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En este capítulo se exponen los datos más relevantes obtenidos con la intención de ofrecer una
breve visión de conjunto.
• Tomando como referencia el total de la población (entre los 10 y los 24 años) los
consumos de alcohol son los más frecuentes: los consumos de fin de semana
superan el 30%.
• El tabaco constituye la segunda sustancia: el 27% lo
consume de modo habitual, lo que implica un consumo
diario.
• En el caso del cannabis, un 12% afirma consumirlo
semanal o diariamente y un 10% lo hace
frecuentemente (una o más de una vez al mes).
• Los consumos del resto de sustancias son mucho más
minoritarios y en todo caso se trata, por lo general, de consumos esporádicos.
Destaca que el consumo de alcohol aparece junto con el resto de consumos; en la medida
en que los consumos del resto de sustancias aumentan, también lo hace el de alcohol.
Las chicas presentan consumos frecuentes de alcohol y tabaco ligeramente superiores a los
chicos. La tendencia se invierte en el caso del cannabis y resto de sustancias.
Habitualmente en las edades tempranas, a las que se les dedica
muchas más actuaciones e intervenciones dedicadas de forma
específica a la promoción de salud, se aprecia que realmente la
pérdida de salud es una de las cuestiones que más se asocian dentro
del estudio a los riesgos relacionados con consumo de drogas. Pero
también se constata que, a medida que los jóvenes van entrando en
contacto con las drogas, va desapareciendo esa imagen de
imposibilidad de gestión de las drogas y se sustituye por otra que va
imprimiendo a las drogas un carácter de posibilidad de manejo y
funcional, relacionado con la idea de poder utilizarse sin que
necesariamente den problemas.
Corroborando esta afirmación aparece el dato de que prácticamente 9 de cada diez declara
que el consumo de drogas puede comportar riesgos (entre los que destacan los daños para la
salud, la posibilidad de perder el control sobre los actos, tener problemas con la familia y
adquirir una dependencia), pero también se constata que este factor en sí mismo no es capaz de
convertirse en un factor de protección, dado los índices de consumo o las pautas de consumo
desarrolladas.
Los consumos se igualan cada vez más entre chicos y chicas. No obstante, la influencia de
los roles en nuestra sociedad sigue marcando pautas de comportamiento diferenciado, así como
el hecho de que los padres consuman influyen de forma evidente en los inicios de consumo de
nuestros adolescentes y jóvenes y el hecho de que las madres no consuman correlaciona
positivamente con el no consumo de los hijos e hijas.
Se observa también una incidencia muy clara entre la práctica de actividades organizadas,
bien deportivas o de otra índole al aire libre, y el desarrollo de conductas consumidoras, de tal
forma que, cuando aparece una práctica regular de este tipo de actividades, los porcentajes de
no consumidores se incrementan mucho más que a la inversa, a la vez que disminuyen las
conductas de consumos frecuentes o habituales de las sustancias con mayor presencia de
consumo entre nuestros jóvenes y especialmente con la sustancias de consumos más
minoritarios.
En base a todos estos hechos, se plantean algunas inferencias y reflexiones
metodológicas sobre las intervenciones que se vienen desarrollando con los
adolescentes y jóvenes y que se reproducen textualmente a continuación:
La descripción de riesgos de las drogas debe ser algo mucho más objetivo, ceñido
a riesgos reales, conductas concretas y a cada sustancia.
Por último, es evidente la necesidad de que los /as adolescentes sean capaces de
construir un tiempo de ocio rico en alternativas y con motivaciones que no les hagan recurrir
al consumo como la única opción para el disfrute. Evidentemente, en este plano, los adultos
y especialmente las familias tienen/tenemos un papel insustituible.