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NADA FÁCIL

LASS SMALL

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CAPITULO 1

PENELOPE Rutherford se entretenía observando a la gente mientras esperaba


sentada en un banco de la comisaría de Byford, Indiana. Algunos pasaban por
delante de ella, otros se detenían para intercambiar algunas palabras.
Ya que debía esperar durante unos momentos, quería aprovechar el tiempo
observando y después de unas cuantas impresiones, llegó a la conclusión de que había
un nexo común entre los boxeadores, los luchadores, los marines, los jugadores de
rugby... y los policías. Todos ellos andaban con las piernas separadas y los brazos
estirados sin dejar de mirar a su alrededor, como si temieran que alguien los asaltaría en
cualquier momento.
Los agentes de policía que pasaban delante de ella eran de ambos sexos y de todas
las tallas, pero todos los hombres parecían cortados por el mismo patrón.
Llevaban la cabeza erguida, tenían hombros anchos y pecho abultado y las
piernas parecían muy musculosas, aunque algunos de ellos tenían una prominente
curva en el vientre.
Penelope se levantó y comenzó a pasearse por la sala. Era fotógrafo médico y los
ángulos del cuerpo, las sombras y los volúmenes la fascinaban. Su curiosidad era
insaciable.
Al otro lado del cristal de espejo, un detective había estado observándola desde que le
habían dicho que esperara, y había reparado en todos los detalles que un buen policía es
capaz de apreciar.
El pelo, oscuro, le caía sobre los hombros, estaba perfectamente maquillada, sus ojos
eran verdes y llevaba una blusa de manga larga del mismo tono, sus movimientos eran
muy femeninos y no llevaba anillos en la mano izquierda. Vestía una falda ajustada de
color gris con una abertura por detrás de las rodillas y zapatos de tacón alto del mismo
color que la falda. Con aquellos tacones acabaría rompiéndose el cuello, pero aquél no
era su problema. Sin embargo, siguió observándola.
El vestíbulo se había quedado vacío y Penelope miraba a su alrededor con impaciencia.
No paraba de dar vueltas. No sabía que la estaban observando y se rascó el trasero, lo que
provocó la sonrisa del policía. Ella miró hacia donde él estaba y frunció el ceño.
No podía saber que estaba allí, pero miró todas las paredes de la sala y luego se sentó
discretamente, cruzó las piernas y se arregló la blusa con un gesto muy femenino.
¿Por qué diablos se comportaba de repente como si la estuvieran observando? No
se había fijado en las demás paredes hasta que no había mirado hacia él. ¿Había sido
intuición? El no creía en esas cosas, pero algunas veces... Bah, era imposible que
supiera que la estaba mirando.
Se recostó en su asiento y estiró los brazos. Tan sólo la estaba mirando, no tenía
ningún interés especial con ella, tan sólo se sentía un poco protector, como todo policía.
Al fin y al cabo ella estaba en una comisaría, pero no tenía problemas. Entonces, ¿por
qué estaba allí? Tal vez fuera víctima de una violación. Cuando aquel pensamiento
cruzó su cabeza se puso tenso y se levantó.
En aquel preciso instante ella miró hacia ambos lados de la sala y luego directamente
hacia donde estaba él. El sintió una sacudida, y por un instante deseó estar prisionero con
ella en un lugar solitario, y ver su cuerpo desnudo.

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Penelope abrió mucho los ojos y frunció el ceño. Estaba cansada de esperar. Se
sentó y pasaron dos agentes que se volvieron para mirarla en tanto seguían
conversando. Cuando se quedó sola volvió a levantarse.
Estiró los brazos y luego los dejó detrás de la nuca unos instantes sin dejar de
pasearse, con lo que sus senos se balancearon ligeramente. No fue un movimiento
deliberado porque estaba sola. Ese era el problema con las mujeres, nunca se dan
cuenta de lo mucho que atraen a los hombres tan sólo por estar cerca de ellos.
El policía tocó un interruptor de modo que el cristal quedó cubierto por un panel. Se
puso la chaqueta y se dirigió hacia la puerta. Al verla simuló sorpresa, como si ella
estuviera en un lugar en el que no debía. Tenía intención de preguntarle si necesitaba
ayuda, pero sólo pudo expresar:
-¿Me estaba esperando?
-¿Sabe usted algo de la cámara?
Se miraron por unos instantes.
Penelope se dio cuenta de que aquel era otro policía cortado por el mismo patrón que los
demás. Debido a sus tacones altos él sólo parecía unos diez centímetros más alto que ella.
Debía tener unos treinta años, cuatro más que ella. Su pelo era oscuro y estaba un
poco despeinado, y los ojos castaños. Parecía un hombre duro, inflexible. Tenía una
cicatriz en la barbilla y la nariz rota.
-¿Qué cámara? -preguntó él.
Penelope se dio cuenta de que no sabía nada.
-Me la robaron. Es muy cara y tengo que hacer la denuncia para que el seguro pueda
darme otra.
-¿Qué cámara era?
-Una Leica.
-Ya.
Estaba claro que él no tenía ni idea a qué cámara se estaba refiriendo.
-¿La utilizaba para su trabajo?
-Sí, soy fotógrafo médico.
Asintió y la miró.
Le daba la impresión de que se sentía culpable, pero, ¿por qué habría de sentirse
culpable? Tal vez fuera igual que cuando alguien va andando por la calle y ve un
coche de policía. Toda la gente inocente se siente culpable cuando ve un coche de policía.
Le sonrió: -Soy Winslow Homer y...
-¿Lo llamaron así por el artista? -le parecía un detalle encantador.
Se la quedó mirando. Debía ser la tercera persona en toda su vida que se lo
mencionaba. La gente con la que se relacionaba habitualmente no había oído hablar
del pintor Winslow Homer, ya fallecido.
-No. Mi padre quería que yo fuese jugador de béisbol.
Ella se rió y a él le pareció deliciosa aquella risa. La sintió en su interior como si
fueran burbujas o gotas de agua sobre su cuerpo mientras corría desnudo bajo la
lluvia. Aunque apenas era abril y todavía hacía frío para eso.
-Encuentre mi cámara, acababa de hacer unas buenas fotos. La verdad es que no
imagino que alguien la haya robado, así que debo haberla perdido, pero no puedo
encontrarla.
-¿En dónde trabaja?
-Cottage Hospital. Estamos ampliando la planta baja... Bueno, por supuesto, yo no lo

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estoy haciendo personalmente, me refiero al hospital. La verdad es que lo está haciendo
Lowell y Smithson -hablaba atropelladamente.
El la miraba sin articular palabra.
-Creo que me estoy haciendo un lío -dijo ella, y él asintió-. Llevo esperando casi
una hora. Tal vez haya habido algún error con los papeles o algún problema. ¿A quién
puedo ver?
-Me ocuparé de ello. Venga conmigo -abrió la puerta de su despacho y la dejó pasar. Se
dio cuenta de que lo primero que hizo fue mirar hacia el cristal, afortunadamente lo
había dejado opaco.
-¿No siente un poco de claustrofobia aquí dentro?
-No.
No, claro que no, en el caso de que se quedara encerrado sería capaz de romper la
puerta. Estaba segura de que podría encontrar su cámara.
-¿En dónde buscará?
El retiró una silla para que se sentara y rodeó la mesa para sentarse en su sillón.
-En las casas de empeño.
-Oh, yo pensé que interrogaría a las enfermeras.
El negó con la cabeza sin mudar su expresión.
-¿Y qué puede ocurrir si sólo querían el objetivo?
-¿Era bueno? -ella sonrió al darse cuenta de que él sabía perfectamente de lo que
estaba hablando-. ¿Qué cámara dijo que era?
-Una Leica -le respondió ella.
-Alemana.
-¿Le gusta la fotografía? -le preguntó con sorpresa.
-Sí.
-¿Qué cámara utiliza?
-Una Kodak.
-¿Y qué fotografía? ¿Flores? ¿Pájaros? -probablemente mujeres desnudas.
-Sobre todo muertos.
-Oh -lo observó unos instantes-. Entonces, ¿es usted fotógrafo de la policía?
-No, soy detective.
-¿Y toma usted las fotografías?
-Las que me interesan.
Penelope no tenía duda de que encontraría su cámara.
-Me interesa mucho la película que hay en la cámara. Por favor, encuéntrela.
-Aparte de buscar su cámara tenemos otras muchas cosas que hacer.
Eso significaba que no la encontraría aquel día.
-Si pudiera encontrarla esta semana me haría un gran favor. Si no la encuentra
tendría que hacer esas fotos otra vez y es difícil. La cámara tiene que estar en alguna
parte.
-Entonces, ¿usted cree que sólo se ha perdido, no se la han robado?
-No tengo ninguna duda de que la robaron. La he buscado por todos los rincones.
Alguien la robó o la agarró para algo, no sé. Me hace falta la cámara, pero necesito
especialmente la película que tenía, algunas de las fotos no podré repetirlas. Por favor,
encuéntrela.
-Lo intentaré.
-Bien -su intención valía tanto como la promesa de cualquier otro.

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-¿Va usted al hospital ahora?
-Sí.
-Iré con usted.
-¿No tiene coche?
-Prefiero ir con usted y volver andando para pasearme por las casas de empeño.
-Oh -dijo Penelope, y se levantó.
El sacó un formulario de un cajón y lo puso sobre su mesa.
-Dígame su nombre, dirección, edad, sexo, empleo, número de la Seguridad Social y
estado civil.
Se alegró al oír que estaba soltera. "Penelope". Era un nombre bonito, le gustaba
mucho.
-Los nombres son interesantes -le explicó a Penelope-. Mi abuelo le puso a mi padre
Babe Ruth por un jugador de béisbol.
-¿Su padre se llamaba así?
-Sí, Babe Ruth.
-El béisbol debe ser muy importante en su familia. Seguro que su padre quería que
usted fuera jugador.
-Es un fan de los Chicago Cubs -replicó con sequedad. Y preguntó-: ¿Cómo es que le
pusieron Penelope?
-Mi padre me puso ese nombre por una tía suya solterona y muy rica. Aunque mi
madre me dijo que no esperara a conseguir su dinero, que tenía que ganar mi propio
sueldo y es lo que he hecho. Menos mal, porque la tía de mi padre dejó su dinero a una
sociedad protectora de gatos.
-Supongo que alguien la engañaría.
-Sí.
-Me imagino -dijo él-, que su abogado se quedaría con la mayor parte del dinero.
-Se cayó por la escalera de su casa y murió. Su esposa dijo que se ocuparía de
administrar el dinero.
Penelope observó el brillo en los ojos de Winslow Homer y bajó la vista.
-Su madre tiene razón, debe usted conseguir su propia fortuna.
-Ya lo hice. Acabo de comprarme un coche.
Winslow sacudió la cabeza como si la estuviera reprendiendo.
-No vaya diciéndole a todo el mundo que tiene dinero. Hoy en día hay muchos hombres
que buscan a una mujer que los mantenga. Los tiempos han cambiado y han cambiado
a los hombres.
-Gracias por el consejo.
-De nada.
Se mordió los labios y repasó el formulario. Penelope se fijó en los rasgos de su cara
pero él levantó la vista y se dio cuenta de que lo estaba observando.
-¿Eso es todo? -preguntó ella.
-¿Cuándo se dio cuenta de que no tenía la cámara?
-Hace dos días.
-¿Qué tipo de fotografías eran? ¿Los sujetos estaban posando o sabían que los
estaba fotografiando?
-Casi todos.
-¿Casi todos? ¿Quién no lo sabía?
-Una estudiante de enfermería con un esterilizador... Un médico antes de empezar

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una operación. La cámara es tan buena que las fotos parecen pinturas de Brueghel.
Además, se pueden recortar partes del negativo y sacar positivos de detalle.
-¿Y las otras fotos?
-Eran de personal del hospital y de algunas operaciones.
-¿Había alguien haciendo algo que se suponía que no podía hacer? -preguntó
Winslow.
-No, sólo eran tareas rutinarias.
-Entonces buscaremos en las casas de empeño.
-¿Le hago falta para algo? -preguntó Penelope.
-Tal vez la necesite para identificar la cámara.
-¿La habrán llevado ya a empeñar?
-Tan pronto como puedan, antes que avisemos a las casas de empeño de que vigilen el
objeto en concreto. Si está lista podemos empezar ahora mismo. ¿Tiene algún
compromiso?
-No, dejé encargada de mi trabajo a otra persona.
-Yo también -indicó él sin que sus rasgos se alteraran lo más mínimo. Podría estar con
ella un par de días, de modo que ella se acostumbrara a su compañía.
Dobló el formulario de la denuncia, lo metió en un cajón de su mesa y se levantó.
-Vamonos.

El tiempo hacía honor al refrán "En abril, aguas mil", así que los dos se pusieron los
impermeables antes de salir de la comisaría. En el estacionamiento, Winslow le
preguntó:
-¿Cuál es su coche?
-El rojo.
-Naturalmente.
Ella le abrió la puerta, pero él no entró hasta que ella abrió la puerta del conductor y
los dos se metieron a la vez en el coche.
-¿Por qué dijo "Naturalmente" cuando le he dicho que este era mi coche?
-Porque el rojo es un color que va con su personalidad.
Aquello la dejó un tanto desconcertada.
-Es usted muy listo, el rojo es mi color favorito.
-Es la mejor forma de elegir un coche -señaló con ironía.
-Por supuesto -respondió ella con sequedad, de un modo un poco impertinente.
-¿Cuánto gasta?
-No lo sé.
-¿No lo preguntó?
-Me lo dijeron, pero estaba mirando la tapicería y no lo recuerdo.
El iba recostado en el asiento, con las piernas separadas, pero con el cinturón
abrochado. Giró la cabeza y la miró.
-Me está tomando el pelo.
-Sí.
Permanecieron en silencio mientras ella conducía con precaución, respetando todas
las señales de tráfico. El se dio cuenta de que Penelope no se comportaba así
habitualmente.
Byford era una típica ciudad del medio oeste. Tanto era así que algunas cadenas de
televisión y estudios de cine habían rodado allí en numerosas ocasiones debido al

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aspecto tan americano de sus calles. Las casas eran de ladrillo o de madera y todas estaban
muy bien cuidadas. Era agradable conducir por Byford.
El hospital había sido ampliado recientemente porque era el único que quedaba en
los alrededores. En su mayoría los médicos también daban consulta en los pueblos
vecinos, pero los pacientes que requerían cuidado especial debían ir a Byford.
Con la ampliación, el hospital se había convertido en una especie de laberinto de
pasillos y galerías, pero a Penelope le ofrecía la posibilidad de hacer espléndidas fotos
interiores
-Este lugar es maravilloso -comentó mientras entraban en el estacionamiento.
-Lo imaginaba.
-¿Cómo es que me conoce tan bien? -preguntó dando un frenazo brusco al
estacionarse en su plaza reservada.
-Tengo poderes.
-¿En serio? -dijo apagando el motor y lo miró.
-¿Y usted? -replicó Homer.
-Creo que podría, pero me da un poco de miedo.
-¿Porqué?
-Me gusta mantener el control de mí misma.
Winslow estaría de acuerdo con eso si no fuera porque quería ser él el que
mantuviera el control sobre ella. Y creía que iba por buen camino, si debía juzgar por
cómo se había portado en la comisaría.
-Penelope, será mejor que no digas que soy policía, ¿de acuerdo? Di sólo que soy un
amigo y que he venido a ver las obras de ampliación.
-De acuerdo -asintió y salió del coche.
Esperó a que él saliera y cerró la puerta. Cuando se dirigían al edificio del hospital le
dijo:
-Sólo me llaman Penelope mis amigos.
-¿Y yo no lo soy?
Ella asintió ligeramente.
-Sólo porque es necesario.
-Ah, ¿así que es un privilegio que tengo que ganarme?
-Por supuesto.
-No lo olvidaré. No me llames detective Homer. Mis amigos me llaman Homer y mi
familia Winslow.
-Te llamaré Homer.
-Es un honor.
-No creas que te da derecho a mucha intimidad.
-Vamos, no te enfades, Penelope.
A pesar de sus reticencias, Homer tenía la impresión de que acababan de derribar una
barrera en su relación.
Empujó las pesadas puertas del vestíbulo y la dejó pasar. Ella parecía estar
acostumbrada a aquella cortesía porque ni siquiera le dio las gracias, tal vez siempre
hubiera un hombre dispuesto a abrirlas y dejarla pasar.
-¿Tengo que identificarme en la recepción? -le preguntó.
-No. Vienes conmigo.
-Vaya, estoy impresionado.
-Si no pudiéramos confiar en un policía, no sé adonde iríamos a parar.

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-¿Y si no fuera policía?
-No estarías en la comisaría y no habrías venido.
-De acuerdo, Penelope. Bueno, vamos a ver la escena del crimen.
-Supongo que estás aburrido, Pero la cámara y las fotos son importantes para mí.
-He venido, ¿no? -replicó Homer.
No sabía si la estaba presionando demasiado, y demasiado de prisa. No conocía muy
bien a las mujeres y que él se sintiera atraído por ella no significaba que Penelope sintiera
lo mismo por él. Ni siquiera estaba seguro de sentirse atractivo. Se llevó la mano a la cara y pasó
un dedo por su nariz rota y luego acarició la cicatriz que tenía en la barbilla.
Penelope se dio cuenta del gesto y apartó la mirada. Era muy susceptible y estaba segura
de que con aquella pretendida intimidad él sólo estaba bromeando. Mientras durara la
investigación, podría ser tolerante, al fin y al cabo sólo sería un par de días.
La despampanante Mollie Bronson llegó por el pasillo.
-Hola, Penny. Mira qué has traído contigo -comentó con fingida dulzura mirando a Homer
con una risita que no hubiera deslucido en un anuncio de dentífrico-. Dime que eres médico y
que te vas a quedar a trabajar aquí.
-Soy amigo de Penelope.
Mollie soltó una risita y se contoneó de forma escandalosa, como si le ocurriera algo o le
estuviera picando un bicho.
-¿Necesita escolta? -le preguntó a Homer.
-Ya tengo una.
-Tiene que ir mirando las señales para no perderse.
Homer no se inmutó y replicó:
-La elegí por su habilidad para... leer.
La pausa daba la impresión de que tenía otras habilidades, pensaba Penelope. No le gustaba
nada lo que aquello podría significar para su reputación.
-Gracias de todas formas, Mollie -dijo-. Eres muy amable.
-Siempre que me necesiten -respondió con una risita, y se alejó.
-¿Lleva aquí muchos años? -le preguntó Homer a Penelope.
-Creo que sí.
-Eso explica su actitud.
-¿Te parece atractiva? -Penelope estaba indignada.
-Desde luego, podría distraer a cualquiera.
Por alguna razón, Penelope se sintió irritada. Quería demostrarle que sabía el camino, pero
él se detuvo para mirar el plano de la planta del hospital. Estaba claro que no podía evitar sus
hábitos de detective. Subieron en ascensor a la planta donde estaba el despacho de Penelope.
-¿Revelas todas las fotos que haces?
-La mayoría, aunque algunas tengo que mandarlas a un laboratorio.
-¿No te basta con este?
-Algunos rollos de película necesitan líquidos especiales que yo no tengo.
-¿Tienes alguna foto que se parezca a las que hiciste aquel día?
Había algunas fotos en una rejilla metálica, colocadas para secarlas después del
revelado, y se las enseñó. Eran del personal y de pacientes del hospital. Todas eran
magníficas.
Homer las miró con mucha atención.
-Espero poder convencerte de que te hagas fotógrafo de la policía -dijo.
Penelope se quedó asombrada porque él no parecía la clase de hombre dispuesto a

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trabajar con mujeres.
-Me gusta el hospital.
-Te encantaría el mundo del crimen. Es un desafío y los buenos chicos necesitan
ayuda.
-¿Tú eres uno de los buenos chicos? -sentía curiosidad por ver cómo respondía a su
pregunta.
-Soy el mejor de todos -respondió él tranquilamente.
Ella lo creía, pero su respuesta no lo hacía más agradable. Probablemente fuera justo
y honrado en su trabajo, pero, ¿cómo se comportaría con las mujeres? ¿Cómo sería en
el habitual toma y daca de una relación? Seguro que causaría dolor.
Pero, ¿a ella qué le importaba? Hacía tan sólo unas dos horas que lo conocía, ¿y ya
había decidido que no era un hombre agradable? No podía decirlo porque ni siquiera
estaba interesada por él ni lo más mínimo. Parecía un machista de la peor especie.
Aunque no era asunto suyo. La verdad era que no estaba segura, pero lo que sí sabía
era que no tenía el menor interés por él.
Lo miró fríamente y le preguntó:
-¿Ya has visto bastante?
El sonrío por primera vez en toda la mañana y respondió:
-Ni mucho menos.
Penelope lo miró. La sonrisa suavizaba los rasgos de su rostro e iluminaba sus ojos
con un cálido brillo. "Cómo les gusta a los hombres parecer amables cuando una mujer
no les hace ni caso", pensaba.

CAPITULO 2

PENELOPE observaba a Homer, que no perdía detalle mientras examinaba la


habitación. "Examinar", era una palabra que nunca le había pasado por la cabeza, pero
eso era lo que Homer estaba haciendo, estaba examinando la habitación de forma
exhaustiva.
Pero, ¿qué veía?
Examinó la habitación con sus propios ojos. Por primera vez se dio cuenta de que el
despacho estaba algo desordenado. Sobre la mesa había apilados unos montones de
fotografías. Había botes para meter los lápices y los bolígrafos, pero éstos estaban
esparcidos sobre la mesa, y por todos lados se veían diversos papelitos con notas. Bajo la
mesa había una papelera, pero los muchos papeles arrugados que se encontraban a su
alrededor daban idea de la poca puntería que tenía, aunque ella nunca lo hubiera pensado.
Penelope levantó la vista y se dio cuenta de que Homer también la estaba
examinando a ella. No pudo apartar su mirada de él. Tenía un aspecto saludable y
vestía con ropa sencilla y elegante, y olía... como un hombre. Estaba al otro lado de la
habitación y podía percibir su olor, ¿cómo podía ser?

En aquel momento ella misma notó la excitación que demostraban sus pechos y tuvo que
cruzar los brazos para ocultarlos. Pero sentía la presión de los senos sobre la blusa, como
si, a pesar de su voluntad, tuvieran vida propia y quisieran llamar la atención de Homer.

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No podía cubrirlos satisfactoriamente y tuvo que darse la vuelta.
Homer estaba sorprendido y encantado en cierta forma. Tenía treinta años, y había
sido testigo de los trucos que puede utilizar una mujer para atraer a un hombre. Podía
distinguir con claridad la diferencia entre la inocencia y el cálculo. Cuando ella lo había
sorprendido mirándola, no había apartado la mirada porque quería demostrarle que no
estaba interesada en él. Porque ella pensaba que no lo estaba, a pesar de que su cuerpo
demostraba lo contrario. Pero no le había sonreído, no había intentado ligar con él, sino que
se había dado la vuelta.
Tendría que ser cuidadoso con ella. Se preguntaba si habría estado alguna vez con un
hombre, y se sorprendió al sentir una oleada de celos. Apenas hacía dos horas que la
conocía, ¿cómo podía sentir celos? Debía ser la época del año, primavera. A lo largo del
camino al hospital habían visto los macizos de flores, que llevaban abiertas tan sólo unos
días, y se daba cuenta de que la savia de su cuerpo también había empezado a correr. Lo
mejor sería que se controlara un poco, para no acabar el día con una frivolidad.
Sonrió, la verdad era que hacía un día espléndido para caer en una frivolidad. No
estaría mal protegerse del viento y de la lluvia y encerrarse en una habitación junto a una
chimenea...
-¿Tienes algún rollo sin revelar?
Ella se sobresaltó y se dio la vuelta para responderle.
-No... que yo recuerde. Los guardo aquí -dijo, y tomó una cestilla metálica que colgaba
detrás de la puerta-. No, hay ninguno.
-¿Podría alguien haber tomado alguno?
-Supongo que sí. ¿Crees que el que robó la cámara estaba buscando un rollo?
-Es una posibilidad -respondió Homer-. Tenemos que pensar en todo. Una cámara
como esa es cara y está registrada. Sólo un estúpido robaría algo tan difícil de vender. No
deja de ser un objeto muy personal.
-Desde que la tengo, sólo se la he dejado a dos personas. No se la dejaría a cualquiera,
pero en ellos puedo confiar.
-¿Quiénes son?
Penelope frunció el ceño.
-No tomarían algo que pueden pedirme prestado. No lo harían sin permiso, sobre todo
cuando tiene una película de alta sensibilidad para fotos muy especializadas.
-Esas personas de las que no quieres hablarme, ¿trabajan aquí?
-Ya no.
-¿Pero tenías la cámara en este lugar?
-Sí. Y veo que no crees que haya sido un simple ladrón.
-La policía se ocupa de todas las denuncias de un modo muy serio -respondió Homer.
-Creo que tu trabajo te hace ver fantasmas.
El asintió y dijo:
-Sí, los de las víctimas.
Penelope lo miró y le habló con afecto.
-Es cierto, nunca pensamos en que los policías tienen que ver los cadáveres y lo que
eso puede afectarlos. Ver a las víctimas debe ser muy duro para ti, sobre todo cuando a
los delincuentes se les dan todas las oportunidades legales para escapar de la justicia.
Debe ser muy duro atrapar a un asesino o a un violador y ver que anda suelto al cabo de
no mucho tiempo y vuelve a matar-o a violar.
-No es un trabajo fácil -se acercó a la ventana y miró hacia los campos que rodeaban el

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hospital-. Escúchame, hay algo en este asunto que no me deja tranquilo, pero no puedo
saber por qué -dijo, y se dio la vuelta para mirarla-. Vine contigo para conocerte un poco,
pero puede que en este robo haya algo más. El hospital es seguro, sólo puede entrar
personal autorizado. Lo que pienso es que hiciste una foto que comprometía a alguien
aunque no te dieras cuenta. ¿Quién más puede entrar en esta habitación?
Penelope no podía dejar de pensar en lo primero que le había dicho: la había
acompañado porque quería conocerla mejor. Tardó unos instantes en contestar a su
pregunta.
-Cualquiera. Todos nos llevamos bien y tratamos de ayudarnos unos a otros, no hay
otra manera de trabajar en el hospital. No hay nadie peligroso. Yo no hice ninguna
fotografía con la que se pueda hacer chantaje, ¿no es eso lo que estás pensando?
-Tal vez. ¿No hay envidias ni rivalidad? -preguntó Homer.
-No.
-¿Y qué hay de la señorita sonrisas que nos hemos encontrado abajo?
-No hay nada que temer de ella.
-¿No tiene ningún... asunto con alguien que no debe?
-Se dice de todo sobre ella, pero a mí me parece que hay mucho ruido y pocas nueces.
-Luego sí se dicen cosas de ella -insistió Homer-. ¿Quién lo dice? ¿Algún hombre celoso?
¿Algún hombre casado que ya está un poco harto de flirteos?
-Si crees que le hice una foto a Mollie haciendo el amor con un hombre casado, estás
muy equivocado.
-Si te hubieras encontrado con una escena semejante, ¿habrías cerrado los ojos y
te habrías alejado?
-No voy por ahí espiando detrás de las puertas -replicó Penelope.
-¿Por temor a lo que puedas encontrar en este nido de corrupción?
Lo miró con desprecio y le replicó con aspereza:
-Cuando era pequeña me enseñaron que no se debía espiar detrás de las puertas.
-¿Es que tus padres no se atrevían a dejarte sola en la casa?
-¡Oh, Dios! -lo miró con angustia, pero en aquel mismo instante un recuerdo se apoderó
de su conciencia y sonrió con nerviosismo.
-Los viste haciendo el amor -señaló él con calma.
-No. Pero puede que tengas razón. Una vez los sorprendí encerrados en la cocina,
susurraban, y mi madre se reía de un modo que... -se puso tensa de repente.
Además él se rió tal como se había reído su madre. Ella lo miró con una .sonrisa
helada.
-Tu casa debía ser un nido de pasión.
-No te hagas el gracioso.
-Yo me tomo la pasión muy en serio.
-Nos estamos desviando del tema -replicó Penelope.
-Hay crímenes pasionales, por ocultar algo o por dinero. No hay más motivos.
-¿Y la venganza?
-Es una de las pasiones. ¿Crees que alguien podría querer vengarse?
-No conozco a nadie en todo el hospital que quiera cometer un crimen de ninguna clase
-replicó Penelope con furia.
-Pero alguien ha robado tu cámara con película. ¿Quién y cómo?
-¡No lo sé! -contestó con exasperación-. Sólo necesito la prueba de que he denunciado el
robo para que el seguro me crea, me la pague y pueda comprarme otra cámara.

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Homer bajó la vista, dio dos pasos hacia ella y la miró con una expresión neutra.
-Entonces quieres que nos olvidemos del asunto.
-Olvidar qué asunto. Homer, me parece que estás haciendo una montaña de un grano
de arena.
-La compañía de seguros querrá una investigación seria. Se trata de su dinero.
Penelope se llevó una mano a la frente tratando de calmarse.
-¿Te llaman el testarudo Homer"? Porque nunca dejas de insistir, ¿verdad?
-Sí, nunca dejo de insistir para conseguir lo que quiero -asintió Homer.
Penelope pensaba que la miraba para que tuviera claro que se refería a la cámara y al
crimen en general. Durante unos instantes permanecieron en silencio.
-Vamos a comer -sugirió Homer por fin.
Ella le dio su abrigo como si lo arrojara contra él, pero Homer lo agarró, lo dobló sobre el
brazo, y la ayudó a ponerse el suyo. Penelope se metió las mangas nerviosamente.
-No me parece que seas una mujer muy tranquila.
-Si tuvieras algún conocimiento de la naturaleza humana, te quedarías callado y
dejarías que me calmara. Eres un poco molesto.
-Ya me lo han dicho otras veces -declaró él con frialdad.
-No me sorprende.
-Pero todos trataban de ocultarme algo.
Ella se puso furiosa, pero al respirar profundamente notó cómo sus pechos se
apretaban contra la blusa y se ruborizó tratando de que él no lo notara.
-¿Qué es lo que tú tratas de ocultarme?
Penelope se dio la vuelta y le dirigió una mirada amenazadora. Pero él estaba mirando
al suelo y ella sólo pudo fijarse en sus largas pestañas, que ya la habían sorprendido
desde que lo había visto en la comisaría. No dijo nada, tan sólo apretó el bolso contra el
pecho, sacó las llaves del coche y caminó por delante de él hacia el ascensor.
Mientras sacaba el coche se preguntaba por qué estaba allí cuando podía haber ido a
comer a la cafetería del hospital. No sabía qué hacía junto a aquel hombre que sólo
conseguía irritarla.
Ni siquiera le preguntó dónde quería ir, sino que fue directamente a Amy's Tea Room.
Sabía que se sentiría ridículo en aquel lugar, con cortinas de encaje y cojines sobre las
sillas.
Pero no fue así. Todas las mujeres le sonrieron y él les devolvió la sonrisa. A
Penelope le parecía odioso.
Siguieron a la camarera y al llegar a la mesa retiró la silla de Penelope. Ella lo miró y
comprobó que estaba mirando hacia todas partes, examinando aquel lugar y la gente
que se encontraba allí tal como había examinado su laboratorio. Penelope habría
apostado cualquier cosa a que si le daba una hoja de papel y le pedía que anotara todo
lo que había observado, no olvidaría nada.
¿Qué escribiría acerca de ella?
La propia Amy se acercó a la mesa con una sonrisa de oreja a oreja. Penelope le
presentó a Homer y dijo:
-Tengo una cuenta pendiente, así que hoy yo invito -dijo, y miró a Homer esperando su
negativa.
Pero él asintió con una sonrisa.
-El tesoro de la ciudad le quedará muy agradecido.
Amy sonrió emitiendo un gracioso ruidito, que demostraba su asombro.

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Homer pidió filete de hígado ahumado con cebolla y Penelope una ensalada, como de
costumbre. Permanecieron en silencio mientras esperaban la comida.
-No es muy propio de ti. Penelope Rutherford.
-¿Invitarte a comer?
-Este sitio.
-Me gusta Amy.
-Ya. Probablemente ella misma ha decorado el restaurante.
-A las mujeres les gustan los sitios bonitos -Penelope trataba de contenerse y
mantener la calma.
-Pero a ti, señorita Rutherford, no te gustan las cosas "bonitas", a ti te gusta lo
dramático -observó él con suavidad.
Tenía razón.
-Aunque apuesto a que tu ropa interior es de seda.
Lo miró con odio. También ahora tenía razón, pero no tenía derecho a hablarle así.
Apretó los labios y mantuvo su mirada. Luego dejó de mirarlo con intención, quería que
supiera que no estaba dispuesta a seguir aquella conversación.
Al apartar la vista de él se dio cuenta de que captaba la atención de muchas mujeres.
Y él debía saberlo. Se preguntaba cómo se consideraría a sí mismo y lo imaginó como el
gigante Atlas, sosteniendo el mundo sobre sus hombros, sólo que la carga de este
testarudo debía ser más pesada porque sobre sus hombros sostenía su propio ego.
Les sirvieron la comida y Penelope no pudo evitar decir:
-No sé cómo puedes comer hígado.
El miraba su plato como debía haberla mirado a ella, con mirada golosa. Apoyó los
antebrazos sobre la mesa y daba la impresión de que temía que alguien le quitara el plato,
aunque Penelope pensaba que nadie se atrevería jamás a semejante osadía.
Observó con detenimiento cómo partía un trozo de filete, lo pinchaba con el tenedor
junto con un anillo de cebolla, se lo llevaba a la boca y lo masticaba con fruición.
-No sé cómo puedes comer hígado -repitió.
-¿No te gusta?
-No me gusta nada.
-Lo suponía.
-Ya me estoy cansando de que digas eso cada vez que no estoy de acuerdo contigo.
-Eres una mujer -apuntó Homer encogiéndose de hombros.
-Y tú comes hígado.
El partió otro trozo y lo masticó con verdadero deleite.
-¿Por qué no habría de gustarme algo que es tan sano?
-Porque no huele bien, ni tiene buen aspecto, ni sabe bien.
-De acuerdo, de acuerdo, ya veo que no te gusta.
Penelope estuvo a punto de reírse, pero se contuvo y comenzó a comer su ensalada.
-El hígado es una viscera.
-Es viscera de mamífero, no es lo mismo que un hígado de pollo -replicó él antes de
llevarse otro bocado a la boca-. ¿Está buena la ensalada?
-Sí.
-Espero que no tenga ningún bicho.
Penelope dejó el tenedor sobre el plato y lo miró a los ojos.
-Eso ha sido muy infantil.
El se rió, con un brillo burlón en los ojos, y Penelope se mordió los labios para

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evitar una sonrisa, pero finalmente no pudo contener la risa.
-Lo conseguiremos, Penelope.
-Lo dudo.
-Tú sigue conmigo y ya veremos.
La verdad era que Penelope no sabía a lo que se refería. No sabía si estaba hablando
de su ingreso en la policía o de encontrar la cámara, además lo había dicho con tanta
emoción como si estuviera investigando un crimen.
-He leído que... que la policía nunca abandona un caso hasta que no está resuelto. Me
han dicho que incluso ahora se sigue investigando un asesinato que ocurrió hace diez
años.
-JimTCavis.
-¿Cómo?
-El hombre que asesinaron hace doce años se llamaba Jim Flavis. Dios, cómo nos
gustaría encontrar a los bastardos que lo hicieron.
Penelope estaba sorprendida.
-Pero hace doce años todavía no eras policía
-No.
-¿Entonces cómo es que te interesa tanto el caso?
-No hace falta que el policía conozca a la víctima para que quiera resolver su caso.
Aunque lo cierto es que había oído hablar de él. Un amigo mío, Pete Gravens, trabajó en
su tienda de pequeño. Pete estaba a punto de solucionar el el caso, pero lo mataron en una
redada antridroga. He trabajado en el caso. Todo lo que tenemos es el asesinato,
ninguna pista. Era un buen hombre.
-Lo siento.
-¿Por Flavis?
-Por haberlo mencionado.
-¿Por qué?
-Estabas disfrutando de la comida y te he interrumpido.
No respondió, tan sólo la miró a los ojos y le sonrió. Fue como la salida del sol en un día
lluvioso. Sintió un estremecimiento y sus pupilas se dilataron.
Homer volvió a disfrutar de la comida, pero Penelope no pudo probar un bocado más.
Ella nunca tomaba postre, pero Homer pidió una rebanada de pastel. Retiraron el plato
de Penelope y ella se irguió en la silla apoyando los codos sobre la mesa.
Observó con fascinación el modo en que Homer disfrutaba del postre. Saboreaba cada
bocado con verdadero placer. Verlo meterse en la boca un trozo de postre y masticarlo, era
el gesto más erótico que había visto nunca.
Penelope pagó la cuenta, se despidieron de Amy y salieron a la calle, donde el día era
muy desapacible, y el viento soplaba con fuerza. A Homer le sorprendió que Penelope
pudiera correr con los zapatos de tacón alto que llevaba. Fueron a diversas casas de
empeño y acabaron empañados por la lluvia.
Entrar en una casa de empeño era como entrar en otro mundo. La gente empeñaba
los objetos más extraños por unos pocos dólares. Ninguno de los prestamistas había visto
ninguna cámara parecida a la de Penelope, y les extrañaba que alguien fuera a empeñar
una cámara como aquella. A pesar de todo, Penelope disfrutó de la tarde. Había sido
diferente, y le gustaba estar con Homer. Le gustaba el modo en que la miraba y le
encantaba hacerlo reír, porque la miraba de un modo peculiar y personal.
Al cerrar las tiendas volvieron a la comisaría y se despidieron. Penelope sintió un

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escalofrío al pensar que tal vez no volvería a verlo. Sus vidas eran tan distintas que no
podrían volverse a encontrar, ni siquiera por casualidad. Se habían cruzado como
barcos en la noche, pero sus vidas seguían trayectorias opuestas. Volvió al hospital
sintiéndose melancólica, como el día.

En la comisaría Rick Miller le dijo a Homer con sorna:


-Me la birlaste justo delante de mis narices. Yo creía que nunca pasabas al otro lado
del cristal, te gusta tanto quedarte encerrado en tu torre de marfil. Pero esta vez te has
metido en mi territorio -estaba furioso.
Homer estaba perplejo.
-Todo lo que hice fue ayudar a una ciudadana que llevaba esperando más de una hora
en el vestíbulo, por el que pasaban asesinos y drogadictos. Todo lo que he hecho ha sido
ayudar a una dama en apuros.
Rick dijo algo de muy mal gusto y le preguntó:
-¿En dónde pasaron la tarde, en tu casa o en la suya?
-La estás insultando, amigo. Ten cuidado. Fuimos al hospital y luego por las casas de
empeño.
-No la he insultado, sólo me estoy metiendo contigo. ¿Encontraste la cámara?
-No. Pero sabes, Rick, hay algo en este asunto que me huele mal.
-¿Qué dices? ¿Qué pasa?
-No lo sé, pero tengo la impresión de que hay gato encerrado.
-¿En una... cámara? ¿Hace fotos pornográficas?
-Anda, hombre, tú la viste y hablaste con ella. Sabes que no haría algo así.
-¿Entonces?
-Sea lo que sea espero que no sea peligroso para ella. Es una mujer... una gran mujer.
-De eso ya me di cuenta. Y tenía pensado algo. Maldita sea, Homer, ¿por qué tuviste que
meter tus narices en esto?
-La culpa la tienes tú por no ocuparte de tu trabajo.
-Estaba arreglando mis asuntos para poder pasar el día con ella.
Homer asintió. Se había dado cuenta aquella mañana de los planes de Rick y se
alegraba de haberse interpuesto.
-Ojalá pudiera pararte los pies -dijo Rick.
-Va a ser difícil.
-Demonios, ya lo sé.
-Pórtate bien -le aconsejó Homer.
-Intentaré conseguirla, ¿me oyes?
-Espero que sin juego sucio.
-Te lo garantizo.
Se dieron la mano, pero Homer sonreía y parecía demasiado seguro de sí mismo.

CAPITULO 3

A la mañana siguiente, Penelope se despertó al oír el teléfono que sonaba en la


mesilla. Lo miró refunfuñando y estiró el brazo para contestar.
-Dígame.

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Un hombre que no se identificó empezó a hablar. Pero ella reconoció a Homer. Sólo
un machista, que no tenía ojos más que para sí mismo, podía hacer una cosa tan estúpida
con una mujer a la que acababa de conocer.
-¿Alguna vez ha besado a un hombre con bigote? -preguntó el hombre.
-¿Con quién hablo?
Los dos sabían que ella sabía con quién estaba hablando.
-Se trata de una encuesta -contestó, en Buford siempre había encuestas-. ¿Tiene
curiosidad por saber cómo sería?
-¿El qué?
-Besar a un hombre con bigote.
-¿Con quién estoy hablando?
Si ella quería jugar, él estaba dispuesto.
-¿A cuántos hombres invita a comer en una semana? llevo la cuenta.
-No le debe quedar un céntimo si lo gasta todo en pescar a un besugo cualquiera.
-¿Quién es usted? ¿La señorita Francis?
-No, el detective Winslow Homer.
-¿Detective Win...? Ah, sí, usted es el que comió ayer hígado en Amy's.
Penelope oyó con claridad el suspiro de Homer, como si estuviera a punto de
agotársele la paciencia.
-La policía ha incautado los bienes de un vendedor ilegal y pensé que podría
corresponder a tu hospitalidad. ¿Tienes algo que hacer esta tarde?
-No sé. Déjame pensar -contestó y se quedó escuchando la respiración de Homer al
otro lado de la línea y miró al techo de su habitación en casa de sus padres-. Si es después
de la una, puedo ir.
-De acuerdo.
-¿Has pensado en algún sitio en particular?
-¿Qué tal si vamos a comer pescado?
-Está bien.
-Estoy deseando verla, señorita Rutherford -declaró.
-¿En dónde nos vemos?
-Pasare a buscarte por el hospital. Ponte ropa de abrigo, hace mucho frío -repuso y
colgó.
A Penelope le molestó que colgara sin despedirse. Dejó el auricular sobre el receptor y
miró el reloj, eran las siete menos veinte. ¡Qué hacía despierta a las siete menos veinte
de la mañana! ¿Cómo se había atrevido a llamar tan temprano? Se dio vuelta y se cubrió
con la sábana.
¿Qué se sentiría estar con él en la cama? Pero... cómo era posible, ¿por qué se le
había ocurrido una cosa semejante? Acababa de conocerlo y además en absoluto era el
tipo de hombre que ella buscaba.
Sin embargo, ¿por qué al imaginarlo en la cama sentía aquella excitación? ¿Y por
qué le gustaría ver cuál sería su reacción si la viera con la escandalosa ropa interior que
había ganado jugando al bridge en la fiesta de presentación de la tienda de lencería
Bety's?
Ni siquiera recordaba dónde tenía escondidas aquellas prendas. Se levantó y pasó
largo rato buscándolas.
¿Por qué le había entrado aquella urgencia por Encontrarlas? Bueno, tan sólo tenía
curiosidad, los tiempos cambian y habían pasado cinco años desde que tenía aquella

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ropa interior. Incluso los trajes de baño que se llevaban entonces hubieran causado
escándalo cinco años atrás.
Después de estar buscando durante unos minutos, llegó la hora en que
habitualmente se levantaba para ir a trabajar. Cuando se dirigía al baño, sonó el
teléfono.
-Hola -la voz era masculina y profunda-. Soy Rick Miller, ¿se acuerda de mí?
-Pues...
-Soy el policía que ayer la ayudó con la denuncia del robo de su cámara. Cuando fui a
buscarla acababa de irse. Me preguntaba si ya ha encontrado la cámara.
-No -trataba de acordarse de la cara de aquel hombre pero sólo recordaba a Homer.
-Bueno, podría pasar por el hospital para que usted me dijera lo que ocurrió
exactamente.
-Gracias, pero el detective Homer ya se ocupa de todo.
-Sí, lo sé, pero, mire, me gustaría verla. ¿Le gustaría comer conmigo?
En aquel momento, Penelope recordó a aquel policía de ojos azules, pelo rizado y
poblado bigote, y sonrió.
-Hoy no puedo.
-¿Qué tal mañana?
-Bueno, creo que estoy libre mañana al mediodía.
-¿La recojo a las doce?
-Muy bien -respondió Penelope
-Estupendo. Entonces hasta mañana.
Así debía ser, todo el mundo se despide al terminar una conversación. Si Rick lo
sabía, Winslow Homer también debía saberlo.
Penelope se duchó y se puso un vestido verde claro ajustado con un ancho cinturón verde
y zapatos de tacón algo del mismo color que el vestido. Se maquilló con cuidado y añadió un
poco de verde al gris de su sombra de ojos.
Justo antes de salir de casa recordó que Homer le había recomendado salir
abrigada y buscó su abrigo de lana en el guardarropa. Hacía dos días que no se lo ponía,
pero, por lo que le había dicho Homer, el tiempo volvía a ser frío. En Indiana era imposible
que el tiempo fuera estable.
Al llegar el mediodía, Penelope había revelado todos los rollos que le quedaban sin revelar,
menos el que llevaba la Leica. Pero le daba la impresión de que aquel rollo no estaba
gastado parcialmente, como le había dicho a Homer, sino completamente. Creyó
recordar, aunque con vaguedad, que había cambiado el rollo de la cámara justo antes
que se la robaran, con lo cual, el rollo que creía perdido debía estar allí. Pero ya había
revelado toda la película que le quedaba y no lo había encontrado. Buscó la libreta donde
anotaba todas las fotos que hacía pero no la encontró. ¿También se la habrían robado?
Si se la habían llevado deliberadamente, aquel hecho arrojaba una luz completamente
distinta sobre el robo. Que se llevaran la cámara, el rollo y la libreta significaba que
había sido premeditado. Tal vez Homer tuviera razón y había hecho, sin darse cuenta, una
foto comprometdora para alguna persona del hospital. Aunque no sabía qué podría ser.
Poco antes de la una en punto, cuando Homer apareció en su despacho con la misma
actitud que si fuera el dueño del hospital, le espetó:
-Me robaron también la libreta en la que apuntaba a quién, cuándo y por qué hacía las
fotos.
El estaba erguido y la miraba sin inmutarse, como si ya estuviera al corriente de lo

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que le contaba.
-¿En dónde la guardabas?
-Allí -dijo y señaló con el dedo un rincón de la mesa.
-¿Cuándo te diste cuenta de que no la tenías?
-Me daba la impresión de que me quedaba un rollo por revelar y busqué la libreta
para comprobarlo.
-El robo fue premeditado.
-Sí.
-¿Qué piensas?
-He estado dándole vueltas a la cabeza, pero no recuerdo haber visto nada anormal.
Aquella mañana llegué al hospital -le entregó unas fotos-. Mira, estas son las primeras
fotos que hice aquel día. El amanecer, los pocos coches que hay a esa hora, la gente que comienza a
llegar, algunos pacientes, quirófanos. No hay nada anormal o que se salga de la rutina.
-¿Murió algún paciente aquel día?
-No lo sé.
-Vamos a comer, mi hora libre ya ha pasado -dijo Homer.
Penelope se dio cuenta de que quería que ella supiera que había alterado su horario habitual
para poder comer con ella.
Agarró su abrigo de la percha y se lo dio para que la ayudara a ponérselo.
-Supongo que hoy comerás ríñones -bromeó.
-Creo que voy a probar la lengua.
-Qué asco.
-Te sienta muy bien el verde.
Lo miró un tanto asombrada. Vaya, le había hecho otro cumplido.
-Gracias -murmuró.
El respondió con una sonrisa. Bajaron y se marcharon en el coche que había traído Homer. Un
discreto coche negro de la policía.
Llegaron al restaurante y Homer la invitó a sentarse. Pidió gambas, preparadas de muy diversas
maneras, pero ni siquiera se preocupó por saber lo que él estaba comiendo, lo mismo podían ser
sesos de langosta que lengua de pavo. Sintió asco ante tal idea y la desechó de su mente.
Durante aquella comida fue cuando Homer decidió que haría el amor con ella. Una mujer que
lograba despertar su deseo sólo con verla comer, tenía que ser una mujer de pasiones insospechadas.
El despertaría en ella una tormenta de sexo y la llevaría a la cima del deseo. Aunque probablemente,
no aquella noche.
-Esta mañana me preguntaste -le dijo ella con ingenu i dad-, que si alguna vez había besado a un
hombre con bigote. Nunca lo he hecho, pero tal vez tenga oportunidad mañana, voy a comer con un
hombre con bigote -dijo y cogió una gamba y se la llevó a la boca muy despacio.
-Rick Miller -refunfuñó Homer.
Penelope arqueó las cejas y abrió enormemente los ojos.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque soy un detective.
-Entonces -empezó a decir satisfecha porque sabía que lo había provocado-, encontrarás
mi cámara. Y la película de fotos.
-Dime lo que haces exactamente desde que cargas la cámara con un rollo hasta que
lo revelas.
Penelope se sintió decepcionada. Pensaba que su cita con Rick le molestaba. Quería
demostrarle que podía tener una cita con otro hombre y quería que él se opusiera a aquella

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cita. Se lo había dicho únicamente porque quería ponerlo celoso. Aunque la verdad era
que sólo habían pasado un día juntos, así que no había razón para pensar que él estaba
impresionado de alguna forma tan sólo porque ella era, ¿qué era? Bueno, lo que fuera, no
tenía importancia. Pero él no reaccionó en absoluto, tan sólo quería hablar del robo. ¿Cómo
podía un hombre ser tan insensible con una mujer?
Homer sabía perfectamente lo que estaba pensando. Estaba muy sorprendido de que los
cursos que había tomado acerca de cómo interpretar y conocer la mente criminal le
ayudaran a conocer mejor a las mujeres. Iba a disfrutar mucho con la caza y captura de
Penelope Rutherford.
Ella respondió a su pregunta y continuó explicándole:
-Las fotos son para un libro. Algunas servirán para los estudiantes de medicina, pero
quiero publicar un libro de fotografías. Ya tengo el título: Anatomía de una operación. Un
estudio en profundidad. -
Homer gruñó ligeramente y ella se rió. Luego él procedió a poner en camino la primera
parte de su campaña para conquistarla. Sacó del bolsillo de la chaqueta un lápiz y un
cuaderno y luego, como si la encontrara de improviso en aquel momento, una caja pequeña
envuelta en papel de regalo.
-Ah, esto es para ti.
Al tomar la caja, Penelope esperaba cualquier cosa, una broma. Pero al abrirla se
sorprendió al ver un broche en el que se había fijado con mucho interés mientras
recorrían las casas de empeño el día anterior.
Uno de esmalte blanco con puntitos verdes. Recordaba que sólo costaba un dólary medio,
por lo que no tenía por qué sentirse abrumada, y el detalle le pareció encantador.
No sabía qué decir y tan sólo sonrió complacida y con ingenuidad.
Entonces él prosiguió con su ataque.
-Por favor no salgas mañana con Rick. No debes darle esperanzas.
Estaba sentada mirando a Homer. No podía haberle dado el broche como si quisiera
sobornarla para que no saliera con Rick, porque se lo había dicho durante la comida,
cuando él ya tenía el broche.
Homer la observaba. Cuando vio que la sonrisa no se borraba de su rostro, estuvo seguro
de que ganaría la batalla. Deseaba que estuvieran cenando para pedir una botella de vino,
pero era demasiado pronto, sabía que ella necesitaría tiempo para darse cuenta de lo que
quería.
Penelope sacó un espejito para prenderse el broche. Podría haber ido al tocador, pero
prefería hacerlo allí porque quería que Homer siguiera mirándola. Mientras se ponía el
broche levantó un momento la vista y vio los ojos de él fijos en sus senos.
-¿Está bien así? -le preguntó.
El sonrió, aprobando aquel coqueteo.
-¿Cómo te acordaste de que era este el que me gustaba? ¿No tuviste ningún problema
con el tipo aquel?
-No, lo amenacé -bromeó Homer.
-Me encanta. Gracias.
-No hay de qué.
Ella se estiró apenas imperceptiblemente, pero no pudo evitar un bostezo y dijo, a
modo de explicación:
-He comido mucho, me haría falta una siesta.
-Vamos a mi casa.

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-¿Cómo? ¡Detective Homer!
-Bueno, ya he visto que no hay ningún sofá en tu laboratorio, y no creo que puedas
dormir la siesta en una silla.
-Con los años he aprendido a dormir en un banco con los pies en el suelo y la cabeza
apoyada en una mano. Da la impresión de que estoy pensando.
-¿Y de pie puedes hacerlo?
Penelope tenía la impresión de que no se refería a dormir la siesta, pero no quería
aclarar a qué se refería exactamente.
-No -respondió.
-Requiere mucha concentración.
Ella agachó la vista y se ruborizó un poco porque se estaba imaginando la escena.
-Sobre todo si roncas.
Oh, así que estaba hablando de la siesta. Lo cierto es que ella pensaba que él estaba
hablando de...
-¿Quieres algo de postre?
-No, gracias, estoy llena.
-Creo que con el tiempo te gustaría el hígado.
-No hagas que me entren náuseas. A propósito, ¿tú qué has comido? Ni siquiera me he
fijado.
-Con todo lo que tú has pedido, lo único que yo podía pagarme eran galletas
saladas y agua. Penelope se rió.
Salieron del restaurante. Una vez en el coche, ella se dio cuenta de lo mucho que le
gustaba estar con Homer y él tuvo que contenerse para no raptarla y llevársela a
cualquier sitio antes de volver al hospital.
Penelope suponía que la dejaría en el hospital, pero la acompañó hasta el
laboratorio.
Al llegar, Penelope le abrió la puerta, pero él se quedó en el umbral mirando a ambos
lados.
Ella se volvió y miró al pasillo.
-Mira-dijo señalando a una persona que se acercaba por el fondo del pasillo.
Entonces, de repente, Homer la atrajo hacia sí y la besó. La sostuvo con fuerza,
estrechándola entre sus brazos. Penelope se dejó abrazar y le devolvió el beso. Era
como si su cuerpo sintiera el asombro y el deleite al mismo tiempo. Una voz masculina
murmuró:
-Perdón.
Al oír que se alejaba, Homer se separó de Penelope y ella le preguntó:
-¿Quién era ese?
-Ni idea -respondió él y añadió-: ¿En dónde aprendiste a besar asi?
Ella lo miró durante unos segundos, al final no pudo evitar una sonrisa y preguntó:
-¿Así, cómo?
Y él la besó de nuevo. Pero, poco a poco, ella se puso tensa y sintió una imperiosa
necesidad de hablar. El no quería deshacer el abrazo pero ella separó la boca y dejó caer
los brazos.
-Lo has hecho para que no dijera nada, ¿verdad?
-Sí.
-Apareció la libreta -murmuró ella.
-Sí.

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-Si no me hubieras impedido entrar primero en el cuarto quizá no me hubiera dado
cuenta de que había aparecido. ¿Te diste cuenta quién venía en el pasillo?
-Sí
-¿Quién era?
-Creo que uno de los médicos -respondió Homer, y lo describió
- Un hombre moreno, delgado y de complexión media, tenía las mejillas muy pobladas
y barba de dos días y un par de cicatrices en la frente.
-Era el doctor Parker, el anestesiólogo.
-¿Es amigo tuyo?
-Su esposa es una mujer encantadora.
Homer la miró a los ojos.
-¿Le hiciste alguna foto?
-No en particular.
-Aunque hiciste fotos de algunas de las operaciones del lunes.
-Sí, pero de los cirujanos -contestó y añadió-: ¿Puedes marcharte?
-Me gusta estar aquí.
-Sólo me besaste para que me callara.
-Buena idea -dijo y la besó otra vez.
Ahora los labios de Penelope no eran tan suaves. Estaba ofendida porque la había
besado tan sólo para que no dijera que le habían devuelto la libreta. Pero Homer insistió y
después de unos instantes ella respondió con el mismo impulso que hacía un rato le había
conmovido como nunca en su vida. El primer beso había sido... maravilloso. Un escalofrío
recorrió su espalda.
-Me estás volviendo loco -confesó él.
-¡Bah! -exclamó ella y se liberó de su abrazo.
-Había otras formas de impedir que dijeras nada.
Penelope esbozó una sonrisa forzada.
-Pero esta fue la más efectiva -observó y luego trató de ponerse más seria
-¿Puedo tomarla o quieres ver si tiene huellas dactilares?
-¿Puede interesarle a alguien en este sitio tu libreta de notas?
-No, sólo tiene interés para mí.
-Vamos a echar un vistazo. No toques nada. Si ves la cámara no la toques. Aunque
supongo que quien ha tomado la libreta la habrá limpiado.
Encontraron la cámara en un rincón, junto a unas botas. Podía dar la impresión de
que la había dejado allí olvidada cuando se había quitado el abrigo y las botas. Si
Homer no hubiera examinado aquel lugar con detenimiento hacía dos días, Penelope
habría pensado que realmente había olvidado la cámara en aquel lugar y que no se la
habían robado.
-¿Por qué la habrán devuelto? -murmuró Homer.
-Tiene película.
-¿Ah, sí?
-Supongo que si reveló la película obtendría duplicados de las fotos que tenía cuando la
robaron. Por eso la devolvieron, así no habría forma de" probar que la han utilizado.
-Me parece que tenemos un problema muy interesante -dijo Homer.
-¿Cómo te vas a llevar la cámara y la libreta?
-No me las voy a llevar, voy a examinarlas aquí -contestó y le explicó la situación-.
Diremos que estoy aquí como representante de tu editor. Tengo un amigo en una editorial,

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me va a escribir una carta con fecha de hace dos semanas y mañana me la enviará por
fax. Así que estoy para ayudarte con tu próxima publicación.
-Estoy impresionada.
-No soy muy conocido en Byford, así que puedo utilizar mi propio nombre, además ya
me has presentado a Mollie. Tal vez este asunto no sea nada importante, pero tal como
está el tráfico de drogas, será mejor que nos aseguremos. Tampoco quiero que estés aquí
sola. Proclama a los cuatro vientos que encontraste la cámara, haz como si hubieras
concluido que la dejaste olvidada, ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
-¿Dejarás que te bese otra vez?
Ella echó el flequillo hacia atrás con un gesto nervioso y apartó la mirada.
-No hace falta.
-Sí que hace falta.
-Ya veremos -replicó Penelope.
-Quítate el abrigo. Te enseñaré a buscar huellas dactilares. Luego podremos revelar esa
película.
Después de que Penelope se quitara el abrigo, los dos entraron en el cuarto oscuro.
Era más grande que la otra habitación. Penelope se quitó el vestido, se puso una bata y
le indicó a Homer que se pusiera otra.
-¿Yo también tengo que desnudarme?
-No, sólo quítate la camisa. Algunos ácidos pueden dañar la ropa.
Debió ser como un bálsamo para su ego que Penelope lo mirara. No estaba
avergonzado de su cuerpo, pero tampoco presumía de él. Se puso la bata tranquilamente,
aunque dejaba ver con claridad el vello de su pecho.
Homer tomó la cámara y la espolvoreó para encontrar huellas dactilares. Como le
había dicho a Penelope, ni siquiera encontraron sus huellas. Esperaron para examinar la
libreta porque primero querían revelar la película.
Sólo encontraron cuatro exposiciones. No eran las fotos que ella había hecho, pero
estaban tomadas en los mismos sitios y desde el mismo ángulo. El empeño por repetir
sus fotos era evidente, pero el resultado dejaba mucho que desear.
-La luz está mal medida -le explicó Penelope-. Este ángulo está descompensado.
Aquí hay una sombra que no debía estar, además el objetivo está ajustado con mucha
torpeza.
Homer la escuchaba fascinado. Pero al cabo de unos instantes se dio cuenta de la
verdadera situación. Lo trataba como a un compañero profesional, no como a alguien
que podía convertirse en su amante. Era agradable, concisa y eficiente, y estaba a
muchos kilómetros de distancia de él.
No iba a ser nada fácil conquistarla, le llevaría mucho tiempo.
Penelope quiso destruir las fotos después de positivarlas, y Homer no puso ningún
inconveniente, pero le preguntó:
-¿Podemos guardar los negativos en un lugar seguro? Si todo esto es parte de un
hecho criminal, podemos necesitarlos más tarde como evidencia.
-Me los llevaré a casa.
-Dámelos, puede que acaben buscándolos en tu casa. Y escucha una cosa, aunque me
da mucha rabia, me temo que vas a tener que comer con Rick mañana. Tendrás que
decirle que encontraste la cámara y que debiste perderla. Es necesario que nadie tenga
sospechas.

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-Por supuesto -asintió ella con una significativa mirada.
Se quitaron las batas dándose la espalda, aunque a Homer le complació que ella se
detuviera por un momento al oír el ruido de la cremallera del pantalón.
Le dio la película evitando rozar su mano, luego tomó un rollo nuevo, apagó la luz roja y
abrió la puerta del despacho. Fue hacia su abrigo y metió la mano en el bolsillo para dejar
el rollo nuevo.
El observó cómo metía la mano en el bolsillo y luego la mirada de sorpresa que le lanzó a
él. Se dirigió hacia la puerta, miró al pasillo y luego cerró la puerta y se acercó a
Penelope.
-¿Qué ocurre? -le susurró.
Ella sacó la mano del bolsillo del abrigo y la abrió. Sobre su palma extendida había dos
rollos.
-Este ya ha sido utilizado.
-¿Cómo llegó ahí? -murmuró Homer.
-El lunes hacía mucho frío y yo llevaba puesto este abrigo. Acabé este rollo al
mediodía, mientras hacía fotos desde un tejado que hay sobre el quirófano. Me olvidé
de que había puesto el rollo en el bolsillo del abrigo.
-Han devuelto la cámara -dijo Homer-, por lo tanto está claro que lo que buscaban está
en ese rollo. Vamos a revelarlo.
-Tengo hambre -dijo ella.
-Bueno, vamos a comer.
-¿En la cafetería del hospital?
-De acuerdo -asintió él pensando en que sería más rápido
-Luego revelaremos ese rollo.
-Te aseguro que no hay ninguna foto que pueda poner nervioso a nadie.
-Es mejor estar seguros -observó él, y se metió el rollo en el bolsillo del pantalón.

CAPITULO 4

BAJAREMOS por la escalera -dijo Penelope. Al llegar al fondo del pasillo. Homer le
indicó: -Esperaremos a revelar el rollo antes de decirle a nadie por qué estoy aquí. Si me
tienes que presentar a alguien, di que me envió tu editor.
Homer abrió la puerta y por ella se precipitó un médico joven.
-¿Qué haces que no estás en el cuarto oscuro?-le preguntó a Penelope. Luego miró a
Homer y preguntó-: ¿Quién es ese?
-Colabora conmigo, trabaja para mi editor. Winslow Homer.
-¿Se llama igual que el pintor?
-Muy bien, te mereces un premio -dijo Penelope, y trató de reír, pero su risa resultó
evidentemente fingida.
-¿Y también es usted artista? -inquirió el joven médico.
Homer y Penelope ya habían comenzado a bajar por la escalera.
-Uno de los primitivos -contestó Homer y siguió bajando.
Al oír su respuesta Penelope soltó una carcajada y no dejó de reírse hasta que llegaron

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a un descanso, donde se detuvo.
-¿Primitivo? -le preguntó a Homer.
-¿Tú qué crees, que soy un hombre mundano o un primitivo?
Aquello provocó su risa de nuevo. Aquel sonido resonaba en la escalera, y Homer pensó
que hubiera hecho feliz a cualquiera sólo con oírlo. La miró con seriedad, pero ella no podía
dejar de reír. Así que la detuvo en mitad de las escaleras y la besó.
Cuando se separaron bromeó:
-Sólo quería que supieras que puedo ser muy suave.
-Vas a tener que hacerme una demostración -le respondió ella y cuando él se disponía a
acariciarla añadió-: De tu habilidad artística.
Homer respondió con una sonrisa burlona, le tomó la mano y siguieron bajando.
Oyeron cómo alguien comenzaba a bajar desde arriba, pero abandonó la escalera un
piso encima de ellos.
-Parece que hay mucho tráfico en esta escalera. Puede ser peligrosa.
-Mucha gente utiliza la escalera, supongo que por hacer algo de ejercicio.
En la cafetería se escuchaba un fuerte murmullo. Era un lugar limpio y lleno de luz.
Tomaron la comida en el self-service y se sentaron en una mesa. Comieron en silencio.
-Siento que no tengan nada que te guste -dijo Penelope con cierta mofa.
-Me gustas tú.
Penelope se estremeció, y tan sólo pudo quedarse mirando al plato, calculando el
tiempo que les quedaba para volver arriba. Sentía deseos de tener un sofá o una cama
matrimonial. Ante aquel pensamiento no pudo reprimir una risita.
Homer se inclinó sobre ella y le murmuró:
-¿En qué estás pensando? Dime.
Ella lo miró con expresión de inocencia y él supo que no le diría la verdad.
-Estaba pensando en que podrías pintar para demostrarme que eres un primitivo.
¿Te das cuenta de que todo lo que tienes que hacer es tomarlo en serio? Podrías hacer
como un pintor ue pintó un cuadro todo negro y lo llamó El universo antes de \la creación.
Todo depende de tu actitud.
-¿En serio?
-Sí.
Cuando Homer se dio cuenta de que ella había terminado de comer y lo estaba
esperando, dijo:
-Bueno, vamonos.
Volvieron por la escalera. A mitad de camino él resopló con cansancio.
-Si no tuviera estos tacones podría subir corriendo.
-Ah, sí. Eso habrá que verlo -dijo Homer, y se sentó en la escalera y se quitó los
zapatos.
Ella hizo lo mismo.
-Muy bien, Penelope, te doy diez escalones de ventaja.
-Tengo que quitarme las medias o van a acabar hechas un asco. Date la vuelta.
Cuando Penelope comenzó a quitarse las medias, se abrió una puerta y dos
enfermeras entraron por ella.
-¿Interrumpimos algo? -preguntaron entre risas.
Homer, sonriendo con algo de coquetería, dijo:
-Es una carrera. Cree que está en mejor forma que yo.
Al verlo coquetear, a Penelope comenzó a latirle más aprisa el corazón, y empezó a

24
segregar adrenalina.
-Apuesto por él -dijo una de las enfermeras.
-¿Y quién no, tonta? Pero Penelope es rápida. Acepto la apuesta por dos a uno.
-Está bien. ¿Un dólar?
-De acuerdo.
Penelope gritó:
-¡En sus marcas! -y empezó a subir corriendo.
-¡Eh! -protestó una de las enfermeras- ¡Está haciendo trampa!
-Le di ventaja -intervino Homer.
-Vaya, vaya, todo un caballero -bromeó la enfermera que había apostado por Penelope.
Homer salió disparado, y la escalera resonó con el estruendo de los dos competidores,
así que las puertas de todos los pisos comenzaron a abrirse. En el último descanso,
Homer alcanzó a Penelope y llegó a su lado, sin querer sobrepasarla. Fue un empate y
las apuestas se invalidaron.
Los hombres del servicio de seguridad se acercaron con gesto de reproche.
-Está prohibido correr en la escalera. Tendré que tomar nota de sus nombres.
-El no trabaja en el hospital -explicó Penelope-. Iba corriendo detrás de él para
decírselo.
-Ya comprendo -sonrió uno de los hombres de seguridad-. Pero que no se repita. ¿No lo
conozco de algo? -le preguntó a Homer.
-Me acordaría -respondió él-. Siento haberlos molestado.
Se despidió de ellos y fue hacia el despacho de Penelope. Ella se puso los zapatos y lo
siguió.
-Yo creía que estabas agotado. ¿Cómo has podido alcanzarme si dos pisos más abajo
estabas agotado?
-Tenerte delante me excitaba.
Como era policía, pensó Penelope, era natural que le gustara perseguir, correr detrás de
la gente.
-¿Es que los policías persiguen a todo el que se les pone por delante?
-A todos -replicó él dejándola pasar delante al llegar al despacho
-Criminales peligrosos, mujeres hermosas, a todos los infractores de la ley.
-¿Por qué detienes a mujeres cuando hay tanta gente indeseable que...? Ah, ya lo sé,
tú eres un lascivo.
-A veces -indicó Homer, cerró la puerta y añadió-: Necesito una hoja grande de papel
duro, un pincel y pintura roja y negra.
-¿Vas a pintar un cuadro?
-¿De qué otra forma podría pasar el rato? -dijo Homer con una sonrisa maliciosa.
-Me parece muy bien. Será un cuadro magnífico, que asombrará al publico y a los
críticos. ¿Sabes cómo empezar? ¿Has conocido a algún pintor?
-Sólo a un escritor un poco loco, y tú ¿conoces a algún artista?
-Mi madre hace punto.
-¡Yo tengo una tía que hace punto! -exclamó Homer.
-En todas las familias hay alguien raro -comentó ella riendo.
El le sonrió y dijo:
-Mi vena creativa no va a durar siempre.
Penelope se dio por aludida, se quitó los zapatos de tacón y comenzó a revolver la
habitación, buscando lo que le había pedido. Se lo dio y tomó la cámara para hacerle

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algunas fotos.
Homer se quitó la chaqueta y se remangó, como si se dispusiera a realizar una
operación. Se quitó la corbata y se desabrochó dos botones de la camisa. Luego agarró
una bufanda que Penelope tenía colgada en una percha, y se la enrolló al cuello.
-Estoy listo.
Ella no había dejado de sacar fotos.
Dobló el poster que le había dado Penelope, lo fijó con papel adhesivo sobre una bandeja
y tomó uno de los muchos pinceles que ella había dejado sobre la mesa.
-Antes de usar el pincel, mételo en agua para que se estiren los pelos -sugirió Penelope.
-Sí -asintió él.
Pero no lo hizo, sino que metió el pincel directamente en el bote de pintura roja y trazó
un grueso brochazo vertical sobre el papel. Luego volvió a mojar el pincel y dibujó dos
círculos pequeños a ambos lados de la base de la línea.
-Ya está.
-¿Ya está?
-Sí -dijo Homer, y le mostró lo que había pintado.
-Bueno, ahora explícamelo -le pidió Penelope.
-Se titula Asombro y muestra la reacción desaforada que cierta emoción provoca en un
hombre. ¿Te has fijado en la fuerza de las líneas? ¿En la culminación del climax?
-¡Es brillante!
Tomó un pequeño pincel, lo metió en el bote de pintura negra y distribuyó una cuantas
manchas desordenadas sobre el rojo. Luego firmó el cuadro.
-Cualquiera que haya llevado ese nombre en tu familia estaría orgulloso.
-Lo sé.
-No sabía que tuvieras ese talento.
-Bueno, es que no me gusta presumir -explicó él con una sonrisa.
En aquel momento, Penelope decidió que al día siguiente no comería con Rick Miller.
Le hizo una foto posando con su obra maestra. Parecía un auténtico artista con la
bufanda enrollada alrededor del cuello, la camisa abierta y el brillo en la mirada.
Aquel momento quedaría grabado por la cámara.
-Sabes que ese título le da un gran significado. ¿Tenías el título antes de empezar, o se
te ocurrió al ver el resultado?
-Me causaste asombro desde el instante en que te vi. Y me siento así, como sugiere el
cuadro: excitado, desesperado, impulsivo.
-Tal vez debieras ser pintor o escritor en lugar de policía. También eres bueno con las
palabras -dijo, y se volvió a mirarlo-. Aunque tu aspecto es algo prosaico.
-Me estás insultando.
-¿Porque te digo que puedes ser artista?
El negó con la cabeza.
-Porque dices que mi aspecto es prosaico.
Ella se rió y se acercó a él. Estaba muy despeinado y sintió el impulso de desenredarle
el cabello.
Al tenerla tan cerca, Homer no pudo resistirse y le puso las manos en la cintura. Cerró
los ojos y susurró:
-Eres una bruja.
-Sí -respondió ella con otro susurro-. Y tengo que hacer magia, así que dame el rollo
para que pueda revelarlo.

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El se metió la mano en el bolsillo, pero dudó antes de sacar el rollo. Por fin sonrió y se
lo dio.
-Eres una bruja y me has encantado -expresó con voz ronca.
Se dio cuenta de que estaba un poco desconcertada. Era inocente e ingenua y él no
pensó que no había entendido el sentido de sus palabras.
Pero se equivocaba. En aquel momento Penelope reafirmaba su decisión de no ir a comer
con Rick Miller al día siguiente. Le dijo que no le parecía una buena idea meterse en el
cuarto oscurp para revelar el rollo.
Homer la miró un poco sorprendido. Debía sopesar la necesidad que tenían de ver
aquellas fotografías. ¿Pero significaría mucho un retraso de veinticuatro horas? Lo cierto
era que si se quedaban hasta muy tarde, tal vez alguien se diera cuenta de que habían
pasado todo el día revelando películas, y se preguntaba por qué. Ella tenía razón. La
persona que estuviera interesada en aquellas fotos sabía que Penelope había estado dos
días sin cámara y se preguntaría la causa de tanta actividad repentina.
-Vamos a la comisaría. Hace falta que veamos esas fotos que han puesto a alguien tan
nervioso.
-Quienquiera que sea puede estar tranquilo. Es muy tarde y estoy cansada, y no creo
que importe mucho si no revelamos hoy las fotos y lo hacemos mañana por la mañana.
Llévate tú el rollo y, yo pasaré mañana por la comisaría. Te llamaré si recuerdo o veo
algo que pueda ser interesante.
-Te llevaré a casa y te recogeré mañana por la mañana.
-Tengo coche.
-Te seguiré para cerciorarme de que todo anda bien.
Penelope sonrió y se dispusieron a marcharse.
Ella cerró la oficina, después de haberse puesto el abrigo y de haber metido en su
bolsillo las medias. También se había colgado la cámara del hombro. El la miraba como
si fuera un ave rapaz esperando el mejor momento para precipitarse sobre su presa. No se
perdía ninguno de sus gestos.
Había anochecido y hacía frío.
-¿Tienes chimenea? -le preguntó Homer al llegar al coche.
-Sí -respondió Penelope.
No había advertido la sutileza de aquella pregunta porque iba pendiente de la
rozadura de los zapatos, que llevaba sin medias.
-En una noche como esta sería maravilloso sentarse delante del fuego.
-Sí.
Homer sonrió. Al llegar al coche de Penelope le abrió la puerta y se quedó de pie
observando cómo se subía al coche y se ponía el cinturón de seguridad. Luego dio la vuelta
y se dirigió hacia su coche.

Fue detrás de ella todo el camino.


Cuando llegaron a su barrio se sorprendió por el lujo de las casas. Se estacionó detrás
de su coche en la entrada de un garaje. El tamaño de la casa lo dejó muy sorprendido.
Aquello significaba que tenía más dinero del que la fotógrafo de un hospital podía
ganar. Bajó del coche y se fijó en el cuidado jardín, mientras una sospecha germinaba
en su interior.
-¿Quieres entrar a tomar un vaso de vino? -lo invitó sonriendo con amabilidad.
-¿Junto a la chimenea? -Por supuesto.

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Homer se movía como si estuviera en territorio enemigo. Se acercaron a la puerta de
entrada y Penelope sacó su llave. Del interior de la casa provenía el sonido de un disco
de música clásica.
-¿Vives con alguien?
Ella abrió la puerta y entró, luego le indicó a él que pasara. -¿Vives con tus padres?
-preguntó él con una voz ligeramente desfallecida. -Sí.
-Me lo imaginaba -dijo con un tono apagado. Penelope gritó: -¡Estoy en casa!
Alguien respondió con unas palabras que no pudieron oír con claridad.
-¡Traigo una visita! -dejó que Homer la ayudara a quitarse el abrigo y se acordó de sacar
las medias del bolsillo. Ella hizo intención de quitarle el abrigo pero él permaneció
quieto. Se daba cuenta de que ya era demasiado tarde para marcharse. No había
reaccionado a tiempo y debía quedarse el tiempo que requerían los buenos modales.
A los pocos segundos, la madre de Penelope entró en el vestíbulo. No se parecía a su
hija, pero era como ella. Cuando entró su padre se sintió un poco incómodo porque se
sorprendió de ver que en cierto modo se parecía a él mismo.
Por la escalera que conducía a la planta baja subió una réplica de Penelope, pero le
dio la impresión de que era mucho más traviesa.
Lo saludaron con cortesía, y a Penelope la recibieron con gran alegría, como si
volviera de un largo viaje. Los padres de Penelope se dieron cuenta de que su hija llevaba
las medias en al mano y no dejaba de dirigir a Homer miradas de soslayo.
El padre recogió su abrigo y todos se dirigieron al salón, donde ardía un fuego
acogedor en la chimenea.
Homer, un detective de la policía local de treinta años de edad, se sentía como un
muchacho de diecinueve que llevara todos sus pecados tatuados en la frente, aunque en
realidad no tuvo problemas para conversar con ellos y responder a todas sus preguntas.
Les dijo que había nacido en Indianápolis. Sus padres estaban jubilados y se habían
trasladado a vivir junto a un pequeño lago en el estado de Michigan. Todos sus
hermanos estaban casados y dispersos por todo el país. El se había graduado con un
título en justicia criminal por la Universidad de Indiana. Era policía.
-Detective -matizó Penelope.
-¿Cómo se conocieron? -preguntó el padre de Penelope, y ella contestó:
-Pues yo estaba en al esquina de Oak con Pine Creek la otra noche y él se acercó a mí,
parecía muy interesado.
El padre intercambió una mirada con Homer y ninguno de los dos pudo evitar una
sonrisa. Aquella esquina era un conocido lugar donde se apostaban las prostitutas de
la ciudad.
Penelope dijo, ya en serio:
-Mi cámara desapareció y fui a denunciarlo. Homer tuvo la amabilidad de empezar a
investigar inmediatamente y la encontró en un rincón del cuarto oscuro.
Homer se dio cuenta de que Penelope no quería que sus padres supieran que en
realidad la cámara había sido robada y el asunto podía ser más grave de lo que parecía a
simple vista.
Al cabo de unos veinte minutos, los miembros de la familia de Penelope fueron
despidiéndose y los dejaron solos. Como ya no podían oírlo, Homer le dijo a Penelope:
-¿Qué pretendes presentándome a tus padres con las medias en la mano?
-No te preocupes, papá no se ha dado cuenta, habría preguntado.
-Es un alivio.

28
Penelope le sirvió un vino excelente y se sentó a su lado, frente a la chimenea.
-Deberías vivir en una casa propia. Ya tienes demasiada edad para seguir viviendo en
casa de tus padres.
-Todos los buitres dicen lo mismo.
Homer se sintió ofendido.
-Estuve viviendo en un apartamento -continuó Penelope-, pero me sentía muy
sola. Gastaba casi todo mi dinero en pagar la renta, así que tuve que volver. Doy a mi casa
alrededor de un tercio de lo que me costaba el apartamento, hago fiestas siempre que
quiero y tengo mi propia habitación. Además, acabo de pagar el coche al contado y no
tengo dinero.
-¿Cuántos años tienes? ¿Veintiséis? Eres demasiado mayor para seguir viviendo con
papá y mamá.
-¿Quién tiene esa opinión?
-Acabarás siendo una solterona.
-No creo. Encontraré a un hombre que quiera casarse conmigo. Además nunca
rechazo las nuevas experiencias, mañana iré a comer con un hombre con bigote.
Bebió un poco de vino. Estaba tan tranquila como se pueda imaginar, porque sabía
que con su padre en la habitación contigua estaba a salvo. Había conseguido irritar a
Homer, algo que no se conseguía fácilmente.
-Si tienes tanta curiosidad -empezó a decir él conteniendo la respiración un instante-, me
dejaré crecer el bigote.
Ella lo miró con detenimiento por unos instantes.
-No creo que te quede bien.
El se volvió haciendo un gesto de paciencia y apoyó la mano en un muslo de Penelope.
-Creo que ya ha llegado tu hora de acostarte. Te recogeré mañana a las siete y media.
Espero que estés lista -dijo, y se levantó para irse.
-¿Por la mañana? -repitió Penelope.
-Sí -replicó él con una mirada muy seria.
-De acuerdo. Hasta mañana, entonces. Ten cuidado, no conduzcas de prisa. Gracias
por este día tan interesante. Sé que en las fotos no vamos a encontrar nada, y supongo
que te vas a llevar un disgusto, entonces te irás y yo tendré que volver desde el hospital a
casa en autobús.
Homer tenia apretados los dientes, y ofreció:
-Yo me ocuparé de que vuelvas a casa sin que te pase nada. La seguridad es el lema de tu
familia.
-Qué amable. Pero si hay algún inconveniente, podré decirle a Rick que me traiga, no
es necesario que te molestes.
-Tendría que retorcerte el pescuezo -replicó Homer apretando los dientes.
-Por eso vivo en casa de mis padres. Mi padre se enfada si ve que alguien me retuerce
el pescuezo. Mimadre, sin embargo, no se enfada, es una mujer muy educada.
-Compadezco al hombre que se case contigo, lo vas a volver loco.
-De pasión -aclaró Penelope con el mismo tono con que hablaría del tiempo.
Había enarcado las cejas ligeramente y tenía la barbilla erguida y los labios
apretados.
Pero él la besó de todas formas. Y a ella le encantó aquel beso. Fue un beso largo y suave.
Homer supo que tras aquel beso nunca volvería a ser el mismo, no importaba lo que le
ocurriera después de aquel instante.

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-Voy a tumbarte ahí, detrás del sofá y a violarte aquí mismo -murmuró sin apartar sus
labios de ella.
-El perro nos encontrará y empezará a ladrar-bromeó ella negando con la cabeza.
-Crees que te vas a escapar.
-Por eso vivo en esta casa.
-Eres una maldita burlona.
-¡Lo soy! ¿Qué quieres decir? Tan sólo te digo que no hace falta que te preocupes por
mí y tú te metes conmigo.
-Estás acabando con mi paciencia -le advirtió Homer entre dientes.
-No me había dado cuenta de que pudieras tener algo de paciencia.
-Tú no puedes juzgarme.
-Eso puede que sea verdad -dijo ella-. No tengo tu extensa experiencia.
-Podrías tenerla si vivieras sola -observó Homer.
Penelope no pudo evitar reírse, y se rió de una forma íntima, suave y secreta, como él
nunca había oído. Contuvo la respiración y dejó que aquel sonido anegara sus sentidos,
provocándole un temblor de deseo.
-Dile a tus padres que me gustaría que vivieran en Marte.
-Se los diré.
-Hasta mañana. A las siete y media.
-Sí, señor.
-Así me gusta.
-Buenas noches D.T.
-¿Deté?
-Don Testarudo.
-Buenas noches, Penelope -se despidió y se marchó, sintiendo un extraño
desconsuelo.

CAPITULO 5

Ala mañana siguiente, cuando Homer llegaba en coche a la casa de Penelope, la


vio sentada en la acera, esperándolo. Iba vestida con pantalones vaqueros y una
chaqueta de marinero y llevaba una mochila colgada del hombro.
Homer se detuvo al llegar junto a ella, se inclinó hacia la puerta y la abrió desde
dentro. Se miraron por un momento. El estaba disgustado, en cambio ella estaba muy
contenta.
-El suelo está húmedo y frío. Es un poco estúpido sentarse en él.
Penelope se levantó, y agarró la bolsa sobre la que estaba sentada.
-Plástico -explicó y metió la mochila en el asiento de atrás-. Son huevos rellenos, mi
comida para compartir con el hombre del bigote.
Por fin se metió en el coche y se abrochó el cindurón de seguridad. Luego tomó la

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mochila y sacó un recipiente con tocino caliente y otro con los huevos rellenos. Le ofreció
uno a Homer, al que se le hacía la boca agua.
-No, gracias, por las mañanas sólo tomo un café.
-Mejor -replicó ella y mordió un huevo relleno, saboreándolo como si fuera el manjar
más exquisito que había probado nunca.
-Creo que probaré uno.
-Toma dos si quieres, pero no más, yo quiero mi parte.
-¿Cuántos son "tu parte"?
-Tres -replicó, y luego repitió sus mismas palabras burlonamente-: "Por las mañanas
sólo tomo un café".
-Nunca vas a encontrar marido. Eres demasiado dura y áspera como para vivir con
alguien.
-Lo que pasa es que tú no me interesas.
Aquello lo irritó tanto que se comió los dos huevos casi sin darse cuenta, aunque
después de comérselos, lo invadió una sensación de bienestar. La miró. Iba recostada
en el asiento, mirando por la ventanilla, con un tobillo sobre la rodilla de la otra pierna.
Tenía un aspecto muy femenino.
-Se me olvidó el rollo, así que tendremos que volver a mi casa por él-manifestó
Homer.
Penelope no hizo el menor comentario. Al principio no lo creyó, pero él se dirigió a uno
de los barrios nuevos de la ciudad. Se detuvo en una zona donde estaba prohibido
estacionarse, lo que a Penelope le pareció muy propio de un policía, se bajó del coche y fue
a abrirle la puerta a ella.
-Esperaré aquí.
-Oh, vamos. Ven.
-Esta vez no.
-Tengo un loro, ¿quieres verlo?
-La próxima vez -dijo ella, y miró la hora-. Se está haciendo tarde.
El se quedó allí de pie, mirándola y sabiendo perfectamente que ella no tenía un
horario fijo de trabajo. Tuvo deseos de llevarla a rastras hasta su apartamento, pero se
contuvo. -Vuelvo dentro de un minuto -dijo, y se alejó.
Subió a su apartamento, abrió la puerta, fue hasta su habitación, volvió a salir y
cerró la puerta. El rollo había estado todo el tiempo en el bolsillo de su chaqueta. No era un
hombre olvidadizo, pero había pasado la noche en vela, obsesionado con lardea de llevar
a Penelope a la cama. El plan había fallado y estaba molesto por ello. Penelope no era una
mujer fácil. -¿Cómo se llama tu loro?
-Jacob -replicó Homer escuetamente. -¿Qué clase de loro es?
-De las Indias -respondió. Lo estaba poniendo nervioso.
-¿Habla?
-No.
-Mejor.
La miró. Estaba tan tranquila que a él se le revolvieron las entrañas.
-Anoche hice limpieza en mi apartamento para enseñártelo -le explicó, pero no era cierto.
Hacía dos días que había ido la mujer de la limpieza.
-¿Es diferente a los demás apartamentos de la urbanización?
El no sabía qué responder.
-No lo sé. ¿En cuántos apartamentos de por aquí has estado?

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-Tengo muchas amigas que viven aquí, ¿quieres que te las presente? Ninguna piensa
en casarse todavía y son muy simpáticas.
A Homer comenzó a latirle el corazón muy de prisa. En toda su vida no había conocido
a una mujer más estúpida. No se daba cuenta de nada. Respiró profundamente varias
veces y se mordió la lengua. El resto del camino permanecieron en silencio.
-¿Tienes la carta de tu amigo?
-Sí.
-¿Y habías olvidado el rollo?
-Sí.
Llegaron al hospital y subieron por la escalera al despacho de Penelope. Homer se
quitó la camisa y se puso una bata. Entre los dos revelaron el rollo. Homer seguía con
habilidad las instrucciones de Penelope. Mientras esperaban que el proceso finalizara
estaban impacientes. Ella sugirió que podían positivar los negativos, para obtener fotos en
papel.
-¿Cómo de grandes? -preguntó Homer.
-¿De qué tamaño las quieres?
-Como un poster.
-Será difícil. Aunque así no habrá manera de sacarlas de aquí sin que se enteren,
tendrías que examinarlas aquí.
Homer ya se había dado cuenta de eso.
-Está bien.
-Tengo que hacer unas llamadas -le informó Penelope-. Quédate aquí y si alguien viene,
cuéntale la historia del editor.
Actuaba como si ella fuera el policía y él el aficionado.
-Sí -replicó él con desgana.
Penelope sonrió, tomó la bolsa de tela y salió. Homer no había olvidado su cita con
Ricky padecía la agonía de los celos. Iría con ellos, o los espiaría. No había manera de que
pudieran contenerlo, estaba casi desesperado y no descansaría hasta poseer a aquella
mujer.
Penelope volvió a los veinte minutos. Llevaba un vestido muy corto y ajustado de color
amarillo, que dejaba a la vista sus preciosas piernas.
Homer estaba boquiabierto y no podía articular palabra.
-Podemos positivar tres negativos antes de comer, y entonces...
-¿Y el resto?
Penelope puso cara de no entender lo que le estaba diciendo.
-Ya positivaremos los demás negativos por la tarde.
-¿Y el resto de tu ropa? -preguntó Homer entre dientes-. ¿No te vas a poner falda o
pantalones?
Penelope se miró y puso un gesto de sorpresa.
-Oh, vamos, esto es un vestido. Seguramente tu madre usaba minifalda hace veinte
años. Te estás volviendo un poco arcaico.
-No irás a comer vestida así. Rick es muy joven -dijo, en realidad sólo tenía dos años
menos que él-. Y vas a dejarlo atónito. No creo que se puedan llevar faldas más cortas.
Vas a llamarlo y le vas a decir que no irás a comer con él. Dile que ya encontraste la
cámara.
-Haré esto a mi manera -replicó ella con decisión y le dio la espalda y se metió en el
cuarto oscuro.

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Homer se quedó mirándola fascinado, no podría soportar que alguien más viera
aquellas piernas enfundadas en medias de seda.
Entró en el cuarto oscuro, cerró la puerta y encendió la luz roja. Se acercó a ella
dispuesto a continuar con su reprimenda.
-Esta del doctor Stanton es muy buena. Mira qué bien queda reflejada la luz del sol y
qué expresiva es su cara -observó Penelope.
-Parece preocupado. -Sí.
-¿Quiénes eran sus pacientes aquel día?
-Espera, lo tengo apuntado en la libreta. Necesito obtener permiso para hacer fotos de
los pacientes, ¿sabes? El primero fue... la señora Allison. Cáncer. Murió en la sala de
operaciones.
-¿Un error?
Penelope frunció el ceño y lo miró.
-¿Por qué lo dices?
-¿Quién robó la cámara y por qué?
-Es verdad.
-¿Has hecho duplicados de los negativos?
-Sí.
-¿Están secos?
-Sí -contestó ella.
-Muy bien. Los pondremos... -indicó Homer y los metió en un sobre que pegó con papel
adhesivo bajo la mesa de la otra habitación.
Penelope positivo en papel, del tamaño de un poster, tal como él había pedido, tres de
los negativos de los doce que tenía del doctor Stanton.
Con cada nueva foto, Homer se daba cuenta del talento de Penelope como fotógrafo.
Nada parecía escapar a su mirada, y no sólo eso, sino que todo aparecía teñido de una luz
más expresiva y desde un ángulo inesperado y sorprendente.
Viéndola trabajar, además, se dio cuenta de que era una mujer extraordinaria, que
respondía con creces a la primera impresión que había tenido de ella cuando la vio en la
comisaría por primera vez.
Pero fue precisamente por fijarse en ella y en sus magníficas fotos, por lo que tardó en darse
cuenta de que lo que había sobre la mesa del doctor Stanton era mariguana. Sólo había
unas hebras, pero la apariencia del cigarrillo que se consumía en el cenicero, no dejaba
lugar a dudas. El doctor, a quien se le había muerto un paciente, había fumado droga
aquella mañana.
-No puedo creerlo -dijo Penelope con el rostro muy serio-. El doctor Stanton nunca
pondría en peligro la vida de un paciente. No se fumaría un "carrujo" antes de una
operación. Sé que no lo haría.
-Ya, pero puede que...
-Apostaría el cuello a que no lo haría -insistió Penelope.
-¿Eres su amante?
-Claro que no.
-¿Por qué crees que lo conoces tan bien? -le preguntó Homer.
-Sé que no haría algo así, simplemente -señaló ella.
-Me dijiste que no había nada en este rollo que pudiera preocupar a nadie, pero un error
en una operación es algo muy grave.
-Como tú dijiste, esperemos a ver quién empuña el cuchillo. Sé que el doctor Stanton no

33
lo haría.
-Te sorprendería saber cuántos de nuestros conocidos y parientes han cometido
alguna vez una infracción de la ley -le dijo Homer con severidad.
-Sí, pero antes de nada, vamos a ver qué más hay en el rollo.
-No podemos dejar que opere a nadie más. Si dejamos que lo haga seremos tan
responsables como él de lo que pueda ocurrir.
-Sí -asintió Penelope.
-Tenemos que ver al director, tiene que saber lo que está ocurriendo.
-Lo comprendo. Te conseguiré una entrevista con el doctor Kilroy. Es un buen hombre.
-¿Sabía que te habían robado la cámara? -preguntó Homer.
-Sí -le respondió Penelope-. Pero no sabe lo de la libreta.
-¿Le dijiste que te habían devuelto la cámara?
-Hice lo que me dijiste, que la habíamos encontrado.
-pe acuerdo, no tiene por qué enfadarse. Voy abajo. ¿A qué hora te citaste con Rick?
-A las doce menos cuarto en el vestíbulo -respondió sorprendida ante aquella
pregunta.
-Pórtate bien, y ponte unos pantalones.
-Esto es un vestido.
-Es casi un vestido.
-No tienes ni idea de lo que es la moda -dijo ella con impaciencia.
-Pero tengo un gran sentido de la decencia.
-Estoy perfectamente decente.
-Si tienes que sentarte...
Penelope se sentó en una silla con las piernas muy juntas.
-Si tienes que... -insistió Homer.
Penelope cruzó las piernas con mucha elegancia.
-Pero cuando... -volvió a decir Homer.
Y Penelope se levantó. Aunque cuando separó las piernas Homer pudo verle las
bragas, de color púrpura.
No era su intención, pero Homer no pudo evitar la risa. Le puso una mano debajo de la
barbilla, y la besó. Luego se separó ligeramente de ella y le preguntó con un susurro.
-¿Vas a querer ver mi loro?
-Lo pensaré.
Homer fue solo a ver al doctor Kilroy. Penelope no quería que el doctor Stanton se
viera envuelto en un escándalo y se quedó en el despacho, pero su paciente había
muerto. En aquel momento recordó haber oído algo acerca de aquello a unas enfermeras:
"Menos mal, fue una bendición". Tal vez no hubiera sido un descuido. Tal vez todo
estaba planeado. Penelope observó las fotos una vez más. En una de ellas el médico
miraba por la ventana hacia los campos, su rostro reflejaba una especie de paz. Tal vez
sí había matado a aquella mujer intencionadamente. Oh, no sabía qué pensar, cómo
podía juzgar a nadie.
Cerró el despacho y fue a buscar a Mollie. El doctor Kilroy informó a Homer de que el
doctor Stanton no había operado a aquella mujer.
-Iba a hacerlo pero dijo que no quería. Sabía los efectos que tenía la mariguana y se negó
a operar. Se ha tomado unos días de vacaciones, necesitaba un descanso. Es un buen
hombre. El doctor Kilroy añadió:
-Así que la cámara no se había perdido. Los chicos de seguridad se preguntaban por

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qué había tanta actividad en el cuarto oscuro. Murgurd lo recordaba a usted porque una
vez persiguió a un violador en el edificio de apartamentos donde usted vive. ¿Conocía a
la mujer?
-No, pero vivo en esa urbanización y conozco a la gente que va por allí. Me di cuenta de
que conocía al violador cuando me lo describieron.
-Murgurd es amigo de la señorita Rutherford.
-Me lo dijo -mintió Homer.
-¿Hay alguna foto más que pueda resultar peligrosa para ella? Murgurd y los demás
muchachos de seguridad están preocupadas por ella.
-Son muy amables -replicó Homer-. Todavía no hemos visto todas las fotos, pero las
veremos esta tarde. Es una pena lo del doctor Stanton.
-No se preocupe por él -dijo Kilroy-. Se recuperará. ¿Le hicieron más fotos?
-Sí, pero no hemos visto nada, tendremos que examinarlas mejor.
-Manténgame informado. -Suba a verlas cuando quiera. -Gracias.
-No estaba seguro de que pudiéramos confiar en usted -declaró Homer con un tono
neutro-. No sabíamos si podía usted estar implicado en el asunto.
-Lo comprendo. Hablé con su jefe y me dijo que se había tomado unos días libres para
llevar la investigación, pero le dije que lo considerara como un asunto oficial para que
no le descuenten días de vacaciones. -Gracias.
Se dieron la mano cortésmente y se despidieron. Homer se dirigjp al vestíbulo.
Rlck estaba esperando, y era evidente que estaba nervioso. En aquel momento apareció
Penelope por otra puerta y Homer respiró con alivio. Llevaba unos pantalones vaquerosy su
bata, y venía acompañada de Mollie.
Homer estaba desconcertado. Penelope saludó a Ricky luego le presentó a Mollie, que
tenía un aspecto tímido, aunque llevaba el vestido amarillo que Penelope se había
puesto aquella mañana. De repente, la mente de Homer se iluminó con una revelación:
Penelope no iba a comer con Rick, sino que enviaría a Mollie en su lugar.
Se dio la vuelta rápidamente y fue a la cafetería. Pidió un emparedado y un café,
salió a toda velocidad y subió por la escalera en un tiempo récord. Fue hasta el
despacho de Penelope, se quitó el abrigo y la corbata y apoyó la cabeza entre las manos,
como si estuviera muy cansado. A los pocos instantes apareció Penelope. -¿No ibas a
comer con Rick? -le preguntó a Penelope simulando una gran sorpresa.
Penelope cruzó los brazos, viendo el vaso de café medio vacío y los restos del
emparedado.
-No. Mollie ha ido con él. Tenemos que positivar las demás fotos y encontrar otro
sospechoso
-No te preocupes por el doctor Stanton. -¿De verdad? -preguntó Penelope con sorpresa.
-El no hizo la operación y está de vacaciones. -Oh, Homer, me alegro. -
-Pero si no fue él, ha sido otro. ¿Quieres comer conmigo? -Pero tú ya has comido -dijo
Penelope mirando el vaso de café.
-Puedo acompañarte.
-¿Siempre te tomas el café con un cigarrillo en la boca?
-Eh -exclamó Homer, y se ruborizó ligeramente.
-Te vi en el vestíbulo y me preguntaba por qué te diste la vuelta. Bueno, dejaré que me
invites a comer.
Homer no se atrevía a decir nada.
Bajaron a la cafetería. Homer pidió dos bocadillos de jamón y queso y Penelope uno

35
especial. Los dos bebieron cerveza.
Se sentaron uno enfrente del otro y él la miró con cierto afecto.
-No fuiste con Rick.
-No tenía tiempo -replicó ella con frialdad.
-Vamos, no me mientas, no digas que no tenías tiempo, estás aquí conmigo -objetó
con arrogancia.
-Rick quería llevarme a un restaurante lejos del hospital -explicó con seriedad.
-Yo también lo hubiera hecho.
-Pues estamos aquí.
-Porque no me dijiste que querías ir a comer a algún sitio.
-Es que no quería -replicó Penelope-. Si hubiera querido me habría ido con Rick.
Homer guardó silencio durante unos segundos.
-Probablemente nunca sabré lo que es besar a un hombre con bigote. Mollie se llevará
el gato al agua.
-Eso describe muy bien a Rick.
-No es muy amable de tu parte decir eso de él.
-¿Por qué tengo que ser amable con Rick Miller?
-Es muy simpático -contestó Penelope.
-Pues por eso.
-¿Por qué te comportas tan mal a veces?
-Sólo cuando es necesario -le respondió Homer a Penelope frunciendo el ceño.
-Así que lo reconoces.
-Puedo ser muy testarudo si la ocasión lo requiere, pero normalmente soy muy
amable.
-Pues no lo he notado.
-Es que nunca haces lo que se supone que debes hacer -señaló Homer.
-Como qué -preguntó intrigada.
-Y además vives con tus padres.
-Y me alegro de ello.
-¿Por qué dices eso?
-Porque de otra forma no podría enfrentarme a ti.
-¿Querrías eso? -preguntó Homer, y parecía muy vulnerable.
-No sería capaz.
-No voy por ahí metiéndome con las mujeres -aclaró él frunciendo el ceño.
-¿Cuántas has tenido? -le preguntó ella. Estaba muy erguida en su silla y tenía un
brillo intenso en los ojos.
-Muy pocas.
-¿Cuántas?
Homer no sabia cómo responder.
-¿Han sido tantas que ya no recuerdas el número?
-Penelope, por Dios. Deja de portarte como una arpía.
-¿Yo? -dijo con una peligrosa suavidad.
-Sí, tú -repuso Homer, aunque pensaba que era una mujer sincera-. Estoy
cansado de tener que ponerme a la defensiva contigo. Soy un hombre normal, bueno en su
trabajo, y me interesas mucho. No sigas poniéndolo todo tan difícil.
-Yo no soy quien va por ahí jactándose de todos los amantes que ha tenido.
-¿Cuántos has tenido? -le preguntó él.

36
-No es asunto tuyo.
-Oh, Dios -bajó la mirada con rabia. Permanecieron en silencio durante un rato y luego
ella dijo: -Nunca he conocido a nadie que pudiera hacerlo. La verdad es que eres muy listo.
-¿Qué? -preguntó él con asombro. -Maldecir en silencio.
Homer la miró con los ojos entrecerrados y le dijo con rabia: -Estoy seguro de que
cualquier hombre que te haya conocido es capaz de hacerlo.
- Eres más de lo que un hombre corriente puede soportar.
-Entonces -dijo ella con un aire de desprecio-, tú no podrás soportarme.
-Dije un hombre corriente.
-Hace un rato me dijiste que tú eras un hombre tan corriente como los demás.
-Te mentí -declaró mirándola con fuego en los ojos.
Luego se tranquilizó y le dio un bocado a su bocadillo.
Aquello fue lo que más la irritó, porque ella todavía estaba furiosa. Resopló y se
movió inquieta en la silla.
-Necesitas acostarte -indicó Homer.
Ella se reclinó sobre el respaldo de la silla y lo miró con orgullo. -Perdona.
-Esa es la primera cosa honesta que me has dicho desde que te vi por primera vez. Pero
entiendo tu problema y perdono tus malos modales -dijo y se quedó mirándola, esperando
su respuesta.
Ella lo miró con furia.
-Ahora relájate. Puede que alguna vez podamos curarte -añadió Homer.
Penelope no sabía qué decir. Estaba tan enfadada con él que podría haberle soltado
todo lo que pensaba más una serie de insultos. Pero en el fondo tenía la sensación de
que se había comportado de un modo abominable. Si ella hubiera estado en su lugar, lo
habría dejado plantado allí mismo. Pero, ¿por qué él no lo hacia? Oh, claro, necesitaba
ver las fotos. Aquel pensamiento la dejó desconsolada.
Excepto por su comportamiento un poco brusco y por lo último que le había dicho, no
la había ofendido ni ridiculizado en ningún momento. ¿Por qué, entonces, actuaba ella de
aquel modo? No lo sabía. Le dieron ganas de llorar. Estaba enfadada consigo misma.
-No quería herir tus sentimientos -se disculpó Homer, y la expresión de Penelope cambió
por completo-. Es que tú has herido los míos. Sólo quería decírtelo. Espero que
reconozcas que no te has portado demasiado bien conmigo. -¿En dónde creciste?
-Sobre todo en los veranos que pasé en un pueblo de Wyoming con mi hermano
mayor -respondió Homer.
-Siempre que me hablas me doy cuenta de que no eres de Indiana.
-No, pero casi.
-Siento, haberme portado mal. No tengo excusa. Homer siguió insistiendo.
-Me provocas como una yegua atrae a un caballo y luego le da una coz y se aleja... pero
sin dejar de mirarlo. Penelope estaba atónita.
-Te atraigo -añadió Homer, quien no estaba alardeando, simplemente estaba diciendo la
verdad.
-Nunca me he comportado así con ningún hombre en toda mi vida.
-Eso es porque nunca habías querido a ninguno. No de la forma en que una mujer
quiere a un hombre.
-Entonces, ¿por qué no sonrío y trato de ligar como hace Mollie? En lugar de eso
siempre discuto contigo.
-Porque quieres que te conquiste, que te suavice. En la granja de rni hermano había

37
una yegua que nos volvía locos, a nosotros y a los caballos que se acercaban a ella.
Tuvimos que venderla -dijo y añadió-: Tú también podrías volverme loco, pero sé cómo
tratarte.
-Te vas a librar de mí -le espetó Penelope.
-¿Lo ves? Ya empiezas otra vez.
Ella se llevó las manos a la frente
-La verdad es que no quería -dijo con consternación.
-Sí, claro que sí.
-¡No!
-De acuerdo -asintió Homer levantando las manos-. Me alegro de haberme librado de
Rick antes que se hubiera puesto pesado. Tendría que haberme enfrentado a él.
-Yo me libré de Rick -lo corrigió Penelope.
-Sí.
-No quería hacerte daño.
-Es que quieres hacerlo todo por ti misma -objetó Homer, que seguía insistiendo en
hablar de ella.
-Esto se llama inducción psicológica -replicó Penelope-. Tú me dices que soy mala y yo
debo comportarme completamente al contrario.
-Eso es.
-Bueno, pues si has terminado la lección de hoy, creo que podemos volver al cuarto
oscuro.
-Está bien. Vamos.
Subieron por la escalera sin hablar. Penelope tenía plena consciencia de que lo
llevaba a su lado. Sentía la presencia y el calor de su cuerpo.
Después de aquella conversación, había recuperado el control, y se sentía
independiente del resto de la gente, más allá de cualquier comportamiento predecible.
Al entrar en el despacho le dijo:
_ Voy a abrirla puerta del cuarto oscuro, la dejé cerrada con
llave.
Pero al ir a abrirla comprobó que ya estaba abierta. Encendió la luz y vieron que las fotos
y la película que había quedado por revelar habían desaparecido.

CAPITULO 6

VAYA, qué bien han elegido -comentó Penelope cuando comprobaron que sólo se
habían llevado las fotos y los negativos que revelaron aquella mañana, es decir, el rollo
que estaban investigando. Incluso habían volcado la papelera para buscar alguna foto o
algún negativo.
-No te muevas de aquí -le indicó Homer a Penelope-. Tengo que salir a hacer una

38
llamada. No te muevas hasta que vuelva, será sólo un minuto.
Penelope se sentó en el banquillo y frunció el ceño. Alguien estaba muy interesado en
aquellas fotos, pero ¿por qué?
Homer volvió al poco rato. Se metieron en el cuarto oscuro y cerraron la puerta con
llave.
-¿Quién puede entrar aquí? ¿Quién tiene las llaves de este cuarto? -preguntó Homer,
que estaba muy nervioso.
-Los de seguridad. Murgurd es el jefe. Y también los de Administración y los de la
brigada de incendios.
-¿Nadie más?
-¿Quién sabe? Nunca me importó que alguien pudiera entrar aquí -respondió
Penelope y susurró-: ¿Qué ocurre?
El se había puesto un dedo sobre los labios indicándole que se callara y señaló las
paredes sugiriéndole que podía haber micrófonos escondidos. Luego le dijo con
claridad:
-Se llevaron todos los negativos, así que nunca sabremos quién está detrás de esto.
-¿En quién podemos confiar para contarle lo ocurrido?
-Ese es el problema -le contestó él.
-¿Pero qué puede ser tan importante?
Homer suspiró.
-Probablemente nunca lo sabremos -contestó como si estuviera dispuesto a rendirse
y abandonar la búsqueda.
Penelope sabía que estaba hablando para los oídos de los posibles fantasmas.
Homer llamó al personal de seguridad, y el propio Murgurd se presentó en el
despacho. Mostró mucho interés y ninguna sorpresa, y les dijo que se pondría en contacto
con ellos en caso de averiguar algo.
Homer llamó por teléfono a Kilroy, que se mostró primero muy asombrado, y luego
preocupado.
-Pero, ¿aún tiene las fotos de Stanton? No me gustaría nada que cayeran en manos de
alguien que pueda actuar de mala fe.
-El cuarto oscuro estaba cerrado con llave -le recordó Homer a Kilroy.
-Sí, pero nuestros agentes de seguridad se ocupan sobre todo de los extraños.
Nuestro personal es muy honrado.
-Con una o dos excepciones -repuso Homer.
-Sí, claro. ¿Qué piensa hacer ahora?
-No tengo noticia de que se haya cometido ningún delito. Han devuelto la cámara y la
señorita Rutherford dice que no había hecho ninguna foto comprometedora para nadie,
con excepción de la del doctor Stanton, que se llevaron. Así que hasta que no ocurra
algo, me parece que sobro en este sitio.
El doctor Kilroy asintió.
-Nos ha complacido mucho su diligencia en este caso, detective Homer. Espero que
las cosas en el hospital se tranquilicen, aunque, por supuesto, no ha ocurrido nada
grave. Ha sido un placer.
-Llámeme cuando sea necesario.
-Adjós, Homer.
-Gracias -se despidió Homer y colgó.
Durante toda la conversación había mantenido un tono resignado. Luego habló con

39
Penelope de igual modo, consciente de la posibilidad de que hubiera algún micrófono
oculto.
-Podemos irnos. Tú no tienes nada que hacer, yo estoy de vacaciones, así que
podemos salir a ver mundo.
-¿A ver mundo? ¿En una tarde?
-Bueno, no todo, tan sólo lo que alcancemos a ver.
-Bueno, ¿por qué no? Vamonos.
Comenzaron a recoger sus cosas dispuestos a irse. Penelope se puso la chaqueta
marinera, tomó unos rollos de la cámara, se colgó el bolso al hombro y los dos bajaron por
la escalera. Al llegar al vestíbulo se encontraron con dos agentes de seguridad
acompañados por el director del hospital.
-Lo sentimos mucho -se disculpó Kilroy con su suave voz-. Pero lo comprenden,
¿verdad? Debemos proteger a nuestro personal y necesitamos ver sí se lleva alguna foto
del hospital.
-No llevamos ni copias ni negativos -replicó Penelope con calma-. Se los llevaron todos
del cuarto oscuro.
-No le importará que nos cercioremos, ¿verdad? -inquirió Kilroy con una sonrisa.
-La verdad es que me sorprende todo esto. Pero aunque no se fíe de mi palabra,
adelante, pueden registrarme.
-Oh, vamos, no se ponga así, mi querida niña.
A los dos los registraron concienzudamente.
Cuando se dirigían hacia el coche, Homer rodeó los hombros de Penelope.
-Para guardar las apariencias -le dijo casi sin aliento y luego le susurró al oído-: No
discutas esto en el coche, puede que también hayan puesto micrófonos en él.
Penelope estaba un poco nerviosa después de que la registraran, y ahora estaba
convencida de que alguien en aquel hospital quería asegurarse de que no descubrieran
algo que andaba mal. Pero ¿qué?
Llegaron a la comisaría y fueron al despacho del jefe de Homer para discutir el
asunto.
-Me registraron con rayos-X, así que probablemente la película está velada.
-¿Intentaste sacar los negativos? ¿En dónde? -le preguntó ella.
-En el cuello de mi camisa. Debí dejarlos allí escondidos, Bob, pero...
Penelope estaba boquiabierta.
-Es película especial para aeropuertos, no se vela al pasar por rayos-X -dijo.
El jefe arrugó la frente.
-Así que también los han registrado. Muy interesante. No creo que fueran tan lejos
para proteger la reputación de un médico, que además no se veía amenazada. Debe
haber algo cocinándose en ese hospital.
-Pero, ¿cómo podemos revelar la película? Hacen falta unos líquidos especiales
-intervino Penelope.
-Lo malo es que si los compramos nosotros pueden enterarse -observó el jefe-. ¿Tiene
cuarto oscuro en su casa, señorita Rutherford?
-No, siempre he tenido libre acceso al hospital las veinticuatro horas del día.
Los dos hombres se miraron.
-Entonces hay que salir de la ciudad para revelar los negativos -indicó el jefe.
-Tengo una amiga que tiene un estudio fotográfico en Fort Wayne. Podemos ir hasta
allí-sugirió Penelope.

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-Estupendo -exclamó el jefe, y le dijo a Homer-: Ve con ella. Encontraremos a Stanton
para asegurarnos de que está bien. Si este asunto es tan serio como parece, no sabemos
a cuántas personas puede afectar. Hay que extremar las precauciones. Llamaré al garaje
para que te den otro coche.
"Puede que los hayan seguido, así que deben salir de aquí con uniformes, como si fueran
policías de calle. Mary se ocupará de su uniforme, señorita Rutherford. Cuando lleguen a
Fort Wayne, no llamen. Le diré a Stevie que actúe como contacto suyo allí. Puedes
confiar en él.
-Sí. ¿De qué crees que se trata, de drogas? -le preguntó Homer.
Salieron del despacho y fueron a ponerse unos uniformes. A Penelope le entregaron una
pistola que llevaba en una cartuchera atada a la cadera. Homer la miró.
-Tienes un aspecto formidable -comentó.
Penelope lo miró. El también tenía un aspecto formidable.
Penelope se hizo un moño y recogió su melena bajo la gorra. Con el uniforme, la gorra
y unas gafas de sol, se sentía otra persona, desconocida y temible, aunque la pistola
estuviera descargada.
-Tendrás que dejar aquí tu bolso y la cámara. Pero puedes sacar de él lo que necesites
y ponerlo en esta bolsa.
Una vez estuvieron listos, el jefe habló con Homer.
-No se preocupen de nada, tenemos un contacto en el hospital y sabremos si hay algún
movimiento. Tu única responsabilidad es cuidar de la señorita Rutherford, ¿entendido?
-¿Qué pasa con mi familia? -preguntó Penelope-. Si este asunto es tan grave como piensa,
alguien podría hacerles algo para poder dar conmigo.
-No se preocupe. Nos ocuparemos de todo. Informaremos a su familia de que está en una
misión especial y vigilaremos su casa. Entréguenle las copias a Stevie tan pronto como las
tengan, él me las traerá.
Estaban listos para marcharse. Eljefe se despidió de Penelope y se dirigió a Homer:
-Vayan con cuidado pero con tranquilidad. Ocúpate de ella y si por ella tienes que dejar
los negativos, déjalos. Ahora sabemos que en ese hospital ocurre algo, y lo averiguaremos
de alguna manera.
Después de darle la mano, Homer se reunió con Penelope y los dos se alejaron.
El coche tenía la carrocería muy vieja, pero el motor nuevo y en perfectas condiciones.
Salieron de la comisaría y una vez lejos de ella, Homer se dirigió a un garaje donde
ocultaron el coche y una mujer los atendió para que se cambiaran de ropa.
-También necesitarás un bolso -le dijo a Penelope.
-Sí, gracias.
-Bueno, pueden pasar a cambiarse.
Y entraron en un cuarto, en el que había numerosa ropa femenina y masculina
separada por un gran biombo y clasificada por tallas.
Homer le dijo:
-Ven aquí -y le indicó una ventana.
La ventana estaba cerrada y era de cristal oscuro, de forma que no se podía ver nada a
través de ella desde el exterior. Miraron por el cristal, y Penelope se quedó atónita al ver
salir de la puerta del garaje contiguo el coche que ellos habían llevado con dos personas
en su interior que, a unos diez metros de distancia, eran idénticos a ellos dos.
-Es increíble -murmuró, y luego dijo-: Ahora podríamos desaparecer de la faz de la
Tierra y nadie nos encontraría.

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-Alguien nos buscaría.
-Mi familia -asintió Penelope.
-Y la mía -le aseguró Homer.
-No puedo creer lo que está ocurriendo.
Homer terminó de quitarse la cartuchera y agarró su gorra.
-Deja el uniforme colgado en una percha, los zapatos en el armario y quédate con tus
cosas.
Penelope se puso unos pantalones y un jersey y se dejó el pelo recogido en el moño. Luego
se encontró con Homer, que vestía unos vaqueros y una chaqueta de mezclilla.
Mary, la señora que estaba al cuidado del guardarropa, les deseó suerte.
-Cuida de ella -le recomendó a Homer.
Homer asintió, se puso unas gafas de sol y un sombrero i vaquero y salió con
Penelope por la puerta de atrás. Atravesa-J ron un patio y siguieron por un pasillo por el
que llegaron a otrol garaje, donde había un coche plateado, no muy grande. 1
Subieron al coche y luego se abrió la puerta del garaje* 1 Salieron a la calle en
dirección oeste, hacia Illinois.
-Yo creía que íbamos a Fort Wayne -observó Penelope.
-Y allí vamos.
Pocos kilómetros después de salir de la ciudad, Homer se metió por una carretera
comarcal que cruzaba un bosque para cambiar de dirección y enfilar hacia el este.
Después de un gran rodeo, llegaron a las afueras de Fort Wayne. Alli entraron en un
estacionamiento y cambiaron de nuevo de coche. Tomaron uno que parecía muy viejo y
Homer dejó el sombrero. Cuando volvieron a la carretera, Penelope vio por el espejo
retrovisor que el coche en que habían ido hasta allí, abandonaba el estacionamiento y se
dirigía hacia el sur. El hombre que lo conducía llevaba sombrero.
Homer dio un rodeo a Fort Wayne hasta alcanzar el lado noreste, y luego se dirigió
hacia el centro de la ciudad. A Penelope todas aquellas precauciones le parecían
excesivas, y estaría harta si hubiera ido con cualquier otra persona.
La casa de Cynthia, la amiga de Penelope, estaba en el centro de Fort Wayne. Siguiendo
la indicación de Penelope, Homer entró en una estrecha calle pavimentada con ladrillos.
Una de las plazas del garaje estaba vacía y Homer estacionó allí el coche.
Se bajaron y fueron por un patio lleno de árboles que estaba enfrente de las plazas de
garaje hasta el portal de la casa de Cynthia. Había macizos de flores y muchas ramas
descendían hasta el suelo a ambos lados de un camino que atravesaba al jardín, dando a
aquel lugar un aspecto de cuento de hadas.
Llegaron a la casa de su amiga y llamaron al timbre con insistencia, pero nadie
contestó. Sin embargo, Penelope sabía dónde escondía la llave su amiga y la buscó.
Estaba detrás de una gran jardinera que había bajo el techo de la puerta de entrada.
Abrió la puerta y se dispusieron a entrar. -¿Y si hay alguien con ella? -preguntó
Homer. -Si tiene algún invitado de la clase que estás pensando, estará arriba.
Se dirigieron al antiguo establo que estaba acondicionado como estudio de fotografía.
Para Penelope aquel estudio era una maravilla, porque tenía todos los elementos de un
estudio profesional y, a la vez, un toque artístico y personal. Le encantaba estar allí. A
Homer lo que le hubiera encantado habría sido llevar a Penelope al cuarto de su amiga.

Sobre la mesa del estudio había una nota. Estaba encabezada por un "Para:" y seguían
tres nombres que podían disponer de la casa con entera libertad. El nombre de Penelope

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estaba en primer lugar. La nota decía:
Bienvenidos. Estoy en Francia desde el 3 de abril, y no volveré hasta dentro de un mes, el
8 de mayo. Pónganse cómodos. Déjenme una nota, por favor. Besos a quien esté ahí
Cynthia

-Podemos quedarnos -le dijo Penelope a Homer-. Bueno, vamos a revelar esto.
Había batas en una percha. Todas muy elegantes, algo muy típico de Cynthia.
Revelaron los negativos sin preocuparse del tamaño de las fotos, todo lo que tenían que
hacer era tenerlos listos lo antes posible para mandárselos al jefe a través de Stevie. Ya
las ampliarían en Byford para estudiarlas con más detalle.
A medida que veía las fotos reveladas, la admiración de Homer por Penelope iba
creciendo.
-Tienes mucho talento.
-Gracias. ¿Te has fijado en estas?
-Me parece que sorprendiste a la pareja que se encarga del mantenimiento. Mira, ella
tiene el vestido desabrochado.
Penelope estaba asombrada.
-¿Cómo lo sabes?
-Porque está muy suelto y da la espalda a la cámara aunque, mira hacia ella -respondió
Homer y tomó otra foto con unas pinzas-. En esta le falta un zapato y en esta los tiene
puestos,
-Así que están enrollados. Pues al jefe no le gustaría nada , saberlo.
-Hay algo en esta foto que no encaja -observó Homer.
-¿En cuál?
-En ésta que tomaste desde el tejado. No sé qué es, pero habrá que ampliarla. Bueno,
habrá que ampliarlas todas.
Cuando los primeros positivos estaban a punto de secarse. Homer llamó por teléfono a
Stevie y después de intercambiar la contraseña se citó con él en un local de la ciudad.
Penelope ordenó las fotos siguiendo el orden en que las había hecho y las numeró.
-¿Estás segura de que este es el orden correcto? -Sí.
-Muy bien, me las llevo. Vuelvo dentro de un rato.
-¿Sabrás volver? -le preguntó Penelope.
-Sí.
-Llévate el número de teléfono por si acaso. Yo tengo que ir a la Escuela de Fotografía
para conseguir papel para las amplificaciones.
-¿Te lo darán?
-Supongo que sí, era mi escuela.
-Bien. Me preocupaba tener que comprar una cantidad importante de papel para
devolverle a Cynthia lo que le hemos gastado -dijo Homer, y al ver que Penelope no
acababa de entenderlo, añadió-. Si compráramos mucho papel, Murgurd o cualquiera de
la seguridad del hospital podría enterarse fácilmente, ya que en esta ciudad somos
prácticamente dos desconocidos
-¿Cuánto tiempo estarás con Stevie?
-Supongo que sólo el necesario para darle las fotos, pero si necesita ayuda con el fax,
tendré que quedarme con él.
-¿Cómo sabré que no hay ningún problema? -preguntó Penelope.
Homer frunció el ceño. -

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-Nos registraron, así que deben sentirse seguros.
-Cualquiera que conoce algo de fotografía sabe que los negativos pueden duplicarse.
-Estaré aquí dentro de dos horas. Lo que no significa que te puedas ir de paseo, sino
que no te preocupes si no he vuelto antes de esa hora. Y si no estoy aquí a esa hora será
porque algo me ha retrasado, cualquier tontería. Pero no te preocupes, sé cuidar de mí
mismo -dijo, y se dirigieron a la puerta.
-Te veré a las siete. Prepararé algo de cena -ofreció Penelope.
-¿Nos vamos a quedar aquí? -Si a ti te parece bien. Homer miró a su alrededor.
-Es un sitio de ensueño.
-¿Verdad que sí?
Homer la miró.
-¿Tienes dinero?
-Sí.
-Te lo devolveremos.
-No te preocupes.
-No pagues con cheques ni con tarjetas de crédito y ten cuidado. Espérame aquí
-indicó Homer, y la besó sosteniéndola entre sus brazos con dulzura; luego repitió-: Ten
cuidado.
-Tú también.
Después de que Homer se hubiera marchado, Penelope firmó un cheque de cien dólares,
abrió un cajón oculto en un armario y lo cambió por diez billetes de diez dólares. Luego salió
de casa y fue corriendo a la Escuela de Fotografía. Llegó antes que cerraran. A los
veinte minutos estaba de vuelta en casa de Cynthia.
Examinó la comida que había en la cocina. Encontró carne en el congelador, y
añadiendo unas verduras y cebolla hizo un pastel de carne en el horno microondas.
Luego fue a la calle Broadway a buscar fruta y huevos, y cuando volvió hizo un pastel.
Cuando terminó la cena, comenzó a hacer las amplificaciones. Según se iban secando
podía ver los detalles con mayor claridad, pero no encontraba nada extraño.
Comprobó que, efectivamente, el hombre y la mujer de mantenimiento habían sido
sorprendidos antes o después de hacer el amor.
Examinó con cuidado la foto del tejado, ya ampliada, que tenía intrigado a Homer. El
decía que había algo extraño aunque no sabía por qué. Era una hermosa fotografía, que
ensalzaba la belleza de la estructura del edificio y del techo conjuntado con las
ventanas de la fachada.
En otra se dio cuenta de que la estudiante de enfermería estaba dispuesta a tomar los
instrumentos sin tener las manos enguantadas.
La verdad es que Penelope estaba sorprendida. Había examinado tres secuencias de fotos
de personal del hospital: el doctor Stanton, la pareja de mantenimiento y la estudiante de
enfermería, y todos estaban haciendo algo que no debían. ¿Les ocurriría a todos lo
mismo?
Penelope se quedó pensativa y al cabo de un rato levantó la vista para mirar el reloj.
Eran casi las siete y Homer todavía no había vuelto.
Fue a la cocina y puso la mesa. Luego subió a la habitación de Cynthia. No pudo evitar
una sonrisa. La habitación contaba con un baño y era enorme, y tenía la única cama de
todo el apartamento. En el piso de arriba, aparte de la habitación, había un cuarto de
estar con una chimenea. Tenía un sofá, pero no parecía apropiado para que nadie durmiera
en él. Bueno, al fin y al cabo los dos eran personas adultas y podrían compartir la cama sin

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problemas.
Homer no era de la clase de hombres que se casan, y a ella no le gustaban los hombres
de esa clase, pero había algo en los hombres indomables que no dejaba de resultarle
atractivo. Tal vez debería... probar uno. Winslow Homer.
La cama estaba sin hacer, así que la hizo, colocó dos almohadas y la cubrió con una
colcha. Estaba lista. ¿Y ella? ¿Estaba lista? Bueno, al fin y al cabo, sobreviviría a
aquella experiencia. Fue al armario de Cynthia, agarró un pijama de seda y se lo puso.
Luego fue a mirarse al espejoy no pudo evitar una sonrisa.
En aquel momento oyó que llegaba un coche, fue a asomarse a la ventanay vio a Winslow
estacionándose. Bajó corriendo por la escalera y le abrió la puerta.
-¿Estás bien? -le preguntó Homer.
-Muy bien. ¿Cómo fue todo?
-Sobre ruedas.
-¿Entonces estamos libres?
-No del todo, todavía. Pero por ahora lo único que podemos hacer es esperar.
-Si ya tienen las fotos, ¿por qué no podemos volver? ¿Qué podrían hacer ellos?
-Ellos no saben que tenemos las fotos. El jefe y la policía del estado tienen que ver las
fotos, así que debemos quedarnos. ¿Supone alguna dificultad para ti? Ahora debo cuidar
de ti, esa es mi misión. Eres responsabilidad mía -dijo Homer, que quería calmar
cualquier inquietud que ella tuviera antes de llevársela a la cama. .
Al oír sus palabras Penelope se sintió decepcionada. No quería que Homer estuviera
allí para protegerla, quena quedarse para que él se aprovechara de aquella oportunidad.

CAPITULO 7

HOMER miró a aquella mujer, atrapada con él en unas circunstancias en las que,
hasta ese momento, tan sólo había podido soñar. Pero un sueño podía hacerse realidad.
Estaba solo con ella, al menos por una noche. Y el peligro que se cernía sobre ellos era en
realidad tan remoto que podía reducirse a su mínima expresión.
Pero al día siguiente ella volvería a casa de sus padres, así que tenía una sola
oportunidad de hacer realidad el sueño de todo policía: estar en una situación peligrosa
con una mujer atractiva, y salvarla. No pudo evitar una sonrisa.
-Hay un servicio en el sótano -observó Penelope.
El servicio era minúsculo, Homer incluso tuvo que agacharse para entrar. Cuando
volvió junto a Penelope dijo:
-Me gustaría conocer a esa Cynthia. Nuestra bendita y ausente anfitriona.
-¿Por qué... bendita y ausente? -preguntó Penelope con un poco de recelo.
-¿En dónde piensa que pueden dormir sus invitados?
Penelope no sabia qué responder, así que se dio la vuelta y fue hacia la cocina. Todo
estaba en orden, y el aspecto de los bollos de mantequilla que aún estaban en el horno
despertaba el apetito.
Toda la comida tenía un aspecto magnífico, y el olor a bollo recién horneado se

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extendía por toda la cocina. Todo aquello podría acabar con la resistencia del hombre más
duro de pelar.
Miró a Homer. La estaba observando con una expresión muy interesante en su mirada,
como si quisiera poseerla.
-Te has cambiado -observó fijándose en el pijama que llevaba Penelope-. Y por lo que
veo tienes la misma talla que Cynthia.
-Sí, pero a ella le gustan otros colores. Es rubia y delicada. Hay una foto suya en el
pasillo de arriba.
Homer tuvo bastante tacto como para no subir en aquel instante.
-Nos conocimos en la Escuela de Fotografía -continuó Penelope-. Es una fotógrafo
magnífica y además sabe cómo llevar una vida independiente. Yo la quiero mucho.
A continuación abrió un armario que contenía muchas botellas de vino y le indicó que
fuera él quien lo eligiera. Homer escogió una botella, la abrió con habilidad, probó un poco
y le ofreció a Penelope en el mismo vaso.
-¿Qué te parece?
-Perfecto.
-¿Sabes algo de vinos?
-No tengo ni idea.
Homer sonrió y sirvió dos copas. Penelope retiró los bollos de mantequilla del horno y los
puso en una cesta. Luego sacó dejajo de la nevera una fuente de porcelana con la
ensalada y la puso; sobre la mesa. Por último llenó dos vasos con agua y tomó su, copa
de vino.
-La verdad es que hay que solucionar un problema -dija Penelope.
-¿Alguno en particular?
-No. Sólo pensaba en... la deuda nacional, la contaminación de la atmósfera, el
desarme, quién duerme en la única cama que hay en esta casa...
Homer soltó una carcajada. No se reía muy a menudo, así que cuando lo hacía, su
risa era como una delicia.
-Me gusta que te rías -comentó Penelope. Homer la miró unos instantes en silencio y
luego dijo: -Eres especial.
-Eso puede significar muchas cosas.
Homer asintió. No quería decirle por qué la consideraba distinta a los demás.
Se fijó en la forma de sus pechos, que la fina seda del pijama dejaba adivinar, y pensó que
podía volverse loco de deseo. Dios había hecho a los hombres de tal forma que podían
ser dominados por el deseo, ¿por qué no había hecho de igual modo a las mujeres? Penelope
actuaba como si quisiera que dividieran la cama por la mitad.
-¿Sólo hay una cama?
-Sí.
-Podemos compartirla -sugirió Homer-. Puedo controlarme.
-¿Ah, sí?
Parecía perpleja. ¿Estaba decepcionada? Homer se puso muy excitado. -Yo cuidaré
de ti.
Aquella frase también podía significar muchas cosas. Homer levantó la cabeza y dijo:
-Si sigo oliendo esa comida me voy a marear. ¿Cuándo cenamos?
-Cuando quieras. -¿Has hecho tú los bollos?
-Sí, tienen un aspecto un poco raro, pero están buenos. -¿Empezamos? -invitó
Homer retirando una silla para ella.

46
-¿Quieres servir tú la comida? -le preguntó Penelope.
-Hazlo tú -respondió Homer, que no quería comportarse como si fuera el cabeza de
familia.
Penelope abrió uno de los bollos y lo untó de mantequilla y se lo puso en el plato. Al
lado le puso una rebanada de pastel de carne con salsa. Homer se relamió.
-¿En dónde conseguiste las verduras para la ensalada?
-En una tienda de Broadway. También compré fresas.
-Podríamos quedarnos hasta que vuelva Cynthia -sugirió Homer.
-Sabesque este asunto quedará resuelto mañana. Se darán cuenta de que en las fotos
no hay nada.
-¿Las has amplificado todas?
-Sí.
-Gracias por hacer ese trabajo. Estoy deseando verlas.
-Tenías razón con lo que decías de la pareja de mantenimiento -dijo Penelope
mirándolo-; aunque no sé por qué no cerraron la puerta.
-Porque alguien, al verla cerrada, sospecharía algo incluso sin verlo.
-Creo que podría haber publicado esas fotos y no haberme dado cuenta nunca de lo
que pasaba.
-La verdad es que me sorprende que no lo vieras.
-Lo que me molesta es que en aquel momento no me di cuenta. ¿Te has fijado que no
miraban a la cámara en ninguna de las fotos? Supongo que eso me dio la impresión de
que estaban ocupados.
Homer se rió. Lo hizo tan abiertamente que contagió a Penelope. Pero estaba molesta.
-Me siento ingenua, estúpida, distraída.
-Vamos, era normal no verlo entonces.
-Estaba tan preocupada por medir la luz y por los volúmenes... me pongo nerviosa cada
vez que pienso que no me di cuenta. Tú lo viste inmediatamente.
-Pero yo soy policía, y me han enseñado a mirar.
-Y a mí, como fotógrafo, también.
-A mí me han enseñado a observar a la gente, y a ti a ver colores, formas, luces y
sombras.
-Supongo que tienes razón, pero aun así me siento un poco estúpida.
-Pues no lo eres -le aseguró Homer.
-¿Sabes que las tres personas de las que hice fotos estaban haciendo lo que no debían y
que yo ni siquiera me di cuenta? Si eso no es ser estúpida, se le parece mucho.
-¿Quién más estaba haciendo lo que no debía?-le preguntó Homer tendiéndole el plato
para que le sirviera de nuevo.
-La estudiante de enfermería estaba manejando instrumental esterilizado sin
guantes. El doctor Stanton acababa de fumarse un "cigarro" y los de mantenimiento
acababan de hacer el amor -dijo Penelope sirviéndose ella misma un poco de pastel de
carne-. Me dan ganas de volver y mirar todas las fotos que he hecho en el hospital y
comprobar si sé lo que he fotografiado o no.
-Cálmate, no hay nada realmente grave en lo que estaban haciendo. Lo del médico está
aclarado y estoy seguro de que si le das una copia de la foto a la estudiante, no volverá a
repetir el mismo error. La pareja de mantenimiento tal vez podría querer destruir la
película, pero no pudieron ser ellos los que ordenaron que nos registraran.
-¿Entonces -señaló Penelope-, estás diciendo que todavía hay algo grave en esas fotos?

47
¿Pero cómo pueden saberlo? ¿Qué les hace pensar que hay algo peligroso en unas fotos
que ni siquiera han visto? Sólo murió aquella mujer, y eso, con su enfermedad, era
relativamente normal. No murió nadie más. ¿Qué puede haber en esas fotos?
-Tenemos que examinarlas una por una.
Terminaron de cenar en silencio. Quitaron la mesa y pusieron los platos en el
lavavajillas y Penelope sirvió el pastel de fresas. Le había echado un poco de vino y
estaba delicioso. Cuando terminaron le preguntó:
-¿Por qué eres policía?
-La gente me interesa mucho. Los criminales, la gente que encamina mal sus vidas por
alguna razón, son muy interesantes, y prevenir lo que pueden hacer o atraparlos es un
desafío. También me gusta proteger a los demás, tal vez más adelante empiece a trabajar
en un despacho, para enfocar mejor los objetivos del cuerpo de policía.
-¿En un despacho?
-Sí, estoy estudiando derecho, y me gustaría llegar a fiscal algún día -declaró y la
miró-. Acabas cansándote de la gran cantidad de criminales que se libran de la justicia, no
sólo los que cometen crímenes violentos, sino los que estafan o calumnian a los demás.
Penelope guardó silencio por un momento.
-Es lo que ocurre con este asunto del hospital. Me va a afectar mucho que esté
ocurriendo algo malo. Llevo trabajando dos años allí y nunca he visto ni oído nada que
pueda indicar que hay algo que no funciona como debiera -observó y se detuvo un
momento-. Ni siquiera aquel día vi nada raro. Tal vez haya estado viento todo a través de
un cristal de color rosa.
-Tranquilízate. No debes preocuparte por algo que no depende de ti.
-Debo estar ciega. Todavía sigo pensando que no puede suceder nada que realmente
sea un delito. Pero no puede ser porque si no, no nos habrían registrado. Eso sí que me
molestó.
-Me preguntaba cómo lo tomarías.
-Si alguna vez hubiera pensado que me iban a someter a algo tan humillante, no sé qué
habría podido hacerles. Cada vez que lo pienso me pongo furiosa. ¿Por qué no
protestaste? Homer se encogió de hombros.
-Para mí no tenía mucha importancia, además quería sacar los negativos de allí, así que
no podía arriesgarme.
-¿Y qué habría ocurrido si yo llego a negarme a que me registren?
-¿Qué habrías hecho? -Nada. -¿Cómo?
-Yo sabía que no se atreverían a hacerte daño. Me di cuenta de que Kilroy se
conformaría con registrarte y nada más. Además ellos sabían que soy policía, no lo
olvides. Podía haberme negado a que me registraran, pero si no me negaba no
sospecharían nada.
-No estoy segura de que valga la pena haber sacado los negativos.
Homer se quedó pensativo unos momentos. -No sé. Tal vez haya algo que te cuesta
recordar porque no fuiste consciente cuando ocurrió. Pero aunque no sea así, no te
tortures, has hecho mucho con sacar los negativos y ampliar las fotos. Si no hay nada más
en ellos tú ya habrás hecho lo que debías. Fue su reacción a la posibilidad de que
hubieras captado algo con tu cámara lo que a nosotros nos ha puesto alerta. Debemos
estar al tanto. Si han cometido algún delito, lo descubriremos, y te prometo que
registraremos a Kilroy. -No, olvidaré tu palabra.
-De acuerdo.

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Penelope se rió y Homer sintió que una sensación se despertaba en su cuerpo.
-Hay gente muy eficiente en Byford que va a examinar esas fotos al detalle. Nosotros
vamos a echar un vistazo a estas.
Se levantaron de la mesa y pusieron los platos de postre en el lavavaj illas. Homer se
acercó a ella y le puso una mano en la espalda.
-Ha sido una cena deliciosa, gracias -le dijo, y luego la besó.
Mientras la besaba y ella volvía a experimentar la maravillosa sensación que sólo él
había provocado en toda su vida, comenzó a planear nuevas cenas que le complacieran
tanto como para que se las agradeciera con un beso.
Tomaron las fotos y se sentaron en un sofá para examinarlas. Penelope las había
ordenado según la hora en que las había hecho.
Las primeras eran del doctor Stanton.
-¿Por qué no olí la mariguana? ¿Cómo pude hacerle todas esas fotos y no darme
cuenta del olor?
-Si la calefacción estaba puesta, la corriente de aire llevaría el olor hasta la ventana.
-Podría ser -asintió Penelope-. Parece muy cansado.
-Ya había decidido no operar, así que se sentiría aliviado. Luego pasaron a examinar
las fotos de la pareja. -¡Por Dios! ¡Mira! ¿Cómo pude no darme cuenta? ¿Te has fijado?
Todas dan una pista de lo que estaban haciendo. Cómo pude haber sido tan estúpida.
-Sólo un poco ingenua -le dijo Homer.
-Estoy harta de que me lo digan. Homer le sonrió con humor y con ternura a la vez.
Aquella sonrisa era irresistible. Consiguió tranquilizarla con una sensación maravillosa
que recorrió sus entrañas e hizo que le temblaran las piernas y se le erizaran los
pezones, por lo que se vio obligada a cruzar los brazos sobre el pecho. Si él había logrado
aquello con tan sólo una sonrisa, no había duda de que estaba lista para pasar la noche
con él.
Lo miró como a un amante y se dio cuenta de que en realidad había estado ocultando
aquella mirada desde la primera vez que lo vio. Aquello fue una nueva sorpresa. Frunció
el ceño al pensar que comprendía tan poco al mundo que la rodeaba. Era como si
estuviera encerrada en su propia burbuja, sin ver ni escuchar realmente.
Aquella forma de ser no podía continuar y decidió hacerse más dura.
Lo miró esperando ser traspasada por su mirada.
Pero él estaba observando una de las fotos que ya le había llamado la atención antes.
Se trataba de la foto que había hecho desde el tejado.
-¿Te has fijado en ese camión? ¿Qué entrada es esa?
Penelope tomó la siguiente foto de la serie, que casi tenía la misma imagen que la otra
y que había sido hecha tal vez un minuto después.
La verdad era que se trataba de unas fotografías espléndidas. En cuanto al camión,
pues se trataba de un camión grande, aunque no de los mayores, sino uno de esos que
recorren la ciudad cada mañana con artículos de reparto. Había un hombre que estaba
subido en la parte de atrás y miraba a otro que llevaba una carretilla llena de cajas.
-Es la entrada de la cocina -respondió Penelope.
-¿Y qué es lo que están descargando?
-¿No sé? ¿Cómo voy a saberlo? -contestó Penelope.
-Fíjate en el camión y en las cajas. Hay algo que no está como debiera.
-¿Cuántos errores puedes ver en esta fotografía? -preguntó Penelope.
-¿Eras buena en esos juegos?

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-Eran fáciles.
-Bien, pues ahora dime lo que ocurre en esta foto, porque hay algo que está mal.
-¿Qué podría ser? -musitó Penelope estudiando la fotografía
-. Han cargado unas cajas en el camión, las han llevado al hospital, alguien sacó una
carretilla y están cargando las cajas del...
-Penelope, eres fantástica. ¡Eso es! ¡Fíjate! El mango de la carretilla está al otro lado. La
han sacado cargada. No llevaban nada en el camión, están sacando las cajas del hospital
y cargándolas en el camión. Vamos a ver todas las fotos. Mira, ¿ves?
Aquí este le está dando una caja al tipo que está en el camión, que empieza a
agacharse para tomarla. Tenemos que llamar por teléfono.
-Aquí hay teléfono -dijo Penelope señalando con el dedo hacia el otro lado de la sala.
-Tengo que llamar al jefe. No debo tener este número en la lista. Vamos.
-¿Adonde vamos?
-A una cabina. ¿Cuáles son los números de la fotografía? -De la doce a la dieciocho
-respondió Penelope. -Hiciste bien en numerarlas, así es más fácil saber a cuáles nos
referimos.
Había anochecido, así que salieron en el coche. Estaban en el centro de la ciudad, por
lo que nadie salía a pasear a no ser acompañado por un perro entrenado.
A pocos metros de la casa encontraron una cabina.
-Quédate aquí -indicó Homer y salió del coche.
Pero Penelope no se quedó en el coche, sino que fue a la cabina.
Homer marcó el número con impaciencia. La señal de llamada sonó dos veces.
-¿Sí?
-Esperamos -contestó Homer, era la primera parte de la contraseña.
-Listos -le respondieron.
Homer les explicó lo que habían visto.
-De la doce a la dieciocho -finalizó.
-De acuerdo. Adiós.
Al otro lado de la calle se había detenido un coche. Colgó el teléfono y agarró a
Penelope de un brazo apretando con fuerza mientras veían cómo dos hombres se
acercaban a la cabina.

-¿Qué tal si compartimos eso? -les preguntó uno desde el centro de la calle.
-Me parece que se han perdido, muchachos -les dijo a los hombres que estaban en la
acera. -Sí, dentro de ti -dijo uno sonriendo.
-Ni lo pienses -replicó ella.
-Y tú, ¿lo piensas?
-Cállate -le ordenó Homer a Penelope.
Al oírlo, se sintió indignada y se detuvo de repente en mitad de la acera poniendo los
brazos enjarras.
Otro hombre que venía de la acera de enfrente cruzó la calle y exclamó:
-¡Ustedes, largo de aquí!
-Eso, largúense de aquí-dijo Penelope, que quería probar a Homer que no lo necesitaba.

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Homer la asió por el brazo y la arrastró hacia su coche.
-¿Quién diablos eres tú? -le preguntó uno de los tipos de la acera al hombre que
acababa de intervenir.
Penelope se giró y replicó:
-Ya han oído lo que ha dicho. Así que largúense con viento fresco.
El hombre que acababa de llegar a la acera, replicó:
-Soy uno de los buenos chicos.
-¡No como ustedes! -exclamó Penelope.
Homer la arrojó en el asiento del acompañante del conductor.
-Cállate -repitió.
-No podemos dejarlo solo, van a ir por él -insistió Penelope tratando de abrir la puerta.
Homer la empujó de nuevo y cerró la puerta con fuerza.
-Hay otro en aquel coche -dijo señalando al vehículo que había al otro lado de la acera-.
No nos necesita.
Penelope se dio la vuelta y vio que un hombre se bajaba de aquel coche y se erguía
con aire amenazador.
Después los dos tipejos comenzaron a retirarse andando hacia atrás y sin dejar de
hacer ademanes.
Cuando vio que el policía volvía hacia su coche, Homer arrancó y salieron hacia casa
de Cynthia.
-¿Cómo podías estar seguro de que esos dos no se meterían con ellos? Deberíamos
habernos quedado con ellos.
-Si alguna vez vuelves a meterte donde no te llaman cuando yo te he dicho que hagas lo
contrario -le advirtió Homer con una voz amenazadora-, te juro que... que te
retuerzo el pescuezo.
¿Está claro?
Penelope, que todavía estaba excitada por el incidente, respondió con orgullo:
-Puedo cuidar de mí misma.
Homer masculló algo entre dientes, Penelope lo miró y al ver la expresión de su rostro,
decidió permanecer en silencio.
No intercambiaron ni una palabra en todo el camino, y al llegar Penelope se bajó del
coche, abrió la puerta del garaje y en lugar de esperar a Homer cruzó el jardín, llegó hasta
la casa, abrió, entró y dejó la puerta abierta.
No quería hablar con él. Además, probablemente estaba tan enfadado con ella como
ella lo estaba con él.
Homer estaba nervioso. Maldijo la situación, porque todo había estado bajo control
hasta que ella se bajó del coche.
Penelope subió a la planta alta como si fuera una reina a la que iban a cortar la
cabeza. La verdad es que él se lo había puesto fácil.
En la planta baja, Homer comprobó que la puerta y las ventanas estaban bien
cerradas, y apagó las luces.
En aquel momento, vio por la ventana un coche que entraba en el estacionamiento.
Había dos hombres en su interior e iban examinando con potentes linternas todos los
edificios que rodeaban el patio y el jardín. Pasaron de largo y Homer dio un largo suspiro
de alivio.
La verdad era que estaba muy excitado.
Le dieron ganas de salir a correr un poco para calmar los nervios, pero no podía

51
dejarla sola sin decirle adonde iba.
En la planta alta, Penelope estaba preparando el sofá-cama que había junto a la
chimenea del cuarto de estar.
Homer sintió una conmoción al ver que había dos camas.
-¿Hay otra cama? -exclamó.
Penelope no se molestó en replicar.
Homer comenzó a ayudarla a extender las sábanas, y ella lo dejó terminar a él solo.
Así que... el sofá-cama fue para él.
Penelope había ido al baño y había cerrado la puerta con pestillo. Había llenado la
bañera y estaba sumergida en un buen baño de agua caliente. Los baños calientes
ayudan a las mujeres a calmarse.
Homer se sentó en un sillón del cuarto de estar y se quedó mirando por la ventana.
Tenía ganas de fumar, pero no tenía cigarrillos. Sin embargo, tenía que calmarse.
Necesitaba salir a correr. Al cabo de un rato, Penelope salió del baño y abrió la puerta.
-¿Has terminado? -le preguntó Homer, que se había acercado hasta la puerta.
Como la respuesta era evidente, Penelope guardó silencio.
Homer se duchó y luego se vistió con unos pantalones cortos de deporte. Cuando se
estaba cepillando los dientes se dio cuenta de que se había olvidado de darle a Penelope su
cepillo. Y al terminar se dirigió sin hacer ruido a su dormitorio.
La vio y pensó que estaba dormida. Pero ella se revolvió en la cama y dio un suspiro. A
Homer le dio un vuelco el corazón, al darse cuenta de que había estado llorando.

CAPITULO 8

HOMER sabía que estaba llorando por su culpa y se sintió muy mal. Se odiaba a sí
mismo por hacerla sufrir ahora que se daba cuenta de que la amaba. ¿Había herido sus
sentimientos? ¿Pero es que no se daba cuenta de que con la paciencia que tenía con ella
demostraba que le importaba mucho? Si no le hubiera importado, le habría dicho que con
su comportamiento los puso a los dos en peligro y que, en el caso improbable de que
hubiera una próxima vez, tendría que tener más cuidado.
Si había sentido algún temor, había sido por ella. Por eso le habló con dureza. Sin
embargo, estaba llorando. Parecía tan frágil que casi era obvio que necesitaba un
hombre, que lo necesitaba a él. Aún no lo sabía porque nunca había amado a ningún
hombre, porque a pesar de que era muy observadora, permanecía ciega a la necesidad
que sentía de él.
¿Podía sentir algo tan intenso cuando hacía menos de una semana que se conocían?
Era poco tiempo, pero lo cierto era que había sido muy intenso. El valor de las
personas se demuestra en circunstancias extremas, y ella había reaccionado
magníficamente.
Se acercó a la cama, retiró las sábanas, y se acostó, muy lentamente y conteniendo

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la respiración, en el lado opuesto al de Penelope. De inmediato se sintió excitado. Ella
dio, de nuevo, un profundo suspiro. ¿Estaba soñando? ¿Pensaba que él la había
rechazado? ¿Por qué? En aquel momento él también lanzó un profundo suspiro. En toda su
vida no habia deseado una relación estable con una mujer. Las mujeres eran diferentes,
muy diferentes y difíciles de comprender.
Su vida transcurría según sus planes. Llevaba la vida independiente y a la vez
disciplinada que siempre se había propuesto, y no sentía la necesidad de tener hijos.
Así que estaba claro que no necesitaba a una mujer. - Giró la cabeza muy despacio y
miró a Penelope. Era tan... frágil. Pero era una auténtica mujer, una dama, excepto
cuando un par de tipejos se cruzaba en su camino. No pudo evitar una sonrisa. Sí, era
una auténtica mujer.
Iba a ser suya, aunque no sabía cuánto trabajo le costaría convencerla. "Penelope",
le dijo sin pronunciar las palabras, sólo en su mente, "Penelope, acércate".
Al cabo de un instante, ella suspiró y se dio la vuelta hacia donde él estaba,
bostezando y rodando sobre su estómago. Se movió hacia ella, rodeó su cintura muy
despacio y la hizo ponerse-de medio lado, de modo que la espalda de ella quedó pegada
a su cuerpo.
Poco a poco fue apretándose contra ella, acercando todas las partes posibles de su
cuerpo al de Penelope. Puso las rodillas detrás de las suyas, y entrelazó sus pies con los
de ella. Su mano derecha rodeaba uno de sus senos.
-¿No te gusta el sofá-cama? -preguntó Penelope de repente.
Homer se quedó helado. ¡Estaba despierta! No se le ocurrió otra cosa que simular que
el que estaba dormido era él.
-Hummm -musitó y su mano, como en un movimiento inconsciente, ascendió hasta
que abarcó su pecho.
Penelope se dio la vuelta con sorpresa y cuando iba a decirle algo, la besó.
Ella puso el cuerpo rígido, pero sus labios respondieron a aquel beso. Estaba
despierta y seguía en la cama, invitándolo a que le hiciera el amor. Pero Homer no quería
robarle aquel momento como le había robado el beso, quería que ella le dijera que lo
deseaba.
-¿Qué haces en mi cama? -preguntó.
-No es tu cama, es la mía.
Volvió a besarla, y de nuevo ella aceptó aquel beso. Homer la acarició con dulzura y ella
llevó sus manos sobre su cuello.
-Siento haberte gritado.
-Tengo la impresión de que no va a ser la última vez.
-Entonces pórtate bien.
-No estoy segura de que tenga que hacer siempre lo que tú quieras. Tengo veintiséis
años. Y he tomado mis propias decisiones desde...
-Todavía vives con papá y mamá -señaló Homer con ironía.
-¿No sabes decir otra cosa?
-Deberías tener tu propia casa.
-¿Por qué? -replicó Penelope, que ya estaba harta de aquel tema.
-Para ser independiente.
-Lo soy -le espetó-. Mis padres no me dicen lo que tengo o no tengo que hacer.
-Si esta fuera tu casa, ¿podría yo estar en tu cama?

53
-Esta no es mi cama. Pero no, tú no estarías en mi cama si esta fuera mi casa. A mis
padres no les parecería bien, probablemente con razón.
-¿Con cuántos hombres has estado?
-No seas grosero.
-Necesito saber cuánto arriesgo si te hago el amor.
-Con ninguno. Tú eres el primero.
-Ya, seguro -dijo Homer, que no podía creerla.
-Bueno, tal vez no.
-Ah, ¿estás haciendo memoria? ¿Recuerdas a otro hombre?
-No. Pero no serás el primero -replicó Penelope para molestarlo.
-¿Qué dices?
-¡Sal de la cama!
-No. ¿Qué quieres decir con eso de que yo no sería el primero?
-Pues está muy claro, hasta el más estúpido podría entenderlo. Sal de aquí o te echaré
yo -dijo Penelope con furia.
Los dos se miraban a los ojos, estaban muy cerca y podían sentir el calor de su
aliento.
-Uno... dos... tres... -contó Penelope entre dientes. -¿Cuánto tiempo me das? -Hasta
diez. Cuatro... cinco...
-Mira, cariño, no quería decirlo. -¿Qué no querías decir? -Lo que sea que te haya
molestado.
-¿Ya no te acuerdas de que me insultaste? Si podía conseguir que siguiera hablando,
se olvidaría de contar.
-Penelope -dijo con dulzura-. Cariño, tienes que saber que me has atrapado. Te
necesito desesperadamente. ¿Por qué no puedes tranquilizarte y dejar que te haga el
amor? -¿Para que te calmes? -Sí.
-Si hubiera tenido que calmar a todos los hombres que lo necesitaban, aún estaría
ocupada. -¿No lo hiciste?
-Claro que no. Es una razón muy estúpida para hacer algo así.
-Te quiero -confesó Homer, y se sintió tan sorprendido por sus palabras como lo estaba
ella-. Nunca he conocido a una mujer que me vuelva loco, como tú.
-Eso es mentira.
-¿Por qué tienes que ser tan desagradable cuando te digo que te necesito?
-Se supone que debería caer en tus brazos, ¿no es así? -Sí.
-¿Entonces tendría que haber escuchado a todos los tipos que me lo han dicho antes,
cuando lo que querían era poseerme? -No te pongas así.
-¿Cómo te sentirías si una mujer te dijera que sólo te quiere por el dinero que llevas en
la cartera?

-¿No crees que te quiera?


-No.
-Bésame.
-¿Y se supone que así me voy a convencer? Todo lo que vas a probar es que tienes
mucha experiencia y sabes cómo hacerlo.
-Bésame -musitó Homer con voz suave-. Cariño, bésame.
Penelope, que se había mantenido rígida todo el tiempo, se relajó.

54
La quería. Y la acariciaba con ternura. La besó en el cuello, en las mejillas y
finalmente en la boca. Sus labios eran suaves y su lengua buscaba la suya, para saborear
su boca.
La acariciaba tierna y hábilmente. Poco a poco le bajó el camisón hasta la cintura y
luego apoyó su velludo pecho sobre su piel suave.
A Penelope comenzó a latirle el corazón más de prisa y sentía que el placer le recorría la
piel sin que ella pudiera controlarlo. Homer provocaba el placer acariciándola en sitios
insospechados, como las axilas o por detrás de las rodillas. Sus muslos también
requerían la atención de aquellas manos hábiles y cariñosas.
Homer le puso la mano en la cadera.
-¿A cuántas mujeres has sostenido así?
-¿Qué?
-¿Cuántas...? Oh, haz esootra vez.
-¿Esto? -preguntó besándola tras la oreja.
-No. Con la mano.
-¿Ahí?
-No, un poco más arriba.
Homer acarició el interior de sus muslos.
-¿Así?
-Más arriba -dijo Penelope con impaciencia, y tomó su mano y la puso donde quería
tenerla-. Ahí. Muévela como antes.
-¿Así?
-Oh. Sí, sí.
Homer estaba encantado, maravillado de que estuviera haciéndole el amor. Ella se
había olvidado de contar hasta diez y ahora le había pedido la caricia más íntima.
-¿Estás vestido? -preguntó Penelope entre gemidos de placer. -¿Qué?
-¿Estás desnudo? -No. -Oh.
-Me voy a desnudar ahora mismo -dijo él. -No, no, es que sólo puedo sentir tu piel.
-Desnúdame tú.
Una mano tímida descendió por su cadera, en una caricia que lo volvía loco. Contuvo
la respiración y de alguna forma era como si perdiera el dominio de sus sentidos, sin ser
consciente de otra cosa más que de la caricia de aquella mano.
La mano de Penelope descendía lentamente por su estómago y él, con un rápido
movimiento, se bajó los pantalones y se movió aún más hacia ella. Su mano se detuvo.
-¿Quieres... que te toque? -susurró Penelope tragando saliva -Sí.
Ella dudó un momento, pero luego su mano siguió descendiendo por su vientre.
Homer arqueó el cuerpo. -Sigue.
-¿Te hace cosquillas? -No, me excita. -¿Sólo con acariciarte? -Sí.
-Qué fácilmente te excitas. -Ahora sí.
Homer tenía las piernas relajadas, pero su cuerpo estaba tenso bajo su mano.
-Sigue, sigue. -Oh. -Ah.
-Es como un palo, pero rodeado de terciopelo -comentó Penetope y retiró las sábanas
y se sentó en la cama-. ¿Te importa?
-No -respondió Homer con dificultad entre quejidos de placer.
-Me encanta.
Homer estaba ardiendo de deseo apretando la cama con los dedos.

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-Deja que te haga el amor.
-Creo que estás... listo.
Homer se rió, pero no podía moverse. La agarró, la acercó hacia él y comenzó a
besarla y acariciarla.
Rodeó los pechos de Penelope con las manos y los llevó hacia su boca.
-No hagas eso.
-¿No?
Ella dudó un momento.
-Sí, hazlo.
Homer besó sus pezones.
-¿Así?
-Oh, sí.
Luego le quitó el camisón. Ella tuvo la sensación de que completamente desnuda le
pertenecía aún más. Le gustaba ver sus piernas velludas al lado de las suyas, de fina piel.
Se sentía excitada sólo con ver su estómago y la forma de su pecho. Deseaba sentirlo
encima de ella.
-Cariño, tengo que..
-Penetrarme.
-Sí.
La tendió sobre la cama, se puso entre sus piernas y la penetró lentamente, con
cuidado. Llegó al final y, al ver que ella no se quejaba, comenzó a moverse muy despacio,
con pequeños quejidos.
Penelope estaba fascinada y sentía que era parte y a la vez testigo de aquel hecho
mágico.
Al cabo de un rato, Homer se desplomó sobre ella y se quedó completamente quieto.
Ella esperó, sintiendo el peso de su cuerpo y sin saber cuánto tiempo estaría él así.
Cuando por fin se apartó de ella y se tendió a su lado, ella se dio la vuelta hacia él.
-¿Eso es todo?
-Sí.
-Oh.
Homer rodeó su cabeza con una mano y hundió su mejilla sudada entre la cara de
Penelope y la almohada.
-No podía esperarte.
-Bueno... ha sido interesante.
Homer se incorporó con dificultad y la besó
-Eres maravillosa. Gracias, mi amor.
-¿Es un discurso de despedida?
Homer se sintió un poco ofendido.
-Nunca se lo había dicho a nadie-respondió con gravedad.
Penelope se sintió frustrada, y al cabo de unos instantes se dio la vuelta en la cama
para darle la espalda. Se preguntaba si para todas las mujeres era igual la primera vez.
Estaba decepcionada. Había esperado durante mucho tiempo aquel momento, pero
cuando había llegado apenas había podido estar pendiente de otra cosa que de cómo
hacerlo.
Se preguntaba si de veras había valido la pena, porque había sido más una cuestión de
voluntad y resistencia que de placer.

56
Siguió reflexionando con un poco de ansiedad, y al cabo de unos minutos se quedó
dormida.
Tuvo sueños eróticos y se despertó al oír el ruido de la ducha. Luego volvió a dormirse.y
entre sueños tuvo la vaga consciencia de que él volvía a meterse en la cama y sintió su cuerpo
caliente junto al suyo. Abrió los ojos y se volvió para mirarlo.
Sentía sus manos sobre el cuerpo, y parecían las manos de un trabajador. La piel era
dura, casi áspera, y su tacto la excitaba. Las tenía sobre el estómago y sintió cómo
descendían lentamente hacia su vientre. Le dieron un gran placer y cerró los ojos sin
poder evitar un gemido.
-¿Te gusta? -le preguntó Homer con voz ronca. Penelope abrió los ojos y negó con la
cabeza. -Deja que te haga el amor ahora, como debí hacerlo la primera vez.
-Sólo me excito cada seis meses. -Oh -dijo él con asombro. -Has estado perdiendo el
tiempo.
-¿Entonces tengo que esperar hasta... octubre?
-Sí.
-Supongo que será terrible para ti hasta entonces -susurró Homer-. Tal vez no quieras y yo
insistiré.
-¿Entonces crees que querrás seguir viéndome en octubre?
-No lo sé, ya veremos.
-¿Me estás haciendo un examen?
-Sí.
-¿Quieres que haga trampas?
-Eso podría ser lo mejor. ¿Crees que podrás?
-Ya veremos.
Homer rodeó un pecho con la mano y acercó su boca para besarle el pezón. Penelope
lo miraba y al sentir sus labios, suspiró de placer y todo su cuerpo se movió con lujuria.
La mano de Homer descendió hasta el vello de su vientre y uno de sus dedos penetró
en su ranura.
-Ya es octubre -susurró.
La acarició, la besó y le hizo el amor con dulzura, mientras ella gemía de placer.
Se movía a su ritmo, acercándose poco a poco al climax, en una espiral que la
conducía sin remedio al éxtasis. Y cuando éste llegó, Homer tuvo que abrazarla para que
no estallara en mil pedazos, tal como pensó que ocurriría.
Al cabo de un rato, Penelope pudo hablar con algo de coherencia.
-Entonces en esto consiste.
-Casi.
-¿Hay más?
Homer se apoyó en un codo y le dijo mirándola a los ojos:
-Ahora tienes que casarte conmigo.
-Oh, vamos.
-Pero es que yo he tomado las lecciones muy en serio y ahora tengo que proteger mi
reputación. No puedo dejarte marchar.
-¿Estoy atrapada?
-O haces lo que te digo o mi padre se va a disgustar contigo.
Penelope se rió.
-Eres muy gracioso. No suponía que tuvieras tan buen humor, detective Homer. Yo

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creía que no te interesaban las mujeres.
-¿Entonces estás sorprendida.
-No porque te guste el sexo, sino porque quieras casarte. ¿Qué ocurriría si yo te tomo
en serio? -Es que yo hablo en serio.
Penelope negó con la cabeza.
-Tú no eres de los que se casan.
-¿Y cómo son "los que se casan"?
-Una mujer puede decirlo. Los hombres se comportan de otra forma cuando van en
serio.
-¿Se quedan a dormir en el sofá-cama?
Penelope se rió otra vez.
-Eres muy gracioso.
-No nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero ¿querrás venir conmigo? Tienes
que conocer a mi loro.
-¿Cómo es que tienes un loro?
-Es un regalo.
-¿Y no habla?
-Ni una sola palabra.
-Yo pensaba que toda la gracia de tener un loro consistía en que pueden hablar -Penelope
volvió a reírse, y luego dijo-: En las últimas veinticuatro horas parece que te hubieras
convertido en un hombre diferente.
-Ha sido por ti, que me haces sentir distinto, mejor.
Penelope lo miró con intensidad.
-Necesito que me beses.
Se besaron durante largo rato.
Comenzaba a amanecer, y al poco tiempo sonó el teléfono. Los dos amantes se
miraron y entonces Homer contestó. Era Stevie.
-Voy para allá, tengo que verte.
Homer colgó muy despacio, frunciendo el ceño.
-Puede que sea importante. Vamos a vestirnos.
Se vistieron, se ducharon por separado y bajaron a desayunar mientras esperaban.
Al poco rato llegó Stevie con otros dos hombres, que se quedaijpn esperando en un
coche.
-Entra -le dijo Homer-. ¿Qué ocurre? -le preguntó ya en la cocina junto a Penelope.
-No hemos encontrado ninguna prueba. Y no hay pruebas de que el hospital esté
vendiendo drogas o lo que sea. Es necesario que Penelope vuelva a trabajar. No hace
falta que haga nada, ni siquiera espiar, sólo tiene que seguir con su trabajo, pero hace
falta que vuelva. Habrá un par de personas que se ocuparán de vigilar que no le ocurra
nada. Tú tienes que hacer las maletas y volver a Byford.
-Maldita sea -exclamó Homer.
Stevie chascó la lengua.
-¿De quién es esta casa?
-De Cynthia. Está de vacaciones.
-Es muy bonita. ¿Me la enseñas? -le pidió a Homer, era evidente que quería hablar a
solas con él.
Subieron a la planta alta.

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-No está nada mal. ¿Esta es Cynthia? -preguntó Stevie señalando la foto que estaba
colgada en el pasillo.
-Sí. La foto se la hizo Penelope.
-Tienes que presentármela.
-Muy bien.
-¿Cuándo vuelve de vacaciones?
-A primeros de mayo -contestó Homer-. Escucha, no quiero que Penelope vuelva sola
al hospital.
-No habrá ningún problema. En el hospital no saben que la policía está informada.
-Me registraron, ¿no lo sabías?
-Qué estúpidos -dijo Stevie asintiendo-. Pero están seguros de que tienen todo bajo
control. A Penelope no le ocurrirá nada. El jefe de Byford no se lo pediría si no estuviera
seguro de ello.
-Yo creía que nosotros debíamos permanecer aquí hasta que todo hubiera pasado. Se
suponía que yo debía protegerla. Pero ahora me estás diciendo que tengo que apartarme
de ella y que hay que dejarla sola en el hospital.
-Es cosa de tu jefe -protestó Stevie-. Yo no tengo la culpa.
-No me gusta nada este asunto.
-No hay ningún problema. Claro que si yo estuviera en tu lugar, y me hubieran
asignado cuidar a Penelope y me dijeran que todo había terminado cuando estaba a punto
de empezar, estaría tan enfadado como tú.
-No creo que sea seguro para ella volver a aquel sitio sin mí -dijo Homer con aspereza.
-No hay ninguna razón por la que tengas que ir con ella. Tiene que ir sola. Quieren
que todo siga tan normal como siempre, para que la gente que está allí camuflada trabaje
con la mayor seguridad posible y averigüe lo que está ocurriendo. Tienes que
comprenderlo.
-Lo comprendo, pero no me gusta nada. -Tienes que estar de vuelta a las nueve y media
cuando muy tarde, así que tendrás que salir de aquí antes de las ocho. Son casi las siete,
será mejor que se vayan preparando. -Maldita sea -dijo Homer entre dientes. Bajaron a
la cocina, donde Penelope tenía el desayuno listo. Stevie le dio las gracias pero se negó a
quedarse y se despidió. -Esos dos que me están esperando me matarían si me quedo.
Tengan cuidado y ya me dirán cómo acaba todo -dijo, y salió.

CAPITULO 9

TENEMOS menos pensativamente. -Yo recogeré la cocina y arreglaré las camas de


una hora
-dijo Homer

-Podríamos hacer el amor.


Penelope se dio la vuelta para mirarlo.

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-Eres de ideas fijas -le dijo con una sonrisa.
-No quiero que te quedes sola en el hospital.
-No hay ninguna razón para desconfiar.
Homer quiso decir algo pero ella lo interrumpió.
-Sí, ya lo sé, nos registraron. Pero, Homer, hay mucha gente honrada trabajando allí y
conozco a la mayoría. Algún policía se ocupará de mí y...
-No están allí para protegerte sino para averiguar lo que ocurre. Esa es su prioridad,
tú estás en segundo lugar.
-Y puedo cuidar de mí misma.
Homer se calló, porque con su preocupación podía debilitar la confianza que tenía en
sí misma.
-Quiero que me llames cada dos horas. Te llevaré e iré a buscarte cuando salgas, ¿de
acuerdo?
-Tal vez esté ocupada y no pueda llamarte, y entonces te pondrás histérico. Creo que
te preocupas demasiado. Se sintió ofendido. "¿Histérico?" ¿El?
-No antes de conocerte. Eres como un cañón suelto sobre la cubierta de un barco que
atraviesa una tormenta. Es casi imposible controlarte.
-¿Como un cañón? Me gusta esa expresión, me recuerda a los barcos de vela. Me
parece que ilustra muy bien lo que...
-Y tiendes a cambiar de tema y empezar a hablar de lo primero que se te ocurre.
-Es un defecto -convino Penelope encogiéndose de hombros.
-La verdad es que no tienes muchos más. -Gracias -le dijo con una sonrisa, luego
añadió con gesto reflexivo-: No me gusta tener que irme de aquí. Ha sido
emocionante.
-Vamos arriba -le dijo Homer.
-¿Arriba? ¿A qué te refieres, al piso de arriba? Vaya, vaya -dijo mientras se dirigía
hacia la escalera. Homer la siguió.
-¿Cómo es que tus padres te dejaron volver a casa cuando habían logrado librarse de
ti?
-Bueno, será porque somos parientes y tenemos un gran sentido de familia.
-Por eso lo digo -dijo y se detuvo al llegar arriba-. Penelope, vamos a hacer el amor.
-¿Cómo puedes pensar en eso, en lo que se gasta además tanta energía, cuando nos
queda tanto por hacer? -Déjame amarte.
-Ya me has hecho el amor dos veces. Deberías tener bastante. -Bésam^.
La agarró por la cintura. Pero ella cruzó los brazos y alzó la barbilla. Homer sacudió la
cabeza, chascó la lengua y la besó
de todas formas. La tendió en el sofá-cama e hicieron el amor.
Penelope se sorprendió de que se levantara inmediatamente, se vistiera y se pusiera a
arreglar la cama.
-¿Por qué te dormiste después de hacerlo las otras dos veces y ahora no?
-Porque no tenemos tiempo. Vamos, date prisa.
-¿Vamos? ¡Pero si apenas puedo moverme!
-Dame la mano. ¡Arriba!
-He aprendido en estas pocas horas que tocarte es un ejercicio agotador.
Homer se sentó a su lado y le acarició el pelo.
-¿Te he agotado? Dios, Penelope, eres... mágica. No puedo...

60
-Yo soy la prueba viviente de que sí puedes -dijo Penelope y se levantó.
-Cariño... -empezó a decir Homer.
-Vamos a arreglar eso. Puedes llevar las sábanas abajo y meterlas en la lavadora
mientras yo me ducho, otra vez. Yo arreglaré la otra cama mientras tú te duchas. Luego
podemos meter todas las sábanas en la secadora y cuando estén listas podremos irnos.
Homer se quedó mirándola unos instantes.
-Sí -asintió por fin con suavidad, y aquella palabra podía ser interpretada de diversas
maneras, aunque cualquiera de ellas parecía complacerlo.
Después de ducharse, Penelope hizo la cama de Cynthia y le dejó una nota:

Nunca creerías lo que ha ocurrido. Ya te llamaré. Gracias por todo.


Besos Penelope.

Terminaron de ordenar la casa, y cuando estaban en la puerta listos para marcharse


no pudieron evitar volverse para mirar en silencio aquel lugar en que habían sido felices.
Luego salieron, dejaron la llave donde la habían encontrado y fueron hacia el garaje.
Sacaron el coche, cargaron sus cosas y mientras Homer subía al coche, Penelope cerró
las puertas del garaje. No pudo evitar volverse hacia la casa, agitar la mano en un saludo y
decir:
-Gracias.
Luego entró en el coche. Y le dijo a Homer:
-Tuerce a la derechay sube dos manzanas. Quiero enseñarte la Escuela de Fotografía.
¿No te parece maravilloso este barrio? Esas son unas de las casas más antiguas de Fort
Wayne. Y el río está al final de la calle. Podíamos fotografiar o pintar en muchos lugares.
Es maravilloso.
-¿Así que aquí fue donde conociste a Cynthia?
-Sí. Pero ella se quedó. Siempre le he envidiado la casa que tiene.
-Si no quisieras vivir en casa de tus padres, podrías tener una semejante.
-No lo sé. Ya veremos -dijo Penelope y lo miró con una sonrisa.
Pasaron por delante de la Escuela y se dirigieron hacia la
autopista. Después de permanecer unos minutos en silencio
Homer le preguntó:
-¿Estás bien?
-¿En qué sentido? ¿Que si estoy bien de salud o si estoy cómoda?
-En el sentido de si te he dejado agotada.
-No me hables de eso que puede volverme la tentación.
-¿Cómo pudiste resistir tanto tiempo sin hacer el amor?
-Me educaron de forma muy estricta, con un rígido sentido de la responsabilidad.
-¿Por qué permitiste que te hiciera el amor? Cuando dijiste que podíamos venir aquí
debiste pensar que lo intentaría.
Penelope se encogió de hombros.
-Nunca había tenido curiosidad hasta ahora.
-¿Sólo lo has hecho por curiosidad? -inquirió Homer, sintiéndose ofendido.
-En los últimos siete u ocho años he tenido oportunidad de ver a un sector considerable
de la población masculina, y creí que no llegaría a casarme nunca. Pero íné di cuenta de
que se le da mucha importancia al sexo y quizá era hora de experimentar lo que había
decidido rechazar.

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-¿Lo que habías decidido rechazar?-preguntó Homer, que estaba consternado.
-Sí. Si no me caso no veo ninguna razón para... relacionarme con ningún hombre.
-¿Entonces has descartado la idea de casarte?
-Bueno, lo cierto es que debo buscar un poco más-admitió Penelope.
-¿Te gustaría... conmigo?
-Debes tener mucha experiencia.
-No tanta -dijo Homer negando con la cabeza muy despacio-. Eres mi tentación. Te he
deseado desde la primera vez que te vi.
-Abriste aquella puerta y me quedé mirándote a los ojos. Era como si ya te conociera.
-Sí -asintió Homer con una sonrisa.
-Me recordabas a un chico de mi clase. Podrías ir a cualquier parte y enfrentarte a
cualquier cosa, como él. Era un chico duro, muy independiente, parecía que viniera cada
día de una pelea, pero no le importaba. Todas estábamos locas por él. Cuando acabó la
preparatoria se alistó en los marines. No sé qué habrá sido de él.
-¿Entonces piensas que puedo hacerme cargo de lo que me proponga?
-Sin duda. Te he visto hacerlo.
-¿Cuándo?
-Te has hecho cargo de mí.
-¿Y te gusta? -preguntó Homer con una sonrisa.
-Me infundiste valor cuando salimos del hospital y nos registraron. Tenías tanta
confianza.
Homer estaba decepcionado. Quería que ella hablara de cómo le había hecho el amor.
Quería oír palabras dulces de su boca.
Penelope cambió de tema.
-No se tarda nada en llegar a Byford por la autopista. Nunca había pasado por las
carreteras comerciales por las que ayer fuimos a Fort Wayne. ¿Fue ayer? Han ocurrido
tantas cosas.
-¿Lamentas algo? -le preguntó Homer, que quería que le hablara de amor.
-No. Hacía falta revelar las fotos. Debe haber un nido de serpientes en el hospital y hay
que descubrirlos. Yo tan sólo era un testigo inadvertido, pero me alegro de que ocurriera.
Por ejemplo, con el doctor, ¿no crees que habría cerrado la puerta si quisiera ocultarse
realmente? Ya había decidido no operar y parece como si quisiera que lo sorprendieran.
Qué extraño, lo cierto es que no lo había pensado. Quería que lo atraparan. Pero
apuesto a que ni siquiera sabía que le habían hecho las fotos. Y de la pareja de
mantenimiento, ¿qué opinas? ¿No crees que hicieron el amor en aquel sitio porque les
gustaba la excitación de saber que podían sorprenderlos?
-Tal vez.
-Tampoco ellos cerráronla puerta. Son unos exhibicionistas que se esconden, lo que es
contradictorio.
-Tus pensamientos van a mil por hora -observó Homer.
-Así me entretengo.
-Deberías trabajar como fotógrafo de la policía. Podría recomendarte.
-Gracias, pero me gusta el hospital. Espero que sobreviva a pesar de lo que ocurra allí
dentro. Espero que no haya ningún escándalo y que nadie que yo conozca esté implicado.
-Yo apostaría por Kilroy.
-Bueno, no sé, me parece demasiado obvio. Tal vez esté tan alarmado como tú tratando

62
de descubrir lo que ocurre.
-Te apuesto nuestra próxima comida en Amy's a que está metido hasta el cuello.
Se hizo el silencio durante unos segundos.
-Estamos llegando -anunció Penelope casi en voz baja.
-Lo primero que tenemos que hacer es dejar el coche.
Al llegar a Byford dejaron el coche en el mismo lugar donde estaba cuando lo
recogieron y cruzaron el patio para ir al almacén donde se cambiaron de ropa.
Se pusieron los uniformes de agente de policía, salieron a la calle, abordaron un coche
patrulla y volvieron a la comisaría. Una vez alK, Penelope se puso su ropa y Homer, todavía
vestido de uniforme, la llevó al hospital.
-¿Puedo llamar a mis padres? ¿Qué puedo contarles?
-Diles que estás de vuelta en la ciudad, en el hospital y que ya les explicarás luego lo
que ha pasado.
-Si., te necesito, ¿dónde puedo encontrarte?
-Marca el número de la policía y después de oír la señal dos veces»marca el dos. Estaré
día y noche, por si me necesitas. Penelope... ten cuidado. No vayas a ningún sitio sola con
nadie, no importa cuáles sean las circunstancias. ¿Me comprendes? Si suena la alarma
de incendios quédate donde hay mucha gente -paró el coche y la sostuvo por los brazos-.
No confíes en nadie, en nadie.
-Está bien.
Homer frunció el ceño y Penelope sonrió.
-Tómatelo muy en serio -añadió él.
-No va a ocurrirme nada.
-No salgas hasta que no venga a buscarte a las cinco.
-Tengo prisa y ya me has dicho todo lo que tenías que decirme.
Homer la soltó pero apretó los puños y miró al cielo.
-Oh, Dios Todopoderoso.
-Vamos, date prisa, voy a llegar tarde.
-Llevas la misma ropa que ayer. La gente se va a dar cuenta.
-Llevo el abrigo y tengo dos blusas limpias en el despacho. No te preocupes.
-Verdes -dijo él, que quería que se diera cuenta, una vez más, de que era muy
observador.
-En efecto, una es verde.
-¿Y la otra?
-De color púrpura.
-Póntela.
-¿Por qué?
-Porque es un color que no'lleva mucha gente y así podré encontrarte con mayor
facilidad.
-Bueno, te haré caso. Me pondré la púrpura.
A Homer le estaba enfadando aquella incomprensión, pero recordó que no debía
debilitar su confianza. Además, él estaría a su lado si surgía algún problema, no tenía por
qué atemorizarla.
-Bésame -le dijo.
Penelope lo hizo con suavidad, luego le acarició la mejilla con ternura.
-No te preocupes, no va a pasarme nada.

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Luego Homer arrancó el coche y muy despacio volvió a la carretera.
En muchas ocasiones había pensado que en su vida no había sitio para una mujer, pero en
aquel momento Penelope le hacía verlo claro. Las mujeres eran demasiado extrañas. Ya
tenía mucho en qué pensar sin la complicación de una mujer. Tendría que olvidarse de
ella.
Conducía en silencio, tratando de recordar cuándo le había pedido ella un poco de
atención. Pero no lo había hecho. Nunca. Ni siquiera le había pedido ayuda. Por supuesto,
había sugerido que fueran a casa de Cynthia y no había abierto el sofá-cama hasta que
discutieron. Así que estaba claro que había planeado despertar su lujuria, aunque sólo
lo hubiera hecho por... por curiosidad.
La miró. Su sentido del deber casi le había hecho caer en las garras de una mujer como
aquella, que no había dudado en engañarlo, sí, en engañarlo, tan sólo por curiosidad.
Dio un profundo suspiro.
Y en aquel momento ni siquiera le preguntaba por qué suspiraba. Cualquier otra
mujer se habría dado cuenta de que tenía problemas, pero ella se limitaba a mirar por la
ventanilla, como si estuvieran dando un paseo.
-Dime el número de la policía y cómo puedes ponerte en contacto conmigo.
Ella lo repitió obediente.
A medida que se aproximaban al hospital, Homer conducía más despacio. Aunque él
no se daba cuenta de ello, Penelope sí lo notaba. La emocionaba la manera en que él se
negaba a dejarla sola, lejos de su protección. Era un hombre adorable, que necesitaba
encontrar a una buena mujer.
Trató de pensar en alguna que pudiera convenirle más que ella misma, alguien que no
lo enfadara y que fuera más dócil. Pero no encontró ninguna.
Iban a unos diez kilómetros por hora mientras subían la rampa que conducía al
estacionamiento. Le dieron ganas de reír, pero no lo hizo porque no quería que se
ofendiera. Era necesario dejar de pensar en él.
Necesitaba resguardarse de los intensos sentimientos que despertaba en su interior.
-Ya hemos llegado -dijo Homer casi en un susurro.
-Gracias por todo.
Penelope se bajó del coche. Homer también lo hizo y miró a su alrededor como sólo lo
hacen los luchadores, los jugadores de rugby, los marines o los policías. Penelope sabía
que tenía la intención de escoltarla hasta su despacho.
-No vengas -le dijo-. Todo el mundo nos miraría.
Homer sabía que tenía razón.
-Llámame -le indicó.
Se dieron la mano.
-Gracias.
-Llámame -repitió él casi suplicando.
-Si te necesito.
-Llámame a las once para decirme que estás bien.
Ella sonrió.
-Te preocupas demasiado.
-Sí.
Ella se rió y aquella risa lo hizo estremecerse.
Homer se quedó de pie junto al coche, mirando cómo ella se dirigía hacia el edificio,

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subía por la ancha escalera y entraba por las pesadas puertas sin echar ni una mirada
hacia atrás.
Homer se metió de nuevo en el coche patrulla y volvió a la comisaría. Puso en
funcionamiento la sirena para evitar dos semáforos. Tal vez necesitara llamarlo
inmediatamente, tal vez estuviera en peligro al sólo entrar en el hospital.

Cuando Penelope entró en su despacho se encontró con que el doctor Kilroy la


estaba esperando sentado en la mesa.
Al verla entrar se levantó y la miró con aquella sonrisa fingida y permanente que siempre
exhibía. -Qué temprano llega usted.
Penelope no se quitó el abrigo y se quedó de pie, esperando a que le dijera por qué
estaba allí. -¿Necesita algo?
-Tenemos los negativos. Los encontramos en el tocador de señoras. Necesitamos que los
pase a papel. Todos ellos. ¿Podría hacerlo esta mañana? Puede que alguno de ellos sea la
causa del robo de su cámara.
-Lo haré en seguida.
-Gracias, querida. Sabía que podía confiar en usted. ¿En dónde estuvo anoche? Llamé
a su casa pero su padre me dijo que no estaba -dijo.
-Se los llevaré tan pronto como haya acabado. ¿O quiere que le vaya bajando uno por
uno?
-Creo que me quedaré aquí para ver qué descubrimos.
-Me parece bien. Necesito una media hora para preparar los ácidos. ¿Querrá venir
entonces? Tendré que darle una bata, los productos químicos son peligrosos. Tómela y
póngasela. Esta está limpia.
-¿Me desnudo? -preguntó el doctor con una sonrisa.
Penelope ni siquiera se molestó en mirarlo.
-No. Sólo tiene que quitarse la chaqueta y remangarse la camisa.
-¿Qué va a hacer ahora?
-Voy por el correo y tengo que ir por el papel para las fotos.
-Olvídese del correo. En cuanto al papel, diré que se lo suban.
-Prefiero ir yo. La gente de suministros está muy ocupada y yo siempre voy por lo que
me hace falta.
-Hoy será una excepción -dijo el doctor de un modo cortante.
-Pensarán que ocurre algo raro. Si quiere mantener la investigación en secreto y que
nadie se entere hasta que sepa lo que ocurre, debemos actuar como de costumbre. La
verdad es que tampoco creo que convenga que esté usted aquí mirando cómo revelo las
fotos. Si alguien se da cuenta de que está usted aquí, sabrá que está ocurriendo algo y se
preguntará por qué. Tal vez se estropee toda la investigación -afirmó Penelope, y su rostro
permanecía inexpresivo.
-Tiene razón -asintió el doctor y comenzó a dar vueltas por el pequeño despacho-. Bájeme
las tiras de negativos a medida que las tenga reveladas. Es muy importante para
nosotros saber lo que hay en esas fotos.
-Dudo que haya algo interesante.
-Mandaré a alguien de seguridad para que la espere en la puerta y la acompañe a mi
despacho. Tenga cuidado.

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Pero Penelope se daba cuenta de que no estaba preocupado en absoluto por ella.

CAPITULO 10

EL doctor Kilroy le dijo que estaría esperando a que le llevara el primer segmento de
negativos y Penelope asintió cortésmente, pero con gesto austero. Cuando se marchó
cerró la puerta y se metió en el cuarto oscuro. Todo estaba en su sitio y tenía el mismo
aspecto que de costumbre, pero estaba segura de que lo habían registrado.
Se puso la blusa de color púrpura y una bata, que se abrochó hasta el cuello. Luego se
dirigió a la sección de suministros por el papel para positivar las fotos. Al volver se metió
en un despacho vacío y llamó a Homer.
-¿Sí?
-...Soy Penelope -había querido decir la contraseña; pero se le había olvidado.
Colgó inmediatamente. Era un poco cruel alertar a Homer de aquella forma. Pero no se
le había ocurrido ninguna otra, y tampoco podía contarle nada por teléfono. Sin
embargo, él debía saber que podría tener dificultades.
Subió a su despacho y decidió que el primer segmento que revelaría sería el de la
estudiante de enfermería, y mientras éste se secab^i, metió en el líquido el de la pareja de
mantenimiento.

¿Sería Kilroy tan perspicaz como Homer?


Cuando estuvieron secas, metió las fotos en un sobre, bajó, y se las entregó a la
secretaria del doctor Kilroy. -Está esperando esto. -Gracias. Ahora mismo se lo doy.
Subió por la escalera pensando en la estudiante, pero estaba segura de que no sufriría
más que una llamada de atención. Se decidió a llamar a Homer y contarle lo que estaba
ocurriendo. Pero cuando llegó a su piso y se dirigió a su despacho, se encontró que el
doctor Kilroy estaba esperándola vestido con una bata.
Penelope simuló mayor sorpresa de la que realmente tenía. -Acabo de dejarle los dos
primeros segmentos de negativos a su secretaria.
-¿Puedo entrar? No quisiera estropear nada. -Llamaré a Maggie. -¿Por qué?
-Son las reglas de aquí -dijo Penelope-. Para proteger su reputación.
-Confío en usted, Penelope.
-Si alguien se entera de que el director está solo en el cuarto oscuro con la fotógrafo del
hospital puede organizarse un escándalo. Llamaré a Maggie -insistió Penelope. y descolgó
el teléfono y marcó un número.
Maggie estaba en la parte nueva del hospital, así que para llamarla tenía que marcar
vanos números. Si el doctor Kilroy se hubiera fijado en qué número marcaba, se habría
dado cuenta de que llamaba al exterior del hospital. Naturalmente llamó a Homer y le
dijo.
-El doctor Kilroy quiere ver cómo revelo las fotografías. ¿Te importa venir unos
minutos? -¿Penelope -dijo Homer.
-Oh, perdone -respondió y colgó-. He marcado un número equivocado. Volvió a marcar.
-El doctor Kilroy quiere ver cómo revelo unas fotografías. ¿Te importaría venir?
-Claro, Penny. Voy en seguida.

66
El doctor Kilroy dijo:
-Sobre todo me gustaría ver las que hizo desde'el tejado.
-Cuando las hice buscaba un efecto panorámico. La vista era espectacular.
-¿Cómo lo sabe?
-Porque ya las revelé.
-Entonces ya había visto esa película.
-Por supuesto. Menos las fotos del doctor Stanton que usted ya tiene.
Alguien llamó a la puerta y Penelope se dio la vuelta rápidamente, esperando que
fuera Homer. Pero sólo era un empleado de mantenimiento.
-Se han quejado de que las luces no funcionan correctamente, y tengo que comprobar
todos los fusibles -dijo y entró en la habitación con una gran caja de herramientas y una
escalera.
-¿Tiene que hacerlo ahora? -se quejó el doctor Kilroy.
-Sí, si hay alguna conexión que falla y salta alguna chispa, toda la instalación se puede
quemar.
Así que el doctor Kilroy le dijo a Penelope:
-No importa, lo cierto es que no tengo tiempo. Ya lo veremos otro día. Tráigame el
siguiente segmento revelado cuando lo tenga. Haga primero las del tejado.
Luego se marchó y Penelope cerró la puerta.
-Vaya un bastardo.
-¿Lo conoce -le preguntó Penelope al hombre de mantenimiento.
-Es la primera vez que lo veo.
-Pues tenga cuidado con lo que dice porque es muy vengativo.
-Soy policía. Me llamo Bob. No tengo ni idea de cómo reparar un enchufe, pero soy el
primero al que Homer pudo encontrar.
-¡Qué amable! -sonrió Penelope.
-¿Quién?
-El detective Homer.
-¿Es... amable?
-Sí.
-Ya -replicó Bob-. Bueno, como no ocurre nada con la electricidad, si hay algo que
pueda hacer para ayudarla con las fotos.
-¿Sabe algo de fotografía?
-Soy el fotógrafo que Homer está tratando de echar para que la contraten a usted.
-Vaya, lo siento -dijo Penelope.
En realidad se sentía orgullosa y no dejaba de pensar que a Homer le habría gustado
estar allí por sí mismo.
Pero sí que estaba allí. Estaba en la escalera, que era el único lugar en el que podía estar
sin llamar la atención, vestido como un mono y fregando los escalones. Y no lo hacía
nada mal, porque estaba enfadado y podía derrochar mucha energía.
-Señorita.
Penelope dio un respingo y el sobre se le cayó de las manos. Homer la besó allí mismo,
aunque fuera muy peligroso. El resto del camino Penelope bajó como en una nube y llegó al
despacho de Kilroy con un aspecto... distinto.
Era como si la hubieran besado hacía tan sólo unos instantes. Tenía un brillo en los
ojos y llevaba los labios ligeramente separados, e iba un poco despeinada.

67
-Quiere que entres -le informó la secretaria de Kilroy.
-No puedo. Dejé algunos negativos en ácido y tengo que volver -replicó Penelope.
Pero volvió a entretenerse en la escalera. No oían que nadie bajara o subiera y se
hablaron con susurros y se besaron de nuevo.
-Quiere que le dé las que hice desde el tejado. ¿Por qué no lo arrestas?
-¿Por qué delito?
-Oh.
Alguien entró, abrió una puerta y comenzó a subir por la escalera. Penelope se
separó de Homer y subió hacia su despacho.
Más tarde, cuando bajaba muy despacio, llevando las fotos que había hecho desde el
tejado. Homer le dijo:
-Invierte la secuencia de las fotos.
-No puedo. El proceso sólo puede hacerse de una forma.
-¡Maldita sea!
No pudieron hablar más, porque había mucha gente subiendo o bajando por la
escalera.
A Penelope la aterrorizaba quedarse sola en la misma habitación que el doctor Kilroy,
pero la secretaria la condujo hasta la puerta de su despacho y le indicó que pasara.
Entró y se encontró con el doctor y con Murgurd. ¿Qué estaba haciendo el otro allí?
Se acercó a la mesa de Kilroy y le entregó el sobre con las fotos.
-Son todas las que quedaban
Kilroy sacó las fotos y las puso sobre la mesa. Murgurd se inclinó para mirarlas.
Consciente de la oportunidad, Penelope se dio la vuelta muy despacio, anduvo hacia la
puerta sin hacer ruido y... cuando iba a abrirla, Murgurd llegó por detrás y la cerró.
Penelope se las arregló para simular un gesto de sorpresa y exclamó:
-¡Qué! -y le frunció el ceño-. Déjeme salir.
-Ven, vamos a ver las fotos -le dijo Murgurd con una mirada amenazadora.
-Sí, es usted una fotógrafo muy experimentada y en estas fotos se ve todo.
Penelope simuló interés y se acercó a la mesa.
-Bueno, son unas fotos panorámicas bastante buenas. La verdad es que estoy muy
satisfecha con los resultados.
-¿Y este camión? -señaló Murgurd.
-Pues la verdad es que da vida a la fotografía y compensa las líneas verticales del
edificio. Fue una suerte que lo estuvieran descargando en aquel momento-dijoPenelope,
remarcando la palabra descargar.
-Descargando -repitió el doctor Kilroy.
-Las cajas que están llevando a la coeina -explicó ella.
-Sí -asintió Kilroy pensativamente-, descargando.
Miró a Murgurd, quien tenía el ceño fruncido.
-Tengo otras cinco fotos que positivar y hay algunas en ácido. Tengo que volver.
-Sí -dijo Kilroy y se levantó, la asió por el brazo y la acompañó hasta la puerta-. Ha
hecho un gran trabajo. Le estamos muy agradecidos.
-Gracias -respondió Penelope.
Abrió la puerta y... allí estaba Homer, con cara de muy pocos amigos y vestido con el
mono.
Luego, todo ocurrió muy de prisa.

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Kilroy tiró de Penelope de nuevo hacia su despacho y cerró la puerta. Se volvió hacia
Murgurd.
-¿Cómo ha conseguido Homer esa ropa? -le espetó. Murgurd sacó su pistola. Por un
segundo, ella pensó que obligaría a Kilroy a dejarla marchar, pero no fue así. -No lo sé,
pero te aseguro que lo voy a averiguar. -¿Y quién era aquel tipo que entró en tu
despacho? ¿Otro policía? -le preguntó Kilroy a Penelope con furia. -¿Policía?
Kilroy la agarró por el pelo. Pero ella sabía que no podía gritar, porque si lo hacía,
Homer echaría la puerta abajo y Murgurd le dispararía..
-¡Kilroy! -gritó Homer-. ¿Qué está pasando? Murgurd, que se había asomado a la
ventana, dijo con calma:
-Mira, el hospital está rodeado.
-Oh, nooo -exclamó Kilroy y tiró del pelo de Penelope, que no pudo evitar un quejido de
dolor. Murgurd la miró.
-¿Qué estás haciendo estúpido? Ella es nuestro billete para salir de aquí.
-¿Salir de aquí? -repitió Kilroy nerviosamente. -¡Eres un estúpido! Yo creía que tenías
más sesos. Cálmate. Pero, .qué estás haciendo? -El dinero...
-¡Cállate! -le espetó Murgurd-. Ya tenemos bastante. No seas demasiado codicioso
porque podría matarte. Kilroy se irguió y trató de calmarse.
-Tienes mucha razón. Nos la llevaremos -dijo, y miró a Penelope-. Siempre me había
preguntado cómo serías en la cama, ahora lo sabremos.
-Vamos, dame a la chica -le dijo Murgurd-. Lo vas a echar todo a perder.
-¡No! ¡Es mía! Dame mi pistola.
Murgurd sacó la pistola de Kilroy de un cajón de su mesa y se la dio. Kilroy sujetó a
Penelope con un brazo que rodeaba y apretaba sus pechos. Ella trató de librarse de la
presión de aquel brazo. Se llevó la mano al pecho y se encontró con el broche que le
había regalado Homer, que se había puesto para cerrar el escote de la bata.
Murgurd gritó hacia la puerta.
-Apártate de ahí. No hace falta que te diga que tenemos a la chica. Dile a todos que se
aparten y nos dejen marchar, o la mataremos.
Qué ridículo, pensó Penelope. Había visto la misma escena infinidad de veces en
televisión, pero ahora no podía creer que le estuviera sucediendo. Oyó que Homer decía:
-De acuerdo. Esperen un minuto, voy a decírselo a todo el mundo. No se pongan
nerviosos. No vamos a intentar nada. Mantengan la calma.
Penelope se preguntaba cuántas de aquellas palabras iban dirigidas a ella. Pero no
sabía si podía hacer algo para librarse de Kilroy, que estaba demasiado nervioso.
Al cabo de un minuto abrieron la puerta y al ver a Homer, Penelope sintió una gran
seguridad. No iba a ocurrir nada. El tendría algo pensado y sabría cómo salir del paso.
Cruzaron la puerta como una araña cautelosa. Murgurd temía que se le echaran
encima y permanecía cerca de ellos. La secretaria del doctor Kilroy se apretaba contra la
pared como una mariposa presa del pánico.
Era como un sueño, como una pesadilla, de la que sólo Homer parecía capaz de
sacarlos.
Estaba desarmado y caminaba delante de ellos, mirándolos como un animal
hambriento. Ni su voz ni su compostura delataban su nerviosismo, tenía un aspecto
formidable.
Se dirigieron hacia la puerta trasera que conducía al garaje del hospital y Homer

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decidió cambiar de táctica.
-Kilroy, ¿qué hiciste? ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué quieres salir corriendo?
¿Es que alguien te obliga?
-Cállate -le espetó Murgurd.
-¡Mátalo! -exclamó Kilroy.
-Cálmate y no seas estúpido -replicó Murgurd. Homer continuó hablando.
-Tengan cuidado y no hagan ningún truco. De nosotros no tienen nada que temer. Nos
ocuparemos de que puedan salir de aquí. Tengan cuidado al bajar por la escalera, no
quiero que le hagan daño a ella.
Aquella araña de seis pies alcanzó el primer escalón y comenzó a descender.
-Cuatro más. Tranquilos, no se vayan a caer -les dijo Homer.
Bajaron torpemente, y cuando quedaban dos para llegar abajo, Penelope puso el
pie derecho detrás de su rodilla izquierda, apretó el broche que Homer le había regalado
y clavó el alfiler en el brazo de Kilroy. Los tres rodaron por la escalera.
Homer se precipitó corriendo entre ellos. Los tres empuñaron las pistolas. Y Penelope
comenzó a gritar: -¡Atrápalos! ¡Atrápalos!
Los tres hombres forcejearon y luchaban entrelazándose y rodando por el suelo.
Penelope quedó tendida al pie de la escalera. Homer la vio por un segundo y trató de
desasirse de los otros para alcanzarla, pero los otros se echaron sobre él y de nuevo los
tres rodaron por el suelo.
Finalmente consiguió alcanzarla como pudo y la tocó. Ella se movió y se quejó. ¡Estaba
viva!
Al cabo de unos instantes un tropel de policías se precipitó por la puerta y consiguió
reducir a Kilroy y a Murgurd. Pero hubo algunos heridos. Bob, el falso electricista,
había sido herido en el estómago por Murgurd que tenía la mano destrozada. Kilroy
tenía rota la mandíbula por el puñetazo que le había propinado Homer, y éste estaba
sangrando. -Túmbese -le dijo un médico. -Atiéndala a ella.
-Ella está bien. Sólo se ha dado un golpe en la cabeza. -¿Está bien? El doctor asintió.
-Pero usted está herido.
-Estoy bien. -Está sangrando.
Penelope estaba tendida en el suelo con los ojos cerrados. Sin abrirlos susurró:
-¿En dónde está Homer. -Estoy aquí.
-Homer -dijo, todavía con los ojos cerrados-. ¿Estás bien?
-Sí.
-¿Estás vivo.
-Sí.
-Ah -Penelope suspiró y se desmayó.
-¡Oh, Dios mío! -exclamó Homer.
-Tranquilo. Sólo se ha desmayado -le dijo el doctor-. Acaba de estar sometida a una
gran tensión y es normal.
-¿Está seguro de que está bien?
-Claro que sí. Pero, ¿qué le pasa? Túmbese.
-Me siento... mal.
-No me extraña.

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Homer siempre llevaba su placa y la tenía prendida en el bolsillo izquierdo de la
camisa. Siempre decía: -Nunca se sabe cuándo vas a tener que probar de qué lado estás.
Así que la bala dio en la placa y salió rebotada, recorrió la piel de su estómago haciéndole
una herida y salió a la altura de la cadera. Era doloroso pero no grave. Tendría que quedarse
en el hospital algunos días y conseguir una placa nueva.
La herida de Bob era más grave, pero se recuperaría con unos meses de reposo.
Penelope tuvo que quedarse dos días en observación, debido a las magulladuras que
tenía en algunas partes del cuerpo.
Su familia se presentó después de enterarse del incidente por la televisión.
-No podríamos creerlo. Debiste contarnos lo que estaba pasando. Un vecino vino a
decirnos que encendiéramos la televisión porque salía nuestra hija en un tiroteo.
-Lo siento...
-Lo entendemos -dijo su padre y le tomó la mano-. Homer está bien. Está deseando verte
pero no le dejah levantarse todavía.
-Iré a verlo después de la hora de visita. Ahora está con su familia.
Al cabo de unos momentos, los padres de Winslow entraron y se presentaron a
Penelope y a su familia.
Cuando se terminó la hora de visita, una enfermera llegó con una silla de ruedas para
llevar a Penelope a ver a su héroe.
-Puedo andar -le dijo Penelope, que sabía que todas las enfermeras andaban buscando
excusas para entrar a verlo.
-Sería mejor que no lo hicieras hasta mañana.
-Estoy bien -dijo Penelope con firmeza.
-Vamos a hacerlo a nuestro modo -le indicó la enfermera.
-Está bien.
-Así me gusta.
Penelope se sentó en la silla de ruedas y salieron al pasillo.
-¿Les está dando algún problema? -le preguntó a la enfermera.
Esta asintió.
-Me lo imaginaba.
-Te preguntará por Bob, así que lo primero que vamos a hacer es ir a verlo. ¿De
acuerdo?
-Sí.

Bob no paraba de sonreír. -Gracias, Bob -le dijo Penelope. -De nada. ¿Sabes que fui yo
el que agarró a Murgurd? Le di en la mano.
-Sí. Siento mucho que estés herido.
-No importa.
Cuando lo dejaron, Penelope le preguntó a la enfermera:
-¿Qué le dieron?
-Un calmante -respondió la enfermera, y añadió-. Es tan encantador que todas intentan
ligar con él.
Penelope frunció el ceño.
-¿Y con Winslow Homer?
-Sí. Pero no pone nada de su parte, como Bob. Está deseando bajarse de la cama y

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correr al lado de Penelope Rutherford. Parece que ni siquiera nos ve.
Cuando entraron en su habitación, Homer giró la cabeza para mirarla y le preguntó
con ansiedad:
-¿Estás bien?
-Sí, mañana podré andar por mi pie.
Homer la miró fijamente.
-Penelope, no me mientas. ¿Estás bien?
Ella se volvió hacia la enfermera y le preguntó:
-¿Puedo?
La enfermera asintió, bloqueó las ruedas de la silla y ayudó a la paciente a levantarse
y a sentarse en la cama.
Cómo desapareció la enfermera después de aquello, nunca lo supieron.
Homer trató de incorporarse, pero no pudo y se quedó tendido en la cama, con el
cuerpo tenso.
Penelope derramó unas lágrimas en silencio.
-Cariño, ¿estás bien?
-Casi. ¿Puedes sentarte al otro lado?
Ella no tuvo dificultad para rodear la cama y se acostó al lado de Homer. Le acarició la
mejilla y se besaron, aunque no podían dar rienda suelta a su pasión.
-Ahora no -susurró ella.
-Fuiste muy valiente -le dijo Homer.
-Fue gracias a ti. Parecías tan seguro de la situación.
-Y entendiste todo lo que sugería. Tenía miedo de que te llevaran con ellos.
-¿Encontraron mi broche? ¿El que.tú me regalaste? Le pinché el brazo a Kilroy.
-¿Eso fue lo que hiciste? Creía que lo habías perdido. ¿Has visto a Bob?
-Está bien. Ligando con todas las enfermeras.
-¿No se portaron los chicos estupendamente? No sabían lo que estaba ocurriendo, pero
se decidieron a entrar y acabaron con ellos muy rápido. La verdad es que me
impresionaron.
-A mí también. Tú estabas tan tranquilo.
-No -dijo Homer-. Estaba temblando, no sé cómo pude hablar como lo hice.

Una semana más tarde, llevaron a Homer a su apartamento, y Penelope pudo conocer a
su loro. Era cierto que no hablaba.
-¡Pero si está disecado! -exclamó.
-Nunca dije que no lo estuviera. Sólo dije que no podía hablar.
Homer estaba acariciando el broche que le había regalado y que Penelope llevaba
prendido de la blusa.
-Si no hubiera sido por ese broche no sé cómo me las habría arreglado para simular una
caída y tirar a aquellos dos.
-Nunca he vivido una pesadilla mayor que al verte inconsciente en el suelo. Te quiero,
Penelope,
-Te quiero -respondió ella.
-¿Para siempre?
-Sí. ¿Crees que podrás conmigo y con mis rarezas?
-Lo intentaré -dijo él con una sonrisa-. Eres una mujer imposible. La menos dócil que

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he conocido.
-¿Por qué no te olvidaste de mí?
-Lo intenté.
-¿Ah, sí?
-Pero no pude.
Penelope sonrió.
-Te traje un regalo.
-Tú eres mi regalo.
-Espera un momento. Vuelvo en seguida.
-¿Es un pastel? -le preguntó mientras se alejaba-. ¿Vas al baño? ¿Quieres que me
bañe? Todavía no puedo.
-Cállate. Esto requiere mucho valor.
Homer esperó con mucha curiosidad. '
Finalmente Penelope dijo, desde el otro lado de la puerta:
-¿Estás listo?
-Creo que sí.
La puerta del baño se abrió lentamente y Penelope apareció luciendo un escandaloso
conjunto de ropa interior. Era prácticamente como no llevar nada y tan rojo como el
rubor de su cara.
-¡Uauh, Penelope Rutherford!
-Lo gané hace unos años en una partida de bridge. ¿Te gusta?
Homer se humedeció los labios con la lengua.
-Ven aquí. Penelope, eres maravillosa. Te quiero.
-¿De verdad?
-Claro que sí, ya deberías saberlo.
-No estaba segura, por eso me he puesto esta ropa. Pensé que podría seducirte.
-Me sedujiste hace mucho tiempo. Te pusiste aquella especie de jersey amarillo para
volverme loco. Tienes que admitirlo.
-Bueno, pensé que me gustaría... probarte -sonrió Penelope-. Y espero que lo que
llevo ahora te motive tanto como aquel vestido.
-Si te molesta, puedes quitártelo -sugirió Homer con voz ronca.
Penelope se quitó aquellas prendas muy lentamente. Homer trató de colaborar, pero
ella le apartó las manos.
-Ven aquí, mujer despiadada. Ven aquí a consolar a este pobre policía.
Se tendió junto a él y le dijo que lo amaba. Le quitó el pijama y le acarició con cuidado
todo el cuerpo, haciéndole gemir de deseo.
Le permitió que la acariciara, sin dejar de emitir suspiros de placer que lo excitaban cada
vez más. Luego se puso encima de él y le permitió liberarse de su deseo dentro de ella,
lenta y deliciosamente.
Muy poco tiempo después se casaron. Cynthia asistió a la ceremonia y las dos
familias celebraron una gran fiesta.
Cynthia dijo que tenía que volver y salir de viaje y que si lo deseaban podían volver a
pasar la luna de miel en su casa. Y eso hicieron. Mientras estaban allí, Penelope reveló el
rollo que había hecho cuando Homer pintó su cuadro, y lo vieron metidos en la cama.
-No eres un artista -dijo Penelope.
-Ah, no.

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-No. Y te voy a enseñar dónde he visto yo eso que has pintado.
Y Homer soltó una carcajada que se oyó en todo el vecindario.

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