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Il: EL IMPERIO DE LA MUERTE Me “El pueblo argentina ha cometido pecados que sélo se pueden redi- mir con sangre.” MonseRor Bowaninr Base Aérea de Chamical, La Rioja, 1?de enero de 1976. < » “Habla comenzado la guerra. Una guerra oblicua y difereme, una 1 guerra primitiva en sus procedinientos pero sofisticada en su crueldad, una guerra a la que nevimos que acostumirarnos de & poco, porgue no era facil admitir que el pals entero se vela forzado a una monstruosa imimidad con la sangre.” Ewniio EDvarbo Massers, 2 de noviembre de 1976. in vio de sangre separard a los mititares dei pueblo argentino. El sobierna militar no tiene posibilidades de derrotar al movimiento de masas [...} El paso dado por los militares clausura definitivamente toda Posibilidad electoral y democrética y da conienzo a un proceso de gue- ra civil abierta que significa un salto cualitarivo en el desarrolio de amuestra lucha revolucionaria.” El Combatiente, n® 210, 30 de marzo de 1976. 1. El colapso de la guerrilla La escalada de violencia registrada a lo largo del trienio peronista preparé el terreno para el golpe y para Ja puesta a punto y plena instrumentacién del Plan sistemético de represi6n y aniquilamiento que las Fuerzas Armadas conci- 67 a bieron con cuidadoso detalle, pusieron a prueba en la provincia de Tucuinén durante 1975, y extendieron a todo el pais con celo metédico entre fines de ese afio y 1979. Los propios uniformados no fueron ajenos a la evaporacién del control legal sobre el uso de Ia fuerza, en medio de Ja cual zozobré ct régimen constitucional. Antes bien, tuvieron una activa participacién tanto en la forma- cin y sostenimiento de las bandas paramilitares y del terrorismo de ‘derecha que previamente al golpe hicieron una ingente coniribucién a la extincién del monopolio de la violencia legitima, como en la propaganda y los atentados dirigidos a crear el clima de guerra civil en que se incubaron la toma del poder yel terrorismo de Estado. En el marco de dicho plan, la guervilla desemperié un papel trégico, tanto para la mayor parte de sus integrantes como para el movi- mienio social del que ella se alimenté en sus comienzos y que, a esa altura, pugnaba con desesperacién por déjar ards tan riesgosas intimidades. Es asi que. si bien el conjunto de los proyectos revolucionarios, armados y desarma- dos, que habian florecido a principios de los setenta yacfan dervotados ya tiem- po antes de! golpe, la polarizacién ideolégica que ellos habfan fogoneado, la virulencia de los actos punitivos, intimidatorios y de represalia que los tenfan sucesivamente por victimas 0 victimarios, y Jos exagerados temores a una in- minente revolucién social que habjan sabido agitar entre Jos defensores del osden perduraron lo suficiente para disolver, a la vista de amplios sectores so- ciales y politicos, toda disonancia politica, moral o temporal entre “la derrota de la guerrilla” y “la aniquilacién del enemigo subversivo”. En el curso de 1975, las dos organizaciones guerrilleras mas poderosas, el Ejército Revolucionario de] Pueblo (ERP) y Montoneros, decidieron intensifi- car la “militarizacién” dé sus cuadros y militantes y de sus acciones. Ello reve- 16 su ineapacidad para advertir ia profundidad e irreversibilidad del repliegue del movimiento social, que despunté ya con la masacre de Ezeiza y se profun- diz6 con el Rodrigazo, interrumpiendo la expansién organizativa y Ja sostenida combatividad que habian dado impulso, tanto en este movimiento como en aquellas organizaciones, a sucesivos “saltos cualitativos” a partir de 1969. Las organizaciones encararon la coyuntura previa al golpe, mds bien, con la firme conviccién de que se trataba tan s6lo de un momento de confusién pasajero, del que se podria sin duda sacar buen provecho, dado que resultaba de Ia ban- cazrota definitiva del sistema institucional y de la dirigencia politica enemiga: lacrisis del gobierno de Isabel y la intervencién directa de las Fuerzas Armadas aceleraria el proceso revolucionario hasta la fase siguiente, que consistirfa, ine- vitablemente, en una ingurrecci6n de masas ya no limitada a una ciudad o una fabrica, sino extendida a todo el pats y orientada a la toma del poder. Nutrién- dose de sus todavia caudalosas periferias dispuestas a tomar las armas, ERP y Montoneros fusionaron to politico en lo militar (Perdia, 1997),e intensificaron sus acciones dirigidas a goipear simult4neamente a las fuerzas represivas y a Jos “enemigos politicos y de clase”, con el objeto declarado de mantenezlos a1a ! 68 {a organizacién Montoneros desflando en el operaivo Dorrego, ato 1973 defensiva y alentar a las masas a acompaiiarlos en él nuevo “salto cualitativo”. Con esta idea, lanzuron ataques espectaculaies contra abjetivos militures que, is que ditigidos a ganar posigiones estratégicas en ese terreno, apuntaban @ taba eace anata de combate, Raraddjicamente, cuenta mds atencién se pres- taba a este objetivo, menos dispuestas estuvieron estas organizaciones s ween, tee aes Pasos contlevaban un dramético desgaste del prestigio y solidaridad ue habfan sabido ganaise en Ta etapa previa gn amplios sectores sociales v gue perdian tan rapido como éstos advertian que la guerrilla era incapaz de brotegerlos de Ja represin y, més bien, atrafa y acrecentaba el peligro). y de ous “ por Ia una estrategia bien distin, Fue precisamente entonces, garantizada tanto la impo. Binds tencia politica y militar de la guerrilla, como su omnipresencia fantasmal, ate- 2 morizadora y para muchos justificatoria de la represi6n, que se desaté con furia ‘a intoe sistemdtica la matanza. wevia, y La desproporcién entre las bajas causadas por la guerilla y las que ésta yla reatiiza- militancia de izquierda sufrian se volvié abismal durante 1976: en ese afio se apresio- produjeron 167 muertes en alaques guerrilleros, entre policias y militares (111 slocidad desde el golpe), y 1.187 muertos Por las fuerzas de seguridad, de los cuales Ja ria mili- mayor’ parte eran detenidos 0 secuestrados gue luego aparecian muertos en hos me- enfrentamientos fraguados."° A los que debemos sumar las miles de personas 1 tiempo i en gran rados para aprovecharla, Este es el sentido de las feflexiones que hacia Mario Firmenich ante ria pero- Garcia Marquez: “Hicimos [...j nuestros edlculos de guerra, y nos preparamos a soportar, en el 2laorga- brime; sf, un ndmero de pérdidas humanas no inferior a 1.500 bajas. Nuestra previside eva ming de sta: lograbamos no superar ese nivel de pers, podfamos ener la seguridad de gue tarde o no véfan temprane venceriamos. ;Qué sucedié? Sucedié que nuesteas pérdidns han sido inferiores a To 1 militan- revisio. En cambio, en ef mismo perfodo, Ia dictadura se ha desinfiado, no tiene mae via de | “aliés, mientras que nosotros gozamos den gran prestigio entre las masasy somosen la Argen, i tina 4 opci6n polfiea més segura para el futuro inmedinto”. En un documento fechado el 11 de | ssnisladis, noviembre de 1976. ¢1 Consejo Nacional de Ia organizacién informa que “a cantidad ce hajas se | surante ese. ialendré er los ritmos aewales pero su ineidencia cualitaiva serd sustaneialmente inferior por | fos “imuer- 'h capacidad de regeneracién v el crecimiento politico. E} enemigo fracasird en su iniento de | + CerCo y aniquilamienta ¥ nosotros avarzaremos en su desgaste y fractura” (citado en Larraquy y 1 ayasiduae Cabaliero, 2001). : 976 que e! 10. Da prueba de Ia capacidad militar ea) de In guerrilla desde 1976, en cuanto al mimere d¢ F quencia de combatientes y a los recursos logis riales a.su disposicién, ta baja proporcién de | su muerte: $2805 en que Ins “operaciones antisubvarsivas” (v.g., los rastillajes y secuestros) encontraron ottabernos Sposicién armada. De las 11} bajas mormles de las fuerzas legales desde el golpe, poco mis de tuna Veintena se produjeron én enfrentamientos. El resia corresponde a atentados indiserimi os con los que malamente | la preiendié mosirar que sezuia combotiendo y pda devol- Yer los golpes (y que le significaron mayor descrédito y aislamiento). Andersen (1993) incluso “73 i 4 que fueron secuesuradas y (A snecen hasta hoy desaparecidas: seaiin datos de Ja CONADEP. sélo en 1976 las desapariciones sumaron mas de 3.500 casos. Completan el cuadro los cientos de'personas que pasdfon a engrosar Jas 1i de detenidos a disposicién del PEN, y Ja huida al exilio'de miles de activ politicos de todo tipo (diversos estdios coinciden en afirmar que, entre 1975 y 1980, habrfan tomado el camino dei exilio, motivadas por la persecuciéa poli- tica, entre 20.000 y 40.000 personas). Montoneros todavia conserv6, durante €] primer aio de] Proceso, cierta capacidad operative, pero era ya a todas iuces incapaz de lanzar operaciones en gran escala 0 hacer frente a la ofensiva de los militares. Por Jo tanto, focaliz6 sus menguadas fuerzas en blancos indiscrimi- nados, recurriéndo a ticticas espectaculares que requirieran un minimo de movilizacién de personal. Entre junio y noviembre hizo explotar cuatro bom- bas, con las que mat6 cerca de cuargpya poiicfas. En diciembre, sus atentados volvieron a golpear al Ejército, provocsndole quince inuertes y varias decenas de heridos. EI panorama de exterminio se agudizaria atin mas al afio siguiente. A doce meses del golpe, e! ERP prdcticamente habfa desaparecido y la uctividad ofen- siva de Montoneros era ya casi nula: durante 1977, sus células cometieron unos pocos atentados con bombas, algunos de ellos en “respaldo a las luchas de los, trabajadores” (en una nueva “ofensiva fabri!” pretendidamente en apoyo de los obreros que se arriesgaron a protagonizar algunos conflictos a fines de 1976 yeni los meses siguientes), y causaron alrededor de cuarenta bajas mortales a las Fuerzas Armadas y de seguridad. Mientras, las muertes en enfrentamientos fraguados y los secuestros se siguieron contando por cientos y miles respecti vamente: la CONADEP registra en esos doce meses cerca de 3.000 desapari- ciones. En marzo de 197%, informes de Montoneros reconocfan haber suftido 2.000 bajas desde el golpe (lo que desmentia el optimismo de Firmenich), mien- was que para agosto de 1978 ya se hablaba de 4.500. incluyendo, sin duda, en ese ntimero una cantidad considerable de personas que estadan muy periférica- menie vinculadas a la organizacién, o que directamente no tenfan nada que ver con ella (véase Gillespie, 1987)."! iviza estos datos, idemtificande varios casos de decesos accidantales, 0 provocados por los propios militares, que se contabilizaron como “caidos en combate”; juego al que se prestaron en ‘ocesiones las grupos guertlieros, que de este modo Jograban “inflar" el balance de sus o nes. Digamos, ademds, que, en un alto porcentaje, los secuestros no encontrarsn oposiciGn ar- mada debido a 1a desproporcién de medios a favor de los grupos de taress y ai cortel de los perseguidos de salvar sus vidas. 11. Gillespie también atribuye 1 Montoneros, siguiendo informacin proporcion: organizacion, algunos atentados contra funicionarios gubemanientales que en verdad fueron re- sultado de ias lucitas internas dal régimen. Ejemplos de ello'soh los bombazos contra Juan Ale- mana y Walter Klein (hijo), integrates del equipo ecoudinico de Martinez de Hoz (volveremos 76 AA —— EI derrumbe guerrillero evidencia no sélo la eficacia de la estrategi subversiva. sino la debilidad politica de esas organizaciones, peligrosaineniess inelinadas hacia el militarismo y el mesianismo. Como hemos dicho, a,peidei=—=-= pios de 1976, sus vinculos con el movimiento de masas, otrora bastante flu=== = dos, estaban debilitados y expuestos a la represién, y sus cuadros, en generak=——= desorientados, al mismo tiempo sometidos jerérquicamente y aislados de su conduccién, confiados en una estrategia que les impedfa comprender lo que estaba sucediendo como para poder reaccionar frenie a la inesperada contun- dencia del plan represivo. La experiencia de los afios previos, 0 al menos las ensefianzas que habjan extrafdo de ella, los alentaba a dar por supuesta la imba- ts tibilidad de sus organizaciones y de 1a voluntad insusreccional de las masas, y a ello los inhabilitaba para concebir siquiera la idea de un cambio de estrategia. e El ideario montonero, no menos confyso que el més tradicional peronista, con te asp « . tenfa suficientes componemtes redendionistas, utopistas y extremistas, tanto de le origen marxista como cristiano, como para justificar el autosacrificio por la ¥ causa, Algo semejante puede decirse del guevarismo del ERP. Pero eso no se - adecuaba a orientar la accién de modo eficaz en medio de la masacre,? ia En particular en ef caso de Montoneros, la acelerada y desordenada incor- poracion de militantes que la organizacién habia realizado en la etapa previa, y la | superposicién de su estructura celular alas muy ampiias y abiertas organiza~ * ciones de masas de la izquierda peronista, ayudan a explicar tanto el impresio- 1 hante niimero de vietimas acumuladas en tan corto tiempo como la velocidad la cén que muchas de ellas cedfan a la tortura y permitfan que la maquinaria mili- mn tar avanzara en su plan de aniquilamiento. Aungue encuadraba a muchos me- s nos, habfa movilizado 2 decenas de miles de j6venes (y durante un tiempo cont6 con la simpatia de mijchos més), gravitando y confundiéndose, en gran medida, cop las multitudinarias agrupaciones de la juventud universitaria pero- nista, los frentes villeros y demés “frentes de masas”. La militarizaci6n de la orga- te at hizacién, implementada en forma acelerada en el curso de 1975, termind de ® desdibujar esas fronteras. Ello colabord para que a Jos militares, que no vefan ke tuna sustancial diferencia entre guerrilleros armados y simpatizamtes o militan- ke ms, jer sobre este tema mas adelante). En el curso de 1978 realiz6 todavia aleunas operaciones aisladas, ae que en Conjunto provocaron seis bajas mortales al aparato militar y de seguridad. Durante ese. . aio se produjeron todavia poco menos de 1.000 desapariciones, segiin Ja Conadep, y los “muer- le tos en enfrentamienios” desde el golpe sumaban Irededor de 2.000. y 12, No se equivocaba Carta Politica, publicacién orientada por Mariano Grondona y asidua- . mente consultads por los altos mandos, cuando advertia en su editorial de mayo de 1976 que el te efectivo aniquilamiento delos gropos guertilleros estaba siendo favorecido por la renuencia de a le Jos mismos a replegurse. El propio Roberto Santucho lo reconcefa poco antes de su muerte: = “nuestro principal error fue no huber previsto el reflujo del movimiento de mases, y no hhabernos le gado” (citado en Calveiro, 1998), * ok a) 77 AL tes desarmados, les resultara sencillo arrojar sus redes sobre Jos segundos para climinar a los primeros y a su “periferia”, siguiendo el método infalible que encadenaba el secuestro, la tortura y la delacién, conduceme a nlievos sécuestios, Remarquemos ademés que, desde un principio, ERP y Montoneros habian considerado el ejercicio directo.de la represién y del gobierno por los militares sefial de la intensificaci6n de la lucha revolucionaria, el comienzo de una“ rracivil abierta”, y un cambio de escenario favorable respecto de lo que habia venido sucediendo entre 1974 y 1975, Esenciaimente, porque expondria al apa- rato represivo a actuar sin mediaciones politicas, lo que relegitimaria la lucha armatia (dejando atrds las equfvocas consideraciones al marco constitucional, se recrearfan las “condiciones favorables” de que se habia disfrutado entre 1966 y 1973) y forzaria a las masas a alinearse con la revalucién frente a la reaccién, Complemeniariamente, porque a diferencia de las bandas paramilitares, el ad- versario seria ahora visible, usarfa uniforme ¥ podrfs igado a respetar, sino Ja Jey constitucional, al menos la iey de ia guerra, Cometian sin duda un grave error de célculo respecto de} cuadro de derrota y desarticulacién que el fin del gobierno peronista impondria al movimiento de masas, y también de los objetivos y métodos escogidos por los militares, Teniendo en mente Ja repre- sién deQngania, la guerrilla esperaba seguramente detenciones masivas, Ia prdctica de la tortura en el periado previo al “blanqueo” de los prisioneros, y condiciones rigurosas de detencién, que podrfan incluir, como habia sucedida en el pasado, el aislamiento y la “ley de fugas” (el asesinato de detenidos simu- lando intentos de evasién). No imaginé ia cacerfa humana sistemética por parte de.un ejército clandestino déjrepresores y, por lo tanto, no hizo nada por preve- nirla, sino a) contrario, colaboré a crearle un marco favorable. Peor aun, la evi- dencia ya previa al golpe de que un niéimero creciente de militantes eran sor- prendidos en la calie, en sus casas o wabajos y tragados por Ja méquinaria represiva sin dejar rastro.(hechos que, obviamente, conocfan los jefes gueri- eros: por eso Montoneros impuso a sus militantes llevar pastillas de cianuro, para frenar las delaciones, véanse Anguita y Caparrés, 1998: Calveiro, 1998; Lépez Sanchez, 1999) chocé contra la autoimagen de invencibilidad, la con- fianza ciega en los diagnésticos, objetivos y estrategias adoptados, y la atin més ciega creencia en el vinculo estrecho e indestructible que supuestamente unia la guerrilla con las masas. Sumidas en este mundo de ilusiones-que habfan Jevantado Jadrillo por ladrillo con exaltado entusiasmo y que las dejaba cada vez més aisladas en su acritica contemplaci6n, las organizaciones se conven- cieron de que cuanto peor fuera la represién, mas potente seria la reaccién del pueblo, y'no pudieron advertir lo que ya entonces era evidente para cualquier observador minimamente atento € informado: nada parecido a un mevo Cor- dobazo podria nacer del campo yermo que dejaba tras sus pasos el Proceso. En el ocaso, la tragedia que embargaba a Montoneros se agravé con ios delirios incesantes de sus jefes. Refugiados en el exilio entre fines de 1976 y - 78 AS comienzos de 1977, pretendieron “suceder al peronismo en la cont las‘luchas populares”, entendiendo que el movimiento “habfa muerté™Core pee od eo desaparici6n de Perén y la “traicién de Isabel y Lépez Rega” (documentos de eee octubre de 1977, citados en Gillespie, 1987). Sus publicaciones afirmaban ques —— an Nite “hoy, el Peronismo Montonero es mayoria dentro del peronismo” y obser ban, en noviembre de ese affo, un “crecimiento de nuestras estructuras en todos Jos frentes”. Segin esta grandilocuente impostura, Ia crisis de la dictadura era 2s politicas *principios inminente y Ilevarfa inevitablemente alos obreros y las masas populares a arro- oe inks jarse en brazos de ia organizacién. La fundacién, en abril de 1977, del Movi- | Stans miento Peronista Montonero y de Ja “CGT en ta Resistencia” apuntaba a dar | Seguridad, una correcia acogida alo que, ademds de improbable, habrfa sido sin duda una |, Sasoidena muy temeraria, por no decir suicida, reacci6A de las masas.'* Ei colmo de este | ia de esta delirio Hegaria con Ja Hamada “contraofensiva” de 1979. Dos afios antes, una | oleialss y buena parte de los montoneros que segufan con vida habia abandonado el pais, |, closeuales ndo los pasos de sus Ifderes. Muchos de elios se reunieron en México y ‘i ay t Foes en pafses europeos donde lograron refugiarse. Gillespie (1987) estima que la I Mia ist organizacién reagrupé a 1.000 de sus miembros, aunque esto es seguramente |. oMiguel., exagerado. Evaluando que ja ‘‘dictadura se tambaleaba” y que no tardarfa en 1 see caer, la conduccién dio ia orden a sus militantes de regresar al pais para organi- 2 SIDE, zar la resistencia de Jas masas y lanzar “ataques fulminantes” contra el régi- | SEOVINENBS, men. El llamado 2 un paro nacional por la Comisién de los 25, sector modera- | a sus:dos damente combativo del sindicalismo peronista, en abril de 1979, alent6 las | y-su huida expectativas de un inminente levantamiento popular que tendria su centro de | Berto Villar gravitacién en el cordén industrial del gran Buenos Aires. Alli se focaliz6 la | ae de la operacién guerrijiera, con la esperanza de disparar una amplia movilizacién | Ie los aiios obrera que avanzaria sobre la capital. Nada de eso sucedié, y al menos cien | en, 1986), montoneros fueron sectiestrados y muertos. E] fracaso resonante de Ja contrao- | haerense y fensiva hizo mds visibies las fracturas que ya se venfan anunciando desde tiem- | +y Buenos po antes. Dos grupos disidentes denunciaron el militarismo y la falta de demo- | zuando sus cracia interna y crearon sus propias organizaciones. Esta tiltima sangria signi | cbt x" 1 altura, ficé la definitiva bancarrota del Ejército Montonero. Los rumores sobre en- cuentros y acuerdos entre sus Ifderes y la Armada (en Jos que probablemente, 2 guiabs al twales, como 13, También se dispuso el uso obligatorio del uniforme montonero, pare “contintar mulripli- Rodolfo Or cando nuestra representativicind y prestigio en el Pueblo Argentino” y entendiendn que. a partir les tegatistas del “éxito de Ja maniobra de Defensa Aciiva [que] hizo detener Ia ofensiva del enemigo™ era hors [ asesinato de ! de iniciar “una nueva maniobra consistente en la preparacién ée la Contraofensiva Popular con- vofes, que ve tra Ja Dictadura” (resolucién 001/78, citada en Anguita y Caparrés. 1998). Sélo unos pocos Girigemtes advirtieron Jo absurdo de esas apuestas. Entre ellos el escritar Rodolfo Walsh, quien sada en estas enmarzo de 1977 éenuncié la masacre en curso en una “Carta abierta aia Junta Militar”, Walsh Mi concepto ‘muti6 poco después, resistiende su secuesiro por un grupo de tareas de la Armada. 3 79

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