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El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la Universidad de Valladolid
CAPITULO I
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que Pedro desearía realizar este paseo sin cansarse. ¿Qué mejor, para ello, que poder
efectuar este recorrido en yegua? Ni corto ni perezoso le propuso al cura un cambio. Yo
le cedo el solar y su reverencia me da la yegua. Dicho y hecho. Y como los actos de los
nobles y de los presbíteros eran importantes en aquella época clérigo-feudal, según
hemos constatado más arriba, este trueque quedó escrito en los anales de la historia
(Vallejo del Busto, 1981, 268).
Continúa el siglo XI proporcionándonos otra anécdota. Esta vez, el citado cura
Vicente y su hermana Fronilde, prudente mujer sin duda, se mostraron generosos con
los suyos. ¿Quién no ha oído hablar del Monasterio de S. Pedro de Cárdeña, cercano a
nuestro vecino Burgos? Pues a estos buenos monjes, relacionados con el Cid
Campeador, legaron los dos hermanos todas sus heredades y ganados. Sin duda que así
aseguraban su salvación eterna, aunque los del pueblo que habían prestado sus almas
para que el buen sacerdote ejercitara su ministerio y pudiera moldearlas según los
mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, no pudieran disfrutar, en propiedad, de
los goces terrenales que los frutos de aquellas tierras y ganados les hubieran podido
proporcionar. Era el año 1077, ocho más tarde de aquel en que se realizó el trato de la
yegua.
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El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la
Universidad de Valladolid
CAPITULO II
Entre nobles y curas, aquella joven criatura denominada Reinoso iba creciendo.
No se sabe cómo vivía el pueblo llano. Sus pobladores serían siervos de la gleba al
servicio de sus señores.
Cultivarían las tierras de D. Vicente y las de D. Pedro. Pagarían sus derechos al Rey
unas veces y otras, al señor de tumo. Oirían misa de los párrocos correspondientes y
de sus beneficiados que atendían también el anejo del Barrio de Melgar. Aquel noble
D. Pedro no sólo cambiaba solares por yeguas, sino que también otorgaba una granja
al citado D. Vicente, libre de tributos reales, para estar a bien con los representantes
eclesiásticos y, quizás, para poder seguir haciendo tratos que a ambos beneficiaran.
Pasearían por el puente que los romanos les habían legado como generoso recuerdo y,
sin duda alguna, las tardes de los domingos visitarían una de las encomiendas que, al
otro lado del puente, la Orden de Caballería del Hospital de S. Juan poseía. Era ésta
una de las cuatro que la citada Orden tenía en Castilla.
A la chita callando, junto a éstos y otros nobles, como D.Gutier Pérez de
Reinoso que en 1139 y 1184 figuraba en uno de los documentos que ha llegado hasta
nosotros (Vallejo del Busto, 1981, 268), nuestros antepasados entraron en el siglo XII.
Un acontecimiento importante aguardaba a este siglo en plena efervescencia de talante
medieval. Esa iglesia que ahora el viajero contempla, aunque reformada en siglos
posteriores, es la misma que nació en este siglo al que me refiero. Mejor dicho, no se
llamaba igual. Ahora es la iglesia de Nuestra señora de la Asunción cuya imagen
preside el altar mayor. Entonces era la iglesia de Santa María. Se construyó en el siglo
XII, como digo, se reconstruyó en el XIV y se reformó en el XVII. ¿Por qué? Valgan
las siguientes conjeturas, por ahora. En el siglo XIV, 1366-69, aconteció una terrible y
devastadora guerra entre dos hermanos, aunque uno de ellos bastardo:
Don Pedro I el Cruel contra D. Enrique II de Trastámara. Enrique mataría a su
hermanastro Pedro en los campos de Montiel, el 23 de marzo del año 1369. Veremos
después que durante esta guerra, el convento de las Clarisas, que por entonces se
ubicaba en Reinoso y no en Palencia capital, como actualmente, fue destruido. ¿Qué
pasaría con las piedras de convento? ¿Dónde irían a parar? ¿Qué listillo del momento
se aprovecharía de ellas? ¿Las emplearía el pueblo para otros menesteres públicos; por
ejemplo, para mejorar la iglesia de Santa Maria? Aquí dejo mi benévola hipótesis.
Sabemos que la iglesia en el siglo XIV se seguía llamando de Santa María, que en este
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siglo fue reformada y que en ese mismo siglo, 1345, el convento dejó de ser habitado
por las monjas en Reinoso. Algunos documentos concretan: iglesia Parroquial de"
Santa María "de ambos los barrios "( Vallejo del Busto, 1981, 268) Por lo tanto, el
cambio de nombre, de Santa María al de Nuestra Señora de la Asunción, es posterior a
1345. Durante esta fecha, pertenecía al Arciprestazgo de Baltanas, Arcedianato de
Cerrato y Diócesis de Palencia. De las reformas del siglo XVII da cuenta el barroco
retablo principal.
La iglesia está situada en un alto. Es la pieza del pueblo que testimonia la fe de
ocho siglos. Una buena parte de la cultura de los vecinos se ha nutrido de los
sermones, de la doctrina que domingo tras domingo se ha ido inculcando, no siempre
con acierto, a los niños, a los jóvenes y a las familias que allí se han bautizado, allí se
han confirmado, allí se han casado y allí han celebrado los funerales por sus muertos.
Vida y muerte. El itinerario de todos los humanos y humanas. Aparición y
desaparición son los dos ejes sobre los que pivota la trayectoria de todo caminante.
Dos pilares que marcan el sendero de todo ser racional, aparte de creer o no creer.
Estas dos ideas filosóficas han tomado cuerpo, para los de Reinoso, en el púlpito que
se ubicaba dentro de la nave única que posee la iglesia. Un púlpito parlante que,
semana tras semana, ha inculcado sin reparo ninguno, principios, dogmas teológicos,
criterios éticos a los cuales se recomendaba ajustar la conducta. Un púlpito que definía,
sin miramientos, lo bueno y lo malo, lo salvífico y lo condenable. La voz de Dios. La
trompeta divina, tocada por su menajera, la Santa Madre Iglesia que arrimaría, sin
duda y a través de sus savias interpretaciones, el ascua a su sardina. ¿No es, al menos,
probable que esa trompeta haya modelado el carácter, las costumbres, los oídos de
estos hombres y mujeres de Reinoso?
En el ábside, un altar recargado, dorado como el cabello de la fresca y tierna
adolescente que acudía a los ritos, porque ésa era la tradición o una buena manera de
ser admirada por sus colegas masculinos. Altar dorado. Y, también, amarillo como las
mejillas del anciano que allí termina sus días. A la derecha, otro altar dedicado a Santa
Lucía, Patrona de la villa. A su lado, la gótica estatua de Santiago "Matamoros",
enarbolando una espada sobre su cabeza. En la repisa inferior de este mismo altar una
talla de Santa Ana, la Virgen y el Niño, del siglo XVI. De una sola pieza. Del mismo
siglo, S. Roque con su perro. Encima S. Antonio Abad, acompañado de un cerdito,
haciendo honor a su cargo de fiel patrono de los animales. Enfrente de este interesante
muestrario de imágenes, el altar del Santo Cristo.
Reinoso ama a su iglesia, prueba de ello es que este mismo año, 1996, ha terminado
una necesaria reparación del tejado, para lo que los hijos del pueblo, los de dentro y los
de fuera, han aportado un cumplido millón de pesetas. No podía ser menos. Los de
Reinoso saben valorar la cultura, la fe y la historia almacenada en ochocientos años de
gozos y tristezas.
Con su iglesia documentada, con sus presbíteros constatados, con nobles
conocidos y reconocidos por sus nombres y apellidos, se puede decir que Reinoso era
uno de tantos pueblos, villas y lugares integrados en la fisonomía de la sociedad
medieval. Pero podríamos afirmar también que para insertarse plenamente en el
corazón más prototípico de aquella sociedad de monjes y guerreros le faltaban dos
grandes realidades que han sido calificadas como símbolos auténticos de aquella
edad histórica
Me refiero al castillo, símbolo de la organización feudal y al monasterio, símbolo de
una época teocéntrica como ninguna otra. Pues bien, es en el siglo XIII cuando
aparecen claramente estas dos grandes "señales" de la historia de Reinoso. El uno
unido al otro. Castillo y monasterio aparecen en una simbiosis complementaria. De tal
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Escudo en la fachada de
Una casa de Reinoso,
Propiedad de Dña. Felisa
Gutiérrez Ortega
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El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la Universidad de Valladolid
CAPITULO III
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el fondo del valle, hacia los montes de Barrio y de Reinoso. Se veían el "Cotarro
lobero", la "Cárcava", el "Cotarro de Pablitos", la Tierra de la Culebra", el "Barco de la
tía Hilaria" y el "Balcón". A propósito de la "Cárcava" diré que, efectivamente, los
vecinos de Reinoso recuerdan aquella zona como un lugar donde había grandes
zanjas producidas por las impetuosas avenidas de agua, procedentes de las laderas del
monte. Pero, un buen día, estas zanjas se limaron, gracias a la labor constante y tenaz
de un rentero que allanó aquellos inhóspitos socavones. De tal manera que,
actualmente, el minivalle es una tierra llana y relativamente bastante productiva.
La reina Doña Violante, esposa del Rey D. Alfonso el Sabio, fue fundadora de varios
monasterios de Clarisas y amiga de los franciscanos de Palencia. ¿Habrá facilitado la
fundación del convento de Reinoso? Si en algo hubiere contribuido no parece que fuera
bajo el punto de vista económico, pues es más probable, dice M. de Castro, que la
fundación material corriera a costa de la devoción popular que debió proporcionarles
una muy pobre habitación. Tanto es así que, después de vivir las monjas durante varios
años con gran ejemplo de virtud, se le debieron de compadecer las entrañas a Doña
María Pérez, viuda de D. Ruy Diez de Bueso y se movió a regalar a las Clarisas un
castillo y una casa fuerte que tenía en esta villa de Reinoso. La donación se hizo a
Doña Juana Santander en cuanto abadesa de este monasterio, en virtud de escritura
otorgada en Reinoso el día 5 de Junio de 1291. Se explícita que esta donación se hace
para que las monjas pudiesen vivir en el castillo, ahora convertido en monasterio, con
más guarda y decencia. Aquí permanecieron hasta 1369 ó 1370
Sin duda, que estos casi cien años, pertenecientes a parte de los siglos XIII y XIV
(1270?-1370), supondrían una novedad para la villa de Reinoso, las monjas elevarían a
Dios sus plegarías, cuidarían del huerto, ejercitarían la mendicidad a imitación de su
padre S. Francisco, admitirían año tras año a nuevas novicias, enterrarían en su propio
camposanto a sus difuntas, entre ellas a "las hermanas fundadoras" de las que habla el
Cardenal Guido de Boulogne, legado del Papa en España, (M. de Castro, 1982, 21),
rogarían, dentro de su iglesia, por sus mecenas, reyes, nobles y señores y romperían el
silencio de aquellas desérticas planicies con plegarias religiosas, entonadas en
medieval gregoriano.
Mientras tanto, en 1352, los lugares de "Reynoso", es decir el Reinoso de Cerrato de
siempre, y "La Puente de Reynoso" pertenecían, en lo civil, a la Merindad del Cerrato.
Reinoso era behetría de D. Nuño, de la Orden de San Juan, y los señores de Lara y
Vizcaya tenían vasallos en este lugar. En "La Puente de Reynoso" había un
Comendador también de la Orden de S. Juan. Existía un molino harinero que producía
quince cargas de pan al año, distinto del que más tarde se construirá en un lugar del río
Pisuerga, más cercano al casco del pueblo, donde todavía se pueden ver su presa y
algunos ojos destruidos. Más allá de los límites de Reinoso, los Reyes continuaban la
Reconquista hacia Aragón y Andalucía, envueltos en guerras entre reinos, aliándose
con Francia o con Inglaterra, según conviniera a cada cual y engendrando, en los ratos
libres, hijos bastardos que más tarde serían causa de guerras civiles, entorpeciendo las
líneas sucesorias al poder.
Tras casi un siglo de permanencia en Reinoso, las monjas Clarisas que habrían oído
tantas historias de héroes, tantas batallas ganadas y otras tantas perdidas, vivieron en
carne propia la guerra civil entre Pedro I el Cruel y su hermano bastardo Enrique II de
Trastámara.
D. Pedro I reinó en Castilla desde 1350 a 1369. Era hijo legítimo de Alfonso XI que
murió en 1350, víctima de los últimos ramalazos de la "peste negra". D. Pedro I fue
considerado por algunos una persona cruel; para otros fue un rey popular y justiciero
que exigió cuentas a los nobles corruptos. Es decir, fue un rey controvertido o
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CAPITULO IV
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Fernández, Elvira Roderia, Benita Fernández, Mana López de Palencia, Juana González
de Palenzuela y Mayor García de Astudillo. Doce monjas clarisas, unas de pueblo y
otras de ciudad cambiaron de residencia. Una etapa nueva se abría a esta comunidad
habituada a modales espontáneos, poco pulidos e incluso toscos, como serían los
aprendidos en los lugares de origen de aquellas sores de Astudillo, de Palenzuela, de
Ampudia, de Covarrubias, de Portugalete y del mismísimo Reinoso, de donde también
había ingresado una hermana al servicio de la religión y de la Iglesia.
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El embrujo de Reinoso
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CAPITULO V
Desde 1370 hasta nuestros días Reinoso se quedó sin convento. Pero las monjas no se
quedaron sin sus privilegios, muchos de los cuales fueron otorgados cuando vivían en
dicho lugar. Así, por ejemplo, el rey Fernando IV de Castilla (1295-1312) necesitaba
que estas buenas monjas rogaran por su alma y por la de su esposa Doña Constanza y
para asegurar tal necesidad, el siete de octubre de 1311, un año antes de morir, les dio
en limosna, "de aquí en adelante, para siempre jamás, todos los servicios y los pechos y
pedidos y derechos y martiniega de 20 pecheros de Barrio Hamiello (¿tal vez
Hornillos?) y de Barrio de Melgar" (M. de Castro, 1982,26).
Lo mismo hizo su hijo Alfonso XI (1312 - 1350), el padre de Pedro y de Enrique,
como ya he dejado constancia. Dicho Rey confirmó los privilegios de su padre, a los
ruegos del monasterio de Santa Clara de Reinoso, en Burgos, el doce de noviembre de
1315, día siguiente al de S. Martín que seguramente le recordó lo de la martiniega.
Once años más tarde lo confirmó en Valladolid y en el 1330 repitió la misma operación
en Zamora.
Enrique II de Trastornara (1369-1379) se debía sentir obligado a resarcir, de alguna
manera, a las monjas el daño que sus tropas les habían causado durante la guerra que él
sostuvo contra las de D. Pedro I. Tal vez fuera consciente de que la huida de las
monjas suponía una grave pérdida para la repoblación de aquellas vegas del Pisuerga.
No sospecharía, sin embargo, que esta escapada iba a suponer la primera gran
emigración de los pueblos de Castilla. Muchos años más tarde, Palencia se quedará sin
hombres. Bilbao, S. Sebastián, Madrid serían los nuevos absorbentes de quienes
abandonaban, una vez más, la cuna y los rastrojos que ya no daban para más. ¡Triste
itinerancia la del campesinado castellano! D. Enrique, pues, reafirma para el
monasterio de Reinoso los privilegios de sus antecesores. No sin remarcar dos cosas:
una, que "el monasterio de Reinoso está agora... yermo y despoblado por las guerras
que han sido en los tiempos pasados". Dos, que hace a las monjas la merced de los
dichos 20 excusados... para que "moren todos y pueblen el dicho monasterio del dicho
lugar de Reinoso, y en los solares de las casas que son dentro del dicho monasterio, y
que labren los heredamientos del dicho monasterio y de la dicha abadesa e convento
del dicho monasterio y pueblen en el dicho monasterio, e en los solares que son dentro
de él"... (M. de Castro, 1982, 26).
Tres meses más tarde (el 30 de agosto de 1379) de que Enrique II falleciera en Santo
Domingo de la Calzada, su hijo y sucesor Juan (1379-1390) volvía a conceder a las
monjas de Palencia el privilegio de los 20 escusados, es decir, mandaba a los 20
pecheros aludidos anteriormente que pagaran al monasterio lo que deberían de pagarle
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de ella...; y al tiempo parió un hijo, el cual estuvo encubierto hasta que el rey D.
Enrique regnó, que él bien sabía que era su sobrino. Y llamose o le pusieron por
nombre don Alfonso, como el rey su abuelo, y éste fue almirante de Castilla". (M. de
Castro, 1982, 34). Así pues, ya tenemos conocidos a los padres de D. Alfonso
Enríquez.
¿Cuándo nació? En 1344 y murió en 1429, a la edad de 75 años, en Guadalupe. Está
sepultado en Santa Clara de Palencia. Antes de morir fue muchas cosas. Además de
haber venido al mundo como bastardo, sin culpa suya, fue montero mayor del rey de
Castilla o encargado de dirigir las batidas cuando el monarca iba de caza. Uno de los
dignatarios de mayor categoría en la corte. Sus posesiones principales estaban situadas
en la región galaico leonesa: Sarria, Monforte de Lemos, Viana del Bollo, Ponferrada
y Villafranca del Bierzo. Fue también, como hemos dicho ya, Almirante de Castilla,
región que estando en el corazón de la península ibérica, se asomaba a los mares desde
sus onduladas y céntricas lomas. Casó con Doña Juana de Mendoza. De este
matrimonio hablaré en el siguiente capítulo, el VI de esta primera serie.
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El embrujo de Reinoso
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CAPITULO VI
Esta dama es el segundo personaje que debo describir para comprender mejor la
fundación del convento de santa Clara en Palencia, continuación que fue del de
Reinoso, y para descifrar el regalo de los lugares de Reinoso y Barrio a las clarisas.
Doña Juana de Mendoza era hija de D. Pedro González de Mendoza, mayordomo de
Juan I y de Doña Aldonza Fernández de Ayala, camarera mayor de la reina Doña Juana
Manuel. Había nacido en Guadalajara hacia 1361. Poseía esmerada educación. Cuando
casó con D. Alfonso aparentaba moza y muy rica, sin embargo era viuda de D. Diego
Gómez Manrique de Lara, señor de Amusco, Treviño y adelantado de Castilla. Con
éste había tenido un hijo llamado Pedro Manríquez y una niña que falleció de corta
edad. Doña Juana siempre contradecía este matrimonio hasta que un día, estando en sus
casas que ahora son de D. Sancho de Castilla, en Palencia, junto al monasterio de
Santa Clara, D. Alfonso le puso la mano en su rostro con enojo y, entonces, ella
reconoció la verdad. Se le conocía con el apodo de la "rica hembra", debido a sus
muchas riquezas. Después de quedar huérfana y viuda como consecuencia de haber
perdido a su padre y a su primer marido en la derrota de Aljubarrota donde fue
vencido Juan I, rey de Castilla, contrajo matrimonio con D. Alfonso Enríquez que
contaba con 32 años. La boda se celebró en Palencia el año 1389. Un matrimonio feliz
y prolífero, ya que tuvieron 11 hijos. A D. Alfonso Enríquez aún le quedó tiempo
para tener otros hijos bastardos que según unos fueron tres y según otros, cuatro: uno
de ellos fue clérigo beneficiado de Sevilla y otro, deán de Palencia.
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terminadas en 1431, el mismo año en que, según avancé, el ilustre matrimonio legó
los lugares de Reinoso y de Barrio al monasterio de Santa Clara de Palencia.
Así pues, Reinoso con sus terrenos pasó a ser propiedad del sobrino de D. Enrique II
de Trastámara y primer almirante de Castilla, al mismo tiempo que de Doña Juana de
Mendoza, esposa de este almirante, era considerada una rica y educada hembra de
Guadalajara. Pero, como estos señores Enríquez-Mendoza se lo donan a las clarisas,
quiere esto decir que Reinoso fue de las monjas de Santa Clara (Publicaciones de la
Institución 'Tello Téllez de Meneses, nº extraordinario, 16, 143-144), cuando éstas
estaban en Palencia. Si anteriormente, cuando eran vecinas del pueblo, cobraban lo que
los 20 pecheros de los reyes sucesivos deberían haberles pagado a sus majestades,
ahora todo el pueblo era suyo. Las monjas se fueron de Reinoso y Reinoso "se
marchó" con ellas. ¿Por cuánto tiempo? ¿Seguirían ahora las monjas con la
obligación que los reyes les imponían de hacer morar a los pocos pobladores existentes
y de poblar estos descampados con algunos moradores más? ¿Sé incorporaría Reinoso
a la recuperación demográfica y económica, a la expansión de la ganadería lanar y al
auge del comercio que se originó, en general, por toda Castilla y León durante el siglo
XV? (Valdeón Baruque, 1985).
Sólo sabernos, por ahora, que en 1475, el Concejo de Reinoso de Cerrato seguía
perteneciendo a la merindad del Cerrato y satisfacía en concepto de tributos 8.237
maravedíes. También consta que en 1489, casi terminado el s. XV, a petición de los
concejos de Curiel, Encinas, Castrillo de Don Juan y otros, el Consejo Real de Castilla
envió una carta al Corregidor de Palencia para que éste repartiera los maravedises que
fueran necesarios para reconstruir el puente de Reinoso (Vallejo del Busto, 1981,
269). Si durante estos 58 años que separan a 1431 de 1489, las monjas seguían siendo
dueñas de Reinoso y Barrio, ¿contribuirán también ellas a el arreglo del puente por
donde tendrían que pasar desde Palencia para visitar su heredad?
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
- CEPEDA CALZADA, P. (1983): Baltanás, capital del Cerrato. Palencia. Institución "Tello
Téllez de Meneses". Diputación Provincial.
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Panorámica de Reinoso
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