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Esas maravillosas partículas – La materia oscura

Continuamos hoy buceando por el extraño pero fascinante mundo de las partículas subatómicas dentro
de la serie Esas maravillosas partículas. Hace ya unos cuantos artículos que estamos hablando de
partículas que no están dentro del Modelo Estándar de partículas subatómicas. Existen multitud de
partículas hipotéticas fuera del modelo, unas más plausibles que otras, y estamos hablando de las que
más felices harían a muchos físicos si se descubrieran (ni qué decir tiene que otros se comerían el
sombrero).

Hoy no vamos a hablar de ninguna partícula específica, sino de un asunto más amplio y que necesitamos
mencionar antes de estudiar algunas partículas que llegarán a la serie en breve. Antes de seguir con más
“maravillosas partículas” haremos un pequeño interludio para hablar sobre una Terra incognita de la
cosmología moderna: la materia oscura. Algunos lleváis esperando este artículo (así como otro sobre la
energía oscura, que llegará tarde o temprano) durante meses, de modo que espero que me perdonéis la
tardanza y disfrutéis de la lectura.

La razón de que hablemos de ella en esta serie es sencillamente que, como veremos a lo largo de esta
entrada, una de las explicaciones más satisfactorias de la existencia de la materia oscura para la mayor
parte de los físicos es precisamente la existencia de partículas elementales hipotéticas, de características
algo peculiares. Pero antes de postular más partículas, ¿por qué necesitamos hacerlo? En otras palabras
–y estoy convencido de que muchos de vosotros habéis pensado esto con palabras algo más fuertes–,
¿qué diablos es la famosa materia oscura?

Aquí tienes mi definición: la materia oscura es todo lo que no vemos ni sabemos lo que es, pero
pensamos que está ahí. No intimida tanto como el nombre parece sugerir, ¿no? En cierto sentido, es
como el nombre Terra incognita que los cartógrafos solían aplicar a los territorios aún no explorados. Ahí
había algo, desde luego, pero nadie sabía qué. Es más sencillo decir materia oscura que lo que sabemos
que hay en el Universo pero que no tenemos ni la más remota idea de lo que es. Además, el físico que
utiliza la primera expresión suena más sabio, ¿y a qué físico no le gusta sonar sabio ante el profano?*

Desde luego, no podemos quedarnos aquí. En primer lugar, ¿por qué pensamos que hay algo que no
vemos? Y en segundo lugar, aunque no sepamos lo que es, no podemos simplemente marcar los mapas
del cosmos con “Aquí hay dragones”: ¿qué alternativas plausibles hay? ¿qué cosas podría haber ahí
fuera que no podamos ver de ninguna manera?

Para entender la razón de que pensemos que hay muchas cosas ahí fuera que no vemos hace falta
comprender el concepto de velocidad orbital, que ya mencionamos al hablar acerca del ascensor
espacial. Básicamente, cuando un objeto gira alrededor de otro debido a la fuerza de la gravedad, la
velocidad con la que se mueve depende de la distancia al centro de gravedad y de la masa que atrae al
objeto.

Un ejemplo algo tonto: si la Tierra tuviera menos masa de la que tiene, la fuerza de atracción sobre la
Luna sería menor y la velocidad de nuestro satélite a nuestro alrededor, si se mantuviera en la misma
órbita, sería más pequeña. Del mismo modo, si la Luna se encontrase más cerca de nosotros, necesitaría
moverse más deprisa para mantener la distancia. Dicho de otra manera: sabiendo la velocidad de la
Luna y su radio de giro es posible determinar la masa del objeto que la atrae hacia el centro, en
este caso la Tierra.

Es decir, alguien podría no ver la Tierra sino simplemente la Luna, medir el radio de su órbita y su
velocidad de giro: a partir de estos datos (ni siquiera hace falta la masa de la Luna) sería posible calcular
la masa del objeto que la hace girar, es decir, la Tierra.

Bien, esto precisamente estaba haciendo en 1933 el astrofísico suizo Fritz Zwicky, sólo que no lo hacía
para la Tierra y la Luna, sino para un cúmulo de galaxias muy lejano, el Cúmulo de Coma, que se
encuentra a unos 321 millones de años-luz de nosotros. Las galaxias de ese cúmulo, como las de todos
ellos, se encuentran realizando órbitas alrededor del centro de gravedad del cúmulo. Zwicky estimó la
masa total del cúmulo de galaxias a partir del brillo de las estrellas, suponiendo que se trataba de galaxias
“normales”, con una proporción determinada de masa en las estrellas frente a materia menos visible,
como nubes de gas y polvo. Luego calculó la misma masa a partir de la velocidad de las galaxias y la
distancia al centro de gravedad del cúmulo — algo similar a lo que he descrito en el párrafo anterior,
aunque bastante más complicado (pero eso no viene al caso ahora).
Cúmulo de Coma. Versión a 4097×3557 px. Crédito: NASA/JPL-Caltech/GSFC/SDSS.

Lo importante es que el resultado parecía totalmente absurdo: la masa del cúmulo, calculada a partir de la
velocidad de las galaxias, era mayor que la masa visible. Pero no era sólo un poco mayor, algo que
podría deberse a algún fallo en el cálculo o alguna fracción de la masa que no se pudiera haber visto bien.
Ni siquiera era bastante mayor: era 400 veces más masivo de lo que se veía. Zwicky se dio cuenta
rápidamente de que había algo muy, muy importante ahí mismo — algo que no se podía ver, pero que
debía estar allí. Algún tipo de materia que, por razones desconocidas, no se podía detectar desde la
Tierra.

Posteriormente se realizaron distintos cálculos en muchas partes del firmamento, y la conclusión era
siempre la misma: hay mucha más masa ahí fuera que la que podemos ver. En particular, el trabajo de
Vera Rubin a finales de los 60 y principios de los 70 mostró que todas las galaxias espirales que podemos
ver giran más deprisa de lo que necesitarían, si su masa fuera la que percibimos. La conclusión, una vez
más, es que en ellas hay mucho que no podemos ver. Con lo de “podemos ver” no sólo me refiero a las
estrellas: gran parte del gas y el polvo interestelares son visibles de una u otra forma, porque absorben y
emiten radiación más o menos energética. Lo que falta por ver no es simplemente “difícil de ver”: nos es
totalmente invisible.

Además, como en el caso de Zwicky, no se trata de un pequeño desajuste entre lo que vemos y lo que
nuestros cálculos indican que está ahí. Para que te hagas una idea, observa el siguiente diagrama de la
composición estimada del Universo:

Aparte de la energía oscura (de la que hablaremos en algún otro momento, pero que es otra forma de
decir “Aquí hay dragones”), fíjate en la diferencia entre la materia que vemos y la materia oscura: ¡un 4%
frente a un 23%! Esto quiere decir que, de acuerdo con nuestros cálculos, ahí fuera hay casi seis veces
más materia oscura que la normal. No es un problema de un leve ajuste: realmente no tenemos ni idea
de cómo es el Universo.

Naturalmente, los físicos se dedicaron entonces a tratar de explicar la razón de esta diferencia tan
catastrófica entre lo que vemos y lo que calculamos. Básicamente existen dos explicaciones posibles, y
aún no estamos completamente convencidos de cuál es la correcta:

• Nuestros cálculos están mal. Esto sería posible si, por ejemplo, nuestras concepciones de la
gravitación o de la inercia son erróneas. Existen modelos alternativos que definen una gravedad
modificada respecto a la de Einstein, modificaciones de las Leyes de Newton e incluso intentos
de construir una teoría cuántica de la gravedad que justifique las observaciones. Sin embargo,
ninguno de estos modelos ha logrado hasta el momento ajustarse a las observaciones que
hemos realizado.
• Realmente hay algo ahí fuera que no vemos. Si es así, nuestros esfuerzos deben dirigirse en
primer lugar a postular hipótesis sobre la naturaleza de ese algo (porque “materia oscura”, por
mucho que impresione al lego, no llega muy lejos), y en segundo lugar a tratar de detectarlo. Sí,
es invisible para muchos de nuestros medios de observación, pero hay que encontrar alguna
manera en la que sí pueda detectarse directamente.

De hecho, hemos detectado indicios de materia oscura difíciles de ignorar varias veces. El problema, en
general, es que parece estar localizada en los lugares en los que hay materia normal (como los halos de
las galaxias), como si estuviera mezclada con ella. Sin embargo, hemos tenido suerte en alguna ocasión,
cuando colisiones tremendas han separado temporalmente la materia oscura de la materia que podemos
ver. Ya hablamos hace un año de una de estas observaciones, en la que se observó la influencia
gravitatoria de un anillo enorme de materia que deformaba la luz que nos llega, pero que era totalmente
invisible en todas las longitudes de onda.

Aquí puedes ver una imagen del cúmulo en el que se detectó este anillo, combinada con la influencia
gravitatoria de la materia que no vemos, que se muestra como un anillo más oscuro (la imagen está
tratada, realmente no se ve el anillo sino su influencia gravitatoria):

Anillo de materia oscura. Versión a 1280×1280 px. Crédito: NASA

Este tipo de observaciones hacen que la mayor parte de los científicos sean partidarios de la segunda de
las posibilidades de las que hemos hablado arriba, es decir, pensamos que sí que hay algo en el Universo
que no podemos ver y que aporta un porcentaje tremendo de su masa total. Con lo que tenemos que
preguntarnos qué diablos es, y para eso también hay, básicamente, dos posibilidades que no se excluyen
mutuamente con un nivel de aceptación razonable:

• Se trata de objetos estelares difíciles de ver. Es decir, es materia normal a nivel subatómico,
con lo que su masa estaría fundamentalmente formada por protones y neutrones, como la
demás, pero estos cuerpos celestes pueden ser casi imposibles de ver por no emitir radiación y
ser muy compactos. Se trataría, en cualquier caso, de materia oscura compuesta por bariones,
es decir, materia oscura bariónica.
• Se trata de partículas subatómicas más o menos exóticas. En este caso no estaríamos
hablando de bariones –como los protones y neutrones– sino de otras partículas, como los
neutrinos o incluso partículas hipotéticas no pertenecientes al Modelo Estándar. Como te puedes
imaginar, esta sería la posibilidad más interesante y va a llevarnos a hablar en la serie de
algunas de estas partículas. En este caso estaríamos hablando de materia oscura no
bariónica.

La primera opción es menos revolucionaria. Sí es cierto que hay algunos objetos estelares compuestos de
materia normal y corriente que son muy difíciles de ver, como los agujeros negros, las estrellas de
neutrones o las enanas marrones, sobre todo si están aislados. Pero recuerda que para explicar la
gigantesca cantidad de masa que nos queda por ver haría falta un número enorme de estos objetos, y la
mayor parte de ellos suelen estar dentro de sistemas estelares normales, con lo que son más fáciles de
detectar.

Puesto que este tipo de objetos deberían ser muy masivos y compactos y encontrarse fundamentalmente
en los halos de las galaxias, se denominan MACHOs: Massive Astrophysical Compact Halo Objects, o lo
que es lo mismo, Objetos Astrofísicos de Halo Masivos y Compactos. El nombre es algo rebuscado
porque es algo jocoso, y pretende ser precisamente la palabra “macho”. La razón es que la otra
alternativa fundamental, de la que hablaremos en el siguiente artículo de la serie, es justo lo contrario:
algo pequeño y sutil que, como veremos, es algo así como un “alfeñique”. ¿Quién ha dicho que los
astrofísicos no pueden divertirse con nombres estúpidos de vez en cuando? Aunque la verdad es que,
como enclenque y alfeñique que soy, no me hace demasiada gracia el nombre.

MACHO (agujero negro aislado actuando de lente gravitatoria). Crédito: Ute Kraus (CC 2.0 Attribution
Sharealike License).

La explicación de los MACHOs tiene diversos problemas. Uno de ellos es que la mayor parte de ellos son
díficiles de detectar, pero no imposibles de detectar. Para explicar una masa total del Universo debida a
ellos mucho mayor que la que podemos ver debida a las estrellas normales hacen falta muchísimos, y
hasta ahora no se ha detectado el número suficiente ni de lejos. Además, los modelos de nucleosíntesis
que describen la formación de átomos después del Big Bang indican que no es posible que se hayan
formado tantísimos protones y neutrones comparados con el resto de partículas fundamentales como
para justificar la existencia de esa legión de MACHOs que no vemos.

Desde luego, nadie duda de que hay muchos MACHOs (no, no voy a hacer ninguna broma fácil), y hemos
hablado de varios tipos de ellos en La vida privada de las estrellas. Se han observado, directa o
indirectamente, todos ellos, y cada vez somos más eficaces en detectarlos. De hecho, se piensa que
estos objetos escurridizos tal vez representen hasta un 20% de la materia oscura de nuestra galaxia si
nos ponemos generosos — pero parece difícil que ellos solos sean la explicación.

Ahí entra, por fin, la física de partículas en la que tanto nos regodeamos en esta serie:
¿qué partículas subatómicas servirían para explicar la materia oscura? Sólo hay una partícula
subatómica del Modelo Estándar que reúne las características necesarias para explicar esa
tremenda cantidad de masa invisible, pero la mayoría de los cosmólogos piensa que
debe haber algo más que constituya la mayor parte de la materia oscura. ¡Ah, pero de eso
hablaremos en la próxima entrada de la serie!

Esas maravillosas partículas – Los WIMPs


Continuamos hoy nuestro recorrido por el mundo de las partículas subatómicas en la serie Esas
maravillosas partículas. En el último artículo de la serie hablamos acerca de la materia oscura que, como
recordarás si leíste el artículo, es la forma chic de decir “cosas que pensamos que están ahí pero no
tenemos ni idea de lo que son ni las podemos ver”.

En aquella entrada decíamos que existen dos posibilidades para explicar la materia oscura, si realmente
hay algo ahí fuera que no vemos: una posibilidad es la materia oscura bariónica, fundamentalmente en
forma de MACHOs (Massive Astrophysical Compact Halo Objects, Objetos Astrofísicos de Halo Masivos y
Compactos). De esa posibilidad hablamos en el artículo anterior; es la menos interesante puesto que no
requeriría de partículas subatómicas exóticas. Sin embargo, también espero que recuerdes que dijimos
entonces que el nombre de MACHO era una broma debida al nombre de las partículas más
representativas de la segunda posibilidad, la materia oscura no bariónica. De ellas hablaremos en la
entrada de hoy: los WIMPs.

La mayor parte de las entradas de esta serie son bastante abstractas, de modo que estás avisado;
además, parto de la base de que sabes lo que es un neutrino, las diferencias entre ellos y los neutrones,
el concepto de vida media, etc. En resumen, si no has leído esta serie hasta ahora mi consejo es que
empieces por el principio. Dicho esto, vamos con los WIMPs.

Aunque las partículas responsables de la materia oscura no bariónica –si ésta existe– sean desconocidas,
de lo que nadie tiene la menor duda es de que deben tener propiedades bastante concretas para que
representen un porcentaje tan grande de la masa del Universo pero no consigamos verlas. La más
importante de estas propiedades es que no deben interaccionar mediante la fuerza electromagnética:
deben ser neutras.

Si no lo fueran, emitirían radiación electromagnética en cuanto sufrieran aceleración, y además reflejarían


parte de ella, la absorberían y emitirían de nuevo, etc. Es muy difícil para una partícula cargada
permanecer “invisible”, y menos aún para una cantidad tan grande de ellas como hace falta para explicar
el defecto de masa del Universo visible. Además, estas partículas hipotéticas deben tener masa —
puesto que precisamente eso es lo que nos falta por ver al mirar a nuestro alrededor. Finalmente, estas
partículas no deben interaccionar con la materia “normal” en la mayor parte de los casos, o hubiéramos
notado su presencia hace mucho tiempo.

¿Qué opciones tenemos en el Modelo Estándar de partículas subatómicas, al que dedicamos la primera
parte de esta serie? La verdad es que solamente una: ya sé que lo primero en lo que probablemente vas
a pensar es en el neutrón (tiene masa y es neutro), pero recuerda que los neutrones libres son inestables,
y en unos quince minutos se desintegran. Por algo se habla de materia oscura no bariónica — los
neutrones son bariones, y cuando se asocian a otros bariones, como los protones, forman materia
“normal”, y ya hablamos de los problemas que eso supone para explicar la materia oscura en el artículo
anterior.

Existen algunas otras partículas más en el modelo estándar que no tienen carga, como algunos mesones,
pero no son estables, de modo que tampoco pueden explicar la existencia de esta materia o hubiera
desaparecido (convirtiéndose en materia visible y fotones) hace muchísimo tiempo. Algo parecido sucede
con el bosón de Higgs: es neutro y tiene masa, pero su vida media es minúscula, con lo que no puede ser
el responsable de toda la masa que falta. No, el único candidato serio del Modelo Estándar es el “neutrón
pequeñito”, el neutrino.

El neutrino tiene masa, es estable, es neutro y apenas interacciona con nada: de hecho, como espero que
recuerdes si leíste el capítulo dedicado a él, nos costó bastante detectarlo a pesar de que una cantidad
inimaginable atraviesa la Tierra y nuestros cuerpos cada segundo. En principio, la enorme cantidad de
materia que no vemos podría estar simplemente compuesta de neutrinos.

El problema es que los neutrinos tienen una masa muy, muy pequeña: por lo tanto se mueven muy, muy
rápido. De ser los responsables de la materia oscura, ésta sería materia oscura caliente, es decir,
compuesta por partículas que se mueven a gran velocidad. Y los modelos cosmológicos nos indican que
si hubiera habido siempre tal cantidad de materia en forma de neutrinos el Universo debería ser algo
mucho más homogéneo de lo que es: sin embargo, la materia (incluida la materia oscura) se encuentra
“apelotonada” en galaxias y cúmulos de galaxias, algo que –según nuestros modelos actuales, que
podrían estar errados– es incompatible con la materia oscura caliente.

La única solución sería la materia oscura fría no bariónica: partículas neutras, estables, que apenas
interaccionen con nada y además con bastante más masa que los neutrinos, de modo que se muevan
mucho más despacio y permitan la existencia de acumulaciones de materia como vemos en el Universo a
nuestro alrededor. No hay ninguna partícula así en el Modelo Estándar, de modo que aceptar su
existencia significa automáticamente ampliar el Modelo. Estas partículas hipotéticas serían una suerte de
“súper-neutrinos”: Partículas Masivas de Interacción Débil; en inglés, Weakly Interacting Massive
Particles, es decir, WIMPs.

De ahí, como dijimos en el anterior artículo, el nombre de MACHOs: en inglés, “wimp” significa
“enclenque, calzonazos”. Puesto que los objetos astronómicos hechos de materia bariónica son la
alternativa fundamental a los WIMPs, se les dio el nombre de MACHOs en broma, como “alternativa a los
enclenques”. Pero ahora en serio, si existen, ¿cómo diablos detectar los WIMPs?

Al igual que en el caso de los neutrinos, la cosa no es sencilla. Estamos postulando la existencia de una o
más partículas subatómicas que son, por definición, muy difíciles de detectar: ¡si no, ya lo habríamos
hecho hace mucho tiempo y no estaríamos hablando de “materia oscura”! La única manera de detectar un
WIMP es si, por pura chiripa, impacta de lleno sobre el núcleo de algún átomo, aunque esto es altamente
improbable — la sección eficaz de estos impactos es minúscula.

Por otra parte, si los WIMPs realmente representan un porcentaje muy grande de la masa del Universo,
probablemente están por todas partes. De hecho, los modelos actuales que proponen su existencia
predicen que hasta miles de billones de ellos (1015) atraviesan cada kilogramo de tu cuerpo cada
segundo: en estos modelos nuestra Galaxia (como todas las demás) está inmersa en una especie de halo
de WIMPs, una niebla invisible que lo envuelve todo. Aunque la probabilidad de que choquen con algún
núcleo sea minúscula, al igual que sucede con los neutrinos, hay tal cantidad de ellos que es
prácticamente inevitable que alguno choque de vez en cuando.

La posible nube de WIMPs envolviendo la Galaxia. Crédito: Davison E. Soper/University of Oregon.

El problema, por supuesto, es detectar el choque. Existen diversos experimentos que tratan de hacerlo, y
básicamente son de tres tipos. Por un lado, un número ingente de estos WIMPs (si existen, claro)
atraviesan el Sol cada segundo, y la masa de nuestra estrella es gigantesca, de modo que muchos de
ellos están impactando contra núcleos de átomos del Sol en este momento. Utilizando modelos podemos
predecir el tipo de partículas que se producirían en esos choques, y entre ellas deben estar neutrinos muy
energéticos. El detector de neutrinos Super-Kamiokande trata de detectar estos neutrinos procedentes de
impactos de WIMPs según hablamos, aunque hasta ahora no ha tenido éxito.

El segundo modo de detectar estos WIMPs es de manera similar a la que se utiliza para detectar
neutrinos: cuando el WIMP choca con el núcleo atómico y éste es empujado, se mueve bruscamente y
emite radiación electromagnética, es decir, fotones. Detectando estos fotones podemos saber que se ha
producido ese choque: desde luego, hacen falta las mismas precauciones que para detectar neutrinos, de
modo que no confundamos fotones que no tengan nada que ver con los que queremos observar.

El principal experimento de este tipo fue el DAMA/NaI se desarrolló entre 1996 y 2002 en el Laboratori
Nazionali del Gran Sasso, en Italia. En él se utilizaron cristales de yoduro de sodio (NaI) de unos 10 kg
cada uno, rodeados de tubos fotomultiplicadores como los del Super-Kamiokande. A partir de los fotones
detectados y eliminando las detecciones que se corresponden con otras causas “explicadas”, se trató de
determinar la existencia de WIMPs y alguna de sus características, además de comprobar si la época del
año modifica la frecuencia de detección.

No, no es que en invierno haya “lluvias de WIMPs“, pero casi: el Sol se mueve respecto al centro de la Vía
Láctea a una velocidad de unos 800.000 km/h, y la Tierra con él. Si la Galaxia está envuelta en WIMPs y
éstos no giran con la misma velocidad que nuestra estrella, nos movemos como un coche en la lluvia,
recibiendo impactos de gotas continuos en el parabrisas (sólo que las gotas son los WIMPs, claro). Sin
embargo, la Tierra gira alrededor del Sol, de modo que a veces nos movemos más rápido contra la “lluvia
de WIMPs” y a veces más lentamente. Como consecuencia, es posible que la frecuencia de choques de
estas partículas varíen con la época del año.

De hecho, el experimento DAMA/NaI detectó impactos contra los átomos del cristal que son compatibles
con las características de los WIMPs, y verificó una variación estacional de los sucesos de detección. Sin
embargo, muchos científicos no están demasiado convencidos: por un lado, no se han verificado los
resultados en ningún otro detector (hay unos cuantos), y además el argumento principal del DAMA/NaI es
precisamente la variación estacional, que podría tener otras razones que no fueran la “lluvia de WIMPs“, y
tal vez en este experimento no se hayan descartado realmente todas las otras partículas que pueden
haber producido los impactos.

Los científicos del mismo laboratorio Gran Sasso ya tienen algún detector más sensible, y están
diseñando otros aún mejores, para comprobar si las detecciones del DAMA/NaI fueron engañosas o
realmente hay algo detrás. Hasta ahora, los sucesores del DAMA/NaI no han encontrado nada.

Finalmente, el tercer modo de detectar estos WIMPs es notando el choque entre la partícula y el núcleo
contra el que impacta como una vibración del material. Esto es, como puedes comprender, muy
complicado: los átomos de cualquier material se están moviendo todo el tiempo, vibrando alrededor de
sus posiciones de equilibrio e incluso “revoloteando” libremente según la fase en la que esté la materia.
Notar el movimiento brusco de un átomo cuando es empujado por un WIMP no es tarea fácil pero, aunque
resulte sorprendente, tampoco es imposible.

Criostato del CDMS.


El experimento CDMS (Cryogenic Dark Matter Search, Búsqueda Criogénica de Materia Oscura) se
desarrolla actualmente en la mina de Soudan, en los Estados Unidos. Allí, los científicos tienen discos
semiconductores de silicio y germanio, enfriados hasta temperaturas de prácticamente el cero absoluto
(tan sólo unos 0,05 K) para que sus átomos estén prácticamente quietos. Cuando una partícula penetra
en el material se producen movimientos bruscos de los electrones (si la partícula está cargada), y si el
impacto es contra el núcleo se produce una onda de sonido producida por ese átomo al desplazar a los
que tiene alrededor en su vibración.

Sí, es exactamente lo que piensas que es: los científicos están tratando de oír a los WIMPs, aunque lo
hacen midiendo las diferencias en la resistencia eléctrica del material cuando pasa la onda sonora y lo
calienta levemente. Analizando los movimientos de los electrones y los núcleos, pueden determinar qué
tipo de partícula ha impactado. Hasta ahora no han detectado ni el más mínimo murmullo procedente del
impacto de una de estas partículas hipotéticas, pero siguen aumentando la sensibilidad del aparato todo
el tiempo de modo que veremos qué pasa.

Disco detector del CDMS. Crédito: Fermilab.

En este vídeo puedes disfrutar de una visión “acelerada” del proceso de construcción del CDMS:

Desde luego, es perfectamente posible que, según estos instrumentos aumenten su sensibilidad,
lleguemos a una conclusión negativa. Los modelos de WIMPs les dan unos intervalos de valores para la
masa y la sección eficaz de sus interacciones con los núcleos de los átomos ordinarios. Cada vez que el
CDMS y otros como él aumentan su sensibilidad y no detectan nada, disminuyen como consecuencia la
máxima sección eficaz. Es posible que llegue un momento en el que sus resultados invaliden los modelos
de WIMPs de que disponemos, en cuyo caso probablemente habrá que buscar otra explicación a la
materia oscura.

Si, por el contrario, confirmamos la existencia de estos WIMPs, ¿cuál sería su naturaleza y dónde
encajarían con las otras partículas? Hay varias partículas hipotéticas cuyas características teóricas son
compatibles con las de los WIMPs, pero el candidato teórico a WIMP más aceptado de todos será el
objetivo de la siguiente entrada de la serie (en la que también hablaremos del concepto de supersimetría):
el neutralino.

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