Hace aproximadamente veinte años se inaugura lo que se da en llamar “nuevo orden
económico internacional” que recibe con el tiempo los flamantes pero rudos títulos de neoliberalismo y, por su tendencia a imponerse en todo el globo terrestre, globalización o mundialización. Dicho orden acoge un ímpetu mayor y definitivo con la caída del muro de Berlín, el irreversible desplome del Bloque Soviético que pone fin a la Guerra Fría y, en consecuencia, la ampliación ilimitada de los mercados a la que se suma la apertura china. Los que ingenuamente veíamos con optimismo estos cambios por las oportunidades reales que tendencialmente se posibilitaban y prometían sin titubeos y con insistencia muchos de sus teóricos (desarrollo económico sostenido, disminución y hasta erradicación de la pobreza, más justicia social, más participación, más presencia efectiva de lo social en la política, ampliación de libertades y derechos, más democracia, más tolerancia, más fraternidad, acortar las enormes brechas entre los ricos países del Norte o “Primer Mundo” y los pobres países del Sur o “Tercer Mundo”, en síntesis, una mejor calidad de vida en armonía y equilibrio con la naturaleza), nos hemos llevado una gran decepción. Utópicamente pensábamos que las nefastas características políticas del primer liberalismo del siglo xviii no se repetirían, que las amenazas que lanzaba la Comisión Trilateral a mediados de la década del 70 del siglo pasado eran coyunturales y no tenían fundamento ni posibilidades de realización, que después de 1989 se produciría el llamado de Carlos Fuentes a una perestroika en los Estados Unidos y que era posible conjugar liberalismo económico con liberalismo político. El balance a más de veinte años de distancia, con pocas excepciones, es desastroso. El discurso se rarifica drásticamente y, en esa medida, genera desconcierto. En la peor tradición del naturalismo y biologicismo social del liberalismo del xviii y xix se retoman “la supervivencia del más fuerte” y el “egoísmo” como condición ingénita de la naturaleza humana para habilitar, en complicidad estrecha con los medios de comunicación, la movilización de una economía salvaje de mercado, el mercado libre sin restricciones ni intervencionismos estatales, la competencia desenfrenada que definen esta modalidad exclusivista de neoliberalismo y globalización en detrimento de lo político, lo social y los ecosistemas. Nada debe interferir en el libre desenvolvimiento del mercado. La privatización acelerada de lo público y social que compete al Estado Neoliberal, bajo el mandato de los minoritarios intereses privados, no sólo fortalece la economía de mercado (el triunfo del más “fuerte”) sino que garantiza la sujeción del “débil” (la Sociedad Civil) desprovisto de toda representación y participación efectiva en el ámbito de la política. Bajo el sesgo peyorativo de la etiqueta de “populismo” se ratifica que la participación ciudadana en las decisiones del Estado Neoliberal, incluso aunque ésta fuera mediatizada, es indeseable y, al mismo tiempo, conduce a políticas calculadas que no mejoren sustancialmente el bienestar de los “débiles” porque supone injerencias intolerables, más todavía si se manifiestan de manera organizada, colectiva y con el peligro de producir efectos contaminantes; se trata de lo que un filósofo francés ha llamado “el temor neoliberal a las masas” (Balibar). Por lo mismo el discurso neoliberal asume las reservas respecto a la democracia que en su momento de mayor influencia expresara la Comisión Trilateral (“no es bueno demasiada democracia”, “la ingobernabilidad de las democracias”, “la democracia no es la solución a los problemas, es el problema”) y lo hace actualizando una vieja argumentación de la filosofía política y de la incipiente economía política del liberalismo económico que legitimaba el despotismo y los Estados fuertes: el mercado es el mejor aval de la libertad, el progreso y la democracia porque es mediante la competencia agresiva en la que todo se vale (“el fin justifica los medios”) que opera la “selección” de los agentes privilegiados que conforman las elites económicas y políticas; en esta concepción, la vida pública y la Sociedad Civil son enemigas de la libertad, el progreso y la democracia como de manera contundente ha demostrado Félix Ovejero en su libro La libertad inhóspita. Ante estas contradicciones y aporías, contemplamos impasibles, desconcertados y confundidos una manipulación cínica y descarada de nuestras zozobras y expectativas mediante una “mascarada” de la retórica política, con todo y encuestas y cifras maquilladas; un lenguaje tartamudo, turbado, enredado, hiperbólico, convertido en “caja de disonancias” donde las promesas o, peor aún, certezas de desarrollo sostenido, de reivindicaciones sociales, de disminución de la pobreza, de justicia social, de participación, de libertad de expresión, de ampliación de derechos y libertades, de fraternidad, de mayores igualdades, de conservación de los ecosistemas, de disminución de los abismos entre países pobres y países ricos, de “justicia infinita”, ¡de “guerras humanitarias”!, de soberanía nacional, de legalidad y constitucionalidad, de mejor calidad de vida, DE DEMOCRACIA, se quedan más en las formalidades y en las formulaciones que en las realidades. Como en el “newspeak” de la novela 1984 de George Orwell, nos vemos obligados a interpretar esa retórica y esos lenguajes al revés para tener una idea más o menos acertada del estado de situación que vivimos. La mentira no es argumento, la doble moral no es argumento, la incompetencia no es argumento, lo inevitable no es argumento, la ignorancia no es argumento. Mientras sigamos en este juego sucio y peligroso de la politiquería, la Sociedad Civil padece, la naturaleza padece, nuestros derechos y libertades padecen, la democracia padece, nuestra calidad de vida se empobrece, la especie humana padece. ¿Qué proponemos con toda la humildad del caso? “Política analítica”, no como “columna” o “editorial” meramente sino como foro abierto e independiente de discusión, de debate, de denuncia, de análisis, de reflexión informado, objetivo, razonado, crítico, propositivo, colectivo que sólo puede actualizar la participación activa del lector. Un foro que sea, al mismo tiempo, un pequeño espacio de libertad donde podamos discutir temas de la escena política nacional e internacional bajo formas a las que, desgraciadamente, nos hemos desacostumbrado: de manera franca, directa, sin miedos, autocensuras ni tapujos. Si hemos de hablar de democracia (es un ejemplo), seamos consistentes: hagámoslo democráticamente.
JUAN FERNANDO PERDOMO es egresado del Tec de Monterrey. Empresario, servidor
Publico y político. E-mail: jperdomo@infosel.net.mx