mujer habian sido como pequefias piedras caidas en un estanque donde vivlan sus manfas; y no pudo abandonar Ia idea de lo que espetaba ver besa noche. Coleccionaba mufiecas un poco més altas que las mujeres , normales. En un gran salén habla hecho construtr tres habitaciones de vidrio; en la més amplia estaban todas iss mufiecas que espetaban el ) instante de ser elegides para tomar parte cn cscenas gue componfan en las otras habiteciones. Esa tarea esteba a cargo de muchas personas: en y primer término, autores de leyenda (en pocas palabras debla expresar ) Ja situacién en que se enconttaban las muficcas que aparecian en cada habitaciés); otros ertistas se ocupaban de Ja escenogratfa, de los vestidos, ) de ta mmisica, ete. Aquella noche se inaugurarla la segunda exposicién, él , fa mirarfa mientras un pianista, de espaldas a él y en el fondo del saldn, ejecuterfa Jas obras programadas. De pronto, cl dueiio de Ia casa negra } se dio cuenta de que no debfa pensar en eso durante Je cena; entonces sacd del bolsillo del frac unos gemelos de teatro y traté de enfocar la cara de se mujer. ) —Quisiera saber si fas sombras de tus ojetas son producides por vegetaciones. . . } Billa comprendié que su maride habla ido al escritario a buscar los gemclos y decidid festejerle Ia broma. El vio una cipula de vidsio; y cuando se dio cuenta de que era una botella dejé los gemelos y se sitvié 218 otra copa del vino de Francia. Su mujer mirabs los borbotones al caer en Ja copa; salpicaban e] cristal de ldgriovas negras y corrfan a eucontrarse con el vino que ascendia, En ese instante entré Alex —uvn miso blanco de barbe en punte—, se incliné ante la sefiora y le sirvié porotes con jamén. Elle deca que nunca hebfa visto un ctiado con bara; y el sefior contestaba que ésa habfs sido la tinica condicién exigida por Alex. Ahora ella dejS de mirar la copa de vino y vio el extremo de la manga del criado; de allf salle un vello espeso que se arrasttaba por Ja mano y Hegaba hasta fos dedos. Ea el momento de servir al duefic de casa, Alex dij , —Ha Ilegado Walter. (Bra ef pianists). soe - Al fin de fa cena, Alex sacé las copas en una bandeja; chocaban unas con otras y parecfan contentes de volver 6 encontrarse, El sefior — quien Te bebe brotado un silencio sommcliento— sinté placer en ofc los sont dos de las copas y Hamé al criado: —Dile a Walter que vaya al piano. En el momento en que yo entre al salén, él no debe hablarme. gE! piano, esté lejos de las vitrinas? —SI sefior, estd en el otra extremo del salén. —Bueno, dile a Walter que se siente déndome fa espalda, que em- piece 2 tocar Ja primera obsa del programa y que la cepita sin interrup- cin, hasta que yo le haga Ia sefia de ta luz. Sa mujer Ie sonrefa, El fue a besarla y dejé unos instantes su cara congestionada junto a fa mejilla de ella, Despuds se dirigié hacia la salita préxima al gran salén. Alli empezdé a beber el café y a fumsr; no irfa a ver sus mufiecas hasta no sentirse bastante aislado, Al principlo puso atencién a los ruidos de las maquinss 7 los sonidos del piano; Je parecia que venfan mezclados con agua, y él Jos ofa como si tuvicra puesta una escufandra. Por dltimo se desperté y empezd a derse cuenta de que algu- nos de los mridos deseaban insinuatle algo; como si alguien hiciera un Hamado especial entre los ronquidos de muchas persones para despertar sélo a una de elles. Pero cuanda él ponfa atencid: s esos ruidos, ellos hufan como retanes asustados. Estuvo inttigado unos momentos y des- pués decidié no hacer caso. De pronto ‘se extraiié no verse sentado en el sillén; se habfa leventado sin darse cuenta; recordé el instante, muy pidxi- mo, en que abrié la puerta, y en seguida se encontrd con los pasos que daba shore: lo Hevaban a la ptimera vitring. Allf encendié Ja luz de le escena y a través de Sa cortina verde vio una rouficca tirads en una cama, Cortié la cortine y subié al estrado —era més bien una tarims con tue- des de goma y barande—; encima habfa un sillén y una mesita; desde allf dominaba mejor la escena. La mufieca estabe vestida de novia y sus ojos ebiertos estaban colucados en direccién al techo. No se sabfa si es- taba muerta a si sofiaba, Tenfa los brazos abiertns; podfa ser une actitud de desesperacién o de abandono dichoso. Antes de abrir el cajén de la mesits y saber cudl era la leyenda de este novia, 4 queria imaginar algo. bo - Tan MDS Tal vez clfa cspcraba al novio, quien no Hegarfe nunca; fs hebris aban- donado un instante antes del casamiento; o tal ves fuera viuda y recor- dara ef dia en que se casd; tambiér, pod{a haberse puesto ese traje con la usin de ser novia. Entonces abrid el cajén y leyé: “Un instante antes de casarse con el hombre a quicn no ama, ella se encierra, piensa que ese Ueje cra para casarse con el hombre a qitien amd, y que ya oo existe, y se envenena, Muere cop fos ojos abiertos y todavia nadie ha entrado a ce- rifrselus". Entonces el duefio de la casa negra pens: “Realmente, era una povia divine”. Y a los pocos instantes sintié placer en darse cuenta de que él vivfa y ella no. Después abrid una puerta de vidrio y entrd a la escena pata mirar los detalles. Pero al mismo tiempo le paredé afr, entre el ruido de las méquises y la misica, una puerta cerrada con violencia; salid de fa vitcing y vio, agarcado en la puerta gue daba a Ia salita, un pedaze del vestido de su mujer; mientras se dirigla all{, en puntas de pie, pensS que ¢Ha Jo espiaba; tal vez bubiera querido hacerle una broma; abrid répidamente y el cuerpo de ella se Je vino encima; él lo recibié en los brazos, pero le parecié muy liviano y en seguida reconocié a Hor- tensia, la mufieca parecida @ sn sefiora; al mismo tiempo su mujer, que estaba acurrucadg detrds de un sillin, se puso de pie y le dijo: —Yo tambiéa quise prepararte una sorptess; apenas tuve tiempo de ponetle mi vestido. Ella siguié conversando, pero é! no Ja ofa; aunque estaba pélido le agradecfa, a su mujer, le sorpresa; no querla desanimarla, pues a 1 le @ustaban las bromas que ella fe daba con Hortensia, Sin embatgo esta vez habla sentido malester, Excances puso « Hottensia en brazos de su sefiora y le dijo que no querfa hecer un intervalo demasiado largo. Después salid, cerrd la puerta y fue en direcciéa hacia donde estaba Walter; pero se de- tuva « mitad del camina y ubrié otra puerta, la que daba a su escritorio; se encesré, sac6 de un mueble un cuaderao y se dispuso a apuntar la broma que su sefiora le dio con Hortensia y la fecha correspondiente. Antes leyd la altima nota. Decta: “Julio 21. Hoy, Marfa (su mujer se Nameba Marfa Hortensia; pero Je gustaba que ta Hamaran Marfa; enton- ces, cuando su. marida mandé hacer esa tmufieca parccida a ella, decidieran tomar el nombre de Horteusia —como se toma un objeto arrumbado— para Ja muficca) estaba asoinada a un balcén que da al jardin; yo quise sorpteaderla y cubrirle los aios con las manos; pero antes de Megat al haleén, vi que era Hortensia, Maria me habla visto ir al balcdn, venfa detrés de mf y me solté una carcajada", Aunque ese cuaderno lo lela Vinicamente A, firmabs Jas notas; escribfa su nombre, Horacio, con letras grandes y cargadas de tinta. La nota anterior a ésta, decla: “Julio 18: Hoy abrf el ropero para descolgar mi traje y me encontré a Hortensia: tenla puesto mi frac y le quedaba graciosamente grande”. Después de anowar Ja dltima sorpresa, Horacio se dirigié hacia la se- gunde vitrina; le hizo sefias con una luz a Walter para que cambiara Ja 220 obra del programa y empezd corer la tarima. Durante el intervalo que hizo Walter, antes de empezar Ja segunda pieza, Horacio sintié més inten- samente el latitlo de las méquines; y cuando corrié ts tarima le parecié que Jas ruedas hacfan el ruido de un trueno lejano. En !a segunda vitrins aparecta una mufieca sentada a una cabecera de la mesa. Tenfa la cabeza levantada y las manos al costado del plato, donde babfe muchos cubiertos en fila. La actitud.de ella y las manos sobre los cubiertos hacian pensar que cstuviera ante un teclade. Horacio miré a Walter, lo vio inclinado ante el piano can las colas del frac cafdas por detrés de la banquets y le parecié un bicho de mal agiiero, Después miré fijamente 1a mufieca y le parecié tener, como otras veces, la sensa- cién de que ella se movfa. No siempre estos movimientos se producfan en seguida; ni €{ Ios esperaba cuando Ia mujieca estaba acostada o muerte; Pero en esta tiltima se produjeron demasiado pronto; & pensi que esto ocarrfa por la posicién, tan incémoda de la mufieca; ella se esforzaba demasiado por mirar hacia arriba; hacfa movimientos oscilantes, apenas perveptibles; pero en un instante en que él sacé los ojos de Ja cara para mirarle las manos, ella bejé la cabeza de una manera bastante pronuncla- da; 4, a sa vez, volvid 2 levantar rdpidamente los ojos hacia la cara de ella; pero fa mufieca ya habfe reconquistado su fijeza. Entonces él empezd a imaginar su historia. Su vestido y los objetos que habia en el comedor deounciaban un gran lujo pero los muebles eran toscos y las patedes de Piedra, En la pared del fondo habfa una pequefia ventana y a espaldas de la mufieca voa puerta baja y entreabierta como una sonrisa falsa, Aqnella habitaclén serfa un presidio en un castillo, el piano hacfa ntido de tormenta y en la ventana sparecia, a intervalos, un resplandor de re- Lémpages; entonces recordé que hack unos instantes les ricdes de Ja tarima hicieron pensar en un trueno lejano; y esa coincidencia lo inquieté; ademis, antes de entrar al salén, habfa ofdo los ruidos que deseaban insi- nuarle algo. Pero volvié a la historia de Ja mufieca: tal vez ella, en aquel momento, rogara a Dios esperando una liberacién présima, Por tiltimo, Horacio abrié el cajén y leyé: “Vitrina segunda, Esta mujer espera, pare pronto un nifio, Ahore vive en tn faro junto al mar; se he alejado del mundo porque han criticsde sua mores con un marino. A cada instante ella piensa: “Quiero qne mi hijo sea solitario y que sélo escuche al mar”. Horacio pensd: “Esta muieca ha encontrado su verdadere historia”, En tonces se levanté, abrié la puerta de vidrio y miré lentamente los objetos; te parecié que estaba violando algo tan setio como la muerte; él preferfa acercarse a la muiieca; quiso mirarla desde un Inger donde loa ojos de ella se fijeran en los ce él; y después de unos instantes se inclind ante la desdichada y al besarla en Ja frente volvié a sentir una sensacién de frescura tan agradable como en la cara de Marfa. Apenas habla separado Jos labios de Ja frente de ella vio que Ja mufieca se movin; €l se quedd parslizado; ella empezd a irse para un lado cada vez mds répidamente, y 221 eay6 al costado de te eilla; y junto oon cle una cuchars y on tenedor. El piano segufa haciendo ef ruido del mar; y segufa la luz en las ventanas y Jas méquinas. El no quiso levanter la mutieca; salié precipitedamente de Iq vitrina, del salén, de Ja salita y al legat al patio vio a Alex: —Dile « Walter que por hoy basta; y mafiana avisa a los muchachos pata que vengan a ecomodar Ja mufieca de Ja segunda vitrina. En ese momento aparecié Matta: —¢Qué ha pasado? . —Nada, se cayé une museca, la del faro..- nose —zChmo fue? Se hizo algo? —Cuando yo entré » mirar fos objetos debo haber tocado In mesa... —iAht /¥a te estés poniendo nervioso! ~-No, me quedé muy contento con Iss escenas. ¢Y Hortensia? (Aquel vestido tuyo le quedaba muy bien! —Ses4 mejor que te vayas a dormir, queride —contesté Marta. Peto se sentaton en an sofé. E] abran$ a su toujet y le pidié que por un minuto, y en silencio, dejara la mejilla de ella junto a Is de 4. Al instante de haber juntado tas cabezas, aparecid en Ia de dl, el recuerdo de las mufiecas que se hebfen caido: Horrensia y Je del fero. Y ya sabia 41 lo que eso significaba: la muette de Marla; tuvo micdo de que sus pensamientos pasaran a Ja cabeza de ella y empezd a besarla en los ofdos. Guando Horacio estuvo solo, de nuevo, en /a oscuridad de su dormi: fotio, puso atencién en el ruido de las maquinas y pensd en los presa- gios. El ers como un hilo enredado que interceptara los avisos de otras destinos y reciblera presagios equivocados; pero esta vex todas Ins sefales se hebian dirigido a él: los ruidos de las méquinas y los sonidos del piano habfan escondide a otros ruidos que hufan como ratones; después Hor- tensia, cayendo en sus brazos, cuando él abrié la puerta, y como si di- | jera: “Abrizame porque Marfa moriré”. Y efa su propia mujer le que habfa prepsrado e] aviso; y tan jnocepte como sj mostrara uha enferme- dad que todavia ella misma no hebfa descubierto, Més tarde, la mufieca mverta en la primera vitrins. ¥ antes de Megat a la segunda, y six que Jos escendgrafos lo hubjeran previsto, el ruido de Ja tarima como un trueno fejano, presagiando el mat y Ja mujer del faro. Por tiltimo ella se habla desprendido de los labios de 4, habla cafdo, y lo mismo que Marfa, no flegarfa a tener ningtri hijo. Despoés Walter, como un bicho de mal agiero, sarudiendo Jas coles del frac y picoteando el borde de su caja negra. - nn Marfa no estaba enferma ni habla por qué pensar que se iba a motir. Pero hacfe mucho tiempo que él tenfa mieda de quedetse sin ella y « cada 222 womento se imaginabs odmo serla su desgtacia cuundo In sobreviviera, Fue entonces que se le ocurrié mandar a hacer Ja mufeca igual a Marfa. Al principio Ia idea parecia haber fracasado. Ef seatla por Hortensia la an- tipatiz que podia provocar un sucedineo. La piel era de cabritilla; hablan tratado de imitar el color de Marfa y de perfumarla con sus esenciss ha- hituales; pero cuando Marfa le pedfa a Horacio que le dicta un beso s Hortensia, él se disponia a hacerlo pensando que iba « sentir gusto a cuero © que iba a besar un zapato. Pero al poco tiempo empezé a percibir algo inesperado en las relaciones de Marfa con Hortensia. Una mafiana é se dio cuenta de que Marfa cantaba mientras vestla a Hortensia; y patecle une nifa entretenida con una tufece. Otra vez, Al legs a au cosa al anochecer y encontré a Marfa y a Hortensia sentadas a una mesa con un libro por defente; tuvo Ja impresién de que Maria enscfieba a leer a una hermana. Entonces 1 habfa dicho: —jDebe ser un consuelo el poder confiar un secreto a une mujer tan silenciosa! —eQué quieres decir? le preguntS Marfi—. ¥ en seguida se levanté de ta mesa y sc fue enojada para otro lado; pero Hortensia se habla que- dado sola, con fos ojos en el libro y como si hubiera sido una amiga que guardara una discrecién delicads. Esa mistna noche, después de in cena y para que Horacio no se acercara a-ella, Matfs se habla sentado en el sofa donde acostumbraban a estar Jos dos y habfa puesto a Hortensia al lado de ella. Entonces Horacio mité Ia cara de fa mufieca y fe volvié @ parecer antipdtica; ella tenla una expresién de altiver frle y parecta ven. gatse de todo lo que 4 habfa pensado de su piel. Después Horacio hebfa ido al salén. Al principio se pased por delante de cus vitrinas; al rato abri6 la gran tapa del piano, sacé fa banqueta, puso una sila —para poder recostarse— y empend a hacer andar los'decos sobre el piano fresca de teclas blancas y negras. Le costaba combinar los sonitos y parecta ut barrecho que no pudiera coordiner las sflabas. Pero mientras tanto recor- daba muchas de las cosas que sabfa de las mutiecas. Las habla ido cono- ciendo, casi sin querer; hesta bacle poco tiempo, Horacio conservaba Ia tienda que lo habfa ido eariqueciendo. Todos los dias, después que los empleados se iban, a 4 le gustaba pasearse solo entre la penumbra de las salas y mirat las mmifiecas de las vidrieras iluminadss. Vela los vestidos una vez més, y desliabs, sia querer, alguna mitada por las caras. Ed observeba sus vidrieras desde uno de los lados, como un empresarlo que mirata sus actores mientras ellos representarao une comedia, Después em- pezé a encontrar, en las cares de las mufieces, exptesiones parecidas a las de sus empleacas; algunas le inspiraban ta misma desconfianza; y ottas, la seguridad de que estaban contta él; habla una, de natiz repingada, que parecla decir; “¥ a mf qué me importa”, Otra, a quien él mireba con admiracién, tenfa cara enigmética: asf como le venia bien un vestido de verano o uno de invierna, también se le podfa stribuit cualquier pensa- 223 infento; y ella, tan pronto parecla aceptatlo como rechazarlo. De cualquier manera, fas mufiecas tenfan sus sectetos; si bien ef vidrierista sabla aco- modarlas y sacar partido de las condiciones de cada une, elas, a viltimo momento, siempre agecgaban algo por su cuenta, Fue entances cuando Horacio empezd s pensar que las muficcas estaban Menas de presagios, Ellas recibfan dia y noche, cantidades inmensas de miradas codiciosas; y esas miradas hacfan nidos ¢ incubabay en el aire; a veces se pasaban en las caras de fas mufiecas como las nubes que se detienen en los palsajes, y al cambiacles la luz confurulfan las expresiones; otras veces los presagios volaban hacia Ine catas de mujeres inocentes y la contagiaban de aquella primera codicta; entonces las mufiecas parecfan setes hipnotizados cum- plicudo misiones desconocidas o presiéndose a designios malvados. La noche del enoja con Maris, Horacia Uegd a la condusién de que Hor tensia era una de esas mufiecas sobre la que se podfa pensar cualquier cosa; efla también podfa transmitir presagios o recibir avisos de otras imufiecas, era desde que Hortensia vivfa en su casa que Marfa estaba més celose; cuando él habia tenido deferencias para alguna empleada, era en ja cara de Hortensia que encontraba el conocimieato de los hechos y el reprache; y fue en esa misma época que Marfa lo fastidié hasta conseguir ge 4 abandonara Ja tienda. Pero fas cosas no quedaron ahi: Marfa sufrfa, después de las reuniones en que él la acompafiaba, tales ataques de celos, que Id cbligeron a abandonar, también, la costumbre de hacer visitas con ella, Bn Ja mafiana que siguié al enoja, Horacio se reconcilié con las dos. Los malos pensamientos le Uegaban con ta noche y se le ihan en la ma- fiana. Como de costumbre, los tres se pasearon por el jardin. Horacio y Marfa Hevaban a Hortensia ubrazada; y ella, con un vestide largo, —para que no se supiera que era una mujer sin pasos— parecla una enferma ‘querida. (Sin embargo, la gente de los alrededores habla hecho ana Ie- yenda en la cual acusalhan at matrimonio de haber dejada morir a une hetmana de Matla pata yvcdacse con su dinero; entonces hablan decidido expiar su falta haciendo vivir con ellos a una mufieca que, siendo igual a la difunta, les recordara a cada instante el delito}. Después de una temporada de felicidad, en la que Marfa preparaba sor- presas con Hortensia y Horacio s¢ apresutaba a apuntarias en el cuader- no, apazecié Ia noche de Ia segunda exposicién y el presagic de la muerte de Marfa, Horacio atind a coriprarle a su mujer muchos vestidos de tela fuerte —esos recuerdos de Marfa debian durar mucho ticmpo— y le pedia que se los probara a Hortensia, Marfa estsba muy contenta y Horacio fingfa estarlo, cuando se le ocurrié dar una cena —e idea partid, disima- Tadamente, de Horecio— a sus amigos, mds intimos, Esa noche hebfa totiwenta, pero los convidados se semtaton a la mesa muy alegres; Hora- tio pensaba que esa cena le dajarfa muchos recuerdos y trataba de provocar situacianes raras, Primero bacla gitar en sus manos el cuchillo y el te 224 nedor —imitaha a un cowboy. con sus revdlveres— y amenazé a una muchacha que tenfa a su lado; ella, siguiendo la broma levanté Jos brazos; Horacio vio las axilas depiladas y te hizo cosquillas con-el cuchillo. Ma. wa no pudo resistir y Je dijo: —1Estés porténdote como un chiquilfa mal educado, Horacio| El pidié disculpas a todos y pronto se renové Ia alegria, Peto en eb primer postre y mientras Horacio servfa el vino de Francia, Marfa mics hacia el lugar donde se cxtendfa una mancha negra —Horacio vertia el vino fuera de la cope— y levéndose una mano al cuello quisa levantarse de la mesa y se desvanecid. La Yevaron a su dotmitorio y cuando se me. jor6 dijo que desde hacta algunos dfas no se sentla bien. Horacio mandé buscar ef médico inmediatemente. Este le dijo que su esposa debfa cuidar sus nervios, pero que no tenfa nada grave. Marfa se levanté y despidié a sus convidades como si nada hubjera pasado, Pero cuando estuvieron sa- los, dijo a su maride: —Yo no podré resistir este vida; en mis propiss narices has hecho Jo que hes queride con esa muchacha... —Pero Marfa... —Y no sélo derramaste el vino por miratla. jQué le habrés hecho en el patio pera que ella te dijera: “jQué Horacio, éte!”, —Pero querida, ella me dijo: gQué hora és? : Esa misma noche se reconciliaron y ella durmié con la mejilla junto ata de él, Después & separé su cabeza para pensar en la enfermedad de ella. Pero a la mafiana sigulente le tacé el brazo y lo encontré frfo. Se quedé quieto, con los ojos clayados en el techo y pasaron instantes crue- les antes que pudiera gritar: “jAlex!”, En ese momento se abrid la puerta, aparecié Marfa y él se dio cuenta de que habfa tocado a Hortensia y que habfa sido Marfa quien, mientras dormfa la habfa puesta a su lado. Despnés de mucho pensar resolvié Ilamar a Facundo —el fabricante de smufiecas amiga de él— y buscar la manera de que, al acerearse a Hor * tensia, se creyera encontrar en ella, calor humano. Facundo le contestd: —Mira, hermano, eso es un poco diffcil; ef calor duraria el tiempo que dura el agua caliente en va porrdn, —Bueno, no importa; haz como quieras pero no me digas el proce- dimiento. Ademds me gustaria que ella no fuera tan dura, que al tomarla se tuviera una sensacién mds agtadable. . . i >También es dificil. Imaginate que si Je hundes un dedo le dejas poze. —Sf, pero de cualquier manera, podfa ser mds flexible; y te diré que no me asusta mucho el defecto de que me hablas. La tarde en que Facundo se levé a Hortensia, Horacio y Marfa ¢s- tuvicron tristes, —jVaya a saber qué le harin!, —decia Mattia. 225 —Bueno quetide, no hay que perder el sentido de Is realidad. Hor- ‘rensia era, simplemente, una mulieca. | —4Eral Quiere decir que ya [a das por muerta. ;Y, ademds erea td el que hable del sentido de la realidad! —Quise consolarte. .. iY erees que ese desprecio con que hablas de ella me consuela! Ella era mds mfa que «ya, Yo la vestla y le decla cosas que no le puedo decit a nadie. ¢Oyes? Y ella nos unfa mds de lo que ti puedes suponer. (Horacio tom Ja direecién del escritorio). Bastantes gustos que te hice ‘prepardndote sorpresas con ella. {Qué necesidad tenfes de “més calor humeno”t Marfa habfa subido la voz. Y en seguida se oyd el portazo con que "Horacio se encerré en su escritorio. Lo de calor humana, dicho por Ma- tla, no sélo lo dejaba en ridiculo sino que le quitaba Ja ilusién en lo que esperaba de Hortensia cuando volviera, Casi en seguida se le ocurrié salir a le calle. Cugndo volvié a su casa, Marfa no estaba; y cuando ella volvié los dos disimularon, por un rato, un placer de encontrarse bastante ines- perado. Esa noche i no vio sus mufiecas. Al dia siguiente, por la mafiana, estuvo ocupado; después del almuerzo pased con Marfa por el jardin; los dos tenfan le idea de que la falta de Hortensia era algo provisorie y que no deblan exagerar las cosas; Horacio pensé que era mis sencillo y na. ,tural, mientras caminaban, que é{ abrazara sdlo a Marfa. Los dos se sin. tieron livianos, alegres, y volvieron « salir. Pero ese mismo d{a, antes de cenar, él fue 3 buscar a su mujer ai dormitorio y le extrafid ef encon- tratse, simplemente, con ella. Por un instante él se habfa olvidado que Hortensia no estaba; y esta vez, la falta de ella le produjo un malestar } raro. Marfa podfa ser, como antes, una mujer sin mufieca; pero ahora 4! no podia adrmitir la idea de Marla sin Hortensia; aquella resignacién de toda la casa y de Marfa ante el vacfo de Ja muficca, tenfa algo de locura, | Ademés, Marfa iba de un lado para otro del dormitorio y patecla que en esos mementos no pensaba en Hortensia; y en la cara de Marla se vela la inocencia de un loco que se ha olvidado de vestitse y anda desaudo. Después fueron al comedor y éi empezd a tomar ef vino de Francia. Miré vatias veces a Marfa en silencio y por fin creyé encontrar en ella le idea ) de Hortensia. Entonces él pensé en fo gue era [a una para [a otra. Siempre que él pensaba en Marfa, Je recordaba junto a Hortensia y preocupéndose de su arreglo, de cémo Ia iba a sentar ¥ de que no te cayera; y con res- | ecto a dl, de Jas sorpresas que le prepareba. $i Marfa oo tocaba el piano —come la amante de Fecundo— en cambio tenfa a Hortensia y por me- dio de ella desarrollaba su personalidad de wna manera original, Descon- tarle Hortensia a Marfa cra como descontarle el atte a un attista, Hor- tensia no sélo era una manera de ser de Marla sino que era se rasgo mds -encantador; y él se preguntaba emo habla podido amar a Matla cuando | ells no tenfa a Hortensia, Tal vez en aquella époce Ja expresara en otros 226 hechos ¢ de otta manera, Pero hacia un rato, cuando él fue « buscar a Marfa y se encontré, simplemente con Marfa, ella le hebfa parecida de una insignificancia inquietante. Ademés, —Horacio segula tomando vino de Franda— Hortensis era un obstéculp extraiio; y 4 podia decir que a3 veces tropezaba en Hortensie para caer en Maria. Después de cenar Horacio besé Ja mejilla fresca de Maria y fue a ver sus vitrinas, En una de ellas era carnaval. Dos muiiecas, uns morocha y otra rubia, estaban disfrezadas de manolas con el antifaz puesto y cecos- tadas a una baranda de columnas de.mérmol. A la izquictda babfa una es- calinata; y sobte los escalones, serpentinas, caretas, antifaces y algunos objetas cafdos como al descuido, La escena estaba en penumbra; y de pronto Horacio creyé reconocer, en la mufieca morocha, a Hortensia. Po- dria haber ocurrido que Marla fa hubiera mandado buscar a lo de Fa- cundo y haber prepatado esta sorpresa. Antes de seguir mitando Horacio abrié Ia puerta de vidrio, subié la escalinata, pisé una carets; después Ja recogié y la tiré detrés de Ja baranda, Este gesto suyo le dio un sen- tido material de los objetos que lo radesban y se encontré desilusionsdo. Fue a la tarima y oy con disgusto el mido de las méguinas sepatado de los sonidos del piano. Pero pasades unos instantes mird les muiiecss 7 se le ocurrié que aquéllas eran dos mujeres que amaban al mismo hombre, Entonces abrié el cajén y se enterd de Ja leyenda: “La mujer rubia tiene novio. El, hece algyin tiempo, ha descubierta que en realidad ama a Ja amiga de su novia, le morocha, y se Jo declara, La morocha tambiéa lo ama; pero lo oculta y trata de disuadir al novio de su amiga. El insiste: y en Ja noche de carnaval €1 confiesa a su novia el amor por !a morocha. ‘Ahora es el primer instante en que las amigas se encuentran y las dos ea. ben la verdad. Todavla no han hablado y permanecen largo rato disfra. zadas y silenciosas”. Por fin Horacio babfa acertado con una leyenda: las dos amigas aman al mismo hombre; pero en seguida pensé que Ja coin- cidencia de hsber acertado significeba un presagio o un aviso de algo que ya estaba pasando: él camo novio de Jas dos mufiecas, uno estarfa ena- morado de Hortensia? Esta sospecha lo hizo revolotear alrededor de su muiieca y posarse sobre estas preguntas; gQué tenfa Hortensia para que 41 se hubiera enamorado de ella? 2HI sentiria por las mufieces une sdmi- racién puramente artistica? eHortensia, serfa, simplemente un consucio pore cuando 41 perdieta a su mujer? y ese prestatia siempre a una con-, sién que favoreciera a Marfa? Era absolutamente necesatio que é{ vol-* viera a pensar en In personalidad de [as mafiecas. No quiso entregatse a estas reflexiones en el mismo dormitotio en que estatfa su mujer. Llamd a Alex, hizo despedir a Walter y quedé sole can el ruido de Jas mégni- nas; antes pidié al crisdo una hotella de vino de Francia. Después se’ empez$ « pascar, fumando a lo largo del salén. Cuando Iegaba a la tatima toutmba un poco de vino; y en seguida reauudaba el paseo reflexionando: “Si bay espisites que frecuentan las toms vacies gpor qué no pueden fae. Wow 227 cucotar los cuerpos de Iss muiiecas?”, Entonces pensé en castillos shan- donados, donde los muebles y los objetos, unidos bajo elas espesas, duer- men un miedo pesado: sélo estén despicrtos los fantasmas y los espfritus que te antienden con el yuelo de los murci¢lagos y los ruidos que viencn de Jos pantanos... En este instante puso atencién en el ruido de las indguinas y Ja cupa se Je cayé de las manos. Tenfa la cabeza erizada. Creyé comprender que las almas sin cuerpo atrapaban esos tuidos que andaban sueltos por el mundo, que se expresaban por medio de ellos y que el alma que habitaba el cuerpo de Hortensia se entendfa con las méquinas. Quiso suspender estas ideas y puso atencién en los escaloftios que reco- arfan su cucrpo. Sc dejé caer en ef sillén y no tuvo més remedio que segnir pensando cn Hortensia: con raz6n en una noche de lune, hebfan ocutride cosas tan tnexplicables. Estuban en el jardin y de ptonto 41 quiso correr a su mujer; ella refa y fue a esconderse detrds de Hortensia —bien se dio cuenta él de que eso no eta lo mismo que esconderse detrés de un farbol— y cuando él fue a besar a Mare por encima del hombro de Hartensia, recibié un formidable pinchazo, En seguida oyé con violencia, el mido de las méquinas: sin duda elas le anunciaban que él no debfa besar a Marfa por encima de Hortensia. Marfa no se explicaba cémo habfa podide dejar una aguja en el vestido de Js mufeca, Y é1, hable sido tan tonto como para creer que Hortensia era un adorna para Marfa, cuands en realidad Jas dos trataban de adornarse mutuamente. Después volvid a pensar en los ruidas. Desde hacts mucho tiempo él crefa que, tanto los tuidos come los sonidas tenfan vida propia y pertenecian a distintes fa- milias. Los cuidos de les mdquinas ctun una familia ooble y tal vez por eso Hortensia fos habfa elegido pare expresar un amor constante, Esa noche telefoneé a Facundo y Je pregunté por Horteasia, Su amigo Ie dijo que Ia enviatfa muy pronta y que las muchachas del taller habfan inventado un ptocedimiento... Aquf Horacio lo bsbfa interrumpido di- ciéndole que deseaba ignorar los secretos del taller. ¥ después de colgar el tubo sintié un placer muy escandido al pensar que serfan muchaches Tas que pondrfan algo de cllas en Hortensia. Al otro dia Maria lo esperd para almorzer, sbrazando a Hortensia por el talle. Después de besar a su raujer, Horacio tomé la mufieca en sus brazos y Ia blandura y ef calor de su cuerpo le dieron, por un instante, Ja felicidad que espereba; pero cuan- clo puso sus labios en los de Hortensia le pareci6é que besaba a una per sona que tuvicra fiebre, Sin embargo, al poco rato ya se habfa acostum- brado a ese calor y se sintié reconfortads, Esa misma noche, mientras cenaba, pensé: gnecesariamente Ia tras- migracién de las almas se ha de producir sélo entre personas y animales? gAcaso no ha habido moribundos que han entregado el alma, con sux ptopias manos a un objeto quetido? Ademés, puede no haber sido por error que un espfritu se haya escondido en una osufiecs que se parezca & una bella mujer. 2¥ no podrla haber ocurrido que un alma, descosa de 228 volver a habiter un cuerpo, haya guiado Jas manos del que fabrica una muiieca? Cuando alguien persigue una idea propia, zno se sorprende al enconttarse con algo que 0 esperaba y como si otro le hubiera ayudado? Después pensé en Hostensia y se pregunié: gDe quién seré el espfritu que vive cn el cuerpo de ella? Esa noche Marfa estaba de mal humor. Habla estado rezongando a Hortensia, mieotras la vestia, porque no se quedaba quiete: se le venfa hacia adelante; y ahora, con el agua, estaba mis pe- sada, Horacio pensé en las relacianes de Marfa y Hortensia y en los ex- trafios matices de enemistad que habla visto entre mujeres verdadetamen- te amigas y que no podfan pasarse la una sin la otra. Al mismo tempo record que eso ocurre muy a menudo entre madre e hija... Pocos ins- tantes después levanté la cabeza del plato y pregunté a su mujer: —Dime una cosa, Marfa, gcémo era tu memé? —¢Y¥ ahora a qué viene esa pregunta? 2Deseas saber los defectos que he heredsdo de ella? —jOh! querida, jen absoluto! Esto fue dicho de manera que tranquilizé a Marfa, Entonces ella dijo: —Mira, era completamente distinta a mi, tenfa una tranquilided pas- mosa; ere capaz de pasarse horas co uns silla sin moverse y con Jos ojos en el vacio. . “Pecfecto”, se dijo Horacia para sf: Y despuds de servirse una copa de vino, pensdé: no seria muy grato, sin embargo, que yo entrara en amores con el espirit de mi suegra en el cuerpo de Hortensia, —¢¥ qué concepto tenfa ella del amor? = —zEncuentras que el mfo no te conviene? —jPero Masla, por favorl —Ella no tenfa ninguno, Y¥ gracias a eso pudo casarse con mi padre cuando mis abuelos se lo pidieron; €1 tenfa fortuna; y ella fue una gran compafiera pura él. Horacio pensé: “Mds vale asf; ya no tengo que preocuparme més de exo". A pesar de estar en primavera, esa noche hizo frlo; Marla puso el agua caliente a Hortensia, ta vistié con un camisén de seda y ls acosté con ellos como si fuere un porsén. Horacio, antes de entrar al sucio tuve la sensacién de estar hundida en uh lago tibio; las piernas de los tres Ie parecian tafces enredadas de Arboles préximos: se confundfan entre el agua y él tenia pereza de averiguar cudles eran las suyas. " ; im Horacio y Marla empeston a preparar una fiesta para Hortensia. Cumplirfa dos aiios. A Horacio se le habla ocurrido presentarla en un” triciclo; le decia a Maria que él lo habla visto en el dia dedicado a le 229 W,omocién 7 que tenfa Ja seguridad de conseguirlo, No le dijo, que hacfa Bouchos atios, i habla visto una pelicula en que un novio raptaba a su ovia en un triciclo y que ese recuerdo fo impulsé a utilizar ese procedi- a nto con Hortensia. Los ensayos tuvieton éxito, Al principio a Hora pio le costabs poner el riciclo en marcha; pero apenas logtaba mover la ran tueda de adelante, el anareto volaba. Fi dfa de Ja fiesta 4] buffet Bitve abierto desde el primer instante; ef murinullo sumentaba répida te y se confundian las exclamaciones que salfan de las gatgantas de Was personas y del cuello de las botelias. Cuando Hotacio fue a prestntat fA Horcensia, soné en el gran patio una campanilla de colegio y los cov- gictdos fueron bacia alli con sus copas, Por un fargo corredor alfombrs- l¢ vieron venir a Horacio hichando con la gran rueda de su tticiclo. Al principio el vehiculo se vefa poco; y de Hortensia que venfa detrds de ‘Horacio, sélo se vefa el gran vestido blanco; Hotacio parecia venir en el te y tafdo por una nube. Hortensia st epoyate en el eje que unfa ae prowetias ruedas traseras y tenia los brazos estirados hacia adelante y las manos metidas en los bolsillos del pantalén de Horacio. Bl wicide se de. Peuvo en el centro del patio y Horacio, mientras recibla los aplausos y las clamaciones, acariciabs, com una mano, ef cabello de Hortensia. Después Kratvie a pedalear con fuerze el aparato; y cuando se fueron de nuevo por pel corredor de Jas alfombras y el tricicla tamé velocidad, todos lo mira. ron un instante en silencio y tuvieson Ja idea de un vuelo."En vista del éxito, Horacio volvié de nuevo en diseccién al patio; ya babfen empeza- ydo otta vez los epleusos y Jas risas; pero apenes desembocaron en cl patio al triciclo se le salié una rueda de costado. Hubo gritos, pero cuando bvieton que Horacic no se habla lsstimado, empeztron otta vez las risas y los aplausos, Horacio cayd encima de Hottensia con Jus pies pata arriba hy haciendo movimientos de insecto, Los concurrentes refan hasta las 14 petimes; Facundo, casi sin poder hablar, le decta: —jHenmano, parectas wn juguete de cuerda que se da vuelta pstas bacriba y sigue andando! ), Em seguida todos volvieron al comedor. Los muchachos que trebsja- ban en las escenas de las vitrinas hablan tadcado a Horacio y le pedfan ) que les prestara a Hortensia y el triciclo para componer uns leyenda, Ho- racio ge negaba pero estaba muy contento y los invité a ir # la sala de Jas vitsinas a tomar vino de Francis. ) —Si usted nos dijera lo que siente, cuando estf frente a una escena, le dijo uno de los muchachos— cteo que enriqueceria nuestras expe- ' riencias. | Horatio se habfa emptzede a harmacar ca los pics, mitabe les zapatos de sus amigos y al fin se decidid a deciles: | Eso es muy dificil... pero lo intentaré. Mientras busco la manera de expresarme, les rogarfa que no me bicieran nioguna pregunta mas y q¥e st conformen con lo que les pueds comunicar, : a a —Entendidos, —dijo uno, un poco sordo, poniéndose una mana detrés de le oreja. Todavia Horacio se tomé unos instentes més; juntaba y separaba las manos abiertes; y después para que se quedaran quietas, cruzé los brazos y empezd: —Cuando yo miro una escena... —aquf se detuvo y en seguida ree- nudé ef discurso con une digresién—: (El hecho de ver las mufiecas en vitcines es may importante por el vidrio: eso les da cierta cualided de tecuetdo; antes, cuando podfa ver espejos —ahora me hacen mal, pero serfa muy largo de explicar el porquié— me guatabs ver fas babitaciones que aparecian en Jos espejos). Cuando miro una escena me parece que descubro un recuerdo que ha tenido una mujer en un momento importante de sv vide; es algo asf —perdonen Ja manera de decirlo— como st Je abriera una rendija en ta cabeza. Entonces me quedo con ese tecuetdo como ai le rohata una ptenda intima; con ella imagino y deduzco muchas cosas y hasta podrfa decir que al revisarla tengo la impresién de violar algo sagrado; ademas, me parece que ése es un tecuetda que ha quedado en una persona muerta; yo tengo le ilusién de extraerlo de un cadaver; y hasta espero que el recuerdo se raveva un poco... Aqui se detuvo; no st animé a decirles que é] habla sorprendida muchos movimientos mros. . - Los muchachos también guardaron silencio. A uno se le ocurrié to- marse todo ef vino que le quedabe eu la copa y los demds lo imitacon. Al rato otro preguntd: -—Dfganos algo, en otro orden, de sus gustos personeles, por ejemplo. —jAh!, —contesté Horacio— no creo que por ah{ haya algo que puede servirles pata las escenas. Me gusta, por ejemplo, caminar por un piso de madera donde haya azicar detramada, Ese pequefio ruido. En ese instante vino Maria para invitarlos a dar una vuelta por el jnc- dfn; ya eta noche oscure y cada uno Hevatla una pequefia antorche. Marfa dio el brazo a Horacio; ellos iniciaban Ia matcha y pedian a los demés que fueran, también en’ patejas. Antes de salir, por la puerta que daba al jardin, cada uno tomahea la pequefia antotcha de una mesa y Ja encendla en wna fuente de Lamas que habla en otra mesa. Al ver el respfandor de las antorchas, los vecinos se habfon lasomada al cerco bajo del jardin y gus caras apareclan entte los Arboles ‘como Erutes sospechosas. De pronto Maria ctuzé wn cantero, y encendié luces instaladas en un étbol muy > grande, y apareci6, en lo alto de la copa, Hortensia. Era una sorpresa de Marfa para Horacio. Los concurrentes hactan exclamaciones y vives. Hortensis tenfa un abanico blanco abierto sobre el pecho y detrds del abanico, una hiz que te daba reflejos de candilejas. Horscio le dio un beso a Marla y le agradecié Ia sorpresa; desputs mientras Ios demds se divertlan, Horacio se dio cuenta de que Hottensia miraba hacia el camino por donde é{, vents siempre. Cuando pasaron por ef cerco bajo, Marfa oyd que alguien ex- tre los vecinos, gtité a attos que venfan lejos: “Aptirense, que aparecié la di- 231 funta en un drbol", Tratacon de volver pronto al interior de la case y se brindS por le sorpresa de Hortensia. Marfa ordené a las suellizas —-dos crisdas hermanas— que la bajaran del dcbol y le pusieran el agua caliente. Ya babrf transcurrido une hora después de fa vuelta def jardin, cuando Marfa cupezé a buscar a Horacio; lo encontsd de neevo con los muchs- chos en ef sal6n de las vitrinas. Ella estaba pdlida y todos se dieron cuen- ta de gue ocurrfa algo grave. Marfa pidié permiso a los muchachos y se Hevé a Horacio al dormitorio, All estaba Horténsia con un cuchillo cla- vado debajo de un seno y de la herida brotaba agua; tenla el vestida mojado y el agua ya habia Hegado al piso. Ella, como de costumbre, estaba senteda en su silla con los grandes ojos abiertos; pera Marla Je tocé un brazo y noté que se estaha enfriando, —¢Quién puede babetse atrevido a Wegar hasta aquf y hacer estoP—, preguntaba Marfa recosténdose al pecho de su matido en una crisis de Mgrimas, + Al poco rato se le pasd y se senté en une silla a pettser en lo que harla, Después dijo: —Voy a Hamer a la policfa. —2Pero estés loca? —le contesté Horacio—. »Vamos a ofender asf a todos nuestros invitados por Jo que haya hecho uno? gY vas a llamar a Is policly para decirles que le han pegedo una pufialada a una mufieca y que le sale egua? La digoidad exige que no digamos nada; es necesaria saber perder. La daremos de oucvo a Facundo para que le componga y asunta terminado. —Yo no me resigno, —decla Maris—, llamaré a un detective parti- cular. Que nadie Ja toque; en el mango del cuchillo deben estar las im- presiones digitales. Horacio traté de calmarla y le pidié que fuera a aténder a sus invita- des. Cunvinieron en encerrar la miufiece con lave, conforme estaba. Pero Horacio, apenas salié Marta, sacé el pafiuelo del bolsillo, lo empapd eo agua fuerte y lo pasé por «| mango del cuchillo, - Iv Horacio logrd convencer a Marfa de que lo mejor seria paser en ai Ieacio la pufialada 2 Hortensia. El dfa que Facundo {a vino a buscar, trafa a Luisa, su amante. EHa y Marfa fueron al comedor y se pusieron a con. versar como si abrieran !as puertas de dos jaulas, una frente a la otra y entteveraran los pAjaros; ya esteban acostumbradas a conversar y @scu- chatse al mismo tiempo. Horacio y Facundo se encerraton en el escrito- tio; ellos hablaron en vox baja, uno per vez y como si bebieran, por tur- uo, en wn mismo jarco. Horacio decia: 232 —Fui yo quien le dio [a pufialeda: era un pretexto para mandarla a tu casa sin que se supiera, exectamente, con qué fin. Después los dos amigos se habfan quedado silenciosos y con la cabeza baja. Marfa tenfa curiosided por saber lo que conversaban los hombres; dej6 un instante a Luisa y fue a escuchar a la puerta del escritorio. Creyé reconocet la voz de su marido, pero hablaba como un afénico y no se le entendfa nada, (En ese momento Horacio, siempre con la cabeza baja, le decla a Facundo: “Seré una locura; pero yo sé de escultotes que se hen enamorado de sus estatuas”), Al rato Marla pasé de nuevo por alli; pero sélo oyd decir 2 su marido Ja palabra posible; y después, s Facundo, Ja misma palabra. (En realidad, Horacio habfa dicho: “Eso tiene que ser posible”. Y Facundo le habla contestado: “Yo faré todo lo posible”). Una tarde Marfa se dia cuenta de que Horacio estaba taro. Tan pronto la miraba con amable insistencia come separaba bruscamente su cabeza de la de ella y se quedaba preocupado, En una de Jes veces que él cruzd el patio, ella lo ams, fue a su encuentro y pasdndole fos brazos por el cuello, le dijo: —Horacio, ti no me podrés engafiar nunce; yo sf lo que te pase. —2Qué —contesté él abriendo los ojos de loco. —Estés asf por Hortensia. El se quedé pélido: —FPero no, Marfa; estés en un gtave error. Le extrafié que ella no se riera ante el tono en que Se salleron esas palabras. —St... querido... ya ella es como hija nuestra, —segula diciendo Marfa. El dej6 por un rato fos ojos sobre Ia cara de su mujer y tuvo tiempo de pensar muchas cosas; miraba todos sus rasgos como si repasata los tincones de un lugar a donde habla ido todos los dfas durante una vida de felicidad; y por ultimo se desprendié de Marla y fue a sentarse a la salita y a pensar en lo que acababa de pasar. Al principio, cuando creyé que su mmjer habla descubierto; su ‘entendimiento con Hortensa, tuvo la idea de que lo perdonaria; pero|al mitar su sonrisa comprendié e) inmen- so disparate que serla suponer a Marfa enterada de semejante pecado y perdondndola, Su cara tenfa Ja'tranquilidad de algunos paisajes; en una mejilla habfa un poco de luz dorada de! fin de la tarde; y en un pedazo- de la atra se extendfa la sombra de ls pequefia montafia que hacia su nariz. El pensé en todo lo bueno que quedaba en la inocencia del mundo y en la costumbre del amor; y recordé ta ternura con que reconocfa Ja cara de sa mnuijer cada vez que él volvia de las aventuras con sus mufiecas. Pero dentro de algin tiempo, cuando su mujer suplera que él no sélo no tenfa por Hortensia ef cariio de un padre sino que quetfa hecer de ella une amante, cuando Marfa supiera todo el cuidado que él hebfa puesto en organizer su traicién, entonces, todos los lugares de la cara de ella 233 r » seslan destrorados: Marfa no podria comprender tada el mal que babla , encontrado en el mundo y en Ia costumbre del amor; ella no conocerla p a su matido y el horror Ja trastornarfa. Horacio st habla quedado mitando una mancha de sol que tenia en ) Ia manga del seco; al retitar la mange In mancha habla pasado al vestido p de Meria come si se hubiera contagiado; y cuando se separé de ella y empexé a caminar hacia la salite, sus érganos parecian estar revaeltos, b cafdos y pesando insoportablemente. Al sentatse en uns pequewia banquets » de la salitz, pensé que no eta digno de ser recibido por la blandura de un taueble familiar y se sintié tan incémodo como si se bubiera echado ) encima de una cristura. El también eta desconocida de sf mismo y re cibfa una desilusién muy grande al descubtir Ie matetia de que estaba } hecho, Después fue a sit dormitorio, se acosté tapindose hasta la cabeza p y contra lo que hubiers creda, se durmis en seguida. Marfa hablé por teléfono a Facusda, > —Escuche, Facundo, eptitese a tratt @ Hortensia porque si no Ho- » racio se va a tnfetmar. —Le voy ¢ decir una cosa, Matla; la pufialada ha interesado vias muy ) importantes de Ia circulecién del agua; ao se Pucde andar ligero; pero haré Yo posible para Hevarsels cuanto antes. ' Al poco rata Horacio se desperté; un ojo le habia quedado frente a un pequefio barranco que haclan las cobijas y vio a lo lejos, en Ja pared, el reteato de sus padres: ellos babfan estafado: él era como un cofre en el cual ef vez de fortuna, habfan dejade yuyos ruines; y ellos, sus padres, eran como dos bandidos que se bubieran ido antes que él fuera grande y s¢ descubriers el froude, Pero en seguida estos pensamientos le parecie- rott monstruosos. Después fue ala mesa y trata de ester bien ante Marla. Ella le dijo: |} Arist a Facundo para que tajers pronto a Hortensia. | Si ella supiers, se dijo Horacio, que contribuye, spurando el momen- to de traer a Hortensia, a un placer mfo que serd mi traicién y su locural ) El daba vuelta la cara de un Jado para otro de Ja mesa sin ver nada y somo un caballo que busca Ja salida con ta cabeza. —eFalta algo?, —pregunté Marla. | —No, aqui estd, —dijo éf tomando a mosteza. Marfa pensS que si no ts vila, estando tan cetéa, ara porque él se sentfa mal. + Al final se fevatité, fue hacia su mujer y se emperd a inclinar lenta- mente, hasta que sus labios tecaron la mejilla.de ella; patecfa que ef beso bubiera descendido en paracafdas sobre una planicie donde todavia exis. tha Ja felicidad, Esa noche, en Ja primera vittine, babfa una mufeca sentada en ef césped de un jardin; estabe rodcada de gtandes esponjas, pero le ectitud de ella cea ta de estar encre flores. Horacio mo tenia genes de penser ca et 234 destino de esa mufieca y abrié ef cajoncito donde estaban lan leyendas: “Esta mujer es tuna enferma mental; no se, be podide averignar por qué ama las esponjss”. Horacio dijo para sf: “Pues yo les pago para que averigtien”. Y al rato pensé con acritad: ‘Esas esponjas deben simboli- zat la necesidad de lavar muchas culpas”. A In mafiane siguiente se des- perté con el cuerpo arrollado y recordé quién era 4, ahora, Su nombre y apellide le parecieron diferentes y los imagind escritos en un cheque sin fondos. Sa cuerpo estabs triste; pa le habla ocurrido algo parecido, una vez que un médico Je habia dicho que tenia sangre débil y un corazén chico. Sin embargo squella tristeza se le habla pasado. Ahora estiré las piernas y pensd: “Antes, cuando yo era joven, tenfa més vitalidad para defenderme de los remordimientes: me importaba mucho menos el mal que pudiera hacer a los demés. yAhora tendré Ia debilidad de los afios? No, debe set un desarrollo tardin de los sentimientos y de [a vergiienza’. Se fevanté muy alivindo; pero sabfa que los remordimientos serian como nubes empujadas hecia agin Suget del horizonte y que volverfan con Ja - Vv Unos dfes antes que ttajeran a Hortensis, Marla sacaba 3 pascear # Hotacio; querfa distraerlo; pero al mismo tiempo pensaba que él estaba triste porque ella no podfa tener una hija de verdad. La tarde que tra jeron a Hortensia, Horacio no estuve muy carifioso con ella y Marfa volvié a pensar que ta tristeza de Horacio no era por Hortensia; pero up mo- mento antes de cena ella vio que Hotacio tenfa, ante Hortensia, una emociGn contenida y se quedé tranquila, El, antes de ir a ver a sus mu- fiecas, le fue a dar un beso a Marfa; Ia miraba de cerca, con los ojos muy abiertos y como si quisiera estar seguro de que no babfa nade rato escondida en ningtin lugar de su cara, Ya habian pasada unos cvantos d§as sin que Horacio se hubjera quedado solo con Flerteusia, Y después Marfa recordarta para siempre la tarde en que ella, un momento antes de salir y a pesar de no hacer mucho, frie, puso el agua caliente a Hortensisa y ia ecosté con Hotecio para que @ durmiera confortsblemente Ja siests, Esa misma noche él miraba los rinconea de la cara de Marla seguro de. que pronto setfan coemigos; a cade instame él hacia movimientos y pasos mis cortos que de costumbre y como si se prepatara para recibir el indicio de que Marfa habia descubierto todo. Eso ocurrié una mafiana. Hacla mucho tiempo, una vez que Maria se qucjaba de Ia barba de Alex, Hors- clo le habla dicho: —+Peor estuviste ti al elegir como crindas a doa meliizas tan pa- recidas! ¥ Marfa te habla contestado: 235

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