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PARTE I

De : Luigi Talarico

By Luigi Talarico.2008. Derechos reservados.

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La calle, oscura y despejada, dejaba correr una brizna helada que penetraba en los
huesos. El individuo reprimió un escalofrío y maldijo para sí-mismo su mala racha del día
mientras seguía caminando, cauteloso y atento, seguido por la sombra apegada a la
muralla bajo la tenue luz de las luminarias. Qué mierda. 30 lucas y dos celulares. Mejor
me cojo a sus ma’res, maldita sea. Sacudió su melena crespa en desorden y rascó una
barba que debía tener tres días, tratando de hallar un cigarrillo invisible en el bolsillo
gastado del jeans pero sólo encontró una cajetilla vacía; finalmente, la aplastó
mecánicamente dejándola caer en la vereda polvorienta.
En ese momento dos luces blancas iluminaron la esquina anticipando un Nissan ex
Saloon cuyas correas ronroneaban, emitiendo un chasquido metálico que se devolvía con
eco. Parpadeó y apretó los dientes en un gesto mecánico. El taxi se había detenido y una
joven bajaba de él, rodeada por el aire de su respiración que interactuaba con el frío de la
noche; cerró la puerta con mucha suavidad, tal como rezaba el autoadhesivo rojo y blanco
pegado al vidrio y se acercó a una casa de ladillos recién pintada; el taxi arrancó y Matilde
no pudo reprimir una mirada sorprendida y temerosa. Hijo de put..., ¿A eso le llaman
esperar? Hundió una mano en el pequeño bolso buscando nerviosamente el llavero que
tintineaba en el fondo cuando sintió una vibración entre sus dedos. Pancho. Lo supo antes
de mirar el número pero lo hizo por costumbre. Esbozando una mueca de rabia apretó
finalmente el botón verde del celular que cintilaba alternativamente con colores verde y
rojo.
- Aló, idiota, ¿Qué quieres ahora?... Ah, ¿Que lo sientes? Qué bueno, yo
también, el problema es que esta vez te esperé dos horas en la maldita oficina y sólo me
llamas ahora así que, ya que, como dices, el trabajo es la salud, mejor consíguete una
enferma como novia porque lo nuestro se acabó. ...Sí,..¡No!
Esta vez la uña esmaltada apretó el botón rojo y la joven dejó caer el celular en el bolso
con un gesto de rabia. Muérete, Alicia tenía razón, como siempre. Lo había esperado una
hora y media anhelando que no llamara como ya era costumbre para avisar que no podría
venir otra vez, y efectivamente no había llamado; pero tampoco había aparecido. Esta vez
era demasiado y juró que se lo haría pagar. Encontró finalmente el llavero y acercó la
llave azulada a la cerradura pero un ruido detrás de ella la sacó bruscamente de su
ensueño; era un paso apresurado que iba directo hacia ella pero antes de entender lo que
ocurría, sintió una mano fuerte aprisionar su hombro y voltearla contra la muralla
violentamente. La reverberación a contraluz le impedía discernir el rostro gastado y
jadeante pero antes que el grito saliera de su garganta, la enorme mano apretó sus
mejillas mientras otra forcejeaba su ropa, rozando su piel tensada por el terror. No...¡Por
favor! Hizo un gesto inútil para oponerse pero su mano fue rechazada acompañada de un
dolor agudo a la muñeca. Su respiración se agitaba a medida que sentía desgarrarse la
tela sobre su piel y el aire fresco inundarla mezclado con el olor a fritura, transpiración y
colonia barata que exhalaba ese cuerpo que la aprisionaba. ¿Era... era eso el fin?
La cabeza, sorprendida, giró hacia atrás violentamente al ser arrastrada por el pelo y la
nariz emitió un crujido sordo, dejando lugar a un flujo de sangre que invadió de inmediato
su garganta. La melena dejó escapar un quejido y alzó instintivamente un puño mientras
buscaba apresuradamente la navaja escondida bajo la camisa, pero el siguiente golpe le
acalambró el brazo acompañado de una sensación eléctrica que terminó en su nuca en
un escalofrío. Escupió el chorro de sangre que le impedía respirar mientras sentía un
ardor insoportable invadir su rostro. La mano con guante negro volvía inexorablemente y
aprisionó esta vez su garganta arrastrándolo hacia un poste metálico cubierto de carteles
semi desgarrados. Sofocado, vio con impotencia cómo el cable acerado aprisionaba

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rápidamente sus brazos y luego su garganta. El nervio frénico herido ya le impedía gritar
pero un último golpe terminó en una oscuridad total.
Matilde, todavía estupefacta, miraba sin entender esa sombra negra que sacudía y
maniataba el mismo cuerpo que unos segundos antes la había inmovilizado. Apretó
instintivamente el llavero en su puño pero no pudo hacer ningún movimiento, como si sus
músculos ya no le obedecieran. Cuando finalmente la sombra hubo terminado su extraña
labor, se volteó hacia ella dejando escapar un zumbido metálico.
- Entre. Ahora. Y recuerde que no ha visto nada.
El tono no admitía réplica y Matilde sintió su cuerpo cobrar vida propia y vio cómo sus
dedos buscaban temblorosamente la llave azul, sólo ahí su cerebro empezó a funcionar.
Espera. ¿Por qué huyes? El terror había dejado ahora lugar a una extraña curiosidad y se
atrevió a voltearse hacia su inesperado aunque desconcertante salvador.
- Gra... gracias, balbuceó mientras ponía orden en su ropa.
- No lo hice por usted, y de ahora en adelante cuide mejor su trasero o
terminará como él.
El zumbido había tomado una rara inflexión que Matilde interpretó como ironía y, contenta
de su valentía, se animó a preguntar.
- ¿Por qué?¿Qué...va a hacer?
- Lo que hubiera tenido que hacer su madre, su esposa o alguna de las
pajarracas como tú que cayeron en sus manos antes que él en las mías. Ahora vete,
¡Ahora!
Esta vez el mensaje era claro y Matilde supo de inmediato que el diálogo había llegado a
su fin. Abrió la chapa con la mayor serenidad que su nerviosismo aún le permitía y
desapareció en el angosto pasillo, cerrando la puerta tras ella en un cauteloso silencio. El
chascón retomaba conciencia y pudo ver entonces con estupor cómo el demonio
enmascarado sacaba de su extraño disfraz un puñal afilado y lo acercaba a su cuerpo con
una serenidad más aterradora que toda la furia que había visto en su agitada existencia.
Intentó liberarse pero los amarres lo sujetaban firmemente y el zumbido metálico volvió a
vibrar, ahora con mayor intensidad.
- En cuanto a ti, guarén, cuando te toca te avisan y te aviso: te toca.

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El lugar había sido cercado por una cinta plástica enrollada groseramente alrededor de los
postes de luz y que rezaba su incansable lema a lo largo del perímetro: Peligro.
La alerta había sido dada poco antes de la 5 de la mañana por un cartonero, lo que le
había valido un sándwich y un café gratis; desde entonces, efectivos de policía se habían
tornado sin cesar para mantener apartada la masa de curiosos que había ido
engrosándose a medida que transcurría la mañana mientras varios reporteros de distintos
medios inundaban la escena con el fulgor de sus flashes y el ir y venir de las cámaras
digitales. Los forenses, nerviosos, habían llegado a las 7 y las órdenes habían sido más
estrictas que nunca: el lugar del crimen debía ser estrujado hasta encontrar algo, y si bien
habían encontrado mucho, sabían que en su oficio no existía demasiado y debían
contentarse con suficiente.
Un viejo Ford Taunus celeste dobló la esquina y se detuvo con cierta brusquedad.
Flanagan, un sesentón de aspecto afable y algo anticuado, bajó pesadamente y cerró la
puerta con llave sin preocuparse que el vidrio estuviera medio abierto y que toda la zona
estuviera hirviendo de efectivos policíacos; Giovanni Russel, su acompañante, cerró la
suya con extremo cuidado y esbozó una pequeña sonrisa condescendiente. ¿Quién se

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llevaría este cacharro? Yo, ni con revisión técnica. Pero sabía que el detective no lo
cambiaría por ningún cacharro nuevo salido de fábrica porque, como él decía, “Hoy sólo
hacen porquerías”. Flanagan arregló su corbata con cierto fastidio y miró preocupado
hacia los reporteros para asegurarse que no lo habían visto llegar; sólo ahí se dirigió
sigilosamente hacia el área acordonada seguido por Russel que reía para sus adentros.
El recelo del viejo detective para con los medios de prensa se había vuelto proverbial. Del
grupo de agentes se desprendió un individuo voluminoso y de mirada enérgica que se
dirigió hacia ellos con sorprendente agilidad.
- Buenos días, detective Flanagan.
- Hola, Felix. –Flanagan no se detuvo ante la mano que le tendían y saludó
de un gesto breve los que lo observaban mientras proseguía su marcha- ¿Quién tenemos
ahora?
Siempre tan conversador, pensó Felix Scriabin apresurándose para alcanzarlo mientras
pasaban el cordón policial.
- Pablo Domingo Herrera Urbina, alias Chiquitín, lo encontraron así a las
cinco de la mañana.
El cadaver seguía amarrado al poste colgando ahora del cable como un horrible muñeco
de trapo; el rostro lívido y la mirada de estupor manifestaban que la muerte debía haber
sido particularmente atroz. En efecto, del entrepierna se extendía una mancha de sangre
coagulada que corría por los pantalones y terminaba en un amplio charco de sangre que
el contacto con el oxígeno del aire había ido ennegreciendo progresivamente. Felix
Scriabin frotó plácidamente el vidrio de sus lentes con un pliegue de su impecable camisa
blanca y se los puso con dedicación, con esa tranquilidad vacía fruto de la costumbre.
- Era un ex-convicto arrestado tres veces por delitos menores; lo metieron pa
dentro hace un año por golpear una prostituta, pero salió al tiro porque la víctima levantó
los cargos: gajes de ser cafiolo. Sin embargo, los análisis confirman que es autor de las
violaciones ocurridas los días nueve y catorce de este mes en esta misma comuna.
- ¿Y le pasó lo que creo?
Felix tragó saliva instintivamente y volvió a ajustar sus lentes sobre su nariz.
- Sí, esta vez le fue mal. Le subimos los pantalones cuando llegamos y
encontramos los testículos... en el bolsillo derecho.
- Ya veo -Flanagan se contentó con alzar las cejas. Es el riesgo de pensar
con la pequeña cabeza.-¿Y alguien vino por él?
- Su madre.
Felix señaló de un gesto de la cabeza una voluminosa mujer sentada en un furgón policial
que lloraba y gesticulaba mientras la asistía pacientemente una asistente social.
- La mujer está deshecha. Obviamente, dice que su hijo era inocente y
reclama que se haga justicia.
Flanagan soltó una bocanada de aire.
- Justicia. -Mejor que cambie de planeta-. Está bien, dígale que haremos lo
que podamos. Ahora bien, supongo que nuestro justiciero nocturno volvió a dejar su firma.
Scriabin le tendió un sobre de plástico que contenía un papel manchado con sangre.
- Esta vez dejó más que eso.
Flanagan frunció las cejas y acercó el papel ensangrentado a su rostro con evidente
incomodidad. Nunca había querido recurrir a esos vidrios gruesos y convexos que el
común de los humanos apodaba lentes, como si temiera que le impidieran captar la
realidad tal como la vida le había permitido hacerlo; movió los labios de manera refleja y
terminó asintiendo, intrigado.
- Es un epitafio.
“Estaba muerto pero no lo sabía,
Aunque mi alma ya olía a podrido.

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Ahora, gusanos, hagan de mi cuerpo
la semilla de un futuro mejor,
y los que quieran imitarme,
que se cuiden porque les pasará lo mismo.”
Todo un poeta el hombre.
Scriabin olió inconcientemente la chimenea de su pipa, estornudó ruidosamente y
removió los restos de ceniza con el meñique.
- En el cuello dejó marcado su... “sello”.
Tres A grabadas en círculo se dibujaban nítidamente sobre la piel curtida del cuello,
rodeadas por la contusión que había provocado el impacto de un objeto contundente.
Flanagan asintió lentamente, pensativo.
- Las tres A, es definidamente el mismo individuo.
- Sí -Russel no pudo reprimir una mueca de asco- y si sigue así, este loco
con su basura mística nos va a dejar sin pega.
Russel era un hombre alto y atlético; su rostro era apuesto y su barba entrecanada le
daban un aspecto mucho mayor a sus 35 años. Trató de imaginar la escena con ojos
descarnados pero no lo logró. Había visto innumerales cadáveres a lo largo de los 11
años de su carrera, y algunos lo habían casi convencido que renunciar era una buena
opción pero esos tres últimos asesinatos provocaban en él un malestar de otra índole. En
efecto, no encajaban en ningun patrón que él conociera y eso lo exasperaba más que
nada porque le impedía concentrarse en los simples hechos, como siempre lo había
hecho.
- Lo veo difícil, soltó finalmente Flanagan sacando un pequeño block de
notas de un bolsillo interior, lo que nos asegura que seguirá haciéndolo hasta que lo
atrapemos.
- Y le aseguro que lo haremos pronto, afirmó Scriabin, tratando de
convencerse a si-mismo, aunque nuevamente no dejó una maldita huella suya.
Y era verdad. Las únicas huellas digitales encontradas sobre el cadáver pertenecían
curiosamente a la víctima anterior del misterioso asesino. Ese lazo inverosímil que unía
los ahora tres asesinatos sucesivos, lo había descubierto fortuitamente El Microscopio,
como la apodaban cariñosamente en el laboratorio de criminalística; la doctora Wei Chang
era una exquisita mujer de baja estatura pero bien proporcionada, de facciones asiáticas y
mirada penetrante y reinaba en su feudo por su deslumbrante acuciosidad.
La primera víctima había sido un supuesto psicópata liberado por falta de pruebas cuyo
cadáver, ferozmente mutilado, había sido hallado a dos cuadras del domicilio del que lo
había acusado. La marca del sello en el cuello y las circunstancias ya habían provocado
un revuelo mediático, sin embargo, y sólo 5 días después había aparecido la segunda
víctima; se trataba ahora del hijo mayor de un exitoso empresario que había muerto tres
meses antes de un repentino infarto, el cual lo había fulminado en medio de una
importante operación financiera; su empresa, amenazada con ser víctima de una Oferta
Pública de Acciones por parte de un tiburón llegado al mercado, había decidido aplacar la
amenaza arreglando una fusión con otro competidor de su misma talla en una alianza
desesperada contra el enemigo común. Las presiones habían sido tremendas pero había
logrado mantenerse firme cuando la muerte lo sorprendió una mañana en su propia
oficina. El jefe de la directiva, su primogénito, lo había reemplazado en el cargo de
gerente al ser elegido a mayoría; sin embargo, días después había sorprendido a todos al
desechar llanamente y al último momento la fusión por encontrarla poco ventajosa y, tras
un mes de tire y afloje, la empresa había terminado entre las manos del competidor, que
se había convertido del día a la mañana en accionista mayoritario. Ciertos rumores en la
empresa, no desprovistos de rencor, acusaban al sucesor de haberse vendido al mejor
postor, y algunos hasta de la muerte del fundador, pero ningún nexo que pudiera

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inculparlo había podido ser establecido. Bueno, hasta que el propio sucesor terminara
quemado a lo bonzo en la misma oficina junto a una fortuna en billetes, y hallado sobre el
escritorio una declaración de puño y firma de la victima en la que reconocía haber
encubierto el asesinato de su propio padre. La noticia había hecho el efecto de una
bomba que sólo el sello de las tres A hallado sobre el cadáver incinerado, descartando
además el suicidio como causal, había superado, dejando Investigaciones marcando
severamente ocupado, pero la casualidad había complicado aún más la situación. En
efecto, la Dra Chang, célebre por su deslumbrante memoria fotográfica, había reconocido
las huellas digitales halladas sobre el cadáver y demostrado, para sorpresa de todos, que
pertenecían nada menos... que al psicópata recientemente asesinado. Si bien no había
faltado el periodista sensacionalista que dedujera que se trataba de la venganza del
muerto, la explicación que se impusiera era que un extraño justiciero nocturno había
empezado a asolar las calles y que tenía la firme intención de relacionar sus crímenes
entre sí.
Felix había terminado de rellenar su pipa y trataba infructuosamente de encenderla con la
escasa chispa de su encendedor, pero, visiblemente convencido, terminó por guardar
todo en un bolsillo del vestón. Observó un momento a su meditativo acompañante y se
decidió finalmente a interrumpirlo, sabiendo que podría tener que esperar una buena hora
si se le ocurría hundirse en sus escabrosas especulaciones.
- Bueno, los dejo, detective, les mandaré el informe pericial cuando esté
completo y le agradeceré por sus conclusiones.
- Gracias, Felix, cuente conmigo.
Giovanni Russel saludó de un gesto a su compañero y observó la mirada vacía del
cadáver. La viste fea, viejo. Sintió nuevamente el sabor amargo subir por su garganta y
tragó su saliva a fin de deshacerse de él.
- Ese bastardo, ¿Qué estará tratando de demostrar? ¿Que merece un
Cómic? Porque ya van tres en 24 días, lo que no está mal por un novato.
Flanagan negó con la cabeza y su seriedad sorprendió a su acompañante.
- Giovanni, el que hizo esto quizás era novato cuando comenzó aunque ya
entonces no dejó ninguna huella, suya por lo menos; pero ahora, le aseguro que es un
experto y sabe muy bien lo que hace. Además, la crueldad de sus asesinatos nos hace
suponer que está vengándose de algo que debe haber sufrido en un pasado cercano, sin
embargo, este mensaje demuestra que lejos de estar loco, está tomando una trayectoria
sicológica...interesante.
Giovanni no pudo reprimir su asombro y miró los ojos de su viejo amigo para convencerse
que había oído bien.
- ¿ Interesante? Que no lo escuchen el comisario o los parientes de las
víctimas.
El detective sacudió enérgicamente la cabeza como lo hacía cuando no lo entendían y
sus ojos brillaron con un destello inusual.
- Quiero decir, Sr. Russel, que su odio se está transformando en una suerte
de oscura fuerza ejemplarizadora, si me permite el neologismo, y que en su cabeza, esto
no es un asesinato... es una ejecución en público, un aviso con trompeta para muchos y...
una tremenda patada en nuestro trasero.
Esta vez, Giovanni sintió un hormigueo en su pistola y un violento deseo de vaciar el
cargador en ese maldito fantasma que se atrevía a burlarse de ellos.
- Si, bueno, entonces que se cuide porque si lo pillo, le garantizo que es el
suyo que va a pagar el pato.
Flanagan reprimió una sonrisa y empezó a buscar en sus bolsillos la fuente del estridente
sonido que brotaba de su vestimenta.

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- Eso lo veremos cuando lo atrapemos, mi querido Giovanni, por ahora... -
Sacó finalmente un viejo Ericsson cuya pantalla fluorescente se había encendido y lo
acercó a su oído-...¿Aló? ¡Gwenn!
El rostro del viejo detective pareció cambiar súbitamente de color y su voz se hizo un
murmullo.
- ¿Cómo...estás? ¿Recibiste mi mensaje?
- Sí, ¿Por qué crees que te llamo?
El tono era irónico pero no le dio importancia e imaginó a su hija sentada en su oficina de
abogada frente a su escritorio y revisando una pila de expedientes. Balbuceó, tratando de
ordenar su mente.
- Bueno, claro, es que...-.
- Espera un momento, me están llamando en otra línea.

Gwenn, apretó el anexo que palpitaba sobre el tablero del teléfono.


- Kathy, ¿Quién es?
- La Señora Muti, -contestó la voz.
- Pásamela.
Escuchó el suave dedo de su secretaria apretar el anexo y hojeó rápidamente su agenda.
- Aló, Sra. Muti, hola. ¿Cómo se siente ahora?
La voz chillona parecía un continuo lamento y Gwenn sabía que debía ser pronta o iba a
tener que aguantar diez minutos de un informe de catástrofes tán diversas como
irrelevantes.
- Qué bueno; sí, sí, escúcheme, es hoy a las 12, y no se preocupe, ese
supermercado la va a indemnizar aunque eso me cueste esta oficina; bueno...muy
bien...muy bien, hasta luego.-sonrió para sus adentros.- Y recuerde no comprar más su
pernil ahí. Adiós.
Apretó nuevamente el anexo que había interrumpido su labor y trató de contener el enojo
que había vuelto a brotar en su pecho.
- Aló, papá; si es a propósito del caso Urendo, lo siento pero gané el juicio en
buena ley y ya lo liberaron, y no es porque tú lo arrestaste que iba a dejarlo podrirse en la
Peni por llevarse cajeros automáticos.

La voz de Flanagan pareció hacerse aún más tenue.


- Está bien, Gwenn, si el tipo aprendió la lección, me alegro que esté libre.
Pero tú sabes que yo sólo los arresto.
Esta vez, el flujo de palabras brotó como un torrente rompiendo bruscamente un dique.
- Es que ese es tu problema, papá, tú sólo haces eso, es más, tú eres eso y
es por esa razón que mamá nos dejó, y que ahora vives solo, como un maldito sabueso
en su guarida, esperando que lo llamen para avisarle que murió alguien o que tienes que
salir a cazar. Ahora, yendo al grano, ¿Por qué me llamaste?
El detective dejó caer sus hombros al solo recuerdo de Isabel. Su único amor había
muerto 8 años antes y Gwenn, la hija de ambos, lo había culpado más encima de todo;
pero lo peor había sido que él no había podido mirarla a los ojos y decirle no.
- Gwenn..., balbuceó incómodo.
- ¿Sí? -La voz había tomado un tono monocorde-.
- Quería saber cómo estabas y ver si podíamos juntarnos un día, tú sabes,
mañana cumplen dos años y...
- No me vengas con bobadas, papá, me llamas dos veces al año y si no es
para mi cumpleaños, es para venir a reabrir viejas heridas que tú-mismo provocaste.
Además, mamá siempre supo que la quería con toda mi alma y eso basta, para ella, y

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para mí. Ahora, adiós y no vuelvas a llamar hasta dentro de seis meses o te juro que
cambio el número aunque eso me cueste 50 clientes.
Flanagan oyó colgar y esbozó una mueca agria mientras guardaba el celular en el primer
bolsillo que halló. Russel sabía que lo acababan de noquear otra vez y trató de animarlo.
- ¿La bella Gwenn está furiosa?
Flanagan sacudió la cabeza lentamente. Parecía más viejo.
- Desde que Isabel murió, me culpa de todo lo que le pasa o de lo que se
supone que debería pasarle y no quiere saber más nada de mí. De hecho, no me
extrañaría que se entere hasta de mi muerte por el diario.
Giovanni conocía la historia por haberla escuchado varias veces pero disfrutaba
escuchándola porque la consideraba el lado más humano del viejo detective, lo que aún lo
mantenía conectado con un mundo sobre que parecía sobrevolar.
- Entiendo lo que hace el dolor pero vuestra situación es de lo más extraña:
una abogada que se encarga de liberar a los que atrapa su padre el detective, esto sí que
es de antología. ¿Y aún está con ese idiota de Goyo? Ese pelirrojo nunca me ha caído
bien.
Flanagan frunció las cejas.
- Russel...
Russel batió en retirada.
- Está bien, pero usted y yo debemos reconocer que pierde su tiempo con
ese imbécil. -Sonrió, añorando. Siempre había tenido una debilidad por esa niña revoltosa
que hoy era una rubia despampanante, pero sabía que un muro invisible lo mantenía
alejado y la muerte de Isabel lo había vuelto infranqueable.
- Sí, y yo veo que tú sigues muy interesado en mi hija.
- Más que nunca, sobretodo si continúa con tán deslumbrante compañía.
- Entonces olvídalo de una vez porque ella preferiría casarse con un
delincuente que con un policía. Bueno, anda a avisarle a Scriabin que pueden llevarse el
cadáver, pídele el informe pericial y dile que le enviaré el detalle de mis conclusiones
cuando las tenga, no creo necesario ir a la autopsia.
Giovanni asintió con la cabeza.
- Ok, y a usted, ¿Dónde lo encuentro?
Flanagan esbozó una de esas sonrisas que lo rejuvenecían de veinte años y designó a un
coloso con cuello de buey que acababa de bajar de un auto de policía con aire importante,
siendo inmediatamente rodeado por un enjambre reporteros que lo acorralaban con
micrófonos y grabadoras.
- Estaré con el comisario. Debo hablar con él antes que emborrache a la
prensa con sus teorías sobre el hombre-araña y otros especímenes, y su cara de político
en campaña pronostica que todavía no tiene idea de lo que va a decir.
Russel soltó una carcajada y se alegró al ver que su viejo amigo había recuperado su
ánimo. Lo miró alejarse con agilidad hacia el grupo de periodistas que asaltaban al
imponente comisario y luego se dirigió hacia el laboratorio móvil.

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El cielo estaba despejado. Una paloma se deslizaba en su elemento con atenta
indiferencia, dobló el cuello hacia la torre semi derruida que se erguía bajo ella y se dejó
caer en círculo para luego posarse suavemente en el borde de cemento semi techado por
una lata oxidada. Luego de poner orden en sus plumas y ojear a su alrededor, se adentró

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por la pequeña chimenea y miró finalmente hacia el orificio cubierto de hollín con cierto
recelo. Una luz ténue dimanaba del fondo; vió entonces dos ojos verdes que la
observaban atentamente e intuyendo un posible peligro, decidió volver sobre sus pasos y
echó a volar. Apolo sonrió y prosiguió su labor. No había tapado el pequeño orificio por
ser el único respiradero de la minúscula habitación, excluyendo una pequeña ventana
sellada que terminaba en el techo. Un poco más, pensó y contó mentalmente mientras
efectuaba abdominales, colgando de una barra fija sujeta al muro y a un poste apernado
en el piso de la buhonera; mientras lo hacía, una voz monótona salida de un MP3 que
colgaba de su cintura hablaba a su oído a través de los audífonos. Las frases, en distintas
lenguas, se sucedían sin interrupción ritmando una gestual que la práctica había vuelto
tán natural que permitía a su mente deslizarse en otras esferas sin parecer ocuparse de lo
que el cuerpo hacía. Luego de efectuar diversos ejercicios en la misma barra, golpeó con
ánimo un pesado punshing ball que apenas se tambaleaba bajo el asalto hasta que sentió
sus fuerzas disminuir. Nada de más; la frase resonó en su mente como una señal de
alarma mientras secaba su frente transpirada con una pequeña toalla. Nada de más. Salió
entonces de la buhonera a través de una pequeña puerta en el piso y se deslizó en una
habitación más espaciosa cuyo mobiliario se reducía a una cama y una mesa cuadrada.
Sobre ésta, un pequeño televisor encendido transmitía un grotesco programa televisivo
con volumen algo elevado.
Apolo había aprendido que ciertos pájaros necesitan más de un nido para protegerse de
sus adversarios, y consideraba éste, por su sencillez y tranquilidad, como uno de sus
preferidos, a pesar de que sólo lo ocupaba cada diez días. Sus adversarios, pensó, cada
día eran más. Guardó en un baúl de acero la pila de libros esparcidos sobre la mesa entre
los que destacaban obras de estrategia, mitología, armamento, medicina y alta tecnología,
se duchó y alistó su bolso.
La vieja cerradura crujió y los pistones, liberados, hicieron sonar los resortes engrasados;
El hombre alisó su bigote y ajustó la gorra grasienta sobre el pelo engominado; vestía un
completo de trabajo sobre el que destacaban algunas manchas de grasa y soldadura al
estaño. Contempló, dubitativo, la escalera, resopló brevemente y se decidió a bajar
lentamente los peldaños, rengueando; los tres pisos que llevaban a la planta baja
parecían interminables pero el hombre no se desanimó, no era la primera ni la última vez.
El crujir de los peldaños no había pasado ciertamente desapercibido puesto que al llegar
al primer piso, una hermosa puerta de roble se abrió, dejando el paso a un rostro rosado
de cabellera plateada y mirada inquisitiva; una vez afuera, la anciana contempló con
ternura el paso incierto de su fugaz arrendatario y se preguntó nuevamente por qué
insistía en arrendar el minúsculo e inaccesible departamentito que debía compartir con los
gatos y los ratones. La necesidad tiene cara de hereje, pensó para sus adentros y se
felicitó por haberlo puesto en arriendo.
- Hola, Joselito. ¡Tanto tiempo que no lo veía por aquí!
El hombre aprovechó para retomar aliento y sonrió, visiblemente contento de su hazaña.
- Mucha pega, Sra. Felicia, mucha pega.
- Bueno, es mejor estar ocupado que preocupado. – lo analizó de pie a
cabeza con una sola mirada experimentada y se detuvo en la pierna ligeramente torcida -
¿Y esa pierna sigue mala?
- ¿La pierna?...Oh, no; acuérdese que nací así.
La anciana acarició el voluminoso lunar que enarbolaba su arrugado cuello, dubitativa, y
entonces su rostro se iluminó.
- ¡Ah, cierto! Debo estar poniéndome vieja, pero no se preocupe, mijito,
mientras tenga buena la cabeza, todo está bien, ¿No cierto? – tomó cariñosamente su
pera y esbozó una sonrisa llena de amor- y usted es un buen chico.
El hombre rascó su ponchera, incómodo y luego sonrió.

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- Gracias, Sra. Felicia, y hasta la semana próxima; esta vez nos mandan
para el norte.
- ¡Ay, cielos! Cuídese mucho y si no vuelve, por lo menos escriba.
Esta vez , su interlocutor soltó una risa sonora e hizo sonar los huesos de su cuello
mientras se dirigía lentamente hacia el pasillo.
- Cuente conmigo.
La anciano lo observó hasta que desapareciera por la abertura y pareció contenta que sus
gruesos zapatos no dejaran huellas en las baldosas recién encerradas; además, era el
único del edificio que le regalaba cera. Este joven es un amor; qué lastima que no tenga
novia...¿O quién sabe? Con esos ojos verdes...

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- Hola, señorita, le juro que soy inocente pero estos tarados no me creen, así
que o me saca de la Peni esta noche en helicóptero, o le juro que iré a orinar en su oficina
cuando me largue de este zoo.
La voz jadeaba en el teléfono pero risas apagadas se escuchaban de fondo y Gwenn se
sonrió.
- Hola, rufián, ¿Dónde estás?
- Estoy robándome tu Civic híbrido, por suerte dejaste la llave en la puerta.
Vamos, tratando de hablar en serio, ¿A qué hora piensas salir de tu “jaulicina”?
- Goyo, sabes que debo terminar el borrador de dos apelaciones y
entregarlas mañana en la Corte.
- ¿Y por qué no las terminas aquí? Si alguna trata de un amante compulsivo
que acosa a su pareja y se desquita con la cocinera, hacemos el amor como huasos de
campo y después te ayudo con los detalles.
- Sí, claro. - se largó a reír- ¿Así que te desquitas con la cocinera?
Si había una palabra que definiera a Gregorio, era: divertido. Todo en él era relativamente
superficial; de hecho, nunca había logrado sentarlo a conversar de algo serio sin que se la
ingeniara para que terminara en chacota, pero sus constantes chistes e inovaciones
lograban por lo menos entretenerla, aunque nunca supiera realmente en qué andaban, y a
veces, si siquiera andaban en algo.
- Si llegas antes de la noche y compras unas chelas, te perdono. ¿Deal1?
Sonrió sacudiendo la cabeza y apretando sus diminutos labios.
- Deal.
- Ok, yo me pongo con la pizza y tu Juanita ya se puso con la cazuela antes
de irse.
Gwenn colgó el teléfono y empezó a buscar un código en el estante, preguntándose qué
contestaría si un día se le ocurriera a Gregorio pedirle su mano.

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Trato hecho, en inglés.

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La oficina era pequeña pero Flanagan la había elegido porque era la única que daba
hacia la fuente de aluminio que colindaba con el refectorio. Cuando había conocido a
Isabel, un ancho macetero con helechos adornaba el lugar y ella había tomado la
costumbre de regarlo con agua de la fuente y todos recordaban esa bella mujer quizás
demasiado sensible; quizás demasiado de todo, solía pensar el viejo detective cuando
recordaba ese pasado que no quería quedar atrás. Nunca seas una planta en un pote, le
había dicho varias veces, hasta que un día sacaron el macetero por orden del comisario,
pero Isabel ya había dejado de visitarlo hacia varios años, quizás porque no sólo esas
plantas se estaban secando en ese lugar.
Flanagan había estudiado el expediente del asesino en serie tantas veces que ya lo
conocía de memoria. El informe pericial esparcido sobre la mesa no le había entregado
ningún dato nuevo y sólo el papel ensangrentado podía considerarse como una lúgubre
novedad. De hecho, los de criptografía habían concluido que se trataba de un zurdo de
temperamento lepto-somático e introvertido, a pesar de que los crímenes apuntaban más
bien a un comportamiento psicopático; los de balística afirmaban que además de medir
1,80 metros, pesar entre 82 y 87 kilos y poseer gran fuerza física, debía tener
entrenamiento militar, y finalmente, los médicos legistas juraban que debía tratarse de un
médico disgustado con la sociedad, en base a la precisión quirurgical de los cortes; en
breve, el expediente era un caos y con caos no se resolvía un caso. Giovanni volvía con
una taza de café cuando la figura tan característica del comisario Santibáñez ocupó todo
el ancho del marco, esbozando una sonrisa que desmentía una mirada de preocupación.
Flanagan, lo observó con curiosidad.
- Hola, comisario. ¿Qué vientos lo traen por aquí?
- Buenos, para variar. Ante todo, quería agradecerle por salvar mi trasero;
estos periodistas se las arreglan para inventarle unas preguntas que harían tropezar hasta
Cantinflas; sin embargo, mientras no pillemos a ese animal nocturno, me temo que
seguirá bajando la población criminal, lo que, entre nosotros... no es tan malo, sobretodo
después de ese maldito índice de delincuencia con el que tratan ahora de pillarme el culo.
La capacidad de simplificación del comisario siempre había asombrado al detective pero
hoy parecía particularmente inspirado.
- El problema, Comisario, es que no es eliminándolos que se va a resolver el
problema.
El comisario soltó una pequeña risa y alzó sus tremendos hombros con un forzado
desdén.
- ¿Y por qué no? Si los dejamos que se maten entre ellos, nadie de los
buenos sale herido, la población está contenta y nosotros nos ahorramos gastos, bajas y
un maldito trabajo de investigación. ¿Qué más quiere? Con tal que controlemos los
posibles daños colaterales, en vez de cazar a ese imbécil, yo hasta le daría una medalla
por sacarnos de encima a toda esa lacra.
Flanagan lo observó de soslayo y terminó asintiendo con una punta de ironía.
- No me cabe la menor duda, comisario.
- Ya, ya no se me ponga romántico, Flanagan, usted y yo sabemos que
aparte de la publicidad, estamos colapsados y que a este ritmo, en 5 años más el mejor
negocio será vender o comprar acciones de las empresas carcelarias privadas en la Bolsa
de Tokio; ahora, dígame que encontró alguna pista sobre este tarado, porque, si bien
entendí, según su informe las únicas huellas digitales que han sido encontradas son
nuevamente de la víctima anterior.
- Exactamente.

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- ¿Y por qué se tomaría la molestia de dejarlas? Le sería más fácil no dejar
nada y sería absurdo pensar que con eso nos desviará de su pista.
Flanagan reprimió una sonrisa amarga.
- Sí, sobretodo teniendo en cuenta que todavía no tenemos ninguna pista.
Pero eso nos lleva a pensar más bien que nuestro asesino quiere establecer un nexo
entre cada uno de sus crímenes: de este modo, que el primero haya sido un psicópata...
- Supuesto psicópata, detective, recuerde que desbarató las pruebas, ganó
el juicio y que tuvieron que liberarlo por falta de mérito un día antes que vuestro
psicópata lo enfríe.
Giovanni recordó las imágenes escalofriantes del cadáver trozado en seis partes y tragó
saliva.
- Y ahora quizás pensaría que le estaban haciendo un favor.
Flanagan sacudió la cabeza con humor.
- Está bien, sin embargo, no deja de extrañar que su asesinato haya ocurrido
a sólo dos cuadras del domicilio del que lo inculpó.
El comisario barrió suavemente el borde de su chaqueta con la punta de sus dedos para
sacar una pelusa y lo miró con complacencia.
- Eso no prueba que estuviera viniendo a vengarse.
- No, pero no es lo que piensa la familia amenazada, la cual enciende ahora
todos los días una vela en el lugar en signo de agradecimiento al justiciero anónimo. Pero
volviendo al tema, ¿Qué relación pueden tener las muertes de un... seudo-sicópata cuyo
cuerpo fue hallado trozado en seis pedazos, de un empresario acusado de haber
planeado y financiado la muerte de su padre para heredar su fortuna y quemado a lo
bonzo junto con una fortuna en billetes, y la de nuestro violador, castrado sin anestesia
casi en presencia de la que se reportó como su última víctima?...
Observó brevemente a sus interlocutores.
- Tenemos a tres individuos que nuestra justicia juzgó inocente y que este...
justiciero juzgó culpable y sentenció en la forma más drástica e inmediata. – sacudió la
cabeza- Eso, sin contar los testimonios a su favor de...
- Detective. - esta vez la voz del comisario denotaba exasperación- No me
venga con esa mire que con un loco en la calle me basta, así que usted sólo esmérese en
atraparlo, vivo o casi, y deje el examen sicótico de este enfermo para los especialistas,
¿Estamos?
Se dirigió hacia la puerta con paso decidido pero se detuvo y miró nuevamente al
detective con una mirada cómplice.
- Ah, y recuerde que uno más y es toda la opinión pública que se nos viene
encima así que atrápenmelo sí o sí.
Giovanni lo observó salir y luego se volteó hacia Flanagan que observaba nuevamente el
expediente, meditabundo.
- ¿Conclusión?
El detective lo miró burlonamente.
- Conclusión: este hombre le tiene más miedo a perder su imagen que
nuestro trasero.

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El edificio tenía dos pisos en superficie y un subterráneo que traicionaban pequeños
orificios sellados y enrejados que partían del piso y dejaban pasar la luz del día sin que
pudiera verse lo que ocurría más abajo; además, las dos capas de poli carbonato de 12
mm cada una impedían que el más ínfimo ruido alcanzará el exterior. Rodeado de un
amplio patio y una muralla de cuatro metros de altura, el conjunto era una vieja mansión
colonial de ladrillo y adobe que, refaccionada y reforzada con cemento armado, daba el
aspecto de una clínica privada, pese al cartel en latón fijado a un lado del portón corredizo
que rezaba: Laboratorios Heinecker. En las afueras y adentro, una gran cantidad de
guardias de seguridad vigilaban el recinto día y noche con turnos que se renovaban cada
5 horas con severa puntualidad.
Iron Patreshnik insertó su mano derecha en la rendija y tecleó mecánicamente el código
de acceso. Era el encargado de todo el sistema computacional del edificio y él había
diseñado el algoritmo que modificaba cada semana los códigos de acceso a las distintas
secciones. Los empleados recibían cada lunes el que correspondía a la suya luego que el
escáner comprobara la identidad por reconocimiento de voz e inspección de retina y los
autorizara a pasar las puertas de vidrio ahumado a prueba de balas. Los guardias tenían
sus propios códigos y tenían el acceso restringido a sus propias áreas, salvo los del
Grupo C que poseían autonomía en todo el recinto, con excepción de la Bóveda; era ante
ésta que se encontraba precisamente ahora. La Bóveda poseía una entrada única para la
cual había hecho construir dos imponentes puertas de acero separadas por una cámara
circular que contenían cada una su propio código y a la que accedían sólo tres personas,
y él era una de ellas. La primera puerta emitió un pitido y se abrió con el susurro de sus
potentes engranajes de titanio. Iron entró en la cámara y esperó que se cerrara tras él
antes de acercarse al micrófono insertado en la pared de cemento armado junto a un
pequeño teclado digital. Sabía que Guibelt, que acababa de saludarlo de un gesto
mecánico de la cabeza, jamás se atrevería a echar un vistazo en la cámara de verificación
de voz y sonrió para sus adentros, recordando: atreverse era una palabra que ya no
podría cruzar la mente del fiel guardia. Ya no cabía en él.
La segunda puerta de acero se cerró tras él y siguió el pequeño pasillo que conducía a
una sala cuadrada que comunicaba con cuatro más pequeñas. Se hallaba ahora a 8
metros bajo la superficie y las luces de neón daban esa reverberación blanquecina que
inundaba hasta el último rincón de la amplia sala. Muchos años, pensó, muchos esfuerzos
y ahora esa decisión que podía poner en peligro el fruto de su vida, y ya no habría otra
oportunidad; ya no. Sacudió la cabeza y recordó el pasado. El doctor Kaplan había
cometido algunos errores pero sabía que Ellos no lo habían entendido y, lo que era peor,
lo habían abandonado. Pero ahora había llegado la hora de la revancha y los riesgos
estaban a la altura de las expectativas. Sonrió. Lo sabía.
Iesu S. Kaplan había sido su mentor desde hacía años y él lo había seguido fielmente en
su exilio. Antes de conocerlo, había trabajado algunos años como informático en
instalaciones secretas de la CIA y la NSA, diseñando sistemas y descifrando algoritmos
para los sistemas de seguridad, hasta que sus estudios paralelos en biología molecular
habían llamado la atención de ciertos uniformados del Pentágono. Aún recordaba la
pequeña entrevista que había cambiado su vida, para bien o para mal. En efecto, luego
de pasar algunas pruebas y renunciar a una vida civil bastante irrelevante, lo habían
trasladado a instalaciones ubicadas en Phoenix y dedicadas a programas ultrasecretos
dirigidos principalmente al análisis y control de la frágil mente humana. Es ahí que había
conocido al Doctor Kaplan, el brillante genio que encabezaba el Proyecto Espejo desde

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hacía ya 3 años; Kaplan era una eminencia en biotechnología pero el proyecto apuntaba
en realidad a modificar las emociones humanas a partir de impulsos electromagnéticos
por lo que lo secundaba un importante equipo de físicos, parasicólogos e toda índole. Los
rusos acababan de inventar el famoso Sistema de Sonido Silencioso, un software que
agrupaba la cartografía del funcionamiento electromagnético del cerebro y la tabla de
medidas que debía regir los impulsos a fin de modificar la conducta de objetivos ciblados
aún desde satélite, y lo peor era que lo estaban vendiendo a precio fuerte al mejor postor.
Eso había obligado el Pentágono a apurar sus proyectos y diseñar HAARP, un conjunto
de 48 torres de 1Gigawatt de potencia cada una y ubicado en alguna parte en la remota
Alaska. HAARP proyectaba hacia la ionosfera un rayo que rebotaba sobre ella y
alcanzaba objetivos seleccionados, incluso a miles de kilómetros de distancia, pudiendo
provocar tanto cambios en el clima como introducir órdenes directamente en el
inconsciente; los efectos abrumadores no se habían hecho esperar. Las elecciones
podían ser arregladas por simple sugestión sobre los votantes usando las propias torres
de celulares y varios recordaban cómo soldados iraquíes se habían entregado a
periodistas creyendo que se trataba de tropas americanas o habían resultado con severas
quemaduras a consecuencia de la exposición al intenso flujo de microondas. El proyecto
había sido definitivamente un logro. Kaplan, exultante, había incluso patentado su propia
cartografía del cerebro pero había cometido el error de permitirse algunas libertades
facilitadas por su cargo y que fatalmente habían dejado al descubierto ciertos elementos
de la investigación. El repentino alboroto provocado por las asociaciones defensoras de
los ciudadanos, pese a ser infiltradas o directamente encabezadas por numerosos
agentes, había provocado un revuelo que sólo un arsenal de desinformación y fuertes
presiones sobre el Congreso habían logrado aplacar. De este modo y tal como los
sucesivos proyectos Phoenix y MKultra que habían sido cerrados en un verdadero
agujero negro mediático, el Proyecto Espejo había muerto y renacido bajo otra sigla pero
no sin que antes se efectuaran drásticos cambios en su personal. Así, Kaplan había sido
removido del día a la mañana de su trono y escapado de poco a una sesión de Brain-
cleaning a cambio de disfrutar de un cargo ad honorem en alguna de las Universidades de
las Américas en Sudamérica a condición que fuera lo más lejos posible de Washington.
En cuanto a su equipo, había sido disuelto y reasignado a distintos proyectos pero el
doctor había logrado convencer a Patrechnik que lo siguiera en su vergonzoso exilio. Lo
necesitaba para el plan que tenía en mente.
Iesu S. Kaplan era un hombre alto y delgado, de rostro angular y una mirada penetrante
que se veía ampliada por las diminutas gafas que nunca abandonaban su nariz aguileña.
Miró con una desconfianza instintiva al individuo que llegaba hasta reconocer en él su fiel
colaborador y esbozó una sonrisa condescendiente.
- Hola, Doctor, ¿Cómo ha dormido?
- ¿Todo sigue igual allá arriba?
El doctor vivía literalmente en la Bóveda y no la abandonaba más que en contadas
ocasiones y siempre con un extremo recelo, como si culpara a ese mundo exterior de ser
la verdadera causa de sus desgracias pasadas.
- Igual, señor, y esperando vuestra bendición.
Kaplan esbozó una sonrisa irónica.
- Entonces que tenga paciencia porque su humilde servidor sólo vive para
dársela.
Siguió observando una de las 16 pantallas de televisión instaladas de modo que formaran
un cuadrado y que proyectaban imágenes captadas por las distintas cámaras de
seguridad del recinto, masajeando su cuello tenso con malhumor.
- El BP 3 sigue en letargo aunque sus signos vitales permanezcan estables.
–apretó un botón del ordenador y la cámara efectuó un zoom hacia el rostro inerte.- Estoy

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seguro que la dosis fue excesiva pero si dentro de una hora no hay cambios, inyéctale
más adrenalina, quiero asegurarme que no se trata de una debilidad congénita.
- Bien, señor. – Iron asintió con cierto recelo, iba a tener que entrar al
compartimento.
BP 3 era el tercer banco de pruebas, una de la 7 cámaras a-sensoriales y absolutamente
impermeables una vez sellada la única puerta que permitía acceder a ella, habilitadas
para los experimentos en curso, la octava y mucho más grande siendo dedicada
exclusivamente a la investigación. La pantalla mostraba un cuerpo acostado en una litera
de polietileno expandido y el rostro pálido transpiraba una tranquilidad que sólo
interrumpían febriles parpadeos tan súbitos como esporádicos. El cuerpo, desnudo,
exhibía en algunas áreas aureolas rosáceas que contrastaban con su palidez general y el
pecho apenas manifestaba el tenue funcionamiento de los pulmones, como lo
comprobaban los indicadores de pulso y de oxígeno en la sangre que colgaban a su lado.
Un tercer indicador, más pequeño y de diseño inusual marcaba constantemente una
misma cifra: 0.046.

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La noche había caído hacía más de dos horas pero Flanagan no pareció percatarse de
ello. Su mente se hallaba ocupada en otra parte y sus labios repetían sin cesar los
mismos datos, como si esperara que le entregaran un secreto que parecían mantener
oculto. ¿Qué buscas, maldito? Dilo de una vez. Russel entró con una carpeta y un café en
cada mano y lo observó un momento en silencio.
- ¿Está seguro que quiere seguir aquí? Son las 11 y cuarto y no creo que un
idiota como ese valga la pena que uno se queme las pestañas por él.
Flanagan esbozó una sonrisa cansada.
- No te preocupes, Giovanni, no estoy cansado; además...
- Sí, ya sé, me va a decir que encontró algo y que siendo la próxima víctima,
lo va a esperar tranquilamente en su sillón-sofá-cama, a ver si se da el pique. –Alzó los
hombros burlonamente- Si quiere, le traigo una frazada.
- Ya, no me tomes el pelo y ándate que de sólo ver tus ojeras me das sueño
y todavía hay algo que quiero analizar. -frotó sus ojos- Además, mientras no pillemos al
otro hermano Salomone, estoy más seguro aquí que en mi casa. Eso sí, déjame ese café.
• Con todo gusto. Colgaría al imbécil que inventó esa bebida...
No alcanzó a terminar. El teléfono había empezado a sonar repentinamente y ambos se
miraron sorprendidos. Flanagan apretó el altavoz preguntándose quién podía llamarlo a
esta hora; la voz, que resultaba conocida, transpiraba una viva emoción.
- Hola, Doc., es Phillippi y adivine qué.
- ¿Qué?
Phillippi era un ex-detective que colaboraba a veces de manera extra-oficial, sobretodo
con información difícil de conseguir por las vías oficiales y Flanagan se las arreglaba para
que recibiera un pequeño salario inscrito en el memorando como “Fondo para
Operaciones Especiales”. Así, sus contactos en los bajos fondos le daban una suerte de
status a parte que le otorgaba ciertos privilegios, tales como el de acumular a veces hasta
40 multas por estacionamiento inapropiado o daños y perjuicios hacia automovilistas
malhumorados con los que había arreglado cuentas en juicio sumarísimo, y su viejo
amigo se encargaba de remediarlos a través de sus contactos en cierto juzgado de policía

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local. Ese intercambio de servicios había resultado útil en varias ocasiones e incluso el
comisario hacía la vista gorda sobre algunos métodos poco convencionales que
caracterizaban al ex-detective. Pero esta vez, su voz monocorde manifestaba una inusual
emoción.
- Nuestro justiciero mordió el anzuelo como la más vulgar trucha y créame si
le digo que lo estoy viendo ahora mismo.
- No me diga. -Flanagan, como siempre escéptico por principio y también por
años de experiencia, no pareció conmoverse demasiado- Primero cálmese y aleje su boca
del radio.¿Está seguro que es él?
- Tan seguro como que está destripando a mi carnada, aquí y ahora.
- ¡¿Qué?! - Esta vez el detective alzó las cejas con sorpresa; Oscar Phillippi
nunca bromeaba con cosas serias y había ido siguiendo desde hacía un tiempo un
individuo acusado varias veces de pedofilia, pero que Investigaciones se había cansado
de vigilar.- ¿Y qué espera para intervenir?
- Lo siento, me temo que ya es tarde para eso. Apareció de la nada y ahora
están fuera de mi vista porque lo arrastró hacia un callejón, pero le aseguro que este
chiflado es una máquina.
En eso estamos de acuerdo, pensó Giovanni mordiendo su labio inferior con rabia
mientras Flanagan trataba de ordenar brevemente los hechos que se abultaban ahora en
su mente; sacudió finalmente la cabeza.
- ¡Mierda! .Entonces, conténtese con seguirlo si se va antes de que
lleguemos...y sobretodo cuídese. Le daré más instrucciones por el radio.
- Ok, nos vemos.
Colgó y Giovanni vio un destello especial en la mirada del viejo detective, una mezcla de
alegría e insatisfacción, como si la repentina y sorprendente noticia lo alegrara y al mismo
tiempo lo defraudara extrañamente un poco. No me diga,¿Demasiado fácil?
- Entonces, ¿Empezó la cacería?
- Por lo menos empezó la pelea. -El detective inspiró ruidosamente y fijó la
mirada, decidido- Por ahora, contactemos a nuestro equipo y digámosle dónde debemos
encontrarnos, Oscar nos guiará si es necesario y algo me dice que lo será.
Russel lo observó sorprendido mientras revisaba el cargador de su Glock, no muy seguro
de haber oído bien.
- Pero... ¿No quiere que llamemos a la caballería? Éste es de grueso calibre.
Flanagan sacudió la cabeza enérgicamente.
- Olvídelo, llegarían tarde y metiendo bulla y no quiero que se nos escape
porque le aseguro que no volveríamos a saber de él.
- Como quiera.
Russel introdujo una bala en la recámara y, verificando que el seguro estuviera liberado,
salió rápidamente tras el detective que parecía haber olvidado incluso sus dolores
reumales.

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El vehículo de Phillippi estaba aparcado detrás de un viejo Trafic al que habían pinchado
tres neumáticos, el cuarto habiendo sido reemplazado por tres ladrillos sobre los que
descansaba ahora el amortiguador. Flanagan y Russel subieron a él comprobando que la
temperatura era igual que la del exterior y apretaron un poco más sus chaquetas para

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calentarse. A treinta metros detrás de ellos acababa de aparcarse un furgón Boxer negro
con vidrios sólo en la parte delantera y del que no descendió ningún pasajero.
- ¿En qué anda la cosa? ¿Alguna novedad?
Phillippi reprimió un bostezo y miró su reloj con cierto lasitud.
- Nada desde que entró ahí hace...18 minutos. - indicó una casa de dos
pisos de aspecto dejado y echó una mirada por el retrovisor.- No hay puerta trasera y
nuestro equipo está esperando instrucciones.
Flanagan gruñó.
- Bien, ¿Qué hay de la casa?
Phillippi encendió su computador de bolsillo y abrió una carpeta que contenía planos
escaneados.
- Los bajé del Archivero Judicial. Tiene dos pisos, cuatro dormitorios y está
abandonada desde hace dos meses, o sea desde que murió la dueña.
- ¿Muerte natural?
Phillippi sonrió con perplejidad.
- Oh, sí; un pobre y triste infarto, pero los herederos no han dado signos de
vida, lo que no deja de ser increíble. Ahora bien, una casa vacía es el escondite perfecto
así que es muy probable que hayamos encontrado por lo menos una cueva del ratón.
Flanagan sopló sobre sus manos y las frotó vigorosamente una contra la otra para
calentarlas.
- ¿Y está seguro que no se dio cuenta que lo seguían?
- Tan seguro que hasta apostaría que no piensa salir de ahí hasta mañana a
menos que le demos la visita que tanto se merece.
- De eso estamos de acuerdo: La doctora Chang me describió a grandes
rasgos lo que queda de vuestra carnada y no es muy alentador.
Phillippi demostró sorpresa.
- ¿Qué?¿La hermosa flor de Oriente está fuera de su cama a esta hora y por
culpa mía?¿Que acaso no duermen en Investigaciones o tuvieron reducción de personal?
-movió la cabeza hacia un lado sonriente y ajustó el cuello de su paletó- Bueno, a lo
menos ese sodomita no volverá a tocar un cabro chico.
Flanagan tomó el radio y acercó a su rostro.
- Ese no volverá a tocar nada. Aguayo, ¿Están listos?
- Como salidos del horno, doc., ¿Cuándo empieza la fiesta?
- Ahora, así que no se me enfríen porque allá vamos.
La voz del capitán resonó respaldada por un coro entusiasta.
- Recibido y andando.
Del furgón salieron bruscamente y en absoluto silencio 9 agentes, todos provistos de visor
nocturno y AK40 con puntero láser y silenciador y se avanzaron sigilosamente hacia la
casa que no dejaba entrever ninguna luz. La puerta era maciza y Aguayo hizo signo a un
agente que usara una llave de cerrajero. Una vez adentro, hizo signo que se formen dos
grupos, uno de los cuales se dirigió hacia la escalera llevando al segundo piso mientras él
se encaminaba sigilosamente hacia los dormitorios de planta baja seguido por el resto del
equipo. Las cerraduras cedieron al mismo tiempo dejando el paso a las puertas pero una
súbita explosión venida del interior de las habitaciones expulsó a los que se encontraban
adelante.
Sergio Quintana, que encabezaba el grupo que subía por la escalera escuchó con estupor
las explosiones que resonaban tanto en su radio como a sus espaldas acompañadas por
un haz de luz.
- ¿Qué mierda fue eso?
La voz que le contestó era acompañada ahora de gemidos y maldiciones. Era la de
Aguayo.

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- Una maldita trampa para ratones, Quintana. Las ampolletas explotan al
abrirse las puertas; disparen a través de ellas y, ¡Demonios! No se queden adelante.
Quintana miró a los que lo seguían y vio que ya sabían muy bien a qué atenerse. Tres
segundos más tarde, ráfagas de AK40 atravesaban las puertas haciendo volar astillas y
polvo que iluminaban las llamas salidas por los silenciadores. Flanagan tocó suavemente
el hombro de Russel que se hallaba a su lado, pistola en puño y presto a disparar.
- Sígame, Russel.
- ¿Adónde vamos? -Russel no escondía su sorpresa pero la respuesta lo
sorprendió aún más.
- Vamos a esperarlo afuera.
Mientras tanto, en el segundo piso, Quintana acababa de ordenar de un gesto que
cesaran el fuego y dos agentes patearon las dos puertas destrozadas poniéndose
inmediatamente a cubierto. Nada. Quintana dudó un momento y luego lanzó una breve
mirada que barrió toda la habitación; asegurado, hizo un gesto que lo siguieran y se
adentró arma en puño mientras dos agentes entraban en la habitación contigua. El
dormitorio, destrozado en parte por los proyectiles, exhibía un catre, un ropero y una
mesa alargada que parecía fuera de lugar. El ropero estaba acribillado y una de sus
puertas colgaba lastimeramente.
- Aquí Galleguillos. Está despejado.
La voz de Aguayo resonó, imperativa.
- Revisen bien y no se confíen, aquí sólo hay su mierda.
Correa, un personaje robusto con tendencia a la gordura que se hallaba con Quintana
designó entonces una ventana semi-abierta.
- ¡Oficial, mire eso!
Cardoso no pudo reprimir la rabia que se apoderaba de él.
- ¡No lo puedo creer! ¡El muy hijo de perra nos la hizo linda!
Quintana observaba rápidamente por la ventana y vio como los techos de zinc reflejaban
la luz blanquecina de la luna menguante. Es demasiado fácil. Está aquí, lo sé, lo huelo.
Miró a sus compañeros y negó con la cabeza.
- Señoritas, busquemos a este ratón hueco por hueco porque esto me huele
a una maldita trampa clásica.
Apolo no había alcanzado a saltar por la ventana. Los techos vecinos se hallaban a una
distancia peligrosa y la canaleta que concluía el techo había cedido cuando la había
testado; en ese momento, la trampa que acababa de montar en el primer piso se desató y
supo que no había vuelta atrás. Los pasos en la escalera no se habían hecho esperar y
había alcanzado justo a esconderse cuando las ametralladoras habían barrido
violentamente la habitación con sus proyectiles incandescentes. Ahora, oía los agentes
hablar a su alrededor y sintió que sus dedos ya no aguantaban e iban poco a poco
deslizándose. Lo siento, pensó, y se dejó caer. Las tres sombras se voltearon hacia el
ruido pero seis impactos con silenciador los alcanzaron bruscamente. Quintana vio
entonces esa sombra negra que le apuntaba y sintió una quemadura en el antebrazo y en
la pierna derechos. Mierda. La palabra quedó atrapada en su garganta; nunca le habían
disparado y sintió una angustia apoderarse de él pero apretó los dientes hasta sentirlos
crujir. Púdrete. Si me voy, nos vamos los dos. Intentó disparar pero su brazo no le
obedeció. Escuchaba la voz de Aguayo aullando en el radio pero no podía discernir lo que
decía y un zumbido metálico dominaba todo y retumbaba en sus oídos en un estruendo
ensordecedor. No me sigan. Sintió un escalofrío y vio sus compañeros derrumbarse uno
tras otro. Se escuchó a si mismo gritando mientras apretaba el arma con su mano válida y
buscaba su objetivo.
- ¡Cuidado! ¡Está aquí y hay tres agentes heridos! Repito: sujeto armado y
atacando...

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Sus piernas lo abandonaron y rodó en el suelo, jadeante.
La sombra, ahora de pie, se dirigía sigilosamente hacia la habitación contigua contando
mentalmente los disparos. Sabía que debía dejar hacer su cuerpo. Intervenir, era obstruir
y obstruir era la muerte.
- ¡Apúrense, está en el pasillo!
Galleguillos reconoció la voz de Quintana y se apresuró hacia la puerta pero un fulgor
repentino lo encegueció. La sombra ya les apuntaba tranquilamente; los agentes cubrían
ahora sus ojos dañados por el brillo amplificado por los visores nocturnos y, simplemente,
no lo veían. No me sigan, repitió el zumbido. No me sigan. Galleguillos sólo alcanzó a ver
la puerta desmantelada cerrarse tras la sombra antes de desplomarse a su vez, su pierna
y su brazo derecho con un ardor insoportable.
Mientras tanto, en el pasillo, la sombra extraía ahora de un bolsillo un bolsito con bolitas
de acero que vació de un gesto en la escalera al oír los pasos precipitados que se dirigían
hacia él. Aguayo y sus agentes vieron las pequeñas esferas rebotar en desorden sobre
los peldaños mientras algunas de ellas se deslizaban debajo de sus pies provocando la
caída de varios de ellos, sorprendidos y arrastrando a otros mientras intentaban recobrar
su equilibrio.
Quintana sacudió la cabeza, no pudiendo creer lo que veía.
¿Qué mierda hacen?, gritó. ¡Está de vuelta! Su piel estaba en fuego y sentía como si su
cabeza fuera a explotar. Sacó en un esfuerzo que en ese momento le pareció
sobrehumano su pistola de la cartuchera y apuntó hacia la sombra en el momento en que
éste se aprestaba a salir por la ventana pero la bala rebotó contra la pared. Apuntó con
toda la precisión que le permitía la herida pero antes que lograra apretar nuevamente el
gatillo un proyectil incandescente impactó su entrecejo haciendo rebotar la cabeza contra
el muro mientras los brazos caían. Por última vez, no me sigan.
Cardoso y Correa levantaron dificultosamente sus manos en señal de rendición y la
sombra desapareció silenciosamente por la ventana. En el pasillo, pasos precipitados e
insultos anunciaban que Aguayo y sus hombres habían retomado la persecución.
- Apúrense! ¡Mató a Quintana y se está escapando por los techos!
Aguayo y sus agentes entraron bruscamente en la habitación, prestos a disparar, y el
capitán reprimió un insulto al ver sus hombres invalidados.
- ¿Qué es esta masacre? Los dejo un minuto y se los comen con zapatos.
¿Dónde está ese tarado?
Se acercó hacia la ventana sujetando firmemente su Desert Eagle y barrió rápidamente el
perímetro con mirada experta. Súbitamente un objeto contundente rozó su hombro y cayó
al suelo detrás de él. Se volteó para mirarlo instintivamente y entendió la mirada
estupefacta de sus hombres. Era una granada a la que le habían extraído el cerrojo y que
aún rodaba en el polvoriento parqué.
- ¡Mierda! ¡FUERA!
El rugido salió de su garganta rompiendo el estupor y la mayoría se precipitaba ya hacia
la única salida cuando se produjo la deflagración. Phillippi, que se hallaba todavía en el
pasillo sintió como si el mundo se derrumbaba alrededor suyo. Después de un lapso de
tiempo que no pudo calcular, frotó su rostro con desesperación y escupió con todas sus
fuerzas la polvareda que parecía entrar por cada uno de sus poros; su garganta y su
nariz, llenos de minúsculas partículas, ardían y le impedían respirar con facilidad pero una
voz martillaba en su mente insistentemente: sale de ahí, ahora. Se levantó y se arrastró
pero tropezó, rodando escalera abajo; una vez ahí, sintió ganas de vomitar y se percató
entonces que no oía nada, sólo un tenue zumbido desagradable acompañado de un dolor
insoportable que lo aturdía y lo hacía titubear. Vomitó bruscamente y se sintió mejor. Se
dejó caer finalmente al piso apoyando su espalda a la muralla y luego todo se hizo negro.

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Apolo verificó que el desague aguantaba su peso y se deslizó por la pared que dominaba
un callejón bastante oscuro; la lata crujía lastimeramente y un sostén aflojó pero sin
ceder. Ellos lo habían querido, él no. Él no, demonios. A dos metros del piso, se dejó caer
suavemente y en ese momento una bala rebotó contra la muralla detrás de él.
Instintivamente se parapetó detrás de un voluminoso basurero y entendió que no todo
había terminado.
- No tienes salida, bastardo. Suelta tu arma y acércate con las manos en alto
o te juro que morirás aquí.
La voz tartamudeaba, mezclada de nerviosismo y furia contenida. Flanagan parpadeó y
miró su compañero cuyo rostro desfigurado lo sorprendió. En diez años, nunca había visto
a Giovanni Russel en ese estado. Apuntó él también su revolver hacia el basurero y
despejó su garganta tratando de evacuar el malestar que aquejaba la boca de su
estómago.
- Tiene razón. Seas quien seas o más bien quién te consideres, hazlo y te
aconsejo que sea ahora porque cuando lleguen los refuerzos, te aseguro que no les
gustará nada ver en qué estado dejaste sus compañeros...¿Oíste?
Apolo entrecerró sus ojos. Sentía rabia. No lo entendían, no paraban de estorbarlo y no
tenían por qué estar ahí. Apretó los dientes y sacó suavemente el arma que había
guardado en un bolsillo interior.
- Váyanse. Les advertí que no me siguieran.
El zumbido era sereno y esta vez la furia de Russel explotó.
- ¿Y crees que eso te justifica, hijo de perra? ¿Qué piensas que les diremos
a sus viudas? ¿Qué te enojaste porque te atrasamos a una cita o que no entendimos tu
jueguito morboso? ¡Suelta tus juguetes y ríndete! ¡Ahora!
- Sus compañeros buscaron ellos mismos su muerte, yo no los agredí. En
cuanto a ustedes, hagan lo suyo y déjenme hacer lo mío, y sino, que sobreviva el más
apto.
Sabía que su cargador contenía dos balas además de aquella ubicada en la recámara por
lo que prefirió cambiarlo por uno lleno. Russel miró a Flanagan sin dejar de apuntar hacia
el basurero; había recuperado el control sobre sí; el detective asintió lentamente,
incómodo.
- Te habremos advertido. –sacó el radio que colgaba de su cinturón y lo
acercó a su boca- Habla Russel, ¿Qué mierda hacen? Estamos en el único maldito
callejón del barrio y no los vamos a esperar toda la noche...
El zumbido se hizo entonces oír nuevamente y Flanagan lo encontró particularmente
tétrico. Miró a su compañero y vio en su rostro la misma perplejidad que lo azotaba
bruscamente.
- Dos...
- ¡Espera!
El detective sintió su cuerpo tensarse sin que pudiera impedirlo pero la voz parecía seguir
su propio ritmo.
- Tres.
Un chasquido apagado se hizo oir y el único tubo fluorescente que iluminaba el callejón
estalló en pedazos. Una sombra rodó por el suelo mientras Flanagan y Russel le
disparaban frenéticamente. Bruscamente, el detective sintió los dos impactos empujarlo
hacia atrás seguidos de un fuego que subía por sus venas. Se tambaleó

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involuntariamente desplomándose pesadamente mientras su compañero caía inconciente
a su lado. Apolo se levantó prontamente tras comprobar que sus dos únicos adversarios
ya no lo apuntaban y se dirigió rápidamente hacia la salida guardando minuciosamente su
arma en su lugar. Lo siento. Lo habían buscado, ellos también. Sabía que disponía de
poco tiempo y debía escabullirse lo más pronto posible; miró brevemente hacia los
cuerpos inertes para asegurarse que no había peligro cuando vio los ojos del mayor
abrirse con un brillo apagado.
- Escúcheme... No es matándolos que arregla el problema...No así.
Tosió y sintió como si se desgarraba su pecho. Apolo se detuvo y miró con curiosidad y
asombro el rostro afiebrado cuyos labios temblaban de manera refleja pero cuya mirada lo
buscaba en la penumbra.
- Es posible, pero el ponerlos en una jaula tampoco lo hace, ¿O sí?
El detective jadeó penosamente.
- Es cierto, pero debe haber otro camino... ¿Cuál es tu nombre?
- ¿Por qué? Quiere una entrevista?
El zumbido era irónico y Flanagan olvidó por un momento el sabor agrio que llenaba
ahora su boca y le impedía respirar. Escupió.
- Digamos que la vida ya abandona mi cuerpo y quiero saber quién le ha
dado un fin tán apresurado.
- No lo encontrará en la guía.
Flanagan sintió un frío helado subir desde sus pies y reprimió un escalofrío mientras
intentaba sonreír.
- Me lo temía. Pero, ¿Qué es lo que buscas? –su boca estaba seca y su voz
se volvió ronca, pero había recuperado su serenidad- ¿Quieres ser un héroe o es una
venganza personal? Y no estás obligado a responderme.
- Gracias, no iba a hacerlo, pero trate de entender que lo hago simplemente
porque alguien tiene que hacerlo. Ahora, le aconsejo ahorrar su energía porque su
pulmón izquierdo no necesitará dosimasia hidrostática para demostrar que no murió
ahogado, y nuevamente: lo siento.
El detective sintió que perdía el sentido y mordió fuertemente su labio hasta que el dolor lo
despertó. Vio que la sombra había desaparecido. Intentó mirar hacia su lado pero algo tan
simple le parecía ahora un esfuerzo sobrehumano.
- ¡Russel! ¿Russel?
El cuerpo que se extendía a pocos pasos de él empezó a moverse y pudo ver el rostro
ensangrentado de su viejo amigo que lo miraba como saliendo de un sueño.
- ¿Qué? ¿Dónde está?
Flanagan pensó en lo fútil que resultaba ahora la pregunta.
- Olvídate de él...y de mí, pero prométeme que cuidarás a Gwenn...-su voz
se hizo un murmullo- Cuídala.
Russel sintió que algo tibio corría por su sien y un dolor agudo en la oreja lo mantenía
aturdido. Despierta, mierda. Sacudió la cabeza con lentitud, respiró hondamente y
constató que sus miembros le obedecían, se arrastró entonces titubeante hacia el cuerpo
de su amigo que parecía ahora inerte. Sólo ahí se percató que la mirada estaba fija hacia
el cielo y que los labios esbozaban una sonrisa rígida mientras corría de ellos un pequeño
hilo de sangre. Sacudió frenéticamente el cuerpo que parecía no oponer resistencia.
- ¡Mierda!...No,¡No! No puede hacerme eso.¡Resista! –el radio se hallaba al
alcance de su mano y lo asió nerviosamente- ¡Apúrense, mierda! ¡El doc se nos va y el
bastardo está libre! ¡Rápido! –buscó el pulso y lo halló muy débil; intentó entonces con
desesperación la reanimación cardio pulmonar que tantas veces había hecho- Aguante,
detective, ya llegan y lo van a sacar de aquí.
La mirada retomó bruscamente un brillo tenue y los labios se movieron nerviosamente.

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- Ya llegó...el alba.
Giovanni, que un súbito impulso de alegría había sacudido sintió entonces que el cuerpo
del detective se enfriaba ahora rápidamente y cuando intentó levantarlo la vieja cabeza
cayó pesadamente sobre su hombro.
- No...¡NO.....!
Dos cuerpos se desplomaron en el frío piso húmedo.

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La sombra se deslizaba ahora cautelosamente, bien apegada a la pared. Varias luces se
habían encendido en algunas ventanas detrás de él y sonidos de alarmas retumbaban
ahora en las calles. El tiempo se acababa. Dobló en una esquina y halló al fin lo que
estaba buscando. Un viejo vagabundo se hallaba acostado sobre unos cartones cubierto
por una frazada mugrienta que dejaba entrever un rostro rojizo y envejecido. Dormía.
Apolo clavó una pequeña aguja en el cuello y sacó rápidamente el abrigo largo que cubría
el cuerpo inconsciente y volvió a cubrirlo. Tras retirar la aguja y comprobar que ninguna
mirada lo observaba, se cubrió rápidamente y rociándose con un producto hediondo
mientras se alejaba a pasos grandes, se acostó finalmente con la cara hacia una muralla
a tiempo que aparecían numerosos vehículos de policías por ambas esquinas.

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Russel sintió el latido de su corazón martillando su tímpano. Abrió lentamente los ojos; le
dolían y al principio todo fue borroso; después, poco a poco, los sonidos se hicieron más
nítidos y al fin pudo enfocar. El cielo era blanco y en una esquina se dibujaba una mancha
de humedad. Sólo ahí se percató de la máscara de oxígeno que aprisionaba su nariz y su
boca y vio el estuche del suero que colgaba a su lado junto a un indicador que rezaba 78,
76.
- Parece que nuestro amigo está retomando conciencia, pero trátenlo con
cuidado porque recuerden que aún está delicado.
Era la voz nasal de Scriabin y le contestó una voz femenina que no reconoció
inmediatamente.
- No se preocupe, entiendo.
Los pasos se acercaron y entonces recordó. Todo afloró como un dique fisurado que
dejara pasar violentamente su carga aprisionada y sintió latir violentamente su corazón.
Era Gwenn. Con gran esfuerzo levantó la máscara que cubría su rostro e inhaló el aire
viciado de la pequeña habitación. Ella vestía un pantalón de seda bien planchado y una
polera con mangas que cubría sus muñecas. Cielo, que hermosa eres. Levantó la cabeza
y miró esos ojos azules enrojecidos.
- Descansa, Giovanni.
- Gwenn... –tomó aire y soltó todo de un golpe- no pude... hacer nada.
- No te preocupes, ya pasó y ahora sólo debes recuperarte,¿Entiendes? Te
necesitamos sano y fuerte.
Russel sintió la suave mano posarse sobre su brazo y la apretó con fervor.

22
- Te juro que lo vengaré aunque tenga que pasar mi vida persiguiendo a ese
fantasma, y tú cuenta siempre conmigo, siempre. Dejó caer su cabeza sobre la almohada
como si el esfuerzo hubiera consumido sus fuerzas.
- Lo haré, Giovanni, lo haré. –Los ojos de la joven brillaban y apretó sus
labios con determinación. No lloraré; aquí no por lo menos.- Ahora descansa; yo estaré
bien, te lo prometo.
Gregorio removió con la uña de su meñique el pedazo de carne pegado a su canino y
pasó su lengua sobre los dientes blancos. La limpieza con láser era cara pero había
valido la pena. Se acercó a la cama donde descansaba Russel y pasó su brazo alrededor
de la cintura de Gwenn mirando con condescendencia a ese hombre siempre tan seguro
de sí y ahora postrado.
- No te preocupes, yo me encargaré de ella. Esta chiquilla está en buenas
manos, ¿No cierto, cariño? – besó su mejilla mientras ella asentía, ausente, y entendió
rapidamente que su presencia no era muy grata- La vida es dura pero lo has hecho bien.
Bueno, volveremos cuando estés mejor -apretó su puño como para darle coraje
acompañandolo con un signo de la cabeza y trató de ser convincente- Estamos contigo,
viejo.
Giovanni se contentó con asentir sin disimular el recelo que sentía a cada vez que veía
ese rostro pecoso de mirada indefinida que se había convertido en la sombra de la hija del
que otrora fuera su mentor. Gwenn se forzó a sonreír para alentarlo y lo besó en la frente.
Los labios eran suaves tibios y su contacto lo reconfortó.
- Chao, Giovanni, vendré a verte mañana. Y prométeme que descansarás, te
necesitamos más que nunca y lo sabes.
Russel sintió su garganta estrecharse y la sangre punzar en la herida de su frente. ¿Tú,
necesitarme? En cinco años no pude decirte que te amaba y anoche no fuí capaz de
salvar el pellejo de tu padre. No sé quién necesita a quién. Se forzó a asentir y tragó la
saliva que se acumulaba ahora en su boca.
- Adiós, Gwenn, y no te preocupes que pronto saldré de aquí.
Gwenn esbozó una sonrisa triste y la vio alejarse apoyada en el hombro de su delgado
acompañante hasta que la voluminosa figura de de Scriabin ocupó toda su visión.
- ¿Cómo te sientes, viejo?
- ¿Qué crees tú?
- Que un hijo de perra de tu calaña nació para ver peores -el enorme
detective bajó la voz con cierto recelo- y que el viejo Flanagan murió como siempre quiso:
en la pelea. Ahora, cierra esa bocota y duerme que te quiero en 48 horas a tu puesto
porque para nosotros esto sólo acaba de empezar.
En eso estamos de acuerdo, se animó a pensar Giovanni, aunque sabía pertinazmente
que necesitaría más tiempo que eso. Le dolía la cabeza y empezó a sentir en su frente el
hilo con el que debían haber cocido la herida.
- Felix.¿Cómo se enteró?
El ancho rostro se contrajo en una mueca incómoda y el gigante rascó nerviosamente su
pelada incipiente.
- No pudimos contactarla a tiempo y...
Fue entonces cuando Russel vio el montón de hojas arrugadas y apiladas sobre el asiento
donde Gwenn debía haber esperado que despertara y cerró los ojos con rabia.
- Por el diario...

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12
Iron se introdujo en la combinación hermética tras verificar que estuviera en perfecto
estado y se encaminó hacia BP3 por el estrecho corredor; las placas de acero cromado
reflejaban constantemente la tenue luz de los neones dando la impresión que se estuviera
en una sala de espejos. Somos extraterrestres, pensó, vivimos en otro mundo, lejos de
esta barbarie, de este revoltijo del cual somos la única cura. Sí, la única. Para él, el ser
humano, ese ser tan endeble, tan imperfecto, sólo había un modo de mejorarlo, y era de
hacerlo de nuevo, por lo menos mientras no se pudiera hacer otro y los experimentos en
clonación habían demostrado que la Naturaleza seguía siendo misteriosamente mejor.
Curioso,¿Ah?¿Por qué? Demonios. Esperó que la primera puerta se cerrara
herméticamente tras él y sintió el líquido desinfectante rebotar sobre la superficie de la
combinación, escurriéndose luego por la rejilla hacia la planta de procesamiento. La
segunda puerta corrió finalmente sobre sus rieles y penetró en el pequeño compartimento.
Un medidor encastrado en la pared indicaba que la atmósfera estaba saturada de
monóxido de carbono pese a ser renovada cada media hora mediante el sistema de filtro
y aeración que desembocaba en la pared. Sacudió la cabeza, impresionado. “Durmiendo”
consumen más aire que nosotros en plena actividad. La molécula trabajaba sin descanso,
día y noche; se sonrió, todo estaba bien, estaba seguro de ello. Extrajo de un estuche un
tubo de aluminio que terminaba en una aguja gruesa y la clavó con precisión en el pecho
descubierto sujetándola con toda su fuerza. El cuerpo se sacudió bruscamente, recorrido
por espasmos irregulares mientras la respiración se agitaba con violencia y el aire silbaba
en la boca entreabierta. Después de un minuto, el cuerpo recobró la calma pero un fuerte
calor dimanaba ahora de toda la piel; la adrenalina fluía en este momento por todas las
venas dando a la superficie una coloración rosácea. Iron intentó reprimir el nudo que
estrechó bruscamente su garganta. La mano derecha se había elevado buscando
confusamente algo a su alrededor y asía ahora firmemente su brazo. Iron se liberó con un
suspiro y odió su cobardía. Sabía que la substancia anulaba en ciertos casos la
separación natural entre los sueños y la movilidad de los miembros y recordó ese gato de
laboratorio que había visto persiguiendo lauchas imaginarias mientras permanecía en el
más absoluto sueño. Decidió entonces sujetar firmemente los miembros con las amarras
que colgaban de la cama para evitar desavenencias posteriores. Un mes antes, el
ocupante del BP4 había destrozado la rejilla del respiradero y orinado en su interior como
si se encontrara en el baño de su domicilio, y habían tenido que trasladarlo sedado a otro
compartimento para efectuar los arreglos.
Estaba volviendo al laboratorio cuando vio a Jodie entrando en la Bóveda.
- Hola, cariño,- ronroneó, lasciva.
Él no la saludó y ella se sonrió burlonamente; sabía que la consideraba poco más que una
prostituta apitutada pero no le importaba. Si bien no se hablaban más que cuando lo
exigía el trabajo y él siempre prefería dejarle un informe con lo que debía hacer, sabía que
era la mejor química que ese idiota podía encontrar en esa maldita colonia. Iron la miró de
reojo y comprobó que su pelo corto había cambiado otra vez de color. Me pregunto si no
nació ya con el pelo teñido. Detestaba esa superficialidad que parecía componer a su
juicio cada parte de ese pálido cuerpo. Y efectivamente, senos de silicona, cirugías en el
cuello y el rostro incluyendo botox y la absurda extirpación de las dos últimas costillas que
le daban una cintura excesivamente angosta y prohibían toda futura maternidad hacían de
la joven un verdadero logro de cirugía plástica. Además, jamás le perdonaría de haber
intentado seducirlo en medio de un experimento peligroso en el que había tenido que
recurrir a ella, a sabiendas que su sed de hombres ya era algo enfermiza. Y es que en

24
esa época no disponía aún de Orión y Ganímedes, los dos ayudantes elaborados por su
maestro y que ahora descansaban en crió génesis.
- ¿Iesu me dijo que el BP3 necesitaba entrar en calor?
- Sí, pero ya lo estimulé. ¿No lo viste por las cámaras o estabas calentando
otro cuerpo?
- ¿Por qué? ¿Estás celoso? Sabes, yo digo que el tuyo no funciona, ¿O sí?
No, hablando en serio, el termostato de mi congelador está raro y no quisiera que mis
bases se transformen en un maldito almacigo, ¿Por qué no le echas un vistazo?
- Porque no soy el maldito servicio técnico. Orión se encargará de eso
cuando lo active. ¿Algo más?
- A ver... -simuló buscar en su memoria con franca hipocresía- Hum...no,
cariño. Pensándolo bien, no quisiera pasarte el sida, y lo nuestro tendrá que seguir
siendo un famélico amor platónico.
Le lanzó un beso y se alejó hacia el vestuario moviendo su huesuda cadera mientras Iron
proseguía su camino. Viniendo de ti, creo que el VIH sería algo así como un detalle.

13
- Hola.
La moto se detuvo al lado del kiosco e dejó oír su vigorosa bocina mientras el conductor
bajaba la pata y apagaba el motor. El vendedor, un hombre pequeño con nariz de ratón y
pelo entrecanado levantó su gorra en signo de saludo y una amplia sonrisa atravesó su
rostro rechoncho. Apolo ajustaba sus lentes sobre su nariz y bajó de la moto tratando de
no arrugar el impecable terno. Su pelo engominado y el pequeño bigote con barbicha le
daban el aspecto de un ejecutivo que subrayaba el maletín que mantenía sujeto en la
pequeña parilla. Se acercó con aire despreocupado hacia la estantería y recogió
mecánicamente tres diarios sin siquiera mirar los titulares.
- ¿Cómo está, don Benito?
- Buenos días, señor. Siempre impeque, ¿E?
- ¡Oh! -Alzó los hombros.- Si no fuera por el trabajo pasaría en bermudas. Y
bien, ¿Algo nuevo hoy día o más de lo mismo?
El rostro rechoncho pareció iluminarse.
- ¡Uf! Hoy llévese todo mire que los editores están que se comen entre ellos.
- A... ¿Qué pasó?
- Pasó que el justiciero nocturno volvió a golpear y eliminó otro depravado,
sólo que esta vez los polis le hicieron una redada –una mueca se dibujó en sus labios
gruesos- y mató a seis dejando tres heridos.
Apolo dejó escapar un silbido y miró atentamente la mirada de su interlocutor.
- ¿Y usted qué piensa?
Una nube pasó súbitamente sobre el rostro del vendedor que pareció sumirse en un
letargo mientras mordisqueaba sin darse cuenta su labio inferior.
- ¿Lo que pienso? – sacudió la cabeza negativamente.-...Que hasta ahora
iba bien, pero esta vez se le pasó la mano.
Apolo alzó las cejas tratando de ocultar una desagradable incomodidad.
- Sí, sin duda, aunque siempre es difícil juzgar a alguien.-Tendió un billete al
vendedor mientras escrutaba el rostro preocupado.

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- Es cierto, pero eso no lo justifica. –parpadeó y sacudió su cabellera
entrecanada como tratando de alejar un fantasma.- En fin, tenga un buen día y no se
preocupe porque aunque este mundo se esté yendo al caño, todavía hay gente limpia y
sus ojos me dicen que usted es una de ellas.
- Ya, me voy, -Apolo hizo un gesto bajando los diarios y empezó a alejarse-
que con sus piropos me van a tomar por señorita.

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Entró en la minúscula oficina y la mirada vivaz lo escrutó inquisitiva, pero dejó
rápidamente lugar a una encantadora sonrisa sorprendida.
- Hola, mujer.
- Hola, ¿No venías el jueves?
- Efectivamente, pero necesito averiguar algo urgente.
Gilda era alta y esbelta y su cabello castaño contrastaba acertadamente con sus ojos
color miel. Su maquillaje era algo excesivo y las sombras en sus párpados desentonaba
con su piel morena.
- ¿Tienes listo lo de esta semana?
- Por supuesto. –la joven esbozó su sonrisa más sensual y posó como para
una foto- Pero dime, ¿Qué te parece?
Vestía una falda de seda violácea que moldeaba su cadera y terminaba a media pierna en
un bordado de rojo. Caerá como palitroque, le había asegurado la vendedora, pero la
respuesta no fue precisamente la que ella esperaba.
- No está mal. -Apolo alzaba ligeramente los hombros reprimiendo un
bostezo y pareció no ver que la sonrisa se había congelado en el rostro- Todavía no se te
ven los calzones pero creo haberte dicho que te verías mejor con un vestido.
- Apolo, no eres un anticuado, eres una antigüedad.
- Puede ser, -Sonrió observando como la vanidad herida dibujaba una
sombra en la pequeña frente,- pero siempre he pensado que una mujer es mucho más
seductora cuando insinúa las cosas que cuando las muestra.
Mientras hablaba dibujó en el aire un cuerpo femenino imaginario con sus manos y vió la
sonrisa florecer en los labios carnosos mientras se encaminaba hacia la pequeña puerta
de su oficina.
- Te la sacaste bien, ¿Y tu insinuación es una invitación a cenar?
Apolo se volteó hacia ella sonriente antes de desaparecer por la abertura.
- Para nada.

15
Comenzó a tipear en el notebook y los archivos empezaron a desfilar rápidamente ante
sus ojos. Sabía que ninguna clave de encriptación sería bastante fuerte como para
bloquear la entrada a miradas indeseadas al sistema de seguridad nocturno que había
hecho elaborar por lo que había optado por poner uno elemental, las dos únicas puertas

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de seguridad siendo su anonimato -aunque la criminalística dictaba que siempre hay una
“maldita” huella- y la autodestrucción programada de los archivos al ser atacados por
fuerza. Como siempre, el desprendimiento era la regla. Las fotos de Flanagan que
aparecían en las ediciones digitales lo mostraban casi siempre de lado o de espalda y
correspondían a crímenes y arrestos que habían sucedido en los últimos años; había oído
hablar de él y las noticias no aportaban mucha información sobre el personaje pero un
pequeño artículo llamó su atención. Hablaba de la muerte de la esposa del difunto
detective y una foto tomada en un cementerio lo mostraba acompañado por una joven de
cabellera rubia y mirada angustiada. Cada ser tiene su pasado, pensó, molesto. ¿Y quién
eres tú para decidir su futuro? Sacudió la cabeza. Cada cuál elige el suyo y debe asumir
las consecuencias de sus actos, hasta las últimas; ¿No lo había hecho él, acaso?
Además, ellos ya no habían pretendido elegir por él cuando comenzó el incendio? El
incendio...
Cerró las páginas web que mantenía abiertas y tras dudar un momento, ingresó una
dirección y apretó la tecla ENTER.
En la pantalla apareció una página dónde se leía en letras grandes:

INVESTIGACIONES

Más abajo, una raya indicaba insistentemente el lugar dónde ingresar el nombre del
usuario y la contraseña. Escribió lentamente los datos y esperó que se abriera la página;
no esperaba encontrar todos los datos pero sabía que la información acerca de los casos
más complejos era ingresada a la base de datos a fin que pudiera ser revisada y
completada por el personal autorizado en cualquier parte del mundo y pensó cuán el
control era eficaz en atacar las consecuencias sin jamás dañar las causas. ¿Por qué?
Porque los más grandes crímenes y robos eran hechos por aquellos mismos que
coordinaban los sistemas de control; la misteriosa casta financiera, esa minúscula élite
secreta que manejaba los congresos y a través de ellos los partidos políticos, los ejércitos
y en particular la policía, no era afectada en lo más mínimo por el sistema legal por el
simple hecho que se las había ingeniado para legalizar sus propios negociados. El
Monopoly tenía razón: el poder tiene sus propias reglas y pobre del que las ignorara o,
peor, que se atreviera a atacarlas sin poder. Se preguntó repentinamente por qué le
interesaba la vida de ese personaje y de su familia, de ese don nadie entre una multitud
de seres que sólo comían, defecaban, dormían y trabajaban, para poder comer, defecar,
dormir y luego trabajar, a lo largo de una temporalidad absurda y vana que la costumbre
les hacía llamar su vida. Se preguntó también si lo que hacía tenía una verdadera
significación, si no era más bien una excusa, una compensación psicológica por lo que
había vivido y que le daba una falsa razón para vivir. Vivir. Recordó una frase de José
Marti, “Hombre es el que piensa, el resto es rebaño”. Y tú, ¿qué piensas? Sabía que las
Almas fuertes son las que tienen un designio y él creía tener uno, pero ¿Qué cambiaba
eliminando las consecuencias evidentes de un sistema que producía por su propia
mecánica los desechos que terminaban infectando sus propios engranajes a tal punto que
hacían colapsar incluso su propio sistema de limpieza, ejércitos incluidos?¿Acaso no se
había convertido, inconscientemente, en un limpiador más de una cloaca que por principio
nunca dejaría de serlo, nunca? Recordó entonces las palabras del anciano la noche
anterior, acostado de espalda en la calle húmeda y con una mirada apagada que fijaba
desesperadamente ese cielo sin estrellas. “Debe haber otro camino”. Volvió a mirar el
rostro de la joven; los ojos denotaban aún la inocencia de un niño pero esa promesa
parecía ahí traicionada y presta a hundirse en la más tenebrosa oscuridad, presa de un
Cómo que no dejaba ya lugar a Qué alguno. Sintió entonces que sus propias heridas lo
habían hecho tropezar y que, tal como aquél que huía de sus huellas en la arena

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corriendo desesperadamente en el desierto, él también había estado corriendo. Sacudió
la cabeza, ensimismado. Debía volver al comienzo.

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El teléfono inalámbrico se estrelló estrepitosamente contra la pared del salón y luego
rebotó sobre la alfombra, dejando escapar pedazos de plástico que se esparcieron a su
alrededor.
- ¡Déjenme en paz de una vez!
Gregorio salió rápidamente de la cocina preguntándose qué le ocurría ahora. Llevaba un
delantal y una botella de ½ litro de cerveza en la mano y vio como ella se dejaba caer en
el sofa, sombría, sin parecer percatarse que se acercaba.
- Amor, amor, ¿Qué ocurre? -Se sentó a su lado y posó la botella sobre la
mesita de vidrio.- Vamos, guarda la calma. Todos entendemos tu dolor pero lo que pasó
pasó y nada más podemos hacer al respecto, ¿Entiendes? Además, tus amigos de la
policía se están esmerando para encontrar una pista y pronto agarrarán a ese imbécil,
todo eso sin contar que aquí nos tienen casi sitiados así que lo mínimo que podemos
hacer, es subirnos el ánimo, ¿No crees? - tomó su mentón y la forzó suavemente a que
volteara la cabeza hacia él pero ella siguió mirando hacia otro lado, absorta- En
conclusión, lo que yo propongo, es que nos tomemos unas muy, muy, muy largas
vacaciones. Eso te permitirá cambiarte las ideas... relax... –vio su mirada clavarse en él
con furia contenida y presintió lo que venía- ... y madurar todo eso, tú sabes, con tiempo.
- Claro, hasta que ya no duela, ¿Ah? -El tono era irónico y la voz denotaba
una profunda amargura, pero súbitamente dejó lugar a una furia contenida quizás
demasiado tiempo- ¡Eres un maldito hipócrita! Crees consolarme banalizando todo y lo
haces porque en el fondo no te importa y, ¿Sabes qué? Incluso te estorba porque no
cuadra con tu vida de perfecto hombre-Light.
- Vamos, ¿De qué hablas, Gwenn? –batía ahora en retirada preguntándose
dónde había metido la pata esta vez.- No vamos a empezar a pelearnos, ¿Verdad? Tú
sabes que haría cualquier cosa por ti y tú y yo sabemos que tengo razón: que nunca
quisiste a tu padre porque no te merecía y que ahora que murió, tampoco lo extrañarás
porque murió en su ley. Dime que no, ¿Ah? Dime.
- ¿Y qué sabes tú? -se había levantado y empezó a caminar, el rostro
contraído- ¿De mi padre?¿Incluso de mí? Ni siquiera sabes...dónde están tus cojones.
- ¡Ah! Eso sí...y tú también.
Sonrió mientras ella se alejaba, furibunda, y trató de alcanzarla pero la puerta del
dormitorio se cerró violentamente en su cara, dejando oír luego el sonido del pestillo
cerrándose. Lunática. Sacudió la cabeza y acercó sus labios a la rendija de la puerta.
- Ya, Gwenn, era una broma, además tú fuiste la que empezó todo este
alboroto. ¿Gwenn? ¡Gwe-enn!... -escuchó caer los zapatos y supo que la conversación
había concluído definitivamente- Bueno, como quieras, pero te aseguro que yo no me voy
a enojar.
Tomó el control del equipo que descansaba sobre la biblioteca y lo encendió. Después,
bailando, retomó su botella de cerveza y tomó un largo sorbo mientras hacía chaquear
sus dedos al ritmo de la canción. Los chicos del Club tenían razón, si tienen neuronas, a
la larga se le zafan los tornillos, y esta tiene más que óvulos.
Gwenn se había enrollado en el cubrecama de modo que éste la cubría por completo.
Tragó el sollozo que cundía en su pecho y trató de no pensar en nada pero los recuerdos
y situaciones se abultaban en su mente con desesperante ímpetu y pensó un momento

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que era . ¿Por qué siempre estás sola cuando necesitas apoyo?¿A?¿Por qué...mierda?
Sintió frío y una inmensa gana de ser estrechada por brazos fuertes; de ser arrollada por
ellos o de saltar con ellos al vacío y volver a nacer, aunque fuese bajo la forma una frágil
mariposa; ¿Acaso había sido hasta ahora algo más que ese efímero ser que debía su
vuelo al polvo que cubría sus alas? Apretó los párpados hasta que le dolieran y sintió que
el dolor la obligaba a distraerse. Que se vayan todos al demonio.¿No cierto, papá?...¿O
piensas que yo también?

17
En el mismo momento, al frente de la casa, Oscar Phillippi se hallaba dormitando en su
Tico morado, acompañado por dos carabineros de civil que le había facilitado el comisario
en vista de las circunstancias. Russel, aún en rehabilitación, había insistido hasta el
cansancio para que se cuidara el domicilio de Gwenn durante un tiempo pues sospechaba
que el asesino nocturno podría desencadenar represalias, y Phillippi había aceptado de
hacerse cargo; después de todo, él también tenía una cuenta que saldar con el asesino
de sus colegas y que casi había acabado con él también. Observó de reojo a su copiloto y
vió que murmuraba algo mientras su atención estaba concentrada en la generosa cadera
de una muchacha que acaba de pasar por el lado del vehículo. Reprimió una carcajada y
sacudió lentamente la cabeza. Estamos hundidos hasta el cuello en un progreso que nos
endeuda hasta las pelotas pero nuestra realidad, es que no hemos dejado de ser los
mismos monos calientes de hace tres millones de años.
- Bonito el panorama, ¿Ah?
Alzó las cejas con aire entendido mientras observaba cómo su acompañante lo miraba
sorprendido.
- ¿Disculpe?
- Digo que está muy bueno. ¿Por qué no le hablas? A ella, claro.
El joven se sonrojó, perplejo.
- No... entiendo, señor.
- Que si te gusta, háblale, ¿O te la piensas tirar con la mirada?
- No... -balbuceó el joven- No quería....
Phillippi negó con la cabeza paternalmente como haciéndole entender que por ahí
tampoco iba la cosa.
- Que claro que querías, huevón, si ya le sacaste la ropa, y ese no es el
problema. -Su tono se puso bruscamente serio y su mirada pareció atravesar su
confundido interlocutor como una bala de Maüser- El problema es que aquí estamos en
otra y no dejaré que tu muy pequeña cabeza -le indicó con la mirada sus testículos-
mande a tu no muy grande, ¿Estamos, o te mando para la casa con una patada en la
raja?
- Eh, sí, señor... quiero decir, no, señor. No... volverá a suceder.
El joven bajó la mirada y tragó saliva mientras escuchaba a Fuenzalida, su compañero
sentado en el asiento trasero, agarrarse las costillas para no estallar de la risa. Qué
mierda, no se puede ni pasarse un rollo, y todo eso por una frígida rubia y un marica con
pecas hasta en el culo. Papá tenía razón, “Mejor dedícate a vender helados, porque si se
derriten, por lo menos te los comes tú...”.

29
18
El timbre sonó insistentemente y Gregorio se preguntó irónicamente quién podía estar
colgado de él. Miró hacia el dormitorio y notó que de él no salía ningún sonido.
- Descansa, amor, yo voy. –se acercó a la puerta y miró por el ojo de buey.
O no, ¿Hoy día se congregaron o qué? Dudó un instante y se decidió finalmente a abrir el
cerrojo- Hola, Kathy, ¿Qué haces por aquí?
El rostro regordete de la joven secretaria lo miró con una fijeza que lo puso
repentinamente incómodo; sabía que ella también pertenecía al club de los que no se
cortarían las venas para invitarle un trago pero hoy parecía mirar francamente a un
desconocido.
- ¿Está Gwenn?
La voz era monocorde y Gregorio sintió la repentina gana de ahorcar ese cuello que se
hundía indefinidamente en los hombros, pero se contentó con otorgarle su sonrisa más
forzada.
- Eh...sí, está. Pero ahora está descansando, ¿Qué quieres con ella?
- Tengo que entregarle unos expedientes,¿Puedo pasar?
¡Uau! Gracias por preguntar. Tomó un aire importante y la miró con preocupación.
- Hum, entiendo; pero, sabes, no está muy bien y creo que sería mejor que
vengas otro día. Ahora..., si quieres, puedes dejármelos y yo...
Pero no había alcanzado a terminar la frase cuando la mano regordeta lo empujó suave y
firmemente hacia un lado y la joven penetró en la habitación dejándolo con la boca semi-
abierta.
- ...Pero, a ver si entiendo, ¿Qué parte de no está muy bien y ven otro día no
te quedó muy claro?
- Debo verla ahora. Ahora.
Gregorio alzó los hombros. No quería discutir. Con una al día me basta, por la cresta.
Sacudió la cabeza y cerró la puerta con resignación.
- Bueno, está bien. Ya que insistes; no sé lo que les pasa a todos hoy, creo
que soy el único normal y me pregunto si sigue siendo bueno para la salud.
Kathy dejó caer su bolso sobre el sofa y se dirigió directamente hacia la cocina.
- ¿Dónde está ella?
Gregorio reprimió un bostezo y rascó su nuca con lasitud.
-Como te decía, está descansando. La anduvieron llamando hasta de Sud Africa para
darle las fucking2 condolencias y creo que la dejaron peor. ¿Y no te revisaron allá afuera?
- Sí, tienen mi cortaúñas.
- Ya veo. -Se largó a reír- ¡ Estos sinvergüenzas! Creo que, dentro de poco,
hasta yo voy a tener que salir con pasaporte.
Terminó de un sorbo lo que quedaba de su cerveza, y se preguntó lo qué podía estar
tramando la joven al escucharla revisar los cajones.
- Oye, si vas a preparar algo fuerte, déjame un poco para mí, ¿Ya?
- Si, está listo, ven a ayudarme.
- Ok. Allá voy.
Sin embargo, apenas había entrado en la cocina cuando salió expulsado violentamente
con un cuchillo de cocina clavado en el esternum antes de quedar tendido en el piso
mientras lo sacudían los últimos estertores y un líquido escarlata manaba de la herida,
empapando la alfombra a su alrededor. La joven salió a su vez con otro cuchillo en la
mano y caminaba ahora practicamente como un autómata.

2
Jodidas, en inglés.

30
- Eso era todo, gracias. –había pronunciado esas palabras con un rictus que
deformaba su rostro y lo observó un momento para asegurarse que había muerto antes
de fijar su mirada en la puerta que había señalado Gregorio.
En el dormitorio, la caída del cuerpo había hecho sobresaltar a Gwenn que abrió los ojos,
adormecida. Había dormido mal y los sueños, la mayoría absurdos y sombríos, no habían
parado de acecharla durante toda la noche. Oyó confusamente los pasos que se
acercaban a la puerta y vio girar la manilla. Del otro lado de la puerta, Kathy esbozaba
una curiosa mueca de incertidumbre y efectuaba un círculo sobre ella misma como
buscando puntos de referencia, pero finalmente, volvió a la carga.
- Gwenn, ¡Gwenn! Abre.
Había golpeado la puerta con fastidio y Gwenn reconoció con sorpresa la voz de su
secretaria. Se sentó, tratando de despejar su mente aturdida por el sueño. No recordaba
haberle dicho donde vivía.
- ¿Kathy? ¿Qué haces aquí?
- Tengo que hablarte, es urgente. Ahora, ¿Entiendes? Ahora.
El tono exasperado traicionaba una gran tensión nerviosa pero Gwenn no le prestó
demasiada atención; Kathy tenía un carácter que podía resultar a veces francamente
desagradable pero era buena en lo suyo y para eso la contrataba, todo estaba en saber
que hacía ahí y un día jueves.
- Está bien, ya voy. –comenzó a poner sus zapatos.- ¿Y dónde está Goyo a
todo esto? ¿Por qué no me avisó?
Las preguntas parecieron desconcertar la joven que seguía deambulando delante de la
puerta con gestos cada vez más hieráticos a la vez que su frente se empapaba de un
sudor que empezaba a correr por la sien.
- Eh...está...está ahí.
- ¿Ahí dónde?
Esta vez, los ojos de Kathy se abrieron desorbitadamente y abrazó su cráneo con una
mano como queriendo contener un dolor insoportable.
- Ahí.¡Abre! ¡Maldita sea! ¡Abre de una vez!
- ¿Kathy?
Los golpes venían de la puerta de entrada y el rostro desfigurado de Kathy se volteó hacia
ella con perplejidad y temor.
- Gwenn, ¿Ocurre algo?
Era la voz de Phillippi y la joven comenzó a forcejear la cerradura con furia.
- ¡Sale!¡Sale!¡Sale! -súbitamente clavó el cuchillo que atravesó la puerta de
par en par.
La puerta de entrada se abrió violentamente dejando el paso a Phillippi que seguían los
dos carabineros,arma en puño.
- ¡Suelte eso y no se mueva!
Kathy los miró atónita y, repentinamente transfigurada, embistió la puerta que cedió
mientras tres impactos golpeaban la pared sin alcanzarla. Gwenn vio cómo su cuerpo se
levantaba de la cama como activado por un resorte y su mano agarraba la muñeca de
Kathy justo antes que el cuchillo alcanzara su pecho. Sin embargo, su primer empuje se
vio contrarestado por la fuerza arrollador que parecía haberse apoderado de su
irreconocible secretaria. Sintió cómo si volara y su cabeza golpeaba el muro. Pero algo
sabía, y era que no debía soltar esa maldita muñeca bajo ninguna circunstancia.
- ¡Para! ¡Kathy, qué...haces!
La mirada vacía de la joven parecía perderse en el papel que cubría el muro y Gwenn
sintió con desesperación cómo la lámina que había afilado una semana antes desgarraba
ahora poco a poco su carne. Su puño libre azotó violentamente el rostro de su adversaria
pero ésta no pareció sentirlo, aunque la carne pálida se volviera rápidamente morada.

31
Bruscamente se oyó el disparo. Los miembros de Kathy se rigidizaron y Gwenn soltó
instintivamente la muñeca armada para no ser arrastrada por el cuerpo que se desplomó.
Phillippi se hallaba en el marco de la puerta apuntando y dejó escapar un suspiro.
- Hoy no se llevarán a la hija de un viejo amigo.
Gwenn sintió como si sus fuerzas la abandonaran repentinamente y apoyó su espalda a la
pared para no perder el equilibrio.
- Gracias, Oscar, ya no aguantaba más, ¿Y cómo se enteraron?
- Bueno, tu... secretaria me había parecido bastante rara pero la verdad es
que venía por un café, claro que ahora ya no me queda ni una pizca de sueño.
Gwenn se arrodilló junto al cuerpo inerte de Kathy sacudiendo lentamente la cabeza y
sintió como se le revolvía el estómago. Me están volviendo loca, o sería mejor que ya lo
esté y que todo esto fuera sólo una absurda pesadilla.
- No puedo creer que Kathy pudiera hacer algo semejante... diría incluso que
no era ella... o por lo menos durante un momento no era ella, te lo juro. -soltó un suspiro y
miró hacia ese hombre bonachón que le hacía cosquillas cuando era una niñita y al que
debía ahora la vida- ¿Y dónde está Gregorio a todo esto?
Phillippi buscó sus palabras mientras sintío ese sudor frío que lo había acechando cuando
había contemplado, estupefacto, el cadáver del viejo detective y que empezó a deslizarse
por su cuello. Tragó saliva e intentó mirarla a los ojos con decisión. Debía decir algo,
ahora.
- Gwenn...
Pero la joven parecía haber entendido lo que había ocurrido y su cuerpo empezó a
temblar bajo una intensa excitación nerviosa.
- NO!
Gwenn se lanzó como una gata protegiendo sus crías y el detective se apresuró en asirla
por los hombros mientras sentía ese cuerpo presa de una increíble rigidez.
- Espera...Por mil demonios, ¡Tranquilízate!
- ¡Suéltame!
Se sacudió violentamente y, una vez libre, corrió hasta el cadáver de Gregorio que seguía
en la misma posición, con una palidez que justificaba el charco de sangre en el que
bañaba. Tomó la cabeza suavemente y contempló esos ojos café que parecían pedirle la
explicación de algo que ella mismo no podía desentrañar, y eso la desesperó aún más.
- ¿Por qué? ¿Por qué?
- La precisión es asombrosa, la muerte debió ser instantánea.
Gwenn sintió su sangre hervir y fulminó el joven que se había acercado y escrutaba ahora
el cadáver con mórbido interés.
- ¿Sí? ¿Y piensa escribir un libro al respecto?
- Oh, disculpe, no quería...
- Si, supongo que el asesino tampoco.
La voz era un látigo y el joven se sonrojó; levantó la mano como queriendo disculparse
pero optó finalmente por alejarse mordisqueando su labio superior. A la mierda.
Definitivamente no es mi día.
Gwenn miró intensamente ese hombre con el que, mal que mal, había vivido dos años, y
con el que acababa de pelearse hacía quince minutos, y ahora estaba ahí, bañando en su
propia sangre por una maldita razón que ni siquiera podía darse a ella misma. Sintió que
su cabeza iba a explotar pero logró dominarse. Si además de todo esto, dejo que mi
propia mente me arrolle, ¿De qué habrá servido tanta sangre? Lanzó una mirada severa
hacia Phillippi y sintió renacer sus fuerzas.
- Oscar, dime ahora mismo en qué lío tan hondo se metió mi padre como
para que en menos de 24 horas vea desaparecer a tres de las personas que tenía más
cercanas y escape yo misma de un pelo a la misma suerte. Dímelo, me debes eso.

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Phillippi se alegró interiormente. Al fin empezaba a reconocer la hija de su viejo amigo. Se
acercó y la tomó del brazo con suavidad.
- Está bien, Gwenn, pero ahora sígueme, quiero verte primero en un lugar
seguro y lejos de aquí. -miró hacia el carabinero Usted, quédese aquí a esperar los
refuerzos y recuerde que no deben tocar un maldito pollo hasta que lleguen los forenses.
Yo volveré en cuanto pueda.
- Sí, señor. - Juan Godoy asintió con la cabeza, contento que al fin lo
tomaran en cuenta, mientras el detective y la joven salían de la casa precedido por
Fuenzalida.

19
Gotham Franker apagó la pequeña pantalla azulada y escupió generosamente. La
primera parte del show había definitivamente fracasado, lo que sin embargo no lo afectó
particularmente; los planes A, B, C y toda esa mierda se habían vuelto una especie de
pan de cada día desde hacía tanto tiempo que llegaba a sentir pena cuando no ocurría
algún contratiempo y, mal que mal, su vida, íntimamente ligada a la muerte de otras, no lo
había tratado mal. Como lo había hecho innumerables veces, se encontraba sentado
debajo de una ventana en un departamento abandonado, esta vez en un edificio barato
situado a unos cien metros de la casa del objetivo. Había transcurrido ya una media hora
y se alegró al ver que al fin podría largarse. Reprimió un bostezo y sonrió. Sabía que Ella
lo estaría esperando, tan limpiecita y discreta como los Capitán Prat que encontraría bajo
la almohada una vez que él se hubiera ido. Roció mecánicamente la materia que había
expulsado de su garganta con un spray que volvió a guardar en un bolsillo interior y, tras
programar la autodestrucción de la micro cámara alojada en un botón de la camisa de
Kathy, apretó finalmente una tecla del transmisor GPS que colgaba de su muñeca.
- Colmena, habla Georgy, el asunto está vivito y coleando y la recluta ha
sido reciclada.
Sabía que no le contestarían porque ya lo sabían, pero debía dejar en claro que no se
había quedado dormido, no fuese que se les ocurriera “despertarlo” con una descarga
eléctrica vía el micro-chip subcutáneo que tenía incrustado en la nuca, y todo eso por una
perra. No, por las putísimas gracias. Verificó que la mira telescópica siguiera bien
ajustada y apuntó tranquilamente hacia la puerta teniendo cuidado que el cañon no
sobrepasara. Después de todo, hasta los tops caían a veces por una estupidez como esa.
Cuando la puerta se abrió finalmente, esperó que el grupo se alejara de la entrada sin
perder de vista el objetivo y apretó dos veces el gatillo. Dejó entonces escapar el aire que
mantenía retenido en sus pulmones para no temblar y empezó a desmontar rápidamente
el Mössberg tras recoger los casquillos que habían caído a su lado. Listo. Qué limpio,
mierda.

20
Fuenzalida había recibido el impacto en pleno pecho y se encontraba de espalda en el
piso tratando de respirar. Phillippi había recibido Gwenn en sus brazos cuando su delgado
cuerpo efectuaba una vuelta sobre si-mismo propulsado por el impacto y vio con
desesperación cómo la sangre empapaba la camisa de la joven y el rostro inconciente se

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ponía pálido. La apoyó delicadamente sobre el cemento y apretó fuertemente sobre la
herida mientras apuntaba con su arma hacia donde parecían haber venido los silenciosos
proyectiles. Un maldito francotirador, eso nos faltaba.
- ¡Godoy! -rugió. - ¡Mueva su culo, nos están disparando!
Vio que Fuenzalida se había recobrado de la sorpresa y apuntaba él también su arma en
la misma dirección con mirada atenta.
- Hay que salir de aquí, señor, o este hijo de perra nos va a cazar como
conejos.
Russel había caído en la misma cuenta pero vio con sorpresa como un joven se
penetraba en el jardín a paso rápido sin parecer tomar conciencia de la situación.
- ¡Cúbrase, idiota, hay un francotirador!
- Entonces encárguese de él, usted es el policía, ¿No? -Se arrodilló cerca de
la joven y apretó con su índice el cuello.- El pulso es débil pero constante. Déjeme ver la
herida.¡Vamos! Podría morir por hipobolémia.
- ¿Hipo- qué?
- Desangramiento.
- Hum.
Oscar Phillippi clavó su mirada en los ojos verdes que lo miraban con extraña serenidad y
terminó asintiendo mientras volvía a observar a los alrededores como una bestia
acorralada.
- Está bien, pero más vale que sepa lo que hace, y primero ayúdeme a
sacarla de la maldita línea de fuego.
Tras arrastrar suavemente el cuerpo inconciente a cubierto bajo el hall, el joven observó la
herida y se mostró satisfecho mientras arrancaba trozos de su camisa, y el detective
lanzaba breves miradas hacia donde sospechaba que debían haber venido los impactos.
- La bala rozó la arteria sub-clavia pero no alcanzó a seccionarla. Sin
embargo, hay que detener la hemorragia lo antes posible. -fabricaba un tapón que apretó
contra la herida sujetándolo luego con otro pedazo de su camisa. - Si fuera usted, llamaría
de inmediato a una ambulancia. A, y si es por el francotirador, olvídelo, algo me dice que
ya debe estar yéndose.
Phillippi lo miró incrédulo y casi sarcástico mientras tomaba su celular sin dejar de
observar.
- Yo no estaría tan seguro.
- Quizás, pero lo más probable es que piense que logró su cometido y, vista
la herida, cualquiera lo haría, por lo que yo apostaría que está aprovechando la
incertidumbre provocada por el efecto sorpresa. El edificio de la esquina podría ser el más
indicado, bueno, a lo menos, es el que yo elegiría si fuera él, y no debe ubicarse más
arriba del quinto piso. Ahora, contando que necesitara unos 40 segundos para desmontar
su arma y bajar por las escaleras, si se apura, debería poder atraparlo. -tomó suavemente
la joven en sus brazos y desapareció en el marco de la puerta.
- Phillippi permaneció un instante perplejo mientras se acercaba Godoy, que
trataba de entender lo que estaba pasando.
- Estamos en una maldita trampa, señor, pero las unidades deberían llegar de un
momento a otro.
- - Sí, pero ahora me preocupa más la ambulancia.
- Fuenzalida se había acercado en punta y codo y, una vez a cubierto, aflojó
un amarre de su chaleco antibalas para respirar mejor.
- ¿Y tú, cómo estás?
- Bien, señor. -Carlitos sonrió con orgullo y golpeó el chaleco antibalas con
su puño- Después de todo, no son tan malos por estar hechos en China. -retomó su

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seriedad y le lanzó una mirada de anhelo- con vuestro permiso, pido autorización para
iniciar la persecución.
- ¿Persecución? Negativo. Si fuéramos más, me encargaría personalmente
de ese malparido pero, vistas las circunstancias, prefiero que esperemos a que se aclaren
las cosas,¿Entendido?
- Sí, señor.
- Muy bien, ahora entremos y bienvenida la jubilación porque estos tarados
están que me sacan canas verdes.

Gwenn se hallaba tendida sobre el sofá cubierta por una manta; aún permanecía
inconciente y el joven frotaba su frente afiebrada con un paño húmedo. Había
reemplazado los pedazos de su camisa por gasa que había extraído de un botiquín y
palpaba de tanto en tanto el pulso para asegurarse que permanecía constante.
- ¿Cómo está?
- Perdió bastante sangre pero estará bien. La herida es limpia, la bala
atravesó el hombro sin tocar ningun hueso y la joven es de contextura fuerte. Ahora bien,
le haría un gran favor si pudiera enviar a comprar más gasa y un poco suero; no había en
el botiquín y eso ayudaría mucho a la recuperación.
Phillippi miró a Godoy que asintió con la cabeza y se dirigió hacia la puerta de entrada.
Okay, chico, ahora te tocaron los mandados.
- Le pediré que traiga también dos jeringas hipodérmicas, un metro de
manguera destiladora y medio kilo de barro liofilizado, ¿Cree que lo recordará?
Godoy lo miró con orgullo.
- Quédese tranquilito, no es el único que sabe hacer su trabajo aquí.
Phillippi alzó los hombros mientras lo miraba salir. Idiota. Admiró la calidad del vendaje así
como la precisión de los gestos y observó el joven con curiosidad.
- ¿Usted es médico?
- O; no. -esbozó una sonrisa incómoda mientras volvía a hundir la servilleta
en la vasija que sostenía en la otra mano- Pero me ha tocado varias veces tratar con
personas...enfermas.
- Entiendo. Bueno, entonces permítame decirle que lo ha hecho muy bien.
- Gracias, aunque me temo que ya nada pueda hacer para ese individuo.
- Indicaba el cuerpo de Gregorio que permanecía en la misma posición, si
bien las partes blandas empezaban a excibir el rigor mortis. Phillippi tragó saliva y asintió
pensativo; no recordaba que le hubieran pasado tantas cosas en tán poco tiempo y se
sintió repentinamente más viejo.
- Sin querer entrometerme, ¿Cuál es el nombre de esta joven?
Phillippi miró con ternura el rostro pálido y, pese a la tristeza de verla así, se alegró de
poder concentrarse en el caso.
- Su nombre es Gwenn Flanagan. No sé si mira los informativos pero en cual
caso debería haber oído hablar de su padre, el detective Néstor Flanagan, que fue muerto
hace dos días en una balacera cuando perseguía un asesino en serie, y me temo que es
el mismo individuo que vino hoy a vengarse sobre la hija por haber escapado por poquito
de la trampa.
Su voz había tomado un tono rencoroso y su mirada se tornó helada mientras recordaba
la explosión y volvía a sentir un malestar reflejo en los tímpanos.
- He oído hablar de eso, en efecto, pero me permito poner en duda vuestra
conclusión.
- ¿Cuál?
- Bueno, sin querer ofender, le puedo asegurar que el autor de todo esto no
es vuestro asesino nocturno.

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- Aha. ¿Y qué lo lleva a esa conclusión? Porque yo le aseguro que todo
apunta a ese maldito...
Tragó el insulto que tenía sobre la lengua y lo escrutó mientras estrujaba la servilleta en la
vasija.
- Según lo que he podido deducir, ese asesino trabaja sólo de noche y sus
crímenes se caracterizan por ser...ejemplares, si me permite ahora la expresión...
- Sí, nada de tripas colgando, o algo por el estilo, reconoció para sí el
detective.
- ...No tiene las características de un francotirador y tampoco trabaja en
equipo -el joven designó el cadáver de Gregorio- y esta víctima comprueba que alguien
más trabajaba con el que os disparó.
- Sí, -Phillippi esbozó una mueca de perplejidad- y ese alguien yace muerto
en el dormitorio que está ahí, y todavía no logro entender por qué se trata nada menos
que de la secretaria de esta joven.
Por primera vez, el rostro del joven demostró sorpresa.
- ¿Su secretaria?
- Sí, y me gustaría pensar que sólo venía a pedir que le subieran el sueldo.
Por lo menos, todo este absurdo escenario tomaría una apariencia de racionalidad.
El agente Godoy entró con una bolsa que rezaba Farmacias Cruz Verde y la entregó al
joven que le agradeció con un gesto de la cabeza y empezó a abrir los envoltorios.
- Siddartha Gautama decía que la causa de la ignorancia es la distracción.
De seguro, varios elementos deben haber escapado a vuestra observación. Sostenga
esto en alto, por favor.
- Le entregó el estuche de plástico que contenía el suero y en el que había
clavado una de las agujas sujeta al tubo transparente, mientras sostenía él-mismo la otra
aguja sujeta al otro extremo del tubo. Introdujo suavemente la punta en una vena del
antebrazo de la joven y tras medir el pulso se mostró satisfecho.
- ¿Cuando cree que despertará?
El joven esbozó una sonrisa.
- El pulso parece indicar que es lo que está a punto de hacer.
Y efectivamente, el pecho se hinchó y los párpados de Gwenn se movieron
nerviosamente hasta abrirse finalmente en una mirada vacía. Oscar Phillippi no pudo
contener la emoción que se apoderaba de él.
- Gwenn.
La joven tosió y esgrimió una mueca de dolor.
- ¿Y ahora qué?
Su voz demostraba mal genio y el detective sonrió al ver esos ojos azules ahora llenos de
vida clavarse en él cómo pidiéndole una explicación.
- Nada grave, niña hermosa; sólo te pido que no te muevas y guardes la
calma; lo peor ya pasó y ahora estás fuera de peligro. De hecho, no tardarán en llegar....
- A no, olvídalo, está vez me quedo aquí. -tocó su hombro herido y sintió un
dolor intenso- ¡Diablos! ¿Y esto qué es?
- Es... probablemente la herida la más leve que haya visto en toda mi vida.
Sólo entonces, Gwenn comenzó a recordar. Gregorio había muerto, Kathy también
cuando estaba apunto de clavarle un cuchillo de cocina y cuando estaban saliendo había
visto caer el carabinero que se había parado al lado de ella, antes de ser expulsada por
los aires mientras un fuego ardiente atravesaba su abdomen. De repente, miró el rostro
que desconocía y se encontró ridícula al pensar que era apuesto, lo que la llevó a sonreír
pero recordó el hombre caído.
- Oscar. Dime que no ha muerto nadie más.

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- Te lo prometo, y permíteme presentarte a tu médico providencial. -sólo
entonces Phillippi se percató que aún no sabía cómo se llamaba- ¿Y cual es su nombre
a todo esto?
- Apolo.
Gwenn lo miró intensamente mientras sirenas de una ambulancia se confundían con las
de efectivos de la policía.
- Estoy segura que mi padre se lo hubiera agradecido.
Apolo sintió un nudo estrechar su garganta pero no manifestó nada al exterior.
- Me honra saberlo.

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Iron terminaba de clasificar los archivos cuando escuchó los pasos apresurados que se
acercaban y no pudo reprimir una sonrisa. Eran los tacos de Jodie que resonaban sobre
el flexit plomizo.
- ¡Eres un hijo de perra!
Iron siguió dándole la espalda e imaginó el rostro pálido desfigurado por la rabia.
- Sí, yo también te quiero, ¿Por qué?¿Qué te ocurre ahora, cariño?
- Ocurre que alguien se atrevió a meterse en mi disco duro y borró tres
semanas de investigación, y, obviamente, ese bastardo eres tú.
Iron hizo girar su asiento 180 grados y contempló con mirada compasiva los ojos grises
que parecían querer fulminarlo.
- Mira tú, ¿Y qué podría haber en tu dusco duro que yo no sepa o no debiera
saber? ¿Fotos tuyas en posiciones comprometedoras?...Hum... -negó con la cabeza y
husmeó el aire con teatralidad- ..No. Eso me huele extrañamente a gato encerrado.
Jodie pareció recogerse como una culebra encandilada, abrió la boca pero se detuvo,
sospesando sus palabras.
- No... tienes por qué intrusear en mis cosas. Sabes muy bien que te entrego
todas los malditos resultados cuando los tengo, y que el Proyecto tendría para un siglo
más si no estuviera rifándome mis mejores horas haciendo mi trabajo.
- Sí, eso no te lo niego, y para eso te pagan, ¿No? El punto es...
Se interrumpió al ver la mirada aguda que lo escrutaba con malicia por encima del hombro
de la joven. No lo había oído llegar.
- El punto es, señorita Palmers, prosiguió el doctor Kaplan, que aquí
conformamos una suerte de... pequeña familia, y en una familia nadie hace bande à part.
¿Entiende?
Jodie tragó saliva y lanzó una mirada asustada hacia ese hombre que siempre le daba
escalofríos.
- Usted sabe que no debe guardar información digital de ningún tipo; fuera
de estos cuatro muros se encuentra mucha gente que mataría por saber cualquier cosa
de lo que se hace aquí si siquiera llegara a sospecharlo, y lo poco que usted sabe es un
pasaje sin escalas hacia una muerte particularmente horrenda.
Iron había hecho construir un domo constituido por una malla de cobre de tipo Faraday
que protegía las instalaciones subterráneas de miradas inoportunas incluso satelitales,
pero era evidente que cualquier filtración rompería inmediatamente el frágil anonimato y
atraería la jauría de servicios secretos al festín. La joven se repuso y se atrevió a mirarlo a
los ojos.
- Lo sé muy bien, doctor, pero necesito recurrir constantemente a mis
apuntes. -sintió que la invadía una mezcla de rabia y desesperación.- Además, esa

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molécula es tán inestable y astuta que me pregunto si algún día conseguiré aislarla. Es
como el maldito carbono... se junta con cualquiera salvo que nunca da la cara.
Iron esbozó una sonrisa malévola.
- U... Eso me recuerda a alguien.
Jodie ignoró la indirecta y lanzó una mirada de súplica al doctor que permaneció
inmutable mientras sus ojos parecían oscultarla bajo la piel. Sin embargo, terminó
esbozando una sonrisa compasiva.
- Entiendo su frustración, pero debe saber que los plazos se acortan y que
no puede haber lugar a ningún error, sobretodo ahora. De todos modo, confío en que
vuestra intuición femenina la guiará hacia su objetivo,¿No es así?
La joven dejó escapar un invisible suspiro de alivio y asintió mientras sentía la sangre
afluir a su rostro.
- Muy bien. Puede disponer, sus minutos son tán preciosos que no debe
desperdiciarlos...ni siquiera con mis guardias de seguridad.
Jodie se dirigió hacia la puerta con una rigidez que intentaba disimular y desapareció en el
pasillo mientras el doctor permanecía absorto. Luego miró detenidamente a su
colaborador.
- ¿Qué piensa de todo esto, Iron?
El hombre se estiró hacia atrás hasta tocar el respaldo y apoyó su cabeza sobre sus
brazos, haciendo girar la silla sobre sus ruedas hacia un lado y hacia el otro.
- Bueno, hasta ahora ha jugado limpio. -se refería con eso a que los
escáners que había instalado en diversos lugares no habían detectado ningún otro chip o
micro-procesador de cualquier tipo sobre ella, aparte, evidentemente, el que él le había
inyectado y que supuestamente no debía poder ser pirateado sin que explotara la pila de
litio; sirviendo a la vez de emisor y receptor GPS encriptado, permitía no sólo rastrearla en
todas partes, sino incluso escuchar lo que decía o escuchaba. Hizo sonar su cachete
ruidosamente.
- No ha abierto la boca y no creo que lo haga, por lo menos por ahora,
aunque tengo la casi certidumbre de que la NSA o incluso esos payasos de la CIA están
sospechando que su sosie en la universidad es una pantalla y que usted sigue vivo.
Kaplan esbozó una sonrisa irónica.
- ¿Quién le dijo que yo seguía vivo? Morí hace muchos años,... muchos;
ahora mi cáscara podrá estar descomponiéndose porque la carne humana es débil, pero
no partiré sin antes terminar lo que comencé.
Quedó un momento pensativo y Iron se preguntó con sorpresa si el cáncer que le habían
extirpado años atrás con el anillo de Dotto había vuelto a echar raíces. A veces, el cáncer
está en la cabeza, pensó involuntariamente. Vio la mirada fijarse nuevamente en él y la
voz sonó cargada de sarcasmo.
- Hablando de eso, o los medios están sufriendo una severa manipulación o
parecería que vuestro agente se ha vuelto obsoleto. La joven sigue,...¿Cómo era? ...vivita
y coleando.
- Es cierto, -reconoció Iron, incómodo,- y ya le avisé, pero, después de todo,
pienso que eso nos favorece. Mientras la gente siga creyendo que ese enfermo mental
está detrás de todo esto, podremos seguir probando in vivo sin llamar demasiado la
atención -esbozó una sonrisa- y algo me dice que su venganza involuntaria lo va a traer
derechito a mis manos.
Kaplan lo observó un momento y asintió lentamente.
- Más vale.

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21
Los rayos de sol golpeaban las hojas secas en un torbellino multicolor que acrecentaba la
tenue brisa matutina. Apolo se deslizó entre los árboles, eludiendo las raíces y los huecos
ocultos bajo la espesa capa de humus; saltó un canal y siguió trotando, sin preocuparse
hacia dónde lo llevaban sus pasos. Disfrutaba cambiando constantemente su recorrido,
porque eso lo obligaba a orientarse. Orientarse. Ahora se sentía curiosamente perdido
como nunca antes y el bosque que crecía sin cesar en su mente era compuesto de dudas
y recuerdos, de posibilidades y sacrificios y se sorprendió pensando cuán pronta era en
construir laberintos que la llevaran a oscuros callejones sin salidas. ¿No era acaso mejor
dejar que todo siguiera “simple”? Sintió un puntada en las costillas y se percató que había
acelerado su paso y que su respiración se había agitado. Se detuvo lentamente e inhaló
el aire fresco aún de aquella incipiente primavera; se sentó sobre una raíz y observó cómo
las primeras hojas verdes comenzaban a despuntar fuera de su capullo y dejaban pasar
una luz tenue y verdosa. La vida es un eterno comienzo, pensó. Se preguntó si aquellas
hojas llenas de vida pudieran sentir algún miedo hacia lo incierto, hacia lo desconocido.
¿No penetraban acaso, frágiles y desprovistas, a un universo lleno de peligros e
incertidumbre? ¿De vida o muerte, de vida y muerte y que lo hacían con el vigor el más
desprendido? Miró como algunos ramos pendían penosamente, quebrados a la base por
alguna ráfaga de viento y sus extremidades comenzaban a secarse. Repentinamente, se
percató que, si bien creía haber vencido en parte el miedo a la muerte, sentía que en
realidad se había construido una especie de coraza y que temía en el fondo de sí una
muerte mucho más sutil, mucho más aterradora, y era aquella provocada por el cambio, el
sentir que ya no controlaba todo lo que lo rodeaba. Se acostó sobre un montón de hojas
que formaban un tapis multicolor y se revolcó en ellas hasta quedar cubierto, tal cómo lo
hacía cuando era niño. Se largó a reír pensando que, en el fondo, nunca había dejado de
serlo y eso lo reconfortó. La vejez aparece cuando dejas de renacer. Renuévate o muere.
-Ni hao3.
Miró hacia dónde venía la voz y sonrió. Un hombre maduro de ojos rasgados lo observaba
con curiosidad; llevaba puesto un vestido de algodón liviano y amplio cuyos colores,
claros y sobrios, dificultaban aún más el poder definir su edad. Apolo se sentó y sacudió
su cuerpo para hacer caer las hojas que aún colgaban de su ropa.
-Ni hao, tse pengyou. Ni hao ma?4
- El hombre esbozó una sonrisa mientras lo escrutaba con mirada perspicaz.
- Wo hen hao, ...ni neh?5
Apolo asintió con la cabeza, no muy convencido.
- Ye... hao6.
- El hombre se sentó cruzando las piernas y respiró hondo, disfrutando el
perfume que liberaban las hojas humedecidas por el rocío matinal.
- Veo que no ha olvidado su mandarín, joven Apolo. Pero me permito pensar
que cosas más importantes han estado preocupándolo últimamente. Perdone, mi
intromisión.
Apolo dejó escapar un suspiro y contempló esos ojos cafés que parecían observarlo como
a una hoja más colgada de un arbol.

3
Hola.
4
Hola, sabio amigo. ¿Cómo está ?
5
Muy bien,... ¿Y usted ?
6
Tam...bién.

39
- Yo veo que sigues leyendo mi mente como en un libro abierto, viejo zorro.
- La mente tiene capas, creer conocer una de ellas puede llevar a olvidar las
otras, un poco como ese árbol que impedía ver el bosque. Lo importante, si haya algo que
pudiera serlo, sería que esas capas lograran convivir entre sí.
- Sí, ¿Y qué tal si uno quisiera olvidar una de ellas? Quiero decir, ¿Hacer de
modo que nunca hubiera existido, algo así como arrancar hasta la última de sus raíces
para que no volviera a ... perturbar?
El hombre dejó oír una risa infantil y alisó su bigote entrecanado mientras observaba caer
una brindilla sacudida por la brizna.
- Es usted un joven muy complejo, lamentablemente, es también demasiado
complicado. Si mal no recuerdo, ustedes en Occidente tienen un dicho interesante, creo
que dice algo así como: si expulsas lo natural por la puerta, suele volver por la ventana.
No pienso entender todo su significado pero no creo que querer borrar algo sea una
actitud pertinente porque, como todos los seres, los problemas también nacen, crecen, y
deben morir.
- Sí, y a veces nos pueden llevar con ellos a la tumba.
- Se dejó caer nuevamente sobre las hojas y vio como una pareja de
zorzales se perseguían alrededor de un viejo roble sin preocuparse de su presencia. El
hombre se levantó y sacudió meticulosamente su vestimenta.
- Es un riesgo que le aconsejo correr; a veces, morir se vuelve una condición
necesaria para comenzar a vivir. Bueno, qué tenga un buen día y siga practicando: la vida
tiene muchas cosas bellas y el hanyú7 es una de ellas.
- Apolo lo observó mientras se alejaba lentamente entre los troncos que
dejaban escapar un tenue vapor y permaneció pensativo.

22
- Giovanni Russel observó el rostro dormido y lo encontró más hermoso que
nunca; la comisura de los labios naturalmente rojos dibujaba una curva perfecta que le
daba el aspecto de una sonrisa natural y que resaltaba la armonía de sus facciones. Se
maldijo nuevamente por no haber estado ahí cuando todo había ocurrido, aunque sabía
pertinentemente que no hubiera podido hacer nada; sus fuerzas aún no se lo permitían y
la herida en la frente punzaba por momentos al punto que acababa por mantenerlo en un
constante mal genio. Además, los últimos acontecimientos no habían hecho más que
complicar un poco más la investigación.
- La prensa se había hecho un placer de subrayar la deficiencia de los
hallazgos y mientras algunos opinaban que hasta el ejército lo hubiera hecho mejor,
Phillippi insistía en que ahora se hallaban, no sólo ante un peligroso asesino, sino incluso
ante grupos rivales que aprovechaban el alboroto para saldar cuentas o, quizás peor,
trataran de establecer alianzas. Él-mismo había tenido que reconocer que los métodos
diferían radicalmente de los que hasta ahora parecían caracterizar al asesino nocturno,
pero los lazos de sangre que unían Gwenn y el detective Flanagan lo ligaban sin embargo
definitivamente al caso. Empero, ningún lazo había sido hallado que pudiera ligar Kathy a
todo el embroglio; su entorno era rotundo en afirmar que vivía sola, gozaba de su bulimia
alternándola con dietas que rozaban el suicidio y nadie la había visto jamás en compañía
de un hombre, y sobre todo de ese tipo de hombre. Todos afirmaban que nada podía

7
Lengua china, conocida como Chino Mandarín.

40
explicar un cambio tan súbito en su conducta, si bien la experiencia dictaba que una gran
capacidad de disimulación o incluso una posible personalidad polifrénica no eran
excluibles. Por otro lado, El Microscópio había adelantado la posibilidad que halla estado
bajo la influencia de una droga pero los análisis de sangre no habían mostrado nada
anormal, salvo grandes cantidades de adrenalina y dopamina en el flujo sanguíneo, pero
estas no excedían mayormente las encontradas en temperamentos psicopáticos.
Giovanni se sentó y trató de ordenar sus ideas. Si el asesino era el mismo individuo, ¿Por
qué no había atacado él-mismo, y durante la noche como solía hacerlo?¿Y cómo había
logrado convencer de un día para otro a la secretaria de la hija del detective? ¿Por
hipnosis y sugestión?¿Cómo la conocía siquiera? Ahora bien, si no era él, cómo lo
afirmaba Phillippi, ¿Quién era? ¿Alguien que buscaba ayudarlo a trazar su senda de
muerte? ¿O buscaba esconderse detrás de su sangrienta labor llevándolos a todos a
seguir una falsa pista? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas hacían temer que
todo sólo acababa de empezar.
La voz lo sacó de su ensimismamiento y vio con emoción los ojos de Gwenn que lo
observaban con alegre sorpresa. Se había sentado en la cama y tiraba a su espalda su
hermosa cabellera en desorden.
- ¿Dónde estaba tu mente, o tú, el martirio de tus enemigos?
- Perdida en conjeturas, para variar. ¿Cómo te sientes?
La joven movió suavemente su hombro para comprobar su movilidad mientras Giovanni
se acercaba a la cama y pareció satisfecha.
- Estoy mucho mejor, y constato que, esta vez, yo soy la que está en
rehabilitación. -lo miró con picardía- Sabes, creo que estamos poniéndonos viejos para
esto y deberíamos retirarnos. Anda a saber tú, quizás hasta mis competidores podrían
estar tentados en creer que la mejor manera de ganarme un juicio sea disparándome
antes que aparezca en la corte.
Se largó a reír mientras Giovanni se sentía súbitamente incómodo. Había dicho estamos y
deberíamos, y ese nosotros lo incluía inesperadamente aunque supiera que era sólo un
chiste. Se preguntó de pronto hasta cuando iba a seguir emborrachando la perdiz, la miró
a los ojos y sintió que su corazón empezaba a latir con fuerza.
- Gwenn.
- Giovanni. - sonreía con dulzura mientras ordenaba pacientemente la cama
en desorden con una sola mano.
- Nunca...
Giovanni se interrumpió al ver que la mirada de la joven se había fijado en la puerta de la
habitación y una hermosa sonrisa iluminaba su rostro.
- ¡Apolo! Creía que ya no vendrías. Acércate, quiero presentarte a un amigo
de toda la vida.
El joven vestía sobriamente pero con elegancia y Giovanni se preguntó si jamás había
odiado tanto a alguien sin siquiera conocerlo. Gwenn pareció no percatarse del brusco
cambio que se había efectuado en el rostro de su amigo y rió interiormente al ver la bolsa
de plástico que llevaba Apolo en una mano.
- Giovanni, te presento a Apolo. Es uno de los hombres a los que debo la
vida.
Giovanni estrechó la mano con rigidez y observó que era fuerte a pesar del aparente
escaso desarrollo muscular del joven.
- Sí, Oscar me contó los detalles; le agradezco personalmente por lo que ha
hecho por esta joven. Esto me pone en deuda con usted, puesto que su padre me pidió
personalmente que la cuidara.
Apolo asintió brevemente y trató de esconder su sorpresa bajo una sonrisa formal.
Demonios, este hombre no la ama, la adora.

41
- Descuíde, no he hecho más que el deber de todo humano para con sus
semejantes y no dudo que usted lo hubiera hecho mucho mejor en la misma situación. -
miró a la joven con el mayor desinterés mientras dejaba sobre la mesita rodante la bolsa
de plástico que dejó escapar dos naranjas.- Esto es un pequeño regalo útil para la
convalesciente.
Volvió a introducir las naranjas que había atrapado en el aire en la bolsa y terminó
haciéndole un nudo.
- Lamento... tener que retirarme tán pronto pero una labor urgente requiere
que la atienda sin demora.
Gwenn abrió grande los ojos y negó con la cabeza, sorprendida y visiblemente
desfraudada.
- ¿Cómo, ahora? Debes de estar bromeando. No puedes partir ahora;
espera por lo menos que Giovanni nos cuente lo que estaba a punto de decirme cuando
llegaste, y después te contaré la pelea que tuve con el doctor para convencerlo que tu
barro cicatrizaba mejor que su hilo de nylon ionizado. - le indicó con el índice el pie de la
cama y miró a Giovanni con renovado ímpetu.-Vamos, siéntate y tú cuéntanos todo, mira
que esta sala de hospital es más
- aburrida que mi código tributario.
Giovanni titubeó un momento y luego asintió con incomodidad.
- En realidad, pensaba contarte mis conclusiones sobre el caso pero, en
vista y considerando que no me convencen ni a mí-mismo, no quisiera que tu dolor al
hombro se convirtiera en un dolor de cabeza.
- Vamos, no debes preocuparte más. Algún día atraparás a los que están
detrás de todo esto, te lo prometo. -Miró a Apolo buscando respaldo- ¿No cierto, Apolo? O
no me digas que tú tampoco crees en el triunfo de la justicia.
Apolo la contempló esbozando una sonrisa irónica.
- Bueno, todo depende si quieres saber realmente mi opinión, o sólo quieres
oír una que no hiera tus oídos.
Gwenn se largó a reír.
- En vista y considerando que ya me dispararon de verdad, creo que
cualquier herida de tu parte sería un detalle. Vamos, no quiero una versión light. Quiero
saber lo que realmente piensas.
- Bueno, siempre he considerado que nuestra manera de enfocar la Justicia
ha sido errada desde el día en que la confundimos con la Ley...
- Vaya teoría. - dijo Giovanni mientras lo miraba con cierto desdén y reprimía
un bostezo.
- Espere, déjeme terminar la idea. En efecto, si lo considerado justo es lo
considerado legal, a la larga, uno termina por aceptar que es suficiente con que algo sea
legal para ser justo. ¿Me siguen?
Gwenn asintió mientras Giovanni alzaba los hombros.
- Sí, hasta ahora se sostiene.
- El problema es que, en ese caso, basta que una fuerza política y financiera
se las arregle, a través de tremendas pero sutiles presiones sobre las diversas
instituciones, incluido el financiamiento de las elecciones, y eso en particular del poder
judicial, pero también del Ejecutivo, para hacer votar un conjunto de reglamentos que
organizarán la sociedad de tal modo que esta última nunca se permita poner en cuestión
su autoridad, ¿Quién osaría alzar la voz si esa fuerza secreta demostrara tener
formidables negociados, y, de hacerlo, viviría para contarlo? Confundir poder y autoridad
es tan peligroso como creer que cuidar un rebaño lo autoriza a utilizarlo para hacer
asados. Además y cómo decía Mencio, si algo es injusto en una pequeña escala y justo
en una grande, tenemos un problema.

42
Giovanni lo miró de reojo.
- Sí, pero ¿Quiénes somos para juzgar nuestras instituciones?
- Ahí está el punto, y creo que ahí está nuestro error. Podemos ser dones
nadies, pero si no somos capaces, si ni siquiera pensamos que podríamos ser capaces
de juzgar esas instituciones, y si es necesario de cambiarlas, eso no hace más que
justificar lo que digo: les damos nuestra fe y nuestra energía pero eso puede
perfectamente alimentar una horda de buitres que supiera cumplir con las apariencias.
- Sí, claro, -Giovanni alzó los hombros despectivamente- y, déjeme adivinar,
nosotros seríamos los perros guardianes de un sistema que estruja a la gente para su
propio bien.
- ¿Habla como policía? Bueno, alguien dijo que el camino a los infiernos está
cubierto de buenas intenciones, y usted me parece ser una buena persona.
Giovanni le lanzó una sonrisa sarcástica y empezó a revisar un bolsillo interior.
- Gracias, pero le aconsejo mirar menos películas de ciencia ficción.
Permiso. -Abrió la tapa de su celular y les dio la espalda. - ¿Aló?
Apolo miró Gwenn, pensativo.
- A menudo, la realidad sobrepasa la ficción.
- A quién lo dices, hace una semana, sólo me importaba tener mis cosas al
día y planificar un buen fin de semana; ahora, me pregunto qué será de mí en un par de
horas -rió nerviosamente y luego alzó los hombros con una mueca alegre- ¿Y lo que
tienes que hacer, es muy urgente? ¿No podrías quedarte un par de horas? Dicen que
tengo que permanecer prostrada aquí por lo menos hasta mañana.
Russel se acercó mientras guardaba su celular y una nube pasaba sobre su frente.
- Gwenn, tengo que irme. Wei dice que encontraron residuos de saliva en el
departamento que ocupó el francotirador que no fueron destruídos por el amoníaco. Los
analizó pero, a lo parecer, el ADN no concuerda con ninguno archivado, y si bien Balística
asegura que se trata de un militar, el Estado Mayor es perentorio en afirmar que ese
farsante no es de los suyos. - sacudió la cabeza con fastidio y frotó su cuello tenso.- Al
diablo, sólo faltaría que esa basura sea importada.
Gwenn asintió y lo abrazó con cariño.
- Sea o lo que sea, por favor, arréglatela para que no te disparen otra vez.
¿Me lo prometes?
- Tienes mi palabra. - sonrió y luego se volteó hacia Apolo tendiéndole la
mano con cierta frialdad.- Un gusto haberlo conocido y le agradezco por visitarla, sólo le
pediré que no trate de llenarle la cabeza con sus teorías descabelladas; ahora lo que más
necesita, es descansar.
Apolo asintió con la cabeza y sostuvo su mirada con serenidad y una pizca de ironía.
- Tiene mi palabra.
Lo observó mientras salía y luego miró a Gwenn alzando las cejas cómicamente, como si
hubiera metido la pata.
- No te preocupes, Giovanni es un poco brusco a veces pero detrás de esa
máscara de tosquedad, hay un corazón de oro y te lo asegura alguien que lo conoce muy
bien.
- Sí, quizás no tanto como crees, pensó Apolo.
- ¡Vamos! Cuéntame algo de tu vida; cuéntame todo: tus experiencias, tus amores
y todos esos líos en los que uno se mete para sentir que está vivo,¡Vamos!

43
23
La noche había caído hacía más de una hora y una brisa fresca comenzaba a correr. El
invierno no se decide a partir, pensó Apolo mientras cerraba la ventana corrediza y volvía
a sentarse ante el escritorio, no muy seguro de lo que quería hacer. No había vuelto a
actuar desde la noche de la emboscada y los últimos acontecimientos no habían hecho
nada para facilitar las cosas. En efecto, existía evidentemente alguien que buscaba
eliminarlo utilizando la propia policía y lo hacía bastante bien puesto que, mientras que
para él la muerte del detective había sido un simple y desafortunado daño colateral, los
que estaban detrás del último atentado buscaban transformarlo en una rencorosa
venganza y así desacreditarlo definitivamente; el método en sí era astuto y
estratégicamente comprensible pero lo que no calzaba era el modus operandi, y la joven
secretaria y sobretodo su conducta tan extraña eran la clave del problema. En efecto, si,
como todo parecía indicarlo, no tenía nada que ver en el asunto, bien podía haber sido
manipulada y Apolo había estudiado suficiente sobre control mental como para saber que
la fabricación de marionetas humanas era algo común en los servicios secretos, si bien
los análisis forenses que acababa de revisar no habían dado ninguna pista. Bueno, por
algo eran servicios secretos. Pero, si eran ellos que querían librarse de él por querer
perturbar al rebaño, ¿Por qué utilizar ese método? En general, les bastaba enviar discreta
o abiertamente la caballería con el respaldo de los propios gobiernos coloniales y no muy
sutiles presiones sobre los medios transformaban hábilmente su acción en cruzada contra
un enemigo común. Pensándolo bien, no era una sorpresa porque sabía que tarde o
temprano sus operaciones iban a llamar la atención a otros niveles, pero algo no calzaba
y debía descubrir qué era antes de que ese qué lo descubriera a él primero. Volvió a leer
las líneas que afichaba la pantalla del notebook, pensativo.
- Yasna Lebert Morales.
- Esposo murió misteriosamente hace cinco semanas. Cadáver
encontrado flotando en el canal San Carlos. Forenses certifican severo estado de
ebriedad y suicidio se impone como causal. La hija de ambos, Selene, la acusó de
asesinar a su padre y la viuda reconoce disputas frecuentes por celos pero se declara
inocente. El fallo termina a su favor por falta de mérito. La niña vive con su abuela paterna
y rechaza ver su madre que tampoco exigió la tutela. Yasna Lebert heredó las
pertenencias de su esposo y vive con su amante en calle Clitemnestra N°123.

- El caso, legalmente pobre pero éticamente interesante, merecía una


corrección ejemplar pero aún no sabía cómo llevarlo a cabo y era la primera vez que
sentía necesidad de madurarlo; recordó su sonrisa y esos ojos azules que habían
aparecido incluso en un sueño, pero de aquellos difusos que, sin desaparecer
completamente, sólo dejan de ellos un perfume. Oye, enfócate.¿No te me estarás
enamorando, o sí? Eso sería casi tan estúpido como de haber tratado de convencer a ese
policía que su sistema es una mierda. Recordó la escena con fastidio y sacudió la cabeza,
preguntándose por enésima vez qué le había pasado. El corazón y sus razones.
Demonios. Borró finalmente el archivo y programó el celular para que vibrara a las once y
cuarto guardándolo en un bolsillo; luego, se dejó caer en la cama y cerró los ojos. El
mañana diría si los cambios que había decido efectuar iban a ser pertinentes.

44
25
Gwenn había sido trasladada a una casa ubicada en un suburbio tranquilo y alejado de
su antigua morada. El edificio era anodino y hasta los mejores paparazzi no habían
logrado seguir la pista del traslado efectuado desde la comisaría en medio de la noche.
Giovanni le había pedido que no recibiera visitas y que quedara incomunicada con el
exterior hasta que la situación se esclareciera, casi como un favor personal hacia el
comisario que veía su puesto pender sobre un hilo cada vez más delgado. Sin embargo,
Gwenn había insistido tanto que le habían permitido que Apolo la visitara tras comprobar
que sus antecedentes eran intachables; además, había logrado convencer Giovanni para
que le hiciera llegar los resultados de sus trámites judiciales a fin que sus causas no se
atrasaran, por lo que su vida parecía retomar una apariencia de normalidad. Repasaba
precisamente un expediente cuando sonó el teléfono que le habían dejado para
urgencias.
- ¿Aló?
- Gwenn, hola, es Giovanni. ¿Cómo estás?
La voz sonaba alegre y Gwenn se alegró que su amigo estuviera tán animado.
- Bien. ¿Y tú?
- Con buenas noticias. Una joven llamó hace una hora pidiendo auxilio desde
una casa abandonada. Según ella, conocía muy bien al asesino que te disparó desde el
edificio porque ella... digamos que le ofrecía sus favores a cambio de compensación
pecuniaria, pero parece arrepentida y presta a colaborar. Hallanamos la casa y
encontramos muchas huellas así como algunas pertenencias del inculpado, pero aún no
hemos podido identificarlo y están haciendo un retrato en base a sus descripciones. Lo
curioso es que la joven insiste en que tú vengas porque tiene algo que decirte.
Gwenn no escondió su sorpresa.
- ¿A mí? ¿Y no te dijo qué era?
- Hum...voy para allá, ahí te cuento y tú me dirás qué te parece. De todos
modos, no correrás ningún peligro y pensé que te gustaría enterarte personalmente sobre
el personaje. ¿Qué me dices?
- Que me parece bien. Te espero entonces.
Colgó el teléfono y permaneció pensativa. ¿Qué querrá decirme? ¿Que me cuide de los
hombres? Alzó los hombros y la imagen de Apolo apareció en su mente. ¿Qué estará
haciendo, y por qué no ha llegado aún? Me prometiste que vendrías a almorzar y no se
hace esperar a una dama... Bueno, no soy exactamente una dama, no tengo listo ni un
rábano y... no es una cita. Apretó su nariz nerviosamente y entró en la cocina decidida a
poner manos a la obra. Seguía en sus conjeturas cuando le avisaron por teléfono que un
hombre apodado Apolo Albus pedía autorización para ingresar.

26
Jodie botó el pañuelo en el cubo de aluminio y refregó sus manos con el desinfectante
mientras las enjuagaba bajo la llave automática; el aire acondicionado se había activado
nuevamente como lo hacía automáticamente cada quince minutos y sentía que su nariz
volvía a congestionarse mientras la penetraba el aire insípido. Se detuvo repentinamente
y cerró los ojos para tranquilizarse. ¿Qué haces? Son tus propias lágrimas, ¿No creerás
que están “infectadas”, a? Esbozó una sonrisa amarga mientras mordisqueaba su labio

45
inferior corriendo el lápiz labial. Todo está infectado aquí; infectado de miedo, de muerte...
no, de muerte no, de no-vida. Soltó un suspiro y apoyó sus manos sobre el aglomerado
que rodeaba el lavamanos; había llorado como no se había permitido hacerlo desde una
eternidad pero, luego del desahogo, había venido la debilidad, y con ella esos recuerdos
que nada había podido borrar. Recordaba perfectamente que Michael se lo había
advertido después de la tercera vez: Lo siento, Jod., hice lo que pude pero hay cosas que
sólo te borra la Pelada. Y a lo parecer era cierto. Se miró en el espejo de acero y su
palidez la asustó; todavía tenía los ojos rojos y algo hinchados, y cierta desesperación
quiso apoderarse de ella al constatar que una arruga parecía querer brotar en la sien.
Arrugas. Arrugas, y más arrugas. Sin embargo, terminó por dejar caer sus hombros con
resignación. ¿Por qué huirles? Ya estoy vieja, vieja y fea como un pañuelo que limpió la
nariz de otro.
Pero sabía que no tenía más opciones; si no aguantaba hasta el final, hasta que todo
concluyera definitivamente, todo habría sido en vano, incluso su muerte y eso no lo
permitiría jamás. Jamás. Sintió repentinamente arder su corazón mientras su cuerpo se
volvía más liviano, como si un peso inmenso empezara a caer de sus hombros y por
primera vez, después de mucho tiempo, sintió ganas de reír, de reír de verdad, con todas
sus fuerzas. Pero se detuvo. Estás loca. Sabía que la vigilaban estrechamente y llamar un
poco más la atención no iba arreglar las cosas, sobretodo ahora; sobretodo ahora, maldita
sea. Inspiró profundamente y miró en el espejo esos ojos grises que brillaban ahora como
dos estrellas. Esa iba a ser su venganza y lo haría más que nada por ese ser que había
muerto, ante todo en ella, para que se convirtiera en lo que era. Sí, y ahí iban a ver que no
se juega con el corazón de una mujer. O no...

27
Giovanni Russel había almorzado con Gwenn y Apolo casi a regañadientes y luego lo
habían acompañado al edificio de Investigaciones mientras los seguían discretamente los
agentes encargados de vigilar la habitación. Ambos vehículos se habían aparcado en el
subterráneo tras presentar credenciales y Giovanni los conducía ahora por los pasillos
hasta que penetraron finalmente en una pequeña habitación dónde un ancho vidrio
permitía ver lo que transcurría en la sala vecina. En esta última, se hallaba sentada una
mujer de mediana estatura y de unos treinta años que tomaba con indescriptible placer un
café bien cargado, mientras escuchaba sin mucho interés a un detective con bigote en
candado que releía sus anotaciones. Apolo notó que el rostro de la mujer era algo vulgar
pero la mirada denotaba vivacidad y su cuidado general manifestaba dedicación y buen
gusto. Si bien era evidente que no podía ver a través del espejo, pareció sin embargo
adivinar que algo ocurría porque su rostro se animó y se levantó sin soltar su tazón de
café. Gwenn miró a Giovanni con malestar.
- ¿Es realmente necesario que hablemos a través de un micrófono? Esta
mujer será mucho más sincera si nos vemos las caras.
Giovanni negó con la cabeza mientras observaba la mujer acercándose al vidrio.
- Lo siento, pero mientras no sepamos realmente quién tenemos al frente,
prefiero que sólo sepa de ti tu voz.
Hizo signo al agente sentado ante una consola y éste movió algunas perillas; las voces de
la mujer y del detective que la interrogaba se hicieron oír por el parlante incrustado en la
pared.

46
- ...Claro, pero ya le dije eso hace como media hora, ¿O está tratando que
me contradiga?
- No, señorita Blanco, sólo quiero asegurarme que no ha olvidado nada.
Se hallaba ante el espejo y observó sus uñas largas pintadas de color rojo intenso
mientras bostezaba sin tapar su boca, de modo que Gwenn pudo ver la serie de
tapaduras que exhibía la dentadura.
- Sí, claro, ustedes son todos iguales; y yo que creía que me iban a
recompensar; no sé, con una medalla o algo así. Pero veo que me tienen a puro café y la
rubiecita esa todavía no llega.
- Eh...Me avisan que ella acaba de llegar y que la está escuchando en este
momento.
- ¿Sí?¿Dónde?¿Aquí? -Su mirada se fijó en el espejo y empezó a golpearlo
con una uña mientras trataba de ver a través de él.- ¿Aló? Aquí la Tierra.
- Gwenn sonrió y miró a Giovanni que asintió con un signo de la cabeza.
- Sí, señorita Gladys, estoy aquí. Lamento mucho no poder verla
personalmente y le ruego disculparme por ello. Ahora bien, me han avisado que había
algo que quería comunicarme.
-
- E... sí, sí.
Rascó su cuello con nerviosismo y pareció dudar mientras su mirada se fijaba en un
punto. Se volteó finalmente hacia el detective que la observaba y se acercó a él con paso
decidido.
- ¿Qué ocurre?
- Su lápiz. Quiero su lápiz.
El detective se lo tendió sorprendido y luego todo ocurrió muy rápido. El hombre rugió de
dolor mientras secaba su rostro humeante empapado con café y luego se desplomó
inconciente cuando el tazón golpeó violentamente su sien. Russel ya había desenfundado
su pistola y se aprestaba a salir cuando la mujer apuntó con sorprendente agilidad la
pistola del detective hacia el espejo. El vidrio se trizó al primer impacto y con los
siguientes volaron astillas en todas las direcciones. Apolo se había lanzado sobre Gwenn
y rodó junto a ella mientras Giovanni disparaba hacia la mujer que parecía sumida en una
exaltación que bordeaba la demencia. Luego de recibir varios impactos mientras
constataba que su arma no disparaba pese a que siguiera jalando del gatillo, soltó la
pistola y terminó cayendo sentada en el piso, las piernas grotescamente abiertas.
- El Vengador de la Noche te manda saludos, perra desgraciada. - escupió
sangre y tosió fuertemente.- Aha...ahaha.
La risa estalló mecánicamente, recordando burdamente las grabaciones salidas de una
muñeca de juguete, los ojos parpadearon nerviosamente y finalmente se fijaron mientras
la cabeza caía hacia adelante, arrastrando con ella el cuerpo.
- Qué les dije, ¡Puta madre! -Giovanni soltó un suspiro mientras Gwenn y
Apolo se levantaban. Salió corriendo y pronto apareció en la sala acompañado por varios
agentes que se apresuraron en atender al detective que permanecía inconciente.
Apolo miró a Gwenn y se percató bruscamente que algo andaba mal. El rostro estaba
pálido y su mirada parecía perderse en la muralla. La tomó por los hombros y la
estupefacción que reflejaba su rostro dejó lugar a un llanto desesperado.
- No... no puedo creerlo. - tartamudeaba mientras su cuerpo temblaba como
una hoja arrastrada por una ventolera.- ¿Por qué, Apolo? ¿Por qué hizo eso?
- Porque era lo que había venido a hacer.¿Me escuchas? -Su voz era
serena y la estrechó cariñosamente pero sintió que su cuerpo se tensaba y sus brazos lo
rechazaron.

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- No digas eso. No lo digas, ¡Maldición! No he hecho nada, ¿Me escuchas?
¡NADA para merecer esto! ¡¿Y por qué no se van todos de una vez a...la mierda?!
Se dejó caer sobre una silla cruzando los brazos y se largó a llorar desconsoladamente.
Apolo, que la observaba con cierta perplejidad, frunció las cejas. Idiota, ¿Qué haces aqui?
Dudó un momento, pero finalmente se acercó a ella y la tomó firmemente por los
hombros.
- Sea quien sea el que haya planeado esto, debes entender que tu debilidad
es su fuerza. ¿Lo entiendes? Mírame, ¿Lo entiendes?
Sólo entiendo que quieren mi muerte y que nada los detendrá hasta que lo hayan logrado
o que yo me haya entregado.
- Gwenn...
- No, Apolo. Ahora no digas nada. Quiero... Necesito... - sacudió la cabeza y
bajó la mirada. Apolo la observó detenidamente y finalmente asintió con la cabeza
lentamente.
- Sólo te diré una cosa, y quizás sea lo último que me oigas decir.
Gwenn lo miró, confundida.
- ¿Qué?
Ella murió mucho antes de lo que crees. De hecho, murió cuando dejó de pelear, cuando
dejó que su voluntad sea transformada en el instrumento dócil y manejable que hoy casi
acaba contigo. Ahora sólo vimos perecer su cuerpo pero si tú cedes, y eso es lo único
que quieren, entonces tú también ya estarás muerta. ¿Me oyes? Aquí.
- Indicaba su sien cuando Giovanni entró y se acercó a ellos.
La mujer está muerta y nuestro hombre tiene quemaduras de segundo grado y un
pequeño hematoma. ¿Y ustedes, cómo van?
- Haría bien en preguntárselo a ella.
Apolo lo había mirado de reojo y se dirigía ahora hacia la puerta mientras la sorpresa se
dibujaba en el rostro del detective.
- ¿Y a éste que le pasó ahora?
Gwenn alzó los hombros y cerró los ojos mientras apoyaba su nuca sobre el respaldo de
la silla dejando escapar un suspiro.
- Creo que ya no confía en mí, y creo que lo entiendo.
- ¿Qué? ¿Se han vuelto todos locos aquí o qué? Espera, vuelvo enseguida.
Apolo caminaba escalera abajo cuando escuchó su nombre.
- ¿Qué mierda crees que estás haciendo? ¿No viste como está?
- No te imaginas cuanto, y no hay nada más que hablar.
- Los ojos verdes lo miraban con frialdad y Giovanni sintió que su sangre
hervía mientras hacía un gran esfuerzo para no agarrarlo por el cuello y estrangularlo.
- Escúchame bien, maldito idiota, te voy a decir una sola cosa. Desde que te
conocí, nunca me caíste bien y si bien reconozco que salvaste una vez a Gwenn y no
imaginas cuanto lamento no haber estado ahí para hacerlo yo, todavía no entiendo por
qué ella insiste en volver a verte. De todos modos, sea lo que sea, si ella confía en ti, no
la puedes dejar así cuando lo que más necesita es apoyo. ¿Captas o te tengo que
disparar?
- Pregúntale primero si quiere ese apoyo del cual hablas.
- Oye, ¿Se te zafaron los tornillos o me tomas por un imbécil? ¿No ves
cómo...? - se detuvo y una sombra atravesó su frente- ...Pero, ¿Sabes qué? Después de
todo, está bien, ándate nomás y te aseguro que es lo mejor para ella, para todos nosotros,
pero si llegara a pasarle algo que de alguna manera tenga que ver contigo, te juro que te
liquido aunque deba pasar el resto de mi vida rayando tu nombre en los muros de una
celda.

48
- Entonces te estaré esperando porque te aseguro que como va, arriesga de
pasarle bastante más que algo.
- ¿Qué quieres decir con eso? ¡Apolo!
Lo observó mientras desaparecía y volvió finalmente sobre sus pasos, sacudiendo la
cabeza. Este tipo es un criminal.

28
El teléfono de caoba sonó varias veces antes que John Mitchum se decidiera a levantar el
auricular. Estaba de mal genio, acababa de almorzar con el senador Bomtecou y éste le
había mostrado “nuevas” fotos publicadas en diversos tabloides que lucían jóvenes
soldados americanos despedazados o acribillados en Irak y algunas exhibían incluso el
trasero de prisioneros afganos maltratados en la sórdida base de Guantanamo. Las
instantáneas eran de mala calidad y algunas debían tener dos o tres años pero Bomtecou
parecía asustado; había llegado a asegurar que ni ellos ni la Agencia podían seguir
cubriendo el trasero del gobierno, sobretodo en el escandaloso caso iraquí o las cosas
iban a ponerse espesas incluso para los Intocables del Club de Roma. Él le había
contestado con verdadera ironía que su verdadero problema, no eran ni los medios de
prensa ni el grupo de francotiradores que seguía el ejemplo de ese fanático apodado
Juba, sino el simple hecho que el mundo ya supiera que, para ellos, Irak era sólo un pozo
petrolero más y, como problemática inversión, empezaba realmente a costar demasiado
caro. Además, el hecho que Ezra Bernheim hubiera tenido que reconocer un mes antes, y
ante esos cretinos del Congreso, que las bajas humanas eran mucho mayores que lo que
indicaba el memorando del Estado Mayor no había hecho más que confirmar que se
acercaba para varios de ellos la hora de hacer las valijas. Cuando te toca dar la cara, es
que ya no vales nada.
- Aló, ¿Quién habla?
- Winkler, señor. Me pidió que le avisara cuando las cosas estuvieran
progresando por aquí, y según nuestro agente, los resultados son alentadores. El único
escollo es que el anciano volvió a su vieja manía de soltar a la calle su material de trabajo,
pero ya tomé disposiciones al respecto y nuestro agente es perentorio: el descubrimiento
no deja ninguna huella.
- Peter, ¿Cuánto hace que trabaja en esto?
- Doce años, señor.
- A,...¿Y en doce años no se ha enterrado que todo deja, no una simple
huella, sino un maldito expediente? Vigíleme bien a ese payaso pero conténtese con dejar
que las cosas sigan su curso, y avíseme si algo llegara a salir de control. Enviaré a
alguien para allá el lunes y más vale que no sea en vano.
- Sí, señor.
Mitchum sabía que no era en vano porque había recibido el informe dos meses antes, si
bien su pobreza era exasperante. Colgó y observó cómo el güisqui se deslizaba entre los
cubos de hielo mientras lo vertía en el vaso octogonal, tomó un sorbo y se dejó caer en el
sofá de cuero mientras su lengua saboreaba lentamente el líquido amarillento. Había
dormido poco las últimas semanas y eso lo mantenía mal genio; además, sabía que ese
año tampoco tendría vacaciones. Sacudió el vaso y miró reflejamente el Breithling que
colgaba de su muñeca, cubriendo el tatuaje de la Fraternidad; marcaba las 14 horas.
Caroline debe estar en Tiffany’s comprando algún cachureo para repletar la vidriera y
Gordon... Sonrió recordando las curvas perfectas de la muchacha. Gordon debe estar

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tirándose a su modelo en su loft de la Quinta Avenida. Le habían informado que su hijo la
había conocido un año antes en Yale cuando estaba por doctorarse en Economía
mientras ella alternaba las aulas con las pasarelas para pagar los treinta mil dólares de la
mensualidad, y desde entonces se los había visto juntos con cierta regularidad; bostezó y
se preguntó si las de su época de juventud también se inscribían en las prestigiosas
universidades tratando de cazar alguna presa de grueso calibre que asegurara su futuro
con sólo mover calculadamente sus atributos genéticos. Seguramente. Hay cosas que
nunca cambian.

29
- Giovanni había acompañado Gwenn a su domicilio y ella lo había
escuchado hablar durante una hora casi de manera refleja. Finalmente, cuando él le había
preguntado si no quería que se quedara con ella hasta el día siguiente, se lo había
agradecido pero había insistido para que se fuera porque necesitaba estar sola.
Después, una vez que su amigo se hubiera ido, se había instalado ante su escritorio y se
había dedicado a revisar la montaña de causas que tenía pendiente una por una durante
horas hasta quedar rendida. Pensaba que quizás el cansar su mente con cosas poco
relevantes iba a lograr calmar la oscura ansiedad que la acechaba, pero había sido en
vano. No quería ya saber nada más de lo que había ocurrido; ahora, en ese instante, lo
único que anhelaba, era olvidar.
- Se acostó vestida y, tras un lapso de tiempo que le había parecido una
eternidad, había logrado finalmente conciliar el sueño pero las imágenes que brotaban sin
cesar la habían hecho sobresaltar varias veces y cuando finalmente despertó, sintió que
con un sudor frío empapaba su frente mientras un nudo estrechaba su garganta y los
hechos de la mañana volvían a desfilar ante sus ojos con desesperante nitidez. ¿Hasta
cuando?... ¿Hasta cuando?

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Apolo cerró la llave de la ducha y frotó su piel empapada a fin que el agua se escurriera;
cuando sintió el calor aflorar, se secó con la toalla recién planchada y la echó a lavar;
nunca la ocupaba dos veces seguidas; finalmente recogió meticulosamente los vellos que
habían caído en la tina y los botó en el tacho de basura. Luego del incidente en el OS7,
había pasado al Conservador de Bienes Raices y luego a la oficina, y Gilda le había
mostrado el estado de las cosas. Su actitud y el perfume de la colonia after-shave en la
mejilla manifestaban que tenía un affaire, y eso lo alegró interiormente; el eterno coqueteo
de la muchacha ya denotaba frustración y él no había querido abrir una puerta que iba a
tener que cerrar inevitablemente.
Los acontecimientos de la mañana seguían rondando en su cabeza y trataba de
completar el cuadro que poco a poco se dibujaba en su mente; las últimas palabras que
había pronunciado la mujer antes de morir mostraban claramente que el ataque contra él
era frontal y que la fuerza que se escondía detrás buscaba utilizarlo como un vulgar chivo
expiatorio para algo que todavía no lograba discernir. Se preguntó por un momento si la
mejor solución no era de eliminar llanamente a la joven y cortar así a la raíz la excusa que
utilizaba ese adversario invisible para azuzar a los uniformados, pero sabía que, en el

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fondo, en el gran partido de ajedrez que había comenzado a jugar sin darse cuenta, eso
hubiera equivalido a sacrificar una reina. Además, ¿No hubiera correspondido
exactamente a lo que había dicho el viejo pekinés? ¿Tratar de eliminar los problemas en
vez de enfrentarlos? Estaría justamente siguiendo la tortuosa lógica de sus adversarios,
aquella misma que se había jurado combatir con todas sus fuerzas. Cambió el chip de su
celular por uno nuevo y se instaló a estudiar hasta que los últimos rayos de sol
desaparecieron detrás de la cortina de smog.

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Gwenn contempló fríamente el nudo y se mostró satisfecha; aguantaría holgadamente el
peso sin riesgo de cortarse en el momento crítico, lo que no hubiera hecho más que
empeorar las cosas.
La idea la había acechado cuando había despertado y, después del susto, había
madurado progresivamente pero con un ímpetu inexorable y, luego de un largo momento
de incertidumbre, había tomado finalmente la decisión cuando ya se aproximaba la noche.
La Noche. Su cráneo le dolía y un mareo constante la había mantenido aturdida incluso
después de haber vomitado, lo que, en vez de aliviarla, había agregado a la debilidad
psicológica una debilidad física. En el fondo de sí, una pequeña voz le susurraba
insistentemente que sólo era una ominosa fuga y que nada se resolvería, pero había visto
correr demasiada sangre inútilmente, y más encima por su culpa, como para aceptar que
todo ello siguiera. No. Ya no le importaba quién ni dónde, ni siquiera por qué; sólo quería
acabar de una vez por toda con ese maldito cómo que dejaba detrás de ella una senda de
muerte y aflicción, así como un temor latente y tenaz que parecía haberla seguido desde
el comienzo, a cada paso, y que ahora se había vuelto una segunda sombra. Disfrutó una
larga ducha y había pensado incluso en llenar la tina y tomar un último baño, pero ello
conllevaba demasiado variables que podían arruinarlo todo. Eligió un vestido sencillo pero
delicado que le había ofrecido su madre para su graduación y se sintió tranquila. Qué facil
es resignarse. Demonios, tan fácil... Acomodó el taburete de fierro debajo de la cuerda y
se aprestaba a encaramarse sobre él cuando una melodía electrónica se hizo oír y
constató sorprendida que provenía de su bolso de mano que descansaba sobre la
cómoda. Giovanni; ¿Por qué me haces eso? ¿Ni para esto me dejaran tranquila?¿A?
Sacudió la cabeza y por un momento no supo qué hacer. Luego, viendo que el chillido
persistía y no le permitía concentrarse, extrajo del bolso un pequeño celular y abrió la
tapa.
- Aló, ¿Quién es?
- Adivina un poco.
Gwenn reprimió un suspiro y guardó un momento de silencio.
- No sé si me interesa.
- Eso veo, pero entonces déjame adivinar a mí: elegiste la cuerda del
colgador y la viga numero 4.
- Te felicito, Apolo, como siempre tan perspicaz; ahora, si te molestaste en poner
ese celular en mi bolso sólo para burlarte de mí, pierdes tu tiempo y lo que es peor, el
mío.
-¡Oh! Por lo que haces con él, creo que podemos darnos ese lujo, pero ahora,
llendo al grano, siempre tienes la posibilidad de “largarte”, y eso ninguna ley te lo podrá
impedir; pero si lo haces ahora, te habrás negado a ti- misma y de paso al legado de tu
padre porque habrás abandonado lo único que te podría haber hecho libre: tu Voluntad.

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Eso es lo que no ha entendido tu amigo Giovanni, porque para los que están detrás de
todo esto, poco importa que vivas o mueras, lo esencial es que cedas y que esa chispa
que brilla en tus ojos que dice sí o no, se calle de una vez y para siempre. Y claro, sólo tú
puedes decidir qué harás o no harás, pero debes hacerlo o habrás vivido en vano.
¿Entiendes? Debes elegir.
- ¿Y qué crees que estoy haciendo?
- Estás huyendo, como de costumbre.
- Claro. Y tú, ¿Qué pretendías? ¿Que vaya a buscar a esos tarados y les
pegue un tiro?¿A?
- Bueno, eso ya suena más interesante, aunque ambos sabemos que, por
ahora, eres un zero a la izquierda.
- Gwenn sintió que las lágrimas se iban acumulando en sus ojos.
- Gracias, eso sí que fue alentador. Pero mientras tú bromeas, yo estoy
tratando de hablar en serio.
- ¿Y qué crees que estoy haciendo yo, aparte de congelarme los testículos
a...37 metros de tu casa?
- ¿Estás... afuera?
- En efecto, y me temo que ahí seguiré a menos que te decidas a hacerme
entrar.
Gwenn miró la cuerda que parecía burlarse de ella.
- Primero no sé si realmente lo quiera, y por otra parte, afuera tengo los dos
agentes que me dejó el comisario para protegerme, así que podrás ver que....
- Está bien, no digas nada más. Entiendo perfectamente.
- ¿Entiendes? ¿Qué entiendes?...¿Apolo? - miró sorprendida el celular y
finalmente lo tiró sobre el sofá y se dejó caer a su lado con lasitud.- ¿Cómo pretenden que
siga cuerda si estoy rodeada de locos?
Sin embargo, su excitación nerviosa se había desvanecido y ahora sentía como el aire
penetraba en sus pulmones mientras se hinchaba su pecho. Miró el reloj mural como si
esperara que le diera una inexplicable señal y luego se levantó observando como sus
pasos la llevaban serenamente hacia la cuerda que colgaba. Púdranse todos.
Inexplicablemente, ya no sentía miedo; al fin. Subió al taburete y tras pasar la cabeza en
el nudo con cierto recelo, movió violentamente su único sostén que, tras tambalearse por
un instante, rodó finalmente sobre la cerámica provocando un bullicio mientras caía el
cuerpo que se apoyaba sobre él.
Gwenn sintió el nudo estrecharse violentamente alrededor de su garganta acompañado
de un dolor agudo, pero algo detuvo su caída mientras sentía una fuerte presión sobre
sus costillas. Cerró los ojos y juró que era lo peor que le había ocurrido en su vida. Miró
hacia abajo y reconoció las manos huesudas de Apolo.
- Suéltame, me duele.
- ¿En serio? Lo lamento, pero no alcancé a elegir mis tomas. Pero, vistas
las circunstancias, no te me pondrás exquisita, ¿O sí?
- ¿Qué haces aquí?
-Lo siento, creo el que debería hacer esa pregunta soy yo pero, pensándolo bien,
te entiendo perfectamente: tenías una madre y murió cuando más la necesitabas; tenías
también un padre que, mal que mal, estaba ahí aunque la pasaban agarrados de las
mechas y lo asesinaron; tenías también un novio y si bien siempre lo consideraste un
pobre y triste inútil, tu proyecto de futuro feliz se perfilaba más positivo con que sin y...
también ha desaparecido; y por si todo eso fuera poco, los monstruos que piensas te han
quitado casi todo lo que creías tuyo quieren además que te les entregues en bandeja o
seguirán haciendo correr la sangre de tus conciudadanos hasta que te decidas. Con eso,
tienes excusas de sobra para acabar mediocremente tu desastrosa vida y de paso auto-

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compadecerte. Además ¿Qué sabes tú? Quizás hasta te darían una medalla; claro,
póstuma. Todo el mundo debería salir contento, pero, ¿Dónde estás tú en todo eso?
- ¿Y tú, qué buscas? ¿Destruirme un poco más? Porque si eso que quieres,
olvídalo porque ya no tengo nada que perder, ¿Me oyes? ¡Nada!
- Mentirosa. Le tienes un terror pánico a la muerte pero aún más a lo que
podría pasarte si das el salto, y es por eso que estás ahí dialogando con tu soga en vez
de guardarla para esos imbéciles.
Gwenn no pudo impedir la sonrisa que afloraba a sus labios.
- Ya cállate. ¿Cuál es tu plan?
- Por ahora, sería que bajes de ahí. No...es que peses demasiado pero no
pretenderás que te lleve en brazos toda la noche. -Sacó de un bolsillo interior un pequeño
puñal y se lo puso en la mano- Toma. Y trata de no cortarte.
Gwenn se largó a reír nerviosamente.
- Te voy a matar. Te juro que te voy a matar.
- Sí, bueno, ya lo estás haciendo. Vamos, hablando en serio... -la soltó un
poco hasta que la cuerda quedara tensa y Gwenn sintió con sorpresa el nudo estrecharse
un poco más alrededor de su cuello.
- ¡Ey!¿Qué haces? Me estás ahorcando...
- Ahora, córtala.
- Cuando sintió que todo su peso cargaba sobre sus brazos la dejó caer
suavemente hasta que sus pies tocaran el piso y la volteó hacia él.
- Cómo decía el ilustre Mulay Al Raisuli, usted me causa muchos problemas,
señorita Flanagan.
Desató el nudo que todavía cernía el cuello de Gwenn y observó la marca que había
dejado en la carne mientras simulaba no ver que ella lo contemplaba con perplejidad y
asombro.
- Bah, no es nada, diría que casi es decorativo.
- ¿Decorativo? -Gwenn se largó a reír- ¿Por qué siempre das la impresión
que para tí todo fuera natural?
- - Bueno, quizás simplemente porque lo es. -alzó los hombros
despreocupadamente y empezó a enrollar el pedazo de cuerda mientras se dirigía hacia
el basurero.- Estamos tan acostumbrado a poner barreras entre nosotros y la cruda
realidad que ya no somos capaces de darnos cuenta cuando patea nuestra puerta a
riesgo de echarla abajo.
- Al volver la miró con una sonrisa extraña.
-¿Qué?
- Que te ves bien así, pero necesito que te pongas una ropa un poco menos
llamativa. Tenemos algunas cosas que hacer.
- ¿Ahora?
- A-ha.

32
La luna brillaba difusamente desde las copas de los árboles y su tenue luz creaba zonas
de penumbra que alternaban con las que iluminaba el haz blanquecino. Gwenn tropezó
con una raíz y, debido al impulso, sintió que planeaba en la semi-oscuridad hasta chocar
contra una superficie húmeda y arisca. Permaneció con la cara contra el suelo tapizado
de hojas y zarzamora durante un momento, rendida.¿Qué hago aquí?
- Tratas de encontrar otro camino.

53
- ¿Perdón? -Gwenn se levantó y se sacudió para hacer caer las hojas que
permanecían pegadas a su ropa mientras sentía un ardor en el labio. Buscó a Apolo con
la mirada y lo encontró apoyado contra un viejo roble.
- Decía que estás aqui para encontrar otro camino, aparte del que te ha estado
tejiendo no sabemos aún quién.
- E... sí; creía haber hablado en mi cabeza.
Apolo observó el claro que se extendía ante él y asintió satisfecho.
- Sí, me pareció a mí también. Pero creo que acabamos de encontrar el lugar
perfecto.
- Gwenn sacudió su cabello y se acercó.
- Aha. ¿Perfecto... para qué?
- Para esto.
- Gwenn lo vio voltearse hacia ella y antes que supiera qué había pasado,
sintió el violento contacto de su mano en su mejilla acompañado de un dolor punzante.
- ¡Aie!...Hijo de... ¿Qué pasa contigo?
- Conmigo, nada. ¿Y tú?
- ¿Cómo que nada? Me acabas de dar vuelta la cara con una maldita
cachetada.
- Claro, ¿Y? ¿Me vas a demandar?
Gwenn recibió la segunda cachetada y sintió su sangre hervir.
- Escúchame bien, no te atrevas a tocarme de nue...
- Pero no había alcanzado a terminar cuando la alcanzó nuevamente la
mano abierta dejándola esta vez atónita.
- Lamento decirlo, pero tú tienes un serio problema.
- Bla, bla, bla, bla... Acabo de agredirte tres veces traspasando tu espacio
mínimo vital sin tu consentimiento, ¿Y lo único que haces es amenazarme con palabras?
Lo siento, la que tiene un serio problema eres tú.
Gwenn tragó saliva inconscientemente y trató de ver sus ojos en la penumbra.
- Te aseguro que si fueras otra persona, no habrías llegado tán lejos.
- Eso es basura y lo sabes. No me permitiste hacerlo por quién soy, sino por
tu real incapacidad a reaccionar.
- Claro, ¿Y qué esperabas?
- ¿Y qué importa lo que esperaba? Cuando cedes a una presión que busca
destruirte, sabes cuando empiezas, pero no cuando terminas; y, en general, ella “termina”
contigo. Vamos.
- No...entiendo lo que quieres, Apolo. Dijiste que... -sentía un nudo apretar su
garganta y su corazón empezó latir con fuerza en su pecho al ver esa mirada siempre
amena atravesarla con una frialdad tenebrosa.
- Entiendes perfectamente. Sólo ten cuentas que hoy morirás, no, miento,
que lo harás ahora mismo, y de la manera la más atroz y desesperada. Entiéndelo, estás
ante un foso sin fondo y no habrá ningún...después si no lo conquistas.
- Le hizo una llave que la hizo rodar en el suelo.
-¡Vamos! ¡Vamos! ¡Suéltate, pedazo de carne!
- -¡¿Cómo que pedazo de carne...?!
Gwenn se levantó, furiosa, y corrió hacia él pero sólo para volver a caer y esta vez con
más fuerza.
- No dije que te suicides, dije que salves tu pellejo. Y recuerda que, al igual
que el miedo, el orgullo tampoco te va ayudar.
- Gwenn se levantó penosamente y apoyó sus manos sobre el regazo
tratando de controlar la agitación.
- ¿Y?

54
- No puedo hacer esto, Apolo, es una locura.
- Obviamente.
- ¿Obviamente qué?
- Que nunca lo podrás porque no lo quieres, simplemente porque le tienes
miedo, no a estos idiotas, sino a despertar la fiera que se esconde en ti. Y lo que te
preocupa, no es tanto lo que eso podría provocar, sino más bien que eso destrozaría tu
manera de ver las cosas y haría trizas tu mundillo seguro y apacible, tu agenda y tu linda
oficina, tu felicidad en lata y toda esa basura, pero entiéndelo: ese mundo al que te
aferras es una frágil ilusión que inventaron tipos como los que te persiguen, pero con más
poder, para transformarte en uno más de ese rebaño que ellos devoran a diario. Ahora
bien, si tú no puedes, te aseguro que nadie podrá por ti. Entonces, como dice tu amigo
Giovanni, “¿Captas o te tengo que disparar?”
Gwenn lo miró a los ojos.
- Claro. Como siempre, tán convincente.
Se lanzó nuevamente sobre él pero con más cuidado y Apolo observó que afloraban
gestos de defensa personal que debía haberle enseñado su padre, pero lo que más le
llamó la atención fue de constatar que su mirada había cambiado. En alguna parte existía
“otra” Gwenn. Asintió satisfecho mientras deviaba los golpes bastante desordenados de la
joven y la hacía caer una y otra vez sobre el tapis de hojas secas. Repentinamente, la vió
lanzarse sobre sus piernas y cayó de bruces mientras ella se sentaba sobre su abdomen
y empezaba a inundarlo con golpes que evitaba ahora con mucho más dificultad. Se largó
a reír.
- Eso. Es es.
Pero, para su sorpresa, observó que por el rostro de Gwenn empezaron a correr lágrimas.
Sonrió y la contempló mientras ella dejaba caer sus brazos.
- Eso también es bueno.¿Te sientes mejor?
- ¿Acaso parezco mejor?
Apolo no pudo reprimir una carcajada al escuchar el tono irónico de la respuesta.
- O sí. Ahora, si tu piensas que estás perdiendo tu tiempo, lo entenderé
perfectamente.
- No. - sacudió la cabeza con perplejidad y soltó un suspiro- Sé que tienes
razón; que... que toda mi vida me he esmerado en ser una pobre y triste almeja saltando
de concha en concha, pero, ¿Por qué me pasa esto a mí? Quiero decir, ¿Qué he hecho
yo para merecer todo eso?
- Mira, eso de merecer esto y no esto otro, es otra de las leyendas urbanas
con las que nos embetunan desde que nacemos, a tal punto que un día sólo nos queda
golpearnos el pecho convencidos que el pecado es más fuerte. - frotó una de sus cejas
que había recibido el puño de Gwenn.- Sólo puedo decirte que lo mejor es siempre de
ocuparte de lo que depende de ti; y no te preocupes que los acontecimientos se
encargaran de “informarte” si era lo que... merecías.
Gwenn se dejó caer a su lado y contempló el cielo en el que despuntaban escasas
estrellas debido a la luz lunar. Cerró los ojos y sintió una sonrisa florecer en sus labios.
- Ahora, lo que merezco, es un baño y que me lleves en brazos.
- Sí, claro. ¿Otra cosita?
Se acurrucó contra él como una gata remoloneando.
- Eso sería todo por ahora.

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33
- Apolo cerró suavemente la ventana corrediza del dormitorio y alcanzó
Gwenn que penetraba en el living, iluminado por una luz tenue que, dirigida
calculadamente hacia la ventana principal, provocaba un efecto de contraluz que impedía
ver lo que ocurría en la habitación. Habían penetrado en una casa atravesando los
jardines de varias casas que se sucedían separadas por murallas medianeras sin
encontrar curiosamente ningún perro guardián; Gwenn se enteraría más adelante que ese
detalle era lejos de ser una casualidad. Corrió levemente una cortina y vió que el vehículo
encargado de vigilar la casa permanecía aparcado.
- - No puedo creer que no hayan sospechado nada.
Apolo se contentó con alzar los hombros.
- Hay que entenderlos, la confianza en tu anonimato, la rutina y el cansancio
harían bajar cualquier guardia. Además, te aseguro que somos la últimas personas que
esperarían ver rondar a estas horas de la noche.
- En eso estoy de acuerdo pero me creía... un poco más a salvo.
- Recuerda que en los momentos claves, uno siempre está solo; y también,
velo así: somos como los extraterrestres, como no existen, nadie los estorba y pueden
seguir haciendo lo que quieren con nuestro planeta.
Gwenn se largó a reír.
- Sí, y hablando de seres extraños, tú pareces realmente venir de otro mundo
porque nunca había conocido alguien con una personalidad tan... especial.
Esbozaba una mueca de perplejidad y Apolo la miró burlonamente.
- Parece que no es exactamente un cumplido, ¿O sí?
- O, no, no, sí...bueno, sí, lo es. Es sólo que... -Sacudió la cabeza,
ensimismada, antes de mirarlo nuevamente- muchas cosas han ocurrido y tan
rápidamente, y supongo que tu... método es lo más adecuado, por más que por
momentos me den ganas de tirarte por la ventana.
- Me gusta esa actitud. Además, “Grands maux, grands moyens”, dicen los
franceses; grandes males exigen grandes medios, y la primera cosa que debes hacer es
dejar de ser la presa. ¿Estamos?
Gwenn se cuadró haciendo el saludo militar con picardía.
- O, Yes, sir. -Sonrió y tomó suavemente sus manos entre las suyas apretándolas
suavemente mientras su mirada se hundía en la suya- Gracias por todo,...por todo esto,
Apolo.
- Espera primero a que veamos como salimos de este lío.
- Sí, pero, ¿Sabes? Curiosamente, siento como si eso ya no importara.
Quiero decir... -Alzó los hombros con despreocupación mientras rascaba
inconcientemente su cuello con la punta de su índice- Al diablo, que pase lo que tiene que
pasar y tienes razón cuando dices que hay que aprender a aburrirse del miedo.
Exhibió sus colmillos como un felino al ataque y lo tomó por los hombros sonriendo
mientras Apolo negaba lentamente con la cabeza.
- - Yo no dije eso. Dije que había que aprender de él, y aprender a vivir con
él.
- ¿Con él nomás? -Lo besó y sintió su cuerpo rigidizarse mientras la mirada
siempre analítica manifestaba ahora una inusual perplejidad y trató nuevamente de
adivinar lo que ocurría en ese cerebro tan extraño. ¿Dónde metí la pata ahora?
- ¿Qué ocurre, Apolo?

56
- No, nada, está bien, sólo que...
Gwenn se sonrió y lo acalló posando sus dedos sobre sus labios.
- Si me enseñas a cuidarme, por lo menos déjame hacerlo.
Lo besó nuevamente y sintió una leve presión en el cuello antes de caer inconciente.
Apolo la tomó suavemente en sus brazos y la llevó al dormitorio; tras posarla
delicadamente sobre la cama y extraerle las zapatillas de lona que posó ordenadamente
debajo del catre, la cubrió con la frazada dejando sobrepasar sólo el rostro que iluminaba
la tenue luz de la luna filtrada por el visillo. La expresión era distendida y serena y tuvo
que reconocer que era realmente hermosa. Apolo, Apolo, te voy a matar. Pasó su mano
entre su pelo y rascó nerviosamente su cuero cabelludo pero se detuvo bruscamente y
observó detenidamente sus manos. Terminó sacudiendo la cabeza, pasmado. Huellas?
Desde que ella cruzó tu camino, has dejado por todas partes, maldito idiota. La contempló
una última vez antes de salir silenciosamente.

34
La sombra se deslizaba por los techos con cautela y se dejó caer en el pequeño balcón
cuya pintura, envejecida y ennegrecida, se descascaraba en varios lugares. Tras verificar
que su llegada no había llamado la atención, pegó la pequeña ventosa sobre el vidrio del
ventanal a escasos centímetros de la cerradura e hizo girar el compás en el sentido del
reloj. La punta diamantada dibujó un círculo sobre la superficie cristalográfica y un golpe
apagado desprendió el pedazo de vidrio que la mano guantada posó suavemente en un
rincón. La mano se introdujo luego por la abertura circular e hizo girar el pestillo y luego a
la manilla de aluminio que emitió un leve crujido. Tras comprobar que ningún ruido se
hacía oír desde el interior, aparte del ronroneo de un refrigerador proveniente de la
cocina, la sombra hizo correr sobre sus rieles la puerta del ventanal y la cerró
rápidamente detrás de sí para evitar que el aire fresco invadiera la habitación. La hoja de
acero brilló en la penumbra al salir de su vaina mientras el individuo se dirigía ahora
cautelosamente hacia el dormitorio; había visto el plano del departamento e intuía que la
pareja debía descansar en el ángulo izquierdo, a unos dos metros de la puerta enchapada
cuya manilla de bronce reflejó la luz azulada de la linterna. La mujer percibió entre sueños
los gruñidos de su acompañante e, incómoda, giró sobre ella misma dándole la espalda
mientras asumía la posición fetal. Un momento después, no pareció percibir los pasos
atenuados por la alfombra que se dirigían ahora hacia ella y sólo al sentir que se ahogaba
abrió los ojos y fijó una mirada asustada sobre esa sombra cuya mano apretaba
firmemente su delgado cuello. Intentó gritar pero ningún sonido salió de su garganta.
Sintió entonces con indecible terror algo frío deslizarse sobre su vientre descubierto y el
dolor lacerante impidió que se desmayara. Usted no merecía que ella floreciera en su
seno, pero lo hizo. Ahora, cuídela como debe hacerlo una madre con su hija y no me
obligue a volver. No lo haga. Ella ya perdió su padre a causa suya y pronto podría perder
su madre si ella deja de ser tal. El zumbido, extraño pero nítido, volvía la situación aún
más escalofriante y la mujer miró con desesperación hacia su acompañante buscando
auxilio. Sin embargo, la sombra que permanecía a su lado gruñía lastimeramente y la
prenda que tapaba lo que debía ser su boca impedía que el sonido filtrara con todo su
desesperado ímpetu; el tambaleo algo grotesco que efectuaba el cuerpo demostraba
además que debía de estar firmemente maniatado.
Cuando la sombra se deslizó finalmente por el ventanal, los cuerpos de Diana Lebert y
Antonio Caracala no emitían ya sonido alguno, si bien sus abdómenes demostraban que

57
su respiración había recobrado una relativa normalidad. Sólo sus vidas parecían
destinadas a tomar un brusco vuelco y, junto a ellas, la de una niña de nueve años.

35
Gwenn reprimió un escalofrío y abrió con dificultad sus ojos cansados. El elástico del
pantalón de buzo le apretaba la cintura y sintió como el frío de la noche subía por sus pies
descubiertos. Se sentó entonces en la cama y dejó escapar un suspiro mientras sus
pupilas jugeteaban en la oscuridad. Apolo. Bueno, por lo menos no eres de los que hay
que quitarse las manos de encima por atrevido” . Sonrió, añorando, pero la sonrisa se
congeló en su rostro cuando un violento escalofrío recorrió su columna terminando en la
nuca. En un rayo, percibió que no era el frío que la había despertado, por lo menos no ese
frío, sino el crujido apagado de la puerta de entrada que acababa de hacerse oír
nuevamente. De hecho, los pasos apagados sobre la alfombra encrespada del living le
comprobaron dramáticamente que no estaba soñando y que lo que deambulaba ahora en
la casa se dirigía justamente hacia el dormitorio. Después de un momento de duda,
sacudió la cabeza con nerviosismo. Ese no es Apolo. El pánico se apoderó
repentinamente de ella pero logró detenerlo inexplicablemente mientras su propia voz
martillaba en su cabeza insistentemente. ¿Quién es la presa? ¿Quién es...?¿Quién es...?
Como por arte de magia, su cuerpo entero se movió con sorprendente agilidad y antes de
lograr entender lo que hacía, se encontró escondida y presta al ataque al tiempo que los
pasos apagados penetraban finalmente en la habitación. Maldita perra rubia, yo te voy a
enseñar a morir de una vez. El puntero láser barrió el perímetro con fría precisión pero,
para su sorpresa, el visor nocturno demostraba incomprensiblemente que la cama estaba
hecha y que no había ninguna huella del objetivo. Aquel mismo que, increíblemente,
había anotado un punto negro en su intachable currículum profesional. Gotham Franken
tragó la saliva que se acumulaba ahora en su boca. Un señuelo, un maldito y patético
señuelo. Sintió repentinamente ganas de atomizar el lugar, aunque el ver volar en
pedazos toda la cuadra le proporcionaría probablemente una satisfacción más acorde con
lo que sentía en ese momento. Algo había estado tejiéndose entre él y ella; sí; y justo en
ese momento se Les había ocurrido arrebatársela sin siquiera avisarle. Malditos ellos
todos. Y no es que ella lo hiciera mejor que otras; al contrario, su tosquedad tenía por
momentos algo de grotesco y ridículo y sabía que ninguna mama-san de Macao que se
respetara la hubiera contratado ni siquiera para atender clientes de tercera categoría.
Pero, pese a todo, había sido especial, quizás justamente por su real ingenuidad,
escondida detrás de una capa de simulación que era propio a su oficio. Sólo un año más
en ese zoo y hubiera podido llevársela y, tras finiquitar asuntos pendientes en Washington
y mandar saludos con el dedo mayor a sus ex-jefes en Langley, Virginia8, se la hubiera
llevado a su rancho en Oregón, la tierra de sus antepasados. Demonios. Hubieran hecho
el amor sobre la piel de un oso cazado por él y hubieran tenido huachitos, como decía
ella, bellos como su madre y fuertes como su padre.
Aflojó los dientes y paseó una última vez su mirada sobre el pequeño dormitorio mientras
sacudía inconcientemente la cabeza. El colonel Paterson tenía razón, como siempre. Ser
un hijo de P tenía a veces sus inconvenientes y había que aprender a vivir o morir con
ellos. Además, encontraría otra a su debido tiempo pero, por sobretodo, no debía perder
el control. Jamás. Esa era la Ley.

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Sede principal de la Central Intelligence Agency (CIA) en los Estados Unidos.

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Gwenn esperó hasta que el pestillo sonara por última vez y luego esperó un poco más, y
después aún más. Finalmente, bajó lentamente los brazos y acarició con cierto cariño el
taco del zapato que tenía en la mano y que durante el transe había mantenido erguido
como si fuera la más temible hacha de guerra. Empujó con recelo la puerta que le había
servido de escondite y lanzó una mirada asustada hacia el oscuro living antes de cerrarla
con cautela y correr el pestillo en el mayor silencio. Todavía sentía cada uno de los vellos
de su piel tensos, el nudo en la garganta y sus pezones seguían duros como dos piedras.
Sin embargo, poco a poco, la tensión nerviosa empezó a disminuir y finalmente se dejó
caer de espaldas sobre la cama mientras dejaba escapar un suspiro. ¿Por qué siempre te
pillan en el dormitorio, y más encima sola?
En el mismo momento, a veinte metros de la casa y por la vereda de enfrente permanecía
aparcado el vehículo encargado de vigilar el domicilio. Un gato pardo que se deslizaba por
la acera saltó ágilmente sobre el capot trasero y observó con recelo las dos sombras que
permanecían inmóviles al interior del vehículo. Tranquilizado, observó entonces con vacía
curiosidad los dos orificios que exhibía el vidrio y que emitían un pequeño silbido cuando
el viento rozaba sus contornos, y se acostó finalmente sobre el techo tras efectuar un
círculo sobre él-mismo. La calle estaba desierta y reinaba un silencio de muerte.

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