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A propósito de los 80 años de García Márquez

[Martes] 6 de marzo de 2007

Hoy cumple 80 años Gabriel García Márquez. Me he enterado que su primera llamada de
felicitación ha sido de aquella "mamá grande" de muchos, la apreciada Carmen Balcells, a quien le
tengo un enorme cariño. El primer manuscrito de Cien Años de Soledad que alguna vez viajó en un
saco de correo iba dirigido a ella, en España. Primorosamente, Carmen ha sacado de nuevo
aquella ficha de recepción de la novela que cambió la literatura hispanoamericana, y que
recientemente ha tenido una repercusión universal (luego de 40 años de venir haciéndolo). La
fecha de la ficha: 1966, apenas un año antes de que Losada sacara la primera edición, donde
aparecía un galeón español que sobresalía entre la maleza, y cuya primera edición se agotó en
menos de un mes. Pero hay quienes pueden recordar aún más: Álvaro Mutis, el poeta colombiano
galardonado con el Premio Cervantes hace unos años, que se había exiliado en México un tiempo
antes huyendo de sus líos con la Esso, entre otros motivos.

Aracataca, un villorrio miserable en la costa colombiana, del otro "lado de la Sierra", es decir, del
lado opuesto de la Sierra Nevada de Santa Marta, que en los mapas parece dar al mar, despertó
con fandangos y orquestas, y hasta el alcalde ha recibido la buena nueva que, Gabito, por fin ha
aceptado que su pueblo natal, aquel del que llamaría "cagadero de pobres", le rinda un homenaje,
y ya se ha puesto en marcha la contratación para erigir su escultura. No sólo esto, sino la propia
casa del Premio Nobel de 1982, blanca, de techos bajos, tan frágil a veces bajo los árboles que en
novelas posteriores a su opera prima el escritor describiría nuevamente. Sus hermanos y
hermanas, han recordado las múltiples reuniones que el mismo García Márquez bautizó como de
"guapas". Muchos han desempolvado sus libros, incluso las primeras ediciones de El otoño del
patriarca o La mala hora, y han mostrado en crónicas y notas de anécdota publicadas en muchos
periódicos y revistas los tesoros con las firmas del propio gran escritor, y todas varían, pues García
Márquez no siempre firmaba igual, una vez escribía "Gabo", otra "Gabriel" y otra una "G" precedida
de una línea que pareciera más bien marcar la vida.

Personalmente al homenajeado lo conozco, pero me gustaría haberlo conocido más. También, sus
hijos, que se mantienen en la sombra del padre, incluso los amigos mismos del novelista, amigos
de viejo, amigos que tienen toda la autoridad para llamarlo "Gabito". Me refiero a Ramiro de la
Espriella, mayor que el propio García Márquez por apenas unos años, y que ha sido mentor y casi
"abuelo" (como él mismo le gusta llamarse cuando piensa en mí), de historias que no se han
escrito y quizá ni se escribirán. Ramiro de la Espriella es uno de aquellos últimos hombres nacido
en Cartagena de Indias de buena familia, es decir, por sus venas corre la sangre española de los
Virreyes que decidieron quedarse en la ciudad amurallada en el Caribe, y así evitar a toda costa las
perpetuas "nieves" de la capital, la antigua Santa Fe de Bogotá, en el centro del Virreinato de la
Nueva Granada. A principios del siglo XX, quedaban estas familias (Emiliani, etc.) con toda la gloria
de su sangre, enormes mansiones, tierras por doquier, y la vocación histórica por un conocimiento
universal. Al llegar Gabito a Cartagena de Indias por primera vez, entre sus alianzas principales
estuvo la de mi querido Ramiro. Fue él con sus hermanos quien introdujo a García Márquez a los
círculos culturales de la ciudad. Fue él quien le brindó la maravilla del librero, un conocidísimo
español de exquisita cultura que vivía en la ciudad, y que estaba entre los pocos que hacia
principios de los años 40 importaba libros de todas partes del continente. Fue en esas ediciones,
que el joven festivo y folclórico de esos años, conoció a su maestro, William Faulkner, que ya había
tenido su "momento" en Estados Unidos (durante las décadas de los 20 y 30), y que hacia 1947, el
joven Gabo, ya periodista (empírico), pediría en su columna firmada como "Dédalus" el Premio
Nobel al importante escritor sureño. Ramiro recuerda con vivos detalles la vestimenta de García
Márquez por esa época, sus chaquetas ordinarias de colores, sus pantalones blancos o verdes,
sus zapatos de polacos, sus medias de un color verde exótico o un rojo demasiado vulgar. Alguna
vez me dijo: "Mi padre fue quien le puso el apodo de «valor civil» a Gabito. Nosotros lo invitábamos
a nuestra finca cerca de Cartagena, y él iba con un manuscrito que más bien parecía un pergamino
debajo del brazo, y como el anunciante de una corte egipcia lo desenrollaba y nos leía todo lo que
escribía, la zaga de las generaciones de una misma familia... Muchos años después, esos rollos a
los que mi mamá les hacía observaciones (y él confesaba "sí, hay que apretarle las tuercas a
esto"), serían Cien Años de Soledad". En efecto, históricamente comprobado ha sido que aquel
manuscrito que leía Gabo hacia mediados de los años 40 y titulado "La Casa" sería, en 1967, la
única novela que ha sido comparada con el Quijote de la Mancha. Recientemente, la
intelectualidad mundial (que a veces suele elevarse y sí, aislarse de tal modo que nos recuerda "La
torre de márfil"), 125 firmantes especialistas escogieron esa novela (Cien años...) entre las 20 más
grandes de la historia de la humanidad. Nuestra lengua, nuestra amada lengua, española, español,
pero sobretodo, deliciosamente castellana (al menos aquí en Colombia), únicamente fue
representada por Don Miguel de Cervantes y por Gabriel García Márquez. Ambos castellanos. Y de
los 20 autores reconocidos, sólo uno está vivo; y sobra decir quién es.

Ramiro de la Espriella, al igual que su socio José Salgar (ex director del diario El Espectador, del
que fue periodista García Márquez) tiene numerosos recuerdos del Premio Nobel, incluso algunos
de las numerosas fiestas nocturnas en las que participaban: "Gabito solía meterse a los patios de
las casas y se robaba las gallinas, y luego regresábamos al lugar donde estabámos bebiendo y
hacíamos un sancocho con ellas". Sancocho, una sopa con pedazos de gallina cocida, yuca,
ñame, plátano, y condimentos. También recuerda con nostalgia su viaje a Europa en el que
continuó sus estudios de derecho, primero en la Londres de Churchill (London School of
Economics) y Paris (Sorbona), desde donde como corresponsal de El Espectador, enviaba
crónicas a Bogotá. Luego Ramiro recuerda: "Ya me había casado, había terminado mis estudios
en Inglaterra y Francia y debía regresar. Tenía proyectos políticos. Así que, como me había
mantenido en contacto con Gabito, y lo quería mucho, envié algunas cartas de recomendación a El
Espectador, él se consiguió otras y me reemplazó como corresponsal en París". Así, García
Márquez llega a París como corresponsal de prensa (algo que nunca ha sido dicho muy claro).
Apenas unos meses después, la dictadura colombiana cierra el diario El Espectador. Gabo se
queda sin sustento, la comunicación con Bogotá es precaria, nunca olvidaría el bullicio del barrio
Latino de París, con todos los exiliados hispanoamericanos que en aquel entonces habían hecho
del distrito su hogar huyendo de la represión, viviendo en la pobreza. La angustia de no tener
dinero con qué comer, de esperar siempre ese cheque que nunca llegaba, lo lleva a alucinar como
a Miró (con hambres horribles, surrealistas) lo llevó a pintar sus mejoras obras. Surge, la mejor
novela corta jamás publicada en América Latina, "El coronel no tiene quien le escriba", que
incialmente presentada a Gallimard para su publicación, fue rotundamente rechazada. Alguna vez,
el mismo Gabo recordaría amárgamente que la había enviado a Gallimard creyendo que Jorge Luis
Borges la leería. Pero Borges mucho tiempo antes había abandonado sus actividades de editor.
Así que un tal de la Torre (famoso incluso), le escribió una nota de vuelta en donde le sugería a
Gabo "dedicarse a otra cosa". Él confiesa que si Borges le hubiera escrito esas palabras, quizá
verdaderamente hubiera dejado la escritura y se hubiera dedicado al periodismo.

Hoy finalmente cumple 80 años Gabriel García Márquez, quien me escribiera en una dedicatoria a
la primera edición de La hojarasca, que apareció en una minúscula edición en mayo de 1955, con
la cubierta pintada por Cecilia Porras, pintora cartagena, y 4 años después de haber sido terminada
(e inspirada en As I lay dying, de Faulkner), "A Max, que escribe mejor que yo", cuando ni siquiera
tenía yo un prospecto de ser algún día escritor. ¿Acaso vaticinaba algo? Nadie lo sabe, y hoy me
pregunto realmente por qué lo escribió, cómo fue que se confundió. Lo que si es cierto, un dato
más para los arqueólogos de vidas: tanto Gabito como yo, somos piscis.

Publicado por © La Redacción de Adentro y Afuera   

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