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El hambre desayuna miedo. El miedo al silencio aturde las calles. El miedo amenaza.
Si usted ama, tendrá sida.
Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación.
Si bebe, tendrá accidentes.
Si come, tendrá colesterol.
Si habla, tendrá desempleo.
Si camina, tendrá violencia.
Si piensa, tendrá angustia.
Si duda, tendrá locura.
Si siente, tendrá soledad.1
1
Galeano, Eduardo., El Viaje, Siglo Veintiuno Editores., España 2006., Pág. 49
construcción de este poderoso cosmos del orden económico
moderno que, amarrado a las condiciones técnicas y económicas de la
producción mecánico-maquinista, determina hoy con fuerza irresistible
el estilo de vida de cuantos nacen dentro de sus engranajes (no sólo de
os que participan directamente de la actividad económica), y lo seguirá
determinando quizás mientras quede por consumir la última tonelada de
combustible fósil. El cuidado por los bienes exteriores, decía Baxter, no
debía ser más que “un liviano manto que se pueda arrojar en todo instante” sobre los
hombros de sus santos. El destino ha convertido este
manto ligero en una coraza dura como el acero»
”2
Bajo esta reflexión, de una ejemplificación incalculable, es que podemos apreciar como
Weber se hace parte de la crítica a esta situación moderna, y que alcanza su auge en las sociedades
contemporáneas, en las cuales esta racionalidad acude con fuerza a su empuje primario, la libertad,
el progreso, la democracia, pero sin embargo, acude a ella sólo como eso, un empuje, un punto
primo desde el cual se justifica su desarrollo, pero que sin embargo no se puede ni volver, ni llegar.
Es entonces que no pensamos en tener estos valores, sino que tenemos miedo a perderlos, en
nombre de la democracia, se excluye la diferencia, en nombre de la libertad quitan los derechos
civiles, en nombre del progreso, destruimos el lugar donde habitamos. Es esta ambivalencia la que
se articula desde esta racionalidad, no podemos imaginarnos fuera de las relaciones capitalistas de
producción y eso, es también un constructo de esta racionalidad.
Para Simmel esta situación se manifiesta en otro momento en el consumo, el consumo
homogeneiza a los individuos al basar su oferta en la producción en masa, pero sin embargo bajo el
también este individuo se diferencia de otros, las modas permiten que estos cánones de
homogeneización parezcan cánones de vanguardia y que por ende esta ilusión de diferencia se
transforme nuevamente en un criterio homogeneizante permitiendo que aparezcan nuevas modas.
«Si la división del trabajo —que entendemos aquí en su sentido más amplio, como
división de la producción, fraccionamiento del trabajo y especialización— separa a la
persona creadora de la obra creada y permite que esta última gane una autonomía
objetiva, algo parecido sucede con la relación entre la producción y el consumidor»3
Esta referencia, sin embargo, se nos hace conocida en Marx cuando este plantea su teoría
acerca del fetichismo de la mercancía:
“Es algo así como lo que sucede con la sensación luminosa de un objeto en el nervio
visual, que parece como si no fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista, sino
la forma material de un objeto situado fuera del ojo. Y, sin embargo, en este caso hay
realmente un objeto, la cosa exterior, que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojo. Es
una relación física entre objetos físicos. En cambio, la forma mercancía y la relación de
valor de los productos del trabajo en que esa forma cobra cuerpo, no tiene
absolutamente nada que ver con su carácter físico ni con las relaciones materiales que de
este carácter se derivan. Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma
fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación
social concreta establecida entre los mismos hombres […] A esto es a lo que yo llamo el
fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan pronto como se crean
en forma de mercancías y que es inseparable, por consiguiente, de este modo de
2
Max Weber., Ensayos sobre sociología de la religión., vol. 1, Madrid, Taurus, 1983. pág 165. en González García.,
José., Max Weber y Georg Simmel ¿dos teorías sociológicas de la modernidad?., Reis . Pág 83.
3
G. SIMMEL, Filosofía del dinero, Madrid, IEP, 1977, p. 575. en González García., José., Max Weber y Georg
Simmel ¿dos teorías sociológicas de la modernidad?., Reis . Pág 84.
producción”4
Bajo estas tres concepciones se puede articular entonces una critica a las relaciones dadas en
la vida moderna, la primera desde la consolidación de su racionalidad como forma de desarrollo en
sí, la segunda desde el consumo y su posición ambivalente respecto a la autonomía que el consumo
adquiere de la producción y la última (pero anterior a ambas), respecto a la relación fantasmagórica
que hay en el proceso productivo mismo. Sin embargo esta linea no basta para poder acercarnos con
mayor claridad al los cuestionamientos principales.
Debemos entonces tratar de dilucidar bajo qué premisas también se fundan esta justificación
que para sí se tiene la sociedad moderna capitalista, estas premisas descansan en el individuo, en
sus concepciones más intimas, así Nietzsche desestima en su obra, el “yo” como un ser autónomo,
racional y libre. Nietzsche nos plantea la imposibilidad que la modernidad tiene de suturarse, de
cerrarse a si misma como una totalidad pura, y claramente esta pretensión parte desde el individuo,
“Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de
psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los
presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón. Ese
fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en
general; cree en el “yo”, cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta
sobre todas las cosas la creencia en la sustancia-yo —así es como crea el concepto
“cosa”… El ser es añadido con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas
partes como causa; del concepto “yo” es del que se sigue, como derivado, el concepto
“ser”… Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que
produce efectos,—de que la voluntad es una facultad… Hoy sabemos que no es más que
una palabra…”5
Es bajo esta postura que de desprende el vitalismo simmeliano, esta misma condición de
vida, que es apresada por la forma se convierte en una nueva salida, trasciende la forma, entra en
conflicto con ella, no se deja apresar. Es la humanidad también la que genera una salida a su crimen
4
Marx, Karl., El Capital, F.C.E., México 1973, Vol.1. p.37
5
Nietzsche, Fredrich., El crepúsculo de los ídolos.,Alianza Editorial., Madrid 1989., Pág. 49.
6
Georg Simmel., El conflicto en la cultura moderna., Reis., Pág. 324.
cometido, ya que este crimen nunca es entero, nunca se da por acabado, esta es la promesa moderna:
terminar el trabajo. Simmel nos dice que el trabajo nunca termina, al igual que Nietzsche, es un
devenir de voluntad.
Lo anterior no se aleja de la posición de Marx, su supuesto foi dans le progrès más que un
grito moderno es un llamado a la acción, una propuesta, ¿acaso la voluntad de poder no lo es en
Nietzche?. Es el crimen mismo el que pide ser castigado. Crimen montado en su caballo de batalla,
llamado sociología. Aunque siempre es bueno creer (ya que entra en el dominio de la creencia), que
podemos decapitar el jinete y reclamar para nosotros tan preciado corcel.