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Introducción
El saber humano es siempre relativo a las realidades del mundo; la matemática
no es el lenguaje de la naturaleza, es el lenguaje de nuestro cerebro
interpretándola. Esta es la gran dificultad que tiene que enfrentar la intuición
del hombre: si, como dice la definición clásica, la ciencia es el conocimiento
cierto de las cosas por sus principios y causas, si es el cuerpo de doctrina
metódicamente formado y ordenado, que constituye un ramo particular del saber
humano 1 , entonces bien magras resultan las posibilidades de la mente humana
de cara a la realidad del mundo. Decimos esto pensando en que el mismo
proceso del conocimiento, es decir, de la compleja interacción de la realidad
(tanto interior como exterior al hombre) con los medios o instrumentos de
percepción (que aquí llamaremos neuralidad), dista mucho de estar bien
dilucidada en este momento de la historia. 2
1
Como lo cita textualmente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española; las cursivas son
nuestras para marcar lo que más adelante diremos explícitamente acerca del método del conocimiento.
2
Aunque este no es el sitio indicado para hablar en detalle acerca de las bases neuronales del
conocimiento, baste concienciar nuestras actitudes sobre la ingente cantidad de investigación que se lleva
al cabo desde hace aproximadamente veinte años sobre los fenómenos de percepción, interpretación,
orígenes de la voluntad, sentido de la realidad, etc. en el ámbito de las neurociencias. El Prof. E.R. Kandel
y su equipo de investigadores se encuentra en gran medida en el epicentro de dicha línea de estudio.
3
Como veremos más adelante, cuando hablamos de filosofía en este comentario, nos estaremos
refiriendo a la epistemología, es decir, a la teoría del conocimiento como tal. Esta es, creemos, la piedra
de toque en las relaciones entre ciencia y fe; no queremos decir con ello que todo se reduce a un puro
problema de uso del lenguaje ya que, como diría Jacques Lacan, inconsciente y lenguaje se estructuran
uno al otro.
4
En paráfrasis de J.Ma. Cabodevilla.
2
5
Mencionamos de paso que aquí consideramos que las matemáticas no son una ciencia en el sentido
epistemológico de su marcha, pues una ciencia, partiendo de la experiencia, se retira ascéticamente a la
abstracción para crear modelos que expliquen una parte de la realidad, para luego retornar a la experiencia
original, constatando qué tan válido resultó su modelo. Las matemáticas, en cambio, nacen, viven y
mueren en la abstracción (nos referimos, por supuesto, a la matemática pura).
6
Tanto el hombre de ciencia, como el hombre de fe, antes que nada son hombre simplemente (vide ad
infra).
3
Todas estas cuestiones, entre las más relevantes, tienen en común que
confrontan a los hombres de ciencia con la enorme incapacidad de la
metodología, del lenguaje y de las herramientas para estudiarles
exhaustivamente. Nos parece que aquí nos enfrentamos a los arcanos o a las
cosas que permanecen secretas para las ciencias; como si viésemos de pronto
cosas inaccesibles a la razón. Aquello que provocó que paulatinamente
surgiesen las diferentes disciplinas científicas, la utilización sistemática del
pensamiento comprobable y modelable de los fenómenos naturales, huyendo
de cualquier forma de ideación mágica o totémica, se ve de súbito paralizada
ante problemas que la rebasan. Tal parece que no habíamos parado mientes en
que el mundo que pretendemos comprender como si no formásemos parte de
él, nos incluye adentro de él; inclusive nos da la impresión de que nuestra
libertad, tan aparentemente independiente de todas las cosas del mundo,
también está irreparablemente sujeta a las reglas del juego universal. O, tal vez,
podemos pensar que sólo le falta a las ciencias desarrollar las diversas técnicas o
útiles para redefinir esas problemáticas y, esperando la lógica evolución del
conocimiento, resolverlas de forma convincente.
En esto último radica la dificultad más relevante para las ciencias, ya que
ellas se ocupan muy principalmente de los mecanismos íntimos de la mente
humana. Sin embargo, como lo hemos mencionado en el listado de las grandes
preguntas que las ciencias se hacen, la inteligencia es una de esas preguntas; y
más allá de la admirable organización de la corteza cerebral, se encuentran los
aspectos estrictamente epistemológicos y los argumentos que la mueven del
conocimiento experiencial y “geométrico” hacia el nivel de la intuición 12 . Esta
intuición es la percepción íntima e instantánea de una idea o de una verdad, tal
como si se tuviera a la vista; es la facultad de comprender las cosas
instantáneamente, sin razonamiento; es, como se diría en teología, la visión
beatífica misma. Ahora bien, expresiones como la última resultan totalmente
aberrantes en el ámbito de las ciencias llamadas exactas. De acuerdo, pero sí
que tendremos que reconocer que sin la experiencia intuitiva resulta muy difícil
abordar los problemas mencionados arriba; es más, le quitaríamos al
pensamiento científico uno de sus utensilios más valiosos, gracias al cual la
civilización, como sea, ha avanzado en su construcción y en su afianzamiento.
Pero, de igual forma, si los hombres de ciencia se negaran a sí mismos la
posibilidad de comprender el mundo con todas las posibilidades que les ofrece
(y la intuición es una de ellas) sufrirían de una miopía espiritual tal que
confundirían las partes con el todo, lo finito con lo infinito; sería como aquel a
quien mostrándosele la Luna con el dedo, se concentrase sólo en observar el
dedo, no la Luna.
11
Entendemos por axioma una proposición tan clara y evidente que se admite sin necesidad de
demostración.
12
Esta fue una de las incógnitas principales que llevaron a Spinoza a presentar su Ética según el método
geométrico, es decir, postulando axiomas y demostrando lemas y teoremas.
5
detrimento de ambos también). Vemos ahora cómo las ciencias postulan vías de
entendimiento que arrojan no poca luz en la forma en que se conoce la realidad,
aún no sabiendo qué es eso exactamente.
13
Vocablo de estricto origen teológico.
6
14
Desde Freud hasta Fromm, pasando por espíritus brillantes como los de Maslow, Skinner, Mahler,
Frankl, Adler, etc. no han logrado encuadrar al hombre en su realidad; todos, más o menos
explícitamente, han simplificado excesivamente, ora el papel del hombre en el mundo, ora la imagen que
el ser humano posee de sí mismo, ora la clave de la trascendencia antropológica.
7
de las relaciones entre las ciencias y las religiones. También se debe decir que en
el mundo de la fe se dieron espíritus preclaros que consagraron una buena
parte de sus esfuerzos al análisis del pensamiento científico y de sus procederes.
15
Que requieren de elementos tales como la Gracia y la Providencia, a manera de intervención eficaz de
la acción divina en el espacio-tiempo.
16
Esto es, la teleología del cosmos, pregunta idéntica a la que se formula la física, la cosmología y la
astrofísica relativista.
17
Lo que viene a significar, en el lenguaje de la estructura del mundo material, las rupturas de simetría,
las dislocaciones que en los seres vivos se traducen en fracturas del devenir que consideramos como
normal en biología, la enfermedad como fenómeno natural y la muerte como disolución definitiva de un
nivel de organización.
18
Aquí es menester el mencionar que términos como culpa, más allá de cualquier mito fundacional, tiene
en consideración las rupturas de simetría en las relaciones interpersonales que inciden en la conciencia de
cada individuo. Aspectos tan importantes tales como la deontología, la ética y la moral nacen de la
claridad en esta línea de pensamiento; una buena parte de la estirpe humana se cifra en esta plataforma.
19
En este punto se vuelve necesario hacer explícita la razón de la teología acerca de este tema: se
enfrenta a la dificultad de considerar la posibilidad de un Dios Creador que se introduce en su obra, es
decir, en el mundo; de asumir en ese momento toda la condición del hombre, con sus grandezas y con sus
miserias, hasta dejarse aplastar si es necesario, por amor a esos hombres, con tal de reivindicar ante el
Creador las primicias de su obra; y, finalmente, para asumir en su totalidad la realidad cósmica, es decir,
materia, energía y cualquier otra forma insospechada de verdad.
20
La escatología se refiere a las realidades últimas del universo, incluyendo al hombre, es decir, al fin
último de la totalidad (tema muy afín a la cosmología arriba mencionada).
21
La fe es la luz y el conocimiento sobrenatural con que sin ver se cree lo que Dios u otra autoridad
dicen. No obstante esta definición de diccionario, la fe es una virtud teologal (i.e. relativa o perteneciente
a la teología) con una dimensión ampliamente abierta a lo desconocido, pero iluminada de la luz de la
verdad sobrenatural, siempre certera en ese contexto; la fe es una virtud mistérica, que se propone como
único fin ver lo invisible (no en el sentido material del término “ver” sino en el del conocimiento).
8
22
Vide ad supra. Por supuesto que dicho listado no es, ni de lejos, exhaustivo; sin embargo sí que cubre
las principales cuestiones que el hecho religioso ha descubierto a lo largo de los milenios.
23
El hombre es uno de esos aspectos impredecibles.
24
La trascendencia es la epistemología extrema; ésta, a su vez, es una concepción cualitativa y jerárquica
del mundo concebido como un sistema ascendente en el cual los hechos se relacionan con las ideas y
éstas están ligadas con principios. Como en cualquier sistema de pensamiento, se presenta la necesidad de
referencias inamovibles (eternas) cuya veracidad no dependa exclusivamente de los hechos, ni de su
concatenación, ni de sus dependencias, ni de su persistencia, ni de su aparición o desaparición, ni de los
tiempos, lugares o costumbres; dichas relaciones o referencias son inmutables, imperfectibles, inviolables,
imprescriptibles, inalienables y siempre exigibles. En pocas palabras, entendemos por trascendencia al
impulso vital que lleva a considerar la materia y toda la realidad tangible como no bastándose a sí misma.
Obviamente, por esta razón, las ciencias no utilizan el vocablo trascendencia como tal; pero sí que
muestran con frecuencia la necesidad de esos sistemas fijos (v.gr. el sistema de las estrellas fijas de
Newton, la teoría del campo unificado de Einstein, etc.).
9
Se puede jugar con las palabras y pensar que “ver lo invisible” es algo
como asomarse al microscopio y descubrir bacilos; o predecir en un papel la
existencia de un planeta aún no observado al través del telescopio. Eso sería
caricaturesco para la condición del pensamiento humano. En efecto, el espíritu
tiene la capacidad de viajar hasta donde nunca pueda ir, hasta los mundos que
sólo los sueños pueden acariciar; empero, el precio que se paga para ello es que
se tiene que ceder el nivel de conocimiento que poseía al restringirse a la
constatación del laboratorio; debe hacer la transición del lenguaje de la imagen
al del símbolo, de la palabra tecnificada a la metáfora, del vocablo sonoro al
silencio evocador de la contemplación. Ambos niveles son indispensables para
el hombre, ambos estratos garantizan al ser humano el alimento a su acción y
ninguno posee mayor o menor grado de precisión que el otro. ¿Por qué esta
diferencia y este salto de nivel de realidad? Porque no hay común medida entre
lo finito y lo infinito, entre lo contingente y lo necesario 25 . En la naturaleza todo
es contingente; las religiones asumen dicha contingencia y la acercan a lo
necesario, sin jamás alcanzarle. Por eso las religiones son fundamentales, como
pensamiento trascendente 26 ; sin ellas, ni el hombre de ciencia, ni el artista, ni
nadie podría aspirar a intuir el devenir misterioso del hombre, del mundo y de
toda la realidad. “El hombre es él y su circunstancia” 27 , sí, pero pensamos que
el hombre es él, su circunstancia y más. Ese agregado a la realidad del hombre
es con mucho la porción más amplia de la realidad humana y las religiones nos
recuerdan que ella es indispensable para que la felicidad sea no un premio al
esfuerzo, sino el esfuerzo mismo. Por eso el auténtico mundo de la fe no puede
prescindir de la materia y sus leyes; no es ese un mundo desencarnado, que se
encontrara fuera de la realidad. Una psicosis colectiva no sabría consolar a los
individuos, ni sabría infundirles esperanza, razón de vivir y sentido al cotidiano
vital, tan lleno de tiempo y de su huella, el espacio.
25
Los conceptos de necesidad y contingencia son de gran importancia en epistemología de las ciencias.
Se dice necesario aquello que siendo como es no puede ser distinto: es lo que es y no tiene sentido pensar
en otra posibilidad. En cambio, es contingente aquello que siendo como es podía ser distinto. Aunque más
de uno puede pensar que tal distinción obedece a un pensamiento “bizantino”, no es así. Las leyes de la
naturaleza son a todas luces contingentes y los descubrimientos científicos de la historia ampliamente han
demostrado cuán modificables pueden ser nuestros criterios de interpretación; porque la contingencia es
el arte de interpretar, es la hermenéutica de la naturaleza. En el lado opuesto, las religiones hablan de un
Único Necesario que es inmutable y que por singularidad inamovible es el referente inevitable; no
pudiendo expresarse totalmente en palabras, tiene como cualidad fundamental la inefabilidad y las
palabras que se emplean para hablar de Él son siempre incompletas, siempre incapaces de agotar la
totalidad de su ser; sólo el silencio lo insinúa.
26
Cuando hablamos de religiones no nos estamos refiriendo exclusivamente a las instituciones que
vemos en el mundo; aunque también las consideramos a ellas, pensamos especialmente en la actitud
interior de cada individuo que sincera y honestamente anhela la verdad, la belleza y la bondad y se
reconoce envuelto en una realidad siempre más allá de sus posibilidades de comprensión.
27
Dn. José Ortega y Gasset.
10
28
Pensamos en esa frase declarada por Clemente de Alejandría: “bien pronto harán lo que no está
permitido los que hacen todo lo que está permitido”.
29
Estamos parafraseando a José María Cabodevilla cuando se refiere a la vida después de la muerte
como al 32 de diciembre.
30
Nuevamente tenemos a Cabodevilla en la mente, especialmente cuando afirma que “el espacio es la
vista de Dios; el tiempo, su oído; la cualidad, su olfato; la substancia, su gusto; el movimiento, su tacto; el
hombre, su sexto sentido.”
11
La epistemología de la realidad
Los presupuestos y las condiciones iniciales de las ciencias y de las religiones
son esencialmente las mismas, a saber, que la realidad es inteligible
(racionalidad de peso ontológico, es decir, del nivel del ser), que el hombre
posee la capacidad de abordar con el entendimiento dicha realidad, aunque no
la agote (epistemología) y que el conocimiento de la misma tiene un inevitable
valor asociado (ética). Como se puede ver claramente, este fondo común tiene
como cimientos la forma concreta en la que el cerebro humano percibe lo real;
esto es, que no se puede desprender el hecho de la percepción del de la
interpretación 31 . La rama de las ciencias que se denomina neurociencia ha
trabajado desde hace unos veinte años con este fenómeno y ha venido
revelando la inesperada complicación del hecho interpretativo; sin embargo, la
filosofía o, más concretamente, la epistemología, que es mucho más antigua, ha
desvelado poco a poco las líneas de razonamiento de la mente. En otras
palabras, neurociencia y epistemología tienen un área enorme de intersección,
la hermenéutica.
Otro elemento que apoya lo que acabamos de afirmar es que tanto las
ciencias como las religiones experimentan la profunda necesidad de tener un
referente inmutable, fijo, absoluto; las primeras han pensado, a lo largo de la
historia, en el sistema de las estrellas fijas, en la velocidad de la luz, en la vida,
en las fluctuaciones cuánticas del vacío, etc. y les han llamado axiomas; las
segundas han hablado del Único Necesario, del Uno absoluto, del Padre Eterno,
del Todopoderoso, etc., siempre conceptuando al Sumo Hacedor como dogma.
Cuando P.A.M. Dirac, en los años cincuenta, expresó las constantes más
importantes de la física en términos de unidades naturales 34 , encontró que
todas esas constantes se reducían ya sea a la unidad, a cero o a -1, excepto tres:
la edad del universo ( ∼ 1040 ) , la constante de gravitación universal ( ∼ 10−40 ) y la
constante de interacciones débiles ( ∼ 10−20 ) . Su conclusión fue muy simple: la
constante de gravitación universal es inversamente proporcional a la edad del
universo; es decir, que la constante de gravitación universal no es constante y
que, en consecuencia, depende del envejecimiento del cosmos. Él mismo se
sorprendió sobremanera cuando vio esto y se concretó a subrayar su asombro
sin dar un paso más allá. De igual forma, Ilya Prigogine mostró al mundo la
importancia de tener en cuenta el carácter irreversible del tiempo en la
autoorganización de la materia; que no es posible inferir ningún resultado
sólido si no se tiene en consideración dicho comportamiento del mundo; pero
no llegó a concluir que el tiempo siempre toma la iniciativa en el
desenvolvimiento de la naturaleza, en las grandes decisiones de la evolución y
en la selección de estructuras, haciendo con ello del espacio la huella del tiempo
(aunque habría que mencionar que el hecho de considerar al tiempo como un
operador –en franca contraposición con Newton y con Einstein- ya conlleva la
consecuencia de que es el tiempo el principal “hacedor” de espacio). ¿Qué
sucedió con estos sabios? ¿Tuvieron miedo de ir más allá de sus conocimientos
33
Lo enorme es lo e-norme, es decir, lo que se encuentra fuera de la norma, no simplemente al margen
como en las ciencias; que no obedeciendo a ninguna de las leyes que aquí abajo conocemos, permanece
como la excepción absoluta. La grandeza y la precariedad de ese Dios se refiere explícitamente al Dios de
los cristianos.
34
Como unidad de longitud empleó el radio promedio del átomo de hidrógeno; como unidad de tiempo
empleó el tiempo que emplea la luz en recorrer dicho radio; como unidad de masa utilizó la masa del
electrón.
13
No niego que entre los mundos de las ciencias y de las religiones puede
haber un abismo de diferencia en muchos sentidos, pero tampoco niego que la
honradez del pensamiento, del acto y de la existencia toda ella versada en la
búsqueda de un hilo conductor de la verdad, si no ya de la verdad misma,
puede conducir al borde que, al ser sentido en las plantas de los pies, hace
correr un frío, un no sé qué por la espalda que “paraliza” en abierta
contemplación. Eso que llamamos “honradez del pensamiento” es
verdaderamente el más alto grado de silencio interior; y el silencio no es la
ausencia de ruido, sino la profunda actitud de escucha frente a un mundo que
grita con su sola existencia la fuente de la que procede, la Mano aquella que
pasó por los bosques y los dejó cubiertos con su belleza 37 . Sí, más de uno puede
escandalizarse por lo que decimos; tanto las ciencias como las religiones son
capaces de despertar auténticos éxtasis en aquellos que van hasta las últimas
consecuencias de su pensamiento, adoptado éste como fuente del espíritu.
35
Esto nos recuerda la épica aportación que al conocimiento hizo J.C. Maxwell cuando relacionó la
teoría electromagnética con la óptica; y que, de facto, comprendía en su interior a la teoría especial de la
relatividad, desentrañada después por A. Einstein.
36
Que es el auténtico sentido del término enajenación.
37
Torpemente parafraseando a san Juan de la Cruz en su maravilloso verso que reza:
38
Y deberíamos en este momento estar aún más conscientes de que todos los instantes de la vida son
igualmente irreversibles; que el hecho de nacer es tan contundente como la muerte. Sin embargo, esta
última es vista las más de las veces como inoportuna e indeseada, en una actitud de apego a la vida que
tiene más de inercia que de verdadero anhelo de realización personal.
39
La palabra CADAVER se deriva de las iniciales de la frase latina “CAro DAta VERmibus”, es decir,
carne dada a los gusanos; o como dice elegantemente Quevedo, “esos gusanos que hoy te visten, mañana
te desvisten”.
40
Aconsejamos al lector en este punto detenerse para hacer un pequeño ejercicio: primero piense en lo
que para uno es la muerte y, en un segundo momento, dedicar unos minutos a observar detalladamente el
cuadro de Peter Bruegel el viejo intitulado “El triunfo de la muerte”.
41
Parafraseando a Jorge Luis Borges.
42
Dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para el verbo ser: “verbo sustantivo
que afirma del sujeto lo que significa el atributo”. Ya nos podremos imaginar cuando el atributo es
justamente ser.
43
El devenir es la realidad entendida como proceso o cambio (a veces se opone al ser); es el proceso
mediante el cual algo se hace o llega a ser.
15
44
Lo que incluye al hombre mismo.
45
A. Heschel.
46
É. Lévinas.
16
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