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En la Historia de la Misión de Santa Teresa de Lisieux, Urs Von Balthasar afirma lo siguiente: "Podemos decir que
Teresa junio con el Cura de Ars representa el único ejemplo absolutamente evidente de una misión teológica en
amplio sentido dentro del siglo XIX". Quizás olvide a los héroes de la caridad —la más teológica de las virtudes
—, pero no puede negarse que la vocación de San Juan Vianney en el Cuerpo Místico ha sido y sigue siendo una
eminente vocación teologal: el Cura de Ars personifica en su vida la teología de la instrumentalidad sacerdotal.
Ignoramos si es bajo este aspecto que Von Balthasar reconoce la misión teológica del Cura de Ars. Para nosotros,
sinceramente radica allí. Mas allá de los hechos exteriores, de los juicios de sus coetáneos que lo consideraron sólo
como modelo de párrocos, parécenos que el Señor lo ha entregado a su Iglesia para manifestar la doble virtud; de
su gracia en la nada de un hombre y de la nada de un hombre que se ha dejado actuar por la gracia.
Con ingenuidad infantil pero con dura firmeza de obrero, San Juan Vianney depende de Dios, y trabaja y vive en
esa dependencia omnímoda. Pero pone su parte, mas que como don como deber, llegando a la totalidad del don. La
gracia tiene que vencer no resistencias positivas, pero sí una densa opacidad natural; la gracia sacerdotal debe
instrumentarse, sobre lodo, en un compuesto rudo y dentro de un ambiente gris y estrecho.
Todo en él es pobre, hasta su físico. Pareciera que Dios ha buscado un mínimum de hombre para manifestar su
riqueza y el poder de su gracia; pero, al mismo tiempo, para dar una respuesta de misericordiosa ironía a la
autosuficiencia del siglo de las luces y de los siglos subsiguientes.
Este hombre, sin saberlo, sin soñarlo, sin quererlo, encarna para toda la Iglesia y para lo mas alto de ella, el
sacerdocio, una misión teológica. ¡Qué insondables los juicios de Dios, qué sublime su trama!
San Juan Vianney ha vivido la mística del instrumento y la ha vivido del modo más sublime: ignorándolo. Las
reflexiones que siguen pretenden descubrir la linea vertebral de este hecho, o de este caso: Dios-Vianney.
El Verbo Encarnado es el libro del hombre. Los dos órdenes: divino y humano, están inscriptos en e1 sin tachas y
sin enmiendas. Las dos operaciones: divina y humana, actúan en e1 sin oposición y en armonía invariable.
La Edad Patrística nos ha legado la expresión teológica que concreta mejor la presencia unificada de esta doblo
virtud de Jesucristo: su vida "teándrica".
Santo Tomás de Aquino -como toda la Escolástica- recoge esa genial expresión, más aún, la extiende, acentuando
el valor sacramental de la Humanidad de Jesucristo, y nos lega a su vez los principios que informan la teología del
instrumento humano en colaboración con Dios.
La Humanidad de Jesucristo es el instrumento, el órgano unido a la Divinidad. Gracias a esta conjunción por la
unión hipostática, esa Humanidad se convierte también en causa eficiente de la salud del hombre.
"En Cristo la operación de la Humanidad participa en algo de la virtud divina, porque todas las cosas que
convienen en un Supuesto, sirven de instrumento a lo que es principal. De este modo la Humanidad de Cristo es
considerada órgano de la Divinidad. Por lo tanto, todas las acciones y pasiones humanas, por virtud de la
Divinidad, fueron causas de salud" (Comp. Theol., c. 212).
Y en otro lugar señala la actividad consciente y autónoma de la Humanidad de Jesucristo: "La Humanidad de
Cristo es el instrumento de la Divinidad; instrumento animado por el alma racional, que es actuado, pero de modo
que también actúa" (Sum. Theol., III P., q. 7).
Instrumento actuado y actuante. He aquí el nudo dinámico en el misterio redentor de Jesucristo y la eficiencia de
su virtud. Toda la vida divina que desciende al hombre y al mundo, desciende gracias a este nexo misterioso.
Nadie como el sacerdote está en la línea Instrumental de Jesucristo. Nadie como él tiene la virtud de producir los
mismos efectos. Y, por lo tanto, nadie como él es actuado y movido por Díos. Pero al ser instrumento racional y
libre, nadie como él es actuante. Nadie entonces como el sacerdote debe estar unido a la Divinidad para recibir la
fuerza íntegra del impulso divino; y nadie como él, dispuesto activa y positivamente a secundar ese impulso.
La vida sacerdotal debe ser el mejor reflejo de la vida teándrica de Jesucristo. Por eso el ejemplar perfecto de la
mística de la instrumentalidad sacerdotal es Jesucristo. Él mismo, como "opus operatun” sacramental, impulsa a
vivirla. Al mismo tiempo, insistirá desde afuera con su ejemplaridad. La aproxima en el tiempo y la encarna en
almas-tipos.
El Cura, de Ars es una de estas almas. Arquetipo sacerdotal en toda la amplitud del término. Ha vivido la mística
del instrumento del modo más constante, más integro, más heroico. Su razón de ser parece haber sido esta y no
otra.
Salvación o condenación
En los primeros años la lucha se traba entre los dos términos más absolutos: salvación o condenación. En los
postreros, entre oración y trabajo pastoral.
Quiere renunciar absolutamente a todo ministerio para ocultarse, llorar sus pecados y prepararse a bien morir. A
estos sentimientos se mezcla una atracción profunda por la oración solitaria y una tentación sutil "sub specie boni".
Plantear este drama parecería negar la conciencia instrumental de San Juan Vianney. Es todo lo contrario, El
drama prueba todavía mejor cómo se entrega a Dios sacrificándole el interés más personal su Salvación, y con éste
el impulso tan fuerte por la oración solitaria. Al modo de un instrumento se deja actuar, contrariando
sus mejores fuerzas, y volcándolas luego al querer divino.
Dios, por su parte, promovió este drama para dar una lección a los hombres; al sacerdote sobre todo. La vocación
viene de Dios y no del hombre.
San Juan Viannev quiere ser sacerdote y llega a serlo. Quiere salvar su alma y la de muchos otros. Pero ignora el
pecado hasta que deba absolverlo. Desde entonces una percepción poco común, finísima, del misterio del pecado
deja en el una trepidación constante por el único mal del hombre. Incide sobre él y se siente comprometido.
Al misino tiempo, Dios, Jesucristo, el Santo Sacrificio de la Misa, la oración larga de sus primeros años
sacerdotales, producen en él esa imantación que todo lo divino produce en el alma pura, y le crea esa tensión de
espíritu —absorción, necesidad de entrega absoluta— creciente a medida que va viviendo.
El desenlace de todo drama espiritual válido se produce por saturación. Todo drama interior debe crecer hasta
estallar. La cruz, con asomos de desesperación, es inevitable.
Incertidumbre, tentación…
Vianney pasa así sus mejores años de Párroco en perpleja Incertidumbre. Muchas veces deja traslucir que
sobrelleva penosamente la carga parroquial. A sus ojos la responsabilidad es tremenda.
No siente un ideal apostólico sostenido por un temperamento a fin. No se da en Vianney un desposorio con la vida
apostólica. Y quien será luego modelo de Párrocos debe ser Párroco a pesar suyo. La pasión por las almas no
reviste el carácter fogoso y conquistador de San Francisco Javier o de San Francisco de Sales. Sus ayunos, su
excesiva penitencia corporal, responden menos a una concreta finalidad apostólica que a la expiación personal y al
sojuzgamiento de la propia carne", dada su conciencia de hombre pecador.
En un hombre tan recto, tan obediente, tan familiar con los secretos de Dios, sorprende la Insistencia en dejar la
Parroquia, pese a la reluctancia de Tres Obispos, y más aún, sorprenden sus famosas fugas. El término tentación,
que utilizan mis hagiógrafos, es exacto. Pero no lo cxplica todo.
El proceso de saturación llega a su término, los intentos de fuga, rompiendo el equilibrio psicológico, lo restituyen
reencontrando el espiritual.
Los dos filos de su espada son la salvación y la necesidad de oración.
Al sacrificar su propio impulso para seguir el de Dios, pierde su alma y la salva. Sacrifica la soledad de la oración,
pero de la ignorada plenitud de su contemplación divina deriva una acción apostólica tan fecunda que Ars se
convierte durante cuarenta años en una perenne alborada de resurrección.
También en este drama Dios ha subrayado los factores para escribir una lección con grandes letras.
El misterio de la vocación
El sacerdote es instrumento, siempre instrumento en las manos de Dios. El sacerdote no puedo prefabricarse su
ideal, su misión. Su vocación. Disfrazada de bien superior aparece en el umbral de la conciencia de Viannev la
seducción de un camino propio, de una elección personal. Él debe ser tentado para que pueda ser lección.
Es fácil confundir vocación con auto vocación. Esta confusión lleva inexorablemente al fracaso, а la ruina de las
mejores esperanzas. No es raro llamar vocación al gusto personal, olvidando que el gusto personal frecuentemente
está Imbricado en la falacia del amor propio.
La vocación viene de Dios. Es la idea eterna, el plan eterno de Dios sobre cada uno de sus hijos. Y cada uno de sus
hijos es ideado en vistas al Cuerpo Místico y a la humanidad total.
La vocación personal, en cuanto nacida de Dios, es singular, concreta, particular para cado ser humano, Cada
hombre es llamado de la nada y enviado al mundo para cumplir una misión del Padre. Vocación y misión son de
hecho lo mismo.
La vocación es un misterio al que hay que dar respuesta. Descubrir para responder.
Una vocación personal, nacida del hombre mismo, es antiteológica. Por desgracia es también frecuente.
El paradigma vocaciónal más perfecto nos lo ofrece María Santísima. Su vocación personal, su misión, es la
Maternidad divina; y sin embargo la ignora. Antes de la Anunciación ni vislumbró siquiera su misión. Su misma
Maternidad espiritual sobre los hombres —misión conjunta o vocación Integral— tampoco le es conocida desde la
Encarnación del Verbo. Sólo al pie de la cruz conocerá todo su misterio, su vocación y su misión personal. Entre
tanto, y desde el primer Instante de su ser, ha venido cumpliendo su misión, realizando su vocación personal
Vocación es la gran oportunidad que Dios da al hombre. Una vez realizada, constituye un capitulo único también
de la Historia divina. Por lo mismo, la fe es la gran virtud en juego. La fidelidad al plan misterioso de Dios no
puede concebirse sino en base a la fe. En Ella nace, crece y se sostiene. La fidelidad es la floración de la fe. Es su
remate.
El capítulo XI de la Carta a los Hebreos es la apología de la fe concurrente con los grandes planes de Dios. Las
sublimes figuras bíblicas —nuestros Padres— responden siempre en tinieblas a la vocación personal, al misterio
del llamado. Todos ellos son probados en el fuego, dejados solos, oprimidos hasta por el mismo Dios. Cuando más
alta y trascendental es su misión, se les exige una fe más profunda y más dramática.
La misión teológica
San Juan Vianney tiene una misión teológica; no es común, es extraordinaria. Sapientemente Dios lo despoja, lo
desnuda de todo, hasta de la mística parroquial de la seguridad del rumbo y de la meta.
A Abraham se le exige sacrificar al hijo único. ¿Es acaso menos hijo el resguardo de la propia salvación, la
necesidad de horas solitaria e íntimas con Dios?
Dios le exige fe, renuncia, entrega. Tiende su mano a Dios y sigue el Impulso y la dirección de la otra Mano. ¿Qué
le Importa saber su vocación? La conoce el Autor que es Dios, y él resuelve no preguntarle nada: sólo seguirlo.
La Parroquia es un pretexto divino, Ars es una ocasión providencial, mi vida es el prólogo de su verdadera misión.
Más allá de Ars, de Francia, del siglo XIX, le espera un inundo, y sobre lodo un mundo sacerdotal.
La temprana certeza de la vocación personal es una gracia; pero ignorarla es una gracia mayor. Cumplir la misión
personal devorado por el fuego de un ideal conocido, es una gracia; pero cumplirla sin ese fuego es una gracia
mayor. De este modo lo personal no aparece en escena. El hombre queda hundido, perdido en lo impersonal. Es
decir: en Dios. Entonces sí puede su vida encarnar una misión teológica.