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Peter Szendy Escucha xcias), el conjunto de las condi sicalidad se ha modificado pro- s.asual que, desde los momen- 1 del rock, se haya remodelado mundial, forjado con todas las dades que se desprenden de los que se han encontrado en tradi- astrumentaciones creadas. Ade- ‘ez mis, la miisica se escucha: se sjeto-obra (aunque se trate de ‘nas que a si mismo,” a la proxi- 1 resonancia, en mayor medida yasea en el orden de las formas icaciones. Lo que se modula en aiieza: la aproximacién de nues- igura inquietante y, pese a ello, cevemos a denominar «un por: niisica del porvenir»? ¢Acaso el { siempre, y ante todo, musical? Jean-Luc Nancy Julio de 2000 qui osaré hablar desde el fondo de mi o decididamente la primera emergen- scha para escucharse en este sentido: xcal como a sus funcionamientos pro- ‘extendia, hacia su propia afirmacién siempre desconcertante. Propondria wo lo que Jean-Pierre Moussaron, que de Stan Getz: «A partir del perpetuo en uno y otro, el ser-conjunto de su nunca acaba de llegar». (Feu le free?, i «Yo escucho» (pretudio y direccion) Lie] donde «yo escuchor también significa «esctichame> [...].) No sé cuando escuché mii ca por primera vez. Tal vez haya quien se acuerde de la impresi6n tnica, singular, que inauguré su historia de la escucha. Yo no. Me parece como si siempre hubiera habido miisica a mi alrededor; imposible decir si un dia —y cudndo— co- menz6. Resulta todavia mas improbable, imposible de encontrar y como ahogado en una oleada de recuerdos informes, el momento en el que comencé a escuchar mtisica en tanto que mtisica. Con la conciencia viva de que estaba para ofrla, descifrarla, adivinar mas que percibir. Si este momento, como el otro, no lo puedo, pues, situar en mi anti- giiedad inmemorial, lo que si sé en cambio, o creo saber, es que la e cucha musical consciente de si misma siempre se ha visto acompafia- da en mi caso por el sentimiento de un deber. De un imperativo: debes escuchar, es preciso escuchar. Me parece que mi a ctividad de oyente consciente, que escucha a sabiendas la miisica por la milsica, nunca ha existido sin un sentimiento de responsabilidad, que tal vez haya precedido al derecho que se me daba a prestar mi oido. iDebes escuchar! Si por un lado, la orden terminante que se en- cuentra en este imperativo no soporta ninguna pregunta (;debes!), la actividad que prescribe (escuchar) se me antoja cada vez menos defi 1. Roland Barthes, «fcoute», 1976; reproducido en L/obvie et lobtus, Paris, Seuil, 1982, pag. 217 (trad. cast.: Lo obvio y lo obtuso: imagenes, gestos, voces Barcelona, Paids, 2000) nida: equé significa e > ¢Qué es la escucha que responde a un Veber) oEs en si misma una actividad? Si pienso que hago algo al es cuchar (que hago algo con la obra o con el autor, por ejemplo) éaca- so no estoy ya traicionando la propia orden, este debes que me pres- ctibe que sea fodo oidos, que no haga nada para que mi Gnico acto sea la escucha? Hay un recuerdo, quiza més tardio, pero que hoy me parece tan es trechamente vinculado a cada una de mis escuchas como este debes areaico: el de escuchar la mésica con la idea de compartir esta escu cha—la mia, de dirigirla a otro/a, Me acuerdo, por ejemplo, dela fascinante escucha del movimiento lento —«nocturno»— de la Mei sica para cuerda, percusi6n y celesta de Bart6k, en la habitacion de mi tio, en Budapest. La escuchabamos ambos en silencio, apenas tur- badlos, més bien afirmados en nuestra escucha pot los grillos,del jar din, de noche. La escuchabamos en una versién que he olvidado, due figuraba en una recopilacién titulada «Le gusta Bartok?» (Sze ciertamente, poblada de reti én Bartékot?). Una escucha intensa, aventuras, de acontecimientos extrafios, de sueiios... pero que sélo se concretaba mas tarde, a destiempo, cuando nos poniamos de acuerdo para dirigitla a otra persona, Era mi prima: desde sus ofdos dde nifia (ella tenia 5 afios y yo 8), ofa con terror algo que, en los pri = compases, debfa parecerse a una mecinica de insectos fabu losos. “Asi, era en estos momentos cuando, no sin cierta perversi6n, mi tfo y yo disfrutdbamos del poder aterrador de esta mtisica sobre una nifia, en esos momentos en los que nuestra escucha, dirigida a otra persona, devenia realmente nuestra; una marca de complicidad, una obra de colaboracién. ? ¢Qué es la escucha que responde aun sctividad? Si pienso que hago algo al es obra o con el autor, Por ejemplo) aca. 2 propia orden, este debes que me pres. 10 haga nada para que mi tinico acto sea ardio, pero que hoy me parece tan es- una de mis escuchas como este debes ica con la idea de compartir esta escu, wto/a. Me acuerdo, por ejemplo, de lg ento lento —«nocturno»— de la Mii- ‘esta de Bartok, en la habitacién de mi ‘amos ambos en silencio, apenas tur- duestra escucha por los grillos del jax 10s en una version que he olvidarte in titulada «Le gusta Bartk?» (Sze, 2a intensa, ciertamente, poblada de extratios, de suefios... pero que sélo stiempo, cuando nos poniamos de sona. Era mi prima: desde sus oidos -0fa con terror algo que, en los pri. ‘© a una mecénica de insectos faba uando, no sin cierta perversién, mi aterrador de esta miisica sobre una uue nuestra escucha, dirigida a otra ‘stra: una marca de complicidad, the querido y me ha gustado hacer {hisiera insertar en ellas una marca Mduradera en virtud de la cual las lamaria mias y que las convertitia enperennes 0, cuanto menos, en fransmisibles a otras personas. En realidad, me gustaria firmar mi escucha en cada ocasién. No con la autoridad del critico musical o del musicdlogo que diria: esta versién de esta obra es mejor que esta otra; este pianista ha tocado esta noche la sonata opus x mejor que nunca, respetando su arqui tectura, su estructura, sus detalles, su fraseo, exc. No, simplemente me gustaria firmar mi escucha como oyente: me gustaria sefialar, identificar y compartir determinado acontecimiento sonoro que na die mas que yo, de ello estoy seguro, ha ofdo nunca como yo. Lo afir- mo sin dudar ni un momento. Incluso estoy convencido de que la es cucha musical no existe més que en virtud de ese deseo y de esa conviccién; dicho de otro modo, la escucha —no la audicién o la percepcién— comienza con este deseo legitimo de que la firmen y Ja dirijan. A otras personas. Pero pasa una cosa: ¢c6mo es posible que una escucha pase a ser sia, identificable como la mia, y seguir respondiendo a la orden in- condicional de un debes? ¢Qué espacio de apropiacién reserva la misica a sus oyentes para que éstos puedan firmar a su vez (a fin de dirigirla, de compartirla como sya) la escucha de una obra, de una interpretacién, de una improvisation? Como oyente, a veces me da la impresién de que he ejercido todos los oficios de la miisica, como se suele decir; he ocupado todos los puestos: he sido sucesivamente compositor (de pequefias obras ma- estras olvidadas, simplemente imaginadas, vislumbradas), editor 0 copista (cuando te envio, en un pedacito de pentagrama garabatea do en una postal, ese tema que me gusta tanto), improvisador mo mentineo (cuando intento afiadit algunas notas de piano concertan tes ala orquesta de los Conciertos de Brandeburgo de Bach, como un adepto de un karaoke algo sacrilego), incluso director de orquesta (marcando el compas y dando las entradas, ilustrando implacable- mente los matices de uno u otro gran éxito de mi musicoteca) Ahora bien, todos estos oficios tienen, a su vez, su derecho, sus responsabilidades, sus deberes. Explicitos y bien codificados, con- secuencia de una larga historia juridica, apasionante y conflictiva. Pero zy yo? ¢yo como oyente? Mi debes, esta orden terminante que me acompaiia, tiene algo que ver con las prescripciones que rigen dichos oficios de la misica? Parece ser que, sin embargo, en tanto que oyente, ocupando o usurpando tan a menudo todos los papeles, no tengo ningiin deber, ninguna responsabilidad, no debo rendir cuentas a nadie. Ligero, voluble, 0 atento y concentrado, silencioso 0 disoluto, gacaso es es trictamente un asunto privado mio? Pero entonces, ede dénde pro- vendria este dees que me dicta deberes? gY cuales son estos debe res? Este debes que siempre me acompafia, equién melo ditige?

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