Está en la página 1de 4

Publicado en Revista CERES, 2003

La competitividad: ¿Un Medio o un Fin?


Hugo Cardona Castillo

Hoy en día, para estar a tono en un discurso político, en una conferencia académica o

incluso en una conversación rutinaria a la hora del almuerzo, se hace casi religioso el

entendimiento, el reconocimiento y la aceptación incuestionable de un “mundo globalizado” y de la

supremacía de la “competitividad” por sobre todas las cosas. De no ser así, se corre el riesgo de

ser considerado anacrónico, poco informado y poco visionario.

Hay, sin embargo, una creciente corriente de pensamiento entre intelectuales de todo el

mundo, que empieza a manifestar serias preocupaciones sobre lo que han dado en llamar la

“ideologización” de la competitividad y los distintos estándares de su aplicación. Por supuesto, las

preocupaciones son mayores al reconocer algunas de las implicaciones de convertir la

competitividad en un fin.

Dentro del contexto de la globalización, la competitividad ha dejado de ser un medio para

convertirse en un fin, como lo indicara Ricardo Petrella, economista líder del llamado Grupo de

Lisboa, al referirse a ella como “el evangelio de la ideología dominante”. El Grupo de Lisboa, que

reúne a connotados científicos de diferentes nacionalidades, es un grupo dedicado a la concepción

de un nuevo “contrato” económico, ecológico y social para el planeta tierra. Su trabajado ha girado

en torno a lo que se ha conocido universalmente como “Los Límites de la Competitividad”. En el

seno de dicho grupo, de acuerdo con Philippe de Woot, se plantea la pregunta: Será la

competitividad de los hombres, de las empresas y de los países, el medio más indicado para

manejar nuestro planeta en plena mutación? y reconocen que “Es evidente la ingerencia de la

competencia y de la rivalidad en la producción de riquezas y su estrecha vinculación con el espíritu

democrático. No obstante, provocan un efecto inverso cuando se constituyen un fin en sí mismas:

en efecto, la carrera de la competitividad desenfrenada que ocurre hoy en día debilita los lazos

económicos y sociales, al mismo tiempo que amenaza el medio ambiente planetario”

El profesor Jacques Chonchol, de la Universidad de la Sorbonne, París, nos recuerda que

“La competitividad se obtiene mediante el uso de tecnologías más modernas y éstas tienen hoy
Publicado en Revista CERES, 2003

una característica cada vez más nítida: son fundamentalmente ahorradoras de mano de obra

permanente y solo requieren una pequeña burocracia altamente calificada y una cantidad variable,

según las condiciones del mercado, de mano de obra temporal, o de pequeñas y medianas

empresas subcontratadas... en los grandes países desarrollados, el desempleo creciente, la

precariedad de muchos de los empleos aún existentes y las diferencias cada vez mayores de

ingresos entre, por un lado, los dueños del capital y la élite que opera el nuevo sistema económico,

y por el otro, el resto de la fuerza de trabajo es hoy fenómeno cada vez más evidente”

En ese mismo sentido, Carlos Luis Coster nos recuerda que el lucro, la competitividad sin

límites y la flexibilidad constituyen los elementos determinantes y casi excluyentes de la economía

y que los resultados son elocuentes: “32 millones de desocupados en los países industrializados,

17 millones de hombres y mujeres sin trabajo en la Europa Comunitaria, y una miseria creciente en

los países del sur. Si estas consecuencias son graves para los países industrializados, lo son más

para los países del tercer mundo y los países en transición, donde la miseria pone en peligro los

procesos democráticos.” Exponiendo así mismo el ya conocido y estremecedor dato

proporcionado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, en el sentido de que “el

19 % de la población mundial acapara y goza del 83% de la riqueza.”

De acuerdo con Chonchol, la globalización se manifiesta en el plano de un cierto traspaso

de poder de los Estados nacionales a las sociedades multinacionales y de una simbiosis entre los

intereses de los grandes Estados de los países industrializados y dichas sociedades. Datos

relacionados informan que, treinta y siete mil sociedades multinacionales y sus filiales en el

extranjero dominan hoy la economía planetaria. Entre las 200 más poderosas, 172 corresponden a

Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia e Inglaterra. En un período de 10 años –1982 a 1992-

sus ventas pasaron de 3 mil a 5 mil billones de dólares con un incremento de casi 3 puntos

porcentuales en su participación en el producto mundial bruto. A pesar que estas grandes

multinacionales pertenecen a ciudadanos de algunos de los grandes países industrializados,

ningún gobierno de esos países puede ejercer un control sobre ellas. “Si alguna ley molesta su

expansión ellas amenazan desplazarse y pueden hacerlo rápidamente. Pueden moverse

libremente por el planeta para escoger la mano de obra más barata, el medio ambiente menos
Publicado en Revista CERES, 2003

protegido por leyes o reglamentos, el régimen fiscal más favorable para ellas o los subsidios más

generosos. No necesitan ya, como las grandes empresas del pasado, ligarse a una nación o dejar

que sentimientos nacionales solidarios entraben sus proyectos”. Citando a Paul Enkings, nos hace

la reflexión de que las “multinacionales se han convertido en zonas gigantescas de planificación

burocrática en el seno de la economía de mercado” Es decir que estamos frente a una nueva

forma de colonialismo dirigido ahora por las firmas transnacionales que puede “desposeer,

empobrecer y marginar a más gente, destruir más culturas y causar mayores desastres ecológicos

que el colonialismo de antaño impuesto por los sistemas clásicos de dominación colonial.”

En consonancia con esas preocupaciones, recientemente, Evo Morales, dirigente boliviano,

al referirse al Área de Libre Comercio de las Américas, dijo: “El ALCA, desde un punto de vista

ideológico y cultural, para nosotros los indígenas no es más que un acuerdo para legalizar la

colonización de las Américas, y desde un punto de vista económico debería llamarse más bien

ALGA, un acuerdo de Libre Ganancia de las Américas para las transnacionales.”

Octabio Paz, escritor mexicano, ha expresado que “Las sociedades democráticas

desarrolladas han alcanzado una prosperidad envidiable; así mismo, son islas de abundancia en el

océano de la miseria universal” y que “Una sociedad poseída por el frenesí de producir más para

consumir más, tiende a convertir las ideas, los sentimientos, el arte, el amor, las amistad y las

personas mismas en objetos de consumo. Todo se vuelve cosa que se compra, se usa y se tira al

basurero. Ninguna sociedad había producido tantos desechos como la nuestra, desechos

materiales y morales.”

A la intelectualizada preocupación sobre la ideologización que tiende a hacer la de la

competitividad un fin más que un medio, se añade una preocupación no menor sobre los dobles

estándares con que organismos financieros internacionales y los intereses que representan,

aplican, al demandar de países menos afortunados la apertura de sus mercados, sin que haya

reciprocidad por parte de los países industrializados. El propio ex presidente de los Estados

Unidos, Bill Clinton, al referirse a los países industrializados, dijo recientemente que “Si nos

volvemos proteccionistas y ponemos barreras al comercio internacional, es imposible el éxito de la


Publicado en Revista CERES, 2003

globalización y que sus beneficios alcancen todos los estratos sociales en todas las naciones que

optan por esa apertura.”

El Premio Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, fue más lejos al opinar recientemente

que su país, Estados Unidos, “siempre fue hipócrita en las negociaciones comerciales

internacionales, y ahora está exportando esa hipocresía a todo el continente” y continuó indicando

que si su país “siguiera su retórica y fuera realmente un acuerdo de libre comercio, sin barreras

agrícolas o arancelarias, ni cláusulas que socavan la soberanía de algunas naciones, el ALCA

sería bastante bueno para Latinoamérica.”

Evidentemente, estas reflexiones no pretenden poner en tela de juicio las bondades de la

economía de mercado, su mano invisible y la competitividad para la generación de riqueza y el

logro de eficiencia económica, dado un número significativamente alto de condiciones. Más bien

cuestionan las ambiguiedades cuando los supuestos no se aplican y sobre todo cuales son sus

límites, “los límites de la competitividad”, para lograr una armonía básica en el planeta. Como bien

lo dijera Patricio Aylwin, recientemente, “No es vivir en la verdad contentarse con exhibir excelentes

cifras macroeconómicas de crecimiento y estabilidad o ufanarse en la exhibición del progreso ...

mientras al mismo tiempo se silencia la escandalosa desigualdad en la distribución de los ingresos

y la miseria en que viven los sectores marginales”.

En las reflexiones citadas, no se pretende cuestionar la competitividad como un medio,

pero es evidente que hay una preocupación creciente, intelectualizada e intelectualizable, en la

medida que la misma se dogmatiza como un fin en sí. Ello, aunado al hecho de que algunas de

sus reglas son solo aplicables a países y grupos sociales menos afortunados.

También podría gustarte