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El devenir trascendente en la ciencia


Lo admirable y lo inesperado en la naturaleza

Dr. Alexandre S.F. de Pomposo

Introducción
El saber humano es siempre relativo a las realidades del mundo; la matemática
no es el lenguaje de la naturaleza, es el lenguaje de nuestro cerebro
interpretándola. Esta es la gran dificultad que tiene que enfrentar la intuición
del hombre: si, como dice la definición clásica, la ciencia es el conocimiento
cierto de las cosas por sus principios y causas, si es el cuerpo de doctrina
metódicamente formado y ordenado, que constituye un ramo particular del saber
humano 1 , entonces bien magras resultan las posibilidades de la mente humana
de cara a la realidad del mundo. Decimos esto pensando en que el mismo
proceso del conocimiento, es decir, de la compleja interacción de la realidad
(tanto interior como exterior al hombre) con los medios o instrumentos de
percepción (que aquí llamaremos neuralidad), dista mucho de estar bien
dilucidada en este momento de la historia. 2

Con lo anterior en la mente, podemos incoar la dificultad en la “maraña”


de interacciones que hay entre las ciencias, la filosofía y la fe. 3 Ya que el cerebro
humano se encuentra en el crucero de caminos entre la realidad y la imagen que
logramos de ella, es decir, de la interpretación o hermenéutica de dicha realidad,
está claro que no podemos prescindir de una cierta humildad mínima que nos
haga reconocer la dosis sana de relativismo en nuestro conocimiento. Ni el
subjetivismo, ni el objetivismo puros son capaces de informar al hombre acerca
de las reglas del comportamiento del mundo, ni de consolarle en la desazón de
la existencia. Sí, el espíritu del hombre necesita consolación para la brevedad de
la vida 4 , que puede ser, a la vez, dolorosa y maravillosa, siempre apasionante.

1
Como lo cita textualmente el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española; las cursivas son
nuestras para marcar lo que más adelante diremos explícitamente acerca del método del conocimiento.
2
Aunque este no es el sitio indicado para hablar en detalle acerca de las bases neuronales del
conocimiento, baste concienciar nuestras actitudes sobre la ingente cantidad de investigación que se lleva
al cabo desde hace aproximadamente veinte años sobre los fenómenos de percepción, interpretación,
orígenes de la voluntad, sentido de la realidad, etc. en el ámbito de las neurociencias. El Prof. E.R. Kandel
y su equipo de investigadores se encuentra en gran medida en el epicentro de dicha línea de estudio.
3
Como veremos más adelante, cuando hablamos de filosofía en este comentario, nos estaremos
refiriendo a la epistemología, es decir, a la teoría del conocimiento como tal. Esta es, creemos, la piedra
de toque en las relaciones entre ciencia y fe; no queremos decir con ello que todo se reduce a un puro
problema de uso del lenguaje ya que, como diría Jacques Lacan, inconsciente y lenguaje se estructuran
uno al otro.
4
En paráfrasis de J.Ma. Cabodevilla.
2

El comienzo de la actividad científica


Es común que se hable de “la ciencia” como si se tratase de una disciplina
perfectamente monolítica y unificada en todos sus criterios de discernimiento.
No es así; las ciencias se deben mencionar en plural, a no ser que se trate de un
matiz común a todas ellas. Baste para comprender esto tomar en consideración
la gran diversidad de lenguajes y simbolismos, muchas veces dispares y hasta
contradictorios, las perspectivas de apreciación de la realidad tan diversas. Así,
por ejemplo, la física consideró durante siglos al tiempo ya como parámetro, ya
como dimensión, coordenada o grado de libertad de los sistemas; siempre tan
simétrico e indiferente al sentido de evolución de la naturaleza. Sin embargo, la
biología sí que se vio obligada a tomar siempre en cuenta la dirección y el
significado de la organización de los seres vivos. Así y todo, a comienzos de los
años cincuenta, Einstein confesaba que para él la temporalidad sólo era
irreversible de manera ilusoria, y ya hacía muchos lustros que la taxonomía de
Cuvier y la teoría de la evolución de las especies de Lamarck y Darwin gozaban
de amplia aceptación. No es sino a partir del desarrollo de la termodinámica de
los fenómenos irreversibles desarrollada por De Donder y Prigogine (eso sí,
partiendo en buena medida de las ideas de Boltzmann) que en la física se
empieza a considerar seriamente este tema.

La matemática misma 5 , con su lenguaje simbólico, no pocas veces se ha


visto retada a desarrollar elementos de investigación novísimos en aras a
mantener la coherencia de su aparato de pensamiento. No obstante, esta
disciplina ha procurado un sinfín de herramientas conceptuales y estructurales
al pensamiento científico; tanto, que es esta forma muy particular de poesía la
que más puede contribuir a jerarquizar el pensamiento, poniendo un orden
definitivo (aunque a veces discutible) en las ideas y en su concatenación.

A pesar de esto, las ciencias sí plantean al mundo de la fe una serie de


preguntas (que, de hecho, se formula a sí misma también) que tocan de lleno los
límites del conocimiento. Esto no significa que dichos límites, una vez
alcanzados, se vean detenidos cual muralla, sino que, susceptibles ellos también
de evolucionar, se han visto simplemente alcanzados por el impulso de la
voluntad humana. En pocas palabras, pensando en voz alta, las ciencias dicen
sus límites y con ello muestran una peculiaridad del espíritu humano, a saber,
que es un espíritu inquieto. Por ello, todo lo que pueda proceder de esta
inquietud interpela al hombre en su condición de hombre, no sólo de hombre
de ciencia. 6

5
Mencionamos de paso que aquí consideramos que las matemáticas no son una ciencia en el sentido
epistemológico de su marcha, pues una ciencia, partiendo de la experiencia, se retira ascéticamente a la
abstracción para crear modelos que expliquen una parte de la realidad, para luego retornar a la experiencia
original, constatando qué tan válido resultó su modelo. Las matemáticas, en cambio, nacen, viven y
mueren en la abstracción (nos referimos, por supuesto, a la matemática pura).
6
Tanto el hombre de ciencia, como el hombre de fe, antes que nada son hombre simplemente (vide ad
infra).
3

Baste mencionar aquí algunas de las principales cuestiones que las


ciencias se encuentran en este momento: el origen y el fin del universo ponen de
relieve la búsqueda de un comienzo, la teleología cósmica 7 y el sentido del
tiempo; la termodinámica de los fenómenos irreversibles que intenta formular
los criterios por medio de los cuales la materia “decide” asumir una u otra
estructura o forma de organización; las mismas rupturas de simetría, que
ocupan al cosmos entero 8 ; partiendo, la franca asimetría que existe en la
distribución morfológica de las biomoléculas 9 , tan íntimamente asociado a la
aparición del fenómeno de la vida; la vida, como una universalización de la
biología; la vida inteligente, que a manera de ardid de la naturaleza pareciese
que entra en el mundo para que el cosmos se piense a sí mismo 10 ; la
enfermedad, esa forma anormal de vida en la que se conjugan rupturas de
simetría, cargas emocionales profundísimas y conciencia de la irreversibilidad
de los fenómenos naturales; la muerte como disolución de las estructuras
establecidas.

Todas estas cuestiones, entre las más relevantes, tienen en común que
confrontan a los hombres de ciencia con la enorme incapacidad de la
metodología, del lenguaje y de las herramientas para estudiarles
exhaustivamente. Nos parece que aquí nos enfrentamos a los arcanos o a las
cosas que permanecen secretas para las ciencias; como si viésemos de pronto
cosas inaccesibles a la razón. Aquello que provocó que paulatinamente
surgiesen las diferentes disciplinas científicas, la utilización sistemática del
pensamiento comprobable y modelable de los fenómenos naturales, huyendo
de cualquier forma de ideación mágica o totémica, se ve de súbito paralizada
ante problemas que la rebasan. Tal parece que no habíamos parado mientes en
que el mundo que pretendemos comprender como si no formásemos parte de
él, nos incluye adentro de él; inclusive nos da la impresión de que nuestra
libertad, tan aparentemente independiente de todas las cosas del mundo,
también está irreparablemente sujeta a las reglas del juego universal. O, tal vez,
podemos pensar que sólo le falta a las ciencias desarrollar las diversas técnicas o
útiles para redefinir esas problemáticas y, esperando la lógica evolución del
conocimiento, resolverlas de forma convincente.

Como sea, las ciencias se encuentran en una situación muy particular;


por un lado se ha dejado entrever la gran penetración que tienen en la
organización del mundo pero, por otro lado, no esconde su malestar ante
preguntas que incomodan a dichas ciencias, porque parecen violentar las bases
sobre las que se construyen. A saber, éstas se resumen en el hecho
7
La teleología es la doctrina o disciplina que estudia las causas finales de la realidad.
8
Recordemos que la densidad media del universo es un hidrogenión (i.e. un protón) por metro cúbico, lo
que significa que, para fines prácticos, el universo está casi vacío. Esto coloca a las diversas formas en
que la materia se organiza y que ocupan primordialmente a las ciencias, en auténticas singularidades.
9
Que en bioquímica recibe el nombre de quiralidad, por referirse a las posibles simetrías ópticas derecha
o izquierda (basándose para ello en la dirección en la que polarizan circularmente a la luz cuando ésta
pasa a través de ellas).
10
Nótese la inevitable tautología (i.e. el uso de una palabra en la definición de la misma palabra, como
cuando se dice que un gato es… un gato).
4

“indiscutible” de que en el mundo hay algo en lugar de nada; este axioma 11 ha


barreado el coto de caza de las ciencias y, en consecuencia, cerrado la
posibilidad a la investigación profunda del por qué de las cosas. Perfectamente
natural, dirían algunos, pues las ciencias deben concretarse a investigar los
eventos que se puedan reproducir en laboratorio o conceptuar de manera
controlada. Pero incluso este razonamiento, que es el más limitante para el
conocimiento científico, muestra que cuando las ciencias llegan a su límite,
justamente llegan al límite del conocimiento científico, no del conocimiento a
secas.

En esto último radica la dificultad más relevante para las ciencias, ya que
ellas se ocupan muy principalmente de los mecanismos íntimos de la mente
humana. Sin embargo, como lo hemos mencionado en el listado de las grandes
preguntas que las ciencias se hacen, la inteligencia es una de esas preguntas; y
más allá de la admirable organización de la corteza cerebral, se encuentran los
aspectos estrictamente epistemológicos y los argumentos que la mueven del
conocimiento experiencial y “geométrico” hacia el nivel de la intuición 12 . Esta
intuición es la percepción íntima e instantánea de una idea o de una verdad, tal
como si se tuviera a la vista; es la facultad de comprender las cosas
instantáneamente, sin razonamiento; es, como se diría en teología, la visión
beatífica misma. Ahora bien, expresiones como la última resultan totalmente
aberrantes en el ámbito de las ciencias llamadas exactas. De acuerdo, pero sí
que tendremos que reconocer que sin la experiencia intuitiva resulta muy difícil
abordar los problemas mencionados arriba; es más, le quitaríamos al
pensamiento científico uno de sus utensilios más valiosos, gracias al cual la
civilización, como sea, ha avanzado en su construcción y en su afianzamiento.
Pero, de igual forma, si los hombres de ciencia se negaran a sí mismos la
posibilidad de comprender el mundo con todas las posibilidades que les ofrece
(y la intuición es una de ellas) sufrirían de una miopía espiritual tal que
confundirían las partes con el todo, lo finito con lo infinito; sería como aquel a
quien mostrándosele la Luna con el dedo, se concentrase sólo en observar el
dedo, no la Luna.

Desde los comienzos de los estudios científicos del mundo se planteó la


cuestión de la metodología de su investigación; desgraciadamente, con los
siglos y algunas experiencias desafortunadas, ese análisis quedó cada vez más
relegado a algunos filósofos interesados en el devenir de las ciencias o a
algunos hombres de ciencia que hacia el final de sus existencias consagraron un
tiempo a meditar al respecto. Pocos han sido, en cambio, los hombres que desde
el terreno de la fe consideraron el papel del hombre en el mundo. El
distanciamiento que se labró en unos siglos fue tal que, en algunas ocasiones,
llegó a haber un desprecio abierto entre ambos grupos de intelectuales (en

11
Entendemos por axioma una proposición tan clara y evidente que se admite sin necesidad de
demostración.
12
Esta fue una de las incógnitas principales que llevaron a Spinoza a presentar su Ética según el método
geométrico, es decir, postulando axiomas y demostrando lemas y teoremas.
5

detrimento de ambos también). Vemos ahora cómo las ciencias postulan vías de
entendimiento que arrojan no poca luz en la forma en que se conoce la realidad,
aún no sabiendo qué es eso exactamente.

Innegablemente, por ejemplo, la lectura del genoma humano representa


un gran paso en la lectura de la realidad material subyacente al hombre; pero
ello no quiere decir, ni por asomo, que esa realidad ya esté totalmente
desplegada (así sea en potencia) en dicho código genético. Toda proporción
guardada, sería como pretender leer un diario chino con la sola ayuda de un
diccionario chino-español, español-chino. El cerebro humano es un objeto
histórico, es verdad; pero quien pretenda que la historia es sólo memoria, le está
quitando a la primera la posibilidad de ser interpretada en aras al devenir de la
humanidad. De igual manera, el hombre tiene inevitablemente un substrato
material, indispensable para desarrollar sus potencialidades. ¿Dónde radica la
voluntad del hombre? ¿Cuál es el sitio en el que sienta sus reales la creatividad
y la imaginación? ¿Por qué el ser humano es, hasta donde sabemos, el único ser
que puede pasar de ver a observar, de oír a escuchar, de sentir a experimentar,
etc.? Porque la realidad humana posee muchas facetas y matices, que aun
teniendo instintos, puede incluso dejar de comer para contemplar el mundo, el
espíritu humano y lo invisible; porque es capaz de comprender que no se basta
a sí mismo, ni como individuo, ni como estirpe; porque su auténtica vocación es
la inquietud; porque sólo la desmedida es su justa medida.

Las ciencias tienen en sus manos el poder de penetrar en la intimidad del


mundo y, empero, podemos predecir con siglos de adelanto, cuándo una
estrella será ocultada de nuestra vista terrestre por un planeta, pero no
podemos decir por adelantado el lugar en el que caerá un rayo que puede matar
a una persona. El cálculo de las probabilidades ha tomado en buena medida la
estafeta de la Providencia, aunque la consolación que se puede recibir de la
segunda, el primero no tiene la más mínima posibilidad de otorgarla. ¿Son por
ello la estadística y la probabilidad disciplinas “inútiles”? No, precisamente; las
ciencias son útiles; la Providencia es estrictamente hablando inútil, ya que en
realidad es supra-útil. Y el hombre tiene necesidad de ambas.

Cuando se teje una media, se puede discutir en longitud acerca de cuál es


el punto de tejido más hermoso, el más conveniente, el más cómodo, etc. Pero
nadie podrá negar que sólo tiene sentido hablar de tejer una media si se tiene
presente en la mente y en las manos tejedoras que esa media se destina a una
pierna (que, además, se encuentra en permanente crecimiento). Así, las ciencias
tejen una realidad cósmica de incalculable valor; pero lo que ellas tienen que
decirle al mundo de la fe es que no se puede olvidar que ese conocimiento
entretejido, lo está, sí, con la realidad humana también. La Creación 13 aspira con
todas sus fuerzas a conocer la revelación del hombre, del hombre de ciencia que
honestamente investiga su realidad circundante, sin con ello excluirse a sí
mismo.

13
Vocablo de estricto origen teológico.
6

Lo que las religiones dicen a las ciencias


Si las ciencias guardan una diferencia fundamental con las religiones en lo
referente al lenguaje, no resulta menos llamativa la constatación de que tanto
unas como otras buscan una coherencia similar al tender a satisfacer el espíritu
humano. Sin embargo, el ámbito de la fe también posee su propio marco de
referencia; un marco que echa mano de lo invisible, reconociendo así que la
realidad humana rebasa con mucho cualquier explicación totalizadora y
previsora del misterio del hombre. El hombre es, antes que nada, una
singularidad imprevisible; por eso todos los modelos propuestos para la
personalidad han fracasado en mayor o en menor grado 14 .

El hecho religioso ha constituido desde sus orígenes un intento muy serio


de respuesta ante la desolación de la muerte, que parece tan injusta,
imprevisible, inoportuna y coartadora. Desde que el hombre se dio cuenta de
que la muerte era un evento irreversible, buscó la consolación de una idea,
concepto, estructura, ente, que lograse mitigar su pena, secar sus lágrimas y
darle las fuerzas necesarias para reemprender la vida con sus luchas, búsquedas
e incertidumbres. Nunca fue el hecho religioso, originariamente hablando, una
actitud de cobardía; muy por lo contrario, la búsqueda de trascendencia
constituyó uno de los primeros pasos que marcaron para siempre la entidad
humana como tal; probablemente la hominización se consolidó con semejantes
actitudes. La necesidad de saber qué sucede después de la muerte, de encontrar
una unión con el más allá, lo sobrenatural ha existido siempre. Todas las
religiones intentan ofrecer respuestas a esas preguntas. Judaísmo, cristianismo,
hinduismo, sintoismo, islamismo, budismo, tienen en común el ser el último
recurso del hombre en presencia de lo irracional. Las religiones se manifiestan
por una serie de ritos, gestos, símbolos, creencias, dogmas, que hacen que el
hombre profano penetre en el mundo sagrado. El hecho religioso nace
justamente del encuentro frontal entre la conciencia del hombre y lo inefable.
Cada religión tiene su propia personalidad, ligada a la de su fundador y al
contexto histórico, geográfico y político en el que apareció.

A partir de mediados del siglo XIX las ciencias se desarrollaron de


manera exponencial (sin temor a la exageración); tanto fue esto que las más de
las veces el entendimiento se vio superado por la voluntad, lo que en muchas
ocasiones trajo como consecuencia traspiés en terrenos como el de la ética y la
moral científicas. Por su parte, el pensamiento religioso se encontró muy
seguido en conflicto con dichos resultados, no sólo porque quedaba en
entredicho la interpretación que de la realidad hacía ese pensamiento; también
la metodología y la sistemática negación de cualquier procedimiento no
comprobable (según la misma metodología) constituyeron el punto neurálgico

14
Desde Freud hasta Fromm, pasando por espíritus brillantes como los de Maslow, Skinner, Mahler,
Frankl, Adler, etc. no han logrado encuadrar al hombre en su realidad; todos, más o menos
explícitamente, han simplificado excesivamente, ora el papel del hombre en el mundo, ora la imagen que
el ser humano posee de sí mismo, ora la clave de la trascendencia antropológica.
7

de las relaciones entre las ciencias y las religiones. También se debe decir que en
el mundo de la fe se dieron espíritus preclaros que consagraron una buena
parte de sus esfuerzos al análisis del pensamiento científico y de sus procederes.

De igual forma que las ciencias plantean problemas de gran envergadura


al hombre, poniendo en evidencia los límites de su conocimiento comprobable,
las religiones ponen a prueba las consistencias del pensamiento intuitivo, hasta
sus últimas consecuencias. Aspectos fundamentales de este pensamiento son: la
Creación como emanación del cosmos a partir del Ser Divino; la manutención
del universo 15 ; el sentido (como dirección y significado) del mundo 16 ; el pecado
y la disolución del plan de Dios 17 ; el sentido de culpa y la necesidad de perdón,
con la proporción de intencionalidad que tiene el pensamiento y la acción
humanas 18 ; la Redención, cuando el hombre experimenta la necesidad de
salvarse de una situación evidentemente enfermiza como el egoísmo, el
repliegue sobre sí mismo y la ceguera sobre la realidad del otro 19 ; el fin de los
tiempos, esto es, la escatología 20 del ser; las consideraciones acerca de la
temporalidad, ya sea lineal (como en las religiones estrictamente monoteístas),
ya sea cíclico (como en las religiones que aceptan la trasmigración de las almas);
la trascendencia y la actividad del grupo humano en el mundo (misiones,
deberes, acciones sociales, etc.); realidad trascendente del cosmos como totalidad
llamada a dialogar con el infinito en un encuentro transformante en definitiva.

Tales retos para el intelecto que intuye y busca en la obscuridad de la


irracionalidad, o mejor aún, de la transracionalidad, la luz del sentido total, son
monumentales y, eventualmente, sólo se pueden abordar desde una perspectiva
creyente, es decir, desde la fe 21 . En efecto, este proceder de las religiones

15
Que requieren de elementos tales como la Gracia y la Providencia, a manera de intervención eficaz de
la acción divina en el espacio-tiempo.
16
Esto es, la teleología del cosmos, pregunta idéntica a la que se formula la física, la cosmología y la
astrofísica relativista.
17
Lo que viene a significar, en el lenguaje de la estructura del mundo material, las rupturas de simetría,
las dislocaciones que en los seres vivos se traducen en fracturas del devenir que consideramos como
normal en biología, la enfermedad como fenómeno natural y la muerte como disolución definitiva de un
nivel de organización.
18
Aquí es menester el mencionar que términos como culpa, más allá de cualquier mito fundacional, tiene
en consideración las rupturas de simetría en las relaciones interpersonales que inciden en la conciencia de
cada individuo. Aspectos tan importantes tales como la deontología, la ética y la moral nacen de la
claridad en esta línea de pensamiento; una buena parte de la estirpe humana se cifra en esta plataforma.
19
En este punto se vuelve necesario hacer explícita la razón de la teología acerca de este tema: se
enfrenta a la dificultad de considerar la posibilidad de un Dios Creador que se introduce en su obra, es
decir, en el mundo; de asumir en ese momento toda la condición del hombre, con sus grandezas y con sus
miserias, hasta dejarse aplastar si es necesario, por amor a esos hombres, con tal de reivindicar ante el
Creador las primicias de su obra; y, finalmente, para asumir en su totalidad la realidad cósmica, es decir,
materia, energía y cualquier otra forma insospechada de verdad.
20
La escatología se refiere a las realidades últimas del universo, incluyendo al hombre, es decir, al fin
último de la totalidad (tema muy afín a la cosmología arriba mencionada).
21
La fe es la luz y el conocimiento sobrenatural con que sin ver se cree lo que Dios u otra autoridad
dicen. No obstante esta definición de diccionario, la fe es una virtud teologal (i.e. relativa o perteneciente
a la teología) con una dimensión ampliamente abierta a lo desconocido, pero iluminada de la luz de la
verdad sobrenatural, siempre certera en ese contexto; la fe es una virtud mistérica, que se propone como
único fin ver lo invisible (no en el sentido material del término “ver” sino en el del conocimiento).
8

muestra lo complejo que resulta para la mente humana considerar el horizonte


del conocimiento. Sin embargo, no es por ello que la fe sea sólo una confesión
de ignorancia; es, antes que nada, un anhelo certero de alcanzar a toda costa
una verdad inefable. Vemos, pues, que su método es enteramente distinto al de
las ciencias y, no obstante, logra su cometido. ¿Hay una contradicción frontal
ahí? Pensamos que no ya que el cerebro que estudia las razones físicas de una
aurora boreal es el mismo que puede ver a Dios en un arrobamiento.

Si se analiza de cerca la lista de tópicos propuestos por las religiones 22 se


podrá constatar, sorprendentemente, que es bastante paralela a la de las
cuestiones centrales de las ciencias. Nuevamente, es normal; finalmente, el
hombre de fe y el hombre de ciencia aspiran a desvelar todas las facetas de la
realidad, esto es, ambos buscan denodadamente arrojar luz en el espíritu
humano, justificando plenamente su presencia en el mundo y fijando su
propósito, su destino, su devenir, su razón de ser. El mundo es una especie de
obra de teatro complejísima, apasionante e impredecible en muchos aspectos 23 ;
desearíamos conocer el plan de la obra. El escenario no es simplemente una
gran habitación obscura que tendríamos que ir descubriendo poco a poco, hasta
agotar las posibilidades, no; es una habitación cuyo tamaño varía
constantemente, en donde las reglas mismas del juego cósmico no parecen estar
fijas de una vez y para siempre, en donde el observador forma parte del
escenario. Es verdad que el hombre de fe asume algunas consideraciones que
no pueden ni ser demostradas, ni refutadas con base en la experiencia
espaciotemporal; pero, las ciencias hacen otro tanto cada vez que deben asumir
la parte operacional de sus principios.

Las religiones, que apelan al principio de no contradicción, interpelan a


las ciencias en cuanto que son actividades humanas que tienen en sus manos la
posibilidad de construir o destruir a la humanidad. En cuanto a construir o
destruir el mundo como tal, la auténtica ecología consiste en asumir la
presencia humana al interior del mundo y que cualquier actitud inconveniente
o simplemente discorde con las reglas de ese mundo afectan primordialmente
al hombre mismo; el universo tiene sus capacidades de reacción ante esa
“infección” que le ataca llamada “hombre”. Es indispensable, pues, que el ser
humano vea más allá de sí mismo, que trascienda 24 .

22
Vide ad supra. Por supuesto que dicho listado no es, ni de lejos, exhaustivo; sin embargo sí que cubre
las principales cuestiones que el hecho religioso ha descubierto a lo largo de los milenios.
23
El hombre es uno de esos aspectos impredecibles.
24
La trascendencia es la epistemología extrema; ésta, a su vez, es una concepción cualitativa y jerárquica
del mundo concebido como un sistema ascendente en el cual los hechos se relacionan con las ideas y
éstas están ligadas con principios. Como en cualquier sistema de pensamiento, se presenta la necesidad de
referencias inamovibles (eternas) cuya veracidad no dependa exclusivamente de los hechos, ni de su
concatenación, ni de sus dependencias, ni de su persistencia, ni de su aparición o desaparición, ni de los
tiempos, lugares o costumbres; dichas relaciones o referencias son inmutables, imperfectibles, inviolables,
imprescriptibles, inalienables y siempre exigibles. En pocas palabras, entendemos por trascendencia al
impulso vital que lleva a considerar la materia y toda la realidad tangible como no bastándose a sí misma.
Obviamente, por esta razón, las ciencias no utilizan el vocablo trascendencia como tal; pero sí que
muestran con frecuencia la necesidad de esos sistemas fijos (v.gr. el sistema de las estrellas fijas de
Newton, la teoría del campo unificado de Einstein, etc.).
9

Se puede jugar con las palabras y pensar que “ver lo invisible” es algo
como asomarse al microscopio y descubrir bacilos; o predecir en un papel la
existencia de un planeta aún no observado al través del telescopio. Eso sería
caricaturesco para la condición del pensamiento humano. En efecto, el espíritu
tiene la capacidad de viajar hasta donde nunca pueda ir, hasta los mundos que
sólo los sueños pueden acariciar; empero, el precio que se paga para ello es que
se tiene que ceder el nivel de conocimiento que poseía al restringirse a la
constatación del laboratorio; debe hacer la transición del lenguaje de la imagen
al del símbolo, de la palabra tecnificada a la metáfora, del vocablo sonoro al
silencio evocador de la contemplación. Ambos niveles son indispensables para
el hombre, ambos estratos garantizan al ser humano el alimento a su acción y
ninguno posee mayor o menor grado de precisión que el otro. ¿Por qué esta
diferencia y este salto de nivel de realidad? Porque no hay común medida entre
lo finito y lo infinito, entre lo contingente y lo necesario 25 . En la naturaleza todo
es contingente; las religiones asumen dicha contingencia y la acercan a lo
necesario, sin jamás alcanzarle. Por eso las religiones son fundamentales, como
pensamiento trascendente 26 ; sin ellas, ni el hombre de ciencia, ni el artista, ni
nadie podría aspirar a intuir el devenir misterioso del hombre, del mundo y de
toda la realidad. “El hombre es él y su circunstancia” 27 , sí, pero pensamos que
el hombre es él, su circunstancia y más. Ese agregado a la realidad del hombre
es con mucho la porción más amplia de la realidad humana y las religiones nos
recuerdan que ella es indispensable para que la felicidad sea no un premio al
esfuerzo, sino el esfuerzo mismo. Por eso el auténtico mundo de la fe no puede
prescindir de la materia y sus leyes; no es ese un mundo desencarnado, que se
encontrara fuera de la realidad. Una psicosis colectiva no sabría consolar a los
individuos, ni sabría infundirles esperanza, razón de vivir y sentido al cotidiano
vital, tan lleno de tiempo y de su huella, el espacio.

¿Cuál es el peso específico de cada instante? La termodinámica de los


fenómenos irreversibles balbucea una respuesta tentativa: la organización de la
materia, las rupturas de simetría y la tensión del devenir de los sistemas (las
estructuras disipativas). Las religiones afirman, en cambio, con una palabra
rotunda que ese peso es la eternidad; de tal suerte que todo se juega en el ahora,

25
Los conceptos de necesidad y contingencia son de gran importancia en epistemología de las ciencias.
Se dice necesario aquello que siendo como es no puede ser distinto: es lo que es y no tiene sentido pensar
en otra posibilidad. En cambio, es contingente aquello que siendo como es podía ser distinto. Aunque más
de uno puede pensar que tal distinción obedece a un pensamiento “bizantino”, no es así. Las leyes de la
naturaleza son a todas luces contingentes y los descubrimientos científicos de la historia ampliamente han
demostrado cuán modificables pueden ser nuestros criterios de interpretación; porque la contingencia es
el arte de interpretar, es la hermenéutica de la naturaleza. En el lado opuesto, las religiones hablan de un
Único Necesario que es inmutable y que por singularidad inamovible es el referente inevitable; no
pudiendo expresarse totalmente en palabras, tiene como cualidad fundamental la inefabilidad y las
palabras que se emplean para hablar de Él son siempre incompletas, siempre incapaces de agotar la
totalidad de su ser; sólo el silencio lo insinúa.
26
Cuando hablamos de religiones no nos estamos refiriendo exclusivamente a las instituciones que
vemos en el mundo; aunque también las consideramos a ellas, pensamos especialmente en la actitud
interior de cada individuo que sincera y honestamente anhela la verdad, la belleza y la bondad y se
reconoce envuelto en una realidad siempre más allá de sus posibilidades de comprensión.
27
Dn. José Ortega y Gasset.
10

incluso la materia con su devenir, pero también la conciencia del hombre, su


percepción del mundo, la existencia de su cuerpo y el cuerpo de su existencia.
¿Podría ser de otro modo? Pensamos que no; el concepto de un ser pensante
que únicamente acepta lo que se demuestra termina no viendo lo que se le
muestra 28 . Tenemos que superar la tentación de la ignorancia porque el hombre
limita al sur con la tierra, al este con sus recuerdos, al oeste con sus temores, ¿y
al norte? También la Polar queda al sur.

Los hombres no se conocen a sí mismos: su carne es opaca. Y su carne


significa dolor. No sólo superficialidad, impureza, narcisismo, sino también, y
principalmente, sufrimiento. Es como el costado dolorido del alma, aquella
parte suya, vulnerable por definición, que está en contacto con todos los agentes
erosivos. Mientras el cuerpo, capaz de placeres muy fugaces en sus zonas más
exteriores, es por dentro una semilla de muerte, el alma, con facultades de gozo
imperecedero en la raíz de su ser, sufre y pena y es castigada en su vertiente
limítrofe con la carne, allí donde la carne se adelgaza y sutiliza tanto que se
hace ya alma, alma vulnerable29 . La fe le recuerda a las ciencias que el tiempo es
corto y que hay que aprovecharlo; que el tiempo es lento y que hay que tener
paciencia; que el tiempo es irreversible y que hay que mirar al futuro; que el
tiempo puede ser redimido y que hay que mirar al pasado; que el tiempo es el
paso del Eterno por nuestras vidas y que hay que estar atentos al presente, al
ahora 30 . Todo esto lo saben bien los buenos hombres de ciencia que entienden
que información no es entendimiento, como lo sabía aquel sabio que escribió en
su diario: “Así como el enamorado no cesa de repasar una y otra vez las líneas
del rostro de su amada en aquel camafeo, descubriendo más y más razones para
seguir amando… Así vuelvo a encontrar las trazas de la asiduidad, de la dicha,
del honor y de la gratitud en los quiebres de las células, en las texturas de los
tejidos y en el milagro de los órganos, al través de aquel camafeo del campo
microscópico…” Si quisiéramos resumir aquello en lo que se encuentran en
perfecto acuerdo las ciencias y las religiones, tendríamos que recordar lo que
dice Dn. Santiago Ramón y Cajal de que “observar sin pensar es tan peligroso
como pensar sin observar”. El mensaje central de la fe para las ciencias es un
ejercicio de memoria pues saber es recordar y, esencialmente, recordar la
incompletez del hombre; recuerda que no por ver el horizonte como una línea,
no se encuentre nada más allá de ella; que la verdadera naturaleza de las cosas,
como las presentan los niños y los poetas, como lo prueban los santos, es el
milagro.

28
Pensamos en esa frase declarada por Clemente de Alejandría: “bien pronto harán lo que no está
permitido los que hacen todo lo que está permitido”.
29
Estamos parafraseando a José María Cabodevilla cuando se refiere a la vida después de la muerte
como al 32 de diciembre.
30
Nuevamente tenemos a Cabodevilla en la mente, especialmente cuando afirma que “el espacio es la
vista de Dios; el tiempo, su oído; la cualidad, su olfato; la substancia, su gusto; el movimiento, su tacto; el
hombre, su sexto sentido.”
11

La epistemología de la realidad
Los presupuestos y las condiciones iniciales de las ciencias y de las religiones
son esencialmente las mismas, a saber, que la realidad es inteligible
(racionalidad de peso ontológico, es decir, del nivel del ser), que el hombre
posee la capacidad de abordar con el entendimiento dicha realidad, aunque no
la agote (epistemología) y que el conocimiento de la misma tiene un inevitable
valor asociado (ética). Como se puede ver claramente, este fondo común tiene
como cimientos la forma concreta en la que el cerebro humano percibe lo real;
esto es, que no se puede desprender el hecho de la percepción del de la
interpretación 31 . La rama de las ciencias que se denomina neurociencia ha
trabajado desde hace unos veinte años con este fenómeno y ha venido
revelando la inesperada complicación del hecho interpretativo; sin embargo, la
filosofía o, más concretamente, la epistemología, que es mucho más antigua, ha
desvelado poco a poco las líneas de razonamiento de la mente. En otras
palabras, neurociencia y epistemología tienen un área enorme de intersección,
la hermenéutica.

Otro elemento que apoya lo que acabamos de afirmar es que tanto las
ciencias como las religiones experimentan la profunda necesidad de tener un
referente inmutable, fijo, absoluto; las primeras han pensado, a lo largo de la
historia, en el sistema de las estrellas fijas, en la velocidad de la luz, en la vida,
en las fluctuaciones cuánticas del vacío, etc. y les han llamado axiomas; las
segundas han hablado del Único Necesario, del Uno absoluto, del Padre Eterno,
del Todopoderoso, etc., siempre conceptuando al Sumo Hacedor como dogma.

A pesar de la obvia similitud entre ambos caminos, también se puede


entrever la razón profunda de la discrepancia entre ellos. Las ciencias no
pueden construirse, como hemos dicho más arriba, sin la investidura de la
comprobación, es decir, de la posibilidad de reproducción del hecho en el
laboratorio de la voluntad del hombre o en la naturaleza misma. Así que los
eventos aislados o no tratables desde un punto de vista estadístico interesan
bien poco a las ciencias; y es normal, puesto que no pueden construirse
conocimientos sistemáticos sin la periodicidad que evite contrasentidos. De
hecho, lo singular sólo interesa a las ciencias en la medida en que se presenta
como anormal 32 . En contra, las religiones tienden a hablar de un “evento”
único, irrepetible, imposible de ser reproducido, incluso inenarrable. Es más, lo
estadístico no se considera de ningún valor, desde la perspectiva de la
31
La hermenéutica, que es la disciplina que estudia la interpretación de la realidad (más allá del uso que
suele darse a este término, solamente en el ámbito de los textos llamados “inspirados”), está presente en
todos los actos humanos; de hecho, simplificando, podemos decir sin temor a exageraciones, que conocer
es interpretar, puesto que el entendimiento humano es a fortiori el filtro a través del cual ha de pasar
cualquier forma de estímulo (interno o externo), sin que ello signifique que el mismo entendimiento deba
o siquiera pueda agotar la interpretación. En efecto, pretender que la realidad puede toda ella ser
interpretada de manera completa es ya vaciarla de su contenido. ¿No es lo que hace Freud, por ejemplo,
cuando cree comprender el trasfondo de los sueños interpretándolos exhaustivamente?
32
Por anormal entendemos lo a-normal, es decir, lo que no posee norma, que no puede ser pronosticado,
que está al margen de la norma, que no se encuentra sujeta a una forma de conocimiento previsible.
12

trascendencia. El hecho singular es enorme 33 , independientemente de que sea


grande y/o precario, y es la garantía de que la realidad rebasa cualquier idea o
concepto, siendo el mayor reto al espíritu humano.

Ya el filósofo y gran hombre de ciencia Gottfried Wilhelm Leibniz se dio


cuenta de que el hecho de saber que en el mundo hay algo en lugar de nada
tiene que ver con la trascendencia del cosmos; la contingencia de las leyes de la
naturaleza se muestran, sobre todo a partir de las teorías de la relatividad
general y de la mecánica cuántica, como definitivamente “inestables”,
epistemológicamente hablando. Por ejemplo, la existencia del éter es necesaria
de cara a la filosofía de las ciencias, cuando se habla de la propagación de las
ondas electromagnéticas en el “vacío”, independientemente de los
experimentos de Michelson y Morley; asimismo, la idea de los saltos cuánticos
en una materia entrecortada fue un ardid indispensable en la explicación del
efecto Zeeman anómalo y en la radiación del cuerpo negro; pero se trató sólo de
eso (inicialmente), de un ardid que surtió efecto y con el que ni siquiera su
fundador, Max Planck, estuvo después de acuerdo.

Cuando P.A.M. Dirac, en los años cincuenta, expresó las constantes más
importantes de la física en términos de unidades naturales 34 , encontró que
todas esas constantes se reducían ya sea a la unidad, a cero o a -1, excepto tres:
la edad del universo ( ∼ 1040 ) , la constante de gravitación universal ( ∼ 10−40 ) y la
constante de interacciones débiles ( ∼ 10−20 ) . Su conclusión fue muy simple: la
constante de gravitación universal es inversamente proporcional a la edad del
universo; es decir, que la constante de gravitación universal no es constante y
que, en consecuencia, depende del envejecimiento del cosmos. Él mismo se
sorprendió sobremanera cuando vio esto y se concretó a subrayar su asombro
sin dar un paso más allá. De igual forma, Ilya Prigogine mostró al mundo la
importancia de tener en cuenta el carácter irreversible del tiempo en la
autoorganización de la materia; que no es posible inferir ningún resultado
sólido si no se tiene en consideración dicho comportamiento del mundo; pero
no llegó a concluir que el tiempo siempre toma la iniciativa en el
desenvolvimiento de la naturaleza, en las grandes decisiones de la evolución y
en la selección de estructuras, haciendo con ello del espacio la huella del tiempo
(aunque habría que mencionar que el hecho de considerar al tiempo como un
operador –en franca contraposición con Newton y con Einstein- ya conlleva la
consecuencia de que es el tiempo el principal “hacedor” de espacio). ¿Qué
sucedió con estos sabios? ¿Tuvieron miedo de ir más allá de sus conocimientos

33
Lo enorme es lo e-norme, es decir, lo que se encuentra fuera de la norma, no simplemente al margen
como en las ciencias; que no obedeciendo a ninguna de las leyes que aquí abajo conocemos, permanece
como la excepción absoluta. La grandeza y la precariedad de ese Dios se refiere explícitamente al Dios de
los cristianos.
34
Como unidad de longitud empleó el radio promedio del átomo de hidrógeno; como unidad de tiempo
empleó el tiempo que emplea la luz en recorrer dicho radio; como unidad de masa utilizó la masa del
electrón.
13

comprobables en el laboratorio? 35 Pensamos que simplemente, como hombres


muy honestos en el pensamiento, se dieron cuenta de que se encontraban en los
umbrales del conocimiento científico, en el borde de la verdad humanamente
cognoscible; sintieron que se encontraban en un terreno extremadamente
resbaladizo y optaron por la actitud más sabia, el silencio.

Algo similar le ha sucedido en otro terreno a los sabios teólogos, a los


grandes místicos, que ante lo inefable pararon mientes de que no sabían nada,
de que por mucho que hubiesen meditado sinceramente en la trascendencia del
mundo y del hombre, en la naturaleza de Dios y en la “deificación” del hombre,
sólo habían estado dando bastonazos en la obscuridad y tropezando o dando
traspiés las más de las veces. Cuando santo Tomás de Aquino, después de
haber escrito un gran número de obras profundísimas sobre la naturaleza del
mundo, del espíritu del hombre y del ser de Dios, se quedó fuera de sí 36 y
concluyó, ante su secretario atónito, que se acababa de dar cuenta de que todo
lo que había escrito en su vida sólo era paja, en realidad acababa de poner los
pies en la eternidad, en ese séptimo cielo que es el toque de la divinidad.

No niego que entre los mundos de las ciencias y de las religiones puede
haber un abismo de diferencia en muchos sentidos, pero tampoco niego que la
honradez del pensamiento, del acto y de la existencia toda ella versada en la
búsqueda de un hilo conductor de la verdad, si no ya de la verdad misma,
puede conducir al borde que, al ser sentido en las plantas de los pies, hace
correr un frío, un no sé qué por la espalda que “paraliza” en abierta
contemplación. Eso que llamamos “honradez del pensamiento” es
verdaderamente el más alto grado de silencio interior; y el silencio no es la
ausencia de ruido, sino la profunda actitud de escucha frente a un mundo que
grita con su sola existencia la fuente de la que procede, la Mano aquella que
pasó por los bosques y los dejó cubiertos con su belleza 37 . Sí, más de uno puede
escandalizarse por lo que decimos; tanto las ciencias como las religiones son
capaces de despertar auténticos éxtasis en aquellos que van hasta las últimas
consecuencias de su pensamiento, adoptado éste como fuente del espíritu.

35
Esto nos recuerda la épica aportación que al conocimiento hizo J.C. Maxwell cuando relacionó la
teoría electromagnética con la óptica; y que, de facto, comprendía en su interior a la teoría especial de la
relatividad, desentrañada después por A. Einstein.
36
Que es el auténtico sentido del término enajenación.
37
Torpemente parafraseando a san Juan de la Cruz en su maravilloso verso que reza:

¡Oh bosques y espesuras


plantadas por la mano del Amado;
oh prado de verduras
de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!

Mil gracias derramando


pasó por estos sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
14

Indiscutiblemente es la muerte la que ha provocado catálisis en el


pensamiento del hombre de cara a la trascendencia. El punto final de la vida
marca el momento más irreversible de la historia de un individuo 38 ;
seguramente el primer hombre primitivo que vio a un congénere quedar
súbitamente inmóvil, impertérrito, frío y pálido, que dejó de responder por su
nombre o a un gruñido, debió quedar pasmado; ese primer individuo muy
probablemente se cuestionó no sólo lo que le había sucedido a su camarada de
cacería, digamos; también se habrá cuestionado, porque esa era la impresión
más obvia, a dónde se había ido su amigo, pues parecía que ya no se encontraba
totalmente ahí, aunque ahí veía su cuerpo inerte. Lo más probable es que en ese
día insigne surgiera el primer sentimiento que hoy llamaríamos “religioso”.

Si bien este cuadro se puede encontrar cargado de impresiones mágicas,


no está muy alejado de lo que seguramente pensaron aquellos que decidieron
llamar al cuerpo sin vida cadáver 39 , no por el sólo hecho de ponerle un nombre
distintivo, sino por haber querido mantener alguna forma de identidad. A final
de cuentas, la única diferencia entre un cadáver y un vivo, es que el primero ya
no puede esconder su miseria. Este motor del pensamiento ha despertado toda
clase de ideas en los hombres 40 ; sean jóvenes o viejos, hermosos o maltrechos,
varones o mujeres, ricos o pobres, la muerte sí que practica la democracia, no
como ese abuso de la estadística a la que estamos tan acostumbrados 41 .

Ya hemos subrayado que el ser 42 , tan íntimamente ligado a la filosofía (en


especial a la metafísica), subyace a todas las ciencias, aun cuando no sea el ser
mismo el objetivo que se fije; pero por otra parte, estas mismas ciencias bien nos
señalan la importancia del devenir 43 en la realidad del mundo. La muerte
muestra a ambas formas del pensamiento que hay un pasaje entre el ser y el
devenir. El tiempo parece ser la proyección más clara de ese “túnel” que lleva a
lo indecible, sin coincidir con él. La extinción de la existencia parece dejar
incólume al ser y el devenir lo garantiza. En ese punto se abrazan ser y devenir,
ciencia y fe. Este es el desafío, la perspectiva y la respuesta última a lo que nos
parecía imposible de conciliar.

38
Y deberíamos en este momento estar aún más conscientes de que todos los instantes de la vida son
igualmente irreversibles; que el hecho de nacer es tan contundente como la muerte. Sin embargo, esta
última es vista las más de las veces como inoportuna e indeseada, en una actitud de apego a la vida que
tiene más de inercia que de verdadero anhelo de realización personal.
39
La palabra CADAVER se deriva de las iniciales de la frase latina “CAro DAta VERmibus”, es decir,
carne dada a los gusanos; o como dice elegantemente Quevedo, “esos gusanos que hoy te visten, mañana
te desvisten”.
40
Aconsejamos al lector en este punto detenerse para hacer un pequeño ejercicio: primero piense en lo
que para uno es la muerte y, en un segundo momento, dedicar unos minutos a observar detalladamente el
cuadro de Peter Bruegel el viejo intitulado “El triunfo de la muerte”.
41
Parafraseando a Jorge Luis Borges.
42
Dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua para el verbo ser: “verbo sustantivo
que afirma del sujeto lo que significa el atributo”. Ya nos podremos imaginar cuando el atributo es
justamente ser.
43
El devenir es la realidad entendida como proceso o cambio (a veces se opone al ser); es el proceso
mediante el cual algo se hace o llega a ser.
15

El puente que acabamos de sugerir, tendido entre el ser y el devenir, sólo


puede ser construido por el conocimiento como ejercicio de las facultades
intelectuales, orientadas a abordar la naturaleza de la realidad 44 . Este no es el
lugar para desarrollar un tema tan amplio y rico como el de la epistemología;
pero sí que podemos afirmar, sin lugar a dudas, que el conocimiento es la tarea
fundamental de la existencia humana. Hacemos énfasis en que el conocimiento
no es privativo de tal o cual disciplina, de tal o cual persona, de tal o cual época.
No, el conocimiento es el gran tesoro de nuestra humanidad; le pertenecemos y
nos pertenece a la vez, porque coincidimos con él o, si no, traicionamos
irremisiblemente nuestro papel en el mundo. Deberá quedar claro que el
conocimiento así entendido no tiene forzosamente que ver con una formación
universitaria o con la lectura de muchos libros (cosa que no está nada mal en sí),
lo cual labra la cultura. Nos referimos a la inteligencia, es decir, a la rectitud de
ánimo, a la integridad en el obrar, al ser decente y decoroso en el pensamiento,
que construye belleza, bondad y unidad con su presencia; en pocas palabras,
nos referimos a la honradez intelectual, sin la cual nada merece la pena.

La cultura es indiscutiblemente un gran valor, de los más grandes que


hay en los hombres; no obstante, la inteligencia otorga el poder de generar más
inteligencia, tiene el poder creador y la cultura viene a afianzar este poder y a
adornarle con las guirnaldas de su buen olor. El fijador de este perfume es la
inteligencia, que cualquier ser humano, por el sólo hecho de serlo puede
desvelar en sí. La inteligencia, si es real, conduce siempre al amor. Pues bien, el
desafío más fundamental en los terrenos de las ciencias y de la fe es, partiendo
de ellas, no ahogar el amor que mana de ellas; la perspectiva que han de
vislumbrar para no perecer ninguna de ellas es la de la pasión por sus acciones,
siempre y cuando conduzcan al amor; y la respuesta última es el amor mismo.
¿Amor a qué o a quién? Amor ante todo por la condición humana, amor por el
pensamiento verdaderamente grande y constructor de una humanidad justa,
amor al conocimiento visto no como prurito morboso y ostentoso, sino como
misión ineludible y lúdicamente vital.

El conocer es la actividad humana mediante la cual la existencia


consciente intenta enunciar e interpretar su experiencia de la realidad. Punto
focal de esta realidad es el rostro humano, mezcla viviente de misterio y de
significado 45 , de ser y de existencia, de tiempo y de duración; la dimensión
divina se abre a partir del rostro humano 46 . El hombre ama naturalmente al
universo y desea su bien; y así, para satisfacer ese deseo del hombre, el universo
será perfeccionado. Sólo la observancia de los límites, la armonía, concede la
verdadera libertad; y esta libertad, a su vez, proporciona el conocimiento. Hay
un influjo recíproco maravilloso: la verdad nos hace libres y la libertad interior
conduce derecha a la verdad, al sentido profundo de los seres. Lo infinito hace
lo finito más real.

44
Lo que incluye al hombre mismo.
45
A. Heschel.
46
É. Lévinas.
16

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