En fin, planteo a Bergson 1 la cuestin que me ha pedido que le plantee
uno de nuestros queridos amigos: qu recuerdo preciso conserva de la
conversacin que mantuvo con el padre Pouget? Cosa curiosa y muy significativa, ocurre con l lo mismo que con Sophie OBrien, cuyo testimonio cito en la pgina 56 de mi pequeo Claude Bernard, y que nos dice: Un da nos hizo su profesin de fe, y nos expuso las razones de su creencia en la inmortalidad del alma. Cuntas veces intent recordar sus palabras! Solamente conservo la impresin de conjunto y la alegra que experimentaba al orle. No otra cosa puede decirse de Bergson y del padre Pouget. Me dice, y escribo mientras l habla: No tengo del padre Pouget ms que una impresin rpida, puesto que lo vi slo ese da. Pero fue esta una verdadera impresin, antes que una constatacin prolongada y razonada. Suscribo de antemano lo que usted pueda decir de los detalles de nuestra conversacin, porque conserv usted de ella ciertamente un recuerdo a la vez exacto y preciso. Recuerdo nicamente que contest a todas mis objeciones, que disip todas mis dificultades hasta el punto que su recuerdo ya ni siquiera ha quedado en mi espritu. Recuerdo tambin que me habl de la Escritura, me dijo a este respecto cosas muy interesantes, muy atrevidas, muy originales, que yo mismo me preguntaba si podran ser aceptadas por los telogos. Yo me deca: esto debe ser la verdad, tal es su sencillez. Tena la impresin de hallarme ante alguien que no trata de decir cosas sorprendentes, que dice cosas que todo el mundo hubiera debido ver, pero para las que es preciso, si se las quiere ver tal como son, una singular penetracin de espritu. El padre Pouget me dio, tanto y ms que cualquiera, la impresin de esta elevacin de espritu y de alma que hace a uno apto para ver. Encuentra uno felizmente en su camino ms de un espritu y de un corazn que nos eleva. Pero en presencia del padre Pouget experiment un sentimiento indefinible. Me pareca que no poda ser de otra manera. Era esto predestinacin? Acaso designio especial de la Providencia? Me pareca en verdad que apenas se necesitaba esfuerzo para llegar a ser un santo. Pienso que muchos santos fueron as como l. Pero muchos han debido a poner a contribucin su esfuerzo. Ninguna huella de esfuerzo, por el contrario, en un hombre como l, que se encuentra de pronto en la cumbre de la verdad. Lo que me sorprendi en l era la inconsciencia del efecto producido: como si la verdad desnuda se le impusiese de una vez. Daba la impresin de la santidad, y de una santidad que no debi nunca costarle esfuerzo. Pero le cost, en efecto.- Hay algo que no ha sido analizado hasta ahora y que permanece como el gran misterio. Porque me digo: los que obtuvieron lo ms excelente sin esfuerzo, estos naturalmente, han debido hacer un esfuerzo, pero de calidad muy distinta a la del esfuerzo comn: un esfuerzo que, con todo, no es instantneo, que no entra en la categora del instante, que es como la resolucin simple en la cual entra, en estado de concentracin, algo que no conocemos ms que diluido, como ocupando cierta duracin y cierta extensin. Sin duda, la religin no admitira que un hombre fuera colocado as de una vez en lo ms alto. Dudo, por mi parte, que un hombre nazca perfecto.
Jacques Chevalier, CONVERSACIONES CON BERGSON, Aguilar.
Es necesario que en un momento dado intervenga una ayuda de lo alto,
ms o menos merecida. Los hay que llegan a este estado de elevacin por un esfuerzo de progresin ms o menos rpido de su parte; los hay que, vistos desde fuera, parecen haber llegado a ese estado de una vez: pero, en su interior, debe darse algo as como una equivalencia de este esfuerzo. Pondra esto en relacin con mi experiencia de jinete. De joven, senta preferencia por la equitacin y la practicaba (as como la esgrima, con Mrignac y Kirchoffen). Lleg un da, en Clermont, segn creo recordar, en que tom la resolucin de hacer sin esfuerzo lo que haba hecho hasta entonces con esfuerzo. El resultado fue mucho mejor, cuando pas del estado de tensin al de remisin, de abandono y de confianza. Pero este estado es muy difcil de analizar. Exigira el ser estudiado en sus condiciones, el interesarse por este problema. Vea perfectamente en todo caso que aqu no jugaba el valor, porque el riesgo era nulo. Era quiz la confianza de ponerse en las manos -de quin, de qu?, no lo s-, digamos, del genio de la equitacin; porque no me atrevera a decir de Dios. Se trataba de una confianza absoluta, equivalente casi instantneo de toda una serie de esfuerzos, y que me proporcionaba agilidad, soltura y todava algo ms. Para ser un buen jinete es preciso comenzar pronto; se llega a ello con ms o menos rapidez, con ms o menos facilidad. Pero los que hubieron de desarrollar su esfuerzo, conservan siempre huella de l. Otros adquieren muy pronto una soltura perfecta y absoluta: privilegio que slo disfruta un pequea nmero. En lo que a m respecta, hube de hacer un gran esfuerzo, pero me daba perfecta cuenta de que hubiera podido llegar al mismo resultado sin esfuerzo o casi sin l, aunque no obstante, se hubiera producido siempre algo que equivaliese al sustituto de ese esfuerzo, en el que estara contenido en una forma simple. Se trata en este caso de un estado indefinible, intermedio entre una disposicin fsica y una disposicin moral; si hubiese sabido analizarlo, habra inventado un mtodo para la accin. YO.- Volvemos a encontrar aqu, en su fuente, a mi parecer el problema de la aptitud y el problema de la gracia. BERGSON.- S, ya lo creo. De un plano al otro, se encuentra alguna misteriosa disposicin que se aplica perfectamente en el estado de gracia, y metafricamente en cualquier otro estado, pero de manera tal, que bajo esta metfora existe algo real, a determinar experimentalmente. El comn de los hombres tiene ms confianza en el que lleg sin esfuerzo a este estado y que es naturalmente honesto, que en el que hizo un esfuerzo penoso, doloroso, para llegar l. Y este sentimiento es, sin duda, verdadero: porque en el primero debe haber un equivalente eminente del esfuerzo meritorio realizado por el segundo.
SOBRE LOS ANGELES (Interpretación) Reseña Rafael Alberti inició su obra artística en 1925, con la publicación de su primer libro de poemas, Marinero en Tierra. A pesar de que el artista primerizo obtuvo con este conjunto de poemas el Premio Nacional de Literatura, y a pesar de la calidad y extensión de su producción posterior, a Rafael Alberti se le conoce, especialmente como el autor de Sobre los Angeles. El público literario madrileño acogió la obra con inusitado entusiasmo. Entusiasmo mezclado con incredulidad y sorpresa: no se esperaba del poeta de versos gráciles y musicales, un libro cargado de tormento y angustia existencial. Poblado por ángeles feroces, crueles, y deformes que se debaten en un mundo poético turbulento. Angeles monstruosos, siempre volando de un extremo a otro del doble universo de este libro: infierno y cielo. Angustia, soledad, ansia de salvación son los temas principales que conmueven el mundo de esta obra. Esta creación no es, como suelen serio las grandes o