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6-3ºpalabra en Vida Empresa
6-3ºpalabra en Vida Empresa
LA VIDA DE LA
EMPRESA:
HECHOS Y
DAÑOS
AKTOUF
OMAR
HEC MONTREAL
1986
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SISTEMAS LINGÜÍSTICOS COEXISTENTES.
El habla de la jerarquía.
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Debemos precisar que en Montreal se trataba de un “sindicato propio” (el delegado era incluso
pariente cercano de uno de los directores); y en Argelia, de un sindicato ligado al partido oficial (es
decir, ligado al poder)
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A. SCAF, op. cit.. E. Sapier, Le Langage, Payot, París, 1970. E. Benvéniste, Problemes de
linguistique genérale, Vol. 1, Vol. 2, Gallimard, París, 1983.
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La demagogia y los lemas oficiales (sobre todo en la sociedad argelina).
Esta revisión al lenguaje de los dirigentes sugiere que cierta clase de ruptura
con el empleado es uno de los efectos inmediatos de la existencia de este dialecto
de las jerarquías. El uso inmediato y sistemático de este lenguaje y el no-uso de
otros, demarcan el ámbito de cada quien. En realidad, dirigentes y dirigidos ya no
se hablan. Aquellos reproducen sin cesar una lengua “administrativa”, de poder y
manipulación; y éstos se resignan a soportarla. Es muy significativo que en la
fábrica, argelina, por ejemplo, los obreros digan que los miembros de la jerarquía
“hablan como el periódico” (alusión al diario nacional oficial, atiborrado de
eslóganes y declaraciones demagógicas).
En Montreal:
Crosseur_: (hipócrita) – de dos caras, delator. Así se llama, sobre todo, a los
supervisores, a veces a ciertos jefes de equipo y también a ciertos miembros de la
dirección.
Malade: (enfermo) – el que hace su trabajo “como se debe” y cree que debe hacer
una “jornada laboral honesta” en la empresa. No es ni un afanoso ni un futuro
patrón, pero es tan ingenuo que está “enfermo”.
Mangeur de m...: (comemierda)- el hiiper- afanoso; cuanto más trabajo tiene, más
pide. Se llama así a aquel que hace todo lo que le han dicho que haga, pero luego
siempre quiere hacer más. Es un caso muy agudo de “enfermedad”.
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En Argel:
Béni- oui- oui: equivalente de “enfermo”, que dice “sí, sí” a todo y a todos,
especialmente a los jefes. Se usa mucho con los delegados del sindicato y del
partido.
Pharaon: (faraón) – “gran jefe” o jefe, delegado que “se cree” tal. La mayoría de
“representantes” y ejecutivos son “faraones”, así como el personal de la dirección
general.
Vache: (vaca) – este término no tiene nada que ver con su connotación en
francés. Aquí designa al que hace su trabajo “como una vaca buena”, sin darse
mucha cuenta de lo que sucede. Es a la vez ingenuo, inconsciente y lento.
¿Ausencia de diálogo?
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esta manera- meterles en la cabeza los principios fundamentales de las
relaciones con las personas... Traslado las cosas de mi cabeza a la de
ellos... Es así como formamos una familia”...
Obviamente, este director actualiza lo que observé en las jerarquías: una forma
de negar el diálogo. Ilustra lo que en el fondo es simplemente un rechazo al
diálogo. Lo que se busca y desea es, más bien crear una ilusión, una falsa
conciencia. Se pretende, en el hecho de habla, ver al empleado devolviendo a la
jerarquía una resonancia de lo que ésta se habrá ocupado de inculcarle, queriendo
creer que proviene de él... Es el eco esperado, mas de ninguna manera el punto
de vista propio de los interlocutores.
La carrera y el habla:
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es, en primer lugar, el que habla. A la par con la confianza y la capacidad, ésta es
la primera cualidad del “buen” supervisor, y es aparentemente rarísima: parecían
poseerla sólo dos supervisores, uno en Montreal y el otro en Argel.
El hecho es que, quienes más cosas tenían que decir eran quienes ocupaban
puestos considerados “insignificantes” (en el embotellado de cerveza sólo existen
puestos no muy especializados, pero siempre hay quienes lo son menos que
otros). Este uso de la palabra se repetía incesantemente; de obrero en obrero, y
de fábrica en fábrica, aquellos que encontraba aprovechaban con entusiasmo la
ocasión –rara para ellos- de comunicarse, de “ser” mediante la palabra.
Anunciaban así su voluntad ( o tal vez la pulsión) de reconstruir su ser, su status...
por medio del verbo. El deseo de narrar – y narrar de sí mismos- era la base de
este deseo de hablar. Era la ocasión para que el “yo” hablara y saliera a escena.
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extractos: “ es mejor morir que hacer esto toda la vida”, “¿venir al mundo para vivir
esto?”, “por ahí hay uno que yo mataría , y él lo sabe”; “sólo soy un muerto
viviente”; “ellos no se dan cuenta de que nos matan lentamente”, etc.
Cuando se trata de indagar a través de los obreros cuáles son los atributos
esenciales de un “buen” o un “mal” puesto, o incluso del “mejor” puesto, el habla
tiene un papel principal. Las opiniones son unánimes: no existe ni “buen” ni “mejor”
puesto, todo es la misma porquería. Solo existen puestos “menos malos” que
otros, que exigen un mínimo esfuerzo físico, que son “libres” (es decir sin medidor
de tiempo, ni tablas, ni estrechamente dependientes del de arriba o el de abajo)
y... propicios al diálogo. En Montreal, uno de los puestos más apreciados y
buscados (que se alcanza “por antigüedad”) era... el de barredor. (Este trabajo
permite “visitar a todos los compañeros” y “parlotear” al paso, me explicaron).
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“maquinista”, “operador”, “instrumentista”, etc., sin contar los innumerables
“jefes” y “en jefe” que se pueda imaginar, constituían las diversas maneras de
nombrar actividades estrictamente idénticas. De vez en cuando al obrero se le
atribuía uno u otro título, en función de su antigüedad o su último grado de
escolaridad. Ello no guardaba ninguna relación con la lógica misma de la
división técnica del trabajo. Aquí, el lenguaje parecía cumplir un rol de
ocultamiento de la realidad: muchos mantenían de manera totalmente maníaca
esta denominación oficial y la hacían parte integral de su discurso (“en tanto
maquinista, yo ...”; “antes de ser maquinista...”; “desde que soy maquinista...”;),
aunque hubieran estado en el mismo puesto,, haciendo lo mismo desde hace
años. Era, además, una forma de “dividir para reinar” a través de la oposición y
la creación de la competencia en una carrera por los “títulos”, cuyo objetivo real
era hacer creer que , luego de un ascenso, se llega a ser algo distinto porque
se “hace” otra cosa. La miseria intrínseca del trabajo industrial, compensada
con la magia de los títulos.
La manera como se dirige una simple mirada puede significar “se acerca la
salida”, “todavía falta un montón”, “estoy cansado”, “éste me friega”, “no te olvides
de lo que acordamos”, “nos hemos reído todo el rato”, etc.
La oposición a priori.
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Uno de los puntos más saltantes derivado de las observaciones de los
sistemas lingüísticos en ambas fábricas ha sido constatar cómo los lenguajes de
los dirigentes y de los dirigidos son sendos testimonios de dos universos casi
inversos. Esto nos acerca a la noción de “oposición sintética a priori”, empleada
por L. Dumont (1979) para los sistemas jerarquizados (particularmente el de las
castas indias). En el caso de la fábrica, estamos igualmente en presencia de un
sistema jerarquizado cuyas formas de intercambio –y de representación- están,
por así decirlo, predeterminadas: “El conjunto está basado en la coexistencia
necesaria y jerarquizada de los contrarios” (Dumont, 1979:65).
Recordemos que la fábrica suele ser un ambiente donde “está prohibido” hablar
(salvo en situaciones precisas y bien codificadas), así como los comentarios de F.
Flahaut (1978) respecto a esta situación que, en tanto “tercera instancia”, sirve de
marco a todo diálogo, en el que “cada cual hace esfuerzos por suscribir sus
palabras en el discurso adecuado al sitio que cree ocupar”. Por una parte,
entonces, no podemos sino confirmar la relación oposición lingüística/ oposición
estructural; y, por otra, formular la siguiente pregunta: ¿qué llegaría a ser en una
fábrica el hombre de Martín Heidegger, “que sólo es ser humano en tanto es aquel
que habla”?. Ya sabemos que la empresa es el lugar de una forma de habla-
poder, donde, tras la fachada de un acto de “comunicación” se practica tan sólo
una forma de monólogo, cuyo eco es esperado por la dirección, monólogo que,
propiamente hablando, es un no-diálogo. Todo lo que no es “reproducción” del
discurso de los dirigentes es vetado: ¡hacer eco o callarse! Casi siempre se invita
al trabajador a sostener un diálogo “por refracción”. Del mismo modo en que los
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actos ralizados en el trabajo alienado son absolutamente exteriores al sujeto, el
discurso que se obtendría del trabajador mediante este “diálogo” es un discurso
que le es completamente extraño y que en nada refleja el “lugar que él cree
ocupar”. Es lo que llamo un “no diálogo”. So pena de que jamás le sea permitida la
palabra, el obrero debe conformar su relación laboral al esquema de la
satisfacción –realización-motivación o al de la participación-edificación-emulación
socialista, según el contexto.
Habla y violencia.
En “Les mots, la mort, les shorts”, Jeanne Favret- Saada (1981) tituló uno de
sus subcapítulos “Si se habla, hay guerra”. El título casi denota lo que ocurre en la
fábrica, bastante similar a esta “guerra” hipócrita e implacable que libran con
palabras los brujos y los embrujados en el mundo del “boscaje”, estudiado por ella.
Una extendida forma de la violencia que, mediante las palabras, se ejerce en las
fábricas consiste en que los miembros de la jerarquía no se dirigen a un
empleado, salvo cuando hay algún problema. Y ello, generalmente para acusar,
rezongar, interrogar, convocar, advertir, etc. Como un obrero de la cervecería de la
Montreal lo resumió perfectamente al concluir la discusión sobre el tema: “Es
sencillo, si ellos te quieren hablar, es siempre mala señal”.
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El habla: ¿función ontológica?.
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como altaneros y desdeñosos a jerarcas y directivos). Y del desprecio a la
indiferencia malintencionada, incluso al odio y el rencor, hay una barrera que no es
difícil traspasar. Quienes soportan este silencio llegan a traspasarla y, con
indiscutible razón, asocian a quienes les hablan con aquellos que los quieren. Aquí
debemos considerar el polo simétrico del asunto: un obrero al que se le habla es
un obrero que se siente querido. Sintiéndose querido, así como “L”, no le quedará
más opción que, a su vez, querer. Es notable oír de boca de los propios obreros
comentarios que evidencian que sólo “L” les posibilita considerarse como algo
diferente de “un número”, “una cabeza de ganado”, “una máquina” o “verduras”.
Las pocas conversaciones que todavía era posible entablar en las dos
cervecerias cumplían un papel bastante similar. Ellas constituían una forma de
“rito pluricotidiano” de confirmación, mediante frases banales, expresiones ya
hechas y mil veces repetidas, de aquello que el locutor y el interlocutor
compartían. Pero no se hacían subrepticiamente, de prisa y a escondidas, ante la
amenaza de ser sorprendidos en flagrante delito de habla. Sin embargo, como los
mismos supervisores lo reconocían, “no podían abstenerse”.
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sea posible, las comunicaciones deben ser orales. Se gana en rapidez,
claridad y armonía.”
Entre todos los “principios” que conservamos de Fayol, ¿qué lugar se le dio a
éste?. Unos años después de Fayol, Elton Mayo y su equipo hablaban de un
“sistema social”, al que describían como un sistema de relaciones espontáneas y
directas. Más adelante, H. Simon (1945), C. Argyris (1967), por citar sólo algunos,
nunca desmentirían el hecho de que los fenómenos “de grupo” (concertación
directa, apoyo moral logrado por relaciones más cálidas y espontáneas, etc.) son
de primordial importancia para la vida de la empresa. Habría que esperar los años
70 para que Henry Mintzberg (1973) señalara un hecho asombroso: ¿El gerente
pasa más de dos tercios de su tiempo en actividades de habla!. Más
recientemente, Peters y Waterman (1983) han hecho algunas referencias al
lenguaje como un factor que hay que considerar si se persigue un mejor
desempeño y una mejor calidad. Por último, trabajos como los de J. Girin (1982) o
de Alain Chanlat (1984), muy recientes, vinculan de modo directo la administración
de la organización, las relaciones laborales y el lenguaje. El primero hace
referencia a los “campos semánticos” en que se ejecutan los actos discursivos de
una organización distingue sendos campos de la autoridad, la pertenencia, la
racionalidad y las relaciones sociales. Aunque su trabajo versa más sobre las
relaciones de los ejecutivos durante reuniones de trabajo, que sobre el fenómeno
global del “habla en la organización”, ésta es una feliz contribución de las ciencias
lingüísticas al ámbito de la administración. Chanlat retoma estos temas –por así
decirlo- con mayor profundidad y carácter humanístico. Hace evidente todas las
dimensiones fundamentales del papel del habla en la empresa. Nuestros
respectivos análisis y conclusiones esenciales convergen, aunque cada uno de
nosotros haya “observado” universos muy distintos: una empresa hidroeléctrica y
dos plantas embotelladoras de cerveza.
CONCLUSIONES.
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¿Es tan vital el interés de suprimir el habla en el trabajo? En el imaginario de
los directivos ( e incluso e los términos que utilizan), el “buen” obrero es aquel que
no sólo es sumiso y consiente todo, sino que, ¡además, “no habla”!. Asumiendo la
perspectiva de los trabajos de Emile Benvéniste, ese trata propiamente de un acto
en que al otro se le niega el estatuto de persona. En el mundo de la jerarquía y de
los “jefes” reina la lengua “oficial” y “correcta”: aquello que se dice y la manera en
que se dice difieren totalmente del modod de expresión de los obreros y de su
vivencia. Esto recuerda el fenómeno de la “hipercorrección” del lenguaje de la
pequeña burguesía candidata al ascenso social (Labov, 1879). En efecto, el
esfuerzo de los obreros que intentan ascender y acceder al mundo de los
superiores pasa por negar su estatuto (¿identidad?) de obrero “como los otros” y
adoptar un “parecer” y un lenguaje propiamente antiobrero 9. El habla es entonces
una herramienta de poder; sólo tienen derecho a ella los que son propietarios y
quienes los representan. Acaparada por quienes dominan en la relación laboral, se
transforma en un instrumento de violencia y de destrucción del diálogo: palabra
que busca sólo su propio eco.
9
Cf. Taylor, quien lo menciona en “Testimony Before the Special House Comité”, Harper, (1947),
de sus cambios radicales en actitud y discurso cuando pasó a ser jefe de equipo de mecánicos
torneros en las metalúrgica de Midvales.
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G. Bateson et al., Une Logique de la comunication, París, Points, 1979, p. 65 y ss.
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