PREFACIO
El perfodo estudiado en esta segunda parte es muy exten-
80: quince siglos. Su amplitud geogrdfica también lo es, puesto
que trata tanto de Avicena, que vivié en Bujara, como de Al-
cuino, que nacié y cursé estudios en Inglaterra. Ademas, nos
ha parecido necesario —aun a riesgo de forzar la cronologia—
afiadir un articulo dedicado al pensamiento chino antiguo.
Si figura al final de esta segunda parte, en realidad remite
a ambas; pretende poner de relieve la profunda diferencia
existente entre el papel que el pensamiento grecocristiano
confiere al lenguaje y el que le asigna la cultura extremo-
oriental; y ello inicamente a titulo de indicacién.
Con esto queda suficientemente claro que en este conjunto
de textos habré disparidad. Con todo, dicha disparidad no
es mas que aparente: es facil descubrir, ante todo, una pro-
blematica de formacién.
Como hacen notar tanto Jean Pépin como Abdurraman
Badawi, la tradicién medieval, ya sea cristiana, ya arabois-
lémica, se elabora lentamente a través de vicisitudes, esfor-
z&ndose a la vez por que brote su propia originalidad, por
clarificar su funcién en la difusién del texto sagrado y por
utilizar lo utilizable en la cultura grecolatina. Se trata, pues,
de ahondar en la Revelacién, subrayando su caracter y fuerza
especificos, aunque también de definir el tipo de razonamiento
que pueda convencer a los «gentiles». Ahora bien, tal opera-
cién no es inicamente de compromiso. Es cierto que seme-
jante periodo histérico emplea una técnica que el pensamien-
to denominado moderno utilizaré mucho mds profusamente
todavia, el de las alianzas: la filosofia sabe bien que no puede
mantener el sentido de su empresa si no incorpora a su saber
fuerzas nuevas (en el presente caso es la religién; mas tarde
ser4 la ciencia y sus consecuencias técnicas; més tarde ain,
el Estado). Sin embargo, esta técnica integradora plantea228 LA FILOSOF{A MEDIEVAL
‘elaramente por vez primera, sin lugar a dudas, cuestiones que
reapareceran sin cesar como mas complejas en la futura
historia de las ideologias: cuestiones de la relacién conti-
nuidad-discontinuidad, hostilidad-complacencia, reanudacién-
ruptura, y entre el orden intelectual establecido y el orden
nuevo. Lo que Jean Pépin demuestra a propésito de San Pa-
blo: la doble voluntad de convencer a los atenienses empleando
su mismo lenguaje y de «provocarlos» reduciéndolos a la
ignorancia de los verdaderos problemas, lo hallamos cons-
tantemente de nuevo en la mayor parte de los analisis que
forman el presente volumen. Ya se trate de la patristica y de
su elaboracion, ya del agustinismo o ya de la filosoffia en sus
relaciones con la teologia en la época del Islam clasico, el
bbjetivo esencial es responder sistematicamente a problema-
ticas ideolégicas precisas elaborando los argumentos legados
por las tradiciones platénica, aristotélica y estoica, pero tam-
bién acentuando las profundas diferencias que constituyen
Ja originalidad de esta modernidad pretérita.
Asimismo, se manifiestan sorprendentes intuiciones: los
articulos de Anuar Abdel-Malek consagrados a Ibn Jaldin,
asf como el de Patrick Hochart, que estudia la teoria de la
significacion segtin Guillermo de Occam, establecen que las
conjeturas, tanto intelectuales como sociales, suscitan inter-
venciones tedricas cuya anticipacién causa asombro. Del mis-
mo modo, las observaciones de Jean Pépin concernientes al
Maestro Eckhart subrayan el hecho de que la tradicién me-
dieval se ve penetrada de claridades, que brutalmente ponen
en tela de juicio la idea demasiado simple que solemos for-
jarnos de las «edades» del pensamiento filoséfico.
Asi, tal vez en esta parte se dé con mayor’ evidencia
la arbitrariedad a la que hemos tenido que conformarnos:
la cronologia. Entre la «edad antigua», tan admirablemen-
te diversificada, pero que se apoya en idéntica base, y Ja
«edad clasica», que unifica su problematica, hay quince
siglos de profuso pensamiento e historia dram%tica. Frente
a este fendémeno hemos de intentar sacar y comunicar datos
Utiles: tiles para entender que el Medievo no es medio ni en
el sentido de la mediacién, ni menos atin en el de la medio-
cridad. Ahf esté como enigma que plantea la cuestién de lo
serio de la «periodizacién».
Francois CHATELET1
HELENISMO Y CRISTIANISMO
Por JEAN PEPIN
Datos del problema
Cualquiera que se proponga describir las relaciones entre
dos universos, sean cuales fueren, se topa de buenas a pri-
meras con un problema prejudicial sobre el cual ha de for-
Marse una opinién antes de dar un paso: decidir en qué
sentido podemos considerar la hipdtesis de una influencia
ejercida de un campo a otro. La cuestién, ya apremiante en
todos los casos, se hace m4s apremiante todavia cuando uno
de los términos en confrontacién resulta ser no s6lo una filo-
sofia, sino una creencia religiosa que veinte siglos después
afecta tan intimamente a tantos hombres. ;Cémo concebir
que el paganismo griego haya marcado con su accidén el pen-
samiento cristiano de los primeros siglos sin exponerse a
sacrificar lo que fuere de la originalidad imprescriptible del
cristianismo?
Tenemos que confesar que los historiadores no siempre
abordaron la dificultad con toda la delicadeza que habria de-
bido esperarse de ellos. Durante mucho tiempo quisieron es-
tablecer una simple relacién de dependencia de sentido unico
entre ciertos aspectos de la filosofia helena y el pensamiento
cristiano primitivo; tal fue Ia tendencia de muchos sabios
de principio de siglo, como Reitzenstein, Bousset, Angus y
Loisy. Empero, ya Clemen protestaba en 1918 contra esta
orientacién; esta misma advertencia la reiteraron y comple-
taron més cercanos a nosotros, Rahner y Wifstrand; de esta