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Módulo I

El Choque cultural, la otredad y la construcción


del Nuevo Mundo.

Osvaldo Pugliese
Legajo N º 1917
América I
Facultad de Humanidades
Universidad Nacional del Comahue
1) Analizar los conflictos internos del mundo español y del mundo nativo y
cómo influyeron en el conflicto general.
2) Caracterizar el Estado Premial a través de los aportes de los textos del
Módulo.

1-
El proceso de expansión y conquista desarrollado por la España a partir
de finales del siglo XV, tiene su lógica en las políticas desarrolladas por la
Corona española y en particular por los Reyes Católicos.
A partir de la Reconquista española, un sector de la sociedad feudal se
vio beneficiada económicamente al conseguir más tierras productivas, botines
de guerra y mano de obra de los moros. Esta avanzada peninsular a su vez
significó el triunfo de ideales religiosos cristianos sobre las abominables
prácticas de los moros.
Terminada la Reconquista, la frontera ibérica logro ser superada y la
experiencia de conquista logró su primer acierto ante la primera prueba que se
le había presentado. La continuidad de esta conquista fue la superación de la
frontera atlántica.
El dominio de las islas Canarias y la instalación de factorías portuguesas
en la costa occidental del continente africano, fueron muestras del avance
técnico y del desarrollo de estrategias que favorecieran al desarrollo del
mercado europeo y su economía feudal.
Con el descubrimiento europeo del territorio americano, abrió camino
para el desarrollo intensivo y extensivo de las formas de conquista
antecesoras. Primero con la conquista antillana y luego con la continental se
forjaron grandes debates al interior de la cultura europea y de las milenarias
culturas indígenas del Nuevo Mundo.
Las relaciones establecidas con el otro cultural, por ambas partes fueron
complejas y en diversos sentidos, motivadas por fuertes convicciones propias
de la producción de conocimiento que cada una de estas sociedades había
elaborado a través de su historia.

Dentro del mundo español nos encontramos con un serio problema


respecto a las formas de la conquista, la naturaleza del otro cultural (el
indígena) y la legitimidad de utilizar la fuerza para que el nuevo territorio fuese
parte del Imperio Español.
Uno de los aportes ante el problema cultural que nacía fue el de Gonzalo
Fernández de Oviedo (1478 - 1557), cronista, ex cortesano y funcionario del
tesoro de España.
Oviedo conservó una fuerte admiración a las proezas de los
conquistadores en el Nuevo Mundo. La conquista estaba justificada por el
donativo papal de la bula alejandrina de 1493, la cual concedía el derecho de
dominio sobre los nuevos territorios en manos de la Corona española. En tal
sentido, Oviedo concebía a la ocupación de América como la continuidad de la
Reconquista Española, con una opinión fuertemente hostil hacia los indígenas.
Si bien denunció algunas de las escenas de horror y crueldad que se
vivían en el transcurso de la conquista, las adjudicó a las motivaciones de la

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codicia de ciertos conquistadores. El caso de Pizarro y la población nativa del
Perú fue el ejemplo predilecto para demostrarlo.
Sin embargo, Oviedo encontró en la figura de Hernán Cortés valores
nobles y de prácticas admirables propias de un caballero que contrastan con la
brutalidad y las incapacidades de Pizarro.
Cabe mencionar que si bien varias figuras destacadas por parte de la
Corona emprendieron la conquista, los réditos económicos que la misma
generaba sirvieron de motivación para segundones, comerciantes enriquecidos
y otros marginales sociales del sistema feudal. Pizarro era uno de ellos y esto
posiblemente influyó en la imagen que de él pudo hacerse Oviedo, no así en la
de Cortés, que contaba con mayor formación académica.
Asimismo, Oviedo atribuyó la destrucción de las Indias a las atrocidades
de los nativos cuyo castigo divino tuvo por instrumento a los españoles para
que les dieran castigo ante tales abominables pecados. Por eso toda práctica
del Evangelio cristiano debía ir precedida de la conquista armada.

Otro aporte referido a la otredad indígena fue el de Francisco de Vitoria


quien al observar estudios empíricos de los nativos de Perú y de México, atacó
a la teoría de que éstos fuesen esclavos por naturaleza dado que eran seres
racionales, poseían propiedades y sus propias leyes y eran gobernados por
monarcas debidamente constituidos.
Argumentó contra la legitimidad de conquista armada que el donativo
papal no ofrecía razones levar a cabo tales prácticas contra imperios legítimos
y que sólo permitía, en todo caso, la prédica universal del Evangelio. Las
prácticas armadas sólo generarían odio al Evangelio. Además, si las
autoridades de los indígenas quisieran convertirse, ellos luego podrían ordenar
a su pueblo que siguiera su camino. Con todo esto, las políticas de España
durarían un período determinado de años dado que los indígenas contaban con
las capacidades de conformar repúblicas, sólo que necesitaban del aporte
español. Esto el significó a Vitoria la prohibición del emperador Carlos V a
realizar pronunciamientos públicos referidos a la política del imperio.

A estas perspectivas en pugna, se suman las denuncias efectuadas por


el Padres Montesinos en 1511 en contra de las atrocidades que cometían los
encomenderos; las leyes de Burgos de 1512 que determinaban a todos los
indígenas como súbditos del rey. Un año más tarde, en 1513, el jurista Palacios
Rubios elaboraría el Requerimiento, documento que determinaba las
obligaciones que debían contraer los indígenas ante la Corona y que de no
cumplirse o de no aceptarse el mismo, era motivo de represalias. Obviamente
que esto era un herramienta legal para justificar la guerra y la dominación de
los nativos que poco podrían entender de un documento escrito en latín que les
leía un español.

Durante los años 1550 y 1551, en Valladolid, se desarrolló lo que dio en


llamarse “el Gran debate” entre Juan Ginés de Sepúlveda, seguidor de
Fernández de Oviedo, y Bartolomé de Las Casas y los domínicos.
Sepúlveda y López de Gómara, basaron sus posturas en los preceptos
de Oviedo. Afirmaron que de tratarse de causas justas, nobles y cristianas, la
gloria militar y la profesión de las armas estarían justificadas. Sepúlveda

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fundamentó la justeza de la conquista y del Imperio Español en el Nuevo
Mundo aludiendo a que los indios eran esclavos por naturaleza.
Los indios no habían desarrollado ciencia alguna, ni leyes, ni poseían
noción de propiedad privada, sometidos al despotismo de sus autoridades que
podían hacer de sus vidas lo que les plazca. Si bien habían desarrollado
ciudades esto sólo probaba que eran humanos y no otros seres, si bien
cualquier animal desarrolla este tipo de construcciones. Se trataba de seres
dominados por sus pasiones casi tan inferiores a los españoles como los
monos a los hombres. Sus formas sociales eran tan salvajes y feroces que sólo
la acción armada permitiría eliminar tales maldades para que luego se les
enseñase el Evangelio.
La bula alejandrina, ulterior y subordinada a los derechos de
descubrimiento y conquista, confirmaría la realidad en el Nuevo Mundo.
Los indígenas serían siervos por naturaleza de los españoles. Pueden
mejorar en un proceso de domesticación pero necesitan regirse del orden que
les brinda el español y no por la libre observancia de la ley. Estos homúnculos,
vestigios de humanidad, realizaban prácticas inhumanas como la sodomía, el
canibalismo y el sacrificio humano con brutal adicción.
Sepúlveda nunca pidió la esclavización de los nativos pero defendió el
heroísmo español en la conquista del Nuevo Mundo a través de la denigración
sistemática de los indígenas.

Por su parte, el fraile Bartolomé de Las Casas, realizó el primer trabajo


de etnografía comparada entre los pueblos de América y los del período clásico
europeo, arribando a la conclusión de que los indígenas nada tenían para
envidiarles a las más grandiosas civilizaciones que el viejo continente haya
tenido. Todos los seres humanos fueron creados a imagen y semejanza del
Todopoderoso, con lo cual todos eran capaces de adquirir la misma gama de
conocimientos y de religión.
Tomando de Aristóteles los seis requisitos de una ciudad (agricultura,
artesanos, guerreros, hombres ricos, religión organizada y gobierno legítimo),
observó que estos se cumplen en el caso de las ciudades incaicas y aztecas.
Respecto a la religión, determinó que si bien adoran a distintos ídolos,
esto es el reflejo de su búsqueda natural, propia de todo ser humano, de
conocer y servir a Dios. La ignorancia y la corrupción del pecado los habían
impulsado a la idolatría. Pero a su vez, su gran obsesión en el culto a sus
dioses, sobrepasaban al culto que cualquier nación podría predicar a Dios. Esto
llevó a Las Casas a tener la convicción de que si los nativos se convirtieran al
cristianismo serían los mejores cristianos del mundo. Fundamentó esta
convicción en los sacrificios humanos de los aztecas, dado que esta práctica
significa honrar a Dios con lo más valioso del ser humano: la vida misma.
Sobre la barbarie de los nativos, estableció cuatro tipos de hombres
comúnmente llamados bárbaros: los de conductas feroces y crueles, los que
carecían de letras, los que no poseían gobierno ni fe y los que carecían de la fe
cristiana.
Referido al donativo papal de 1493, expresó la defensa de la autoridad
papal como espiritual, de modo que no podía despojar a los gobernantes
infieles de sus propios reinos. El papado es entendido como mediador y juez
universal pudiendo predicar el Evangelio en todas las naciones, pero esto no

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significa suprimir a las autoridades temporales con el fin de cumplir con la
misión cristiana.
Para que la conversión de los indígenas fuese pacífica, el rol ocupado
por sus autoridades era primordial para lograrlo. “La prédica del Evangelio a
punta de espada era una herejía digna de Mahoma; tal como era, los indios
consideraban a los conquistadores más como agentes del Diablo que de
Cristo.”1
La obra de Bartolomé de Las Casas significó una fractura respecto a la
visión del otro. A pesar de ello, su objetivo final fue el desarrollo de la
conquista, con una variante tonal respecto a la noción de conquista violenta
propuesta por Sepúlveda.
En sí, el “El Gran Debate” fue el producto de las contradicciones
presentes entre la evangelización y el dominio del territorio americano, sus
riquezas y su población.
Su repercusión más relevante ha sido la bula otorgada en 1537 por el
papa Paulo III. La misma declaró entre otras cosas “que los indios son
verdaderos hombres” capaces de recibir la fe católica y que “no pueden ser
privados de la libertad por medio alguno, aunque no estén en la fe de
Jesucristo”2. Asimismo, la Corona elaboró varias normas legales que regulaban
las condiciones de explotación de los indígenas.
A pesar de ello, estas normas entraban en conflicto con la realidad del
Nuevo Mundo y afectaba en especial a los conquistadores, aventureros y
beneficiados por la Encomienda. Éstos veían a sus formas de explotar a los
nativos, el territorio y sus riquezas, como derechos ganados por sus proezas
realizadas y legitimadas por la Corona.

La concepción del otro indígena había generado una economía de


depredación de América que no se ajustaba a los preceptos del cristianismo y
tampoco hacían viables a largo plazo a estas formas de explotación.
Estas discusiones en torno a la otredad (su naturaleza, sus
características, etc.) y las modificaciones respecto a su conceptualización (de
“casi bestia” a humano potencialmente cristiano) son propias de un contexto de
reconocimiento del otro cultural y de las políticas que a partir de su existencia
se definen en defensa de la identidad.
Así, se origina desde el 1530 – 1550 aproximadamente, lo que Armando
de Ramón a dado en llamar “segunda conquista” 3, es decir, la conquista
implementada por la burocracia, los funcionarios, teniendo como escenario
principal y eje de su política a las ciudades.
Las mismas sirvieron de elemento de dominación espacial, económica,
político-jurídica e ideológica. Parroquias, audiencias, tribunales, universidades
y puertos, tendrían por fin reproducir la vida del continente europeo en el Nuevo
Mundo. Las grandes limitaciones culturales con las que el Imperio Español se
encontró fueron la enorme extensión continental que dichos espacios debían
dominar y las variantes culturales con las que debió disputar su hegemonía a
través de distintas estrategias.

1
BRADING, David, El orbe indiano, México, F.C.E, 1991; Cap. VI, p. 115.
2
DE RAMÓN, Armando, Urbanización y dominación. Reflexión acerca del rol de las ciudades
en América Latina (1535 -1625); en Boletín de Historia y Geografía. Universidad Católica Blas
Cañas, 1999, Nº 12, p. 27.
3
Ibid., p. 28.

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La ciudad, elemento sistémico funcional a los intereses de la Corona, ha
sido absorbente y excluyente a la vez. Grandes migraciones (forzosas y
voluntarias) tuvieron por destino a los nacientes centros urbanos. Esto se vio
acompañado de la estratificación y las divisiones espaciales dentro de las
ciudades, con la conformación de una élite urbana y barrios de indígenas.
La violencia simbólica instaurada a través de la occidentalización del
mundo nativo, se evidencia con la transformación del espacio (con las distintas
construcciones propias del mundo español y formas nuevas de exclusión en el
espacio), la conquista de los imaginarios indígenas, en la que la Iglesia tuvo un
rol central.
La transformación del culto con la imposición de imágenes cristianas
difusoras del mensaje cristiano (dogma, historia sagrada, simbolismo e
iconografía), tuvo emparentadas las conversiones, la conformación de la familia
cristiana con la imposición del matrimonio, y la resultante mutación traumática
del tejido social indígena.
Las confrontaciones entre conquistadores y la burocracia urbana
tuvieron solución a partir de un acuerdo tácito entre la Corona y los
encomenderos, en particular. El mismo consistía en la ostentación de la
exclusividad del poder político, la administración de vastos territorios, el
privilegio de dictar leyes y la ordenación de una estructura económica a acorde
a sus intereses por parte de la Corona. Por su parte, los conquistadores debían
someterse a la autoridad metropolitana pero gozando de cierto poder que les
permitía usufructuar los distintos recursos del continente americano y pudiendo
hacerse con toda la mano de obra que considerase necesaria, a través de la
mita y otras instituciones.

De esta manera, el Imperio Español conformó su noción del otro cultural


de manera dinámica, teniendo como finalidad la instauración de focos de una
vasta red de dominación imperial de todos los aspectos de la vida social y
cultural del continente americano; originando una dependencia prolongada en
el tiempo hasta nuestro días.

Como ya se ha dicho, el mundo nativo no permaneció estático a estas


transformaciones ni mucho menos tuvo un rol pasivo durante las mismas.
Abordando con especial atención a los casos azteca e incaico, observaremos
ahora la realidad del mundo indígena y sus alteraciones en virtud de las
relaciones establecidas con el otro cultural: el español.

Para entender la significación que el mundo nativo hizo de la conquista


debemos especificar primero, sus cosmovisiones respecto a la historia y la
temporalidad.
Según la cosmovisión azteca, no existen hechos inéditos: todos han
ocurrido en el pasado y es por ello que ocurren en el presente o que podrán
ocurrir en el futuro. En otras palabras el pasado pesa sobre el resto de la
Historia.
A su vez, el vínculo con el mundo y con los dioses es fundamental, hasta
más importante que las relaciones intrapersonales. Sacerdotes y adivinos
poseen un rol fundamental en la sociedad, profetizando sobre el futuro,
estudiando el pasado y comunicándose, en nombre de la sociedad en su

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totalidad, con los dioses y el mundo. La palabra ritual se prioriza por sobre
otras expresiones, conformándose en el vehiculo de la memoria colectiva.
El presente y el futuro se plantean como formas del tiempo ha descubrir:
ya existen, no se pueden adulterar, pero sí se las puede conocer. De esta
manera, la vida social azteca (a diferencia de aquellas vociferaciones ibéricas
que clamaban por el caos de estas sociedades) se hallaba minuciosamente
reglamentada por la tradición, por el pasado. De igual manera, el individuo no
es nada considerándolo como ser aislado, es la colectividad la que lo
determina. Así, los sacrificios humanos son entendidos en sentido social: “el
beneficio que rinde la sumisión a la regla del grupo pesa más que la pérdida del
individuo”4.

Ante el hecho de la conquista, los indígenas en vez de entenderlo como


un encuentro humano (no por ello un encuentro en términos pacíficos), al ser
inédito deben integrarlo a la red de relaciones sociales, naturales y
sobrenaturales que les rigen.
De alguna manera, se encontraron con el mismo problema que tuvo el
español: la conceptualización del otro cultural.
Se trata – tanto en el caso español como en el azteca – de mantener en
armonía un conjunto de normas sociales y sistema de creencia que ante lo
desconocido – el otro – se perturba, corriéndose el riesgo de que esto
modifique la identidad de uno. Para preservar este orden, los españoles
elaboraron grandes estudios y los aztecas consultaron a sus sacerdotes hasta
encontrarle explicación a eso que tenían frente a sus ojos.
Las profecías paralizaron las posibilidades de resistencia al tratar de
mantener en armonía el mundo existente. Esto sumado a la especial atención a
las relaciones con los dioses y con el mundo, antes que las relaciones
interhumanas, llevó a la concepción deformada que los indígenas se forjaron
de los españoles.
No existe otredad en la que quepa el español. La extrañeza que le
genera al azteca, lo lleva a no ser humano. No puede ser igual (humano) y
diferente (español) a la vez. La única fórmula accesible que les permitió a los
aztecas concebir al otro fue su intercambio con los dioses.
Es posible que esta situación no haya perdurado por mucho tiempo, pero
sí lo suficiente como para garantizarle la conquista al español. Según las
fuentes de Sahagún y Durán, Moctezuma cree que Cortés es Quetzalcóatl que
luego de partir al este y dejar su reino ha vuelto por su dominio, cumpliendo
con su palabra de volver para recobrar lo que le pertenece. Quizás esta sea
una de las razones por las cuales Moctezuma se encuentra tan contradictorio
en sus acciones hacia Cortés.
Mientras que esta situación generaba rupturas comunicacionales en el
mundo azteca, Cortés procuró de conseguir toda la información posible para
saber cómo actuar en el Nuevo Mundo. Esto llevó a los españoles a una
ventaja respecto a los aztecas: el dominio del leguaje, de los signos y de las
comunicaciones interpersonales.
La conquista de la comunicación – en palabras de Tzvetan Todorov –
lleva a la conquista del reino.5

4
TODOROV, Tzvetan, La conquista de América. El problema del otro. España, Siglo XXI, 1982
(1995), Cap. 2, p. 74.
5
Ibid., p. 113.

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Podemos entender al lenguaje, entonces, como un instrumento de
integración social, como lo concibe Moctezuma. Pero a su vez, puede ser un
instrumento de manipulación, como lo implementa Cortés para dominar a los
aztecas.
El imperio azteca albergaba en su seno una serie de conflictos internos
sobre los territorios dominados para el tributo.
La guerra tenía por finalidad obtener el tributo del pueblo vencido. El
español la entenderá de maneras más violentas que la dominación económica
y tributaria.

La Triple Alianza se hallaba con dos problemas fundamentales


ocasionados por la centralidad de Moctezuma: revueltas de recaudadores y
tributarios del área de Puebla – Tlaxcala, y los conflictos con las zonas
independientes.
Hernán Cortés alimenta estas contradicciones y fomenta una lucha
entre los indígenas, en la que los españoles fueron minoría. Para esto se valió
primero de la información necesaria y luego forjó alianzas estratégicas con los
pueblos dominados con rumbo a Tenochtitlán. Para que estas alianzas tuvieran
sentido, Cortés se esmeró en mantener la imagen de fuerza de los españoles,
por lo que a estos pueblos les era conveniente contar con su apoyo antes de
que éste se confederara con Moctezuma y aplacara definitivamente sus
sociedades.
Con la paz Tlaxcalteca que se suma a los españoles para vencer al
imperio azteca, lograron luego avanzar sobre las ciudades de Cholula,
Xochimilco y Texcoco. Cada avanzada del ejército indígena-español dio más
prestigio a la fuerza de Cortés aumentando la cantidad de pueblos aliados
rumbo a Tenochtitlán. Luego de asediar Tenochtitlán durante 75 días sin agua
potable, la ciudad cae en manos del ejército indígena-español.

De esta manera, observamos que a la vez que Cortés desarrolla


estrategias de manipulación de los signos, el lenguaje y la comunicación de los
indígenas; estos últimos buscaban la emancipación a la que se vieron
sometidos con centro en Tenochtitlán.
El gran apoyo de guerreros indígenas que combatieron contra los
aliados a Moctezuma, tuvo mayor protagonismo político y militar que el
accionar de las fuerzas españolas. El rol de los conquistadores fue articular,
afianzar y accionar una red de relaciones contra un mismo enemigo: el centro
imperial azteca. Logrado este objetivo, las condiciones ya estarían dadas para
instaurar otra forma de dominación con centro en España: el Virreinato.

Liberación y dominación se confunden en este período en donde las


identidades se encuentran perturbadas (a veces intencionalmente): las
acciones y las fuerzas en pugna cambiaron de sentido de modo estratégico.

El caso Huanca nos ilustra también estas contradicciones. El peso del


pasado y las tradiciones marcaron a fuego a esta sociedad durante muchos
años aplacada y silenciada por las autoridades incaicas. Los intentos de
revuelta eran desarticulados con medidas de control cada vez más rigurosas
facilitadas por un ejército incaico de funcionarios.

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Con la llegada de Pizarro y los conquistadores la ira contra el Cuzco
brotó abiertamente. Huancas y españoles pactaron una alianza. Se sumaron
todos los dominios incaicos menos el Cuzco.
Los indígenas veían en los españoles la posibilidad de liberarse de las
exigencias cuzqueñas, mientras que los españoles se proveían de todo lo
necesario para derrotar el centro de lo que era concebido por los europeos
como el más grande imperio de Sudamérica.
Curacas, ayllus, guerreros, poblaciones enteras colaboraron con los
españoles para liberarse de lo opresión incaica. No veían la magnitud de la
invasión armada y conquistadora de los españoles. Éstos últimos aprovecharon
la coyuntura para destruir las formas de dominación existentes e instaurar
nuevas.

Los españoles fueron concebidos como los libertadores y en tal sentido


todo el mundo andino se ocupó de proveerles lo necesario para que acaben
con el poder del Cuzco.
Los pactos entablados entre los curacas y los sucesores de Pizarro
limitaron la continuidad de la disputa por la libertad, configurándose un nuevo
centro de poder al que la totalidad de la estructura incaica precedente sirvió a
fines de construir la hegemonía española en el área andina.

Los conquistadores debatían sobre las formas de conquista en relación a


la definición del otro cultural indígena, así como también cuáles serían las
formas de apropiación de las abundantes riquezas americanas. A esto se suma
el legado del honor, la virtud heroica, las proezas, el merecimiento y demás
rasgos culturales propios de la superestructura feudal europea.

Los indígenas rompieron todo un sistema de otredades en donde no


cabía el otro español. La cosmovisión, la cultura, el lenguaje; en sí toda la
superestructura del indígena tuvo un papel determinante respecto a las
acciones que efectuaron estos pueblos.
Cuando los conquistadores emplearon – de forma consciente o no – la
dominación de los imaginarios indígenas y de su cultura, adaptándola a favor
de sus intereses, el proceso de conquista tuvo asidero y contó con el apoyo de
las masas de nativos.

Dos formas culturales confrontaron entre sí cual metales: ninguna de las


dos conservó su forma inicial, más allá de la solidez que tuviese. El mestizaje
es una de las manifestaciones culturales más características de esta doble
mutación irreversible.
No se trata de adiciones culturales ni de yuxtaposiciones, la cultura
mestiza es nueva respecto a sus vertientes, con lo cual es creativa respecto a
su futuro pero mutiladora de su pasado.
Son manifestaciones caóticas, híbridas, efímeras o no, difíciles de
catalogar, en transformación perpetua que en transcurso del tiempo traumático
fueron cristalizándose como formas culturales propias. Es allí donde el mundo
colonial tiene su inicio en tanto tal, disgregando la trayectoria del Nuevo Mundo
de la historia europea.
El mestizaje –como nuevo rasgo distintivo de un nuevo mundo
americano – “al establecer miles de conexiones entre todos los estratos y las

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dimensiones de los universos que se enfrentaban, facilitó la transición de un
formación fractal generada por la conquista” – en el Estado Premial – “hacia
una sociedad cristalizada con sus formas y lógicas específicas. Fue a la vez
consecuencia directa y respuesta inventiva al proceso de occidentalización.”6
Este proceso de mestizaje “empezó en el suelo mexicano, más
exactamente en la ciudad de México, haciendo del surgimiento de la Nueva
España la clave de la historia del continente y, cabe subrayarlo, uno de los
orígenes históricos del mestizaje planetario que hoy en día afecta a todas las
sociedades del globo, sin ninguna excepción”7

2-
El Estado Premial es una construcción teórica utilizada para definir el
período iniciado con la llegada de los españoles a fines del siglo XV, cuyo fin
ronda a mediados del siglo siguiente. Asimismo, posee un desarrollo histórico
que da marco al proceso de conquista. El mismo se inicia con el
“descubrimiento” español, con el consecuente choque cultural y el proceso de
aculturación desatado.
La lógica de este proceso histórico de conquista y de desarrollo del
Estado Premial hasta el establecimiento de un Estado Colonial Consolidado
sigue la misma lógica de expansión nacida en la Reconquista española.
Los actores sociales, protagonistas de este estado, fueron los
conquistadores (en su mayoría segundones, sujetos con causas judiciales en
España o compañías privadas en busca de riquezas) y los indígenas (con
variadas expresiones culturales y varios conflictos internos destabilizadores).
El premio para los conquistadores era la encomienda: el derecho a
usufructo y de poder sobre las riquezas y personas que habitaran la zona
conquistada. “Los encomenderos eran una especie de señores feudales con
una corte de criados españoles contratados y vasallos indígenas” 8, pero a su
vez las prácticas esclavistas no escaseaban a lo largo y ancho del continente.
Así, la encomienda reproduce la división de clases existente en el
continente europeo, pero con mutaciones propias surgidas del choque de dos
universos culturales distintos.
Nos encontramos, con una sociedad cuya economía y centro de poder
político se encuentra en la encomienda y cuyas normas sociales y rasgos
culturales pueden definirse como formaciones fractales9: sociedades de
aspecto caótico e inestables, dadas las transformaciones imprevistas y
variadas a las que se halla sujeta. Se trata de sociedad híbridas con elementos
españoles yuxtapuestos a los de carácter indígena; es decir, eran sociedades
mutiladas previas a su síntesis mestiza.
Además del desarrollo de la encomienda, para que existiera un estado
de carácter premial fue necesaria la ausencia institucional del estado colonial.
La misma se evidenciaba en el derecho consuetudinario de los encomenderos

6
GRUZINSKI, Serge, Las repercusiones de la conquista: la experiencia novohispana, en:
BERNARD, Carmen (comp.), Descubrimiento, conquista y colonización de América a
quinientos años, México, F.C.E, 1994, p. 170.
7
Ibid., p 170.
8
LOCHART, James, Los encomenderos y mayordomos; en: El mundo hispano-peruano (1535
– 1625), México, F.C.E., 1986, Cap. 2, p. 22.
9
GRUZINSKI, Serge, Ibid., p.151.

10
para la libre explotación de las riquezas, del territorio y de las poblaciones
nativas, dada la lejanía de autoridades que pudiesen regular esta situación.
Pero a su vez, los procesos indígenas de resistencia a la conquista
española y de liberación del yugo dominante de las élites imperiales del “Nuevo
Mundo”, constituyeron otro elemento inestable para el establecimiento de
instituciones coloniales propias de un estado consolidado.
La conquista cultural tendrá por cierre el fenómeno del mestizaje, la de
carácter económico político verá nuevas formas de poder que suplantarán a la
encomienda, y el producto de estas mutilaciones dará inicio al desarrollo
institucional de la colonia en América, a partir de mediados del siglo XVI. -

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