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Apuntes libres para la Historia: Edades Antigua y Media

El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la Universidad de Valladolid

CAPITULO I

Recostado en la ladera de Santa Lucía, ha contemplado Reinoso el paso del tiempo.


Entre esta loma y el Pisuerga reivindica para sí una inmejorable situación estratégica
que mereció habitaran esta villa celtíberos y romanos.
En el año 134 a. de C., los habitantes de esta localidad contemplarían el rechazo
que los primitivos habitantes de la Pallantia de Arlanza (Palenzuela) presentaron a uno
de los más significados generales romanos, Escipión, o participarían, más bien, no lo
sabemos, en el plante que estos vacceos, palentinos difíciles de conquistar, hicieron a
las legiones romanas que bajaban por el valle del Pisuerga, camino de la segoviana
Coca.
Enmatojados en los encinares del Monte de Reinoso, o agazapados en los recovecos de
los cerros, en aquellos siglos más arbolados que ahora, los hijos de la loma de Reinoso
aplaudieron e instigaron la huida escipiónica. ¡Un pequeño puñado de valientes
haciendo frente a las conquistas del Imperio!
"Dominada la Meseta Norte, dice Vallejo del Busto (1981. 267), por los romanos,
éstos fundarían villas y poblados diseminados por la vega pisuerguense en la zona de
Reinoso. De lo que no cabe duda es que construyeron el puente romano, con 18 arcos
señeros sobre el caudaloso Pisuerga, con cinco "ojos" más grandes que los de su
hermano más moderno, colega de riberas, que tuvo que esperar hasta 1945 para lograr
sólo 13 en una longitud de 360 metros y al precio de tres millones y medio de pesetas,
gracias al regalo de la mano de obra prestada, más bien obligada, por unos presos
políticos de nuestra desgraciada Guerra Civil (Diario Palentino, 1995, 15).
Decenas y decenas de años transcurridos, los chopos de la ribera del río
acumulaban sabiduría y experiencia, mitad fruto de la comunicación recibida a través de
las calzadas y la otra mitad, fruto de la ciencia experimentada y aprendida en la
labrantía que originaba el cultivo de la tierra en las vecinas villas romanas del Norte
palentino.
Así las cosas, los de Reinoso se incorporaron a la Edad Media, padeciendo las
destrucciones que los nuevos invasores, Bárbaros del Norte ahora, causaran a su llegada
a través del camino natural del Valle del Pisuerga. Godos y visigodos lucharían a porfía
por hacerse dueños de aquellas fértiles vegas. Siglo tras siglo de paciencia histórica, a
los constructores de la cercana Basílica Visigótica en Baños de Cerrato, a pocos
kilómetros de Reinoso, sucedieron las huestes de Mahoma. Llegó el siglo VIII y con él
los airosos corceles árabes, a cuyos lomos los jinetes musulmanes atravesaron los
Campos Góticos, camino de los montes cántabros. En esa travesía, Reinoso quedaría
tocado por los sables árabes que atravesaron los pechos de sus hijos.

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Habría de cambiarse el viento un centenar de años más tarde, pues en el último


tercio del siglo IX los campos aquende el Duero fueron reconquistados por las tropas
cristianas al frente del Rey Alfonso III el Magno. El Cerrato, comarca donde
Reinoso, pueblo Próximo a Baltanás que es el corazón de la zona (Cepeda Calzada P
1983), campea como pez en el agua, fue reconquistado, y los biznietos de aquellos
viejos sarracenos de antaño adorarían la cruz, hogaño, en lugar de la media luna. La
retaguardia cristiana fortificaría estas tierras onduladas, sacando a flote alguna villa
repoblada como lugar estratégico al servicio de la “Santa Reconquista”. Sus casas
fuertes y su Castillo servirían de arietes ante el sacro deber de avanzar hacia el Sur en
busca del moro y de la unidad de la patria. ¿Tal vez el Castillo y casa fuerte que Doña
María Pérez, viuda de don Ruy Diez de Bueso, otorgó años más tarde, el 5 de junio de
1291, a Doña Juana de Santander, abadesa del convento de Santa Clara, situado en
Reinoso como veremos más tarde, fuera construido durante estos lustros.
En cualquier caso, aquella cultura cristiana, incienso y monjes, maitines de
monasterio y castillos de señores feudales, enseñó a los habitantes de este pueblo el
sacramental signo del bautismo. La nueva España, que avanzaba desde Covadonga,
sacralizaba todo lo que encontraba a su paso y lo que antes era simple y llanamente agua
de río para beber y limpiarse el cuerpo, de mar, de voluptuosos baños o de fuentes
instaladas en los jardines moros, se convierte ahora por obra y gracia de la todopoderosa
Santa Madre Iglesia, justificadora, como siempre, de las seglares hazañas de los
poderosos, en torrentera de indulgencias, en papales bulas perdonadoras de pecadillos,
en perlas y esmeraldas santificantes al pie del Santo Cristo de... Incluso el hombre de la
calle había aprendido de la maternal mano de la catequesis eclesiástica, el arte de
sacralizar, el arte de transformar en gracioso lo que por ser natural no necesitaba más
jerigonzas. Así pues, en concordancia con la moda del momento, aquel poblado de
indígenas permitió bautizarse y aceptó el nombre de Reinoso o con más exactitud el de
"Rinoso" como "figura... en un documento por el que el Rey D. Femando I confirma las
donaciones hechas por su padre D. Sancho a la Diócesis palentina". (Vallejo del Busto,
1981, 268). Estas son las actas bautismales del pueblo: un documento fechado en 1059,
donde aparece por primera vez el nombre de Reinoso de Cerrato.
Ya con nombre propio (Carnicer, R. y otros, 1984; Blanco, C. y otros, 1980), un
pueblo es capaz de distinguirse, de ser él siempre igual a sí mismo, aunque los diversos
escenarios hagan cambiar sus actuaciones. “Rinoso” ya era Reinoso de Cerrato, ya iba
adquiriendo su existencia determinada, salía de su ser macizo, mecánico, opaco,
indeterminado, óntico según la interpretación heideggeriana, indeterminado, y se hacía
persona, ser concreto, existenciado, manifiesto y transparente, se autorrealizaba a sí
mismo por mor de su propia libertad, Reinoso se vestía de anécdotas, se exhibía a sí
mismo relegando opciones y eligiendo otras. Como por ejemplo, éstas, al decir del
investigador Manuel Vallejo del Busto cuyos hallazgos sigo, honradamente cito y
agradezco:
Diez años más tarde del 1059 había un noble en Reinoso, llamado Pedro Obecoz.
Y también había un presbítero, llamado Vicente. Aquel tenía un solar. Este tenía una
yegua. Seguramente que Pedro deseaba pasearse por los cerros de Reinoso. Para llegar
al Pisuerga, desde sus montes del Sur, debería caminar a través de la cuesta que más
tarde recibiría el nombre de Santa Lucía, patrona reciente cuyas fiestas conoce aún el
ciudadano de Reinoso, bajar el callejón por donde serpenteaba el camino que
actualmente ha devenido en ser la carretera hacia Aranda de Duero, subir de nuevo al
cotarro de S. Cristóbal, antiguo poblado habitado, al parecer, durante la Edad de Hierro,
según prueban las recientes excavaciones, y terminar bebiendo o refrescándose en las
aguas del río, eterno testigo de los quehaceres de mis queridos paisanos. Y hete aquí,

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que Pedro desearía realizar este paseo sin cansarse. ¿Qué mejor, para ello, que poder
efectuar este recorrido en yegua? Ni corto ni perezoso le propuso al cura un cambio. Yo
le cedo el solar y su reverencia me da la yegua. Dicho y hecho. Y como los actos de los
nobles y de los presbíteros eran importantes en aquella época clérigo-feudal, según
hemos constatado más arriba, este trueque quedó escrito en los anales de la historia
(Vallejo del Busto, 1981, 268).
Continúa el siglo XI proporcionándonos otra anécdota. Esta vez, el citado cura
Vicente y su hermana Fronilde, prudente mujer sin duda, se mostraron generosos con
los suyos. ¿Quién no ha oído hablar del Monasterio de S. Pedro de Cárdeña, cercano a
nuestro vecino Burgos? Pues a estos buenos monjes, relacionados con el Cid
Campeador, legaron los dos hermanos todas sus heredades y ganados. Sin duda que así
aseguraban su salvación eterna, aunque los del pueblo que habían prestado sus almas
para que el buen sacerdote ejercitara su ministerio y pudiera moldearlas según los
mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, no pudieran disfrutar, en propiedad, de
los goces terrenales que los frutos de aquellas tierras y ganados les hubieran podido
proporcionar. Era el año 1077, ocho más tarde de aquel en que se realizó el trato de la
yegua.

Panorámica de Reinoso de Cerrato desde el cotarro de San. Cristóbal

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El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la
Universidad de Valladolid

CAPITULO II

Entre nobles y curas, aquella joven criatura denominada Reinoso iba creciendo.
No se sabe cómo vivía el pueblo llano. Sus pobladores serían siervos de la gleba al
servicio de sus señores.
Cultivarían las tierras de D. Vicente y las de D. Pedro. Pagarían sus derechos al Rey
unas veces y otras, al señor de tumo. Oirían misa de los párrocos correspondientes y
de sus beneficiados que atendían también el anejo del Barrio de Melgar. Aquel noble
D. Pedro no sólo cambiaba solares por yeguas, sino que también otorgaba una granja
al citado D. Vicente, libre de tributos reales, para estar a bien con los representantes
eclesiásticos y, quizás, para poder seguir haciendo tratos que a ambos beneficiaran.
Pasearían por el puente que los romanos les habían legado como generoso recuerdo y,
sin duda alguna, las tardes de los domingos visitarían una de las encomiendas que, al
otro lado del puente, la Orden de Caballería del Hospital de S. Juan poseía. Era ésta
una de las cuatro que la citada Orden tenía en Castilla.
A la chita callando, junto a éstos y otros nobles, como D.Gutier Pérez de
Reinoso que en 1139 y 1184 figuraba en uno de los documentos que ha llegado hasta
nosotros (Vallejo del Busto, 1981, 268), nuestros antepasados entraron en el siglo XII.
Un acontecimiento importante aguardaba a este siglo en plena efervescencia de talante
medieval. Esa iglesia que ahora el viajero contempla, aunque reformada en siglos
posteriores, es la misma que nació en este siglo al que me refiero. Mejor dicho, no se
llamaba igual. Ahora es la iglesia de Nuestra señora de la Asunción cuya imagen
preside el altar mayor. Entonces era la iglesia de Santa María. Se construyó en el siglo
XII, como digo, se reconstruyó en el XIV y se reformó en el XVII. ¿Por qué? Valgan
las siguientes conjeturas, por ahora. En el siglo XIV, 1366-69, aconteció una terrible y
devastadora guerra entre dos hermanos, aunque uno de ellos bastardo:
Don Pedro I el Cruel contra D. Enrique II de Trastámara. Enrique mataría a su
hermanastro Pedro en los campos de Montiel, el 23 de marzo del año 1369. Veremos
después que durante esta guerra, el convento de las Clarisas, que por entonces se
ubicaba en Reinoso y no en Palencia capital, como actualmente, fue destruido. ¿Qué
pasaría con las piedras de convento? ¿Dónde irían a parar? ¿Qué listillo del momento
se aprovecharía de ellas? ¿Las emplearía el pueblo para otros menesteres públicos; por
ejemplo, para mejorar la iglesia de Santa Maria? Aquí dejo mi benévola hipótesis.
Sabemos que la iglesia en el siglo XIV se seguía llamando de Santa María, que en este

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siglo fue reformada y que en ese mismo siglo, 1345, el convento dejó de ser habitado
por las monjas en Reinoso. Algunos documentos concretan: iglesia Parroquial de"
Santa María "de ambos los barrios "( Vallejo del Busto, 1981, 268) Por lo tanto, el
cambio de nombre, de Santa María al de Nuestra Señora de la Asunción, es posterior a
1345. Durante esta fecha, pertenecía al Arciprestazgo de Baltanas, Arcedianato de
Cerrato y Diócesis de Palencia. De las reformas del siglo XVII da cuenta el barroco
retablo principal.
La iglesia está situada en un alto. Es la pieza del pueblo que testimonia la fe de
ocho siglos. Una buena parte de la cultura de los vecinos se ha nutrido de los
sermones, de la doctrina que domingo tras domingo se ha ido inculcando, no siempre
con acierto, a los niños, a los jóvenes y a las familias que allí se han bautizado, allí se
han confirmado, allí se han casado y allí han celebrado los funerales por sus muertos.
Vida y muerte. El itinerario de todos los humanos y humanas. Aparición y
desaparición son los dos ejes sobre los que pivota la trayectoria de todo caminante.
Dos pilares que marcan el sendero de todo ser racional, aparte de creer o no creer.
Estas dos ideas filosóficas han tomado cuerpo, para los de Reinoso, en el púlpito que
se ubicaba dentro de la nave única que posee la iglesia. Un púlpito parlante que,
semana tras semana, ha inculcado sin reparo ninguno, principios, dogmas teológicos,
criterios éticos a los cuales se recomendaba ajustar la conducta. Un púlpito que definía,
sin miramientos, lo bueno y lo malo, lo salvífico y lo condenable. La voz de Dios. La
trompeta divina, tocada por su menajera, la Santa Madre Iglesia que arrimaría, sin
duda y a través de sus savias interpretaciones, el ascua a su sardina. ¿No es, al menos,
probable que esa trompeta haya modelado el carácter, las costumbres, los oídos de
estos hombres y mujeres de Reinoso?
En el ábside, un altar recargado, dorado como el cabello de la fresca y tierna
adolescente que acudía a los ritos, porque ésa era la tradición o una buena manera de
ser admirada por sus colegas masculinos. Altar dorado. Y, también, amarillo como las
mejillas del anciano que allí termina sus días. A la derecha, otro altar dedicado a Santa
Lucía, Patrona de la villa. A su lado, la gótica estatua de Santiago "Matamoros",
enarbolando una espada sobre su cabeza. En la repisa inferior de este mismo altar una
talla de Santa Ana, la Virgen y el Niño, del siglo XVI. De una sola pieza. Del mismo
siglo, S. Roque con su perro. Encima S. Antonio Abad, acompañado de un cerdito,
haciendo honor a su cargo de fiel patrono de los animales. Enfrente de este interesante
muestrario de imágenes, el altar del Santo Cristo.
Reinoso ama a su iglesia, prueba de ello es que este mismo año, 1996, ha terminado
una necesaria reparación del tejado, para lo que los hijos del pueblo, los de dentro y los
de fuera, han aportado un cumplido millón de pesetas. No podía ser menos. Los de
Reinoso saben valorar la cultura, la fe y la historia almacenada en ochocientos años de
gozos y tristezas.
Con su iglesia documentada, con sus presbíteros constatados, con nobles
conocidos y reconocidos por sus nombres y apellidos, se puede decir que Reinoso era
uno de tantos pueblos, villas y lugares integrados en la fisonomía de la sociedad
medieval. Pero podríamos afirmar también que para insertarse plenamente en el
corazón más prototípico de aquella sociedad de monjes y guerreros le faltaban dos
grandes realidades que han sido calificadas como símbolos auténticos de aquella
edad histórica
Me refiero al castillo, símbolo de la organización feudal y al monasterio, símbolo de
una época teocéntrica como ninguna otra. Pues bien, es en el siglo XIII cuando
aparecen claramente estas dos grandes "señales" de la historia de Reinoso. El uno
unido al otro. Castillo y monasterio aparecen en una simbiosis complementaria. De tal

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manera que el castillo albergará a la comunidad de monjas clarisas y estas monjas


darán vida a las paredes de un edificio perteneciente a una dama de la nobleza. Las
cosas sucedieron como a continuación intentaré relatar, valiéndome para ello de los
datos que aporta el franciscano Manuel de Castro (1982), minucioso historiador del
Real Monasterio de Santa Clara de Palencia y los Enríquez, Almirantes de Castilla.
No resulta extraño comprobar, diré para empezar, que fuera precisamente un
monasterio franciscano el que se asentara en estas tierras. Según los historiadores del
franciscanismo, parece ser que en varios lugares relativamente cércanos a Reinoso, el
dulce y tierno Francisco de Asís, juntamente con sus hijos los religiosos franciscanos,
era objeto de gran devoción. De hecho, en Sahagún (León), en Villasilos (Burgos) y en
la próxima ciudad de Palencia se contaban milagros atribuidos al "poverello" de Asís.
Por aquel siglo, además, existían monasterios de clarisas en Carrión de los Condes, en
Valladolid, en "Medina del Campo, en Torrelobatón, etc.
No sabemos quien fuera la fundadora o fundador del convento, tampoco el año
exacto en que Reinoso tuvo el honor de acoger a tan preclaras vecinas. Esto no
obstante, sí que es cierto, según concluye M. de Castro (1982, 17) que las monjas
clarisas "se establecieron en Reinoso de Cerrato, partido judicial de Baltanás, no lejos
de Palencia, en la ribera izquierda del Pisuerga, en el reinado de Alfonso X el Sabio,
1252-1284".
Su ubicación debe de coincidir con el término que todavía se denomina el
Convento. Traspasada la subida de la "zeta", dejando a la derecha la antigua tejera del
pueblo y el camino de la Pililla, dirección de Reinoso - Villaviudas, por la carretera de
Palencia - Aranda de Duero, se baja el zig-zag de una pendiente. Cuando la carretera se
estira en línea recta antes de llegar a Barrio que se sitúa a la izquierda, quien busque,
aún sin excesiva atención, verá a su derecha una tierra llana al principio y quebrada
después, cuando desde la misma carretera sube hasta "La Cárcava". Al fondo se cierra
el horizonte a causa del monte de Reinoso que tuerce su trayectoria para encontrarse
con el de Barrio. Circundado, pues, por el abrazo de los montes de Reinoso y de Barrio
al sur, por el camino de Barrio al este, por el de la pililla o del arenal al oeste y por la
carretera y el Pisuerga, al Norte, se creó, allá por los años 1270 (?), el Monasterio de las
Clarisas en Reinoso de Cerrato.

Escudo en la fachada de
Una casa de Reinoso,
Propiedad de Dña. Felisa
Gutiérrez Ortega

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El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la Universidad de Valladolid

CAPITULO III

Más detalles sobre el convento me los proporcionó el honrado vecino de Reínoso, el


estimado Teo Martínez. Dimos un paseo juntos para constatar, con más precisión, la
ubicación del convento. Nos guiaba el conocimiento vulgar de que siempre ha existido
un término municipal llamado "el Convento". Y puesto que "si el río suena, agua
lleva", concluíamos que si se venía llamando "el Convento" a este paraje, por algo
sería. En efecto, Teo había descubierto con el arado, hace unos 40 años, cuando él
labraba estas tierras de Barrio, varias cosas interesantes. En una tierra cercana al río
Pisuerga, a la izquierda de la carretera según se camina hacia el vecino y amigo pueblo
de Villaviudas, levantó cerámica antigua. Aparecieron tejas, baldosas y quiciales
terminados en espigones que deberían girar sobre los quicios de las puertas o de las
ventanas. Uniendo estos descubrimientos arqueológicos con los datos de los
documentos escritos no parece descabellado suponer que allí se asentarían las casas de
los obreros. - siervos - que trabajaban para el monasterio. La distancia que separaba
este poblado del convento no llegaba al medio kilómetro.
Nosotros, en aquella tarde de agosto, subimos por el camino de la pililla cuyo nombre
también tiene su razón de ser. Precisamente, a la misma altura de uno de los lados del
"Convento" como término, se puede ver aún hoy día, una piedra de un metro y 20
centímetros de larga por unos 50 centímetros de ancha en su parte superior. En la parte
inferior, que aquella tarde estaba incrustada en la tierra, tiene esta piedra una especie de
pozuelo donde se depositaba el agua de la lluvia. De ahí le vino a la piedra el nombre
de pililla y por extensión al camino, también llamado del arenal por existir a su
derecha, en dirección al monte, dos arenales de donde antiguamente las amas de casa
cogían arena para fregar la vajilla.
Subiendo desde la carretera, por la derecha, hacia el monte, a unos 500 metros de la vía
citada, aparece una pequeña subidilla en la cual se asienta una tierra de cultivo, aquella
tarde sombrío rastrojo de cebada. Esta tierra, no hace mucho, estaba limitada por una
torrentera y unas lindes. Junto a la ladera del camino de la pililla se ven piedras
depositadas allí por quienes las separaban de la tierra al arar. Supongo que serán
piedras del antiguo castillo-convento, digno sucesor del de Reinoso. Aquellas que no se
llevaron a Palencia para construir el Real Monasterio de Santa Clara, o aquellas que
sobraron después de reconstruir la iglesia de Santa María, como ya supusimos en el
capítulo anterior. En otra de las lindes hacia el sur, entre yerbas, aparecen piedras
llanas o losetas, algunas de ellas bastante grandes.
Eran las losas que cubrían las arquetas dónde introducirían a los muertos, las pétreas
ataúdes de entonces. Estas losas, eran desenterradas cuando el arado cumplía su
función. Concluíamos que allí estaría el cementerio del monasterio donde enterraban a
las monjas, puesto que junto a estas losas aparecieron también calaveras y huesos
humanos.
Para completar la descripción de todo aquel paisaje conventual, tendimos la vista hacia

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el fondo del valle, hacia los montes de Barrio y de Reinoso. Se veían el "Cotarro
lobero", la "Cárcava", el "Cotarro de Pablitos", la Tierra de la Culebra", el "Barco de la
tía Hilaria" y el "Balcón". A propósito de la "Cárcava" diré que, efectivamente, los
vecinos de Reinoso recuerdan aquella zona como un lugar donde había grandes
zanjas producidas por las impetuosas avenidas de agua, procedentes de las laderas del
monte. Pero, un buen día, estas zanjas se limaron, gracias a la labor constante y tenaz
de un rentero que allanó aquellos inhóspitos socavones. De tal manera que,
actualmente, el minivalle es una tierra llana y relativamente bastante productiva.
La reina Doña Violante, esposa del Rey D. Alfonso el Sabio, fue fundadora de varios
monasterios de Clarisas y amiga de los franciscanos de Palencia. ¿Habrá facilitado la
fundación del convento de Reinoso? Si en algo hubiere contribuido no parece que fuera
bajo el punto de vista económico, pues es más probable, dice M. de Castro, que la
fundación material corriera a costa de la devoción popular que debió proporcionarles
una muy pobre habitación. Tanto es así que, después de vivir las monjas durante varios
años con gran ejemplo de virtud, se le debieron de compadecer las entrañas a Doña
María Pérez, viuda de D. Ruy Diez de Bueso y se movió a regalar a las Clarisas un
castillo y una casa fuerte que tenía en esta villa de Reinoso. La donación se hizo a
Doña Juana Santander en cuanto abadesa de este monasterio, en virtud de escritura
otorgada en Reinoso el día 5 de Junio de 1291. Se explícita que esta donación se hace
para que las monjas pudiesen vivir en el castillo, ahora convertido en monasterio, con
más guarda y decencia. Aquí permanecieron hasta 1369 ó 1370
Sin duda, que estos casi cien años, pertenecientes a parte de los siglos XIII y XIV
(1270?-1370), supondrían una novedad para la villa de Reinoso, las monjas elevarían a
Dios sus plegarías, cuidarían del huerto, ejercitarían la mendicidad a imitación de su
padre S. Francisco, admitirían año tras año a nuevas novicias, enterrarían en su propio
camposanto a sus difuntas, entre ellas a "las hermanas fundadoras" de las que habla el
Cardenal Guido de Boulogne, legado del Papa en España, (M. de Castro, 1982, 21),
rogarían, dentro de su iglesia, por sus mecenas, reyes, nobles y señores y romperían el
silencio de aquellas desérticas planicies con plegarias religiosas, entonadas en
medieval gregoriano.
Mientras tanto, en 1352, los lugares de "Reynoso", es decir el Reinoso de Cerrato de
siempre, y "La Puente de Reynoso" pertenecían, en lo civil, a la Merindad del Cerrato.
Reinoso era behetría de D. Nuño, de la Orden de San Juan, y los señores de Lara y
Vizcaya tenían vasallos en este lugar. En "La Puente de Reynoso" había un
Comendador también de la Orden de S. Juan. Existía un molino harinero que producía
quince cargas de pan al año, distinto del que más tarde se construirá en un lugar del río
Pisuerga, más cercano al casco del pueblo, donde todavía se pueden ver su presa y
algunos ojos destruidos. Más allá de los límites de Reinoso, los Reyes continuaban la
Reconquista hacia Aragón y Andalucía, envueltos en guerras entre reinos, aliándose
con Francia o con Inglaterra, según conviniera a cada cual y engendrando, en los ratos
libres, hijos bastardos que más tarde serían causa de guerras civiles, entorpeciendo las
líneas sucesorias al poder.
Tras casi un siglo de permanencia en Reinoso, las monjas Clarisas que habrían oído
tantas historias de héroes, tantas batallas ganadas y otras tantas perdidas, vivieron en
carne propia la guerra civil entre Pedro I el Cruel y su hermano bastardo Enrique II de
Trastámara.
D. Pedro I reinó en Castilla desde 1350 a 1369. Era hijo legítimo de Alfonso XI que
murió en 1350, víctima de los últimos ramalazos de la "peste negra". D. Pedro I fue
considerado por algunos una persona cruel; para otros fue un rey popular y justiciero
que exigió cuentas a los nobles corruptos. Es decir, fue un rey controvertido o

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discutido... Repudió a su joven esposa Blanca de Borbón, lo cual molestó


profundamente a los franceses que más tarde se unirían a su hermano bastardo Enrique
para ir en contra de él.
D. Enrique también ara hijo de Alfonso XI, pero no de su legítima esposa, Doña.
Blanca," sino de su favorita la bella Leonor de Guzmán. D. Enrique casó en 1350 con
doña Juana Manuel, hija del célebre escritor D. Juan Manuel que vivió en un pueblo de
la provincia de Valladolid, llamado Peñafiel. Cito a esta Doña Juana Manuel porque
fue muy devota de las Clarisas. Tanto, que durante toda su vida vistió el hábito de
Santa Clara y luchó por la construcción del convento de las Claras en Palencia. D.
Enrique era cabecilla de los rebeldes contra su hermano Pedro I de Castilla.

Imagen del Puente Viejo de Reinoso de Cerrato.

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El embrujo de Reinoso
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CAPITULO IV

D. Pedro I se apoyaba en la burguesía urbana y en los ingleses, a quienes prometió


darles el señorío de Vizcaya si salía airoso de la guerra, mientras que D. Enrique se
alió con los nobles e, indirectamente, se valió del mundo rural donde éstos tenían sus
tierras y dominaban a sus siervos. D. Pedro I era un rey autoritario que deseaba poner
orden en la nobleza que frecuentemente se levantaba contra los reyes. Por eso, los
nobles azuzaron a D. Enrique, pues si vencía a Pedro I se librarían de ser despojados de
sus riquezas o de ser menos considerados. Algunos autores dicen que el bando de D.
Pedro representaba la modernidad y el futuro de la historia de España, mientras D.
Enrique representaba la reacción (Valdeón Baruque, J., 1985, 16). Lo cierto es que el
bastardo contó ante todo con el concurso de la alta nobleza y del episcopado, aparte de
los soldados mercenarios franceses, como las Compañías Blancas de Francia, o bandas
de soldados dirigidas por un tal Beltrán Duglesclin. D. Enrique, el bastardo, dio a su
campaña un carácter de cruzada, considerándose un emisario de Dios para acabar con
el tirano D. Pedro que gobernaba Castilla.
Con esta preciosa ayuda, el bastardo invadió la corona de Castilla en la primavera de
1366. Aunque el episcopado estuviera a favor del "emisario de Dios", D. Enrique, mal
iban a ir las cosas a las clarisas de Reinoso, pues la verdad es que esta guerra fratricida,
que duró tres años, ensangrentó los campos de Castilla. El monasterio de Santa Clara
de Reinoso quedó muy maltrecho y las religiosas maltratadas. Según consta en una
precisa información que le habían enviado previamente las mismas religiosas y que
ahora, a la hora de redactar un decreto, usaba el Cardenal Guido, Legado del Papa en
España, este Cardenal daba cuenta de la situación de las clarisas de Reinoso,
manifestando lo siguiente: "Vuestro dicho monasterio que antiguamente se edificó, está
en un lugar desierto, solitario y distante de toda fortaleza, y al presente está, por razón
de las guerras que hasta hoy estuvieron en gran fuerza y están en los reinos de Castilla
y León, aún al tiempo presente, casi irreparablemente destruido y devastado. Por lo
cual, muchos hijos de iniquidad, no mirando a Dios, los cuales casi continuamente
entran en vuestro monasterio violentamente y contra vuestra voluntad, y muchas veces
os hacen muchas molestias e injurias y, lo que es más inicuo, han intentado tentar
vuestra pureza en varias ocasiones". (M. de Castro, 1981, 21).
Estos malos tratos a las monjas eran causados, principalmente, por la soldadesca, en
este caso por los mercenarios franceses al mando de Beltrán Duglesclin. Tanto los
combatientes franceses como ingleses praticaron, durante esta guerra, el robo y el
pillaje, demostrando un feroz antisemitismo al destruir numerosas juderías en el Norte
de Palencia. Aquí demostraron una conducta inhumana contra unas pobres indefensas
no judías, pero sí cristianas católicas.
Por todo lo cual, las monjas pidieron a la autoridad eclesiástica que fueran

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trasladadas a Palencia, dentro de cuyos muros se sentirían más defendidas.


Efectivamente, el traslado se efectuó a finales del año 1369 o durante el 1370. Interesa
resaltar qué trasladaron. El legado pontificio decía en su decreto firmado en Valladolid
el 29 de mayo de 1373: "os concedemos... plenaria y libre licencia para que vosotras y
vuestro monasterio os trasladéis del dicho lugar a la referida ciudad" (M. de
Castro, 1981, 21), es decir, a Palencia. Al especificar "y vuestro monasterio", el
legado incluía una serie de objetos, como: los cuerpos de las hermanas fundadoras que
estaban enterradas en el cementerio del monasterio, las vigas, maderos, piedras y
"todo lo demás del material de los edificios antiguos para la construcción del nuevo
monasterio" (idem). Hubo algo que no les fue permitido a las monjas: llevarse la
iglesia conventual. Esta se reservaba para el obispo si todavía era idónea para la
celebración de los divinos oficios. Como la iglesia de Santa María se reconstruyó en el
siglo XIV y la del monasterio debió quedar bastante inservible, cabe preguntarse si las
piedras de la iglesia de las clarisas no constituyeron un precioso material para las
paredes de Santa María. Quede ahí la pregunta para ser respondida en su día. Si la
iglesia conventual no les era permitido llevársela, sí podían trasladar otros beneficios
que pesaban menos que las piedras: los derechos adquiridos por las monjas, como
los juros o derechos perpetuos de propiedad concedidos a las monjas por alguna
institución o persona, "los dominios, privilegios, gracias, libertades, indulgencias,
prerrogativas y honores concedidos por cualesquier personas del monasterio y a
vosotras os pertenecen o al convento y monasterio, no obstante la traslación referida".
(ídem, 22). Así pues, si algún actual habitante de Reinoso o de otro pago desea ver
algunas de la piedras de que hace siglos formaran parte de las paredes del monasterio
de Reinoso, probablemente pudiera divisarlas en los muros del convento de Santa
Clara de Palencia o en las paredes de la actual Igesia de Nuestra Señora de la
Asunción de Reinoso de Cerrato.
Las monjas partirían tristes, por una parte, y alegres por otra. Muchos años habían
pasado junto a unos cerros seculares. Águilas imperiales habrían sobrevolado aquel
castillo hospitalario, inspirando pensamientos de admiración y de temor de Dios
durante los ratos de meditación que las monjas practicarían diariamente. El murmullo
de las aguas del Pisuerga habría aliviado sus noches oscuras. El recuerdo de aquellos
hondos silencios de paz serían difíciles de borrar. Sin embargo, también sentirían en su
corazón el alivio de los miedos nocturnos engendrados por el silbido huracanado de
los vientos del valle. Se terminaron, sin duda, los sobresaltos impuros de aquella
desaforada soldadesca. Debería, pues, perdonar el ecológico S. Francisco que ellas,
monjas fieles a las reglas de la tradición, permutaran la limpieza de la atmósfera y el
requiebro de los tiernos pajarillos por el ruido callejero de los truanes y comerciantes
urbanos.
¿Cuántas religiosas emprendieron el viaje? No lo sabemos con exactitud. Lo que sí
consta es que una docena de privilegiadas estuvieron presentes en el solemnísimo acto
de las firmas de las escrituras que ratificarían, ante el cabildo palentino y ante ellas
mismas como representantes de la comunidad, el traslado desde el mundo rural y
campesino al mundo urbano y agitado de la ciudad. No podía faltar la abadesa y allí
estaba Doña María Fernández que lo era durante este año de 1378. En la capilla del
Sagrario, sita en el claustro de la catedral de Palencia, se sentaron junto a la madre
abadesa, y completando el apostólico número de doce, sus queridísimas hijas. Frente a
D. Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo y primado de las Españas, acompañado de
otras personalidades eclesiásticas, como el deán y cabildo de la catedral palentina, se
encontraban Teresa Sanz de Velasco, Catalina Alfonso de Portugalete, María González
de Reinoso, Mayor Álvarez de Ampudia, María García de Covarrubias, María

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Fernández, Elvira Roderia, Benita Fernández, Mana López de Palencia, Juana González
de Palenzuela y Mayor García de Astudillo. Doce monjas clarisas, unas de pueblo y
otras de ciudad cambiaron de residencia. Una etapa nueva se abría a esta comunidad
habituada a modales espontáneos, poco pulidos e incluso toscos, como serían los
aprendidos en los lugares de origen de aquellas sores de Astudillo, de Palenzuela, de
Ampudia, de Covarrubias, de Portugalete y del mismísimo Reinoso, de donde también
había ingresado una hermana al servicio de la religión y de la Iglesia.

Imagen de la iglesia de la localidad.

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Apuntes libres para la Historia: Edades Antigua y Media

El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la Universidad de Valladolid

CAPITULO V

Desde 1370 hasta nuestros días Reinoso se quedó sin convento. Pero las monjas no se
quedaron sin sus privilegios, muchos de los cuales fueron otorgados cuando vivían en
dicho lugar. Así, por ejemplo, el rey Fernando IV de Castilla (1295-1312) necesitaba
que estas buenas monjas rogaran por su alma y por la de su esposa Doña Constanza y
para asegurar tal necesidad, el siete de octubre de 1311, un año antes de morir, les dio
en limosna, "de aquí en adelante, para siempre jamás, todos los servicios y los pechos y
pedidos y derechos y martiniega de 20 pecheros de Barrio Hamiello (¿tal vez
Hornillos?) y de Barrio de Melgar" (M. de Castro, 1982,26).
Lo mismo hizo su hijo Alfonso XI (1312 - 1350), el padre de Pedro y de Enrique,
como ya he dejado constancia. Dicho Rey confirmó los privilegios de su padre, a los
ruegos del monasterio de Santa Clara de Reinoso, en Burgos, el doce de noviembre de
1315, día siguiente al de S. Martín que seguramente le recordó lo de la martiniega.
Once años más tarde lo confirmó en Valladolid y en el 1330 repitió la misma operación
en Zamora.
Enrique II de Trastornara (1369-1379) se debía sentir obligado a resarcir, de alguna
manera, a las monjas el daño que sus tropas les habían causado durante la guerra que él
sostuvo contra las de D. Pedro I. Tal vez fuera consciente de que la huida de las
monjas suponía una grave pérdida para la repoblación de aquellas vegas del Pisuerga.
No sospecharía, sin embargo, que esta escapada iba a suponer la primera gran
emigración de los pueblos de Castilla. Muchos años más tarde, Palencia se quedará sin
hombres. Bilbao, S. Sebastián, Madrid serían los nuevos absorbentes de quienes
abandonaban, una vez más, la cuna y los rastrojos que ya no daban para más. ¡Triste
itinerancia la del campesinado castellano! D. Enrique, pues, reafirma para el
monasterio de Reinoso los privilegios de sus antecesores. No sin remarcar dos cosas:
una, que "el monasterio de Reinoso está agora... yermo y despoblado por las guerras
que han sido en los tiempos pasados". Dos, que hace a las monjas la merced de los
dichos 20 excusados... para que "moren todos y pueblen el dicho monasterio del dicho
lugar de Reinoso, y en los solares de las casas que son dentro del dicho monasterio, y
que labren los heredamientos del dicho monasterio y de la dicha abadesa e convento
del dicho monasterio y pueblen en el dicho monasterio, e en los solares que son dentro
de él"... (M. de Castro, 1982, 26).
Tres meses más tarde (el 30 de agosto de 1379) de que Enrique II falleciera en Santo
Domingo de la Calzada, su hijo y sucesor Juan (1379-1390) volvía a conceder a las
monjas de Palencia el privilegio de los 20 escusados, es decir, mandaba a los 20
pecheros aludidos anteriormente que pagaran al monasterio lo que deberían de pagarle

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a él, si no les excusara de este deber de súbditos en beneficio de la abadesa y demás


clarisas. Al mismo tiempo insistía en la condición de contribuir, por parte de las
monjas, a que quienes estaban en Reinoso cuidando sus tierras, permanecieran
morando y poblando dicho monasterio.
Por fin, tal y como |se lo había concedido su padre Juan I, Enrique III (1390-1406)
repite la concesión del privilegio, "con acuerdo de los del mil Consejo". [
Nótese, a propósito de la concesión de estos privilegios, que existe un periodo, desde
1350 a 1369, período correspondiente al reinado del asesinado Rey D. Pedro I, en que
no aparecen documentos que notifiquen estas limosnas a favor de las monjas. No en
vano ya advertí que el episcopado favoreció el levantamiento de D. Enrique, el
bastardo.
¿A dónde se trasladaron las clarisas de Reinoso? - Ya sabemos que solicitaron ir a
Palencia, ciudad. Pero, ¿en qué lugar de Palencia? La respuesta se halla en el primer
punto de la "concordia" o convenio que firmaron las 12 monjas ya citadas y los
representantes del Episcopado palentino. Dice así: Que el monasterio de Santa Clara
sea edificado en la ciudad de Palencia "así como lo manda nuestro pontífice en las
casas de Sancho Martínez, que están en la carrera que lleva a la iglesia de S. Lázaro".
(M. de Castro, 1982,23). Con estos datos, con estas interpretaciones personales y por
tanto subjetivas, y con estas explicaciones he llegado al último tercio del siglo XIV.
Simplemente apuntes. Faltan muchos otros hechos que narrar sobre Reinoso. Pero la
investigación actual no llega a más.
Sobre el s. XV, Vallejo del Busto (1981, 269) recoge un dato interesante para hacer
pensar. Dice: "En 1431, Doña Juana de Mendoza, esposa del Almirante de Castilla,
legó al monasterio de Santa Clara, de Palencia, los lugares de Reinoso de Cerrato y
Barrio Melgar (hoy dehesa de este término)". Conviene añadir, para entender mejor la
noticia, algo sobre estos dos personajes.
El Almirante de Castilla se llamaba Alfonso Enríquez. Se le impuso ese doble
nombre por la siguiente razón: Alfonso porque era nieto del rey D. Alfonso XI y
Enríquez por que era sobrino de Enrique II de Trastámara. Su padre fue D. Fadrique
hermano gemelo de Enrique II y ambos bastardos, al ser, los dos, hijos de Alfonso XI
y de su favorita Doña Leonor de Guzmán. D. Fadrique fue maestre de la Orden de
caballería de Santiago y fue asesinado por su hermano D. Pedro I. El asesinato sucedió
así: D. Fadrique peleó al lado de su hermano D. Pedro I e incluso le ganó la batalla de
Jumilla, en la guerra entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón. A pesar de esta
unión guerrera, parece ser, según cuenta el Romancero, que Fadrique se las entendía
con Doña Blanca de Borbón, esposa legítima de su hermano Pedro 1. Ante los ruegos
de Doña María de Padilla, amante de Pedro, que tenía el capricho de que le sirvieran
en una bandeja la cabeza del Maestre de Santiago a quien tenía por traidor a su
hermano Pedro, éste urdió la siguiente estratagema. Llamó a Sevilla a su hermano D.
Fadrique. Este acudió sosegadamente al llamamiento. Entraba por el patio del Alcázar
sevillano. Pedro, entonces, dio orden a sus ballesteros de matar al maestre. Estos lo
dejaron tendido a golpes de maza sobre las blancas losas de alabastro del patio. Era el
29 de mayo de 1358.
Ya sabemos que el padre del Almirate de Castilla, D. Alfonso Enríquez, era Fadrique,
asesinado de esa manera tan trágica. Pero, ¿quién era su madre? Unos dicen que una
judía. Otros, que la mujer de un mayordomo de su padre, D. Fadrique. ¿La versión
más verosímil? Esta última, y así lo describe el historiador D. Francisco de Guzmán:
"pasando un día por Llerena (D. Fadrique, maestre de la Orden de Santiago) que es de
la Orden (de Santiago), posó en casa de un mayordomo suyo, el cual mayordomo tenía
una muy hermosa mujer, y él no era entonces en el lugar, y el maestre pagose mucho

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de ella...; y al tiempo parió un hijo, el cual estuvo encubierto hasta que el rey D.
Enrique regnó, que él bien sabía que era su sobrino. Y llamose o le pusieron por
nombre don Alfonso, como el rey su abuelo, y éste fue almirante de Castilla". (M. de
Castro, 1982, 34). Así pues, ya tenemos conocidos a los padres de D. Alfonso
Enríquez.
¿Cuándo nació? En 1344 y murió en 1429, a la edad de 75 años, en Guadalupe. Está
sepultado en Santa Clara de Palencia. Antes de morir fue muchas cosas. Además de
haber venido al mundo como bastardo, sin culpa suya, fue montero mayor del rey de
Castilla o encargado de dirigir las batidas cuando el monarca iba de caza. Uno de los
dignatarios de mayor categoría en la corte. Sus posesiones principales estaban situadas
en la región galaico leonesa: Sarria, Monforte de Lemos, Viana del Bollo, Ponferrada
y Villafranca del Bierzo. Fue también, como hemos dicho ya, Almirante de Castilla,
región que estando en el corazón de la península ibérica, se asomaba a los mares desde
sus onduladas y céntricas lomas. Casó con Doña Juana de Mendoza. De este
matrimonio hablaré en el siguiente capítulo, el VI de esta primera serie.

Vista del Ayuntamiento de Reinoso y sobre el reloj de la villa.

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Apuntes libres para la Historia: Edades Antigua y Media

El embrujo de Reinoso
Martín Rodríguez Rojo. Profesor emérito de la Universidad de Valladolid

CAPITULO VI
Esta dama es el segundo personaje que debo describir para comprender mejor la
fundación del convento de santa Clara en Palencia, continuación que fue del de
Reinoso, y para descifrar el regalo de los lugares de Reinoso y Barrio a las clarisas.
Doña Juana de Mendoza era hija de D. Pedro González de Mendoza, mayordomo de
Juan I y de Doña Aldonza Fernández de Ayala, camarera mayor de la reina Doña Juana
Manuel. Había nacido en Guadalajara hacia 1361. Poseía esmerada educación. Cuando
casó con D. Alfonso aparentaba moza y muy rica, sin embargo era viuda de D. Diego
Gómez Manrique de Lara, señor de Amusco, Treviño y adelantado de Castilla. Con
éste había tenido un hijo llamado Pedro Manríquez y una niña que falleció de corta
edad. Doña Juana siempre contradecía este matrimonio hasta que un día, estando en sus
casas que ahora son de D. Sancho de Castilla, en Palencia, junto al monasterio de
Santa Clara, D. Alfonso le puso la mano en su rostro con enojo y, entonces, ella
reconoció la verdad. Se le conocía con el apodo de la "rica hembra", debido a sus
muchas riquezas. Después de quedar huérfana y viuda como consecuencia de haber
perdido a su padre y a su primer marido en la derrota de Aljubarrota donde fue
vencido Juan I, rey de Castilla, contrajo matrimonio con D. Alfonso Enríquez que
contaba con 32 años. La boda se celebró en Palencia el año 1389. Un matrimonio feliz
y prolífero, ya que tuvieron 11 hijos. A D. Alfonso Enríquez aún le quedó tiempo
para tener otros hijos bastardos que según unos fueron tres y según otros, cuatro: uno
de ellos fue clérigo beneficiado de Sevilla y otro, deán de Palencia.

Este rico matrimonio Enríquez-Mendoza fue el gran mecenas del Monasterio de


Santa Clara de Palencia. A D. Alfonso Enríquez y a Doña Juana de Mendoza, en
efecto, pasó el patronato del monasterio, seguramente por ser D. Alfonso Enríquez
sobrino del rey Enrique II que, unos años antes, había iniciado la edificación de un
monasterio más bien pobre. Las obras pagadas por el matrimonio pudieron comenzar
hacia 1395, pero tomarían mayor ritmo a partir de 1405, cuando D. Alfonso Enríquez
fue nombrado almirante y cuando ambos cónyuges pensarían hacer de la iglesia
conventual más que una iglesia monástica, un panteón familiar. Mientras D. Alfonso
hacía la guerra a los moros, Doña Juana dirigía las obras que todavía no estaban

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terminadas en 1431, el mismo año en que, según avancé, el ilustre matrimonio legó
los lugares de Reinoso y de Barrio al monasterio de Santa Clara de Palencia.

Así pues, Reinoso con sus terrenos pasó a ser propiedad del sobrino de D. Enrique II
de Trastámara y primer almirante de Castilla, al mismo tiempo que de Doña Juana de
Mendoza, esposa de este almirante, era considerada una rica y educada hembra de
Guadalajara. Pero, como estos señores Enríquez-Mendoza se lo donan a las clarisas,
quiere esto decir que Reinoso fue de las monjas de Santa Clara (Publicaciones de la
Institución 'Tello Téllez de Meneses, nº extraordinario, 16, 143-144), cuando éstas
estaban en Palencia. Si anteriormente, cuando eran vecinas del pueblo, cobraban lo que
los 20 pecheros de los reyes sucesivos deberían haberles pagado a sus majestades,
ahora todo el pueblo era suyo. Las monjas se fueron de Reinoso y Reinoso "se
marchó" con ellas. ¿Por cuánto tiempo? ¿Seguirían ahora las monjas con la
obligación que los reyes les imponían de hacer morar a los pocos pobladores existentes
y de poblar estos descampados con algunos moradores más? ¿Sé incorporaría Reinoso
a la recuperación demográfica y económica, a la expansión de la ganadería lanar y al
auge del comercio que se originó, en general, por toda Castilla y León durante el siglo
XV? (Valdeón Baruque, 1985).

Sólo sabernos, por ahora, que en 1475, el Concejo de Reinoso de Cerrato seguía
perteneciendo a la merindad del Cerrato y satisfacía en concepto de tributos 8.237
maravedíes. También consta que en 1489, casi terminado el s. XV, a petición de los
concejos de Curiel, Encinas, Castrillo de Don Juan y otros, el Consejo Real de Castilla
envió una carta al Corregidor de Palencia para que éste repartiera los maravedises que
fueran necesarios para reconstruir el puente de Reinoso (Vallejo del Busto, 1981,
269). Si durante estos 58 años que separan a 1431 de 1489, las monjas seguían siendo
dueñas de Reinoso y Barrio, ¿contribuirán también ellas a el arreglo del puente por
donde tendrían que pasar desde Palencia para visitar su heredad?

¿Estará Reinoso atento al cambio de paradigma que se va a operar en la nueva etapa


histórica que ya se había anunciado en 1492, con el descubrimiento de América? ¿Qué
hijos ilustres y obras significativas podrían constatar esta transformación? En otra
ocasión espero tener tiempo para ir respondiendo a estos interrogantes, a través del
estudio del siglo XVI en adelante.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

- BLANCO, C. y OTROS (1980): Castilla como necesidad. Madrid. Zero-Zyx.

- CARNICER, R. y OTROS (1984): Castilla, manifiesto para su supervivencia. El lugar de


Castilla en la España autonómica. Madrid. Rio del aire.

- CASTRO, M. DE (1982); El Real Monasterio de Santa Clara de Palencia y de los Enríquez,


Almirantes de Castilla. Palencia Institución "Tello Téllez de Meneses". Diputación Provincial
de Palencia.

- CEPEDA CALZADA, P. (1983): Baltanás, capital del Cerrato. Palencia. Institución "Tello
Téllez de Meneses". Diputación Provincial.

- Diario Palentino, 29 de junio de 1995. Sección "Provincia".

- Publicaciones, de la Institución "Tello Téllez de Meneses". Números 16 y 19 (Extraordinarios).

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Palencia. Ediciones de la Exma. Diputación Provincial.

- VALDEON BARUQUE, J. (1985): Historia de Castilla, y León, tomo 5. Crisis y recuperación.


(Siglos XIV - XV). Valladolid. Ámbito.

- VALLEJO DEL BUSTO, M. (1981): El Cerrato Castellano. Palencia. Diputación Provincial.

Panorámica de Reinoso

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