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La lectura de hoy es tomada de Lewis Sperry Chafer, para examinar el tema de:
Nadie discutiría que no existe ningún remedio para la naturaleza de pecado en lo que
respecta a los no regenerados. Toda la revelación divina con respecto al remedio se
concreta exclusivamente a un mensaje para los cristianos. Para enfocar el asunto
relativo al remedio, debemos hacer una breve investigación sobre el origen, el carácter y
la propagación de esta naturaleza de pecado.
Como advertencia fiel, Dios le dijo a Adán: " ... el día que de él comieres, ciertamente
morirás", O, muriendo morirás (Gn. 2:17).
Aunque su muerte física se demoró varios siglos, Adán murió espiritualmente el día en
que desobedeció a Dios y rechazó sus preceptos. Todo el carácter del ser del hombre fue
cambiado; no sólo en el sentido de que se le acusó de la culpa del pecado, sino que
todas las partes de su ser fueron cambiadas. Ese Adán, que cuando fue creado le había
causado satisfacción al Creador, llegó a ser un hombre degenerado y depravado en sí
mismo; y por medio del Adán caído se ha propagado una raza espiritualmente muerta,
sobre la cual pesa la maldición de una muerte que no es otra que la separación: el alma y
el espíritu, por esa maldición, están separados de Dios.
Una indicación de este gran cambio en Adán es el hecho de que él trató de esconderse
de la presencia de Dios, lo cual era una confesión del cambio que se había operado en su
propio corazón. Del mismo modo, se nos presenta el relato bíblico sobre la expulsión
del hombre del huerto de Edén, con todas sus penalidades, y la manifestación del juicio
de Dios. Ya Dios no bajaba a estar con el hombre en el fresco del día. Esta condición de
espiritualmente muerto en que quedó Adán, a la cual se le da el nombre de naturaleza
adámica o naturaleza caída, se transmite sin disminución de padre a hijo a través de
todas las generaciones.
Por todas partes se puede observar que los cristianos también tienen la inclinación hacia
el pecado y que pecan. Esto es igualmente cierto en el caso de aquellos que, por causa
de enseñanzas erróneas, han sido animados a profesar que han logrado la perfección
En relación con lo primero, la 'carne' puede tener un significado neutro o santo (Jn.
1:14); en relación con lo segundo, se refiere a un estado que es esencialmente perverso,
y que pudiera designarse con corrección práctica como (l) el estado del hombre no
regenerado, y (2) en el caso del regenerado, como el estado de aquel elemento del ser
que todavía resiste la gracia. Porque manifiestamente (comp. Gá. 5: 17)' la carne' es un
elemento que todavía permanece en el regenerado; no sólo en el sentido de las
relaciones corporales, sino en el de las condiciones pecaminosas. Pero, en el último
sentido, los regenerados no se caracterizan según la carne; no son ' carnales'; pues el
elemento dominante en ellos no es 'la carne', sino la voluntad renovada, que recibe el
impulso del Espíritu de Dios" - Cambridge Bible, Romans, pág. 140.
El apóstol Pablo no dice que su cuerpo, o su naturaleza son carnales; sino que dice: " ...
yo soy carnal" en (Ro. 7:14). También dice: " ... en mí, esto es, en mi carne, no mora el
bien" en (Ro. 7:18).
Al "hombre natural" se le imparte una nueva naturaleza divina cuando el individuo llega
a ser salvo. La salvación es más que un cambio de corazón. Es más que una
transformación de lo viejo. Es una regeneración o creación de algo completamente
nuevo que el hijo de Dios posee juntamente con su antigua naturaleza mientras esté en
el cuerpo. La presencia de estas dos naturalezas opuestas (no dos personalidades) en un
individuo produce un conflicto. "Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el
del Espíritu contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que
quisiereis" dice (Gá. 5:17).
No se nos da ninguna indicación de que esta restricción divina sobre la carne será
alguna vez innecesaria mientras el cristiano esté en su cuerpo; pero la Biblia da un claro
testimonio de que el creyente cristiano puede experimentar una inquebrantable andanza
"en el Espíritu", sin satisfacer "los deseos de la carne." Para garantizar todo esto, no se
le promete la remoción de la "carne". En el cristiano permanecen el espíritu, el alma y el
cuerpo humanos; y la victoria sobre la carne ha de ganarla mediante el poder del
Espíritu que mora en él.
2. "EL VIEJO HOMBRE" De igual modo, el doctor Moule comienza su estudio sobre
estas palabras de Romanos en la siguiente forma:
"Compárense, como pasajes ilustrativos, los siguientes: Ro. 7: 22; 2 Co. 4: 16; Ef. 3: 16,
4: 22, 24; Col. 3: 9; 1 P. 3:4.
En vista del uso que se les da a estas palabras, el término “ser" según el uso popular (“el
verdadero ser del hombre”), parece ser un equivalente regular de la palabra “hombre” en
este pasaje. Meyer lo traduce “nuestro viejo Yo”. Aquí, el Apóstol considera al cristiano
(figuradamente, por supuesto), antes de su unión con Cristo, como otra persona; tan
profundamente diferente era su posición delante de Dios, como la de una persona
desconectada de Cristo".
El término "viejo hombre" sólo se usa tres veces en el Nuevo Testamento. Una vez
tiene que ver con la actual posición del "viejo hombre" a través de la muerte de Cristo
(Ro. 6: 6). En los otros dos pasajes (Ef. 4: 22-24; Col. 3: 9, 10) se nos presenta el hecho
de que el "viejo hombre" es algo de lo cual se despoja el cristiano, y ese hecho
constituye la base para el llamamiento a una vida santa.
En Romanos 6:6 está escrito: "Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado
juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos
más al pecado." No puede haber aquí ninguna referencia a la experiencia del cristiano;
es más bien una crucifixión "juntamente con él", y de una manera muy evidente, en el
mismo tiempo y en el mismo lugar en que Cristo fue crucificado. En el mismo pasaje
sigue de inmediato la declaración con respecto al hecho de que el individuo ha dejado
de estar en la cabeza universal que era Adán, para estar en la otra Cabeza universal, que
es el último Adán. De esto se nos habla en Romanos 5: 12-21.
El primer Adán, que se había perpetuado en la naturaleza del creyente cristiano, fue
juzgado en la crucifixión de Cristo. El "viejo hombre", la naturaleza caída, que había
recibido de Adán, fue crucificada "juntamente con él." Como se verá, esta crucifixión es
de suma importancia, por el lado divino, pues así se hace posible una verdadera
liberación del poder del "viejo hombre".
En el segundo pasaje en que se usa el término "viejo hombre", el hecho de que el "viejo
hombre" ya ha sido crucificado con Cristo se convierte en base para una exhortación: "
... despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y
renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según
Dios en la justicia y santidad de la verdad" en (Ef. 4:22-24).
La posición del tercer pasaje que usa el mismo término sugiere otra vez la experiencia
correspondiente: "No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo
hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo
creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" (Col. 3:9, 10). En cuanto a posición,
el viejo hombre ha sido destituido por completo. Experimentalmente, el viejo hombre
permanece activo en la vida del cristiano, y sólo puede dominarlo el poder de Dios. No
hay ninguna base bíblica para establecer distinción entre la naturaleza adámica y la
naturaleza humana.
Las personas no regeneradas sólo tienen una naturaleza, mientras los regenerados tienen
dos naturalezas. No hay sino una naturaleza caída, que es la que procede de Adán; y no
hay sino una nueva naturaleza, que es la que procede de Dios. El "viejo hombre" es,
pues, la naturaleza adámica, la cual ya ha sido juzgada en la muerte de Cristo. Todavía
permanece con el cristiano como un principio activo de su vida, y la victoria
experimental sobre él sólo puede cumplirse por medio de la dependencia definida del
Espíritu Santo que mora en el cristiano. El viejo hombre no representa todo lo que
corresponde a la carne, sino solamente una parte.
Pecado es aquello que el individuo es por nacimiento, mientras que los pecados son los
hechos que el individuo hace en la vida.
Hay abundantes testimonios bíblicos que prueban el hecho de que la "carne", el "viejo
hombre", o "pecado", es la fuente de todo mal. El hijo de Dios tiene, como bendito
tesoro, la posesión de un "nuevo hombre" que mora en él, pero tiene este tesoro en un
vaso de barro. Este vaso de barro es "el cuerpo de la humillación nuestra" como dice (2
Co. 4:7; Fil. 3:21).
La personalidad -el ego- sigue siendo la misma individualidad a través de todas las
operaciones de la gracia, aunque experimenta los más grandes avances posibles, de
transformación y regeneración, al pasar de su estado de pérdida que tenía en Adán a las
posiciones y posesiones del hijo de Dios en Cristo. Se nos dice que lo que era antes se
perdona, se justifica, se salva, y recibe la nueva naturaleza, que es de carácter divino y
que es la vida eterna. Lo que era, nace de nuevo y llega a ser nueva criatura en Cristo,
aunque permanece con la misma personalidad con que nació de ciertos padres según la
carne. La naturaleza adámica, como muerte física que es, y perpetuadora de la muerte
espiritual, no se pierde; pero, en el caso de los redimidos, está sujeta a las provisiones
divinas de la gracia, por medio de las cuales pueden restringirse sus daños. La salvación
del poder del pecado, para el cristiano, como la salvación del castigo del pecado, para el
no convertido, depende de dos factores: la provisión divina y la apropiación que haga
el ser humano de esa provisión.
Las palabras de Cristo: " ... vosotros en mí, y yo en vosotros" en (Jn. 14:20) anuncian
los dos aspectos del ministerio del Espíritu Santo en relación con la nueva creación.
Estas grandes trasformaciones las obra el Espíritu Santo en el momento de la salvación,
y como parte de ella.
Con respecto a la colocación del creyente en Cristo, está escrito: "Porque por un solo
Espíritu fuimos todos (todos y cada uno) bautizados en un cuerpo, ... y a todos se nos
dio a beber de un mismo Espíritu" dice (l Co 12:13). Y también: "Porque todos los que
habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos" dice (Gá. 3:27).
Así que, muy aparte de una inmersión real, es posible que una persona sea bautizada en
arrepentimiento, en la remisión de pecados, en un nombre, en Moisés o en Cristo.
El bautismo que efectúa el Espíritu en Cristo es muy diferente del bautismo en un medio
físico. El verbo “bautizar” indica tanto la acción de colocar dentro de un elemento,
como la de sacarlo de nuevo (en este sentido se acerca más a nuestra palabra castellana
zambullir) mientras que el verbo “bautizar) sí es equivalente de nuestro verbo castellano
sumergir, pues, tanto en griego como en castellano sólo implica la colocación dentro del
elemento.
El pasaje de Romanos 6:1-14 es el pasaje central que trata sobre la santificación, que es
una obra que cumple el Espíritu Santo, y se basa en la muerte de Cristo por causa de la
naturaleza de pecado. Nunca será exagerado el énfasis que se haga sobre la verdad de
que la antigua naturaleza en cada creyente cristiano fue juzgada en la muerte de Cristo,
con el fin de establecer los hechos precisos según los cuales Dios queda en libertad para
dominar dicha naturaleza. El hombre no regenerado está muerto en sus pecados de
acuerdo a (Ef. 2:1); pero el regenerado está muerto al pecado como afirma (Ro. 6:2).
Este pasaje dice así: "¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la
gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo
viviremos aún en él? (comp. Ro. 6:7, 8, 11; Col. 2:20; 3:3).
El argumento de este pasaje se basa en la unión vital por medio de la cual los cristianos
están orgánicamente unidos con Cristo, por medio del bautismo en un cuerpo. El pasaje
del capítulo 6 de Romanos continúa: "¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? " Tan ciertamente
como los cristianos .están en El, así mismo participan del valor de su muerte. Y el
pasaje también declara: "Porque somos sepultados juntamente con él para muerte"
(comp. Col. 2: 12). Así que los salvos son realmente participantes de su crucifixión (v6),
de su muerte (v8), de su sepultura (v4) y de su resurrección (v4, 5, 8), y tan
esencialmente como participan, así han sido crucificados, han muerto, han sido
sepultados y han resucitado.
A medida que avanza el pasaje de Romanos 6, esta idea de la participación del cristiano
con Cristo se vuelve a presentar y aún con mayores detalles: "Porque si fuimos
plantados (expresión que sólo se halla una vez en el Nuevo Testamento) juntamente con
él en la semejanza de su muerte (la palabra "semejanza" tiene aquí el sentido de unión
en una entidad única: unicidad) (compárese Ro. 8:3; Fil. 2: 7); así también lo seremos
(desde ese momento y para siempre) en la de su resurrección."
Los salvos ya están unidos con Cristo mediante el bautismo del Espíritu como vimos en
(l Co 12:12, 13), que los coloca en una posición que les permite escapar de todos los
juicios contra el pecado, y los deja libres, por tanto, para entrar en la experiencia del
poder eterno y de la victoria de la resurrección. " ... sabiendo esto -es decir, por cuanto
sabemos esto- que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él -con el
mismo propósito divino que antes se declaró- para que el cuerpo del pecado sea
destruido -nuestra capacidad de expresión está en el cuerpo. Este hecho se emplea como
una figura en relación con la manifestación del pecado. No es, pues, que el cuerpo es
destruido, sino que la capacidad y el medio de expresión del pecado quedan anulados;
compárese con el versículo 12- a fin de que no sirvamos más al pecado -de que no
seamos más esclavos del viejo hombre. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del
pecado -los que murieron una vez al pecado, como morimos nosotros en nuestro
Substituto, están libres del poder del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que
también viviremos con él -no sólo en el cielo, sino aquí también.
Hay tanta certidumbre sobre la vida con El, como la que haya sobre la muerte con El;
sabiendo (por el hecho de que sabemos) que Cristo, habiendo resucitado de los muertos,
ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él (con lo cual se nos anima a creer lo
mismo con respecto a nosotros mismos). Porque en cuanto murió, al pecado murió (a la
naturaleza de pecado) una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive (y así el
cristiano puede vivir para Dios).
Así como este pasaje no prescribe que uno sea literalmente crucificado, que muera, que
sea enterrado, ni que resucite, así tampoco impone la revalidación de dos de estas cuatro
realizaciones divinas -la sepultura y la resurrección- mediante alguna ordenanza, sin
tomar en cuenta el significado con el cual se supone que se establece tal ordenanza. Lo
único que le toca al cristiano, en vista de que Cristo murió por su naturaleza de pecado,
es considerarse muerto al pecado; en realidad, no es reconocer que la naturaleza de
pecado está muerta, sino que él está muerto a esa naturaleza, por cuanto está en Cristo, y
es participante de todo lo que Cristo hizo en el juicio contra dicha naturaleza. Aparte de
este reconocimiento, se nos indica claramente que el pecado es una fuerza viva que
reina en el cuerpo mortal (Ro. 6: 11,12).
Este requisito no es un acto de fe, como el que le sirvió una vez para la regeneración;
sino una actitud de fe, que se renueva y persiste exitosamente todos los días. Andar en
el Espíritu, o dependiendo de El, es estar libre de los deseos de la carne (Gá. 5: 16). En
este caso, la fe, como principio de procedimiento para la vida, es, como siempre, algo
que está opuesto a las obras humanas. El Apóstol Pablo da testimonio de que el
resultado de esta lucha, cuando él se esforzaba para lograr por su propia cuenta los
ideales espirituales, era el fracaso absoluto; y sólo pudo concluir que la voluntad estaba
con él, pero no estaba en él el hacer lo que él sabía que era bueno (Ro 7:18).
Antes de citar esta porción de Romanos, que nos informa sobre la lucha del apóstol,
debe notarse que no hay suposición errónea más universal y que conduzca a más errores
que aquella de que el cristiano puede, mediante sus propios esfuerzos, dominar y
controlar la naturaleza vieja. La experiencia del Apóstol y su fracaso en este aspecto se
nos dan en la Escritura como advertencia para todos los cristianos. En este pasaje no se
hace ninguna mención del Espíritu Santo. El conflicto no es entre el Espíritu y la carne;
más bien es entre el nuevo Yo y el antiguo.
La respuesta a esta gran pregunta y grito de desesperación con que termina este pasaje
se halla en uno de los versículos siguientes (Ro 8:2): "Porque la ley del Espíritu de vida
en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte." Esto es más que una
liberación de la ley de Moisés: es una liberación inmediata del pecado (de Saulo) y de la
muerte (de sus resultados; comp. Ro. 6:23). El efecto de esta liberación se indica en la
bendición de que habla el capítulo 8, en contraste con la condición miserable de que nos
habla el capítulo 7.
todo lo que ha dicho a partir del comienzo del capítulo 6: "Para que la justicia de la ley
-la voluntad total de Dios para cada cristiano, hasta el último detalle, en todo momento
de la vida- se cumpliese en nosotros." Nosotros no hubiéramos podido cumplir nunca la
ley.
Esta victoria, continúa diciendo él, es sólo para los que no dependen de la carne, sino
para los que dependen del Espíritu. La liberación del poder de la antigua naturaleza, tal
como se descubre en este pasaje, no depende de ningún esfuerzo humano, que no sea el
esfuerzo requerido de mantener una actitud de fe. Hay una "batalla de la fe"; y en este
conflicto, el combatiente busca, mediante la capacitación divina, preservar sólo una
inquebrantable confianza en el Espíritu de Dios.
Tampoco se logra la libertad de la naturaleza de pecado por parte del cristiano, mediante
la erradicación de esa naturaleza, a través de una falsa e imaginaria segunda obra de
gracia. Aunque multitudes de personas defienden con sinceridad esta idea, no existe
base bíblica, ni para la noción racionalista de la erradicación, ni para la supuesta
segunda obra de gracia. Los argumentos que defienden esas ideas son tomados casi en
su totalidad de la sola experiencia humana -que, entre todas las cosas, es lo más incierto.
La Palabra de Dios nos enseña que, mediante el poder del Espíritu que mora en el
cristiano, el hijo de Dios, aunque esté siempre asediado por una mala disposición en
esta vida, en determinado momento y bajo circunstancias específicas puede ser capaz de
no pecar. Tal es, en realidad, el poder del Espíritu Santo que mora en él; pero no hay
ninguna palabra en la Escritura que apoye la idea de que cualquier cristiano puede llegar
a una condición en la cual no es capaz de pecar.
En Gálatas 5: 16, 17 se nos describe el método por el cual cualquier miembro de esta
raza caída ha podido lograr la espiritualidad: "Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el
del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que
quisiereis."
Así que el método no consiste en pasar por alto la naturaleza de pecado; mucho menos
en suponer que ha sido erradicada; más bien consiste en descubrir al Agente con el que
se pueda contar para la victoria, que es el Espíritu Santo que mora en el cristiano. "Así
que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir -o,
consideráis que estáis muertos a- las obras de la carne, viviréis -o, estáis en el camino de
la vida- (Ro. 8: 12, 13).
¿Se ha preguntado alguna vez si es cristiano de verdad o no? Cristiano es todo el que
tiene el Espíritu Santo de Dios morando en Él. Si usted ha confiado sinceramente en
Cristo como Salvador y lo ha reconocido como Señor, el Espíritu Santo ha entrado a su
vida y ya es cristiano. Uno no sabe que ha recibido el Espíritu Santo porque haya
sentido ciertas emociones, sino porque Jesús lo ha prometido. Cuando el Espíritu Santo
obra en nosotros, creemos que Jesús es el Hijo de Dios y que la vida eterna se obtiene a
través de Él (1 Juan 5.5); empezamos a actuar bajo la dirección de Cristo (Romanos 8.5;
Gálatas 5.22, 23); encontramos ayuda en los problemas cotidianos y en la oración
(Romanos 8.26, 27); podemos servir a Dios y hacer su voluntad (Hechos 1.8; Romanos
12.6ss); y somos parte del plan de Dios para la edificación de su Iglesia (Efesios 4.12,
13)
Oremos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo para que nuestro Padre Dios nos llene
con el poder del Espíritu Santo y así comenzar a vivir una vida victoriosa guiada por el
Señor.