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MENSAJE DEL ESCRITOR CARLOS FUENTES MACÍAS LUEGO DE RECIBIR LA

MEDALLA “ADOLFO RUIZ CORTINES” EN EL CONGRESO DEL ESTADO, CON LA


PRESENCIA DEL GOBERNADOR FIDEL HERRERA BELTRÁN.

XALAPA, VER. 6 DE FEBRERO DE 2009.

SEÑORES LEGISLADORES;

SEÑOR GOBERNADOR CONSTITUCIONAL DEL ESTADO DE VERACRUZ,


FIDEL HERRERA;

MI VIEJO COMPAÑERO Y QUERIDO AMIGO,


MIGUEL ALEMÁN VELAZCO;

SEÑORAS Y SEÑORES:

Agradezco a la Legislatura del Estado de Veracruz el gran honor que hacen otorgándome la
medalla “Adolfo Ruiz Cortines”. Gracias.

Este es un regreso a mi hogar. Desciendo de veracruzanos. Mi abuela Emilia Boettiger nació


en Catemaco y contrajo nupcias con mi abuelo Rafael Fuentes Méndez, jarocho.

Mi padre, Rafael Fuentes Boettiger nació en el puerto y se educó en Xalapa. Egresado de la


Escuela de Derecho de la Universidad Veracruzana ingresó al Servicio Exterior Mexicano.

En 1956 era Embajador de México en Panamá, en el momento en que allí se celebró la Junta
de Presidentes de las Américas convocada por el mandatario norteamericano Dwight D.
Eisenhower. Los presidentes fueron alojados en el hotel El Panamá.

Es presidente de México, Adolfo Ruiz Cortines, prefirió alojarse en la residencia de la


Embajada de México. Alegaba que le gustaba desayunar chilaquiles y en el hotel no sabían
hacerlos.

Al segundo día de la reunión Ruiz Cortines le sugirió a mi padre salir a dar una vuelta por la
ciudad de Panamá.

Mi padre, como era su obligación, invocó razones de seguridad para no hacerlo. Ruiz Cortines
las pasó por alto.

“Vamos a salir juntos Rafael, usted y yo, acompañados por el coronel Radamés Gaxiola, el
canciller (Luis) Padilla Nervo y el embajador Luis Quintanilla”. Así fue.

A medida que Ruiz Cortines avanzaba por las calles de Panamá empezó a reunirse una
multitud que acabó gritando ¡viva Ruiz Cortines!, ¡viva el Presidente de México!, ¡viva la
Revolución Méxicana! y aún ¡viva la democracia mexicana!

¿Qué había sucedido? Simplemente, para empezar, que la mayoría de los presidentes
alojados en Panamá eran dictadores militares: (Fulgencio) Batista, de Cuba; (Rafael Leónidas)
Trujillo, de la República Dominicana; (Carlos) Castillo Armas, de Guatemala, (Anastasio)
Somoza, de Nicaragua; (Marcos) Pérez Jiménez, de Venezuela, (Alfredo) Stroessner, de
Paraguay; (Pedro Eugenio) Aramburu, de Argentina; hasta el presidente de los Estados Unidos
era general, y ninguno se atrevía a salir del hotel.

De modo que el presidente Ruiz Cortines, un presidente civil, sin aparato militar, capaz de
recorrer las calles a pie; y saludar de mano y sin escolta a los ciudadanos, era motivo de
aplauso y aún de regocijo y asombro.

La personalidad del Presidente, serio pero afable, campechano y digno, completaba un cuadro
no solo comparativo sino fundado en la legitimidad revolucionaria de México.
Me explico. Del corazón inflamado de la Revolución Francesa, el gran tribuno Saint Priest
habló con elocuencia entre la lucha entre la esperanza y lo irremediable. Dos demonios, dijo
Saint Priest, dos demonios que sin embargo no escapan a la voluntad humana de ir hacia
delante.

Las revoluciones encarnan este dilema y con suerte lo trascienden entre el demonio de la
esperanza y el demonio de la fatalidad.

Toda revolución requiere legitimación, o más bien dicho, toda revolución se le estima a sí
misma.

La revolución de las colonias inglesas de Norteamérica se legitimó creando un estado nacional,


los Estados Unidos de América, con constitución, separación de poderes y renovación de los
mismos mediante elecciones previsibles. La revolución se volvió institución.

La herida de la revolución norteamericana era el racismo, y no bastó una guerra fratricida en


1861 para asegurar a la población afroamericana derechos que se han conquistado paso a
paso, desde que Rosa Parks decidió sentarse en la primera fila de un autobús y no en la última
fila reservada para los negros hasta la toma de posesión de un afroamericano, Barack Obama,
como presidente de los Estados Unidos hace unas semanas.

LA revolución o las revoluciones francesas fueron mucho más accidentadas. Las cruentas
luchas de facción a partir de 1789 sólo fueron superadas por el imperio napoleónico y las
sucesivas rebeliones contra la monarquía restaurada -1830-1848- y finalmente la comuna en
1870.

Tardaron un siglo, después de La Bastilla, para establecer el régimen republicano en Francia.

La Revolución Mexicana, la primera del siglo XX, luchó contra la dictadura primero y luego
luchó contra sí misma, pero en febrero de 1917 la revolución se dio un orden constitucional.

Carranza culminó el Constituyente de Querétaro nueve meses antes que Lenin tomara el poder
en Rusia, y esta anticipación le dio a la Revolución Mexicana la prioridad necesaria para
relegar al comunismo a un extremo minoritario del espectro político, y a la extrema derecha a
otra posición excéntrica.

La Revolución Mexicana procedió con gran velocidad a transformar el país. El presidente


Obregón le encargó a José Vasconcelos una política de educación popular en un país afligido
por un alto grado de analfabetismo.

No fue fácil. Muchos maestros fueron colgados de los árboles por terratenientes que no querían
peones educados. A otros maestros les cortaron las orejas y la nariz4.

Esto da una idea el desafío que aún en 1921 representaba llevar la educación a las mayorías
en México.

Mi abuela, Emilia Rivas, que fue inspectora de escuelas con Vasconcelos, me relataba el valor
de este esfuerzo.

Le siguieron la lucha por las instituciones. Calles fundó los organismos indispensables para la
organización del país y de carreteras, sistemas de riego, servicio postal, sistema de pensiones,
fundación del Banco Central y creación del Partido Nacional Revolucionario con el doble
propósito de acabar con la guerra de facciones y contar con una maquinaria política, una
aplanadora, se decía después, unificadora y eficaz.

La degeneración del Maximato en persecución religiosa y sucesores subordinados a Calles, fue


interrumpida con valentía, inteligencia y una profunda seriedad política por Lázaro Cárdenas
quien prosiguió la reforma agraria, recuperó recursos de la nación, permitió al campesino
liberado moverse, migrar internamente e ingresar al proceso de industrialización promovido por
el Presidente Manuel Ávila Camacho durante la guerra y culminado por el Presidente Miguel
Alemán Valdés al terminar el conflicto.

De manera que Adolfo Ruiz Cortines, al asumir poder en 1952, la presidencia, era heredero de
un largo y profundo proceso de transformación nacional que legitimaba a la Revolución a pesar
de sus caídas sobre todo una, la mayor y la más política: el desarrollo sin democracia y la
aceptación de un convenio tácito: progreso hoy, democracia mañana.

La dimensión cultural de la revolución también la legitimó. Me he referido a la campaña


educativa de Vasconcelos quien asimismo impulsó la alta cultura y ayudó a convertir a México
en un foro de civilización creativa al que acudían el ruso Einsestein, el norteamericano Waldo
Frank, el argentino Manuel Ugarte, el peruano Raúl Haya de la Torre, los franceses André
Breton, Antonin Artaud, del brasileño Luis Carlos Prestes y e revolucionario soviético León
Trotsky.
Aparte de la grande y renovadora recepción a la migración republicana española que vigorizó
nuestra cultura con la presencia de Luis Cernuda, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, de los
filósofos María Zambrano, José Gaos, Eduardo Nicol y Joaquín Xirau, de los juristas Manuel
Pedroza y Rubén Niceto Alcalá Zamora, el cineasta Luis Buñuel, los escritores Eugenio Limas
y Díaz Canedo, arquitectos, médicos, críticos, artistas que nos enriquecieron al grado de poder
decir México ganó la guerra de España.

Pero México ganó también gracias a su política de asilo, brazos abiertos y asimilación de
talentos, una legitimidad internacional avalada por nuestra política exterior.

Aplaudimos y fuimos aplaudidos. Así fue como el escritor gallego (Ramón María del) Valle-
Inclán y el presidente Obregón, iban juntos a los toros, mancos ambos, y aplaudiendo juntos, la
mano derecha del escritor y la mano izquierda del político.

Quiero significar que la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines, por cuanto acabo de decir,
culminó el proceso de la legitimidad revolucionaria, situándonos en una alta plataforma política,
culminación que no auguraba prolongación sino transformación.

La presidencia de Ruiz Cortines sumó los éxitos del proceso revolucionario iniciado en 1910,
los estabilizó y nos ofreció un programa nuevo mediante el cual la legitimidad revolucionaria
debía ceder el paso a la legitimidad democrática.

La oposición política a la Revolución había provenido de las filas de la revolución no solo en las
rebeldías violentas de Francisco Serrano a Saturnino Cedillo, sino a los desafíos electorales de
Vasconcelos a (Miguel) Henríquez Guzmán y (Vicente) Lombardo Toledano.

En 1939 aparecería una formación política a disputar el poder al entonces llamado PRM,
Partido de la Revolución Mexicana. En 1939 un destacado intelectual, Manuel Gómez Morin
fundó el Partido de Acción Nacional como una opción de centro-derecha moderna a pesar de
los lastres históricos del conservadurismo mexicano y encaminado a convertirlo en parte del
espectro político pluralista y democrático.

La legitimidad internacional de México la aseguraba la coherencia de una política exterior. En la


Conferencia de Caracas en 1954, resistió las presiones del Secretario de Estado Americano,
Foster Dulles; Ruiz Cortines se negó a sumarse al rebaño que condenó a Guatemala al
derrocamiento del gobierno constitucional de Jacobo Arbenz y recondenó la dictadura militar de
represión y genocidio.

Y a pesar de ello, Ruiz Cortines tuvo buenas relaciones con Washington. Conocía el secreto:
los norteamericanos respetan al que les habla de pie y desprecian al que se les hinca.
Internamente Ruiz Cortines consolidó los logros de gobiernos anteriores en materia de
medicina popular, protección a la infancia, seguridad agrícola, electrificación y el voto a la
mujer.
Sin embargo también hubo indicios ya de que el corporativismo sindical entraba en crisis,
porque el magisterio descontento en huelga y la vida ciudadana en un reclamo general:
“desarrollo sí, pero democracia también”.

Una nueva izquierda empezó a formarse al calor de la lucha sindical y la crítica cultural dando
origen a lo que es hoy el Partido de la Revolución Democrática. La pregunta era: ¿podía el
proceso perdurable de la legitimación revolucionaria, evolucionar hacia esta fórmula: desarrollo
con democracia?.

La inteligencia política de Ruiz Cortines acaso aplazó la cuestión mediante una consolidación
final de cuatro décadas en las que se formaron una clase dirigente, discutible a veces, pero
acompañada de una profesionalización extraordinaria de la administración pública, trátese de la
hacienda, las comunicaciones, la política exterior, la educación o la salud. Bastaba o requería
México, habiendo alcanzado la plataforma de progreso y estabilidad del ruizcortinismo de una
nueva reforma. ¿Precisábamos de una nueva reforma y acaso de una nueva legitimidad? Todo
lo auguraba así.

El grado de desarrollo económico y social alcanzado hasta ese momento, el logro de una
identidad cultural que iba a exigir el paso, una vez asegurada la identidad a la diversidad, la
diversidad personal, religiosa, política y sexual, y a partir de ello la necesidad de un sistema
renovado que sin sacrificar lo logrado lo consolidase a partir de un cambio reclamado por la
juventud trabajadora, profesional y estudiantil. Por desgracia esto no fue entendido.

La creciente demanda social encontró en 1968 la respuesta de la negación y la muerte.

A partir de 1970, los gobiernos intentaron con éxito relativo restaurar la legitimidad
revolucionaria perdida. No era ya el caso.

Con esta vista, no más lejos, entendió que la nueva legitimidad, agotada la anterior, se dirigía a
alcanzar la vida política democrática. Ese hombre veracruzano, tuxpeño, se llamó Jesús Reyes
Heroles.

Su visión pragmática nos condujo paso a paso a la conquista del proceso de legitimación
democrática que llevó al presidente Ernesto Zedillo a respetar los resultados electorales en el
año 2000 y la llegada de la oposición al poder.

La transformación del país, la coexistencia de izquierda, derecha y centro exigían darle la


victoria electoral a quien la obtuviese, así de simple y así de complicado.

La democracia, dijo Winston Churchill, no es el mejor sistema político, es solamente el menos


malo, y no es por supuesto una panacea es como la libertad misma, como la libertad lleva un
proceso perfeccionable, pero nunca perfecto, cuya virtud consiste en revelar los problemas en
vez de disfrazarlos, al hacerlo claro está, revela también la magnitud del número de los
problemas.

Es cómodo, es inteligible, que un país prolongue los hechos que le resultan favorables,
provechosos. El petróleo, el turismo, las remesas de nuestros trabajadores en los Estados
Unidos nos han dado provecho, aunque a veces nos han adormecido, dejando de lado
obligaciones latentes.

Hoy, la crisis nos presenta a todos una carta de obligaciones y de derechos basada en la
realidad. La crisis es global, nadie se escapa de ella, requiere de cooperación internacional,
pero también y sobre todo, precisa acción interna.

Vulnerados tres capítulos de nuestro ingreso: petróleo a la baja, turismo en descenso,


candados aún mayores a la migración, nos vemos obligados a renovar prioridades y a
fortalecer propósitos en México y hacerlo, ahora, dentro del marco de la democracia.
El tráfico de drogas no es un asunto que pueda relegarse a la culpabilidad mexicana. Es un
asunto bilateral porque si hay tráfico desde México es porque hay consumo en los Estados
Unidos. La oferta de aquí obedece a la demanda de allá.

Por lo tanto, el tema requiere de cooperación bilateral, responsabilidades compartidas y


respeto a la soberanía de ambos países.

La responsabilidad de México no puede ser pretexto para la intervención norteamericana en


nombre de que somos un Estado fallido. No es cierto, primero que ellos limpien su propia casa,
lo cual no exime a México de combatir el crimen en nuestra casa sobre todo si el descenso
previsible de la oferta laboral empuja a muchos mexicanos a buscar salidas ilícitas.

Por ello urge tanto que nuestro país proponga cuanto antes un programa de empleo que no
sea circunstancial o de a poquito, sino que constituya un llamado nacional a proteger y ampliar
las fuentes de trabajo mediante un programa comparable al Nuevo Trato del presidente
Franklin Roosevelt para enfrentar la crisis en 1932, y al nuevo Nuevo Trato que el presidente
Barack Obama intenta hoy poner en pie.

El trabajo es un derecho humano. Rechacemos el escenario fatal de un desempleo sin salida


destinado a esconderse en las callejuelas del crimen y de la violencia.

Destapemos de una vez el guión creativo de un proyecto de empleo que atienda los terribles
retrasos de nuestro país a partir de dos extremos: por un lado apoyo a las Pymes, y por el otro
apoyo a las comunidades indígenas y hay un centro, el programa debe ser renovación de la
infraestructura, caminos, carreteras, presas, urbanismos, puertos, energía eléctrica, salud,
educación, es decir, romper la fatalidad que en medio de los progresos alcanzados siempre
condena a muchísimos mexicanos a vivir en la pobreza.

De Veracruz a Guerrero, de Oaxaca a Tabasco, el sur de México ofrece una oportunidad de


crear riqueza, aprovechar la tierra, diversificar cultivos, emplear mano de obra, enriqueciendo,
modernizar enriqueciendo, y enriquecer modernizando, fortaleciendo tanto las instituciones
culturales como los procesos políticos.

Hablo de esa página del país que es la nuestra, la más entrañable, pero solo ilustro un aspecto
del gran proyecto nacional que nos exige el momento a fin de darle cara a la crisis con el
corazón y los brazos de todos los mexicanos.

Trabajo, educación, salud, tierra y agua. Todo ello debe ser parte de un nuevo contrato social
mexicano que no se diluya en proyectos parciales sino que mire al conjunto.

Un proyecto que nos comprometa a todos, movilizando no sólo las fuerzas existentes, sino la
vasta reserva, la vasta reserva de la energía latente y desaprovechada de nuestro país.

Que el trabajador que regresa del norte o que ya no puede salir, encuentre aquí las
oportunidades de trabajo en vez de la desesperación y el crimen.

Que el niño que nazca aquí encuentre la salud y la educación necesarias para crecer como
ciudadano; que el hombre y la mujer que envejezcan aquí cuenten con el apoyo y las
oportunidades que sus vidas entregadas al hogar, al trabajo y a la formación de ciudadanos
merecen.

Que la ciudadanía entera encuentre aquí, aquí mismo las oportunidades de trabajo, el respeto
y la seguridad requeridas para que México supere esta crisis, y la supere con democracia,
porque yo no oculto el temor de que a partir de las dificultades actuales muchos países pierdan
la voluntad democrática y tomen el camino tentador y fácil del capitalismo autoritario,
crecimiento sin libertad.

El modelo es seductor, pero es falso; ya lo conoció la América Latina durante la Guerra Fría.
Los dictadores que fueron a Panamá en 1956 lo personificaron; el desarrollo fue ficticio, la
fachada perecedera, la libertad postergada.
Si el México de Adolfo Ruiz Cortines se distinguió hace ya más de medio siglo gracias a una
fórmula de desarrollo con progresos educativos, de salubridad y comunicación, de producción y
cultura aunque con facilidad democrática, hoy nos corresponde demostrar que podemos
sortear esta crisis sin inmolar una democracia ganada a pulso, con la voluntad y a veces el
sacrificio de muchos ciudadanos. Una democracia niña merecedora de grandes cuidados,
vigilancia y amor. No la perdamos.

Acaso esta sea la lección de Adolfo Ruiz Cortines para nuestro tiempo: consolidar con
serenidad, sin violencia, pero con determinación lo que hasta ahora hemos logrado.

Adolfo Ruiz Cortines fortaleció lo alcanzado por el país tras 40 años de lucha y transformación
revolucionarias. A nosotros, hoy, creo que nos corresponde robustecer la joven democracia
mexicana que es fruto del pasado, pero también condición para el porvenir de México.

Muchas gracias.

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