Por:
Luis
Angel
Pérez
Gómez*
Fecha:
28
de
marzo
de
2012
La
doctrina
cristiana
relata
que
al
principio
de
los
tiempos
Adán
y
Eva
fueron
expulsados
del
jardín
del
Edén
al
desobedecer
el
mandato
divino
de
no
comer
el
fruto
del
Árbol
del
Conocimiento.
De
esta
manera,
los
personajes
bíblicos
no
sólo
se
condenaron
a
transmitir
la
muerte
con
su
pecado,
sino
también
a
portar
una
mancha
hereditaria.
Un
fenómeno
semejante
vive
el
candidato
del
Partido
de
la
Revolución
Democrática
(PRD),
Andrés
Manuel
López
Obrador,
quien
durante
el
último
año
ha
apostado
por
dar
un
giro
radical
a
su
discurso,
imagen
y
postura
política.
Hace
seis
años,
AMLO
se
presentaba
como
un
candidato
radical,
rebelde
y
un
hombre
que
descalificaba
constantemente
a
las
instituciones
del
país.
Bajo
el
lema
“Por
el
bien
de
todos,
primero
los
pobres”,
el
originario
del
estado
de
Tabasco
perdió
una
elección
cerrada
contra
Felipe
Calderón.
A
partir
de
ese
momento,
comenzó
una
interminable
lucha
contra
las
autoridades
electorales
y
el
gobierno
entrante,
de
igual
forma
emprendió
un
movimiento
social
y
político
en
el
cual
se
autoproclamaba
“El
Presidente
Legítimo”.
La
lucha
contra
las
irregularidades
y
el
presunto
fraude
electoral
tuvieron
su
relevancia,
pero
el
movimiento
de
resistencia
perdió
fuerza
y
López
Obrador
no
tuvo
más
remedio
que
replegarse,
asumir
los
costos
políticos
y
aceptar
la
realidad.
Después
de
seis
años,
el
nuevamente
candidato
de
la
izquierda
se
presenta
con
una
nueva
mascara,
un
mismo
fondo,
un
mismo
peso;
sin
embargo,
enfrenta
una
realidad
distinta.
Hace
seis
años,
el
panorama
político
y
electoral,
al
igual
que
los
candidatos
y
la
posición
de
cada
partido
era
muy
distinta.
Por
parte
del
Partido
Revolucionario
Institucional
(PRI)
contendía
Roberto
Madrazo
Pintado,
quien
era
un
viejo
fusil
y
prácticamente
no
entraba
en
el
juego.
El
entonces
Presidente
de
México,
Vicente
Fox
Quezada,
impulsó
la
candidatura
de
Felipe
Calderón
y
bajo
el
lema
de
ser
el
próximo
“Presidente
del
Empleo”
emprendió
una
campaña
con
el
único
fin
de
derrumbar
al
flamante
candidato
de
la
izquierda.
Según
Encuesta
Mitofsky
en
el
mes
de
febrero
de
2006,
el
39.4%
de
los
electores
colocaba
a
López
Obrador
como
el
candidato
preferido,
seguido
de
Felipe
Calderón
con
29.8%
y
al
final
Roberto
Madrazo
con
27.5%
respectivamente.
Todo
indicaba
que
el
candidato
del
partido
amarillo
se
iba
a
convertir
en
el
próximo
presidente
de
México;
sin
embargo,
las
olas,
propias
y
ajenas,
comenzaron
a
derrumbar
su
castillo
de
arena.
En
mi
opinión,
el
declive
de
AMLO
no
se
debió
a
sus
constantes
descalificaciones
contra
Vicente
Fox,
tampoco
a
su
ausencia
en
el
debate
presidencial
y
menos
a
la
existencia
de
un
fraude
electoral.
Su
derrota
tiene
origen
en
una
clara
falla
en
la
estrategia
política
de
comunicación.
El
Partido
Acción
Nacional
y
Felipe
Calderón,
no
ganaron
las
elecciones,
el
“Peje”
se
derrotó
solo.
El
escritor
Alberto
Pérez
González,
en
su
libro
“Estrategias
de
comunicación”,
argumenta
lo
siguiente:
“El
primer
objetivo
de
un
estratega
es
conocer
el
terreno
y
las
armas
con
que
cuentan
él
y
sus
adversarios
para
lograr
la
victoria”.
López
Obrador
conocía
su
terreno
y
tenía
bien
identificadas
sus
armas
para
ir
a
la
batalla.
Sabía
que
estaba
muy
por
encima
de
los
otros
candidatos
en
las
preferencias
electorales
y
tenía
al
menos
dos
cualidades
que
cualquier
ciudadano
promedio
espera
de
un
político:
cumplir
sus
promesas
y
ayudar
a
la
gente
vulnerable.
Si
sabemos
que
nuestro
país
tiene
severos
problemas
de
pobreza
y
que
los
temas
de
combate
a
la
misma
deben
de
jugar
un
papel
fundamental
en
la
agenda
de
los
candidatos,
entonces:
¿Por
qué
ese
argumento
jugó
en
contra
de
AMLO
en
vez
de
a
favor?
La
respuesta
es
muy
simple.
Los
adversarios
invirtieron
la
propuesta
de
AMLO
y
en
vez
de
que
fuera
vista
como
una
prioridad
nacional,
resultó
ser
que
“ayudar
a
los
pobres”
eran
actitudes
de
un
futuro
gobierno
populista.
La
izquierda
en
vez
de
aclarar
su
discurso
político
y
persuadir
mediante
un
mensaje
convincente,
optó
por
la
polarización
y
el
radicalismo
político.
Esas
actitudes,
contradicciones
y
falta
de
credibilidad
en
el
personaje
de
Obrador
fueron
las
que
terminaron
por
sepultarlo.
Nuevamente
nos
encontramos
en
la
coyuntura
electoral
de
cada
seis
años
y
el
personaje
de
la
izquierda
no
sólo
enfrenta
a
nuevos
y
poderosos
rivales,
sino
también
tiene
que
hacer
frente
a
su
propio
pasado.
Existen
diferencias
sustanciales
entre
la
elección
pasada
y
la
presente.
Obrador
ya
no
se
muestra
ante
el
público
como
un
personaje
irreverente
y
sin
ley,
ahora
es
un
candidato
mesurado,
de
izquierda-‐centro
y
ha
logrado
simpatizar
con
sectores
que
antes
lo
rechazaban.
Durante
el
último
año,
se
ha
pronunciado
como
un
candidato
respetuoso
de
las
instituciones
y
ha
declarado
que
aceptará
los
resultados
del
próximo
1
de
julio.
No
obstante,
considero
que
existen
al
menos
tres
puntos
que
juegan
en
su
contra.
En
primer
lugar,
AMLO
ya
no
parte
como
puntero
en
las
preferencias
electorales.
Según
Encuesta
Mitofsky
en
el
mes
de
marzo
del
presente
año,
Peña
Nieto
mantiene
el
39%
de
las
preferencias
electorales,
seguido
por
la
candidata
del
PAN,
Josefina
Vázquez
Mota,
con
24%
y,
en
último
lugar,
López
Obrador
con
18%.
En
segundo
lugar,
las
campañas
negativas
que
tanto
le
afectaron
en
el
2006
y
que
ahora
las
podría
utilizar
a
su
favor,
son
prohibidas
por
la
nueva
ley
electoral.
Finalmente,
AMLO
tendrá
que
enfrentarse
a
sus
propios
fantasmas
y
demonios,
tendrá
que
romper
con
el
estereotipo
que
la
población
se
ha
formado
sobre
su
personaje
y
revertir
el
posicionamiento
de
su
imagen
pública.
Un
mismo
personaje
está
obligado
a
interpretar
un
papel
distinto
en
un
escenario
más
complicado
y
con
una
audiencia
que
le
ha
dado
una
última
oportunidad.
*Estudiante
de
la
Licenciatura
en
Economía
y
Finanzas
del
ITESM
CEM,
columnista
de
Gurú
Político
y
autor
del
blog
La
Revolución
del
Pensamiento.
angel_lp01@hotmail.com
Twitter:
@LuisAngel_Perez