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El Alfarero de Qumrán.

Por: Juan Andrés Loaiza

El clima era templado en esta región de la nación y parecía que


siempre estaban bajo el dominio de un cálido verano, eran dos
grandes pozos de agua los que abastecían a las casi Ciento treinta y
siete personas, contando a los niños, que habitaban en esta aldea,
una aldea de cazadores y carpinteros, que se ganaban el pan gracias a
su cercanía a la ciudad de Qumrán, donde se trasladaban todos los
días a trabajar y a comprar víveres y alimentos.

A las afueras de aquella humilde aldea vivía un alfarero, un buen


hombre que todos querían mucho y al cual todos respetaban, pero al
mismo tiempo todos los habitantes de aquella localidad sentían
lastima por él. Desde que nació su hija el alfarero se quedo solo, su
esposa dio a luz una hermosa bebe y falleció después del parto,
dejando así a su amado con la responsabilidad de sacar adelante a la
hermosa niña.

En los ojos del alfarero se podía ver el cansancio y la fatiga


acumuladas por horas de desvelo, horas que había pasado al lado de
su hija enferma. La niña, de tan solo 8 años sufría de una
enfermedad que atacaba su sistema nervioso central, produciendo
debilidad muscular y deteriorando lentamente su cuerpo, la niña se
encontraba parcialmente paralizada, solo le era posible mover su
manita izquierda y su cabeza, a pesar de todo sonreía mientras
dormía. Su padre la observaba todas las noches mientras ella soñaba
corriendo alrededor de su humilde hogar y trepando árboles junto con
los demás niños de la aldea.

Aquella mañana el alfarero se había despertado más temprano que de


costumbre, había acumulado varias vasijas de barro esa semana y ya
era momento de venderlas en la plaza de Qumrán, así que se apresuro
a organizar su mercancía, empacó un trozo de pan de trigo y algunas
frutas y semillas secas de cardamomo y girasol y se preparo para salir
hacia la ciudad.

Esperó como siempre a que su hija Nacuba se despertara, le preparo


algo de comer y le contó que se iría a la ciudad, la niña se puso muy
contenta pues su padre siempre le traía algo de la ciudad y sobre todo
le contaba las ultimas noticias de la nación que escuchaba de los
habitantes de aquella gran ciudad.

Que bueno papá, no olvides comprar


aceite y recuerda enviar saludes a la señora que
vende el incienso, nunca la he conocido pero,
gracias a tus viajes siempre converso con ella.

La niña se encontraba realmente excitada, a pesar de su condición ella


se preocupaba día a día por disfrutar lo poco que la vida le permitía
tener.

No te preocupes mi amor ya hice una lista


de todo lo que necesitamos comprar, y además
le llevare las saludes a la Señora del incienso,
siempre pregunta por ti, dice que algún día
vendrá a visitarte.

El alfarero terminaba de amarrar sus sandalias cuando una mujer de


aproximadamente cuarenta años de edad se asomó en la puerta de la
humilde morada.

Que la paz y la gracia sean contigo Habad;


veo que has madrugado bastante hoy....

Que la paz sea contigo Sirene, ¿cómo


amaneciste?

Muy bien, mi esposo me ha enviado a que


te entregue estas vestiduras de algodón, aún
sigue enfermo y te pide que por favor las lleves a
la ciudad para ver si puedes venderlas.

Por supuesto Sirene, lo hare con mucho


gusto y no volveré a casa hasta que no las halla
vendido, ustedes se han portado muy bien
conmigo y con Nacuba. De verdad tengo mucho
que agradecerles.

No te preocupes Habad; mira, también te


traje una botella de vino para el camino, y es
mejor que partas de una vez llevas mucha carga
y la mula seguramente avanzara más despacio.

El alfarero se despidió de su hija y de Sirene y montando toda la


mercancía en la mula inicio su camino a la ciudad de Qumrán.

Al llegar a la plaza, Habad se acomodó al lado de la tienda de la


Señora que vendía los inciensos, pero extrañamente ella no se
encontraba allí como de costumbre, al contrario, muchas de las
tiendas de la plaza se encontraban aún cerradas, la ciudad expelía un
extraño olor de soledad, a esa hora del día ya deberían estar puestas
las tiendas y los mercaderes listos para ofrecer sus mercancías, pero
en contra de lo acostumbrado la plaza se veía un poco desolada.
Habad no dio mucha importancia a esto, aunque le extraño mucho,
pero se tranquilizo un poco cuando observo que la Señora del incienso
se dirigía hacia él.

Que la paz este con usted.

Dijo la Señora del Incienso caminando hacia el alfarero.

Igualmente señora que la paz y la gracia


sean con usted, ¿como esta?

Contestó el alfarero sin dejar de organizar su mercancía.

Muy bien gracias; y su hija ¿como esta?

Bueno mi hija sigue igual, han empeorado


un poco sus dolores, de verdad no se que hacer,
a veces simplemente quisiera que su sufrimiento
y el mío se acabaran.

La mujer prefirió cambiar el tema pues pudo notar la nostalgia en la


voz del alfarero.

Y ¿no le parece extraño que algunos


comerciantes no hayan llegado aún?

Bueno de verdad que si me parece


extraño, pero tal vez es por que la fiesta de los
panes sin levadura se acerca, la gente se
alborota con estas festividades.

Así es pero además de eso existe otra


razón...

La mujer pretendía contar al alfarero la noticia que tenía al pueblo tan


agitado, pero en ese mismo instante un gran sonido embargó toda la
plaza.
Era el sonido de un cuerno, estaban llamando a la gente a que se
hiciera presente en la plaza pues el comercio se había abierto.

A partir de ese momento, el alfarero y la Señora de los inciensos no


pudieron cruzar palabra, pues la plaza se lleno y estuvieron todo el día
dedicados a sus asuntos.
El alfarero vendió muy bien sus jarros de barro pero las vestiduras de
algodón no fueron fáciles de vender, a pesar de sus esfuerzos por
negociarlas nadie quiso comprarlas.
Ya la tarde caía y el alfarero aún no vendía las vestiduras de algodón;
se sentía muy triste por esto pero nadie parecía prestar importancia a
estas prendas, ya el movimiento era menos así que la Señora del
incienso intento hablar nuevamente con Habad.

¿Y ya ha escuchado las noticias que


agitan el pueblo?

La Señora pregunto queriendo despertar la curiosidad del alfarero,


pero este se encontraba preocupado por no haber podido vender ni
siquiera una de las vestiduras de algodón.

No, no me he enterado de nada, pero me


imagino que el alboroto es por la fiesta de los
panes sin levadura.

La señora intento nuevamente hacerle saber a Habad acerca de las


nuevas que tenían a la nación en vilo, pero esta vez fue un anciano
quien los interrumpió.
El anciano pregunto al alfarero si estaba vendiendo las vestiduras, y
éste por supuesto contesto que si, y se apresuro a atender con mucha
entrega a aquel viejo, dejando a la señora del incienso con la palabra
en la boca.
El anciano pidió al alfarero que le acompañara a su casa, pues los
vestidos quería comprarlos para su hijo y éste se encontraba en casa
del viejo, así podría ensayarlos y negociarlos inmediatamente.

El alfarero recogió rápidamente lo que quedaba de mercancía y se fue


raudo con el anciano, se sentía muy contento de poder vender los
vestidos de algodón que le habían encargado.
Se despidió rápidamente de la Señora de los inciensos y le dio los
saludos de Nacuba y empezó a caminar hacia la casa del anciano.
En el camino, el anciano comentaba con el alfarero todo lo que pasaba
en la ciudad, las mujeres que habían dado a luz y de cómo los jóvenes
ya no respetaban a los abuelos como antes.
Pero Habad estaba ansioso por realizar el negocio de los vestidos así
que apresuraba el paso y no prestaba mucha atención a la
conversación.
Ya en casa del anciano, el hijo se ensayo los vestidos y todos le
gustaron así que decidió comprárselos, Habad estaba muy contento y
se retiro del lugar prontamente, compro lo que necesitaba y se
encamino a su casa nuevamente.

Al llegar a casa Habad estaba muy feliz, pudo entregar el dinero a la


señora Sirene por los vestidos de algodón y le mostró a su hija todo lo
que había comprado, toda la tarde le estuvo hablando acerca del gran
movimiento que había en la ciudad.

Es por la fiesta de los panes sin levadura.

Repetía sin cesar.


Pero lo que realmente agitaba la ciudad aquel día era algo sin
precedentes, algo que cambiaria la vida de la humanidad entera, pero
nadie, absolutamente nadie podría calcular la magnitud de los
acontecimientos que esa región estaba por presenciar.

El soldado Romano se encontraba como era usual, organizando los


papiros donde se registraban las cuentas de la gran Armada Romana
que habitaba y dominaba aquella gran ciudad. Era su trabajo el de
almacenar, organizar y administrar los rollos de papiros donde se
registraban los asuntos concernientes a la Escuadra Romana a la que
pertenecía.
Su cabello era rubio y brillaba saludablemente con el sol, era un
hombre de gran estatura, de contextura física maciza, un gran
soldado, muy valiente, pero sobre todo un hombre muy prudente; se le
conocía por ser una persona muy inteligente y bastante callado. Su
nombre era Plancus Cato, debido a sus pies planos, que lo molestaban
al momento de realizar esfuerzos físicos y sobre todo le martirizaban al
permanecer mucho tiempo de pie, Plancus había sido asignado al
cargo de archivador de rollos papiros, pero él se sentía a gusto con
esto, pues prefería pasar horas en soledad que al lado de aquellos
soldados Romanos de los cuales algunos eran bastante rudos,
groseros y ordinarios. Plancus pensaba que el servir a la Nación era
un honor y una oportunidad de influenciar positivamente a las
personas que le rodeaban y por eso creía que a diferencia de algunos
de sus colegas, el soldado Romano debería ser ejemplo y buen guía
para el resto de la sociedad.
Aquella hora del día Plancus estaba a punto de terminar su labor y
dirigirse a su aposento, pero no dejaba de atormentarle el mensaje que
días atrás había recibido de un guardia Romano amigo suyo que había
regresado de la Ciudad de Capernaum con noticias de su amado
primo, éste, su primo, era Centurión Romano en la ciudad de
Capernaum y vivía con él, un siervo muy amado por ambos, que por
un mal espíritu como ellos decían se encontraba postrado en cama
paralizado y muy grave de salud, las noticias eran muy desalentadoras
y para ese día Plancus esperaba noticias de una legión Romana que
volvía de aquella ciudad, Plancus esperaba lo peor, ya se había
preparado para las malas noticias y su corazón se entristeció
enormemente al ver llegar a los hombres de aquella legión de soldados,
él ya sabía lo que le iban a decir.

El joven y chaparro soldado se acercó a Plancus a paso firme, y con


una cara llena de incredulidad y sin más rodeos le dijo;

El siervo de tu primo, tu siervo amado, se


encuentra sano y ha recobrado la movilidad y la
fuerza.

Plancus no podía creerlo y confundido con la noticia exigió una pronta


explicación al joven soldado.

¿De que hablas? ¿Cómo es posible lo que


dices? Explícame en este instante, te pido que
me cuentes todo.
Plancus quedo estupefacto al escuchar la historia que el soldado le
contó; su primo el Centurión se había dirigido a los ancianos sabios de
la ciudad para que le ayudaran a hacer algo con su siervo y estos
habían pedido a un enigmático hombre que transcurría por allí que
auxiliara al Centurión pues éste era un hombre bueno que se ganaba
el cariño de la gente, de tal manera que el misterioso hombre solo con
decretarlo sano a aquel amado siervo.
Plancus no podía creerlo.

¿Pero a que te refieres cuando dices que lo


ha curado con sólo decretarlo? ¿Acaso no lo
ungió con plantas medicinales? ¿Me quieres
decir que ese hombre ni siquiera lo tocó?

Así es señor, se lo digo por que yo mismo


lo vi, sino hubiera sido así, no lo hubiera creído.

El chaparro soldado no había dado más detalles de aquel enigmático


hombre, pero Plancus pensó en su corazón que algo raro sucedía con
aquella historia y se convenció así mismo de que existía alguna
explicación lógica para aquella situación, así que no dio mucho crédito
a aquel acontecimiento.

Esta tierra esta llena de embusteros,


personas que se aprovechan de la ingenuidad y
extrema superstición de los incautos, me
gustaría saber si mi primo también creyó en
estas mentiras, sería una lastima que un
hombre tan cuerdo y cauto como él cayera en
manos de un farsante como ese, sin duda le ha
pedido mucho dinero a cambio, me gustaría
algún día encontrármelo para descubrirle
delante de todos.

Nacuba despertó antes del amanecer, su padre se dirigió a ella


inmediatamente la escuchó.
¿Qué sucede amor? ¿Por qué has
despertado tan temprano?

He tenido un sueño papá....

La mirada de la niña se encontraba suspendida en el vacío, sin


ninguna expresión particular en su rostro le contaba a su padre
acerca de su sueño.

Mi mami estaba con un hombre, era un


hombre que no tenía rostro pues detrás de su
cabeza había una luz muy intensa y no pude ver
quien era, pero mami me decía que debía ir con
él, él me tendió su mano y me dijo que debía
creer en él, que si creía con todas las fuerzas de
mi corazón yo podía lograr lo que quería,
después me dijo, que no importaba si la
oscuridad llegaba o la tierra temblaba o la
muerte llegaba primero, Tú no debes detenerte
pues al final alcanzaras lo que deseas si sigues
adelante.
¿Que significa eso papá? ¿Quién es ese hombre?

No lo sé hijita, es solo un sueño, vuelve a


dormirte yo debo ir al pozo por agua.

Habad se dirigía hacia el pozo con un cántaro de barro en sus


espaldas, mientras caminaba pensaba en el sueño de su hija y temía
que aquel hombre fuera la muerte que estaba persiguiendo a su
pequeña, pues en primer lugar estaba con su mamá, que ya estaba
muerta, y en segundo lugar le había dicho a Nacuba que aunque la
oscuridad y la muerte llegaran primero no debía detenerse.
La oscuridad solo significaba muerte y él hombre del sueño le pedía no
detenerse, su corazón se entristeció muchísimo y entendió en ese
momento que su hija debía partir a dormir con su madre.

En los pozos de la aldea que estaba ubicada cerca a la ciudad de


Qumrán la gente se reunía para sacar agua del pozo por supuesto,
pero también para enterarse de las noticias que llegaban de las
ciudades vecinas, para esta época había una noticia que tenía a todos
muy inquietos, desde hace algún tiempo un hombre había estado
reuniendo forajidos y había comenzado una rebelión, muchas
personas iban al campo a escuchar acerca de sus planes, del nuevo
reino que se acercaba y que el iba a dirigir, muchos creían que el
hombre estaba loco pero que era inofensivo, otros en cambio decían
que ya había reunido suficiente gente para formar una revuelta y que
era peligroso dejarlo seguir con sus ideales, pues además iban en
contra de las costumbres de aquella nación y muchas veces en contra
de sus leyes y normas.

Habad no prestaba mucha atención a estos rumores y comentarios, la


gente siempre tendía a cambiar las cosas y al final de cuentas
realmente ni siquiera existía aquel grupo de forajidos, eran solo
comentarios que los aldeanos usaban para entretenerse en las largas
jornadas de trabajo y para distraerse de la monotonía de aquel
pequeño pueblo.
Pero ese día Habad, el humilde alfarero escucharía algo que cambiaría
su manera de percibir las cosas y le mostraría un camino distinto al
que la vida le había preparado.
Mientras volvía a su casa muy triste, pensando en su corazón que
podía ser la ultima vez que vería a su hija, Habad escucho a dos
aldeanos que caminaban delante de él.

...Además si realmente este hombre es


capaz de curar y sanar a la gente como muchos
aseguran, ha de ser por que algún demonio o
espíritu esta con él, es un blasfemo deberíamos
prenderle, nunca en nuestra Nación había
existido tanta agitación como ahora, ese hombre
a traído maldad a nuestras tierras, muchos le
siguen y abandonan sus cosas solo por
escucharle, estoy seguro que tiene demonios con
él.

Pero que tal que sea real, que tal que


realmente pueda sanar y curar, ¿no es así como
el profeta anunció al libertador?

Créeme el libertador no vendría de una


familia tan pobre y humilde como la de éste, el
libertador según lo dijo el profeta será Rey de
Reyes, este hombre es un simple Paria.
Habad había escuchado suficiente, si realmente este hombre podía
curar a las personas, él no iba a permitir que su pequeña muriera, se
encargaría de hacer todo lo que pudiera para que el sueño de Nacuba
no se convirtiera en realidad.

No dejare que vayas a dormir con tu


madre, no sigas al hombre de tu sueño, él es la
muerte, yo no permitiré que mueras mi
pequeña.

Plancus Cato se encontraba descansando en sus aposentos, era ya de


noche y la ciudad había celebrado una fiesta acerca de los panes,
Plancus no reparaba en aquellas creencias pues no creía en las
costumbres de estos hombres en su mayoría campesinos y
supersticiosos, en Roma no celebraban este evento así que para él era
un día normal y ordinario, lo que no sabia Plancus era cuan
equivocado se encontraba respecto a este día.
Un soldado se presentó ante él y le dijo;

Necesitamos que vengas con nosotros a


una misión especial, vamos a acompañar a un
grupo de alguaciles de los principales sacerdotes
judíos y de los fariseos, para prender al jefe de
los forajidos que se encuentran alterando el
orden público por estos días en la ciudad.

El valiente Plancus no puso la menor objeción, siempre había sido un


soldado muy obediente y servicial, así que tomo su espada y salio del
aposento con el grupo de hombres que llevaban palos antorchas y
espadas, pues los delincuentes podrían resistirse al arresto de su jefe.

Al llegar a un huerto a las afueras de la ciudad al otro lado del


torrente de Cedrón, desde lo lejos, Plancus pudo observar como cuatro
hombres caminaban sin temor hacia ellos y le pareció extraño que al
ver este tumulto de gente no quisieran correr, por un instante pensó
que el motivo para que estos hombres no sintieran miedo era por que
no se encontraban solos, así que abrió muy bien sus ojos y trato de
buscar entre los árboles y arbustos a los demás delincuentes, pero no
vio nada, apresuro el paso para tratar de llegar prontamente al jefe de
la banda de forajidos, para así confrontarlo y prenderlo para negociar
con él, en el caso que se encontraran rodeados por los que pudieran
estar ocultos en los árboles cercanos.

Cuando se hallaron cerca de aquellos cuatro hombres uno de los


judíos que iba en el grupo que Plancus acompañaba se aproximo al
más alto de estos y lo beso en la frente, hablaron por un instante pero
Plancus no alcanzaba a escuchar lo que decían, en ese momento uno
de los forajidos sacó su espada e hirió a Malco, el cual era siervo del
Sumo Sacerdote, mutilándole su oreja derecha; Plancus
inmediatamente desenvaino su espada y se preparó para la ofensiva,
pero el hombre alto reprendió a su compañero y le ordeno que bajase
su arma, allegándose a Malco, puso su mano sobre la oreja herida y le
sano y restituyo su oreja.
Plancus no podía creer lo que estaba presenciando, aquel hombre
había sanado a uno de sus captores y lo había hecho tan solo con
tocarlo, su impresión llegaba hasta tal punto que el tiempo para él se
había detenido y no era capaz de mover ni una parte de su cuerpo ni
emitir palabra alguna, a pesar de todo observaba como la turba de
gente se llevaba a aquel hombre dejando así a Malco arrodillado en
tierra y pudo ver también como los otros forajidos se habían escapado
sin que nadie, ni siquiera él mismo se los hubiera impedido.

Habad inició su camino a la ciudad de Jerusalén pues allí habían visto


a aquel extraño grupo de forajidos que eran dirigidos por el hombre
que posiblemente podría curar a su hija, el camino era de
aproximadamente dos días pero al alfarero no le importaba tener que
caminar en el día de reposo, a pesar de ir en contra de la costumbre él
solo pensaba en su hija, había pasado el día de la celebración de los
panes sin levadura y al amanecer siguiente, él alfarero inicio su
trayecto con la firme convicción de lograr su cometido, ¡Salvar a su
hija!

Era más o menos la hora Quinta de aquel día y Habad ya había


caminado suficiente así que se recostó en un árbol grande para
descansar un poco y sacando del pan que traía en su alforja comió un
pedazo y bebió un poco de vino, le venció el sueño pues estaba muy
cansado.
Habían pasado aproximadamente cuatro horas desde que Habad se
había quedado dormido pero intempestivamente la tierra a su
alrededor comenzó a temblar, al principio él pensó que era un sueño y
trató de despertarse completamente, pero se dio cuenta que era real,
un terremoto estaba azotando la tierra y todo el lugar se encontraba
rodeado por tinieblas, estaba muy oscuro y Habad no tenía más
visibilidad que a un tiro de piedra de distancia, las nubes en el cielo
eran grises y densas, con un color rojizo a su alrededor, parecía el fin
de los tiempos, el alfarero tuvo gran temor y sintió la muerte
deambulando por aquellas tierras, en ese momento recordó el sueño
de Nacuba, su hija, y pensó en su corazón que la pequeña estaba
próxima a morir. La oscuridad, el temblor, la muerte, todas estas
cosas eran señales, las mismas señales que la niña había visto en el
sueño, el alfarero de Qumrán lloro amargamente y gritaba mientras
seguía corriendo hacia Jerusalén.

No sigas hija mía, no sigas a ese hombre,


no me dejes, él es la muerte, no lo sigas.

Al llegar a Jerusalén el alfarero se aproximó a un hombre que se


encontraba en la entrada del Valle de Cedrón y le pregunto por aquel
grupo de forajidos, era el día de reposo, así que nadie estaba
realizando ninguna tarea en aquella ciudad, el hombre le miro con un
poco de desprecio y le dijo;

Al jefe de aquella banda de forajidos lo


encontraras en el monte del Gólgota, sin duda lo
hallaras allí.

Y sonriendo un poco con malicia dejo solo al alfarero.

Al llegar al Gólgota el alfarero no vio a nadie, solamente un soldado


Romano se encontraba en aquel lugar como cuidando el área. El
alfarero se aproximo a él e intento preguntarle por el forajido pero
espero un poco y se fijo detenidamente en el lugar, había en el suelo
tres maderos en forma de cruces que se encontraban manchadas de
sangre, todas del mismo tamaño y ya desenterradas; el alfarero se
imagino que en aquel lugar habían sacrificado animales para los ritos
y celebraciones de las fiestas de los panes sin levadura y dirigiéndose
al soldado Romano, le dijo;

Que la paz sea contigo buen hombre.


Esperaba una respuesta pero el soldado Romano seguía inalterable.

¿Acaso sabes donde puedo encontrar al


jefe de la banda de forajidos?

El soldado Romano sintió un escalofrío recorriendo por su espalda.

¿Para que le buscas?

Él puede ayudarme a salvar a mi hija.

Contestó Habad con seguridad.

No creo que pueda. Has llegado


demasiado tarde, aquel hombre que buscas, ha
muerto.

El corazón de Habad se hizo cada vez más pequeño hasta que la


tristeza invadió por completo su cuerpo y las lágrimas brotaron
amargamente de sus ojos.
El hombre de los sueños de Nacuba se la había llevado, no había nada
que él pudiera hacer, su hija estaba sentenciada a morir, ya no existía
ninguna esperanza a que aferrarse.

He perdido mi tiempo al venir hasta aquí,


además ni siquiera sé si aquel delincuente
realmente pudiera salvar a mi pequeña, debí
quedarme con ella, nunca debí abandonarla.

Ese hombre no era un farsante, ni mucho


menos un delincuente, realmente era el hijo de
Dios.

Dijo el soldado Romano al escuchar a Habad.

Mi nombre es Plancus Cato, centurión de


Roma y te puedo jurar que vi a aquel hombre
sanar a uno de sus captores, también vi como el
cielo se oscureció y la tierra tembló cuando él
murió, se ha cometido un error aquel hombre
era santo, pero el tiempo no puede ir atrás, se
ha cometido una injusticia.

Habad limpió sus lágrimas y observó al soldado que se encontraba de


espaldas con su mirada fija al horizonte.

Si es cierto que ese hombre era santo su


sangre salvará a mi hija, si; aún existe una
esperanza para Nacuba. Nacuba no te rindas
voy por ti, espérame Nacuba.

Gritaba el alfarero mientras se aproximó a uno de los maderos en


forma de cruz y arrancó con sus propias manos un trozo de aquella
madera seca que se encontraba untada de sangre.

El soldado Romano, no quiso mirar a el pobre hombre que se


encontraba a sus espaldas buscando aferrarse a lo que fuera, con tal
de mantener viva la esperanza de salvar a su hija.
Cuando por fin el soldado Romano salio de sus meditaciones y se
volvió hacia el alfarero este ya estaba desapareciendo de su vista y
llevaba en su mano un trozo de madera.
El soldado Romano se dijo así mismo;

Tal vez si su hija aún viva y él la unja con


la sangre de este hombre santo posiblemente la
pueda salvar, pues realmente este hombre hacia
milagros, yo mismo lo vi.

Pero su esperanza se desvaneció al darse cuenta que el alfarero había


tomado el trozo de madera equivocado, pues el madero donde habían
crucificado a aquel santo, era el que tenía una tablilla con una
inscripción y el alfarero no lo sabia.

Pobre hombre se ha llevado el madero


equivocado, sin duda su hija debía morir, pero él
hizo lo mejor que pudo, como un buen guerrero
luchó hasta el final.

Plancus sintió lastima por aquel humilde alfarero y por su hija, en ese
momento una furtiva lágrima se escapo de su ojo.
Algunos años pasaron, su vida había cambiado muchísimo, aquel
hombre no era el mismo, antes era Centurión Romano y servia al
Caesar y a su Nación, ahora se había unido a unos que llamaban
Apóstoles, que seguían y profesaban las enseñazas de aquel hombre
que murió injustamente en una cruz.

Era un día de fiesta y él, junto con los apóstoles estaba entrando
aquella mañana a una pequeña aldea, al llegar a este pueblo fueron
muy bien recibidos, los aldeanos les esperaban con comida y con buen
vino, les invitaron a sentarse alrededor de una fogata que habían
hecho cerca de una humilde casa.
Al sentarse allí todos comenzaron a comer y a compartir, el otrora
soldado Romano de nombre Plancus se encontraba contento y
satisfecho, pidió un poco más de vino para su copa y un anciano que
parecía ser el anfitrión de aquel agasajo, se dirigió a una hermosa
jovencita de cabellos oscuros y ojos profundos, que se encontraba
corriendo de un lado para el otro sirviendo a los demás, y le dijo;

Nacuba, trae más vino para estos hombres


por favor.

Nacuba, Nacuba, ese nombre él nunca lo había olvidado, aunque no se


diera cuenta lo tenía grabado en su mente y en su corazón desde aquel
día que conoció a ese humilde alfarero que había hecho lo posible por
salvar a su hija, por un instante todo se detuvo y el cauto apóstol se
embargó de felicidad y entendió por fin el significado de la fe, la niña
se había salvado, no por la sangre del hombre santo, sino por la
convicción de su padre, por la fe que éste había puesto en el santo
hombre sacrificado en el monte de Gólgota.

El clima era templado en esta región de la nación y parecía que


siempre estaban bajo el dominio de un cálido verano, eran ahora tres
grandes pozos de agua los que abastecían a las muchas personas, que
habitaban en esta aldea, una aldea de cazadores y carpinteros, y de
un humilde alfarero de nombre Habad que tenía una hija llamada
Nacuba que corría libre como el viento, por los campos y laderas de
aquella hermosa aldea cercana a la ciudad de Qumrán.
Fin.

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